By Susy
El día llegó. No puedo negar que me encontraba muy nerviosa. Don Juan no era demasiado apuesto, pero tenía lo suyo, alto, cerca de los 1.80, más joven que mi marido, aún no llegaba a los 40, se notaba fuerte, producto del esfuerzo que hacía en su trabajo, pues se dedicaba a la albañilería, soldadura y no sé cuántas cosas más, pero sobre todo y eso es lo que me tenía muy inquieta era lo que se le notaba debajo del pantalón, ese bulto era lo suficiente para quitarme la respiración y quería comprobar si de verdad estaba tan bueno como se miraba. La noche anterior mi marido solo me dejó con más ganas pues, aunque me montó, simplemente no me hizo disfrutar, lo cual me tenía muy caliente y demasiado dispuesta a lo que se pudiera dar.
No me decidía cómo vestirme, don Juan ya no era un jovencito por lo que la forma en que yo me vestiría debería ser insinuante para no perder tiempo y aprovechar los momentos en disfrutarnos uno al otro.
Finalmente urdí un plan. Pasé a dejar a mi nena con Mary y regresé a la casa para esperar su llegada. Los minutos se me hacían eternos y mi impaciencia me estaba comiendo los nervios. Por fin tocaron el timbre, era él, muy puntual, a lo hora que me había dicho.
Mi decepción fue tremenda cuando vi que llegó con un jovencito, su hijo Manuel, de catorce años. Mis ganas se esfumaron y mi corazón sintió un vacío profundo, mi cara seguramente demostró mi enorme frustración.
Lo conduje al lugar que requería el arreglo mientras su hijo se quedó sentado en la sala porque así se lo pidió su padre. Revisó el desperfecto y me dijo: hoy mismo se lo arregló, va a ver que va a quedar satisfecha.
Mi calentura era tanta que por un instante me imaginé que padre e hijo me hacían suya. Manuel, su hijo, era un chico bastante guapo, había heredado las finas facciones de su madre, quien, dicho sea de paso, era muy linda solo que algo llenita de cuerpo. Mi imaginación me jugaba una mala pasada y por momentos me imaginaba que yo estaba en cuatro y el chico entraba y salía de mi ardiente vulva mientas mi boca se llenaba de aquel trozo inmenso de carne que su padre poseía. Por un momento en mi mente se dibujaron, padre e hijo, gozándome, haciéndome gemir, gritar, bramar; que ambos lograban sacar la mujer caliente y puta que durante los años que tenía de casada con Carlos había contenido. Me veía en cuatro, con las piernas al aire totalmente abierta, montada en el chico y con el padre atrás de mí. Uf!!! Cuánta calentura albergaba mi panochita.
Cerca de diez minutos después salió y le dijo a su hijo, “ve a la tlapalería y cómprame esta lista”, me llamó la atención que no me pidiera dinero, pero no dije nada. El chico fue rápido y unos diez minutos después ya estaba de vuelta. Casi inmediatamente su padre, le dijo, “ahora ve a comprar lo que necesitas y te vas a la casa, allá te esperas por favor, yo espero no tardar mucho, pero si no llego pronto, te vas a la escuela”, y sacando dinero de su bolsa se lo dio a Manuel, su hijo asintió y despidiéndose de mí, salió de la casa, yo salí tras de él y me aseguré que la reja de la calle estuviera perfectamente cerrada. La calentura volvió a subir por mi cuerpo, ahora nos quedábamos solos él y yo, regresé al interior de mi casa, don Juan ya estaba trabajando en la gotera. No podía perder tiempo, tenía que echar a andar mi plan.
- ¿Va a ser tardada la reparación? Le pregunté
- No, no creo, me dijo, esto es más fácil de lo que parece.
- Ok, le dije que bien, entonces voy a aprovechar para bañarme en lo que usted trabaja.
- Sí, está bien, me dijo.
El baño solo era el pretexto, en la mañana ya me había depilado perfectamente, como a mi gustaba, mi vagina y mis delicadas y torneadas piernas. Entré, me aseé rápidamente y salí con la toalla envuelta alrededor de mi cuerpo, cubriendo mis senos y mi jugosa intimidad. Aún quedaban gotas de agua sobre mis hombros al no secarme totalmente, todo era parte del plan, pasé cerca de él que se encontraba trabajando tirado en el suelo, era posible que no viera mucho desde donde estaba, pero de seguro podía ver hasta mis pantorrillas desnudas e imaginarse muchas cosas. La toalla me llegaba a medio muslo. Encendí la luz para supuestamente arreglarme, el fin era hacer tiempo para que al salir de donde él estaba pudiera ver cómo estaba vestida, o más bien, casi desvestida. Debajo de la toalla solo estaba mi piel desnuda, temblorosa, trémula, deseosa de ser profanada; mis jugos empezaron a escurrir, me di cuenta de que estaba demasiado caliente, no sé si podría esperar a que él saliera de donde estaba o de plano iba a verlo y sentarme encima de ese gordo bulto que se le miraba debajo de su pantalón de mezclilla. Los deseos de ser convertida en una verdadera puta me están invadiendo completamente.
La diosa fortuna jugó a mi favor y, escasos dos minutos después, se empezó a incorporar con un poco de esfuerzo, él ya se había dado cuenta que ahí estaba yo pues salió hablando.
- Ya quedó, dijo, y cuando me vio completamente su rostro no pudo disimular la grata sorpresa y la respiración se le fue un instante, ya está listo, continuo con cierto trabajo causado por la visión que se le presentaba frente a él.
- ¡Qué bueno don Juan! Le dije con gusto, y me acerqué un poco a él para olerlo, para disfrutar su aroma a hombre, su perfume de macho. Me encendí todavía más.
- Acaba de bañarse, me dijo, y no se secó bien, mire acá está mojada todavía, continuó, y con el dorso de su mano acarició mi hombro húmedo, perlado de gotas de agua.
- Sí, le dije, con la respiración entrecortada, estoy húmeda todavía, bastante húmeda, y me acerqué un poco más a él.
- ¿Quiere ver cómo quedó el trabajo? ya no gotea, dijo, recobrando un poco la compostura.
- No, dije, no es necesario, le creo.
- Ande, agáchese un poco y vea que ya no gotea.
Y mientras él se lavaba las manos y me explicaba en qué consistía el problema y qué había hecho para solucionarlo, en una conversación que yo estaba lejana de mostrar interés, me agaché un poco para observar que la gotera ya no estaba, el dobladillo de la toalla cayó al piso y el aprovechó para ponerle el pie encima, de tal forma que cuando quise ponerme de pie, la toalla se liberó de mi cuerpo quedando en el suelo, solo atiné, por instinto, a cubrirme los senos cruzando los dos brazos en forma de una cruz.
- Perdón, dijo, sin que sonara a disculpa, solo quería comprobar que de verdad está usted húmeda, y colocando ambas manos sobre mis caderas desnudas se acercó a mis labios, encorvando un poco el cuerpo, para besarme con la pasión más descarada y ardiente que he sentido.
- Estoy demasiado húmeda, le dije, y tomando una de sus manos -no recuerdo cuál- la llevé hasta mi cueva íntima y ardiente. Metió un dedo que resbaló con demasiada facilidad y un gemido de gozo salió de mis labios. Seguíamos besándonos, con nuestras lenguas intercambiando los fluidos ardientes y el calor propio del momento. Luego fueron dos dedos y no recuerdo, con exactitud, cuántos más me metió.
Me haló hacia él mientras caminaba hacia atrás, yo lo seguía como una tierna y ardiente zorrita que iba, dócilmente, al encuentro de su experimentado cazador. Con gran maestría se bajó los pantalones y ¡¡¡uff!! qué ricura de verga le vi, totalmente parada, gruesa, venuda y levantándose, a todo lo que daba, hacia arriba. Simplemente era una belleza de falo, bastante larga, se veía tan dura como una roca y esa curvatura hacia arriba antojaba que estuviera montada en él todo el día. Estaba segura que, una vez que la probara, se iba a convertir en mi vicio, en delirante y ardiente vicio.
Sin ternura, me tomó de los hombros y me empujó hacia abajo para indicarme que quería que me hincara y se la mamara. Obedecí, no podía desaprovechar esa enorme y gruesa verga que se mostraba ante mis ojos, no era el momento para pedir atenciones, esas las tenía con mi marido, yo estaba deseosa de un macho que supiera como cogerme, abrirme y fuese posible partirme en dos; que me rozara mi depilada panochita con su rica y deliciosa verga.
Con las nalgas al aire, rodee con mi mano la gruesa verga y con una sonrisa llena de puteria me di cuenta que no podía abarcarla completamente, me dio gusto, me encanta, dije, casi sin que se escuchara, metí la linda y gorda cabeza en mi boca, sabía deliciosa, simplemente riquísima; me la metí en la boca sin poder tragármela toda, estaba bastante grande. Me embriague con su olor y sabor de macho. Don Juan estaba muy bien dotado y tenía que disfrutarlo plenamente.
Me hinqué, eso era lo que él quería, la cabeza de su verga quedaba un poco fuera del alcance de mi boca porque por su curvatura natural se alzaba hacia arriba apuntando directamente al cielo. Se me antojaba tenerla metida en ese instante, pero también quería que él disfrutara de mis deliciosos y ardientes labios, sabía que mamaba muy bien, eso ya me lo habían dicho muchos antes de casarme. Así hincada como estaba empecé a chupar sus huevos, primero uno, luego otro, succionaba la delicada piel y, alzando mi mirada hacia arriba, veía como él entrecerraba sus ojos para potenciar la sensación de mis labios que besaban y acariciaban sus lindos y gordos huevos.
Me levantó, con gran destreza se sacó los zapatos con sus pies, dejó los pantalones en el suelo y sin ningún esfuerzo me cargó, pasé mis brazos alrededor de su cuello, él me sostuvo con sus manos en mis nalgas mientras mis piernas descansaban en sus antebrazos y se enrollaban alrededor de su cintura; sentí como me levantó fácilmente y me dejó caer en su grueso y venudo palo, este se resbaló dentro de mí demasiado rápido, sentí como me llenó completamente y cómo la punta de su verga tocaba hasta el fondo de mi vagina, hasta donde ninguna verga había llegado antes, me estremecí, mi piel se erizó y, así como estábamos, lo besé apasionadamente mientras sus manos me mecían hacia arriba y hacia abajo para clavarme, en cada estocada, hasta lo más hondo que se pudiera y hacerme vibrar de placer. Me estaba cogiendo deliciosamente. Don Juan era un verdadero macho como a mí me gustaban.
Tardamos en esa posición mientras yo sentía que llegaba a la gloria en más de una ocasión y bañaba con mis ardientes y viscosos jugos esa deliciosa y enorme verga que me estaba haciendo gozar a plenitud.
Me bajó y aprovechando el sillón de al lado, me pidió que me pusiera en cuatro con las nalgas hacia afuera, su estatura era perfecta, en esa posición embonamos exactamente. Me la metió fuerte, yo estaba tan lubricada que todo se resbalaba con suma facilidad. Su verga volvió a llenarme, pegué unos gritos de placer, gemí como una loca y bramé como una perra, nada me importaba, solo gozar de esa verga tan rica que me tenía ensartada esa mañana. Sentirme poseída es lo más delicioso que puedo experimentar. Sentir como mi macho disfruta de mi cuerpo y mis agujeros es tan rico que mi cabeza explota en sensaciones extremadamente ardientes y siento que me ofuscan los sentidos hasta hacerme perder el más mínimo detalle de cordura.
Me siguió cogiendo en esa posición, yo cada vez paraba más mis redondas y deliciosas nalgas y empujaba mi cuerpo hacia él para sentir hasta lo más hondo su gorda y venosa verga. Don Juan se agarró fuertemente de mis caderas, sentía su fuerza en los dedos que estrujaban mi suave y delicada piel, me jalaba fuertemente hacia él mientras su cuerpo chocaban con el mío para meterme su verga hasta los más profundo, él también estaba loco haciéndome el amor, su pasión se desbordaba y con movimientos fuertes y agresivos me cogía, enterrándome, con todo su ímpetu, esa deliciosa verga que la vida le había regalado y que, esa linda mañana, era completamente mía.
Solo faltaban breves minutos, la rica cogida que me estaba poniendo se veía llegar a su fin, sentí como su verga empezó a hincharse, todavía más, dentro de mí, sabía que pronto iba a explotar. Comencé a mover mis músculos vaginales para apretar fuertemente su deliciosa verga. Me encanta esa sensación y ese control que tengo al apretar y soltar fuerte y rápidamente mis calientes músculos vaginales; generalmente lo uso cuando siento que mi macho ya va a llegar al clímax y quiero exprimirlo completamente.
Seguí apretando y soltando rápidamente su palo con mis músculos internos, él seguía entrando y saliendo de mi como un poseído; sus resoplidos y mis gritos alertaban que el fin se venía pronto. Sentí estallarlo dentro de mí, el calor de sus fluidos casi me quemaba por dentro, el golpeteo de su semen me estremeció como nunca, lo profuso de su chorro ardiente llenó por completo mi vagina y empecé a escurrirme también. Sentía que no paraba en vaciarse, cada vez sentía como me llenaba con su leche espesa y caliente. Mis jugos se soltaron y bañaron su virilidad, sentí que mis fuerzas flaqueaban, mis gritos se apagaban cada vez más, mis piernas se acalambraban y mis pies se movían al ritmo de mi venida. Estábamos enloquecidos de placer.
Don Juan siguió moviéndose dentro de mí, lo seguí apretando hasta que se vaciara completamente dentro de mi cuerpo. Quería sentir toda su ardiente simiente escurrirse dentro de mi vagina, deseaba exprimirlo completamente para que ese día no quisiera tener más sexo, pero que pronto volviera conmigo para seguir gozando de esa loca y ardiente manera. Finalmente se salió, me di la vuelta pronto, vi la chorreante verga, todavía algo dura, la tomé entre mis manos y empecé a besar su enorme cabeza, luego me la metí en la boca, empecé a limpiarla lo más que pude y que me cabía en mi ardiente y húmeda cavidad bucal. La mezcla de nuestros sabores, confundidos entres sí, era indescriptible, pero sabía delicioso; me tomé todo el néctar que salía aún de su verga, no era mucha, pero aún seguía chorreando su caliente lechita. Estaba loca con ese palo tan rico que don Juan tenía.
Fue a asearse, yo seguí, desnuda, sentada con las piernas cruzadas y mi cuerpo recostado en el mullido respaldo del sillón favorito de mi marido. Eso me daba más morbo, ahí se sentaba todas las noches, por más de una hora, mientras leía los libros que le interesaban. No sabía qué iba a sentir esa noche que él se sentara ahí mientras mi mente, con toda seguridad, iba a recordar cada uno de los momentos de la deliciosa y ardiente cogida que me había puesto don Juan. Seguramente me iba a volver a excitar.
- Te me antojas nuevamente, me dijo cuando al salir de asearse se dio cuenta que yo estaba desnuda.
- Yo estoy lista, le dije, por eso no me he vestido.
- No puedo corazón, dijo con ternura para no hacerme sentir mal, mira que estás demasiado rica, pero ya tenía un compromiso y ya estoy un poquitín retrasado.
- Ni modo, le dije, y cierta tristeza se escuchó en mis palabras, yo pensé que si me ibas a hacer el amor otra vez.
- Otro día vuelvo, te lo prometo, y verás que sí te cogeré más de una vez.
- ¿Deveras? Eso espero y ansío mi amor, voy a esperar ese día con muchas ansias.
Una vez que se fue, me metí a asearme, tenía que ir por mi niña, pero antes tenía que pasar a la tienda de don Pepe por unas cosas. Recordar a ese viejo morboso y maloliente, me volvió a excitar. Don Juan había despertado en mi a la puta que se escondió por unos cuantos años.
Me vestí con un pantalón de mezclilla deslavado que se ceñía perfectamente a mi piel, dibujando palmo a palmo mi sinuosa silueta. Una blusa blanca que se me abría ligeramente a la altura de mi ombligo mostraba mi abdomen plano y daba un aire de sensualidad y cachondería. Me calcé unos zapatos cerrados que ayudaban a levantar un poco más mis nalgas, salí de mi casa y me dirigí a la tienda de don Pepe. Acababa de ser rica y deliciosamente cogida, y nuevamente, me sentía muy caliente.
El día llegó. No puedo negar que me encontraba muy nerviosa. Don Juan no era demasiado apuesto, pero tenía lo suyo, alto, cerca de los 1.80, más joven que mi marido, aún no llegaba a los 40, se notaba fuerte, producto del esfuerzo que hacía en su trabajo, pues se dedicaba a la albañilería, soldadura y no sé cuántas cosas más, pero sobre todo y eso es lo que me tenía muy inquieta era lo que se le notaba debajo del pantalón, ese bulto era lo suficiente para quitarme la respiración y quería comprobar si de verdad estaba tan bueno como se miraba. La noche anterior mi marido solo me dejó con más ganas pues, aunque me montó, simplemente no me hizo disfrutar, lo cual me tenía muy caliente y demasiado dispuesta a lo que se pudiera dar.
No me decidía cómo vestirme, don Juan ya no era un jovencito por lo que la forma en que yo me vestiría debería ser insinuante para no perder tiempo y aprovechar los momentos en disfrutarnos uno al otro.
Finalmente urdí un plan. Pasé a dejar a mi nena con Mary y regresé a la casa para esperar su llegada. Los minutos se me hacían eternos y mi impaciencia me estaba comiendo los nervios. Por fin tocaron el timbre, era él, muy puntual, a lo hora que me había dicho.
Mi decepción fue tremenda cuando vi que llegó con un jovencito, su hijo Manuel, de catorce años. Mis ganas se esfumaron y mi corazón sintió un vacío profundo, mi cara seguramente demostró mi enorme frustración.
Lo conduje al lugar que requería el arreglo mientras su hijo se quedó sentado en la sala porque así se lo pidió su padre. Revisó el desperfecto y me dijo: hoy mismo se lo arregló, va a ver que va a quedar satisfecha.
Mi calentura era tanta que por un instante me imaginé que padre e hijo me hacían suya. Manuel, su hijo, era un chico bastante guapo, había heredado las finas facciones de su madre, quien, dicho sea de paso, era muy linda solo que algo llenita de cuerpo. Mi imaginación me jugaba una mala pasada y por momentos me imaginaba que yo estaba en cuatro y el chico entraba y salía de mi ardiente vulva mientas mi boca se llenaba de aquel trozo inmenso de carne que su padre poseía. Por un momento en mi mente se dibujaron, padre e hijo, gozándome, haciéndome gemir, gritar, bramar; que ambos lograban sacar la mujer caliente y puta que durante los años que tenía de casada con Carlos había contenido. Me veía en cuatro, con las piernas al aire totalmente abierta, montada en el chico y con el padre atrás de mí. Uf!!! Cuánta calentura albergaba mi panochita.
Cerca de diez minutos después salió y le dijo a su hijo, “ve a la tlapalería y cómprame esta lista”, me llamó la atención que no me pidiera dinero, pero no dije nada. El chico fue rápido y unos diez minutos después ya estaba de vuelta. Casi inmediatamente su padre, le dijo, “ahora ve a comprar lo que necesitas y te vas a la casa, allá te esperas por favor, yo espero no tardar mucho, pero si no llego pronto, te vas a la escuela”, y sacando dinero de su bolsa se lo dio a Manuel, su hijo asintió y despidiéndose de mí, salió de la casa, yo salí tras de él y me aseguré que la reja de la calle estuviera perfectamente cerrada. La calentura volvió a subir por mi cuerpo, ahora nos quedábamos solos él y yo, regresé al interior de mi casa, don Juan ya estaba trabajando en la gotera. No podía perder tiempo, tenía que echar a andar mi plan.
- ¿Va a ser tardada la reparación? Le pregunté
- No, no creo, me dijo, esto es más fácil de lo que parece.
- Ok, le dije que bien, entonces voy a aprovechar para bañarme en lo que usted trabaja.
- Sí, está bien, me dijo.
El baño solo era el pretexto, en la mañana ya me había depilado perfectamente, como a mi gustaba, mi vagina y mis delicadas y torneadas piernas. Entré, me aseé rápidamente y salí con la toalla envuelta alrededor de mi cuerpo, cubriendo mis senos y mi jugosa intimidad. Aún quedaban gotas de agua sobre mis hombros al no secarme totalmente, todo era parte del plan, pasé cerca de él que se encontraba trabajando tirado en el suelo, era posible que no viera mucho desde donde estaba, pero de seguro podía ver hasta mis pantorrillas desnudas e imaginarse muchas cosas. La toalla me llegaba a medio muslo. Encendí la luz para supuestamente arreglarme, el fin era hacer tiempo para que al salir de donde él estaba pudiera ver cómo estaba vestida, o más bien, casi desvestida. Debajo de la toalla solo estaba mi piel desnuda, temblorosa, trémula, deseosa de ser profanada; mis jugos empezaron a escurrir, me di cuenta de que estaba demasiado caliente, no sé si podría esperar a que él saliera de donde estaba o de plano iba a verlo y sentarme encima de ese gordo bulto que se le miraba debajo de su pantalón de mezclilla. Los deseos de ser convertida en una verdadera puta me están invadiendo completamente.
La diosa fortuna jugó a mi favor y, escasos dos minutos después, se empezó a incorporar con un poco de esfuerzo, él ya se había dado cuenta que ahí estaba yo pues salió hablando.
- Ya quedó, dijo, y cuando me vio completamente su rostro no pudo disimular la grata sorpresa y la respiración se le fue un instante, ya está listo, continuo con cierto trabajo causado por la visión que se le presentaba frente a él.
- ¡Qué bueno don Juan! Le dije con gusto, y me acerqué un poco a él para olerlo, para disfrutar su aroma a hombre, su perfume de macho. Me encendí todavía más.
- Acaba de bañarse, me dijo, y no se secó bien, mire acá está mojada todavía, continuó, y con el dorso de su mano acarició mi hombro húmedo, perlado de gotas de agua.
- Sí, le dije, con la respiración entrecortada, estoy húmeda todavía, bastante húmeda, y me acerqué un poco más a él.
- ¿Quiere ver cómo quedó el trabajo? ya no gotea, dijo, recobrando un poco la compostura.
- No, dije, no es necesario, le creo.
- Ande, agáchese un poco y vea que ya no gotea.
Y mientras él se lavaba las manos y me explicaba en qué consistía el problema y qué había hecho para solucionarlo, en una conversación que yo estaba lejana de mostrar interés, me agaché un poco para observar que la gotera ya no estaba, el dobladillo de la toalla cayó al piso y el aprovechó para ponerle el pie encima, de tal forma que cuando quise ponerme de pie, la toalla se liberó de mi cuerpo quedando en el suelo, solo atiné, por instinto, a cubrirme los senos cruzando los dos brazos en forma de una cruz.
- Perdón, dijo, sin que sonara a disculpa, solo quería comprobar que de verdad está usted húmeda, y colocando ambas manos sobre mis caderas desnudas se acercó a mis labios, encorvando un poco el cuerpo, para besarme con la pasión más descarada y ardiente que he sentido.
- Estoy demasiado húmeda, le dije, y tomando una de sus manos -no recuerdo cuál- la llevé hasta mi cueva íntima y ardiente. Metió un dedo que resbaló con demasiada facilidad y un gemido de gozo salió de mis labios. Seguíamos besándonos, con nuestras lenguas intercambiando los fluidos ardientes y el calor propio del momento. Luego fueron dos dedos y no recuerdo, con exactitud, cuántos más me metió.
Me haló hacia él mientras caminaba hacia atrás, yo lo seguía como una tierna y ardiente zorrita que iba, dócilmente, al encuentro de su experimentado cazador. Con gran maestría se bajó los pantalones y ¡¡¡uff!! qué ricura de verga le vi, totalmente parada, gruesa, venuda y levantándose, a todo lo que daba, hacia arriba. Simplemente era una belleza de falo, bastante larga, se veía tan dura como una roca y esa curvatura hacia arriba antojaba que estuviera montada en él todo el día. Estaba segura que, una vez que la probara, se iba a convertir en mi vicio, en delirante y ardiente vicio.
Sin ternura, me tomó de los hombros y me empujó hacia abajo para indicarme que quería que me hincara y se la mamara. Obedecí, no podía desaprovechar esa enorme y gruesa verga que se mostraba ante mis ojos, no era el momento para pedir atenciones, esas las tenía con mi marido, yo estaba deseosa de un macho que supiera como cogerme, abrirme y fuese posible partirme en dos; que me rozara mi depilada panochita con su rica y deliciosa verga.
Con las nalgas al aire, rodee con mi mano la gruesa verga y con una sonrisa llena de puteria me di cuenta que no podía abarcarla completamente, me dio gusto, me encanta, dije, casi sin que se escuchara, metí la linda y gorda cabeza en mi boca, sabía deliciosa, simplemente riquísima; me la metí en la boca sin poder tragármela toda, estaba bastante grande. Me embriague con su olor y sabor de macho. Don Juan estaba muy bien dotado y tenía que disfrutarlo plenamente.
Me hinqué, eso era lo que él quería, la cabeza de su verga quedaba un poco fuera del alcance de mi boca porque por su curvatura natural se alzaba hacia arriba apuntando directamente al cielo. Se me antojaba tenerla metida en ese instante, pero también quería que él disfrutara de mis deliciosos y ardientes labios, sabía que mamaba muy bien, eso ya me lo habían dicho muchos antes de casarme. Así hincada como estaba empecé a chupar sus huevos, primero uno, luego otro, succionaba la delicada piel y, alzando mi mirada hacia arriba, veía como él entrecerraba sus ojos para potenciar la sensación de mis labios que besaban y acariciaban sus lindos y gordos huevos.
Me levantó, con gran destreza se sacó los zapatos con sus pies, dejó los pantalones en el suelo y sin ningún esfuerzo me cargó, pasé mis brazos alrededor de su cuello, él me sostuvo con sus manos en mis nalgas mientras mis piernas descansaban en sus antebrazos y se enrollaban alrededor de su cintura; sentí como me levantó fácilmente y me dejó caer en su grueso y venudo palo, este se resbaló dentro de mí demasiado rápido, sentí como me llenó completamente y cómo la punta de su verga tocaba hasta el fondo de mi vagina, hasta donde ninguna verga había llegado antes, me estremecí, mi piel se erizó y, así como estábamos, lo besé apasionadamente mientras sus manos me mecían hacia arriba y hacia abajo para clavarme, en cada estocada, hasta lo más hondo que se pudiera y hacerme vibrar de placer. Me estaba cogiendo deliciosamente. Don Juan era un verdadero macho como a mí me gustaban.
Tardamos en esa posición mientras yo sentía que llegaba a la gloria en más de una ocasión y bañaba con mis ardientes y viscosos jugos esa deliciosa y enorme verga que me estaba haciendo gozar a plenitud.
Me bajó y aprovechando el sillón de al lado, me pidió que me pusiera en cuatro con las nalgas hacia afuera, su estatura era perfecta, en esa posición embonamos exactamente. Me la metió fuerte, yo estaba tan lubricada que todo se resbalaba con suma facilidad. Su verga volvió a llenarme, pegué unos gritos de placer, gemí como una loca y bramé como una perra, nada me importaba, solo gozar de esa verga tan rica que me tenía ensartada esa mañana. Sentirme poseída es lo más delicioso que puedo experimentar. Sentir como mi macho disfruta de mi cuerpo y mis agujeros es tan rico que mi cabeza explota en sensaciones extremadamente ardientes y siento que me ofuscan los sentidos hasta hacerme perder el más mínimo detalle de cordura.
Me siguió cogiendo en esa posición, yo cada vez paraba más mis redondas y deliciosas nalgas y empujaba mi cuerpo hacia él para sentir hasta lo más hondo su gorda y venosa verga. Don Juan se agarró fuertemente de mis caderas, sentía su fuerza en los dedos que estrujaban mi suave y delicada piel, me jalaba fuertemente hacia él mientras su cuerpo chocaban con el mío para meterme su verga hasta los más profundo, él también estaba loco haciéndome el amor, su pasión se desbordaba y con movimientos fuertes y agresivos me cogía, enterrándome, con todo su ímpetu, esa deliciosa verga que la vida le había regalado y que, esa linda mañana, era completamente mía.
Solo faltaban breves minutos, la rica cogida que me estaba poniendo se veía llegar a su fin, sentí como su verga empezó a hincharse, todavía más, dentro de mí, sabía que pronto iba a explotar. Comencé a mover mis músculos vaginales para apretar fuertemente su deliciosa verga. Me encanta esa sensación y ese control que tengo al apretar y soltar fuerte y rápidamente mis calientes músculos vaginales; generalmente lo uso cuando siento que mi macho ya va a llegar al clímax y quiero exprimirlo completamente.
Seguí apretando y soltando rápidamente su palo con mis músculos internos, él seguía entrando y saliendo de mi como un poseído; sus resoplidos y mis gritos alertaban que el fin se venía pronto. Sentí estallarlo dentro de mí, el calor de sus fluidos casi me quemaba por dentro, el golpeteo de su semen me estremeció como nunca, lo profuso de su chorro ardiente llenó por completo mi vagina y empecé a escurrirme también. Sentía que no paraba en vaciarse, cada vez sentía como me llenaba con su leche espesa y caliente. Mis jugos se soltaron y bañaron su virilidad, sentí que mis fuerzas flaqueaban, mis gritos se apagaban cada vez más, mis piernas se acalambraban y mis pies se movían al ritmo de mi venida. Estábamos enloquecidos de placer.
Don Juan siguió moviéndose dentro de mí, lo seguí apretando hasta que se vaciara completamente dentro de mi cuerpo. Quería sentir toda su ardiente simiente escurrirse dentro de mi vagina, deseaba exprimirlo completamente para que ese día no quisiera tener más sexo, pero que pronto volviera conmigo para seguir gozando de esa loca y ardiente manera. Finalmente se salió, me di la vuelta pronto, vi la chorreante verga, todavía algo dura, la tomé entre mis manos y empecé a besar su enorme cabeza, luego me la metí en la boca, empecé a limpiarla lo más que pude y que me cabía en mi ardiente y húmeda cavidad bucal. La mezcla de nuestros sabores, confundidos entres sí, era indescriptible, pero sabía delicioso; me tomé todo el néctar que salía aún de su verga, no era mucha, pero aún seguía chorreando su caliente lechita. Estaba loca con ese palo tan rico que don Juan tenía.
Fue a asearse, yo seguí, desnuda, sentada con las piernas cruzadas y mi cuerpo recostado en el mullido respaldo del sillón favorito de mi marido. Eso me daba más morbo, ahí se sentaba todas las noches, por más de una hora, mientras leía los libros que le interesaban. No sabía qué iba a sentir esa noche que él se sentara ahí mientras mi mente, con toda seguridad, iba a recordar cada uno de los momentos de la deliciosa y ardiente cogida que me había puesto don Juan. Seguramente me iba a volver a excitar.
- Te me antojas nuevamente, me dijo cuando al salir de asearse se dio cuenta que yo estaba desnuda.
- Yo estoy lista, le dije, por eso no me he vestido.
- No puedo corazón, dijo con ternura para no hacerme sentir mal, mira que estás demasiado rica, pero ya tenía un compromiso y ya estoy un poquitín retrasado.
- Ni modo, le dije, y cierta tristeza se escuchó en mis palabras, yo pensé que si me ibas a hacer el amor otra vez.
- Otro día vuelvo, te lo prometo, y verás que sí te cogeré más de una vez.
- ¿Deveras? Eso espero y ansío mi amor, voy a esperar ese día con muchas ansias.
Una vez que se fue, me metí a asearme, tenía que ir por mi niña, pero antes tenía que pasar a la tienda de don Pepe por unas cosas. Recordar a ese viejo morboso y maloliente, me volvió a excitar. Don Juan había despertado en mi a la puta que se escondió por unos cuantos años.
Me vestí con un pantalón de mezclilla deslavado que se ceñía perfectamente a mi piel, dibujando palmo a palmo mi sinuosa silueta. Una blusa blanca que se me abría ligeramente a la altura de mi ombligo mostraba mi abdomen plano y daba un aire de sensualidad y cachondería. Me calcé unos zapatos cerrados que ayudaban a levantar un poco más mis nalgas, salí de mi casa y me dirigí a la tienda de don Pepe. Acababa de ser rica y deliciosamente cogida, y nuevamente, me sentía muy caliente.
1 comentarios - Susy una dulce ama de casa