Lamento haberme ausentado tanto tiempo, pero ésta cuarentena nos perjudica a todos.
Sin más excusas aquí va la continuación de mi historia. La historia de una chica a la cuál le gustaba la pija más que el dulce de leche.
Y por fin cumplí los dieciocho, lo que implicaba que ya podía entrar a un telo con Rubén... con Rubén o con cualquiera, jajaja.
Recuerdo muy bien esa primera vez. El nerviosismo, la ansiedad. Me sentía ya una mujer completa al poder ingresar a un albergue transitorio, u hotel alojamiento, como se le decía antes.
Fuimos a uno que estaba cerca de casa, en Juan B. Justo y Emilio Lamarca, así que llegué del colegio, me cambié, poniéndome ropa más acorde a mi recién estrenada mayoría de edad y con el apuro lógico del momento, volví a salir.
Lo esperé en la vereda de enfrente, dando vueltas a la manzana, ya que él vendría directamente del trabajo. Habrán pasado quince, veinte minutos, que lo veo bajarse de un taxi, como siempre de traje y portafolio.
Crucé la calle, nos saludamos apenas con un simple hola y sin más dilaciones, entramos al hotel.
Me divertía pensar que justo enfrente estaba el "Coto" al que solía acompañar a mi mamá a comprar carne y verduras. Y siempre que pasaba por ahí, solía fijarme en las parejas que entraban y salían.
Ahora era yo la que entraba con mi amante.
Porque justo en ese preciso momento me dí cuenta de que lo éramos. Éramos amantes.
El sereno del depósito era solo un tipo con el que cogía, sólo morbo y lujuria, en cambio con Rubén, aparte del morbo y la lujuria también había otros sentimientos, no sé si amor, pero sí algo muy parecido.
Ésa primera vez nos quedamos como tres turnos, disfrutando de lo que no podíamos disfrutar en ningún otro lado, ya que no disponíamos del departamento contiguo y la terraza del edificio era arriesgado usarla tan seguido. En cambio al telo podíamos ir cuando quisiéramos, y la verdad es que yo quería ir siempre.
Pero más allá del telo, había un lugar muy especial en dónde yo quería que también me hiciera el amor.
Era sábado por la tarde, un rato después del almuerzo, no me lo olvido más.
Estaba escuchando el álbum "Like a prayer" de Madonna que acababa de salir. En mi radiograbador sonaba "Express yourself" cuándo aparece mi mamá y me pregunta si la quiero acompañar a Once a comprar ropa. La verdad es que necesitaba corpiños, ya que no sé si era de tanto coger, pero se me habían hinchado los pechos, y los que tenía me apretaban, así que le dije que sí, que la acompañaba.
-Mientras te vestís le voy avisando a Mony que ya salimos- me dice.
Ahí, entre que termina de hablarme y antes que llegue a la puerta, en mi cabeza comenzaron a activarse una serie de engranajes al ritmo de "Love song", que era la canción que seguía en el cassette.
Era sábado por la tarde, si Mony también iba a Once significaba que Rubén se quedaba sólo, ya que no trabajaba los sábados.
-Má, me acabo de acordar que el lunes tengo exámen de matemática, mejor me quedo a estudiar, acordate que me tengo que sacar un 8 máximo- le digo antes que salga.
-Podés estudiar mañana- me insiste.
-Sí, pero tengo tarea de Historia, Geografía, me tengo que aprender unas fórmulas de Química que son chino básico, no voy a tener tiempo- le insistí, decidida a salirme con la mía.
-¿Necesitás que te compre algo?- me pregunta ya resignada a que me quede.
-Corpiños- le digo.
-Sí, la verdad que en el último año aumentaste por lo menos dos talles, así son las hormonas- repone al salir.
"Sí, las hormonas y las pijas", pensé.
Me levanto y voy corriendo a la ventana. Casi enseguida la veo salir con Mony, charlando de lo más animadas. Me quedo mirándolas hasta que llegan a Nazca, en dónde tienen que tomar el colectivo, y entonces las pierdo de vista.
Si voy a hacerlo, tiene que ser ya mismo, me digo, no tengo que perder ni un segundo. Le bajo a la música, me arreglo la ropa, me hago dos colitas en el pelo y subo al 4to. "B".
No toco el timbre, sino que golpeo suavecito, para no llamar la atención. Cómo no atiende, golpeo un poco más fuerte. Ahora sí, abre medio dormido, ya que estabaven plena siesta.
-Mony se fue a Once con mi mamá, así que podemos coger en tu cama- le digo entrando como una tromba.
Así era de pendeja, cuando se me ponía en la cabeza que me quería fifar a alguien, me lo fifaba.
-¿Qué? ¿Estás loca? Te llevo al telo si tenés ganas de coger-
-Tengo ganas de coger, pero en tu cama- añado sin escuchar razones y poniéndome en bolas en apenas tres movimientos, entro al cuarto y me tiendo cuál sensual gacela en su lecho conyugal.
-Quiero que me cojas dónde te cogés a tu esposa- le enfatizo, acariciándome provocativamente la concha, abriéndome los labios y mostrándole el juguito que me sale de adentro.
Aunque trataba de resistirse, se notaba que en la entrepierna comenzaba a gestarse un alzamiento de esos que tanto me gustaban.
-Tenemos por lo menos para un par de horas, me podés hacer hasta la cola- le insisto y ya no tuve que decir nada más.
Se sacó la remera, la bermuda y en slip se subió a la cama.
Lo primero que le manoteé fue el bulto, para apretárselo mientras nos besábamos con una intensidad que nos dejaba casi sin aire.
Sus dedos resbalaron dentro mío, explorando con el tacto aquellos rincones que ya había recorrido con su verga.
Estar en su cama, entre sus sábanas, revolcarme entre su aroma y el de su esposa, oler el sexo que habían tenido a la noche o quizás por la mañana, era algo que deseaba desde hacía tiempo.
Después de esa primera vez que cogimos en el departamento desocupado, a veces, en horas de la noche, subía al cuarto piso, y pegando la oreja en la puerta, alcanzaba a escuchar los gemidos de Mony, los jadeos de él y hasta llegaba a fantasear en estar con ellos, tal como había estado con Juan y Graciela.
Le bajé el slip y empecé a besarle las piernas, empezando por las rodillas, subiendo por los muslos, metiéndome en ese vértice oscuro sobre el cuál colgaban, peludos y tentadores, sus huevos.
Con Juan no me había dado cuenta, pero a Rubén le colgaba el huevo derecho más abajo que el izquierdo. Me acuerdo de ese detalle. En ese momento creí que se trataba de algo especial, de una seña particular, aunque más adelante me daría cuenta de que a todos le cuelga uno más abajo que el otro.
Obviando aquel detalle, me los metí en la boca y se los chupé como si fueran caramelos bolita.
A partir de Rubén ese fue un gusto adquirido, llenarme la boca de carne y pelos, chupar, sorber, masticar, tragarme el juguito que se forma con la saliva y volver a chupar, una y otra vez.
Desde entonces, siempre que le chupo la pija a un hombre, no puedo evitar empalagarme un buen rato con sus huevos.
Luego empiezo a subir con la lengua, siguiendo la huella de la vena central, besándosela aquí y allá, por los lados, retrocediendo para volver a subir, besando, lamiendo y hasta mordiendo toda esa estructura que se agiganta con cada caricia.
Llego a la punta y le doy tremenda lamida a todo el glande, el cuál florece hinchado y enrojecido, soltando unas gotitas saladas que, mezclándolas con mi saliva, esparzo por todo su bien formado contorno.
Abro la boca y mirándolo a los ojos, me la voy comiendo a pedazos, primero uno, luego otro más grande, así hasta que la tengo palpitando en el paladar. Todavía falta un buen trozo, así que sigo empujándomela adentro, ayudándome con la lengua, respirando siempre por la nariz, aguantando las arcadas que tener semejante pijazo atorado en la garganta me provoca.
Entonces no lo sabía, pero a eso se le llamaba "garganta profunda", yo solo quería comérmela toda, sentirla llenándome la boca, abultándome las mejillas, sofocándome, pero aún así permitiéndome disfrutar de un bocado que debería figurar entre los manjares más selectos.
Me gustaba la pija de Rubén, más incluso que la de Juan, por eso siempre que estábamos juntos me daba el gusto chupándosela por un buen rato.
A él también le gustaba chuparme. A veces nos poníamos el uno sobre el otro, en un 69, y nos chupábamos mutuamente. Hasta jugábamos a quién hacía acabar a quién. Yo perdía siempre, ya que de solo sentir su lengua y su barba terminaba mojándome sin control.
Ya saciada y con el sabor de su verga impregnándome los labios, me acomodo de cuclillas encima de su cuerpo, y abriéndome bien la concha con los dedos, me dejo llenar ahora por esa otra entrada a la que también le gusta sentirla adentro.
La siento resbalar y encajarse bien en el fondo, sus pendejos enredándose con los míos, y acabo ahí mismo, cumpliendo uno de mis mayores anhelos, echarme un polvo en su propia cama.
No sé si sería por el lugar, el entorno, sus manos que me apretaban los pechos, pero fue el orgasmo más intenso, brutal y exagerado que tuve hasta ese momento. Me quedé como suspendida en el tiempo, incapaz de moverme, de musitar algo siquiera.
Él sí que se movió, me agarró de las nalgas, y me empezó a coger con fuerza, casi agresivo, haciendo que los resortes del colchón y la madera de la cama crujieran al ritmo de sus movimientos.
El ruido húmedo, casi acuoso de la penetración, se mezclaba con esos otros sonidos, endulzándome los oídos, haciéndome fantasear con que era su mujer, su esposa, su amante, todas mimetizadas en mi cuerpo aún adolescente que vibraba de placer ante cada uno de esos ensartes.
En un momento sentí que me iba a explotar la vejiga, salté de la cama y corrí al baño, mientras Rubén se quedaba sorprendido, la pija abandonada, oscilando en busca de un agujero en dónde meterse.
-Me estaba meando- le dije mientras abría compuertas y liberaba un largo e intermitente chorro de orina.
Sin limpiarme, regresé a la cama y me puse en cuatro. Rubén me volvió a penetrar, deslizándose por entre mis labios vaginales aún mojados de pis. Me agarró de la cintura y me embistió con la misma fuerza que antes, incluso más fuerte todavía, reavivando el sonido de la madera, de los resortes de la cama y de la humedad de mi conchita.
Mis gemidos se acoplaban a tales sonidos, mezclándose todo con sus propios jadeos.
-¿Así te la cogés a Mony?- le pregunto entre irrefrenables suspiros.
-A ella no le gusta tan fuerte- me contesta, sin detener sus aguerridos avances.
-Cogeme como la cogés a ella- le pido, casi que le reclamo.
Se detiene y empieza a moverse más despacio, como calculando el ritmo, dando hacía el final un notorio empujón hacía arriba. Ahí precisamente, acabé de nuevo. Sentirme cogida como cogía a su mujer, me desbarató por completo. Incluso me sentía como si fuera ella, haciendo el amor con mi marido a la hora de la siesta, no había nada que me resultara más estimulante.
Después de unos cuántos enviones, él también acaba. Me la saca, se la sacude con fuerza y se descarga sobre mi espalda. Podía sentir la leche saltándome por la columna y los omóplatos, empapándome con su agradable pegajosidad.
-Así le gusta a Mónica que le acabe- me confirma entre ahogados jadeos, mientras se la sigue meneando, soltando las últimas gotitas, que caen perezosas sobre mis glúteos.
Después me contaría que a su mujer no le gustaba que le acabara adentro ni en la boca. Que lo único que aceptaba era en la espalda. "¡Que aburrida!", pensé.
-¿Y en la cara?- le pregunté curiosa, ya que era una de las manías de Juan, embadurnarme la cara de leche.
-Menos todavía, me mata si le cae aunque sea una gotita- repone resignado.
-A mí me podés acabar dónde quieras- le aseguré comiéndolo a besos -Adentro, en la boca, en la cara... ¡Me encanta tu leche!-
Le iba a decir : "Es la leche más rica que probé", pero sonaba muy de puta, como si hubiese probado una gran variedad de leches, cuando la única que había probado hasta ese momento era la de Juan.
Luego del polvo, me levanté y fui al baño. Primero me enjuagué en el bidet, y luego me di una ducha, rápida, superficial, para eliminar los restos de esperma y sudor.
Cuando volví a la cama, él estaba parado junto a la ventana, fumando un cigarrillo. Dejo caer la toalla con la que me envolvía el cuerpo, y recostándome le pregunto:
-¿Y con Mony cuántos polvos se echan cada vez que lo hacen?-
Me mira sorprendido.
-Uno, a veces dos- asiente.
Me acuerdo que con Juan una tarde llegamos a hacerlo hasta cuatro veces. No parábamos de coger, parecíamos conejos. Terminábamos y volvíamos a empezar.
-Yo tengo ganas de hacerlo de nuevo- le digo, acariciándome sensualmente los pezones, que están en punta.
Apaga el cigarrillo en el cenicero, baja la persiana y se acerca decidido a la cama. Se había puesto un slip, así que le acaricio el apreciable bulto que forman sus genitales por debajo. Podía sentir como se hinchaba y endurecía, como se combaba bajo la tela a medida que aumentaba de tamaño.
Cuándo le bajo el slip, la pija emerge pegando un salto y tras unas pronunciadas oscilaciones, se queda firme, rígida, parada, pulsando de excitación.
-¿Me vas a acabar en la cara?- le pregunto sexy, sensual, mientras se la agarro y se la meneo.
-Te acabo dónde quieras- asiente, mirándome con unos ojos inyectados en lujuria.
Empiezo por besarle el glande, que siempre sobresale por ser mucho más ancho que todo el resto, palpitante, encendido, de un rojo furioso que me incita y obsesiona.
Con la lengua me deslizo por todo el largo de la pija, y al llegar a los huevos, se los como y mastico, empalagándome con mis caramelos favoritos. Entierro la nariz en la recia mata de su pubis y me ahogo en su aroma, le chupo hasta los pendejos, tragándome unos cuántos por el camino.
Se la suelto tras un largo chupón, y echándome de espalda, me abro de piernas, mostrándole mi conchita al rojo vivo, todavía dilatada por la cogida anterior.
Se me sube encima y me penetra. Lo rodeo con mis piernas y me muevo con él, ansiosa por sentirlo lo más adentro posible. Quería que su pija me atravesara todo el cuerpo, que se convirtiera en un órgano más de mi anatomía, para así tenerlo conmigo y sentirlo eternamente.
Nos besamos con pasión y desenfreno, sin dejar de agitarnos en busca de ese nuevo estallido que nuestro placer se merecía.
Sentir su pija deslizándose vigorosa, vehemente por entre mis labios, sus huevos acariciando todo el abultado exterior con cada metida, su barba frotándose contra mi rostro con cada beso, era todo lo que deseaba en el mundo. No tenía mayor ambición que hacer el amor una y otra vez con Rubén. Amarlo, amarnos, aunque fuera a escondidas, por lo menos hasta que se diera cuenta que me amaba tanto como yo a él y pudiéramos legitimar lo nuestro.
Sí, en aquel entonces era una romántica incurable. Me creía la protagonista de una novela de Corín Tellado, la versión para adultos, claro.
Cuando noté que estaba a punto de acabar, le susurré al oído:
-¡Acabame en la cara!-
Me miró con ese resplandor que solo la satisfacción absoluta puede provocar, y me besó, acariciando con la lengua todo el interior de mi boca.
Yo ya había acabado dos, tres, no sé cuántas veces, me había mojado por él y para él, entregándome por completo a ése hombre que, además de mi sexo, había capturado mi corazón.
A punto ya de explotar, me la saca y se me sube encima, con la pija pulsando, encendida, mojada en mi flujo, apuntándome como si fuera a ejecutarme.
Se la agarra, se la pajea y me eyacula en la cara. Cierro los ojos justo cuando el semen sale catapultado como una catarata de pura vida. Cuando quiero abrirlos, apenas puedo, ya que el semen se apelmaza en torno a mis párpados.
Vuelvo a cerrarlos, disfrutando de las sensaciones que me provoca sentir su esencia de hombre, su virilidad, derramándose por mis mejillas.
¿Cómo puede no gustarle esto a Mony?, me digo mientras recojo un poco con los dedos, y llevándolo a mi boca lo saboreo con el mayor de los gustos.
Saborear a tu hombre debe ser lo más exquisito que puede existir. Y para mí, Rubén sabía a Gloria.
Claro que por entonces aún estaba lejos de saber que ciertos manjares con el tiempo van perdiendo su sabor, y que por el camino una va encontrando otros sabores que te gustan más que los que te gustaron en cierto momento.
Nos duchamos juntos, y tras besarnos por un largo rato, como si no quisiéramos separarnos, salí de su departamento veinte minutos antes que volvieran de Once su esposa y mi mamá.
Rubén era mi Mundo, el hombre de mis sueños, de mis fantasías, de mis realidades. Era a quién quería como marido, amante y padre de mis hijos. Un antes y un después... Aunque en ese después Rubén pasaría a ser solo un amante más. Uno de tantos.
Sin más excusas aquí va la continuación de mi historia. La historia de una chica a la cuál le gustaba la pija más que el dulce de leche.
Y por fin cumplí los dieciocho, lo que implicaba que ya podía entrar a un telo con Rubén... con Rubén o con cualquiera, jajaja.
Recuerdo muy bien esa primera vez. El nerviosismo, la ansiedad. Me sentía ya una mujer completa al poder ingresar a un albergue transitorio, u hotel alojamiento, como se le decía antes.
Fuimos a uno que estaba cerca de casa, en Juan B. Justo y Emilio Lamarca, así que llegué del colegio, me cambié, poniéndome ropa más acorde a mi recién estrenada mayoría de edad y con el apuro lógico del momento, volví a salir.
Lo esperé en la vereda de enfrente, dando vueltas a la manzana, ya que él vendría directamente del trabajo. Habrán pasado quince, veinte minutos, que lo veo bajarse de un taxi, como siempre de traje y portafolio.
Crucé la calle, nos saludamos apenas con un simple hola y sin más dilaciones, entramos al hotel.
Me divertía pensar que justo enfrente estaba el "Coto" al que solía acompañar a mi mamá a comprar carne y verduras. Y siempre que pasaba por ahí, solía fijarme en las parejas que entraban y salían.
Ahora era yo la que entraba con mi amante.
Porque justo en ese preciso momento me dí cuenta de que lo éramos. Éramos amantes.
El sereno del depósito era solo un tipo con el que cogía, sólo morbo y lujuria, en cambio con Rubén, aparte del morbo y la lujuria también había otros sentimientos, no sé si amor, pero sí algo muy parecido.
Ésa primera vez nos quedamos como tres turnos, disfrutando de lo que no podíamos disfrutar en ningún otro lado, ya que no disponíamos del departamento contiguo y la terraza del edificio era arriesgado usarla tan seguido. En cambio al telo podíamos ir cuando quisiéramos, y la verdad es que yo quería ir siempre.
Pero más allá del telo, había un lugar muy especial en dónde yo quería que también me hiciera el amor.
Era sábado por la tarde, un rato después del almuerzo, no me lo olvido más.
Estaba escuchando el álbum "Like a prayer" de Madonna que acababa de salir. En mi radiograbador sonaba "Express yourself" cuándo aparece mi mamá y me pregunta si la quiero acompañar a Once a comprar ropa. La verdad es que necesitaba corpiños, ya que no sé si era de tanto coger, pero se me habían hinchado los pechos, y los que tenía me apretaban, así que le dije que sí, que la acompañaba.
-Mientras te vestís le voy avisando a Mony que ya salimos- me dice.
Ahí, entre que termina de hablarme y antes que llegue a la puerta, en mi cabeza comenzaron a activarse una serie de engranajes al ritmo de "Love song", que era la canción que seguía en el cassette.
Era sábado por la tarde, si Mony también iba a Once significaba que Rubén se quedaba sólo, ya que no trabajaba los sábados.
-Má, me acabo de acordar que el lunes tengo exámen de matemática, mejor me quedo a estudiar, acordate que me tengo que sacar un 8 máximo- le digo antes que salga.
-Podés estudiar mañana- me insiste.
-Sí, pero tengo tarea de Historia, Geografía, me tengo que aprender unas fórmulas de Química que son chino básico, no voy a tener tiempo- le insistí, decidida a salirme con la mía.
-¿Necesitás que te compre algo?- me pregunta ya resignada a que me quede.
-Corpiños- le digo.
-Sí, la verdad que en el último año aumentaste por lo menos dos talles, así son las hormonas- repone al salir.
"Sí, las hormonas y las pijas", pensé.
Me levanto y voy corriendo a la ventana. Casi enseguida la veo salir con Mony, charlando de lo más animadas. Me quedo mirándolas hasta que llegan a Nazca, en dónde tienen que tomar el colectivo, y entonces las pierdo de vista.
Si voy a hacerlo, tiene que ser ya mismo, me digo, no tengo que perder ni un segundo. Le bajo a la música, me arreglo la ropa, me hago dos colitas en el pelo y subo al 4to. "B".
No toco el timbre, sino que golpeo suavecito, para no llamar la atención. Cómo no atiende, golpeo un poco más fuerte. Ahora sí, abre medio dormido, ya que estabaven plena siesta.
-Mony se fue a Once con mi mamá, así que podemos coger en tu cama- le digo entrando como una tromba.
Así era de pendeja, cuando se me ponía en la cabeza que me quería fifar a alguien, me lo fifaba.
-¿Qué? ¿Estás loca? Te llevo al telo si tenés ganas de coger-
-Tengo ganas de coger, pero en tu cama- añado sin escuchar razones y poniéndome en bolas en apenas tres movimientos, entro al cuarto y me tiendo cuál sensual gacela en su lecho conyugal.
-Quiero que me cojas dónde te cogés a tu esposa- le enfatizo, acariciándome provocativamente la concha, abriéndome los labios y mostrándole el juguito que me sale de adentro.
Aunque trataba de resistirse, se notaba que en la entrepierna comenzaba a gestarse un alzamiento de esos que tanto me gustaban.
-Tenemos por lo menos para un par de horas, me podés hacer hasta la cola- le insisto y ya no tuve que decir nada más.
Se sacó la remera, la bermuda y en slip se subió a la cama.
Lo primero que le manoteé fue el bulto, para apretárselo mientras nos besábamos con una intensidad que nos dejaba casi sin aire.
Sus dedos resbalaron dentro mío, explorando con el tacto aquellos rincones que ya había recorrido con su verga.
Estar en su cama, entre sus sábanas, revolcarme entre su aroma y el de su esposa, oler el sexo que habían tenido a la noche o quizás por la mañana, era algo que deseaba desde hacía tiempo.
Después de esa primera vez que cogimos en el departamento desocupado, a veces, en horas de la noche, subía al cuarto piso, y pegando la oreja en la puerta, alcanzaba a escuchar los gemidos de Mony, los jadeos de él y hasta llegaba a fantasear en estar con ellos, tal como había estado con Juan y Graciela.
Le bajé el slip y empecé a besarle las piernas, empezando por las rodillas, subiendo por los muslos, metiéndome en ese vértice oscuro sobre el cuál colgaban, peludos y tentadores, sus huevos.
Con Juan no me había dado cuenta, pero a Rubén le colgaba el huevo derecho más abajo que el izquierdo. Me acuerdo de ese detalle. En ese momento creí que se trataba de algo especial, de una seña particular, aunque más adelante me daría cuenta de que a todos le cuelga uno más abajo que el otro.
Obviando aquel detalle, me los metí en la boca y se los chupé como si fueran caramelos bolita.
A partir de Rubén ese fue un gusto adquirido, llenarme la boca de carne y pelos, chupar, sorber, masticar, tragarme el juguito que se forma con la saliva y volver a chupar, una y otra vez.
Desde entonces, siempre que le chupo la pija a un hombre, no puedo evitar empalagarme un buen rato con sus huevos.
Luego empiezo a subir con la lengua, siguiendo la huella de la vena central, besándosela aquí y allá, por los lados, retrocediendo para volver a subir, besando, lamiendo y hasta mordiendo toda esa estructura que se agiganta con cada caricia.
Llego a la punta y le doy tremenda lamida a todo el glande, el cuál florece hinchado y enrojecido, soltando unas gotitas saladas que, mezclándolas con mi saliva, esparzo por todo su bien formado contorno.
Abro la boca y mirándolo a los ojos, me la voy comiendo a pedazos, primero uno, luego otro más grande, así hasta que la tengo palpitando en el paladar. Todavía falta un buen trozo, así que sigo empujándomela adentro, ayudándome con la lengua, respirando siempre por la nariz, aguantando las arcadas que tener semejante pijazo atorado en la garganta me provoca.
Entonces no lo sabía, pero a eso se le llamaba "garganta profunda", yo solo quería comérmela toda, sentirla llenándome la boca, abultándome las mejillas, sofocándome, pero aún así permitiéndome disfrutar de un bocado que debería figurar entre los manjares más selectos.
Me gustaba la pija de Rubén, más incluso que la de Juan, por eso siempre que estábamos juntos me daba el gusto chupándosela por un buen rato.
A él también le gustaba chuparme. A veces nos poníamos el uno sobre el otro, en un 69, y nos chupábamos mutuamente. Hasta jugábamos a quién hacía acabar a quién. Yo perdía siempre, ya que de solo sentir su lengua y su barba terminaba mojándome sin control.
Ya saciada y con el sabor de su verga impregnándome los labios, me acomodo de cuclillas encima de su cuerpo, y abriéndome bien la concha con los dedos, me dejo llenar ahora por esa otra entrada a la que también le gusta sentirla adentro.
La siento resbalar y encajarse bien en el fondo, sus pendejos enredándose con los míos, y acabo ahí mismo, cumpliendo uno de mis mayores anhelos, echarme un polvo en su propia cama.
No sé si sería por el lugar, el entorno, sus manos que me apretaban los pechos, pero fue el orgasmo más intenso, brutal y exagerado que tuve hasta ese momento. Me quedé como suspendida en el tiempo, incapaz de moverme, de musitar algo siquiera.
Él sí que se movió, me agarró de las nalgas, y me empezó a coger con fuerza, casi agresivo, haciendo que los resortes del colchón y la madera de la cama crujieran al ritmo de sus movimientos.
El ruido húmedo, casi acuoso de la penetración, se mezclaba con esos otros sonidos, endulzándome los oídos, haciéndome fantasear con que era su mujer, su esposa, su amante, todas mimetizadas en mi cuerpo aún adolescente que vibraba de placer ante cada uno de esos ensartes.
En un momento sentí que me iba a explotar la vejiga, salté de la cama y corrí al baño, mientras Rubén se quedaba sorprendido, la pija abandonada, oscilando en busca de un agujero en dónde meterse.
-Me estaba meando- le dije mientras abría compuertas y liberaba un largo e intermitente chorro de orina.
Sin limpiarme, regresé a la cama y me puse en cuatro. Rubén me volvió a penetrar, deslizándose por entre mis labios vaginales aún mojados de pis. Me agarró de la cintura y me embistió con la misma fuerza que antes, incluso más fuerte todavía, reavivando el sonido de la madera, de los resortes de la cama y de la humedad de mi conchita.
Mis gemidos se acoplaban a tales sonidos, mezclándose todo con sus propios jadeos.
-¿Así te la cogés a Mony?- le pregunto entre irrefrenables suspiros.
-A ella no le gusta tan fuerte- me contesta, sin detener sus aguerridos avances.
-Cogeme como la cogés a ella- le pido, casi que le reclamo.
Se detiene y empieza a moverse más despacio, como calculando el ritmo, dando hacía el final un notorio empujón hacía arriba. Ahí precisamente, acabé de nuevo. Sentirme cogida como cogía a su mujer, me desbarató por completo. Incluso me sentía como si fuera ella, haciendo el amor con mi marido a la hora de la siesta, no había nada que me resultara más estimulante.
Después de unos cuántos enviones, él también acaba. Me la saca, se la sacude con fuerza y se descarga sobre mi espalda. Podía sentir la leche saltándome por la columna y los omóplatos, empapándome con su agradable pegajosidad.
-Así le gusta a Mónica que le acabe- me confirma entre ahogados jadeos, mientras se la sigue meneando, soltando las últimas gotitas, que caen perezosas sobre mis glúteos.
Después me contaría que a su mujer no le gustaba que le acabara adentro ni en la boca. Que lo único que aceptaba era en la espalda. "¡Que aburrida!", pensé.
-¿Y en la cara?- le pregunté curiosa, ya que era una de las manías de Juan, embadurnarme la cara de leche.
-Menos todavía, me mata si le cae aunque sea una gotita- repone resignado.
-A mí me podés acabar dónde quieras- le aseguré comiéndolo a besos -Adentro, en la boca, en la cara... ¡Me encanta tu leche!-
Le iba a decir : "Es la leche más rica que probé", pero sonaba muy de puta, como si hubiese probado una gran variedad de leches, cuando la única que había probado hasta ese momento era la de Juan.
Luego del polvo, me levanté y fui al baño. Primero me enjuagué en el bidet, y luego me di una ducha, rápida, superficial, para eliminar los restos de esperma y sudor.
Cuando volví a la cama, él estaba parado junto a la ventana, fumando un cigarrillo. Dejo caer la toalla con la que me envolvía el cuerpo, y recostándome le pregunto:
-¿Y con Mony cuántos polvos se echan cada vez que lo hacen?-
Me mira sorprendido.
-Uno, a veces dos- asiente.
Me acuerdo que con Juan una tarde llegamos a hacerlo hasta cuatro veces. No parábamos de coger, parecíamos conejos. Terminábamos y volvíamos a empezar.
-Yo tengo ganas de hacerlo de nuevo- le digo, acariciándome sensualmente los pezones, que están en punta.
Apaga el cigarrillo en el cenicero, baja la persiana y se acerca decidido a la cama. Se había puesto un slip, así que le acaricio el apreciable bulto que forman sus genitales por debajo. Podía sentir como se hinchaba y endurecía, como se combaba bajo la tela a medida que aumentaba de tamaño.
Cuándo le bajo el slip, la pija emerge pegando un salto y tras unas pronunciadas oscilaciones, se queda firme, rígida, parada, pulsando de excitación.
-¿Me vas a acabar en la cara?- le pregunto sexy, sensual, mientras se la agarro y se la meneo.
-Te acabo dónde quieras- asiente, mirándome con unos ojos inyectados en lujuria.
Empiezo por besarle el glande, que siempre sobresale por ser mucho más ancho que todo el resto, palpitante, encendido, de un rojo furioso que me incita y obsesiona.
Con la lengua me deslizo por todo el largo de la pija, y al llegar a los huevos, se los como y mastico, empalagándome con mis caramelos favoritos. Entierro la nariz en la recia mata de su pubis y me ahogo en su aroma, le chupo hasta los pendejos, tragándome unos cuántos por el camino.
Se la suelto tras un largo chupón, y echándome de espalda, me abro de piernas, mostrándole mi conchita al rojo vivo, todavía dilatada por la cogida anterior.
Se me sube encima y me penetra. Lo rodeo con mis piernas y me muevo con él, ansiosa por sentirlo lo más adentro posible. Quería que su pija me atravesara todo el cuerpo, que se convirtiera en un órgano más de mi anatomía, para así tenerlo conmigo y sentirlo eternamente.
Nos besamos con pasión y desenfreno, sin dejar de agitarnos en busca de ese nuevo estallido que nuestro placer se merecía.
Sentir su pija deslizándose vigorosa, vehemente por entre mis labios, sus huevos acariciando todo el abultado exterior con cada metida, su barba frotándose contra mi rostro con cada beso, era todo lo que deseaba en el mundo. No tenía mayor ambición que hacer el amor una y otra vez con Rubén. Amarlo, amarnos, aunque fuera a escondidas, por lo menos hasta que se diera cuenta que me amaba tanto como yo a él y pudiéramos legitimar lo nuestro.
Sí, en aquel entonces era una romántica incurable. Me creía la protagonista de una novela de Corín Tellado, la versión para adultos, claro.
Cuando noté que estaba a punto de acabar, le susurré al oído:
-¡Acabame en la cara!-
Me miró con ese resplandor que solo la satisfacción absoluta puede provocar, y me besó, acariciando con la lengua todo el interior de mi boca.
Yo ya había acabado dos, tres, no sé cuántas veces, me había mojado por él y para él, entregándome por completo a ése hombre que, además de mi sexo, había capturado mi corazón.
A punto ya de explotar, me la saca y se me sube encima, con la pija pulsando, encendida, mojada en mi flujo, apuntándome como si fuera a ejecutarme.
Se la agarra, se la pajea y me eyacula en la cara. Cierro los ojos justo cuando el semen sale catapultado como una catarata de pura vida. Cuando quiero abrirlos, apenas puedo, ya que el semen se apelmaza en torno a mis párpados.
Vuelvo a cerrarlos, disfrutando de las sensaciones que me provoca sentir su esencia de hombre, su virilidad, derramándose por mis mejillas.
¿Cómo puede no gustarle esto a Mony?, me digo mientras recojo un poco con los dedos, y llevándolo a mi boca lo saboreo con el mayor de los gustos.
Saborear a tu hombre debe ser lo más exquisito que puede existir. Y para mí, Rubén sabía a Gloria.
Claro que por entonces aún estaba lejos de saber que ciertos manjares con el tiempo van perdiendo su sabor, y que por el camino una va encontrando otros sabores que te gustan más que los que te gustaron en cierto momento.
Nos duchamos juntos, y tras besarnos por un largo rato, como si no quisiéramos separarnos, salí de su departamento veinte minutos antes que volvieran de Once su esposa y mi mamá.
Rubén era mi Mundo, el hombre de mis sueños, de mis fantasías, de mis realidades. Era a quién quería como marido, amante y padre de mis hijos. Un antes y un después... Aunque en ese después Rubén pasaría a ser solo un amante más. Uno de tantos.
4 comentarios - Y cumplí los 18 !!!