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Los Fetiches Reprimidos de Mama

Todo comenzó tras la separación de mis padres. Sin tratarse de una separación traumática en exceso, sí acentuó mí ya característica timidez.
 Quedé a cargo de mi madre, Rosa, de 40 años, 1,65 de estatura, morena, pelo corto hasta los hombros, poco pecho y anchas caderas.
 Con amigos de similar edad tan retraídos como yo, y las hormonas ebullición, mis mayores experiencias sexuales – si se las podía llamar así – se trataba haber logrado ver las braguitas de alguna de las amigas de mi madre, señoras maduras que algunos fines de semana la visitaban en nuestra casa, y que, confiadas en mi aspecto inocente, cometían algún que otro descuido al cruzar las piernas sentadas, etc., lo cual era aprovechado por mí para indagar bajo sus faldas, -con escaso éxito, sin que apenas lograra el objetivo unas cuatro o cinco veces -.
  Puede parecer una absoluta bobada que aquellos éxitos me excitaran de tal manera, pero como ya he dicho antes, a mi edad, con las hormonas en ebullición, y sin otro tipo de oportunidades o referentes femeninos, lograr ver las braguitas de las amigas de mi madre, aunque solo fuera durante los instantes de un cruzamiento de piernas, suponía algo de lo más emocionante, siendo Nuria, una señora de edad y fisionomía similar a la de mi madre, aunque con bastante más pecho, y de carácter aparentemente tan hogareño y puritano como la misma, el objeto de mis primeras fantasías sexuales y masturbaciones nocturnas.
 Debido a la escasez de éxitos, -tampoco era cosa de estar al acecho de forma constante y con ojos de halcón en las reuniones de un grupo de amas de casa tomando café- y al creciente deseo en la búsqueda de situaciones excitantes, terminé espiando en los cajones donde mi madre guardaba su lencería.
 Deseaba conocer el tacto de la ropa interior femenina, y a falta de otro tipo de oportunidades, solo podía acceder a la suya.
 Con el máximo cuidado de dejar las cosas en idéntica posición y evitar que mi madre pudiera sospechar nada, -cosa que me pondría en la embarazosa situación de tener que explicarle que buscaba entre su ropa interior, - miraba y palpaba sus braguitas como si estuviera realizando una autentica hazaña, ya que la sensación del riesgo a ser descubierto y la improcedencia de aquel acto, me provocaba una subida en el nivel de adrenalina por lo que yo consideraba sumamente arriesgado.
  Aquello terminó pareciéndome poco y, tras cerciorarme de que, de forma mayoritaria, sus braguitas eran de color blanco y relativamente similares, me arriesgué a sustraerle unas para experimentar con las mismas de cualquier forma excitante aprovechando alguna ausencia prolongada de mi madre.
 La oportunidad ocurrió días después, cuando me dejó a solas en casa afirmando que iba a visitar a una amiga.
Nada más salir de casa me desnudé por completo. Excitado por lo que para mí se trataba de una nueva y temeraria experiencia, me puse sus braguitas deleitándome en la suavidad de la tela contactando con mi miembro.
  Me miré en un espejo, provocándome un morbo brutal ver como mi polla entraba en erección de forma evidente dilatando las mismas como una tienda de campaña.
 Me acaricié la erección por encima de las braguitas. Se trataba de una sensación placentera especialmente morbosa.
 En mi calenturienta imaginación estaba sobando un sexo femenino. Era sumamente excitante verme con sus braguitas dilatadas mientras fantaseaba con disparatadas situaciones en la que participaba Nuria o cualquier otra de las amigas de mi madre.
 Obviamente, ansiaba desfogarme, y tras un buen rato acariciándome, decidí que aquellas braguitas merecían ser usadas para algo más que una simple masturbación manual.
 Me dirigí a mi dormitorio, y tras colocar la almohada sobre mi cama, me tumbé sobre la misma de forma que la erección entrara en contacto con la misma.
 No pude evitar sonreír pensando lo ridículo que parecería abrazado en bragas a una almohada, pero la excitación que me provocaba aquello era inmensa.
 Comencé a bombear y a frotarme con la almohada como si realmente estuviera penetrando a una mujer.
 Mi absurdas y disparatadas fantasías consistían en situaciones como encontrarme con alguna de las amigas de mi madre en un supermercado y, tras solicitarme que las ayudara a cargar con las bolsas de la compra hasta su casa y premiarme con un refresco, me decían que iban a cambiarse de ropa para ponerse más cómodas, y regresaban al salón semidesnudas, acabando follando de forma salvaje.
 Obviamente se trataban de fantasías de lo más desatinado, pero aquello no les restaba excitación alguna mientras percibía el frotamiento de las bragas de mi madre o de la almohada sobre mi polla.
 Con la imagen de Nuria en mi mente, -me causaba especial morbo su aspecto de no haber roto un plato en su vida-, y gimiendo de placer, acabé empapando de semen las braguitas como si realmente la hubiera penetrado.
 Desfogado, volví a mirarme al espejo, provocándome un morbo enorme ver las braguitas de mi madre completamente encharcadas de semen.
 Por primera vez me vino su imagen a la cabeza, sonriendo cuando pensé que estaba de visita sin poder imaginar que sus braguitas estaban completamente inundadas de semen.
 No se trató de un pensamiento incestuoso, solo se trataba de algo divertido pensar en ello, ya que, en aquellos momentos, mis fantasías eróticas estaban fijadas en las amigas de mi madre, sin que el tabú del incesto me permitiera fantasear con ella.
  Miré el reloj, y temiendo que pudiera regresar y sorprenderme en semejante situación tan embarazosa, -desnudo, con sus bragas puestas, y encharcadas de semen-, me deshice de ellas y sin tiempo para lavarlas, las escondí encima de mi armario.
 Cuando regresó, nada en mi rostro o en la habitación haría sospechar que allí hubiera pasado algo digno de mención.
  Mi alegría duró poco, ya que, inocentemente, había infravalorado las dotes de observación de mi madre, la cual, por mucho que aquellas braguitas que le había sustraído fueran de lo más común de su repertorio, se percató días después de la ausencia de las mismas, sin que hubiera otro posible culpable que yo.
-          Oye…. Una cosa…. ¿Se puede saber qué haces con mis braguitas? – Su rostro y el tono de voz, aunque tan dulces y cariñosos como de costumbre, denotaban firmeza en la pregunta.
-          ¿Cómo? ¿qué? – Balbuceé, deseando que me tragara la tierra en aquellos instantes -
-          Vamos a ver… que ya soy mayorcita y se perfectamente a lo que se dedican los chicos de tu edad para entretenerse. Hace tiempo que noté que rebuscabas en el cajón de mi lencería, y hoy he ido a ponerme mis braguitas más cómodas y no están. – Me puse colorado como un tomate y hasta me faltaba el aire para respirar. –
-          Pero yo… no… ¿yo?... pero…
-          Venga, no te enrolles y devuélvemelas. Ya me di cuenta hace tiempo de como intentas espiar bajo las faldas de mis amigas para verles las braguitas, bueno... hasta ellas se han dado cuenta y tienen más cuidado de cerrar las piernas cuando te sientas frente a nosotras.  No me obligues a registrar en tu habitación.
-          Pero mamá…. Yo…. no…. – Se me cayó el mundo encima. No sólo había descubierto la sustracción de sus braguitas, sino que también se había percatado de las miradas obscenas que lanzaba a sus amigas, me faltó ponerme a llorar. -
-          Tranquilízate que parece que te va a dar algo. Que no te voy a castigar, ya te he dicho que sé que los chicos de vuestra edad tenéis que desfogaros…. – la vi sonreír, y aquello me tranquilizó algo, aunque mi vergüenza no podría ser mayor. –
-          No… es que…. – Abochornado, seguía sin poder contestar algo coherente. -
-          Venga, vamos a tu dormitorio y las sacas del escondite.
 Hundido, arrastrando los pies como si me dirigiera al matadero, y seguido por mi madre, no tuve más remedio que acudir allí. Me aterroricé al recordar que nos las había lavado y que las manchas de semen serían evidentes.
 Me subí en una silla para poder alcanzarlas. Arrugadas, por lo menos estaban secas, y deseé que milagrosamente se encontraran libres de manchas.
 Evidentemente, no fue así.
-          Pero bueno. ¡Menudos manchurrones! ¡Si has disfrutado con ellas, si! –Exclamó mi madre divertida al desplegar sus braguitas y observar los cercos amarillentos que copaban la parte delantera de las mismas. –
-          Perdón…. Perdón…. –Volví a balbucear y con lágrimas en los ojos. -
-          No pasa nada. Eran las más cómodas que tenía, pero puedes quedártelas, no te voy a castigar, ya te he dicho que se cómo sois los chicos de tu edad, no vamos a hacer un drama de esto.
  Mi madre me abrazó tiernamente dejándome a solas en mi habitación unos segundos después. Algo más tranquilo, pero igual de avergonzado, me quedé con sus braguitas en la mano y aliviado por tener una madre tan cariñosa y comprensiva.
  Ni que decir tiene que, a pesar de su tolerante o comprensiva reacción, el sentimiento de culpa y la vergüenza no me abandonaron tan fácilmente y los días posteriores, ante cualquier intercambio de miradas con ella, reaccionara poniéndome colorado como un tomate.
  A pesar de ello, mis hormonas continuaban en ebullición, y aquel sentimiento de culpa o vergüenza, no evitó que cada vez que tenía oportunidad por quedar a solas, usara sus braguitas para masturbarme como un poseso frotándome con la almohada hasta enchárcalas de semen.
  Reitero que el tabú del incesto evitaba que la imagen de mi madre apareciera en mis fantasías sexuales y siempre me masturbaba fantaseando con sus amigas, maduras amas de casa que me provocaban un morbo brutal.
  Pasadas unas semanas, y ya más tranquilo, aproveché una de aquellas visitas de sus amigas para deleitarme observándolas y aumentar las imágenes con las que después fantasearía.
 Solían tomar café en la mesa del salón. Ésta, de forma rectangular y seis sillas, se encontraba frente al sofá, siendo la altura de las sillas superior al mismo. Aquello me proporcionaba un ángulo de visión optimo, quedando mi cabeza prácticamente a la misma altura que el asiento de las mismas, por lo que, en cualquier cruzamiento de piernas o descuido, y con algo de suerte, podría verles las braguitas.
 Me acordé de que mi madre se había percatado de aquellas miradas lascivas hacia sus amigas, pero creí que esta vez lo haría con tal disimulo que jamás se daría cuenta de ello.
 Se sentaron dos de ellas en los extremos de la mesa, por lo que, quedando de perfil a mi punto de observación, me sería imposible ver nada aunque se abrieran de piernas por completo.
 Frente a mí, y en el mejor lugar, se sentó Nuria, pero, para mí mayor desilusión y desesperación, llevaba pantalones.
 A su lado se sentó mi madre, la cual me miró sonriendo como si se hubiera percatado de que se me habían chafado las intenciones.
  Tampoco era cuestión de levantar sospechas levantándome del sofá y abandonar el salón con cara de disgusto, y por mucho que aquello no augurara la más mínima oportunidad de alegrarme la vista, permanecí sentado en el mismo fingiendo que leía una revista.
 Las escuché hablar de temas intranscendentes que ni me iban ni me venían. Aburrido, tras unos minutos leyendo la revista, y sin pretensión alguna, alcé la vista hacia donde se encontraba el grupo de amas de casa.
 De forma instintiva, y a pesar de recordar perfectamente que Nuria portaba pantalones, dirigí la mirada a la altura de sus piernas.
  Obviamente no pude ver nada, pero algo me llamo la atención, y acto seguido desvié la mirada unos centímetros a la derecha donde se encontraban las piernas de mi madre. Ella si portaba un vestido por debajo de las rodillas, pero… incomprensiblemente… se había colocado el bajo del mismo por encima de las mismas, y éstas se encontraban semiabiertas, de tal forma que, un triangulito blanco invertido resplandecía de forma manifiesta.
 Abochornado, y a pesar de que aquel triangulito me llamaba poderosamente la atención, aparté la vista por tratarse de mi madre.
  Sin embargo, y para mi mayor vergüenza, mis ojos volvían reiteradamente a aquel lugar. Sabía que no debía hacerlo, que espiar entre las piernas de mi madre sobrepasaba los límites de la curiosidad por el sexo femenino, pero aquel triangulo blanco invertido me atraía de forma irrefrenable.
  No podía creer que mi madre estuviera cometiendo tal descuido y de forma tan continuada, -hasta entonces, mis éxitos habían consistido en ver las braguitas de sus amigas durante los instantes de un cruce de piernas- y menos, cuando conocía perfectamente mis intentonas de espiar a las mismas, pero que lo estuviera haciendo deliberadamente se trataba de algo tan improbable como lo anterior.
  Luchaba por apartar la mirada, pero, tras hacerlo, mis ojos regresaban al triangulito blanco invertido sin que mi voluntad pudiera impedirlo en absoluto.
 Para colmo de males, y para mi mayor desconcierto, no solo no podía evitar espiar entre sus piernas, sino que empecé a notar que mi miembro entraba en erección.
  Podría perdonarme o justificar una pequeña miradita, pero aquella excitación tan manifiesta espiando a mi propia madre, me desconcertó por completo
 Anhelado en el triangulito blanco, tardé en descubrir que se había percatado perfectamente del lugar donde enfocaba la mirada, y la sorprendí sonriéndome abiertamente mientras charlaba con sus amigas.
  Incomprensiblemente, a pesar que, con aquella sonrisa, manifestaba implícitamente que se había dado cuenta perfectamente de que llevaba tiempo espiando entre sus piernas, lejos de cerrarlas inmediatamente, mantuvo la postura como si nada estuviera pasando.
  Aquello me desconcertó por completo. ¿Se trataba de una prueba para castigarme después?  Intenté por todos los medios apartar la mirada y sobre todo evitar la erección, temiendo que, si para colmo se percataba de esto último, el castigo sería de los que se recuerdan toda la vida.  
  Cuando terminaron de tomar el café y de charlar de los temas más pueriles, se levantaron de la mesa y se dispusieron a llevarse los vasos a la cocina.
 Mi madre pasó por mi lado y, tras acariciarme cariñosamente la cabeza, exclamó en voz alta para que lo escucharan sus amigas: “pobrecillo, tienes que salir más de casa con tus amigos, que tarde más aburrida llevas rodeado de señoras parlanchinas”, provocando en las mismas un gesto de aflicción por mí, ya que, sin duda, pensaban que me trataba de un chico tan tímido y aburrido como para vaticinarme una vida de lo más anodina, y sin que yo pudiera contestar con otra cosa que con una sonrisa timorata.
 Por fin, éstas se despidieron de nosotros y quedamos a solas. A pesar del tiempo transcurrido, mi erección continuaba en pleno apogeo.
-          Ja, ja, ja. No te quejaras, hijo mío. Con el disgusto que te habías llevado al ver que Nuria llevaba pantalones. Al final bien que te has recreado la vista.
-          ¿Yo? –Contesté intentando poner mi mejor cara de inocente. –
-          No disimules. ¿Es que crees que soy ciega? – Aterrorizado, solo me tranquilizó su evidente sonrisa de complicidad, por lo que decidí reconocer a medias mi culpa. -
-          Bueno… estaba aburrido… sin querer… se me fue la vista… pero sin mala intención… de todas formas Nuria llevaba pantalones… difícilmente podría yo… -Contesté intentando desviar la atención hacía Nuria.
-          Nuria si, ¡pero yo no!
-          Bueno… pero a ti no…… -Balbuceé poniéndome más colorado aún. –
-          ¿Qué a mí no? ¡Pero si además del color de mis bragas, has visto hasta la marca y el modelo! ¡Si no has apartado la vista! ¡Si te faltaba babear!
-          Bueno. Puede que se me haya ido la vista un poco… pero sin malicia… hasta que me he dado cuenta de que eras tú… -Contesté tembloroso.
-          Ja, ja, ja. No seas tonto. No disimules más. Me alegro que hayas disfrutado. Ja, ja, ja.
-          ¿Sí? -Contesté tímidamente. –
-          Si. Es más… pero esto tiene que ser un secreto entre tú y yo… si se lo contaras a alguien me moriría de vergüenza… yo jamás le contaría a nadie lo que haces con mis braguitas… -Volví a ruborízame- son cosas que deben quedar entre nosotros… pero… -su tono de voz se tornó más serio- lejos de molestarme… siempre me ha agrado que me miren con deseo… exhibirme…, aunque nunca he sido capaz de hacerlo… bueno… a lo máximo que he llegado ha sido a dejar abierta unos centímetros la cortinilla de un probador de ropa por descuido, a sabiendas de que podría verme alguien, pero siempre me ha dado miedo pasar de ahí.
¿Exhibicionista? ¿Mi madre exhibicionista? No alcanzaba a comprender el alcance de aquella confesión.
 Apenas había tenido tiempo para admitir como normales mis propios morbos, concibiendo como algo vergonzoso e insólito que un chico como yo pudiera excitarse espiando a sus amigas con la esperanza de verles la ropa interior, o llegar a masturbarme fantaseando con ellas con unas braguitas puestas.
 Todavía me encontraba aturdido por no haber podido desviar la mirada del triangulito blanco que divisé entre las piernas de mi propia madre unos minutos antes.
 Y ni siquiera me atrevía a especular con las derivaciones de que aquello me hubiera excitado de tal manera como para continuar empalmado.
 Ahora, por si todo aquello no fuera suficiente, acababa de escuchar la confesión de mi madre reconociendo unas tendencias exhibicionistas que jamás hubiera sospechado.
  Siempre la había visto como un ama de casa tan normal como otra cualquiera, incluso más puritana que las demás. -
 Jamás la había visto con ropa lo más mínimamente indecorosa, y ni siquiera, en la intimidad del hogar, se había tomado conmigo la confianza entre madre-hijo de desnudarse para cambiarse de ropa en mi presencia. –Ahora empezaba a sospechar que lo había evitado por miedo a no poder controlar sus propias inclinaciones. -
 Estupefacto, sin tiempo para asimilar mis propios morbos, sumamente afectado por el creciente sentimiento de culpa de haber sido capaz de excitarme espiando a mi propia madre, llegué a creer que, aquella confesión, -en la que se incluía una disparatada experiencia exhibicionista en un probador de ropa- se trataba más de una extraña ocurrencia de mi desbocada imaginación que de algo real.
 Mi madre, viéndome tan sofocado y confundido, y tras pasarme cariñosamente una mano por la cabeza, añadió:
-          Tranquilízate, no has hecho nada malo. Si acaso he sido yo la que se ha dejado llevar…. –creí percibir cierta duda o arrepentimiento en su tono de voz, puede que ver mi estado perturbado y aparentemente incomodo alertara su instinto protector maternal, y estuviera empezando a creer que no debía haberse comportado así, y mucho menos haberme confiado aquel secreto tan delicado. -  Sólo pretendía darte una alegría… me preocupa tu excesiva timidez y solo deseaba que disfrutases…. Ya que de otra forma no puedes… Pero si esto te molesta… Eres mi hijo y nunca haría nada que te incomodase……
-          ¿Molestarme? ¡Qué va! ¡Por fin he podido ver algo! – Respondí alborozado de forma instintiva, haciendo que mi madre volviera a sonreír. -
-          Ja, ja, ja. Igual me lo había imaginado. Con la sesión de mirar que te has dado hoy, seguro que todavía estás empalmado.
-          ¡Mamá! –Exclamé avergonzado-
-          ¿No? Levántate del sofá si te atreves.
-          No… es que…
-          Anda, no seas tonto. Levántate, que soy tu madre y no me voy a asustar.
 Colorado como un tomate, e instado por mi madre, me levanté del sofá, percatándose inmediatamente de la enorme erección que abultaba mi pantalón, cosa que disipó cualquier duda sobre la incomodidad de pudiera provocarme aquel juego.
-          ja, ja, ja. ¿Ves cómo te conozco? No puedes ni imaginar la cara que ponías cuando mirabas entre mis piernas.
-          ¿Yo?
-          Si, tu. Menos mal que mis amigas no se han dado cuenta, te faltaba babear.
-          Bueno… es que… nunca había tenido oportunidad de mirar tanto. –Contesté soslayando la atracción incestuosa. -
-          Ja, ja, ja. ¿Y ahora qué? –Dijo señalando mi erección. -
-          ¿…?
-          Tendrás que hacer algo con “eso” ¿no? –Una enorme sonrisa iluminaba su rostro. -
-          Pero… -contesté sin saber que decir, intuyendo que me estaba invitando a masturbarme, temiendo tener que desnudarme en su presencia, cuando hacía años que, timoratamente, hasta cerraba con pestillo el cuarto de baño para ducharme. -
-          ¿No me iras a decir ahora que necesitas mirarme más para masturbarte? ¿Es que no has tenido bastante ya?
-          Bueno… es que me da vergüenza…. ¿aquí? ¿delante de ti?... si por lo menos tú te desnudaras también… -jamás pensé que hubiera sido capaz de decir aquello, pero la excitación estaba derrumbando mi timidez por completo. -
-          Pues menos mal que eras tímido. Ja, ja, ja. Está bien, te voy a dar el gusto, pero solo mirar, ni se te ocurra acercarte a mí y mucho menos salpicarme. –Su rostro denotaba la lucha entre el irrefrenable deseo de volver a exhibirse ante mí, y la inconveniencia de traspasar los límites de la relación materno-filial, decantándose por la primera opción. -
  Embobado, con los ojos abiertos como platos, y el corazón latiéndome de forma feroz, observé como, mi madre, sin dejar de mirarme a la cara, se deshizo del vestido de forma lenta y sugerente.
  Sus braguitas blancas, tan ajustadas a las caderas como una segunda piel, resplandecían contrastando con el sonrojado tono de su piel.
 Sus pechos, de pequeño tamaño, aparentaban no necesitar del sujetador a juego para mantenerse tan erguidos como atalayas.
  Mis ojos la devoraban lascivamente sin poder apartarse del abultamiento del sexo que se dejaba entrever bajo el contorno de las braguitas.
-          Respira hijo mío, que te has quedado pasmado, me asustas.
-          Uffff. Es que estás muy guapa… -Dije sin poder apartar la vista del abultamiento de su sexo. -
-          Ya veo que te gusta, sí, pero acuérdate de respirar que puede darte algo. Ja, ja, ja.
 Enormemente excitado, y olvidando por completo cualquier reparo al tabú incestuoso, devoré con la mirada su cuerpo durante unos minutos, ayudándome el hecho de que se diera la vuelta viarias veces, exhibiendo un trasero, aunque algo voluminoso, tan excitante como el resto de su cuerpo.
-          ¿Qué?, ¿no te animas?
-          ¿…?
-          Tendrás que quitarte los pantalones si quieres desfogarte, te vas a poner malo de tanto aguantar… -Su rostro manifestaba un enorme interés en saber hasta qué punto me excitaba mirarla. -
 La excesiva timidez que me caracterizaba, habría provocado del hecho de desnudarme en su presencia –y más, en estado de erección- una barrera insalvable, pero la enorme excitación que me provocaba el semidesnudo cuerpo de mi madre, y la complicidad que irradiaba su rostro, lograron vencer la misma.
  Azorado y con las manos temblorosas, me deshice de los pantalones ante la atenta mirada de mi madre, la cual aparentaba encontrarse expectante por conocer el tamaño y el vigor de mi erección. - .
-          Ufff, ¡vas a reventar el slip! ¿Eso es en mi honor?
-          Si… si… Es que estás muy buena, mamá. –Dije intentado ocultar tímidamente la erección con las manos y agachando la cabeza. -
-          Anda, quítate el slip que yo te vea. No seas tonto, estamos en casa y no nos puede ver nadie… ¿te va a dar vergüenza de mí?
  Sin casi atreverme a mirarla a la cara, me deshice del mismo, dejando a la vista una polla tan erecta como el mástil de una bandera, provocando una exclamación de sorpresa en mi madre.
-          ¡¡¡Halaaaaa!!!! Nunca hubiera imaginado que la tuvieras ya tan grande, y… menuda pelambrera. Ja, ja, ja. A mí no te acerques así que das miedo, ya sabes que solo mirar, puedes disfrutar de la forma que quieras, pero… a mí ni acercarte con eso tan duro. Ja, ja, ja.
-          Ufff…. me da vergüenza… no sé si…
-          Tranquilo, es nuestro secreto, solo es un juego, tu disfruta que a mí no me importa verte así. ¿Es que dejé de quererte cuando supe que te masturbabas con mis braguitas? Pues ahora es lo mismo. Nadie puede vernos.
 A pesar de mi edad e inexperiencia, empecé a comprender hasta qué punto, el exhibicionismo de mi madre, lejos de ser una simple tendencia morbosa, se trataba de una atracción irrefrenable que había sido reprimida durante años, la cual se había reactivado al verme espiar a sus amigas, y, sobre todo, al saber que me masturbaba con sus braguitas, y que, una vez reactivada, no podía refrenar aquel impulso por sentirse deseada obscenamente.
  No solo le encantaba que la mirara de la forma más lasciva posible, sino que se lo expresara explícitamente, aumentando su excitación cuanto más obscena fuera la misma o más escabroso el comentario.
-          Pero que buena que estás, mamá. No puedes imaginar la de veces que he manchado tus braguitas imaginando que… estaba follándote. –Dije con la mirada en la oscuridad que se dejaba entrever bajo las braguitas precedente del vello de su sexo.
-          Ja, ja, ja. No seas Zalamero. Seguro que imaginabas que lo hacías con alguna amiga tuya o cualquiera de mis amigas.
-          Bueno... al principio si… me daba vergüenza pensar en ti... pero estás tan buena que al final encharcaba las braguitas de semen pensando en ti.
-          Ja, ja, ja. ¿De verdad te gustaría hacerme el amor o solo son fantasías?  -Exclamó sin poder ocultar que se sentía halagada por mis deseos. -
-          Ufff. Claro que sí. Mira como me has puesto. No la he tenido tan dura jamás. Yo, mis amigos, y cualquiera que te viera así. Estas buenísima.
-          No seas mentirosa. Estoy vieja y gorda.
-          ¿Vieja?, ¿Gorda? ¡¡¡Estás buenísima!!! ¡Tengo la polla a punto de explotar!
-          Bueno… a tu edad seguro que te excitas con cualquiera…
-          No. Te aseguro que nunca se me ha puesto tan dura como hoy. Sería capaz de atravesarte las braguitas de un pollazo. –Jamás hubiera pensado ser capaz de decir aquel tipo de obscenidades a chica o mujer alguna, y mucho menos a mi propia madre, pero la excitación del momento derribaba cualquier tipo de cortapisa en mi vocabulario 
-          ¿Te vas a masturbar mirándome? ¿vas a imaginar que me haces el amor?
-          Por supuesto, mamá. Me has puesto tan cachondo que si no lo hago reviento.
 Me agarré la polla, y sin dejar de mirarla, comencé a bombearla como si no hubiera un mañana.
El rostro de mi madre reflejaba de forma manifiesta cuanto la excitaba verme masturbarme, pero necesitaba escuchar que aquello era en su honor.
-          ¿En qué piensas?
-          ¡Que te la estoy metiendo!
-          Anda. No seas bruto. Seguro que me engañas y piensas en alguna amiguita tuya.
-          ¡Que les den morcilla a mis amigas! ¡Yo solo quiero metértela a ti!
  Era verdad, no solo lo deseaba, sino que hubiera hecho cualquier cosa por conseguirlo, pero, estar masturbándome sin dejar de mirar su cuerpo superaba mis expectativas o fantasías más descabelladas.
-          Tengo 40 años, tengo el culo muy gordo, soy tu madre… no me mientas… ¿con quién fantaseas? Dímelo…
-          ¡Contigo, mamá! ¡Quiero metértela! ¡Quiero inundarte de leche el coño!
 Mi madre, sin perder detalle de mis gestos de placer o del movimiento de la mano bombeando sobre mi polla, acogía aquellas exclamaciones de deseo excitándose de forma creciente y, aunque evitaba tocarse, la lujuria de su rostro o sus pezones erguidos, lo ponían de manifiesto explícitamente.
 Sin dejar de masturbarme furiosamente, con los ojos devorando su cuerpo, y obsequiándola con todo tipo de exclamaciones de deseo a cuál más obscena, acabé corriéndome entre gemidos de placer, manchando el suelo de voluminosos regueros de leche ante la atenta mirada de mi madre, la cual pareció ver en el semen una prueba de mi deseo por ella.
-          ¡Halaaaa! Has puesto el suelo perdido, ahora tendré que fregarlo. Ja, ja, ja.
-          Ufff, perdóname, mamá… no he podido evitarlo…
-          ¿Te has quedado a gusto?
-          Uffff. No puedes imaginar cuanto, aunque… me ha faltado… metértela…
-          Ja, ja, ja.  Eso no. Soy tu madre. Una cosa es una cosa y otra… Esto es un juego… me ha encantado ver como disfrutas, una cosa es fantasear que lo haces y otra follarte a tu madre. Si quieres podemos jugar a esto más veces…. Pero lo otro…
 De haber sido menos inexperto, los pezones erectos emergiendo como iceberg bajo el sujetador de mi madre, y el azoramiento de su rostro, lejos de retraerme, me habrían alentado a insistir en mis pretensiones, pero, el respeto filial por cumplir con sus deseos y el temor a que mi insistencia lograra el efecto contrario y finalizasen los juegos, me hizo renunciar.
  Una vez finalizada la experiencia y vestidos los dos, fingiendo continuar con la normalidad hogareña, y mientras que mi madre reiniciaba sus habituales labores de ama de casa como si nada hubiera sucedido, mi mente lo rememoraba en un vano intento de encajar las piezas de un rompecabezas difícil de asimilar a un inexperto y hormonado chico como yo.
 Obviamente no me arrepentía de nada. Todo lo contrario, jamás había gozado tanto, y cualquier sentimiento de vergüenza había desaparecido por la complicidad y ambiente familiar con el que se había comportado mi madre.
 Pero no podía olvidar el tabú incestuoso de la experiencia, o aquella sorprendente e irrefrenable atracción exhibicionista evidenciada por mi madre, la cual, sin haber participado de otra forma qué exhibiéndose ante mí, había disfrutado tanto o más que yo masturbándome.
 Hubiera sido difícil asimilar todo aquello, aunque mi madre hubiera demostrado con anterioridad un carácter menos puritano, pero siempre había actuado como un ama de casa hogareña sin el menor atisbo de interés por algo relacionado lo más remotamente con lo erótico, y mucho menos con el exhibicionismo, por lo que me era aún más difícil de asimilar.
  Pasadas unas horas, y desinhibido por la experiencia –obviamente, sin la misma, y aunque mi carácter no hubiera sido tan tímido, jamás me hubiera atrevido a hablar de algo así con ella-
-          Entonces… ¿siempre te ha atraído exhibirte? – No me atreví a decir “excitado”. - Nunca lo hubiera sospechado.
-          Bueno… cada uno o una tiene sus morbos… es una historia muy larga…. Además… es imposible que lo supieras, aparte de alguna tontería como lo del probador, desde que me puse novia con tu padre evité cualquier tipo de experiencia.
-          Bueno… tengo tiempo para escucharte… tú ya conoces mis morbos…
-          ¿Todos?
-          Creo que sí, mamá.
-          ¿Desde cuándo fantaseas conmigo?
-          Bueno… a decir verdad… al principio solo me atraía la lencería… buscaba el descuido de tus amigas para espiarlas, con poco éxito, por cierto.
-          Ja, ja, ja. Lo sabía. Y ellas también, por eso tu escaso éxito. Aunque se perfectamente que a alguna de ellas les excita que las mires así.
-          ¿De verdad? No creo…
-          Ja, ja, ja. ¿Qué sabrás tú de los morbos de los demás? Siempre has sido demasiado inocente para darte cuenta de esas cosas.
-          Ufff. –Evité evidenciar un interés excesivo en conocer de cuál de sus amigas podría tratarse. -
-          ¿Y cuándo empezaste a fantasear conmigo?
-          Ahora creo que desde siempre, aunque aquello fuera tan vergonzoso para mí como para auto engañarme pensando que no.
-          Comprendo. Para mí tampoco ha sido fácil aceptar mis morbos…
-          El caso es que cuando me ponía tus braguitas sabía perfectamente que antes habían estado en contacto con tu sexo, aunque fingiera olvidarlo.
-          Lo imaginé cuando descubrí que las habías robado.
-          Mancharlas de leche era demasiado excitante como para una simple fantasía con otra mujer.
-          Claro.
-          Luego… cuando te exhibiste ante mí, perdí cualquier reparo en excitarme pensando en ti.
-          ¡Y tanto que has perdido los reparos!
-          Ja, ja, ja. Anda… ahora cuéntame cómo te iniciaste en esto.
-          Bueno… de jovencita, aparte de tímida como tú, estaba acomplejada porque era algo más rellenita que el resto de mis amigas, a las cuales piropeaban mucho más que a mí.
-          Vaya. Nunca has estado “rellenita”, solo tienes caderas anchas.
-          Entonces conocí a Nuria, si, la que tú conoces. Era parecida a mí y nos hicimos tan intimas amigas como para compartir cualquier tipo de confidencia.
-          Ostras.
-          El caso es que salíamos juntas habitualmente y perdimos los complejos notando que los hombres nos miraban con deseo a nuestro paso. Al parecer, a nuestra edad, estar algo rellenitas no impedía que también nos miraran así. Empezamos a hacer apuestas entre nosotras para ver a cuál de las dos nos habían mirado o piropeado más, y juegos inocentes de ese estilo.
-          Ufff.
-          Aquello pasó de ser un juego a provocarnos un morbo brutal. Como ya te he dicho, éramos tan intimas amigas como para atrevernos a confesarlo entre nosotras.  Obviamente, a nuestra edad y con nuestro carácter, por mucho que nos excitara aquello, tampoco queríamos pasar a mayores ni meternos en situaciones “peligrosas”, solo se trataba de un juego excitante que cada vez nos llamaba más la atención.
-          Me tienes en ascuas. Mamá.
-          El caso es que… sin haberlo premeditado… una tarde, charlando sentadas en un banco de madera de un parque público, notamos la mirada de un cincuentón que se encontraba sentado en otro banco frente al nuestro clavada en nuestra entrepierna. Llevábamos falditas cortas y supimos perfectamente que anhelaba pillarnos en algún descuido para vernos las braguitas.
-          Que cabrón.
-          Fue Nuria la que me lo hizo saber. Nos reímos, y sintiéndonos seguras por encontrarnos en un lugar tan transitado, decidimos fingir que seguíamos charlando sin percatarnos de nada mientras nos “descuidábamos” constantemente, permitiéndole disfrutar a su antojo de la visión de nuestras braguitas. Que aquel hombre, que a nosotras nos parecía poco menos que un abuelo nos mirara así, nos provocaba un morbo enorme.
-          ¿Y él no se dio cuenta de que lo hacíais queriendo? -Pregunté cada vez más excitado.-
-          Seguro que sí. Pero nosotras estábamos tan excitadas con el juego como para pensar que no.
-          Uffff.
-          El cincuentón disfrutó de lo lindo y, aunque ocultó lo que hacía colocándose una especie de mochila entre las piernas, la posición de su mano y el movimiento de la misma, nos hizo saber que se estaba masturbando.
-          Que pedazo de cabrón. Seguro que jamás se lo habían puesto tan fácil. Ja, ja, ja.
-          Aquello nos excitó enormemente. Jamás hubiéramos pensado que nosotras podríamos provocar tanto deseo en un hombre de aspecto tranquilo y pacifico como para arriesgarse a masturbarse allí mirándonos las braguitas.
-          Ufff.
-          Con seguridad se tuvo que dar cuenta de que nuestros descuidos no eran tales y que disfrutábamos dejándole mirar entre nuestras piernas. Tardó un cuarto de hora en acabar, y lo vimos limpiarse con una servilleta de papel. Tras ello se fue de allí como si nada hubiera ocurrido. Aquella experiencia nos provocó tal morbo como para desear repetirla, y más, cuando nuestra “integridad” no había sufrido peligro alguno. Habría bastado con gritar para llamar la atención de las innumerables personas que circulaban por allí.
-          Uff, me imagino lo que disfrutó aquel cincuentón.
-          Hubiera sido muy descarado volver al mismo sitio. Así que, días después, probamos en otros parques, pero nunca encontramos otra oportunidad similar, ya que, o eran sitios demasiado apartados o poco transitados, o el aspecto de quien podría mirarnos no nos ofrecía confianza.
-          Ya entiendo.
-          El caso que aquella experiencia nos había excitado tanto como para buscar otros métodos “sin riesgos” que nos satisfaccieran.
-          Uff.
-          Fue Nuria la que me animo a calentar a su hermano mayor. Yo la visitaba constantemente, y aunque en principio nunca me había mirado de forma obscena, mis descuidos le afectaron desde el primer momento.
-          ¿El hermano de Nuria? Uff.
-          Si, ya te digo, fue idea suya. En su casa, en su presencia, y tratándose de su hermano, pensamos que difícilmente se podría descontrolar la situación. A solas jamás lo hubiera hecho.
-          Ufff. Que suerte tuvo.
-          Pero… en cierta manera se descontroló. Nuria, celosa de aquellas miradas, también empezó a descuidarse. Nuestros juegos terminaron siendo tan evidentes para su hermano como para desear algo más que mirar.
-          ¡No jodas que intentó follaros a las dos! ¿A su hermana también?
-          Bueno… tanto no. Aunque seguro que lo hubiera hecho de haber podido. Pero acabó participando del juego masturbándose delante de nosotras mientras nos exhibíamos y acariciábamos frente a él.
-          ¿También os acariciabais? ¿Tú y Nuria? –Solo de imaginarlo mi polla podría reventar. -
-          Si. A él le encantaba vernos así.
-          ¡No me extraña! ¿Y a quién no?
-          Ja, ja, ja. Ya te he contado demasiado. No me extrañaría que estuvieras otra vez empalmado, Si lo sé no te digo nada.
 Sentado a su lado, con la mirada en su escote, no habría hecho falta mirar el bulto de mi pantalón para saber que así era.
-          Ufff, mamá. Me gustaría verte otra vez….
-          ¿Es que no me estás viendo?
-          ¡Mamá! Ya sabes a que me refiero...
-          Pero si ya me has visto antes. Ja, ja, ja.
-          No me canso de mirarte, mamá. Te quiero.
-          Que no. Ahora voy a mi dormitorio a cambiarme de ropa…. Espero que a nadie se le ocurra espiarme detrás de la puerta… Dijo en tono lascivo.
  Así lo hizo, dejándome en el salón ansioso por la expectativa que ofrecía aquel nuevo juego.
  No tardé en dirigirme a su dormitorio. La puerta se encontraba entreabierta, lo suficiente para ver todo lo que pasaba en su interior sin tener que entrar en el mismo.
  Ella pareció notar mi presencia sin tener que mirar en mi dirección. Se desnudó tan lentamente como pudo, quedando con la misma ropa interior con la que se había exhibido antes.
  Fingiendo desconocer mi presencia, comenzó contonear su cuerpo frente al espejo, como si estuviera buscando cualquier imperfección en el mismo.
 Mi polla podría reventar los pantalones en cualquier momento. La vi tocarse los pechos y mirarse el trasero poniéndose de perfil al espejo.
 Tras un buen rato contoneándose impúdicamente, procedió a rebuscar en el cajón de su lencería, no sin dejar de agacharse y poner el culo en pompa para deleitarme la mirada.
 Eligió entre la misma un conjunto de braguitas y sujetador de color negro.
 Primero se deshizo del sujetador que portaba. Sus pequeños pechos permanecieron tan firmes y erguidos como sospechaba. Se miró al espejo y, tras acariciarse los pechos, pude ver que los pezones se le erizaron de forma manifiesta hasta que los ocultó colocándose el nuevo sujetador.
 Comenzó a bajarse las braguitas. De forma lenta y paulatina el negro vello de su sexo fue quedando a mi vista.
 Era la primera vez que veía su abundante, aunque recortado en forma de triángulo, pelo ensortijado.
Ufff. Mi excitación no podía ser mayor. Tras la puerta del dormitorio, podría haberla derribado a pollazos en caso de que se cerrara por cualquier motivo.
 Mi madre. Sabiendo perfectamente que mis ojos se clavaban en su sexo, tardó unos segundos más en colocarse las braguitas negras.
  No podrían sentarle mejor. Se ajustaban a sus caderas como un guante. Desnuda, en lencería o vestida, me atraía de una forma irresistible.
 Era mi propia madre. Lo sabía perfectamente. Pero la deseaba con todas mis fuerzas. No solo la deseaba, sino que la necesitaba. Necesitaba hacerla mía. Penetrarla. Sentir como palpitaba de placer entre mis brazos. ¡Quería follarla!
 Me deshice de mis ropas de forma apresurada. Mi madre me vio entrar en el dormitorio con la polla apuntando a su cuerpo y con la mirada enfebrecida de un loco.
-          ¿Qué haces? ¿No me estarías espiando?
-          ¡No puedo aguantar más, mamá!
 Me abalancé hasta ella, sin que sus tímidos intentos lograran deshacer mis obscenos abrazos. Mis labios buscaron los suyos sin obtener resistencia cuando mi lengua penetró entre los mismos.
 Su lengua, extremadamente húmeda y caliente, se acopló a la mía como si se trataran de una sola.
 Mi polla se restregaba en su cuerpo como si pudiera penetrar por cualquier poro de su piel.
 El ímpetu del abrazo hizo que cayéramos sobre su cama.
-          No, hijo mío… no. -Imploró lastimeramente, aunque su cuerpo empujara en dirección a mi erección. –
-          Te necesito, mamá. Por favor…
-          No. Tócame si quieres… pero… otra cosa no… - Afectada por aquella inmensa demostración de deseo, el tono de su voz no podría ser menos restrictivo. –
  Sobé sus pechos, clavándoseme los pezones en las palmas de las manos. Sin llegar a quitárselo, el sujetador quedó completamente desbaratado por mis caricias, dejando un pecho al aire y el otro cubierto.
 Chupé el pezón que había quedado expuesto como si estuviera mamando.
 Intenté meter la mano bajo sus braguitas, pero me lo impidió como si hubiera tomado la tela de las mismas como la última barrera para evitar que la penetrara.
 Aún así, loco por sobarle el coño. Se lo acaricié por encima de las braguitas. La suave tela de las mismas no evitó que pudiera percibir el calor y la humedad de su palpitante sexo.
-          Mmmm, no sigas… no sigas ahí.
 Seguí mamando de su pecho e incrementé las caricias sobre su sexo.
-          Ufff. Qué coño más rico tienes, mamá.
-          No sigas… no… hijo mío… no, que me estas volviendo loca… mmmmm.
-           
Sus negativas se acompasaban a los gemidos más increíblemente obscenos. El placer la obligaba a cerrar los ojos, pero, ansiosa por ver mi cara de deseo, volvía a abrirlos constantemente.
  Mis caricias hicieron que, poco a poco, para facilitar las mismas, sus piernas respondieran abriéndose de par en par.
  Notando aquella apertura de piernas, cada vez más evidente, me incorporé buscando la mejor posición para penetrarla. Por muy inexperto que me tratara, sabía que, con las piernas cerradas, difícilmente podría hacerlo. 
  Con la polla apuntando a su sexo, sin otro obstáculo que las braguitas, y una gota de líquido pre seminal en la punta del mismo, mi madre me miraba como si no pudiera creerse que su hijo pudiera desear penetrarla, pero sus piernas permanecieron abiertas.
 Deseando aprovechar la oportunidad, ni siquiera perdí el tiempo en quitarle las braguitas, simplemente se las aparté de forma suficiente para que su sexo quedara expedito.
¡Voy a metérsela a mi madre!, ¡voy a metérsela! –Pensé sin decirlo en alto. –
 De forma tosca, ni siquiera encontré el lugar idóneo para penetrarla en el primer embate, al no haber orientado correctamente el miembro con la mano. Resbalando mi polla sobre su sexo de forma extravagante.
 Tras varios intentos fracasados, y creyendo que esa vez tampoco acertaría en el orificio, se la metí hasta el fondo embistiéndola como un toro bravo.
-          Ahhhhhhhh. ¡Menos mal que te he dicho que no me la metas!
-          Perdona, mamá. Ha sido sin querer…
-          ¿Sin querer? ¡Pues menos mal que ha sido sin querer!
 Sentí el calor húmedo de su coño envolviendo mi polla. Mis huevos chocaban con sus labios vaginales. El vello púbico de mi polla y el de su sexo se adhirieron entre sí.
 No podía sentir más placer, y eso que me había limitado a metérsela sin llegar a bombear las caderas.
 Mi madre me miraba fijamente escrutando en mi rostro cualquier signo de placer.
-          Estas dentro de mí… ¿te gusta?
-          No puedes imaginar cuanto, mamá.
-          Seguro que hubieras preferido metérsela a cualquier otra…
-          No te cambiaba por ninguna otra. Estas buenísima. Nunca sabrán lo que se perdieron el cincuentón pajillero o el hermano de Nuria… yo si he logrado metértela... –Su rostro encajó aquello lascivamente. -
-          Es que a ti te quiero…
-          Y yo a ti, mamá.
-          No te vayas a correr dentro de mi… sal antes…
  Comencé a bombear las caderas sobre su cuerpo.  Mi madre cerraba los ojos, abriéndolos de nuevo cuando mi polla volvía a embestirla.
-          Agsss…. ¿te gusta? ¿te gusta follarme?
-          Ufff. Estaría metiéndotela toda la vida, mamá.
 Su rostro no podría ser más lascivo. La vi morderse los labios y gesticular de forma cada vez más lujuriosa mientras mi polla entraba y salía de su cuerpo.
  Me abrazaba con fuerza, uniendo al de sus brazos el que formó con las piernas sobre mis espaldas.
  Aferrada a mi cuerpo, solo podía besarla y follarla sin descanso, sin que pudieran separarme de su cuerpo de forma alguna.
  Me estaba follando a mi madre, si, ¡a mi propia madre!, y esto, lejos de incomodarme o proporcionarme cualquier sentimiento de culpa o vergüenza, aumentaba la excitación y el placer de la experiencia a limites insospechables.
 No solo gozaba metiéndosela hasta el fondo, gozaba besándola, gozaba sintiendo sus pezones clavándose en mi pecho, o sintiéndome abrazado con fuerza inaudita.
 Sentía que la amaba, que nos unía una complicidad tan enorme como para compartir nuestros más íntimos secretos o morbos.
 A cada embestida, de su sexo emanaban sonidos húmedos sumamente obscenos, que denotaban hasta qué punto se encontraba lubricada.
  Noté que sus piernas se aferraban a mi cuerpo con más fuerza, así como un brutal incremento en sus gemidos.
-          Ahhhhhh, hijo mio……. ¡no pares, no pares! Agggssss.
  Me arañó la espalda fieramente. Se abrió de piernas como si quisiera sentir hasta el último milímetro de mi polla en sus entrañas. Su rostro se desencajó por completo en un gesto tan obsceno como para volverla irreconocible.
 El puritano y angelical rostro de mi madre desapareció por completo. En su lugar surgió el de la lascivia y el deseo más obsceno que se pueda imaginar.
-          ¡Me corro! ¡Me corro! Aggssssssssssssssssssssssssssssss.
 La vi desfallecer ante mis ojos, pero, aun así, y sin apenas fuerzas, seguía acogiendo mis embestidas con placer manteniendo sus piernas abiertas al máximo.
-          ¿Qué te pasa? ¿Por qué no te corres? ¿No te gusta metérmela?
-          Al contrario, mamá, Es que me gustaría estar dentro de ti toda la vida.
 Mi madre me miraba fijamente, disfrutando con mis gestos de placer.
  Supe que me iba a correr en cualquier momento, no podía aguantar tanto placer. Saqué la polla de aquel húmedo agujero. Volví a cubrir su sexo con la braguita que anteriormente había apartado. Apenas tuve que bombear dos veces mi polla para encharcarla de semen por completo.
 Su braguita empapó parte de los cuajarones de leche, pero algunos grumos se mantuvieron el tiempo suficiente para resaltar manifiestamente en contraste con el color negro de la tela.
 Extasiado de placer e hipnotizado por lo que para mí era algo sumamente morboso, como ver a mi madre con las braguitas empapadas de mi propia leche, exclamé:
-          Ufffffff. ¡Que a gusto me he quedado!
-          Ya veo, ya, no me explico donde almacenas tanta leche, voy a tener que quitarme las bragas que eres capaz de dejarme embarazada sin correrte dentro.
  A partir de aquel día, sin que nuestra normal relación materno-filial sufriera el menor cambio, entre nosotros surgió una complicidad erótica sin límites.
  Cualquier tipo de timidez se derrumbó en su presencia. Sin ella, mi carácter seguía siendo el mismo, por lo que nadie pudo notar el menor cambio en mi (y de haberlo notado, obviamente jamás hubieran imaginado el motivo), pero, a solas con mi madre, y con su absoluta complicidad, me transformaba en un chico tan desinhibido como para derribar cualquier tabú.

1 comentarios - Los Fetiches Reprimidos de Mama

grilo +1
👏👏👏👏