Esta es la historia de Diego y Mariana, dos chicos que comienzan una relación que poco a poco se va enredando entre amor y engaños y en la cual el sexo juega un papel principal que va a definirlo todo. Esta historia es ficción, eso no quiere decir que algunos hechos no sean reales…
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Capítulo 6: Esclavo sexual (Mariana)
Lucas me buscó al día siguiente del cumpleaños de Diego y luego de hacerme una escena de celos logró que yo le terminara pidiendo disculpas. A decir verdad me sentía algo mal por haberme ido con el otro chico que vagamente conocía y dejarlo a él solo, pero no podía evitar sonreír cada vez que recordaba esa noche. Sin embargo mi compañero de facultad no tardó en repetir la pregunta que nunca había terminado de formular y cuando lo hizo tuve la obligación de responderle. “Yo te amo y quiero estar con vos. ¿Querés ser mi novia?” me preguntó cuándo nos encontrábamos solos en mi casa esa tarde. En ese momento me olvidé de todo. Me olvidé de las peleas que habíamos tenido y de los llantos. Me olvidé de su ex Andrea y como me había usado para darle celos. Me olvidé de las discusiones fuera de lugar y de las escenas de celos estúpidas que me había hecho. Pero por sobre todas las cosas me olvidé de Diego y de sus ojos hermosos que me miraban como nadie lo había hecho nunca en la vida.
- Obvio que quiero.- Le respondí y lo besé.
Esa tarde nos amamos como nunca lo habíamos hecho y nos dimos placer de una manera increíble. No una, tampoco dos, sino tres veces, algo que yo nunca había llegado a hacer y que me dejó totalmente satisfecha y con el corazón latiendo a mil por segundo. Lucas me besó todo el cuerpo, pasó su lengua por toda mi piel y me cogió de una manera increíble para luego pedirme que lo dominara como a mí me gustaba hacerlo. Lo hice mío, lo convertí en mi esclavo, lo obligué a que me diera placer y luego me senté sobre su cuerpo para hacerlo mío, mordiéndole el cuello y los hombros, pegándole cachetadas todo el tiempo y tirándole del pelo para hacerle experimentar el placer y el dolor al mismo tiempo.
De golpe los meses empezaron a pasar mucho más rápido de lo que me di cuenta. El frío Julio y su invierno arrasador llegó y se fue en un abrir y cerrar de ojos. Aprovechamos las dos semanas de vacaciones con Lucas para encerrarnos en mi departamento y volvernos locos de placer una y otra vez. Había días en los que vagamente salíamos de la cama y nos quedábamos acostados disfrutando de nuestra compañía. Otros en los que salíamos por algunos minutos para darnos cuenta que queríamos volver a desnudarnos y comernos el uno al otro. Los días de lluvia eran los más increíbles, pues el ambiente que se creaba era tan perfecto que parecía como si estuviéramos viviendo adentro de una película.
En Agosto volvimos a la facultad y el reencuentro con Germán y Yamila nos llevó a contarles de nuestra relación la cual habíamos mantenido en secreto para ellos. Obviamente se sorprendieron al enterarse, pero nos confesaron que algo se habían imaginado ya que notaron nuestro comportamiento raro antes de las vacaciones. A quien si les había contado desde el primer día y no se veían muy felices era a Sabrina y Soledad, mis dos íntimas amigas con quienes también compartía la carrera. Ellas sabían todo de mi vida y me fue muy difícil guardarme ese detalle, por lo que les dije ni bien sucedió la pregunta de Lucas. Las dos se mostraron algo preocupadas, aunque intentaron disimularlo con una sonrisa que se vio tan falsa que me dolió. Es por eso que las siguientes semanas estuve algo enojadas con ellas y decidí aprovechar para disfrutar del tiempo con mi novio.
Septiembre y Octubre fueron meses de estudio y quedarse en casa. Hacía frío, llovía mucho y como estaba peleada con mis dos mejores amigas, pasaba la mayor parte del tiempo con Lucas. Germán y Yamila se unieron al grupo y hasta en un momento empezamos a conspirar para que estuvieran juntos, pero era evidente que eso no iba a pasar. Luego de cursar nos volvíamos a casa con Lucas que prácticamente vivía conmigo y entre medio de la lectura de apuntes, nos íbamos a la cama para darnos placer y así volver a estudiar con la cabeza descomprimida. Parecía que las cosas habían tomado su rumbo y por una vez en la vida todo estaba tranquilo.
No fue hasta Noviembre que un terremoto de emociones me movió de arriba abajo y me llevó a pasar unas semanas algo complejas. A decir verdad en mi cabeza sabía que había jugado con Diego y fue por eso que traté de apaciguar el golpe de la mejor manera posible. Le seguí hablando luego de la noche de su cumpleaños, pero él se enteró que me había puesto de novia con Lucas antes de que pudiera decirle. Soledad había hablado con Manuel, quien automáticamente le contó a Diego de lo sucedido y quien tan solo tres días más tarde sabía de mi nueva relación. Intenté seguir hablando con él y le confesé que me encantaba pasar el tiempo juntos, pero claramente él quería algo más que una simple amistad conmigo y dejó de hablarme.
Fue entonces cuando pasaron los meses sin tener noticias de Diego hasta que de golpe me choqué la realidad. Una tarde de sábado a mediados de Noviembre, nos juntamos con Sabrina, Soledad y Yamila con el objetivo de volver a ser amigas como antes y dejar nuestras diferencias de lado. Aprovechando el calorcito y el sol que brillaba, terminamos sentadas en un parque a orillas del río. En un momento de la tarde, luego de habernos puesto al corriente y de conversar bastante, me levanté para ir al baño y fue ahí cuando el alma se me cayó al piso.
Sentado a unos pocos metros de nosotras estaba Diego. Pero no estaba solo, al lado suyo había una chica, la misma chica que la noche de su cumpleaños me había observado con cara de odio y se había enojado cuando yo me fui con él. Para ese entonces yo ya sabía su nombre, se trataba de Belén. Era una compañera de la facultad de Diego y con quien él tenía algo de historia. El problema era que, según yo me había enterado, se habían peleado luego de su cumpleaños, por lo que me llamó mucho la atención verlos juntos en el parque.
Diego levantó la mirada y me vio. Automáticamente se paró y vino a saludarme con un abrazo mientras que su amiga me miraba con odio. Me preguntó cómo estaba y si me encontraba bien con mi nueva relación, a lo que yo automáticamente le dije que sí. Ver la cara de asco de Belén me puso incómoda, por lo que le terminé diciendo que otro día hablábamos y él volvió sonriendo a sentarse con ella. Me quedé helada, sin poder moverme y observando como Diego se sentaba nuevamente junto a su chica y ella lo abrazaba sin disimular sus celos.
Como si fuera obra del destino, me lo crucé tres veces más en los siguientes días. La primera fue caminando por la calle, a pocas cuadras de mi casa. Él estaba solo y yo por suerte iba acompañada de Yamila y como estaba apurada, solo nos dijimos “hola” y seguimos caminando. La segunda vez fue más fuerte, pues yo me encontraba sola y él también, por lo que nos paramos a conversar y a pesar de que la charla duró unos pocos segundos, ver su sonrisa preciosa y su carita perfecta, me hicieron sentir totalmente incómoda. En esa ocasión Diego volvió a preguntarme por mi noviazgo, pero luego me hizo la pregunta que me dejó pensando en él por varios días. “¿Sos feliz?” me preguntó y yo le respondí que “sí” en automático, aunque en el fondo dudé. Dudé mucho.
Lo agarré a Lucas y lo empujé con violencia contra la pared del comedor. Él estaba sorprendido por mi reacción tan repentina y violenta y no entendía muy bien que sucedía. “¿Estás llorando?” me preguntó ni bien le abrí la puerta. Pero yo no quería hablar, no quería tener una conversación sentimental o romántica, quería coger y pensar en otra cosa, quería placer. Ya había sufrido demasiado toda la semana pensando en Diego, en lo que me había perdido y en lo que podría haber sido si no me hubiese puesto de novia con Lucas. Mi cabeza daba demasiadas vueltas, mis ojos me pesaban de tanto llorar y sentía un impulso inmenso por demostrarles a los hombres lo sumisos que son. ¡Eso hice!
Empujé a Lucas contra la pared luego de comerle la boca de un beso y de morderle el labio con tanta fuerza al punto de que él se terminara quejando del dolor. Su espalda chocó duro contra la pared y me abalancé sobre él agarrándolo de las muñecas mientras que emitía una mueca de dolor. “¿Estás violenta mi amor?” me preguntó y yo le ordené que se callara y luego volví a comerle la boca y le metí la lengua. Él intentó soltarse para tratar de participar un poco más y poner iniciativa, pero yo volví a decirle que se quedara quieto. Como Lucas parecía no entender rápidamente llevé una de mis manos hasta su cuello y la otra a su entrepierna y le agarré sus partes con firmeza.
- ¡Te dije que te quedaras quiero!- Le dije con voz firme y mirándolo a los ojos.- ¡Hacé lo que te digo o ándate!- Lo amenacé después.
La cara de Lucas cambió por completo y su mirada se quedó clavada en la mía mientras permanecía callado. Pareció entender y eso me dejó conforme, por lo que volví a besarlo, mientras que le fui sacando la ropa. Apoyado con la espalda contra la pared y casi sin moverse, mi novio dejó que lo desvistiera mientras que mi boca recorría todo su cuerpo. “¡Besame el cuello! ¡Tocame!” le dije y él automáticamente llevó sus labios debajo de mi cabeza y sus manos se empezaron a mover sobre mi cuerpo. Me encantaba eso de decirle lo que debía hacer y que él obedeciera sin poner resistencia. Lucas me había hecho sufrir durante años y por alguna razón sentía la necesidad de hacerle pagar todos esos años de sufrimiento.
- ¡Arrodillate!- Le ordené mientras me desabrochaba el pantalón y me lo sacaba.
Una leve sonrisa se esbozó en su rostro y entonces comprendí que él también estaba disfrutando de aquello, lo que me quitó las ganas de seguir adelante. Rápidamente lo agarré del pelo y tiré de él hacia atrás y lo miré a los ojos. “¡No tenés que disfrutarlo vos tarado!” le dije y llevé su cara hasta mi entrepierna haciendo que su nariz y su boca quedaran sobre mi bombacha. Luchas apoyó rápidamente sus manos en mis muslos y entonces le ordené que las quitara de ahí, por lo que enseguida les volvió a llevar a su lado. Lo tiré del pelo nuevamente hacia atrás y quedó una vez más mirándome a mí y pude ver algo de miedo en su cara. Esa expresión me calentó muchísimo, me excito más que cualquier cosa y supe que por ahí iba la cuestión.
Me saqué lo que me quedaba de ropa y lo obligué a desvestirse sin levantarse, para quedar los dos desnudos, él arrodillado frente a mí. Tomé nuevamente su cabeza desde el pelo y abriendo levemente las piernas volví a hundir su cara en mi cuerpo. “¡Chupá!” le dije dándole una orden y sentí como su lengua y su boca hacían contacto con mi cuerpo. Le era difícil hacerlo pues su rostro estaba pegado al mío y su nariz se hundía encima de mi conchita, pero notaba como Lucas hacia un esfuerzo sobrehumano para mover su lengua a toda velocidad sobre mi clítoris. Lo motivé con algunas palabras y dándole más ordenes, lo que llevaron a que él siguiera moviendo su lengua a toda velocidad.
Tiré de su cabeza hacia atrás y vi como tenía la boca empapada. Tenía en el rostro una expresión que mezclaba miedo con confusión, era obvio que no entendía muy bien que pasaba y le preocupaba hasta donde podía llegar. Eso me calentaba, me excitaba y me motivaba a seguir tratándolo de esa forma. “¡Vení! ¡Vamos al colchón!” le dije avanzando y no soltándolo del pelo. Él intentó levantarse, pero yo lo obligué a que se arrastrara por el piso hasta que llegamos a la habitación. Me sentí poderosa y eso provocaba que mi corazón palpitara a toda velocidad, me encantaba ese juego y mucho más si era con él. Cuando llegamos lo obligué a subirse al colchón y a acostarse boca arriba.
Me acomodé entre sus piernas y cuando pensó que le iba a chupar la pija, se la agarré con fuerza, lo miré a los ojos y le dije que era muy chiquita para mi boca. Lo empecé a pajear ante su cara de sorpresa total y seguí diciéndole que en mi vida había probado pijas mucho más grandes a la de él y que la suya solo servía para darme placer. Lucas no sabía qué hacer, no podía moverse y apenas parecía entender lo que estaba diciendo. Eso me fascinaba, sentía un calor inmenso recorrer todo mi cuerpo y me moría de ganas de seguir maltratándolo. Fui subiendo por su cuerpo y cuando terminé encima de él pegué mi cara a la suya y le dije que era muy putito.
- ¡Sos mi putito!
Metí su pija adentro de mi concha y me elevé para empezar a cogérmelo. Fui moviendo mi cuerpo hacia adelante y hacia atrás a toda velocidad sintiendo el calor subir por todo mi interior. Llevé mis manos a mis tetas y las apreté con fuerza mientras que gemía como loca y respiraba de manera agitada. Lucas permanecía acostado en la cama, observándome anonadado y sin comprender muy bien lo que sucedía. Sus manos estaban firmes a su lado y su pecho subía y bajaba agitadamente. Lo miré fijo a los ojos y le lancé una mirada morbosa y desafiante que él percibió y lo llevó a aumentar su expresión de susto.
Bajé una de mis manos y la llevé hasta su cuello el cual empecé a apretar con fuerza. “¡Intentá liberarte!” le dije y él enseguida colocó sus manos sobre las mías pero no hacía fuerza para que lo soltara. Yo seguí presionando sobre su cuello mientras me movía como loca encima suyo y sentía el placer entrar en mi cuerpo. Lucas empezó a gemir de manera ahogada y sus manos se colaron entre mis dedos, tratando de liberarse aunque sea un poco para poder respirar. Pero a mí me calentaba tanto tenerlo así que seguí haciendo presión sobre su cuello y noté como todo mi cuerpo empezaba a temblar.
- ¡Mariana!- Dijo él casi sin poder respirar y con voz seca.
Sin embargo yo no me detuve. Era tal la calentura que tenía que no quería parar y seguí presionando mi mano contra su cuello a tal punto que el color de su piel empezó a cambiar. Lucas me agarró con fuerza y me empezó a rasguñar la mano mientras que yo seguía moviéndome a toda velocidad. Era mío, mi prisionero, mi juguete sexual. Su pija estaba tan dura que me partía al medio y sentía como me volvía loca mientras que él apenas podía moverse. El calor se apoderó de todo mi cuerpo, mi cintura se movía descontrolada en todas direcciones y mis piernas temblaban.
Lo solté y él abrió bien grande la boca y una cantidad enorme de aire entró en su cuerpo mientras que del mío salían mis fluidos mojando toda su pija. “¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!” grité como loca apretándome bien fuerte las tetas y cerrando los ojos para disfrutar del orgasmo que acababa de tener. Él permaneció recostado en la cama mientras que yo me relamía y sentía como todo mi ser temblaba. La satisfacción que me dio ese orgasmo fue increíble, pero no suficiente, pues aún tenía ganas de divertirme con mi novio.
- ¡Date vuelta!- Le ordené aún relamiéndome del orgasmo que acababa de tener.
Él dudó, pero ni bien me levanté de su cuerpo, Lucas se dio vuelta y se acostó boca abajo. Le dije que se pusiera en cuatro y él me miró sorprendido pero mi mirada fue tan fulminante que entendió que no podía hacer otra cosa. Lucas comenzó a elevar su cuerpo mientras yo me acomodaba al lado de él y una vez que estuvo en esa posición apoyé mis manos sobre su espalda. Rápidamente llevé una a su cintura y la otra hasta su nuca y enredé nuevamente mis dedos en su pelo. Mi novio me miró preocupado, pero cuando le dije que empezara a pajearse, pareció aliviarse un poco.
Lucas se agarró la pija con su mano derecha y se empezó a tocar a toda velocidad. “¡Así me gusta! ¡Quiero que llenes las sábanas de leche!” le dije motivándolo pero sin dejar de poner un tono firme y agresivo. Entonces la mano que tenía sobre la parte baja de su espalda llegó hasta su cola y metí un dedo entre mis cachetes. “Mi amor…” empezó a protestar él pero enseguida le dije que se callara. Seguí llevando mi mano por su cuerpo hasta hacer contacto con sus huevos que estaban cubiertos de mis fluidos y dejé que uno de ellos se recubriera de estos. Fue entonces cuando lo apoyé suavemente sobre su culito y comencé a hacer fuerza.
Al principio Lucas puso resistencia y frunció su cuerpo, pero cuando le ordené que se relajara enseguida noté como mi dedo iba entrando en su culito. Él siguió pajeándose cada vez más rápido y su respiración empezó a agitarse. Mientras que mi dedo entraba y salía de su colita, mi otra mano tiraba de los pelos de su nuca. Él se tocaba a toda velocidad y supe que estaba a punto de acabar. Me encantaba tenerlo así, me volvía loca y hacía que mi orgasmo siguiera dándome placer mientras disfrutaba de ello. Mi novio comenzó a acabar sobre las sábanas y cuando lo hizo noté un calor recorrer toda mi espalda.
Me alejé de él ni bien terminó y me acosté en la cama. Lucas intentó acostarse al lado mío y abrazarme pero le dije que no lo hiciera, pues no estaba de humor para besos y caricias. Él se levantó y se fui al baño para después abrir la canilla y entrar a la ducha. Mientras que se bañaba yo permanecí acostada en la cama pensando en lo que acababa de hacer y en cómo había convertido a mi novio en mi esclavo sexual, en mi putito. Eso me encantó, me fascinó y hasta me dieron ganas de volver a hacerlo ni bien saliera del baño. Pero por un segundo pensé en Diego, recordé su rostro y sus labios preguntándome si era feliz y no pude evitar largarme a llorar nuevamente.
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