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Mi fantasma de zapatos chuecos

"Frío. Frío, frío. Todo oscuridad. 
Solo, solo, solo. La noche.... se va. 
Vuelven los recuerdos... desde chiquilín. 
Daría mi vida... por volver... allí" 

Así empieza una de las canciones mas hermosas que conozco. Para quién la conozca le hago llegar mis felicitaciones por tan agudo y melancólico oído. Para quienes no, los invito a googlear. Aviso que hay que estar muy relajado para disfrutarla como se merece. 
Ésa misma canción oigo una madrugada fría de junio en el centro de la Capital de Buenos Aires. De aquellas mañanas antiguas en las que el frío era frío y junio era invierno. Serán las séis si es que lo son. Sin ver un reloj; aquella mañana podría vestirse de medianoche si se lo propone. Me duelen las orejas, los dedos y me arden las mejillas. Un frío que quema. En mi mente y recuerdos estoy mucho mas lejos, o quizá no tan lejos. En un frío campo del Uruguay. Un país que idolatro y al que le daré muchos tributos a lo largo de mis relatos. Húmedo y nublado. Tomando mate y comiendo torta fritas de la noche anterior. El sol siempre se levanta mas temprano en los terrenos desnudos de edificios. Se cuela en las arboledas. Los perros, siempre fieles, están echados a los pies sobre un acolchado viejo. Con la cabeza apoyada entre las patas. Dormitando pero atentos. Mi abuelo, su padre y su propio abuelo eran personas de campo. De ésas que comían lo que cazaban o pescaban. Su vida, sedentaria pero dinámica, estaba llena de historias paranormales. Encuentros con criaturas salidas del folclore popular. Una suerte de mitología criolla. De pibe o gurí, como prefieran decir, me embelesaba oyendo historias donde los protagonistas eran personas de mi propia sangre. Enfrentándose a sus propios demonios. Con miedo, si, pero sin recular. Con el pasar de los años y mi capacidad de raciocinio fue desarrollándose; comprendí que tales historias cambiaban detalles o momentos. Si sucedía por simple fábula o porque los achaques de la vejez hacían su mala pasada, desconozco. A mi edad adulta y gozando del privilegio de contar aún con mi abuelo sigo escuchando las historias con la misma pasión, y a veces un poco, exagerando las sorpresas para darle un gustito al viejito. El bocinazo de un camión de proveedores me trae con violencia de vuelta al siglo XXI y a la jungla de metal. 
 Entro a trabajar a las 7hs así que a las 5:55 debía estar tomando el colectivo que me lleva a Recoleta. De ahí camino unas cuantas cuadras para acercarme a mi trabajo. No es que esté demasiado lejos. Es que el colectivo, el único que me deja bien, da muchas vueltas. 
- Disculpa. ¿Hace mucho esperas?
- ¿Como? perdona, no te escuché - Me saco los auriculares. cuando me giro a verla enseguida me llama la atención. Por simple lógica no es una chica común y corriente. Es de baja estatura y cuerpo pequeñito. Le llevo varias cabezas. Es cierto que yo soy alto; a mis doce años, cuando participé en el torneo de Voley del colegio ya medía el metro ochenta y cinco que tengo actualmente. Así que para verme levanta bastante los ojos. Sus ojos. Ojos azules. Un azul tormentoso. Ojos grandes que contrastan y apenas si dejan espacio para su nariz. Una nariz pequeña como ella. Naricita tímida que pareciera pedir permiso para ocupar su lugar en una cara ya de por sí pequeña. Su boca es acorde, fiel a su simetría con labios finos. El pelo exige devotos detalles. Lo lleva negro. Negro como la madrugada/noche que nos rodea. Mas de una vez me quedaría pensando en los minutos que le lleva preparar su pelo todas las mañanas. Un abultado flequillo cubre su frente y hasta sus cejas. Mas tarde o mas temprano me enteraría que ese estilo de pelo lo llaman, en algunas partes del mundo aunque no se en Argentina, "corte Cleopatra". Lo lleva largo, pasando un poco los hombros. Viste el negro con encanto. Tapado de cuero largo. Calzas, supongo yo que son térmicas y minifalda. Botas hasta las rodillas. Negro. Negro es su color. Lo lleva con elegancia, no es una oda al darkismo. Simplemente es el color de ella. Pero todo ésto queda minimizado ante algo mucho mas llamativo. Algo que te hace verla, apartar la vista solo para volver a verla una segunda vez con mas atención. Su piel. Su piel blanca. Tiene la piel mas blanca y limpia que vi en mi vida. 
- Que si hace mucho esperas el colectivo. El que va para Recoleta. 
- Ah. Eh... si, osea un rato. Ponele diez minutos - Mi boca habla sola, una reacción instintiva que tiene el cuerpo al hacer determinadas cosas. Como antaño te preguntaban la hora por la calle cuando llevabas reloj de pulsera. Antes de que todos tuviésemos un celular y uno decía la hora antes de siquiera fijarse las manecillas. Mi mente... mi mente está muy lejos; empapándose en la tormenta de sus ojos. 
- Voy a llegar tarde - Dice y se cruza de brazos. Ese día no volvemos a cruzar palabra. 

 Pasan los días, las semanas y la sigo viendo. Siempre ocurre mas o menos la misma secuencia. Llego a la parada; a los pocos minutos ella, siempre detrás mío. Luego llega el colectivo. Subimos y está abarrotado de gente. A veces quedamos cerca, otras bien lejos. Mas de una vez miro para donde ella está, la veo con intriga mas que nada. Movimiento de gente hace que se abran y entonces la veo. Ella me está mirando. Bajamos la cabeza sonriendo. Amores de transporte público. Pocas veces quedamos uno al lado del otro. O uno detrás del otro. Ésos son los viajes mas lindos. No me pierdo detalle; dirán que soy un sátiro pero no la miraba con lascivia. Me resultaba intrigante. Como un personaje salido de la cabeza de los Grimm. Ella me devuelve todas las miradas y algunas van con sonrisitas cómplices. 

 Ya habíamos hablado en varias ocasiones pero, a pesar de éso, no pude adquirir muchos detalles de su vida personal. Supe que tiene veintidós años y que tiene una hermana mayor viviendo en Brasil; el resto es nada. Ella, por el contrario, le gustaba saber de mi. Era ávida en preguntas poco comunes. Le gustaba saber mi color favorito; cual consideraba que era mi mayor defecto y como mi mayor virtud lo contrarrestaba; de que países venían mis antepasados; la historia de mi apellido; si me había quebrado algún hueso; en qué cosas me gustaría ser habilidoso. Era un cuestionario por demás surtido pero lejos de ser inoportuno. Preguntaba con verdadero interés. Y me miraba a los ojos. Casi no parpadeaba. Puedo decir que el tiempo que compartimos hizo que se forjara una amistad. Hasta que ella se baja dos paradas antes que yo. Nos despedíamos con un beso y cada uno por su lado. 

 Cierta vez; una mañana igual de fría que en la que nos conocimos pero con el agregado de una intensa tormenta; nos encontramos solos en la parada bajo un techo. Nos vimos y nos saludamos. Yo tenía bastante frío. Contrario a ella que solo llevaba las manos en los bolsillos del abrigo. Todo me resultaba extraño y fascinante. 
- ¿Tenés frío? - Me dice. 
- ¿Vos no? Frío y lluvia. Como para no tenerlo - Le contesto. 
Sin decir palabra, se acerca y me abraza. Me abraza por la cintura y apoya su cabeza en mi pecho. Yo le devuelvo el abrazo a la altura de sus hombros. 
- No quiero ir hoy. 
- ¿Al laburo? - Le pregunto. En eso llega el colectivo. 
- ¿Vamos? - Me dice y hace un gesto para que agarre su mano. Lo hago y subimos. Casi no hay gente arriba. El piso está mojado y hacia afuera de las ventanas no se ve nada. Viajamos agarrados de la mano. Su cabeza descansa en mi hombro. Estando cerca de donde ella suele bajar me pregunta nuevamente: 
- ¿Vamos? - Respondo sin hablar. Me levanto y bajamos. 
- ¿Para donde agarramos? 
- Para el lado del cementerio, una amiga está de viaje y me dejo el departamento para que se lo cuide - Haciendo un rápido escaneo geográfico de la ciudad le digo: 
- Vamos a caminar unas cuantas cuadras. Estamos un poco lejos, ¿no? ¿No preferís que vayamos en un taxi? 
- Vamos caminando. Total hoy no vas a trabajar. ¿O si? 
- Dale, vamos - Le digo sonriendo. 

 Empezamos a caminar y hablar. Esta vez se soltó mas, está mas relajada y habla. Habla de que se siente agotada, no me dice de qué. No se lo pregunto tampoco. Ella habla y yo escucho. Escucho y la miro. Camina evitando charcos y baldosas flojas. Cada tanto se tambalea pero no la dejo caer. Tiene una delicada torpeza. Me gusta verla caminar. 

 Llegamos sin darme cuenta. Entramos a un edificio que da justo enfrente al cementerio de Recoleta. Subimos en el ascensor. Ahí nos besamos. Tardamos unos segundos en salir al pasillo. Luego entramos en el departamento. Nos recibe un gata mariposa, gorda y simpática. Ella le hace unos mimos y me invita a sentarme en un cómodo sillón de varios cuerpos. Un ventanal enorme anfitriona la ciudad y un gran trozo del cementerio. Ya son pasadas las siete de la mañana. Pero aún es de noche y la tormenta no ayuda a esclarecer. Doy aviso en el trabajo que no voy a ir. Ella hace un par de cosas por la casa y luego aparece. Se cambió la ropa. Tiene una camiseta de manga larga aguamarina con la caricatura de un brocoli diciendo "trust me, i'm good". Pantalón largo de pijama y medias de colores. 
Apaga la luz del living y quedamos en penumbras. Apenas iluminados por las luces ajenas de la ciudad y los intermitentes relámpagos. Se sienta a mi lado y nos volvemos a abrazar. Luego de un rato nos besamos. Besos suaves y tranquilos. Relajados, sin prisa. Su lengua es pequeñita y su aliento dulce. Sus besos son bocanadas de aire fresco. Me desnuda. Quita capas y capas de ropa gruesa hasta llegar a mi piel. Me lame el cuerpo. La dejo hacer. Un relámpago estalla con furia en el cielo de Buenos Aires compartiendo energía liberada. Parte de esa energía ilumina el departamento durante menos de un segundo, como el flash de una cámara fotográfica. Y la veo bien. La veo viéndome directo a los ojos mientras besa suavemente mi pene. No es una felación enérgica. Lo degusta con calma y paciencia. Engulle un poco, lo pinta de saliva y lo vuelve a besar. Y me mira, no deja de mirarme. Casi no parpadea y se mete en mi psiquis. Mi cabeza da vueltas en esa fría mañana. Una mujer salida de un cuento surrealista está ahí, dándome sexo oral. Que me lleve consigo de donde sea que haya salido. Me siento embriagado. Me enderezo y la vuelvo a besar. Ésta vez con mas energía. Ella se adapta a mi brío. La levanto sobre mi. Pesa lo mismo que el aire. Es alzar un ánima de cuerpo físico y cálido. En pocos movimientos queda liberada de su pantalón y se penetra en mi. Apenas lo hace frunce el ceño y se levanta un poco pero sin salirse. 
- ¿Te lastimé? - Le pregunto con sincero interés. 
Ella niega con la cabeza y vuelve a bajar. De a poco, sin prisa. Se va clavando en mi. Beso sus pechos y la abrazo. Llega a la base de mi pelvis y ahí se queda. Me levanto y la recuesto en el sillón quedando sobre ella. Comienzo a friccionar nuestros sexos mezclados. Apenas la oigo gemir. Está relajada. Se deja hacer y yo la tomo. Cuando siento que sus músculos se empiezan a contraer, su vulva oprime mi pene y con la respiración agitada tiene su primer orgasmo del día. Yo; voy detrás de ella y acabo. Amago salir pero ella me retiene. Me obliga a quedarme dentro y derramo mi eyaculación en su interior. 
 Luego de un rato la gata gorda demanda atención y nos acomodamos para hacerle un lugar. Se viste y a media mañana preparamos juntos un desayuno con lo que hay. Afuera sigue la tormenta pero ya es de día. Observo las venas celestes de sus manos serpenteando por debajo de una finísima capa de piel. Uñas al natural de un color violeta blancuzco. 
- ¿Vamos a la habitación? - Me invita mirándome a los ojos. Ojos de tormenta. Yo obedezco todo lo que me propone. 
 Nos desnudamos mutuamente y ahí es cuando termino de perderme. Unas horas antes; durante nuestro primer encuentro, la habitación estaba en penumbras. Ahora no. Ahora la veo a plena claridad del día. Su piel blanca. Piel transparente y sin marcas. No hay piercing. No hay tatuajes. Tampoco hay cicatrices de nada, ni marcas. No hay un solo lunar. Es una papel blanco, inmaculado y sin contaminación alguna. Lo único que aplica algo de color son dos pequeños pezones rosados en unos pechos pequeños y acordes a su cuerpito. Es una muñequita de porcelana. 
 En la cama nos amamos. Besos, lamidas y chupones. caricias, abrazos y algunos pequeños rasguños de ella en mi espalda, como la firma de algo real en una historia de ensueños. Esta vez soy yo quién besa su sexo. Le como los labios y el clítoris con avidez. Ella se retuerce pero no dice palabra. Solo pocos gemidos guturales. Se moja y acaba. Se levanta y me da un efusivo beso absorbiendo sus propios jugos. Acomodándose cerca del borde de la cama me invita a que la penetre. Mojada, caliente y dilatada como está; mi pene entra resbalando sin complicaciones. Levanta la cabeza hacia atrás y yo me arqueo sobre su espalda y nos hacemos el amor mutuamente. Un poco me muevo yo; otro tanto ella. Froto sus pezones y responden enseguida al tacto. Noto un fuerte enrojecimiento en sus mejillas y orejas. Acaba por tercera vez y me pide que le avise cuando yo esté cerca. Obedezco cada uno de sus mandatos, no me queda otra. 
- ¡Ya.... estoy por acabar! - Le digo al oído. 
Ella se sale de mi y arrodillándose se come mi pene y la eyaculación que le ofrezco. Sigue saboreando mi sexo hasta dejarlo limpio. Nos bañamos y dormimos unos minutos. Despertamos y nos volvemos a amar. Hasta que llega la atardecer y con eso la noche. Le pregunto si vuelve para su casa que, supongo yo, está cerca de la mía ya que todos los días tomamos el mismo colectivo en la misma parada. 
- Me quedo acá - Me dice y nos regalamos un tierno beso. 
 A la mañana siguiente no la veo. Supuse que era normal si pasó la noche allá. Luego me empiezo a extrañar cuando no la veo en el resto de la semana. Termino por preocuparme cuando no la veo en el resto del mes. Una tarde voy hasta edificio. Toco el timbre del departamento pero no me contesta nadie. Espero un poco y cuando aparece el encargado le pregunto si sabe de la persona de dicho departamento. Me dice que la mujer que vivía ahí se mudó hace poco. Le pregunto si alguna vez la vio con una amiga y le describo a ella. Se encoje de hombros. 
- No se, pibe. La mina no estaba nunca en el departamento. Es bióloga de no se qué y se la pasaba en el sur. Por lo que me contaron se mudo para allá. La verdad ni idea. - Y sin mas se pone a barrer la vereda. 
Sin darle la importancia que se merece tal situación. ¿No entiende que él es la única conexión que tengo a ella? ¿Como puede estar mas preocupado de los papelitos en la vereda que de la chica salida de un cuento surrealista? Me vuelvo a mi casa consternado. Con preguntas y con pasados alternativos bailando en mi cabeza. "¿Y si le hubiese pedido el número de celular?; ¿O por ahí el Facebook?; ¿La dirección de la casa?" Y si.... Y si.... 
 Al rato de haber llegado a casa suena mi teléfono de línea. Cuando contesto es mi abuelo. Me alegra escuchar su voz; se lo nota sano y fuerte. Como un roble. Hablamos de todo un poco y antes de colgar me dice: 
- ¡Bo, gurí! A ver cuando venís a vernos. Así te cuento las historias de fantasmas que escuchabas de botija. 
- Y por ahí hasta te puedo contar una yo - Le digo. Medio en broma, medio enserio. 

 Y si bien el campo está llenito de historias ricas en seres mitológicos; Buenos Aires también tiene recovecos, entre sus enormes moles de acero, para guardar alguna que otra historia sobrenatural. 

Omití el nombre de ésta chica en particular para dejar un poco mas de misterio en todo el desarrollo de la historia. Su nombre era/es Ágata. Cuando me lo dijo me pareció tremendamente antiguo, al igual que ustedes ahora leyéndolo. Ella debió leer mi expresión (¿o mi mente?) y dijo: 
- Muy viejo, ¿no? 
- Jaja si. Parece del siglo XX. 
- Del XIX; de hecho.

1 comentarios - Mi fantasma de zapatos chuecos

Pervberto +1
Es lo que pasa con ciertos fantasmas. Se disfrutan una y otra vez.
Fedepatan +1
Lo que daría por disfrutarla una vez mas