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La bombacha caliente de mi vecinita.

Podes empezar a leer por acá. Si te interesa al final del relato, tenés los links del principio de la historia.


 Una semana atrás mi vecina me regaló la bombacha que tenía puesta cuando se masturbó pensando en mí.  
 Después de haber recibido esa tanguita húmeda, manchada de flujo y llena de un sabor y un aroma que me llevaban al límite del deseo y de la desesperación, lo único que me faltaba de mi vecina, era poder estar a solas con ella y sacarme las ganas de probar ese néctar directamente de la fuente. Sabía con precisión todo lo que quería hacerle. Cada parte de su preciosa anatomía que quería palpar y estrujar. Cada centímetro de su cuerpo que quería lamer. Y si me hacía una idea muy concreta era por las fotos que ella no paraba de mandarme a cualquier hora del día. 
 La situación era engorrosa porque por momentos el celu no dejaba de sonar aún en presencia de mi mujer o mis hijos. Opté por silenciar sus mensajes. Pero una o dos veces al día buscaba un espacio de intimidad para poder disfrutar de esas imágenes y de esos audios que me mandaba. Esos audios, que me susurraba con su voz grave y seductora. Una voz que por momentos era tierna y denotaba su edad y que por momentos sugería una experiencia fuerte, una actitud de guerrera, de entrega total al momento del placer … 
“No sabés las ganas que tengo de probarte la pija. De imaginarlo se me hace agua la boca… Se me moja, mal, toda la conchita”
“Que ganas de sentirte la lengua limpiándome ésta chanchadita que acabo de hacer pensando en vos”
“¡No sabés! Me estoy metiendo tres deditos a fondo y con el dedo gordito me acaricio la cola. ¡Quiero que me cojas! Dale, busquemos la manera…”
“Quiero que me sometas y me cojas fuerte. Estoy re entregada a vos. Quiero que me cojas sin piedad…”
 Esas cosas que me decía me mataban. En el fondo era una situación de mierda, la cuarentena me tenía encerrado en casa, en familia, con la pija al palo, la vecina recontra entregada, pero sin la oportunidad de poder concretar. ¡Qué momentos de desesperación!
 Me imaginaba cómo sería el momento final del encuentro. Tanta calentura contenida. No sé por qué la vida me hacía este regalito. Suerte, supongo. No puedo definirlo de otra manera. Zoe, mi vecina, es un bombón muy fuera de mi alcance. Acaba de cumplir los 20 y yo ya pasé los 40. Jamás hubiera pensado que una pendeja me podría dar bola. Tampoco es que estoy hecho mierda, me cuido como la mayoría. Pero soy un tipo en pareja, con hijos, ya establecido. No se me hubiera ocurrido buscarla adrede. No se me pasaba por la cabeza estar con otra mina que no fuera mi mujer.
   Aparentemente eso es lo que le gustó a ella. Tiene esa fantasía. Estar con un tipo mayor. Quiere sentir cómo la coge un “Hombre”. Quiere entregarse entera a esa experiencia. Y ahí caí yo. Justito. La noche en que descubrió que la espiaba (me lo confesó después) ella ya me tenía visto. No sé bien cómo. En la calle supongo, saliendo con mi mujer, jugando con los chicos, lavando el auto, no sé. Y eso la calentó aún más y fue lo que terminó de hacerla decidirse a venir a casa aquella tarde. Había encontrado esa bombachita que yo había tratado de robarle y sabía que me tenía preso. Ella quería coger conmigo y lo iba a hacer a como dé lugar. No le importaba nada. Me tenía donde quería.
 Claro que a mí tampoco a esa altura me importaba nada. Es cierto que todo se podía ir al carajo, yo tenía toda una vida construida que podía derrumbarse inmediatamente si las cosas se sabían. Pero ¿qué podía hacer? ¿Qué opinan ustedes? ¿tenía que dejar pasar ésta oportunidad que la vida me servía en bandeja? 
 De todas maneras, como la puta cuarentena estaba a pleno en esos días, todo parecía más una broma de mal gusto que otra cosa. El plato estaba servido y caliente en mi mesa y yo tenía las manos atadas y barbijo en la boca. No podía mandarme a lo de mi vecina sin llamar la atención. Tenía que esperar a que no hubiera nadie en casa, porque, aunque me diera una vuelta excusándome de hacer compras corría el peligro de que me escucharan o me vieran al otro lado y tampoco iba a ser tan boludo de exponerme así. Era cuestión de tener paciencia y esperar la oportunidad. Pero ¡qué difícil!
 “Dale, no seas cagón. Te espero esta tarde para hacer la siesta juntitos…”
 “Si venís hoy te muestro cómo me queda éste conjuntito que estaba guardando para alguien especial…¡Shhhhhh! Viene con un agujerito a la altura de la colita y no sé para qué es. ¡Me venís a enseñar?...”
“¿Por qué no te escapás esta noche? Por una vez dejá de cogerte a tu mujer y vení a hacerme feliz a mí”
“¡No sabes la sed que tengo hoy! Si venís ahora me tomo toda la lechita…”
 La hija de puta estaba muy caliente. Igual comprendía y respetaba mi situación. Pero le gustaba tentarme. Mal. No paraba. Creo que también eso era parte de su fantasía. Sentirse tan entregada a alguien. Tan puta.
 Por otra parte, la tenía a Andrea, mi mujer, cada día más fogosa. No sé si sería un sexto sentido o si de alguna manera olía mi calentura, pero no paraba de buscarme a cada rato. 
 Eso de alguna manera me ayudaba a pasar el momento. El juego que veníamos haciendo con Andrea, de ella representando a la vecinita, había pasado a ser de nuestros favoritos a la hora del sexo. 
 Yo no podía creer que no le molestara que yo la imaginara y la llamara directamente con el nombre de la vecina, pero había algo ahí que también a ella la excitaba y mucho. Jugábamos a que me entregaba la cola virgen, a que me probaba la leche por primera vez, a que me dejaba atarla y aprovecharme de ella, hasta a que me cobraba. Esas eran algunas de las formas del juego que en general ella misma proponía y que yo notaba que disfrutaba a gran escala. Es como si esa fantasía de niña-mujer buscando un hombre maduro que la proteja a la cual entregarse completa fuera algo que ambas tenían en común. ¿O todas las mujeres tienen esa fantasía?
 Era el mes de mayo a pleno y el frio ya se hacía sentir. Me quería matar porque ya no tenía tantas excusas para salir a la terraza a la noche para poder ver el show que mi vecina me armaba a mí. Su único espectador. Así y todo, recuerdo la noche en que se masturbó agachada en cuatro sobre la cama, levantando la cola. Mostrándome cómo con una mano desde abajo jugaba con un consolador que se metía y sacaba de la concha mientras con la otra mano desde atrás se abría y se acariciaba la cola. Me quedó grabada la imagen de sus pechos cayendo en todo su peso, primero rozando la cama con los pezones y después, al momento de acabar, totalmente apoyados en la cama junto con su cara, que mordía fuerte la almohada. Esa pose en la que estaba hacía que deseara más ese culo en primer plano, ese orto totalmente entregado a quien pudiera poseerlo…. -y yo como un boludo, acá en la terraza, la puta madre, esperando el momento preciso… – pensaba.
 Las cosas empezaron a cambiar cuando permitieron las salidas de los menores el fin de semana. Ahí vislumbre que el momento de la concreción finalmente llegaría. Si tenía un poco de suerte, mi mujer aprovecharía a salir un rato con ellos ese sábado y yo tendría al menos una hora (o poco más) para mandarme al otro lado del muro y poder cogerme a Zoe.
 Finalmente iba a poder sentir esa piel que tanto deseaba. Probar esos pechos duros, acariciar ese pezón con piercing. Oler y saborear esa concha ardiente de cuya fragancia ya tenía impregnada mi memoria. Penetrar y poseer ese cuerpo caliente… Imaginaba la manera en que al metérsela se sentiría en cada milímetro de mi pija, imaginaba una conchita apretada, hirviente, pero jugosa, excitada, donde mi pija tendría que moverse despacio para no lastimar… La imaginaba sumisa, obediente a mis órdenes… entregada totalmente a mí y a mi deseo. 
 Y poco faltaba para el sábado. Con Zoe nos torturábamos a mensajes y con Andrea ya estaba todo arreglado: ella y los chicos saldrían un rato después de almorzar, se encontrarían al paso con dos amiguitos mientras mi mujer charlaba con la otra madre. Lo que me aseguraba, por lo menos, una horita. ¡Una hora! No es mucho. Pero… con la calentura que tenía yo a esa altura y que mi vecinita también decía tener… Iba a ser un momento explosivo, directo a los bifes. Sin vueltas. Algo puramente físico, casi sin palabras. 
¡Que emoción! Lo iba a hacer. Finalmente iba a probar otra piel que no fuera la de mi mujer. Después de tanto tiempo. Lo deseaba profundamente. 
 Pero las cosas se dieron de otro modo…
 Ese sábado antes del mediodía mi mujer me advirtió: - Mirá que no me estoy sintiendo muy bien para salir. - Ah. ¿No? – le contesté sintiendo que se me caía el mundo, y mordiéndome la lengua por dentro le pregunté. - ¿Queres que salga yo con los chicos hoy?
 Me dijo: - Puede ser, estoy como para estar en cama. Me siento un poco afiebrada. – La puta madre… ¿No será este virus de mierda? - le pregunte. – No. – Me dijo con esa sonrisa suya que me desarma y que me hizo sentir un poco culpable por el plan que tenía armado y que ahora se derrumbaba. – Seguro que si me relajo un rato en la cama se me pasa. ¿Hacemos así, amor? ¿Salís vos un rato entonces? – Me dice con los ojitos entrecerrados y cara compungida…
 -Si, mi vida. – Le digo y me quiero cortar las bolas.

 Esa tarde, después del suplicio de pasar la tarde con cuatro preadolescentes y la otra madre que no paraba de decir pelotudeces mientras me imaginaba lo que tendría que estar haciendo en ese momento según lo planeado y que quedaba postergado hasta una nueva oportunidad, llegando a casa caigo en la cuenta que encima la calentura acumulada ni siquiera la iba a poder bajar con mi esposa que no se sentía bien. Subo a la habitación para tantear el ambiente y por suerte la encuentro a mi mujer con mejor cara. Estaba acostada, pero con otro brillo en la cara. Le pregunto. - ¿Cómo te sentís? – Mucho mejor – Me dice con su sonrisa hermosa, pero sin abrir los ojos – Ahora quiero descansar un ratito que estoy agotada. 
-Si, descansa tranquila – Le digo, pensando en que a la noche ya repuesta me iba a desquitar en la cama, con ella, las ganas que tenía.
 Y entonces ella se acomodó en la cama, cruzó una pierna sobre el otro lado y le quedó al descubierto la cola.
 Y ahí sentí como si algo me atropellara…
¿Estoy viendo mal? ¿Qué pasó? ¿Cómo podía ser?
 Mi mujer, Andrea, llevaba puesta la bombachita rosa con el corazón rojo que yo le había robado a Zoe, mi vecinita.
 ¿¡Qué paso acá!?

Continúa acá:

http://www.poringa.net/posts/relatos/3752721/La-misteriosa-bombacha-de-mi-vecina.html



El principio de ésta historia:
Parte 1
https://poringa.net/posts/relatos/3700478/Las-bombachas-de-mi-vecina.html
Parte 2
https://poringa.net/posts/relatos/3709881/El-olor-de-la-bombacha-de-mi-vecinita.html
parte 3
https://poringa.net/posts/relatos/3717894/El-sabor-de-la-bombacha-de-mi-vecina.html

Otros relatos en:
 https://poringa.net/martinfcd/posts

5 comentarios - La bombacha caliente de mi vecinita.

diegoprey +1
Uff terrible hermano...q habrá pasado..jajaja...espero ansioso la continuación. Abrazo y van 10pts.
martinfcd
Se agradece. A la brevedad la continuación.
rom123lopz +1
jajaja tremendo
martinfcd +1
Me explota la cabeza. Jaja
rom123lopz +1
El morbo lpm jajaja
AmoVzla +1
DIos ese final espero la continuacion
martinfcd
Que pensas? Habrá sido casualidad? 😉
Allestar220 +1
Es para no creer ese final espero la continuación
martinfcd +1
Y lo que pasó después... Trataré de subirlo esta semana si llego.
Allestar220
@martinfcd excelente ojala puedas y ojala me tocara una vecina asi algun dia
leloir2010 +1
Que intriga por favor. Van punttos
martinfcd
Gracias!! Esta historia tiene morbo y suspenso.