Capítulo2: Mi reino por el culo de Alexandra
Desconocía que esto era el inicio de una serie de polvosque íbamos a echar Alexandra y yo, aunque debo reconocer que entre más lorepetíamos, más iba perdiendo el misticismo, el encanto de esa noche de primer encuentroentre ambos.
Al comienzo fue difícil comprender que se iba a repetir.En primera medida porque ella no iba a buscarme de nuevo, era yo quien debíatomar la iniciativa.
Algunas noches de trasnocho y estudio en su apartamento,le miraba de reojo, le sonreía de forma pícara y ella parecía corresponder.Pero luego se despedía, me deseaba una feliz noche y se iba a dormir. Yo mequedaba allí solo, tratando de retomar mi estudio en medio del calentón por loque imaginaba que podía ocurrir.
Para coquetear con ella tenía que encontrar los momentosadecuados, pues no podía hacerlo en presencia de Camilo o Diana, y mucho menoscuando estaba su novio. Pero más allá de las dificultades, siempre encontrabamomentos para hacerlo; para expresarle deseo con mi mirada y mi sonrisa. Deboaclarar que no se trató nunca de enamoramiento, no había ninguna clase desentimiento, eran sencillas ganas de echar un polvo, quizá se trataba de unexceso de admiración por ese culazo.
La primera vez que lo hicimos, sin efectos de alcohol,drogas o cualquier otro tipo de pretexto; teniendo plena consciencia de lo quehacíamos, fue una mañana en la que desperté en su apartamento. Camilo habíasalido, no sé a dónde, solo sabía que no estaba. Tampoco Diana, aunque en ellaesto era más habitual, pues casi nunca estaba en casa.
Fui a la cocina para hacerme algo de desayunar y ahí laencontré. Alexandra estaba allí también preparando algo para desayunar. Senotaba que había despertado hace poco, pues su cabello estaba muy desordenado,no llevaba maquillaje, estaba en pijama y con una actitud levementesomnolienta.
Apenas cruzamos un saludo y luego se extendió unprolongado silencio. Yo aprovechaba para apreciar su culo de reojo, pues nadamejor que empezar el día con tan espectacular vista.
Alexandra empezó a hablarme, pero antes de que terminarala primera oración me lancé a besarla. Ella no opuso resistencia, de hecho sedejó llevar. El beso se prolongó, dando tiempo al inicio de caricias y manoseos.
Como es apenas obvio, dirigí mis manos hacia su culo, lopalpé, lo apreté y reviví ese sentir tan maravilloso que implica tener esasnalgas entre las manos. Una vez que el beso terminó, Alexandra apagó los fogonesde la estufa para dar rienda suelta a la lujuria. Estábamos solos en suapartamento, pero en cualquier momento podía llegar Camilo o Diana, así quedecidí tomarla de la mano para llevarla a su cuarto, encerrarnos y allífornicar sin contemplaciones.
Cerramos la puerta de la habitación y continuamosbesándonos. Esta vez me di la oportunidad de ver y tener sus senos entre mismanos. Levanté su camisa y allí estaban, pequeños y sin mucha gracia, pero alfin y al cabo, para mi disfrute exclusivo en ese instante. Los besé un poco ylos sostuve entre mis manos, pero realmente no les di mayor importancia, puesno era el mejor de sus atributos.
Esta vez, con el apartamento solo para nosotros nodebíamos reprimirnos como aquella noche de la primera ocasión, no habíanecesidad de discreción; éramos libres para jadear, decirnos guarradas, gemir yhacer todo el ruido que quisiéramos. Yo anhelaba follarla con brutalidad, sinmayor delicadeza.
La giré, la apoyé contra una pared, bajé su pantalón y sutanga, y la penetré sin contemplación alguna. No hubo tiempo para juegosprevios, ni caricias, ni para el sexo oral, ni para algo diferente a follarsalvajemente.
La penetré a fondo y con agilidad desde un comienzo,aunque sabiendo que todavía podía incrementar un poco más el ritmo. Ellatambién lo pedía, quería embestidas fuertes, quería ser follada duro, deseabasentirse sumisa y sometida, y fue algo de lo que le di. Tanto así que hubo unmomento en que los empellones eran tan fuertes, que se golpeó la cabeza contrala pared, aunque fue algo que no tuvo mayor trascendencia dado el alto grado deexcitación de ambos.
Lamentablemente para mí, ver ese culo rebotar y temblarsin control, sumado a su particular forma de gemir, con seseo incluido; eramotivo suficiente para hacerme alcanzar el orgasmo rápidamente. Por lo menos enesa época, pues a medida que se hizo más frecuente el sexo entre nosotros, fuiperdiendo interés en ella, y follarla se me fue volviendo algo casual ymonótono.
De nuevo terminé descargándome sobre sus nalgas y suespalda. Pero ella no estaba conformé, así que se encargó de no dejarme salirde su habitación. Me hizo una mamada y al cabo de unos minutos estábamosculeando una vez más. Para nuestra fortuna ni Camilo ni Diana iban a llegar entoda la mañana.
Estos encuentros clandestinos y fugaces poco a poco ibana perder su encanto. A pesar de ser algo prohibido y ocasional, se nos estabanconvirtiendo en monotonía. Además debo decir que el coño de Alexandra emanabaun fuerte olor, aspecto que jugaba en contra mía y en contra suya; pues deboconfesar que me encanta dar sexo oral, pues le considero la vía ideal paraexcitar a una mujer, siempre y cuando lo sepas hacer. Pero en este caso me eraimposible, pues no considero humanamente posible soportar ese olor por untiempo prolongado. Pero no iba a ser ni la monotonía ni ese particular aroma loque me iba a hacer perder interés en Alexandra, se trató más bien de laaparición en escena de Katherine, la hermana menor de Camilo. Aunque sobre ellaahondaré más adelante, pues considero que con Alexandra aún hay encuentromemorable por contar.
Se dio una mañana luego de una noche de juerga en elapartamento de Camilo. En esa ocasión bebimos bastante, pero para sorpresa mía,a la mañana siguiente me levanté como si nada. Apenas con un ligero dolor decabeza, pero para nada tortuoso. Otra fue la situación de Camilo que durmiódurante toda una mañana que para mí resultó más que provechosa.
Recuerdo que ese día desperté y me dirigí a la cocinapara prepararme un café, aunque de camino a allí escuché que alguien se estababañando. Había solo dos opciones: Diana o Alexandra, y yo estaba dispuesto aarriesgar mi integridad con tal de averiguarlo.
¿Cómo no hacerlo? Si se trataba de Diana podríacontemplar y memorizar su encantadora silueta, y de ser descubierto podíaexplicar que se trataba de una confusión, que había entrado sin darme cuenta deque había alguien allí. Si se trataba de Alexandra no habría mayor problema,siempre y cuando Camilo siguiera durmiendo.
Con mucha discreción entré y cerré la puerta. Pasando elpestillo (seguro) justamente para que nadie más pudiera hacer lo que yo: entrarpor sorpresa. Rápidamente me di cuenta de que quien estaba en la ducha eraAlexandra. Esta ducha tenía una cortina a modo de separador del resto del baño,y a través de ella se observaba la silueta de Alexandra, que para ese entoncesyo conocía de sobra.
Ella no notó cuando yo entré, seguramente el ruido delagua al caer superó el que yo pude hacer al entrar, posiblemente estabarelajada, con los ojos cerrados sintiendo el agua caer y recorrer su cuerpo.
Lo cierto es que me desvestí también de forma silenciosa.Me acerqué discretamente, corrí un poco la cortina de la ducha y entré, mesitué tras Alexandra. Ella seguía sin notar mi presencia, pero esto iba acambiar pronto, pues una vez en la ducha, dirigí mi mano hacia su vagina, queen ese momento tenía un aspecto completamente nuevo para mí, pues el matojo depelo que la acompañaba estaba uniforme en un solo mechón por acción del agua.
La palpé con suavidad, pero ella se sorprendió; más biendiría que se asustó, pues jamás se imaginó que alguien fuera entrar. Casi gritaapenas me vio, pero sabía que no era conveniente hacerlo, así que ahogó elgrito. Me preguntó que hacía allí, pero yo solo respondí besándola.
Ella no se opuso, más bien se relajó y se dejó llevar. Yobajé lentamente con mis labios por su torso hasta llegar a su vagina. La accióndel agua, el champú y el jabón hizo que esos fueran los olores predominantes enla ducha, por lo que en esa ocasión no tuve problemas para jugar un poco con suvagina entre mi boca. Alexandra no tardó mucho en calentarse, y con elrecorrido de mi lengua por su coño, empezó a soltar unos gemidos que poco apoco fueron incrementando su intensidad.
Tuve que detenerme, salir de la ducha y buscar mi celularentre mi pantalón para poner música que pudiera tapar cualquier ruido delator.
Claro que cuando entré de nuevo a la ducha, no hubo mástiempo para sexo oral, era tiempo del folleteo. Apoyé a Alexandra contra lasfrías baldosas que recubrían la pared de la ducha y la penetré. Como ya erahabitual, teniendo su culo entre mis manos mientras lo veía y sentía rebotarcontra mí.
La penetré con fortaleza y a un ritmo acelerado, puestenerla mojada y enjabonada para mí era un lujo ante los ojos. Además quesentía que luego de la buena sesión de sexo oral, el turno de gozar ahora erapara mí. A ella tampoco le disgustaba que la follara con algo de brutalidad, opor lo menos nunca me lo hizo saber.
La penetración se hizo cada vez más fuerte, más animal,si es que se puede calificar de tal manera; la fui empujando cada vez más sobrela pared, viendo cómo se aplastaban sus senos contra las baldosas. Luego latome del pelo, con las dos manos, mientras seguía moviendo mi pene entre suvagina. Ella solo se dejaba llevar, puesal parecer estaba tan caliente como yo. Y cuando no aguanté más, retiré mi penede ella, la di vuelta y con algo depresión de mis manos sobre su cabeza, la hice agachar para correrme en su cara.Ella no lo esperaba, y claramente se molestó, pues consideraba que eso era algohumillante y denigrante, por lo que asumí que era la primera vez que alguien lehacía tal cosa.
De todas formas su molestia no duró más allá de unosminutos, ya que antes de que saliéramos del baño estábamos besándonos de nuevo.
Después de ese encuentro íbamos a follar un par de vecesmás, pero nuestros coitos clandestinos iban a verse interrumpidos con laaparición de Katherine, aunque no se trató de algo premeditado o planeado.
Capítulo3: un porro, un polvo y mil orgasmos
De hecho, yo no planeaba dejar de culear con Alexandra másallá de la monotonía del sexo con ella, pues para ese momento era lo único quetenía a la mano, y era ella o nada. Pero cuando Katherine apareció las cosascambiaron. Yo en un comienzo no imaginé que algo fuera a suceder con ella, yaque era la menor de las hermanas de Camilo y me daba cierto remordimientometerme con alguien tan menor.
Twitter: @felodel2016
Desconocía que esto era el inicio de una serie de polvosque íbamos a echar Alexandra y yo, aunque debo reconocer que entre más lorepetíamos, más iba perdiendo el misticismo, el encanto de esa noche de primer encuentroentre ambos.
Al comienzo fue difícil comprender que se iba a repetir.En primera medida porque ella no iba a buscarme de nuevo, era yo quien debíatomar la iniciativa.
Algunas noches de trasnocho y estudio en su apartamento,le miraba de reojo, le sonreía de forma pícara y ella parecía corresponder.Pero luego se despedía, me deseaba una feliz noche y se iba a dormir. Yo mequedaba allí solo, tratando de retomar mi estudio en medio del calentón por loque imaginaba que podía ocurrir.
Para coquetear con ella tenía que encontrar los momentosadecuados, pues no podía hacerlo en presencia de Camilo o Diana, y mucho menoscuando estaba su novio. Pero más allá de las dificultades, siempre encontrabamomentos para hacerlo; para expresarle deseo con mi mirada y mi sonrisa. Deboaclarar que no se trató nunca de enamoramiento, no había ninguna clase desentimiento, eran sencillas ganas de echar un polvo, quizá se trataba de unexceso de admiración por ese culazo.
La primera vez que lo hicimos, sin efectos de alcohol,drogas o cualquier otro tipo de pretexto; teniendo plena consciencia de lo quehacíamos, fue una mañana en la que desperté en su apartamento. Camilo habíasalido, no sé a dónde, solo sabía que no estaba. Tampoco Diana, aunque en ellaesto era más habitual, pues casi nunca estaba en casa.
Fui a la cocina para hacerme algo de desayunar y ahí laencontré. Alexandra estaba allí también preparando algo para desayunar. Senotaba que había despertado hace poco, pues su cabello estaba muy desordenado,no llevaba maquillaje, estaba en pijama y con una actitud levementesomnolienta.
Apenas cruzamos un saludo y luego se extendió unprolongado silencio. Yo aprovechaba para apreciar su culo de reojo, pues nadamejor que empezar el día con tan espectacular vista.
Alexandra empezó a hablarme, pero antes de que terminarala primera oración me lancé a besarla. Ella no opuso resistencia, de hecho sedejó llevar. El beso se prolongó, dando tiempo al inicio de caricias y manoseos.
Como es apenas obvio, dirigí mis manos hacia su culo, lopalpé, lo apreté y reviví ese sentir tan maravilloso que implica tener esasnalgas entre las manos. Una vez que el beso terminó, Alexandra apagó los fogonesde la estufa para dar rienda suelta a la lujuria. Estábamos solos en suapartamento, pero en cualquier momento podía llegar Camilo o Diana, así quedecidí tomarla de la mano para llevarla a su cuarto, encerrarnos y allífornicar sin contemplaciones.
Cerramos la puerta de la habitación y continuamosbesándonos. Esta vez me di la oportunidad de ver y tener sus senos entre mismanos. Levanté su camisa y allí estaban, pequeños y sin mucha gracia, pero alfin y al cabo, para mi disfrute exclusivo en ese instante. Los besé un poco ylos sostuve entre mis manos, pero realmente no les di mayor importancia, puesno era el mejor de sus atributos.
Esta vez, con el apartamento solo para nosotros nodebíamos reprimirnos como aquella noche de la primera ocasión, no habíanecesidad de discreción; éramos libres para jadear, decirnos guarradas, gemir yhacer todo el ruido que quisiéramos. Yo anhelaba follarla con brutalidad, sinmayor delicadeza.
La giré, la apoyé contra una pared, bajé su pantalón y sutanga, y la penetré sin contemplación alguna. No hubo tiempo para juegosprevios, ni caricias, ni para el sexo oral, ni para algo diferente a follarsalvajemente.
La penetré a fondo y con agilidad desde un comienzo,aunque sabiendo que todavía podía incrementar un poco más el ritmo. Ellatambién lo pedía, quería embestidas fuertes, quería ser follada duro, deseabasentirse sumisa y sometida, y fue algo de lo que le di. Tanto así que hubo unmomento en que los empellones eran tan fuertes, que se golpeó la cabeza contrala pared, aunque fue algo que no tuvo mayor trascendencia dado el alto grado deexcitación de ambos.
Lamentablemente para mí, ver ese culo rebotar y temblarsin control, sumado a su particular forma de gemir, con seseo incluido; eramotivo suficiente para hacerme alcanzar el orgasmo rápidamente. Por lo menos enesa época, pues a medida que se hizo más frecuente el sexo entre nosotros, fuiperdiendo interés en ella, y follarla se me fue volviendo algo casual ymonótono.
De nuevo terminé descargándome sobre sus nalgas y suespalda. Pero ella no estaba conformé, así que se encargó de no dejarme salirde su habitación. Me hizo una mamada y al cabo de unos minutos estábamosculeando una vez más. Para nuestra fortuna ni Camilo ni Diana iban a llegar entoda la mañana.
Estos encuentros clandestinos y fugaces poco a poco ibana perder su encanto. A pesar de ser algo prohibido y ocasional, se nos estabanconvirtiendo en monotonía. Además debo decir que el coño de Alexandra emanabaun fuerte olor, aspecto que jugaba en contra mía y en contra suya; pues deboconfesar que me encanta dar sexo oral, pues le considero la vía ideal paraexcitar a una mujer, siempre y cuando lo sepas hacer. Pero en este caso me eraimposible, pues no considero humanamente posible soportar ese olor por untiempo prolongado. Pero no iba a ser ni la monotonía ni ese particular aroma loque me iba a hacer perder interés en Alexandra, se trató más bien de laaparición en escena de Katherine, la hermana menor de Camilo. Aunque sobre ellaahondaré más adelante, pues considero que con Alexandra aún hay encuentromemorable por contar.
Se dio una mañana luego de una noche de juerga en elapartamento de Camilo. En esa ocasión bebimos bastante, pero para sorpresa mía,a la mañana siguiente me levanté como si nada. Apenas con un ligero dolor decabeza, pero para nada tortuoso. Otra fue la situación de Camilo que durmiódurante toda una mañana que para mí resultó más que provechosa.
Recuerdo que ese día desperté y me dirigí a la cocinapara prepararme un café, aunque de camino a allí escuché que alguien se estababañando. Había solo dos opciones: Diana o Alexandra, y yo estaba dispuesto aarriesgar mi integridad con tal de averiguarlo.
¿Cómo no hacerlo? Si se trataba de Diana podríacontemplar y memorizar su encantadora silueta, y de ser descubierto podíaexplicar que se trataba de una confusión, que había entrado sin darme cuenta deque había alguien allí. Si se trataba de Alexandra no habría mayor problema,siempre y cuando Camilo siguiera durmiendo.
Con mucha discreción entré y cerré la puerta. Pasando elpestillo (seguro) justamente para que nadie más pudiera hacer lo que yo: entrarpor sorpresa. Rápidamente me di cuenta de que quien estaba en la ducha eraAlexandra. Esta ducha tenía una cortina a modo de separador del resto del baño,y a través de ella se observaba la silueta de Alexandra, que para ese entoncesyo conocía de sobra.
Ella no notó cuando yo entré, seguramente el ruido delagua al caer superó el que yo pude hacer al entrar, posiblemente estabarelajada, con los ojos cerrados sintiendo el agua caer y recorrer su cuerpo.
Lo cierto es que me desvestí también de forma silenciosa.Me acerqué discretamente, corrí un poco la cortina de la ducha y entré, mesitué tras Alexandra. Ella seguía sin notar mi presencia, pero esto iba acambiar pronto, pues una vez en la ducha, dirigí mi mano hacia su vagina, queen ese momento tenía un aspecto completamente nuevo para mí, pues el matojo depelo que la acompañaba estaba uniforme en un solo mechón por acción del agua.
La palpé con suavidad, pero ella se sorprendió; más biendiría que se asustó, pues jamás se imaginó que alguien fuera entrar. Casi gritaapenas me vio, pero sabía que no era conveniente hacerlo, así que ahogó elgrito. Me preguntó que hacía allí, pero yo solo respondí besándola.
Ella no se opuso, más bien se relajó y se dejó llevar. Yobajé lentamente con mis labios por su torso hasta llegar a su vagina. La accióndel agua, el champú y el jabón hizo que esos fueran los olores predominantes enla ducha, por lo que en esa ocasión no tuve problemas para jugar un poco con suvagina entre mi boca. Alexandra no tardó mucho en calentarse, y con elrecorrido de mi lengua por su coño, empezó a soltar unos gemidos que poco apoco fueron incrementando su intensidad.
Tuve que detenerme, salir de la ducha y buscar mi celularentre mi pantalón para poner música que pudiera tapar cualquier ruido delator.
Claro que cuando entré de nuevo a la ducha, no hubo mástiempo para sexo oral, era tiempo del folleteo. Apoyé a Alexandra contra lasfrías baldosas que recubrían la pared de la ducha y la penetré. Como ya erahabitual, teniendo su culo entre mis manos mientras lo veía y sentía rebotarcontra mí.
La penetré con fortaleza y a un ritmo acelerado, puestenerla mojada y enjabonada para mí era un lujo ante los ojos. Además quesentía que luego de la buena sesión de sexo oral, el turno de gozar ahora erapara mí. A ella tampoco le disgustaba que la follara con algo de brutalidad, opor lo menos nunca me lo hizo saber.
La penetración se hizo cada vez más fuerte, más animal,si es que se puede calificar de tal manera; la fui empujando cada vez más sobrela pared, viendo cómo se aplastaban sus senos contra las baldosas. Luego latome del pelo, con las dos manos, mientras seguía moviendo mi pene entre suvagina. Ella solo se dejaba llevar, puesal parecer estaba tan caliente como yo. Y cuando no aguanté más, retiré mi penede ella, la di vuelta y con algo depresión de mis manos sobre su cabeza, la hice agachar para correrme en su cara.Ella no lo esperaba, y claramente se molestó, pues consideraba que eso era algohumillante y denigrante, por lo que asumí que era la primera vez que alguien lehacía tal cosa.
De todas formas su molestia no duró más allá de unosminutos, ya que antes de que saliéramos del baño estábamos besándonos de nuevo.
Después de ese encuentro íbamos a follar un par de vecesmás, pero nuestros coitos clandestinos iban a verse interrumpidos con laaparición de Katherine, aunque no se trató de algo premeditado o planeado.
Capítulo3: un porro, un polvo y mil orgasmos
De hecho, yo no planeaba dejar de culear con Alexandra másallá de la monotonía del sexo con ella, pues para ese momento era lo único quetenía a la mano, y era ella o nada. Pero cuando Katherine apareció las cosascambiaron. Yo en un comienzo no imaginé que algo fuera a suceder con ella, yaque era la menor de las hermanas de Camilo y me daba cierto remordimientometerme con alguien tan menor.
Twitter: @felodel2016
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