Arrodillada en el piso tenía frente a mí, sentado en una silla desnudo, al señor Miguel con la verga bien erecta. Se había tomado la pastilla azul correspondiente y yo me había quitado la ropa frente a él hasta quedarme con el sostén y las bragas.
El señor Miguel era el dueño del edificio de departamentos dónde yo residía. Estábamos en el departamento ubicado en el último piso, que por ese entonces no estaba alquilado.
Con una mano sujeté su verga y con la otra masajeé sus testículos por un buen rato, mientras veía sus ojos azules apagados detrás de los lentes que él llevaba. Cuando me incliné para meter su pene en mi boca, su gran barriga me obstruyó gran parte de la vista, así que mejor cerré los ojos. Su regia verga no tenía nada que envidiar a las demás, calculé unos diecinueve centímetros y bastante gruesa, tanto que tuve que abrir la boca al máximo para poder encajarlo, además las venas sobresalían dándole un aspecto mucho más masculino. Mientras me lo metía hasta la mitad decidí no dejar de tocar sus bolas, con mis dedos jugueteaba con ellos.
Cuando volvía a la punta, daba varias vueltas con mi lengua prestando atención al prepucio y al glande, y luego volvía a meterlo hasta la mitad. Otra razón para cerrar los ojos era que el señor Miguel no se tomó la molestia de rasurarse sus partes, quizá no se tomó la molestia nunca en su vida. Una gruesa capa de vello púbico, negro en contraste con el blanco cabello que llevaba en la cabeza, hacia juego con el vello que le crecía por el vientre, las piernas y el pecho. El señor Miguel debía de ser el hombre más peludo que había visto de frente.
Tras unos minutos de repetir mi faena la situación pasó a otra sección. El señor me puso la mano en la cabeza, ambas, entrelazó sus dedos con mi cabello y con un lento pero fuerte jalón se hizo dueño del momento.
Desde el primer instante me obligó a tragar su pene tan entero como era. Instantáneamente llevé mis manos a mi espalda y me dejé llevar por su ritmo. El glande llegaba hasta mi campanilla y chocaba contra mi garganta. Tomé aire para respirar e intenté como pude aguantar las arcadas. De todas formas se me escaparon algunas. Pero el señor Miguel esperaba paciente a que me recupere e inmediatamente volvía a mover mi cabeza para que pueda tener su pene en lo profundo de mi boca. Sus pelos me hacían cosquillas en la nariz y en los labios mientras él me sujetaba y yo aguantaba todo lo posible.
Por lo visto, la señora del señor Miguel no hacía eso, pues le encantó tanto que toda la sesión de garganta profunda duró varios minutos. Había un charquito formado en el puso con la saliva que dejaba gotear justo debajo de él, no pareció importarle, seguía moviendo mi cabeza y deslizando su verga por mi garganta.
En algún momento decidió que ya era suficiente, o que quizás era mejor hacer otra cosa. Soltó mis cabellos y me dijo que me levantase. Me paré frente a él y tomándome de un brazo me dió la vuelta, para que le dé la espalda y el pueda tener mis nalgas a su disposición.
Mientras las manoseaba, besaba y mordía yo no dejaba de pensar en lo que había pasado. La pandemia continuaba, mientras los países dejaban de ser fuertes en sus controles los casos aumentaban indiferentes a las naciones pusiesen hacer. Tan solo en mi ciudad ya había cientos de fallecidos. En mi trabajo me habían puesto en claro que no estaba despedida, pero no podían pagarme la totalidad de mi sueldo pues la biblioteca donde yo ejercía dependía enteramente de las clases de la universidad. El dinero se acaba rápidamente y la mensualidad del departamento no se pagaría por si sola. Quizá hubiese podido ir a vivir con Andrea, pero la verdad era que tanto tiempo que ya había pasado con ella había sido suficiente para demostrarme que era mejor vivir sola. Irme con mi ex novia, hubiese resultado peor. También pude llamar a mis amigos y averiguar si no me acogían en sus hogares en vez de estar cambiando un mes de renta por sexo con el señor Miguel. Pero al menos de esta forma solo me follaban una vez al mes, en vez de, quizá, todas las noches a cambio de un hogar.
Mis pensamientos fallaron cuando los dedos del señor empezaron a explorar mi cuerpo. Gruesos dedos me rozaron los labios vaginales y tras un instante ingresaron en el interior. Respondí inclinándome para darle una mejor perspectiva y el señor lo aprovechó para enterrar su rostro entre mis nalgas. Una deliciosa sensación me recorrió en el momento que sentí su lengua recorrer desde mi ano hasta mi clítoris, todo mientras con dos de sus dedos me penetraba la vagina.
Para que entendáis mejor la escena, el señor Miguel, con su cerca de metro ochenta, sentando en una silla me devoraba todo el culo mientras yo estaba parada de espaldas a él. El glorioso momento se extendió por un tiempo, luego me bajó las bragas de un tirón, me las deslizó por los pies para después desprenderme el sostén.
Totalmente desnuda me volvió a girar y jalándome me subió encima suyo a horcajadas, montándole como a un caballo, porque a diferencia de él yo apenas alcanzo los metro sesenta. Con cada pierna a un costado apenas podía pararme de puntitas y su verga ya apretaba contra mi vulva. El señor Miguel, tomándome de la cintura con ambas manos me hizo bajar lentamente y su pene se hundió dentro mío. Para cuando mis pies estaban firmemente pisando el piso sus bolas eran las que ahora apretaban la vulva. La penetración fue completa y en ese exacto segundo una corriente eléctrica me recorrió el cuerpo, los siguientes segundos, también.
Lo monté con animos y fuerzas mientras gemía a viva voz. El pene estaba tan tieso que lo sentía exageradamente bien dentro mío. La barriga del señor Miguel rozaba contra mi vientre mientras yo subía y bajada sobre su mástil de carne. Saltaba sobre él y me encantaba, llegué al orgasmo en algún punto mucho antes de que mis piernas me exigiesen detenerme. El señor Miguel no desaprovechó oportunidad, en todo el momento que duró la montada me manoseó a conciencia las tetas que se bamboleaban frente a él.
Exhausta por el frenético esfuerzo físico tuve que detenerme. El señor también respiraba exaltado, se lo notaba que estaba en las últimas, quizá para beneficio mío, él debería de rondar los cincuenta años y con su no precisamente perfecto estado físico mucho no podía hacerme, era mejor para mí dejarlo fuera de combate lo más rápido posible. O al menos eso creía.
Me había detenido pero aún seguía sobre él con su pene bien clavado dentro. Descansaba unos segundos pensando en que mi próximo movimiento sería volver a arrodillarme y hacerle un buen sexo oral, mi propio sabor no me desagradaba y de paso lo remataba de una vez por todas. Congelada en mi lapso de reposo, el señor Miguel me rodeó con sus brazos moviéndose ligeramente dentro mío. Empezó a acariciar mi espalda, bajando y subiendo y agradecí mentalmente sus caricias. Su pene dentro se sentía absolutamente glorioso.
Sus manos bajaron a mis nalgas y estuvimos un rato así, conectados a través de su pene mientras él se divertía con mis nalgas. De imprevisto, uno de sus dedos resbaló muy conscientemente hacia mi ano. Yo di un saltito inconsciente de reacción y por la cara que debí de haber puesto el señor Miguel lo alejó inmediatamente. Se quedó mirándome, como pidiendo permiso. No lo pensé demasiado, "qué más da" dijo en silencio mi mente y coloqué mis manos sobre sus hombros asintiendo con la cabeza para luego acomodarme en su cuello, bien pegaba a él.
Fue bastante delicado y el momento fue bastante íntimo. Imaginadme a mí, bajita y pelirroja, blanca como la leche, sentada con las piernas abiertas y con diecinueve centímetros de verga clavada en mi vagina, sobre un señor que fácilmente podía haber sido mi padre, que me quitaba cabeza y media, bastante y por mucho más grande que yo, quién me abrazaba con fuerzas mientras yo descansaba en uno de sus hombros. Todo ésto mientras sus manos me abrían las nalgas para poder meter y sacar sus dedos de mi ano. Estuvo penetrando mi culo por casi tres minutos, hasta que por fin podía meterme dos dedos con relativa facilidad. Todo lubricado con mis propios jugos y con la saliva que el señor Miguel se llevaba de la boca a mi culo con sus dedos.
Con el esfínter ya dilatado, nos levantamos de la silla y me dejé guiar por el señor, su pene había salido ya de mí pero seguía con el dedo del medio metido en mi ano y através del cual me guiaba hasta la pared más cercana.
Me apoyé a ella con ambas manos. A pesar de todo lo que pensé el señor si tenía fuerzas suficientes para follarme por sí mismo, quizá no fuera tan viejo como suponía. Sacó su dedo de mi culo y colocó su verga en la entrada, sentí como una pequeña parte de él ya entraba por si solo.
Como él era mucho más alto que yo, tuve, de nuevo, que ponerme de puntitas y aún así el señor tuvo que agacharse un poco para que la penetración fuese horizontal y de esa forma, más pasable para mí.
Creía que iba a ofrecerle más resistencia pero me defraudé a mí misma cuando, con un empujón, su pene entró en mi recto, se detuvo cuando estuvo a la mitad dentro y siguió hasta que quedé empalada. Aunque más que largo fue el grosor lo que me sorprendió; sentía mi ano tan abierto y lleno que por un momento grité cuando el pánico se apoderó de mí. El señor Miguel me sujetó por la nuca y mi mejilla quedó pegada a la pared y tras esperar a que superase mi breve escena, empezó a follarme.
Minutos después yo estaba tan tranquila como puede estar alguien siendo penetrada analmente por alguien que busca eyacular y no le importa nada más. Eso quiere decir, gimiendo desesperadamente.
Mis gemidos se volvieron más gluturales y más de una vez me quitó un grito ahogado. Mis nalgas sonaban con nada embestida y el pene usaba mi recto como un forro mientras entraba y salía en una precipitada penetración.
Mis piernas temblaban y me sostenía apenas con las las puntas de mis pies y tenía la sensación de que si los levantaba del suelo iba a quedar suspendida en el aire entre la pared y la verga del señor Miguel.
Duró más de lo que predije. Lo suficiente como para desear no haber dicho que sí. Me iba a doler el ano por días, y sin embargo, esta vez, mi útero fue quién me defraudó cuando se rindió ante el masaje que le ofrecía el pene desde el conducto vecino. Vibró dentro de mí y otro orgasmo me sacudió.
De imprevisto el señor Miguel sacó su pene de mi ano y me informó que iba a acabar en ese mismo instante. Quedé desorientada, pensé que iba llenarme el culo con semen y no entendí que hacer, así que cuando me sujetó de la cabeza y me empujó hacia el suelo caí sentada sobre mis nalgas. Me puso el pene en la boca y se desató el clímax. Saqué la lengua, pensaba cerrar la boca después y ofrecerle el espectáculo de ver mi rostro cubierto de su semen. Cuando eyaculó el primer espasmo lanzó débilmente unas gotitas de semen. Sentí su sabor salado y ácido en la lengua, pero las gotas eran muy pocas. ¿Acaso era resultado de su edad? Comprendí tarde mi error, me descuidé y aparté la lengua dejando mi boca abierta justo cuando, con el segundo y ya verdadero espasmo, un enorme y tibio chorro de semen entró en mi boca y chocó directamente con el fondo de mi garganta con tanta fuerza que sentí la salpicadura por toda mi boca.
No tiempo tuve que atragantarme debidamente porque acto seguido el señor Miguel empujó con su cuerpo entero y el glande entró en mi boca justo cuando iba a cerrarlo. Retiré la cabeza hacia atrás pero solo me topé con la pared, atrapada entre su pene y ella, no pude moverme mientras el señor, con otros espasmos más terminaba de eyacular en mi boca.
Incluso después de eso se quedó completamente inmóvil. Entendí de inmediato lo que debía hacer.
Aunque su pene estuvo en mi vagina y en mi recto, aunque había descargado muchísima cantidad de semen en mi boca, cerré la función por el mejor final de todos. Empecé a chuparlo lentamente, metiéndolo hasta donde pude. La mezcla de sabores, míos y suyos, fue extraña y atrayente. Chupé dos veces mas y tragué, en dos pasos, todo lo que tenía en la boca sin quitar su glande. El señor Miguel gimió y supe que lo había hecho bien. Cuando ya no tuve nada de tragar seguí chupando y por último me lo metí por completo.
Mientras me estoy vistiendo el señor Miguel me dice que fue glorioso. Mi ego sube hasta las nubes y me propone lo que quería oír, sexo una vez al mes a cambio de alojamiento. Es perfecto solo por un detalle, el precio me parece injusto y le subo a, al menos, tres veces por mes. Al fin y al cabo, tengo un buen departamento.
El señor Miguel era el dueño del edificio de departamentos dónde yo residía. Estábamos en el departamento ubicado en el último piso, que por ese entonces no estaba alquilado.
Con una mano sujeté su verga y con la otra masajeé sus testículos por un buen rato, mientras veía sus ojos azules apagados detrás de los lentes que él llevaba. Cuando me incliné para meter su pene en mi boca, su gran barriga me obstruyó gran parte de la vista, así que mejor cerré los ojos. Su regia verga no tenía nada que envidiar a las demás, calculé unos diecinueve centímetros y bastante gruesa, tanto que tuve que abrir la boca al máximo para poder encajarlo, además las venas sobresalían dándole un aspecto mucho más masculino. Mientras me lo metía hasta la mitad decidí no dejar de tocar sus bolas, con mis dedos jugueteaba con ellos.
Cuando volvía a la punta, daba varias vueltas con mi lengua prestando atención al prepucio y al glande, y luego volvía a meterlo hasta la mitad. Otra razón para cerrar los ojos era que el señor Miguel no se tomó la molestia de rasurarse sus partes, quizá no se tomó la molestia nunca en su vida. Una gruesa capa de vello púbico, negro en contraste con el blanco cabello que llevaba en la cabeza, hacia juego con el vello que le crecía por el vientre, las piernas y el pecho. El señor Miguel debía de ser el hombre más peludo que había visto de frente.
Tras unos minutos de repetir mi faena la situación pasó a otra sección. El señor me puso la mano en la cabeza, ambas, entrelazó sus dedos con mi cabello y con un lento pero fuerte jalón se hizo dueño del momento.
Desde el primer instante me obligó a tragar su pene tan entero como era. Instantáneamente llevé mis manos a mi espalda y me dejé llevar por su ritmo. El glande llegaba hasta mi campanilla y chocaba contra mi garganta. Tomé aire para respirar e intenté como pude aguantar las arcadas. De todas formas se me escaparon algunas. Pero el señor Miguel esperaba paciente a que me recupere e inmediatamente volvía a mover mi cabeza para que pueda tener su pene en lo profundo de mi boca. Sus pelos me hacían cosquillas en la nariz y en los labios mientras él me sujetaba y yo aguantaba todo lo posible.
Por lo visto, la señora del señor Miguel no hacía eso, pues le encantó tanto que toda la sesión de garganta profunda duró varios minutos. Había un charquito formado en el puso con la saliva que dejaba gotear justo debajo de él, no pareció importarle, seguía moviendo mi cabeza y deslizando su verga por mi garganta.
En algún momento decidió que ya era suficiente, o que quizás era mejor hacer otra cosa. Soltó mis cabellos y me dijo que me levantase. Me paré frente a él y tomándome de un brazo me dió la vuelta, para que le dé la espalda y el pueda tener mis nalgas a su disposición.
Mientras las manoseaba, besaba y mordía yo no dejaba de pensar en lo que había pasado. La pandemia continuaba, mientras los países dejaban de ser fuertes en sus controles los casos aumentaban indiferentes a las naciones pusiesen hacer. Tan solo en mi ciudad ya había cientos de fallecidos. En mi trabajo me habían puesto en claro que no estaba despedida, pero no podían pagarme la totalidad de mi sueldo pues la biblioteca donde yo ejercía dependía enteramente de las clases de la universidad. El dinero se acaba rápidamente y la mensualidad del departamento no se pagaría por si sola. Quizá hubiese podido ir a vivir con Andrea, pero la verdad era que tanto tiempo que ya había pasado con ella había sido suficiente para demostrarme que era mejor vivir sola. Irme con mi ex novia, hubiese resultado peor. También pude llamar a mis amigos y averiguar si no me acogían en sus hogares en vez de estar cambiando un mes de renta por sexo con el señor Miguel. Pero al menos de esta forma solo me follaban una vez al mes, en vez de, quizá, todas las noches a cambio de un hogar.
Mis pensamientos fallaron cuando los dedos del señor empezaron a explorar mi cuerpo. Gruesos dedos me rozaron los labios vaginales y tras un instante ingresaron en el interior. Respondí inclinándome para darle una mejor perspectiva y el señor lo aprovechó para enterrar su rostro entre mis nalgas. Una deliciosa sensación me recorrió en el momento que sentí su lengua recorrer desde mi ano hasta mi clítoris, todo mientras con dos de sus dedos me penetraba la vagina.
Para que entendáis mejor la escena, el señor Miguel, con su cerca de metro ochenta, sentando en una silla me devoraba todo el culo mientras yo estaba parada de espaldas a él. El glorioso momento se extendió por un tiempo, luego me bajó las bragas de un tirón, me las deslizó por los pies para después desprenderme el sostén.
Totalmente desnuda me volvió a girar y jalándome me subió encima suyo a horcajadas, montándole como a un caballo, porque a diferencia de él yo apenas alcanzo los metro sesenta. Con cada pierna a un costado apenas podía pararme de puntitas y su verga ya apretaba contra mi vulva. El señor Miguel, tomándome de la cintura con ambas manos me hizo bajar lentamente y su pene se hundió dentro mío. Para cuando mis pies estaban firmemente pisando el piso sus bolas eran las que ahora apretaban la vulva. La penetración fue completa y en ese exacto segundo una corriente eléctrica me recorrió el cuerpo, los siguientes segundos, también.
Lo monté con animos y fuerzas mientras gemía a viva voz. El pene estaba tan tieso que lo sentía exageradamente bien dentro mío. La barriga del señor Miguel rozaba contra mi vientre mientras yo subía y bajada sobre su mástil de carne. Saltaba sobre él y me encantaba, llegué al orgasmo en algún punto mucho antes de que mis piernas me exigiesen detenerme. El señor Miguel no desaprovechó oportunidad, en todo el momento que duró la montada me manoseó a conciencia las tetas que se bamboleaban frente a él.
Exhausta por el frenético esfuerzo físico tuve que detenerme. El señor también respiraba exaltado, se lo notaba que estaba en las últimas, quizá para beneficio mío, él debería de rondar los cincuenta años y con su no precisamente perfecto estado físico mucho no podía hacerme, era mejor para mí dejarlo fuera de combate lo más rápido posible. O al menos eso creía.
Me había detenido pero aún seguía sobre él con su pene bien clavado dentro. Descansaba unos segundos pensando en que mi próximo movimiento sería volver a arrodillarme y hacerle un buen sexo oral, mi propio sabor no me desagradaba y de paso lo remataba de una vez por todas. Congelada en mi lapso de reposo, el señor Miguel me rodeó con sus brazos moviéndose ligeramente dentro mío. Empezó a acariciar mi espalda, bajando y subiendo y agradecí mentalmente sus caricias. Su pene dentro se sentía absolutamente glorioso.
Sus manos bajaron a mis nalgas y estuvimos un rato así, conectados a través de su pene mientras él se divertía con mis nalgas. De imprevisto, uno de sus dedos resbaló muy conscientemente hacia mi ano. Yo di un saltito inconsciente de reacción y por la cara que debí de haber puesto el señor Miguel lo alejó inmediatamente. Se quedó mirándome, como pidiendo permiso. No lo pensé demasiado, "qué más da" dijo en silencio mi mente y coloqué mis manos sobre sus hombros asintiendo con la cabeza para luego acomodarme en su cuello, bien pegaba a él.
Fue bastante delicado y el momento fue bastante íntimo. Imaginadme a mí, bajita y pelirroja, blanca como la leche, sentada con las piernas abiertas y con diecinueve centímetros de verga clavada en mi vagina, sobre un señor que fácilmente podía haber sido mi padre, que me quitaba cabeza y media, bastante y por mucho más grande que yo, quién me abrazaba con fuerzas mientras yo descansaba en uno de sus hombros. Todo ésto mientras sus manos me abrían las nalgas para poder meter y sacar sus dedos de mi ano. Estuvo penetrando mi culo por casi tres minutos, hasta que por fin podía meterme dos dedos con relativa facilidad. Todo lubricado con mis propios jugos y con la saliva que el señor Miguel se llevaba de la boca a mi culo con sus dedos.
Con el esfínter ya dilatado, nos levantamos de la silla y me dejé guiar por el señor, su pene había salido ya de mí pero seguía con el dedo del medio metido en mi ano y através del cual me guiaba hasta la pared más cercana.
Me apoyé a ella con ambas manos. A pesar de todo lo que pensé el señor si tenía fuerzas suficientes para follarme por sí mismo, quizá no fuera tan viejo como suponía. Sacó su dedo de mi culo y colocó su verga en la entrada, sentí como una pequeña parte de él ya entraba por si solo.
Como él era mucho más alto que yo, tuve, de nuevo, que ponerme de puntitas y aún así el señor tuvo que agacharse un poco para que la penetración fuese horizontal y de esa forma, más pasable para mí.
Creía que iba a ofrecerle más resistencia pero me defraudé a mí misma cuando, con un empujón, su pene entró en mi recto, se detuvo cuando estuvo a la mitad dentro y siguió hasta que quedé empalada. Aunque más que largo fue el grosor lo que me sorprendió; sentía mi ano tan abierto y lleno que por un momento grité cuando el pánico se apoderó de mí. El señor Miguel me sujetó por la nuca y mi mejilla quedó pegada a la pared y tras esperar a que superase mi breve escena, empezó a follarme.
Minutos después yo estaba tan tranquila como puede estar alguien siendo penetrada analmente por alguien que busca eyacular y no le importa nada más. Eso quiere decir, gimiendo desesperadamente.
Mis gemidos se volvieron más gluturales y más de una vez me quitó un grito ahogado. Mis nalgas sonaban con nada embestida y el pene usaba mi recto como un forro mientras entraba y salía en una precipitada penetración.
Mis piernas temblaban y me sostenía apenas con las las puntas de mis pies y tenía la sensación de que si los levantaba del suelo iba a quedar suspendida en el aire entre la pared y la verga del señor Miguel.
Duró más de lo que predije. Lo suficiente como para desear no haber dicho que sí. Me iba a doler el ano por días, y sin embargo, esta vez, mi útero fue quién me defraudó cuando se rindió ante el masaje que le ofrecía el pene desde el conducto vecino. Vibró dentro de mí y otro orgasmo me sacudió.
De imprevisto el señor Miguel sacó su pene de mi ano y me informó que iba a acabar en ese mismo instante. Quedé desorientada, pensé que iba llenarme el culo con semen y no entendí que hacer, así que cuando me sujetó de la cabeza y me empujó hacia el suelo caí sentada sobre mis nalgas. Me puso el pene en la boca y se desató el clímax. Saqué la lengua, pensaba cerrar la boca después y ofrecerle el espectáculo de ver mi rostro cubierto de su semen. Cuando eyaculó el primer espasmo lanzó débilmente unas gotitas de semen. Sentí su sabor salado y ácido en la lengua, pero las gotas eran muy pocas. ¿Acaso era resultado de su edad? Comprendí tarde mi error, me descuidé y aparté la lengua dejando mi boca abierta justo cuando, con el segundo y ya verdadero espasmo, un enorme y tibio chorro de semen entró en mi boca y chocó directamente con el fondo de mi garganta con tanta fuerza que sentí la salpicadura por toda mi boca.
No tiempo tuve que atragantarme debidamente porque acto seguido el señor Miguel empujó con su cuerpo entero y el glande entró en mi boca justo cuando iba a cerrarlo. Retiré la cabeza hacia atrás pero solo me topé con la pared, atrapada entre su pene y ella, no pude moverme mientras el señor, con otros espasmos más terminaba de eyacular en mi boca.
Incluso después de eso se quedó completamente inmóvil. Entendí de inmediato lo que debía hacer.
Aunque su pene estuvo en mi vagina y en mi recto, aunque había descargado muchísima cantidad de semen en mi boca, cerré la función por el mejor final de todos. Empecé a chuparlo lentamente, metiéndolo hasta donde pude. La mezcla de sabores, míos y suyos, fue extraña y atrayente. Chupé dos veces mas y tragué, en dos pasos, todo lo que tenía en la boca sin quitar su glande. El señor Miguel gimió y supe que lo había hecho bien. Cuando ya no tuve nada de tragar seguí chupando y por último me lo metí por completo.
Mientras me estoy vistiendo el señor Miguel me dice que fue glorioso. Mi ego sube hasta las nubes y me propone lo que quería oír, sexo una vez al mes a cambio de alojamiento. Es perfecto solo por un detalle, el precio me parece injusto y le subo a, al menos, tres veces por mes. Al fin y al cabo, tengo un buen departamento.
5 comentarios - Pagando la renta en tiempos de pandemia.
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