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La mágica noche con un maduro

Aquella noche de luna brillante salí rápidamente de la oficina pequeña donde diariamente desarrollaba mis días.
Tomé un taxi y me dirigí hacia el 28 del edificio Diamante.
Sabía perfectamente lo que pasaría aquella noche.
Y yo lo había planeado.
Al llegar al edificio dude un poco de entrar y hacerlo, pero al final opte por llevarlo a cabo.
Al tomar el ascensor las piernas me temblaban y mi respiración iba de prisa.
Al llegar a la puerta ya tenía la llave en mis manos, así que la introduje y abrí lentamente.
Camine por el recibidor con paso lento, y llegué hasta la recámara.
Una vez mas, abrí la puerta y una tenue luz azul eléctrico me recibió.
Frente a mi estaba una amplia ventana con vista a la ciudad, y al costado una puerta rumbo al balcón.
Pero al entrar vi a Larry y aquella desesperación interna desapareció.
Su presencia me dio seguridad y calma.
Al escuchar mi llegada, Larry volteó a mirarme, lo hizo por tres segundos con su mirada profunda, pero después la volvió hacia lo que en un principio veía, que era la oscura ciudad.
Me acerqué hacia él y sólo hasta estar frente a frente pude hablar.
– ¿De verdad quieres hacerlo? – pregunté con recelo.
Su mirada se dirigió a mi y me vio con ojos compasivos; su respuesta no fue inmediata, pero la hizo:
– Lo quiero hacer – respondió firme.
– ¿No importa tu esposa, tu hija?
– Ellas.
-se detuvo-.
Iza me ha olvidado, sólo vive conmigo por el papel, y mi hija.
realmente no le importa.
Comencemos, por favor.
No sabía que hacer, así que el me señaló sentarme en sus piernas.
Deje en el suelo el maletín que llevaba, y así lo hice.
Sus amplias piernas eran cómodas, y sentía tranquilidad.
– ¿Quieres contarme tu día? -vitaciné.
Su respuesta fue un no con la cabeza.
Fue una señal.
En aquel pequeño asiento negro sobraban unos espacios a los lados de Larry.
Coloqué mis piernas ahí, dobladas.
Ahora estábamos frente a frente.
No sabía como comenzar, pero me acerqué a su oído: – Te he extrañado mucho – susurré.
Sus manos las colocó en mi cintura.
Me alejé un poco, hasta colocar mis labios en su mejilla derecha.
Así rozaron.
Sin despegarme mucho los dirigí hacia su boca.
Ahí me esperaban carnosos labios entre abiertos.
No dudé más y comencé a besarlo y el hizo lo mismo.
Era aquel primer beso que tanto deseábamos.
El primer beso que nunca se olvida.
Poco a poco la velocidad de nuestras bocas aumentaba, sus manos apretaban mi cintura y mis glúteos en círculos.
El movimiento delicioso del beso aumentó, mis dientes razgaban sus labios y a ambos nos encantaba la sensación.
Me separaba, pero el se acercaba pidiendo más.
En un momento mi lengua entró en su boca y ambas chocaron, convirtiéndose aquello en un juego.
Fue cuando el me tomó en sus brazos y avanzó hasta la cama, donde me acostó y me besaba desesperadamente encima mío.
– ¡Oh, Ari! Me encantas – Me besaba más-.
Te amo, te amo
Comenzó a desabrochar mi camisa, donde al terminar beso mi pecho.
Era mi turno, así que ahora el se recostó y me senté encima suyo.
Ahí los besos no faltaron, mi lengua recorría sus labios dentro y fuera, y también desabrochaba su camisa.
Sus amplios bisceps se marcaban en la camisa blanca.
Posteriormente recorrí mis manos hasta su pantalón.
Toqué su miembro y el gimió.
Abrí su cinturón y pantalón, e hice lo mismo con el mío mientras el me veía excitado.
– Por favor, ya -suplicaba.
Bajé de la cama y me coloqué en cuclillas sobre la alfombra del suelo.
Me acerqué a su pantalón, donde lo despojé de su boxer negro.
Su miembro salió disparado de su escondite.
Su largo miembro con pocas venas, con vello recortado y un líquido transparente saliendo de la punta.
Él se enderezó un poco, sosteniéndose sobre sus codos.
Mi mirada iba de su miembro y directo a sus ojos.
Mi boca se acercó a su flamante miembro, donde lo tomé con las manos e introduje sólo la amplia punta en mi boca.
Succioné.
Con mi lengua vertí el líquido preseminal; Larry cerraba los ojos.
Después introduje gran parte del largo y ancho miembro en mi boca, ante la mirada atenta de Larry.
Volví a chupar y lo metía y sacaba lentamente de mi boca.
En aquel momento su mano izquierda se dirigió hacia mi cabeza pero la detuve.
– Déjame hacerlo sólo – pedí.
Con mi mano derecha lo impulse hacia la cama para que se recostara sobre su espalda.
Lo hizo y comencé a meterme lo más que podía de aquel mástil de 18 centímetros.
Cada uno de aquellos dieciocho que debía mamar para dar placer a Larry, porque quería hacerlo.
Más tarde mi mano agarró la suya y la coloqué en mi cabeza para que ahora él tomará el control.
Sin dudarlo, mi hombre de tez morena impulsó al principio de manera lenta, pero decidida.
Después optó por más profundo, hasta que las arcadas de mi garganta lo excitaban más; lo supe por los gemidos de alto nivel que lanzaba, las veces que repetía mi nombre y el líquido preseminal que salía de la punta de su delicioso amigo.
El disfrute se prolongó unos minutos más, hasta que inesperadamente se enderezó, con cariño me alzó y besó mi boca llena de su líquido transparente; y con un beso francés ambos disfrutamos la escena.
Pero fue diferente.
Su boca me transmitía un cierto agradecimiento, a pesar de que Larry me comunicaba su excitación por la fuerza de sus movimientos, incluso a la hora de besar (algo que descubrí en esa corta noche), en ese momento me daba a conocer su amor, su cariño, y comprobé que aquello que días antes habíamos hablado respecto a este día, era cierto: el me amaba.
En un momento se detuvo, se separó de mi centímetros y me miro fijamente.
Sus pequeños ojos marrones me miraban, y dijo
– Es la hora.
– Yo asentí.
Se volvió a recostar en la cama, mientras yo sacaba el preservativo del bolsillo que llevaba.
Me acerqué firme hacia sus piernas, y las toqué.
Aquellas anchas piernas que tanto me gustaban, y que eran mi fetiche (fue lo que pasó por mi mente en el momento).
Tomé el pequeño cuadrito metalico, con cuidado lo abrí y salió el condón de látex con lubricante.
Me acerqué hacia el miembro de Larry, con cuidado lo coloqué en la punta y desenrollé hasta la base.
Ahora lucía aún más suculento.
Aplique un poco más de lubricante que traía conmigo y me coloqué en cuatro sobre la cama.
Larry se levantó, sin mirar nada escuché como tomaba la botella de lubricante, la abría, colocaba un poco entre sus dedos y, posteriormente, sentí lo fresco sobre mi estrecho agujero.
Más tarde una presión invadía mi área: era el momento de ser penetrado por mi amado amante.
Su miembro se abría paso entre mis glúteos, dejando un rastro de algo como agua.
No pude evitar soltar un suspiro y un gemido de dolor.
Una de sus manos la coloco en mi lumbar y otra sobre la línea de mi espalda.
Su pierna derecha poco a poco rozaba mi cuerpo, y fue ahí donde sentí la apertura de mi ano.
Larry ingresaba a mi cuerpo, y cada milímetro dejaba un rastro de dolor.
Cuando por fin entró su miembro por completo permaneció inmóvil en su posición; su respiración la sentía sobre mi nuca, y susurro mi nombre un breve segundo.
Inesperadamente, salió de mi casi por completo, y arremetió hasta el fondo de mi recto.
Me fui imposible no soltar un gemido fuerte, que pareció gustarle a mi amado.
Su risa la escuchaba y poco a poco comenzó la roca penetración.
Delante y atrás su cuerpo se movía, su miembro salía y entraba dejando placer y sensaciones no antes conocidas por mi ano.
El vacío que dejaba se complementaba con la fuerza a la que me sometía poco después.
Con una pierna en el suelo y otra sobre la cama a mi costado, era que podía tomar ventaja para moverse y hacerme suyo en cada penetrada.
Su pene dentro parecía que se expandía, mi corazón latía con fuerza y temblaba completo.
En mi espalda sentía algo recorrer y que bajaba hasta mis glúteos y se perdía.
Era el sudor de mi hombre.
En un momento comenzó a darme lento, y pude escuchar su respiración entre cortarse.
Salió de mí, y me voltee dejando cabida hacia Larry para penetrante en estilo el misionero.
Sin perder tiempo, sus 18 centímetros ingresaron hacia su anhelada cueva.
Ahí pudo descargar su pasión Larry, y yo disfrutaba cada momento.
Por primera vez descubrí lo que un día mi amigo Daniel me comentó acerca del punto P.
Larry rozaba una pequeña parte dentro de mi cuerpo y me generaba espasmos en mi estómago, pero también en mi miembro.
Un chorro de líquido transparente salió de mi cuerpo, pero mi compañero no lo notó.
Él siguió haciéndome el amor, y yo desde mi posición podía verlo directamente.
Frente a mi estaba un maduro hombre de 39 años, moreno, de cabello corto y negro no tupido.
De gruesos labios, brazos grandes y su pecho apenas marcado pero fuerte.
Su nariz recta y mediana.
Sus cejas pobladas y sus ojos pequeños.
Y me pregunté qué pasaría por su mente.
Estar follando a un chico universitario virgen.
Probando por ves primera mi culo, mis besos y comprobando mis claros intereses en el.
No carnales, pero si de amor y cariño.
Frente a él estaba el chico de 18 años que meses atrás lo conoció en su vecindario.
Aquel de cabello castaño oscuro, de piel morena clara y ojos claros.
De cuerpo esbelto y con muchas ganas de seguir disfrutando aquellos torrentes movimientos.
Finalmente Larry se acostó sobre el suelo, y me dijo "móntame".
Sin dudarlo lo hice, introduciendo por completo el miembro moreno de él.
Comencé a meterlo y sacarlo lentamente, y aumentando paulatinamente la velocidad.
Se escuchaban los ruidos de mis glúteos golpeando sus piernas y los gemidos no se hicieron aumentar.
De mi boca salían gemidos de emoción y excitantes.
De la suya no parecía algo distinto.
En algunos minutos de mi momento salió un largo chorro de semen blanco, que fueron a terminar hasta el pecho de Larry: pequeñas cantidades sobre sus pezones, sobre sus costillas, un poco sobre su ombligo y hasta en la barbilla.
Mis ojos los abrí y pude ver a un Larry sonriente, con ojos brillosos, con el rostro que muy poco se veia por la oscuridad, como declarándose vencedor de una batalla inventada por el.
Y feliz.
Medio minuto más tarde le ocurrió a él.
Antes, la velocidad de penetración aumentó, sus labios se apretaron, sus manos en mi cintura también lo hicieron, los saltos eran más de prisa.
Y pronto, una sensación caliente sentí en el fondo de mi ano cuando de repente Larry se detuvo.
Con movimientos dentro de mi de su miembro, sus manos apretaban aún más, así que me incline y lo besé.
El beso se prolongó un par de minutos, hasta que me levanté y su pene semi flácido yacía sobre el preservativo lleno de su leche caliente.
– Ha sido una buenísima noche – exclamó sonriente y con tono cansado.
– Quiero repetirlo – respondí.

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