Capítulo 1
Aunque mis sentidos parecen estar reprimidos, y las voces apenas alcanzan mis oídos, estoy segura de que hay un hombre hablando, pero su voz no me resulta familiar en lo absoluto.
No logro determinar cuán lejos se encuentra de mí, hasta que un escalofrío recorre mi columna cuando siento cómo cada mi suave y cálida carne es manoseada. Siento mi vagina humedecerse involuntariamente, percatándome de que al menos dos dedos están siendo inyectados en mi vulva. Una voz distinta suelta una risa arrogante.
Las manos abandonan mi cuerpo y siento una gran fuerza empujándome de los hombros, forzándome a ponerme de rodillas. Abro mis ojos, y veo el espinoso miembro erecto bajo la noche. Él se inclina y toma mis dos senos con una sola mano, pellizcando mis pezones con fuerza. Me estremezco de dolor y vuelvo a cerrar los ojos conforme la punta de su pene es frotada contra mis labios.
Aunque me encuentro increíblemente desconcertada, la sensación no me disgusta, y termino abriendo mi boca lentamente conforme él continúa presionando su miembro contra mi rostro. La punta logra entrar en mi boca, y comienzo a chuparlo pausadamente. Sus manos sueltan mis tetas y me sostiene de la nuca, empujando su pene dentro y fuera varias veces, haciendo que lo bañe con mi saliva. Varias manos más comienzan a tocarme de nuevo, sintiendo mi trasero y apretando mis sensibles senos. Nuevamente percibo dos dedos entrando en mi vagina, que ahora se encuentra empapada con mi propio líquido. Las distintas manos se deslizan por mi cuerpo sintiendo mi suave espalda alrededor de mis caderas. Mis ojos se ponen blancos acordes a las embestidas contra mi cara, y siento los testículos golpeando mi barbilla. Casi me atraganto, pero mi cabeza es mantenida fija mientras toda la longitud llena mi boca hasta chocar con el principio de mi garganta.
El pene sale de mi boca por un momento, y noto cómo brilla con la luz nocturna, cubierto de mi saliva. En este punto, no tengo opción. Al parecer ya he aceptado cooperar y todos estos individuos se encuentran encima de mí. Trato de imaginar cómo me veo, con las rodillas en el lodo y mis senos colgando, siendo tomados por una pandilla de hombres, y con un pene en mi boca. Puedo presentir que eventualmente todos van a violarme. Es algo irremediable.
Pero ¡espera! ¿esas garras ganchudas son mías? ¿y desde cuándo tengo seis?
Mi pensamiento es interrumpido por la irónicamente suave caricia de la otra hormiga cuyo edeago aún llena mi boca. Un momento, ¿hormiga? ¿edeago?
Mientras intento descifrar la razón por la que conozco términos como ese -pero, sobre todo, por qué mi mente se encuentra tan desorientada, confundiendo entre lo que es un humano y una hormiga- lentamente comienzo a balancear mi cabeza a través del falo de cuyo nombre exacto ya no me encuentro tan segura. Él… es un humano… o, ¿una hormiga? ¿y yo? Puedo sentir cómo la temperatura de mi vagina comienza a aumentar debido al par de garfios que se entierran en mi cavidad. Escucho a los demás arrastrando sus patas hacia mí, algunos con erecciones en mano ante la escena frente a ellos. Unas cuantas extremidades dejan mi mesosoma, solo para ser remplazadas con más de ellas conforme el grupo se va turnando para sentirme. Sin aceptar del todo que lo estoy haciendo de buena gana, recorro mi lengua por toda la base del miembro que está entre mis mandíbulas, y siento cómo pulsa.
¿Cómo terminé en esta situación, y por qué me resulta tan familiar ser un himenóptero? Más importante, ¿por qué me siento tan atraída por esos tridentes que dimanan de entre sus piernas.
El exoesqueleto de la hormiga delante de mí cruje mientras continúo succionando, haciendo que mis senos se tambaleen. Mi mente sigue tan confundida, que la imagen que tengo de mí misma comienza a definirse, convirtiéndose en la de un insecto humanoide. Entonces me doy cuenta de que me he inclinado lo suficiente para que mi trasero se asome detrás de mí. Parece que la exhibición de todos esos cuerpos cartilaginosos tan varoniles me está excitando. Sin duda, la percepción sobre mi propio cuerpo no es la única que ha sido alterada, ya que ahora comienzo a identificar esos abdómenes planos y marcados que tanto me fascinan, justo debajo de las carcasas protectoras que les sirven como punto de anclaje, y que me erotizan igual, sino es que en mayor grado.
Alguien se pone detrás de mí y toma mis dos pechos, moldeándolos con sus manos y sintiéndolos tanto como puede. Sigo lamiendo el pene como mejor puedo intuir que le agrada a un artrópodo, pasando mi lengua por toda su extensión, incluso por cada una de sus tres puntas picudas. De repente, la hormiga alada toma ambos lados de mi cabeza con sus manos y comienza a empujar su pene contra una de mis sedosas mejillas. Hago lo que puedo para inhalar tanto oxígeno como puedo a través de los pequeños orificios en mis costados, palpando cómo entra y transita a través de las pequeñas tráqueas propagadas por todo mi interior, conforme siento cómo profundiza hasta comenzar a golpear mi garganta. Soltando un sonido derivado de su estriación, expulsa una secreción gelatinosa tan abundante que me obliga a apartarme, dejando que el resto salga como si fuera una fuente, cromando mi rostro rojizo.
— Realmente hice todo lo que pude por tragarlo. —Le digo tratando de implorar por su perdón al ver la ira en sus ojos. Él responde en un idioma que no comprendo, mientras voltea ver a los demás. Imito el movimiento de su exoesqueleto, mirándolos también, y me doy cuenta de que los demás también tienen alas. Cuatro, para ser más exactos. Dos delanteras y dos traseras. El primer par, considerablemente más grande que el segundo.
La mayoría de ellos suelta un sonido que interpreto como risa, mientras que otros permanecen en silencio, aparentemente esperanzados, probablemente haciendo fila para violar a esta sexy chica hormiga.
Justo cuando parecen haberse puesto de acuerdo sobre quién me quebrantará primero, una enorme sombra ahoga sus vistas, haciéndolos correr con recelo, olvidándose totalmente de mí.
No creo que se trate de un simple eclipse si ha hecho salir así de rápido al montón de sujetos que hace apenas unos instantes se encontraban sometiendo a una criatura tan frágil como yo. Si alguien tiene que huir ahora, soy yo.
— Sujeto #916. —Dice una voz antes de que pueda intentar escabullirme. Miro al cielo y contemplo el descomunal cono invertido que atemorizó al grupo. —Puedo notar que te estás divirtiendo, pero es momento de que vengas conmigo. Voy a mostrarte tu nido.
Ciertamente, no la estaba pasando tan mal. Sin embargo, no sé cuánto tiempo iba a tener transcurrir para que, lo que inició como una sesión de BDSM ligero, terminara en una especie de ritual formicofílico. Con el aspecto de sus penes, está claro que la triple penetración es la regla entre esos insectos, por lo que, no habiendo probado más de dos al unísono, seguramente me considerarían una especie de virgen inmaculada. En otras palabras, lo más conveniente es que no insista en rechazar la asistencia del oportuno capitán conoidal que se encuentra sobre mí.
Aunque mis sentidos parecen estar reprimidos, y las voces apenas alcanzan mis oídos, estoy segura de que hay un hombre hablando, pero su voz no me resulta familiar en lo absoluto.
No logro determinar cuán lejos se encuentra de mí, hasta que un escalofrío recorre mi columna cuando siento cómo cada mi suave y cálida carne es manoseada. Siento mi vagina humedecerse involuntariamente, percatándome de que al menos dos dedos están siendo inyectados en mi vulva. Una voz distinta suelta una risa arrogante.
Las manos abandonan mi cuerpo y siento una gran fuerza empujándome de los hombros, forzándome a ponerme de rodillas. Abro mis ojos, y veo el espinoso miembro erecto bajo la noche. Él se inclina y toma mis dos senos con una sola mano, pellizcando mis pezones con fuerza. Me estremezco de dolor y vuelvo a cerrar los ojos conforme la punta de su pene es frotada contra mis labios.
Aunque me encuentro increíblemente desconcertada, la sensación no me disgusta, y termino abriendo mi boca lentamente conforme él continúa presionando su miembro contra mi rostro. La punta logra entrar en mi boca, y comienzo a chuparlo pausadamente. Sus manos sueltan mis tetas y me sostiene de la nuca, empujando su pene dentro y fuera varias veces, haciendo que lo bañe con mi saliva. Varias manos más comienzan a tocarme de nuevo, sintiendo mi trasero y apretando mis sensibles senos. Nuevamente percibo dos dedos entrando en mi vagina, que ahora se encuentra empapada con mi propio líquido. Las distintas manos se deslizan por mi cuerpo sintiendo mi suave espalda alrededor de mis caderas. Mis ojos se ponen blancos acordes a las embestidas contra mi cara, y siento los testículos golpeando mi barbilla. Casi me atraganto, pero mi cabeza es mantenida fija mientras toda la longitud llena mi boca hasta chocar con el principio de mi garganta.
El pene sale de mi boca por un momento, y noto cómo brilla con la luz nocturna, cubierto de mi saliva. En este punto, no tengo opción. Al parecer ya he aceptado cooperar y todos estos individuos se encuentran encima de mí. Trato de imaginar cómo me veo, con las rodillas en el lodo y mis senos colgando, siendo tomados por una pandilla de hombres, y con un pene en mi boca. Puedo presentir que eventualmente todos van a violarme. Es algo irremediable.
Pero ¡espera! ¿esas garras ganchudas son mías? ¿y desde cuándo tengo seis?
Mi pensamiento es interrumpido por la irónicamente suave caricia de la otra hormiga cuyo edeago aún llena mi boca. Un momento, ¿hormiga? ¿edeago?
Mientras intento descifrar la razón por la que conozco términos como ese -pero, sobre todo, por qué mi mente se encuentra tan desorientada, confundiendo entre lo que es un humano y una hormiga- lentamente comienzo a balancear mi cabeza a través del falo de cuyo nombre exacto ya no me encuentro tan segura. Él… es un humano… o, ¿una hormiga? ¿y yo? Puedo sentir cómo la temperatura de mi vagina comienza a aumentar debido al par de garfios que se entierran en mi cavidad. Escucho a los demás arrastrando sus patas hacia mí, algunos con erecciones en mano ante la escena frente a ellos. Unas cuantas extremidades dejan mi mesosoma, solo para ser remplazadas con más de ellas conforme el grupo se va turnando para sentirme. Sin aceptar del todo que lo estoy haciendo de buena gana, recorro mi lengua por toda la base del miembro que está entre mis mandíbulas, y siento cómo pulsa.
¿Cómo terminé en esta situación, y por qué me resulta tan familiar ser un himenóptero? Más importante, ¿por qué me siento tan atraída por esos tridentes que dimanan de entre sus piernas.
El exoesqueleto de la hormiga delante de mí cruje mientras continúo succionando, haciendo que mis senos se tambaleen. Mi mente sigue tan confundida, que la imagen que tengo de mí misma comienza a definirse, convirtiéndose en la de un insecto humanoide. Entonces me doy cuenta de que me he inclinado lo suficiente para que mi trasero se asome detrás de mí. Parece que la exhibición de todos esos cuerpos cartilaginosos tan varoniles me está excitando. Sin duda, la percepción sobre mi propio cuerpo no es la única que ha sido alterada, ya que ahora comienzo a identificar esos abdómenes planos y marcados que tanto me fascinan, justo debajo de las carcasas protectoras que les sirven como punto de anclaje, y que me erotizan igual, sino es que en mayor grado.
Alguien se pone detrás de mí y toma mis dos pechos, moldeándolos con sus manos y sintiéndolos tanto como puede. Sigo lamiendo el pene como mejor puedo intuir que le agrada a un artrópodo, pasando mi lengua por toda su extensión, incluso por cada una de sus tres puntas picudas. De repente, la hormiga alada toma ambos lados de mi cabeza con sus manos y comienza a empujar su pene contra una de mis sedosas mejillas. Hago lo que puedo para inhalar tanto oxígeno como puedo a través de los pequeños orificios en mis costados, palpando cómo entra y transita a través de las pequeñas tráqueas propagadas por todo mi interior, conforme siento cómo profundiza hasta comenzar a golpear mi garganta. Soltando un sonido derivado de su estriación, expulsa una secreción gelatinosa tan abundante que me obliga a apartarme, dejando que el resto salga como si fuera una fuente, cromando mi rostro rojizo.
— Realmente hice todo lo que pude por tragarlo. —Le digo tratando de implorar por su perdón al ver la ira en sus ojos. Él responde en un idioma que no comprendo, mientras voltea ver a los demás. Imito el movimiento de su exoesqueleto, mirándolos también, y me doy cuenta de que los demás también tienen alas. Cuatro, para ser más exactos. Dos delanteras y dos traseras. El primer par, considerablemente más grande que el segundo.
La mayoría de ellos suelta un sonido que interpreto como risa, mientras que otros permanecen en silencio, aparentemente esperanzados, probablemente haciendo fila para violar a esta sexy chica hormiga.
Justo cuando parecen haberse puesto de acuerdo sobre quién me quebrantará primero, una enorme sombra ahoga sus vistas, haciéndolos correr con recelo, olvidándose totalmente de mí.
No creo que se trate de un simple eclipse si ha hecho salir así de rápido al montón de sujetos que hace apenas unos instantes se encontraban sometiendo a una criatura tan frágil como yo. Si alguien tiene que huir ahora, soy yo.
— Sujeto #916. —Dice una voz antes de que pueda intentar escabullirme. Miro al cielo y contemplo el descomunal cono invertido que atemorizó al grupo. —Puedo notar que te estás divirtiendo, pero es momento de que vengas conmigo. Voy a mostrarte tu nido.
Ciertamente, no la estaba pasando tan mal. Sin embargo, no sé cuánto tiempo iba a tener transcurrir para que, lo que inició como una sesión de BDSM ligero, terminara en una especie de ritual formicofílico. Con el aspecto de sus penes, está claro que la triple penetración es la regla entre esos insectos, por lo que, no habiendo probado más de dos al unísono, seguramente me considerarían una especie de virgen inmaculada. En otras palabras, lo más conveniente es que no insista en rechazar la asistencia del oportuno capitán conoidal que se encuentra sobre mí.
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