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Siento atrasarme en escribir (Marisol dice que debo dos sábados aparte del que describiré ahora), pero mis niñas aprendieron que mi laptop no solo es inútil para hacer waffles, sino que además, tampoco uso mayonesa para prepararlos.
(Y ¿Para qué ocultarlo? Quise aprovechar y tomarme unos días libres…)
Pero antes de empezar, debo mencionar lo ocurrido en el cumpleaños de mis gemelas.
Bastían cumplirá 4 años en diciembre. Tiene cabello castaño (gen recesivo de mi madre o de algún pariente de Sonia), aunque lleva mis rizos y mi mentón rechoncho, pero tiene la sagaz mirada de su madre, junto con sus intensos ojos negros.
A diferencia de las pequeñas, es mucho más tranquilo. Prefiere jugar a solas, con sus autos, aunque no se rehúsa a cuando las pequeñas le invitan a correr y perseguirse o perseguir a nuestra perrita.
Sin embargo, y muy parecido a mí a su edad, sabe más de los horarios y tiene sus shows favoritos que debe ver casi con puntualidad religiosa.
Aun así, las niñas lo ven como un “hermano/hijo”, puesto que en una oportunidad que les hizo enfadar, Verito le gritó con que “no me prestaría como papá nunca más”.
Mi hijo empezó a llorar más por el grito que por las palabras. Pero tuve que explicarle a las niñas que él es tan hijo mío como lo son ellas o como lo es Alicia, con la única diferencia que no vivo con su madre.
Marisol, como excelente compañera y esposa, les aclaró que Sonia también me quiere, pero su amor con la tía Elena no le deja tener hijos y que como he sido un buen papá, le “presté mi semillita” para que pudiese tener un bebe.
Y es así que llegamos a la sexta fiesta de cumpleaños de las pequeñas.
Por supuesto que teníamos que invitar a su hermano favorito, junto con Sonia y Elena. Pero además, teníamos que invitar a Sarah y a Brenda, dado que en más de una ocasión, se han tenido que quedar en su casa.
Sarah y Brenda llegaron alrededor de las 3, con un pastel de duraznos y algunos regalos. Vestía un pantalón y chaqueta color lúcuma, muy elegante, con una camisa blanca de fondo y al verme en mi breve saludo (puesto que estaba preparando los bocadillos), sonrió con una ternura angelical, gracias a sus cabellos rubios y sus placidos ojos celestes.
Brenda, por otro lado, llegó mucho más callada y parecida al periodo que venía de niñera. Trenzó sus cabellos dorados en coletas y vestía unos bermudas y una camisa sin mangas de color blanco.
Pero el contraste llegó 15 minutos después.
A Sarah le sorprendió que rompiésemos una vez más nuestra “burbuja familiar”, pero Marisol fue presurosa para explicarle que Bastían es el “amigo más cercano” de nuestras niñas.
Mientras que Elena me saludó con una mirada casi glacial, mi jefa, con mayor confianza, no se conformó con un saludo a la distancia como el que me dio Elena, sino que se ubicó a mi lado y me besó en la mejilla, ante el desconcierto y ligera molestia de Sarah, quien desconocía la identidad de la mujer que me saludaba con tanta familiaridad y que como efecto resultante, se acercó a mi esposa, para que la presentase.
Ese día, Sonia venía con sus acostumbradas faldas de cuero negra, que hacían juego con sus medias y sus botas de tacón y una camisa con vuelo color verde oscuro. Pero a pesar de su llamativa vestimenta, tenía cierta sobriedad y aunque destacaba muy bien su excelente figura, no puedes decir que intentaba seducir.
Elena, por otro lado, era más “neutral”. Vestía unos jeans y una camisa con un leve escote, junto con su estilizado bouffant rubio, pero su mirada fría indicaba que no estaba tan contenta de verme.
Como mencioné, en esos momentos, me hallaba encerrado en la cocina, friendo las bolitas de arroz rellenas con queso que las niñas tanto me habían encargado para comer y algunas brochetas de carne para el picoteo de los adultos.
Cuando salí de la cocina de la cocina, Bastían vino corriendo a abrazarme entre las piernas, ocasionando un desconcertante descalabro en Sarah y la sonrisa de satisfacción en Sonia, al ver el cariño de nuestro hijo.
Volví una vez más a la cocina, para traer jugos y tragos y me encontré a mi regreso a Sonia conversando de forma muy amena con mi vecina.
* Él es su padre.- Alcancé a oír, cuando les servía las copas.
Los finos rasgos nórdicos de Sarah eran propios de una película de terror, pero Sonia disfrutaba con ese tormento, mirándome con cierta picardía.
Aun así, no pudo contener su risa y rectificó.
* Es su padre putativo.
Y fue entonces que, de alguna manera, nos acomodamos en el living, con tragos en mano (Brenda incluida) para escuchar “su anécdota…”
Empezó a hablar de “Marco”, un vividor empedernido, que tenía amantes por montones (y cuyo nombre no le pasó desapercibido a Sarah, puesto que es el alias que empleo para realizar la reservación en el hotel) y que siempre le había gustado y daba la casualidad que durante ese verano, pasaría de visita por la ciudad.
Luego de conversarlo con Elena (que tenía el rostro un poco menos agrio que yo), le convenció para que pudiese pasar una noche con él y ver la posibilidad de quedar embarazada.
Sin embargo, todo cambió cuando empezó a hablar de “mí”, en contraste del mencionado “Marco”
* Él era mi mejor amigo cuando trabajábamos.-comenzó, mirándome con mayor calidez.- Éramos compañeros de trabajo y él ya quería casarse con Marisol, para venir a vivir a Australia.
En esta oportunidad, fue Marisol la que empezó a enrojecer de vergüenza.
* Y dio la casualidad que nos encontramos en un congreso para la compañía. Elena y yo acabábamos de empezar como pareja y me alegré de verle. Seguía casado con Marisol y vivía en Adelaide. Pero cuando supo que tuve un bebé y lo estaba criando, vino a trabajar conmigo.
Sonia sonrió de una forma maravillosa, prácticamente enternecida.
* Ya deben saber cómo es él.-comentó avergonzada.- Sus hijas son un encanto y no quería que a mi hijo le faltara un padre. Así que él pasó a ser el padre de Bastían.
Según Marisol, le encantó la forma en que Sonia lo dijo, dado que nuestras miradas se encontraron y podía percibir el amor en su mirada.
Por otra parte, a mí me parecía ver agradecimiento en sus ojos, lo que me desconcertaba, dado que Bastían también es mi hijo querido.
Y por otra parte, Brenda y Sarah me miraron con cierta conformidad. A pesar de conocer por primera vez a Sonia, sus palabras le hacían peso, ya que también me conocen en otras facetas.
Pero así pasamos al último sábado de mayo.
Algo tuvo que influir ver a Sonia, pero esa tarde, Sarah se veía diferente. Es decir, al igual que Sonia, Sarah no se viste de manera demasiado provocativa. Pero sí difieren en actitud.
A lo que me refiero es que ese día, Sarah se veía más confiada, más risueña y bromista, que lo acostumbrado, haciéndole ver más radiante y atractiva. Un pantalón color lúcuma, una blusa negra y una camisa blanca complementaban su belleza.
En el trayecto, fuimos conversando de trivialidades, hasta que llegamos a la farmacia de la última vez, donde me pidió que parase.
* Necesito comprar algo…- confesó con una sonrisa pícara y enigmática.
- ¡Te acompaño!- respondí, leyendo sus intenciones.
Y mientras hacíamos la fila, le explicaba que debía comprar la pastilla del día después y no el pack de anticonceptivos común, dado que su efecto es acumulativo y el cuerpo de la mujer tarda un par de días en asimilarlo. También mencioné algo de los dispositivos intrauterinos (lo que recordaba de mis conversaciones con mi uróloga Debbie), pero no en tanto detalle, porque no lo hemos investigado con mi esposa.
Sarah sonreía con alivio bajo la máscara al haberle orientado, mientras que la señora que nos antecedía y la joven que le acompañaba trataban de prestar oído discreto a mis palabras.
En el hotel, dio la casualidad que nuestra habitación estaba ocupada, que ocasionó entre lástima y nerviosismo en el administrador y también en Sarah. Pero para mí, que he sido más obsesionado con las rupturas de rutina, no lo consideré tan grave.
Pero una vez entrando en la habitación nueva, todo eso quedó lado.
Le decía a Marisol que en esos momentos, era una delicia tomar a una mujer como Sarah y es que las diferencias culturales también se reflejan.
Para empezar, ella ya estaba más sumisa y me dejaba actuar con mayor libertad. Se dejaba besar y que asiera su cintura hacia mi cuerpo sin oposición, aunque todavía era renuente a tocarme más allá de las muñecas.
Pero cuando empezaba a besar su cuello y a inmiscuir mis dedos en el cinto de su pantalón, empezaba a suspirar más acelerada.
* ¿Te gustan… mis pantalones?-preguntaba, mientras lamía el contorno de su clavícula. – Los escogí… para ti…
Paré de besarla unos momentos y sonreí, halagado.
- No, los odio. -Confesé.
* ¿Qué?
Aproveché de estamparle un gran beso en la boca, haciéndola que cerrase los ojos y trastabillase un poco, perdiendo el equilibrio.
- Lo siento, pero me gustan más las faldas.- respondí, cuando volvía de su suplicio.
* ¿Faldas?
- ¡Lo sé! ¡Es denigrante!-respondí, estirando el elástico que favorecía el acceso a su inexplorado sexo y recordando los argumentos que escuchaba en la oficina.- Pero ¿Qué te puedo decir? ¡Me encantan!
* Pero yo…
Le interrumpí de nuevo, metiendo y sacando suavemente mis dedos de su interior y cortando su diálogo con mi inquieta lengua.
* Es que con Marisol, lo podemos hacer todo el tiempo.- me excusé, haciéndole estremecer levemente.- Podemos ir a la cocina y hacerlo ahí mismo.
Se irguió levemente al escuchar eso.
* Y si quiero hacerle sexo oral, es solo cosa de agacharme y levantar su falda.
Dicho y hecho, ya había descubierto su sexo y me abocaba incesantemente a probar su maravilloso manjar, protegido por una sorpresiva tanga triangular blanca, más deportiva y lasciva que la ropa que normalmente usa.
Como ya es su costumbre, afirmaba mi cabeza con sus poderosos y carnosos brazos, apresándome con mayor posesión hacia su sexo, mientras que yo, cada vez más tentado por la malicia, incrustaba mis dedos por el contorno de sus nalgas, armando campo para penetrarla eventualmente por detrás.
Luego de un espacio de 10, 15 minutos, donde acabó alrededor de unas 3 veces en mi boca, me puse de pie.
Su rostro era lindísimo: algunas gotas de sudor adornaban su frente, mientras que sus labios, levemente hinchados, resoplaban sin compás.
Sus ojitos celestes me miraron complacidos, pero su atención se fue hacia lo que colgaba entre mis piernas, haciéndole titubear levemente.
Sentía mi pene hinchado y viscoso y su vagina todavía palpitaba y se contraía ocasionalmente. Solté un suspiro y empecé a ingresar el glande.
Le contaba a Marisol que Sarah seguía estando muy apretada, al punto que tenía que cerrar los ojos a medida que la iba metiendo y literalmente, irla forzando y abriéndome paso.
Pero a medida que empezó a ponerse más fluido, nos pudimos mirar más y atender nuestros sentidos restantes.
Le explicaba a Marisol que no podía aguantarme las ganas de apretarle los pechos y le intentaba demostrar pobremente que la consistencia de sus pechos era completamente distinta, porque los de Sarah son mucho más maleables que los suyos y resultó bastante curioso cómo esa combinación de dolor y placer encantó a mi esposa.
Pero para Sarah, se notaba que no la trataban de esa manera hace mucho tiempo, porque a pesar que mis tórridos besos arrasaban con sus labios, sus ojos todavía se notaban llenos de pavor.
Y aun así, Marisol se fue dando cuenta cómo he ido cambiando mis gustos, porque a pesar que me encantan los pechos, mis manos se terminaron posando en su trasero y fui embistiendo con mayor fuerza y rapidez, buscando alcanzar el clímax en su copa de placer.
Sarah soltó un quejido cargado de gozo cuando me vine en su interior, al punto que empezó a sollozar, a medida que me iba derramando en su interior. Pero luego de eso, me fue abrazando tiernamente.
Nos mirábamos y podía sentir feliz que permanecía hinchado en su interior.
Fue entonces que le pregunté si podíamos hacerlo otra vez, a lo que me respondió con una sonrisa inquieta.
Esa vez, la hicimos de vaquera, aprovechando de agarrarle los pechos y jugar con sus pezones hasta el aburrimiento, mientras que ella buscaba enterrarme cada vez, un poco más profundo en ella.
Pero cuando sentía que no aguantaría más y que quería alcanzar el orgasmo en sus labios, la tomé por sus sudorosas y ricas nalgas, enterrándosela más adentro y arrancándole un quejido y la obligué a que se acostara, quedando a escasos centímetros de mi rostro, por lo que la pude besar intensamente mientras me venía.
Luego de acurrucarnos y descansar un poco, empezamos a conversar, diciendo ella que le gustaría estar más tiempo conmigo.
Por mi parte, estaba de acuerdo. Pero con la pandemia y mis hijas y ella con Brenda, sería difícil poder pasar una noche entera juntos, idea que pareció sorprenderla.
Mientras ella lavaba su sexo, no podía dejar de contemplar su trasero e inconscientemente, me masajeaba, para regular la circulación, espectáculo que ella, a su vez, contemplaba con mayor atención.
Pero al volver al estacionamiento de nuestros departamentos y antes de bajar, aprovechamos la privacidad para besarnos una vez más y prometernos que nos volveríamos a ver en 2 semanas más.
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2 comentarios - El siguiente nivel (II)
Saludos amigos