Admito que me sentía avergonzada. Pero no me sentía culpable. Estaba engañando a mi esposo, totalmente controlada por una arrolladora lujuria por este otro hombre – Andrés. Todo lo físico acerca de Andrés me excitaba, desde su musculoso y firme cuerpo y hermosos ojos, hasta su enorme, larga, súper gorda verga.
Cuando se trataba de sexo no podía pensar en nadie más. Sólo me había acostado con él dos veces, pero le pertenecía sexualmente.
Me sentía avergonzada porque sentía que estaba comportándome como una puta desatada. Sentía vergüenza por no sentirme culpable, cuando a todas luces debía estarlo. Realmente amaba a mi esposo. De verdad no quería hacer nada que pudiera herirlo. Pero ya me había arriesgado a ser descubierta. Había besado a mi esposo en la boca poco después de tragar el esperma de Andrés. Afortunadamente, el no detectó nada. Pero estuve casi decepcionada de que no lo hiciera. Andrés me había hecho decirle que mi esposo era un cornudo. La verdad, yo no pensaba así. Pero la idea continuó arrastrándose una y otra vez en mi cabeza.
Tuve sexo con mi esposo más tarde, el mismo día de mi segundo encuentro con Andrés. Siempre me ha encantado el sexo, pero me di cuenta que palidecía en comparación con lo que mi nuevo macho podía darme. Ahora sé que algunos de ustedes pensarán que es sólo una profecía cumplida – que mi deseo inicial por Andrés me hizo sentir que el sexo era mejor con él. Puede que sea verdad. ¿Pero qué con eso? El sexo es en parte psicológico, y eso fue mucho mejor con él. Y su pene era mucho más grande también. El tamaño importa.
Andrés me llamó otra vez al trabajo. Pasamos veinte minutos tratando de encontrar el tiempo para reunirnos de nuevo. Me dijo que quería follarme en mi propia cama, que lo excitaba reventarme en la cama que compartía con mi esposo.
Le dije que era demasiado riesgoso. Y era verdad que no podía tomar tal riesgo, pero también lo era que entendía por qué aquello lo excitaba, y por eso, me excitaba a mí también. Me excitaba la idea de ser la mujer lo más infiel posible. Era simplemente demasiado morbo.
Él cedió y acordamos que estaríamos otra vez en su casa – pero agregó que habría una condición – quería que me vistiera lo más sexy posible – y quería que mi esposo me viera salir de casa vestida de esa forma. Le dije que no era posible. Pero Andrés no se quedó tranquilo. Me dijo que si me aparecía en su apartamento tenía que estar vestida como una puta, de otra forma no me dejaría entrar. Y luego colgó.
¿Qué podía hacer? Traté de llamarlo varias veces, pero su celular estaba apagado. Dos días antes de la fecha que habíamos acordado encontrarnos dejó un mensaje en el buzón de voz del teléfono de mi trabajo recordándome cuál era su condición.
Tenía tres opciones: podía no aparecerme y por lo tanto terminar con la relación. Podía intentar vestirme muy sexy, pero no como puta e ir a ver qué pasaba. O, podía cumplir con aquella condición.
Tengo que confesarlo, sabía que escogería una de las dos últimas. Simplemente no podía dejar de ver a este semental.
Por fin llegó el sábado por la mañana. Todavía no sabía qué hacer. Mi esposo sugirió que saliéramos a desayunar. Tenía tiempo para hacerlo porque no me iba a reunir con Andrés hasta mediodía. Todavía no le había dicho a mi esposo que tenía algo que hacer, pero no creía que eso fuera un problema.
Entonces, se me ocurrió una idea.
Todavía en pijama, me acurruqué a mi esposo y le dije que iba a hacer un día especial para él. Le dije que me iba a poner unos shorts muy pequeños, como a él le gustaba que usara en casa y que los usaría para ir a desayunar. Agregué que quería entrenar a la hora del almuerzo y que antes de la cena llegaría a casa para “jugar” un buen rato. Estuve bombeando su polla mientras le decía esto. No podía estar más feliz.
Me vestí, añadiendo un polo blanco a los shorts. Lo que mi esposo no vio fue que en mi bolso del gimnasio puse un polo sin mangas muy pequeño y unas sandalias de plataforma muy altas. Tenía que encontrar donde cambiarme. Y tenía que convencer a mi esposo que necesitaba el auto. Pero parecía que Andrés iba a poder verme vestida como una puta.
Fue divertido ir a desayunar con el sexy atuendo que llevaba puesto. Los shorts eran apretados, descoloridos y pequeños. Una pequeña porción de mis nalgas podían verse cuando estaba de pie. No llevaba sostén y mis tetas amenazaban con salirse de mi polito escotado. Los hombres se quedaban mirando. Mi esposo disfrutó el show, pensando que era para él. Lo habría lastimado mucho si supiera que era para otro hombre.
El tiempo transcurría con lentitud. Mi mente estaba en tener sexo con Andrés. Pueden pensar lo que quieran de mí, pero estoy siendo honesta – mi mente estaba en tener sexo con Andrés. Y nada podía distraerme de aquellos pensamientos.
Finalmente, estaba sola en el carro. Me dirigí al estacionamiento de un supermercado y conduje hasta la espalda. Afortunadamente no había nadie alrededor. Me quité el polo y me puse el polito sin mangas, que dejaba al descubierto gran parte de mis tetas. Me veía como una puta de verdad. El toque final fue ponerme lápiz labial rojo, lo que hizo que se me viera aún más sexy por mi piel blanca. Tenía listas las sandalias de plataforma para cuando llegara a lo de Andrés.
Me sentía como una puta. El atuendo estableció mi estado de ánimo. Parada en la puerta de mi amante esperando a que respondiera a mi llamado descubrí que estaba empezando a sentirme sobre excitada. Cuando Andrés abrió la puerta me tuvo parada allí unos instantes para contemplarme de pies a cabeza. Luego me llevó adentro.
Todo lo que dijo fue “Eres una puta,” y luego me besó en la boca. Un minuto después, todavía en el pasillo, sus manos en mis hombros, empezó a empujarme hacia abajo. Obviamente quería tener su verga en mi boca. Yo sólo quería su verga dondequiera que fuera en mí, así que estuve encantada de complacerlo.
De rodillas en frente de él, tiré de sus pantalones y bóxers hacia el suelo. Su rígida y enorme verga saltó como disparada por un resorte y quedó apenas a unos centímetros de mi boca. Cada célula de mi cuerpo estaba excitada al máximo. Cerré los dedos alrededor de su cañón y bombeé un par de veces. Un poco de líquido pre-seminal se formó en la punta. Lo lamí. Lamí la cabeza de su verga entera. Incluso intenté meter la punta de mi lengua en el agujero de la punta de su nabo. Eventualmente, se formó más líquido pre-seminal y lo lamí lentamente. Luego incliné su verga hacia arriba y lamí todo el tronco hasta encontrar sus bolas. Él se afeitaba allí abajo así que eran sólo sus bolas y mi boca. Las lamí. Las besé. Y luego las succioné. Cada bola recibió una lenta y deliberada atención. Metí cada una dentro de mi boca y succioné con suavidad, mientras mi lengua se envolvía alrededor del capullo. El gimió y jadeo varias veces.
Después de unos minutos de concentrarme únicamente en sus bolas, advertí que el líquido pre-seminal había estado goteando y estaba ahora a mitad de camino del tronco. Me deleité lamiéndolo con lentitud hacia arriba, justo hasta la punta de la polla. Entonces volví a meter la cabezota de su verga en mi boca.
Mamé su verga mientras acariciaba sus bolas con mi mano. Mi saliva recubrió su tranca. Pude saborear sus primeros jugos en mi boca. Introduje en mi boca tanto de su verga como me era posible, lo que solamente era alrededor de dos tercios de su largo, y luego empecé a mover mi cabeza hacia atrás y hacia adelante. Ordeñé sus bolas con mis manos. Andrés me dijo que era una puta adicta a las vergas. (Esto sólo era cierto en parte. Era una puta adicta a su verga.)
El proceso se repitió. Lamí otra vez la punta, luego trabajé el tronco. Y luego succioné sus bolas. Y luego él me levantó y me arrastró al dormitorio.
Agresivamente, me quitó el sexy atuendo. Estuvimos desnudos en segundos. Dos segundos después estaba tumbada sobre la espalda, esperando a que me montara.
El pegó su boca a mi coño mojado. En realidad no necesitaba ningún estímulo. De hecho estaba demasiado excitada. Mi clítoris estaba muy sensible. Traté de hacer que se relajara un poco, pero se negó. Involuntariamente resistí con mis caderas con la esperanza de despegar sus labios de mí, pero cuando mi trasero regresó a la cama mi clítoris todavía estaba entre sus dientes. Un orgasmo sobrenatural me atravesó el cuerpo. Seguí empujando con mis caderas, pero su rostro permaneció sujeto a mi concha.
El orgasmo todavía no había remitido cuando Andrés hundió dos dedos en mi agujero. Con la misma agresividad empezó a follarme con ellos sin dejar de succionar mi clítoris. Me corrí una segunda vez, con un orgasmo más largo, que me agotó por completo.
Yo estaba sin poder siquiera flexionar un músculo, cuando él se movió para montarme. Hundió su verga hasta lo más profundo de mi coño. A pesar de estar literalmente chorreando, su tranca me hacía sentir increíblemente llena, saciada.
Pensé que en ese momento ninguna sensación sexual sería imposible debido a los dos potentes orgasmos previos. Pero su verga estaba alcanzando lugares que sus dedos y su lengua no podían.
Andrés simplemente me folló con potencia desmedida. Lo abracé y le rogué que no se detuviera. Un tercer orgasmo con su tranca clavada en lo más profundo de mi vagina explotó a través de mi cuerpo.
El tercer orgasmo aclaró mi mente. Ahora era mi turno de encargarme de él. Entre los gruñidos involuntarios causados por la potencia de sus embestidas, empecé a hablarle – diciéndole lo que quería escuchar.
Le dije lo increíble que se sentía tener su verga dentro de mí. Le dije lo enorme que era su tranca. Le dije que la tenía enorme en comparación con mi esposo. Le dije que él era mi dueño, que yo le pertenecía. Él se deleitó en su propia lujuria.
Me preguntó si me había excitado besar a mi esposo con el semen de otro hombre en mi boca. Le dije que sí. Estaba diciéndole todas estas cosas para excitarlo. Quería que su lujuria por mí estuviera en su punto máximo.
Pero la cosa es que, decir todas esas cosas me excitaba también a mí. Hacer quedar mal a mi esposo era excitante. Tener una verga más grande dentro de mí era la lujuria extrema. ¡Follar con otro hombre a espaldas de mi marido estaba volviéndome loca! Quería que este semental me follara, y en comparación con él mi esposo era un cornudo, un endeble, un imbécil. Física, sexualmente, - mi esposo no podía darme lo que Andrés me estaba dando.
Otro orgasmo me golpeó como una enorme ola. Duró un buen rato. Perdí todo sentido de la realidad por unos segundos, pero regresé cuando sentí la enorme verga de Andrés explotando en mi interior. Se sintió maravilloso.
Nos besamos apasionadamente mientras él seguí follándome con menor intensidad. Me impresionó la cantidad de semen que eyaculó en mi interior.
Andrés me dijo que iba a follarme una y otra vez tan duro que no sería capaz de tener sexo con mi esposo de nuevo por una semana. Pensé que le había prometido a mi esposo tener sexo apenas en unas horas. Pero francamente, si Andrés podía follarme así de bien, simplemente lo aceptaría.
No quería tener que escoger, pero si tuviera que hacerlo, escogería ser el juguete sexual de Andrés sin duda alguna.
Después de varios minutos de follar lentamente, su verga estaba de nuevo durísima y empezó a reventarme sin contemplaciones, hasta llegar a una total soldadura entre su pene y mi concha. Era suya.
Me susurró al oído que era su puta. Y luego me dijo que tenía que obedecerle. Le dije que lo haría. Sin disminuir la velocidad de sus embestidas me dijo que cuando términos me iría a casa y haría que mi esposo me comiera el coño. Dijo que así era como una puta trataba a un esposo cornudo.
Fue sólo la idea de aquello. La idea de mi esposo lamiendo mi concha llena del semen de Andrés me dejó lista. El cuarto orgasmo del día me atravesó haciéndome estremecer entera.
“¡Dime que lo harás!” me ordenó. Estaba follándome a un ritmo frenético. No dije nada.
Él se detuvo con su verga completamente incrustada en mí. Me miró, cogió una pierna y me volteó boca abajo – sin que su verga saliera de mi coño.
Conmigo boca abajo, Andrés empezó de nuevo a follarme con mucha potencia. Debido a que era una nueva posición sentía que mi coño se abría como nunca, tratando de acomodarse de nuevo a su gran tamaño. Cada penetración me hacía gruñir de placer.
Andrés me cogió de los cabellos al tiempo que seguía follándome. “¡Dilo puta!” “¡Dime que vas a hacer que el cornudo de tu esposo te limpie el coño lleno de mi semen!”
Sabía que decirlo y hacerlo eran dos cosas distintas. Lo racionalicé. Y lo dije.
Su tranca explotó en mi interior. Sentir los chorros de semen inundando de nuevo mi concha gatilló mi quinto orgasmo del día.
Me vestí rápidamente. En el lavabo me las arreglé para pasarme una tolla húmeda por mi concha y limpiar el exceso de esperma.
Mientras me marchaba, Andrés me dijo, “No lo olvides.”
Llegué a casa. Mi esposo estaba mirándome con deseo. Dado a la forma en que estaba vestida, no era sorpresa.
Estaba consciente de que a pesar de que me había limpiado todavía podías sentir que tenía medio litro de esperma bombeado en mi interior. Pero mi esposo no estaba para detenerse.
Me llevó a la habitación y empezamos a besarnos. Nos desnudamos. El intentó meter sus dedos en mi coño. Preocupada por lo que pudiera encontrar, me aparté. Pero era persistente. Un segundo después, me dijo “estás muy mojada.”
Me dije a mí misma “No, ¿en serio?” Había decidido de camino a casa que lo haría comerme el coño. Era degradante para él. Y riesgoso. Pero me había comprometido a hacerlo.
Impulsivamente, lo hice tumbarse sobre la espalda en la cama. Me monté a horcajadas sobre él y bajé mi coño en su estómago y empecé a frotarlo hacia atrás y hacia adelante.
Inesperadamente, mi esposo puso sus brazos alrededor de mí y me llevó hacia adelante. Quería tener mi conchita cerca de su rostro. Quería comerme el coño.
No había vuelta atrás. Con mis piernas a cada lado de su cabeza, bajé mi coño a su boca expectante. Se sintió en carne viva, pero aun así se sintió bien. Él no hizo ningún comentario.
Sentí su lengua probándome, hundiéndose más adentro. Gemí de placer.
Pronto yo misma estaba clavando mi concha en su boca. Me excitaba tratarlo así. El leve dolor que sentía no impidió que alcanzara un nuevo orgasmo pocos minutos después.
Mi esposo comentó que nunca me había visto tan excitada.
Follamos. Casi no me di cuenta.
Cuando se trataba de sexo no podía pensar en nadie más. Sólo me había acostado con él dos veces, pero le pertenecía sexualmente.
Me sentía avergonzada porque sentía que estaba comportándome como una puta desatada. Sentía vergüenza por no sentirme culpable, cuando a todas luces debía estarlo. Realmente amaba a mi esposo. De verdad no quería hacer nada que pudiera herirlo. Pero ya me había arriesgado a ser descubierta. Había besado a mi esposo en la boca poco después de tragar el esperma de Andrés. Afortunadamente, el no detectó nada. Pero estuve casi decepcionada de que no lo hiciera. Andrés me había hecho decirle que mi esposo era un cornudo. La verdad, yo no pensaba así. Pero la idea continuó arrastrándose una y otra vez en mi cabeza.
Tuve sexo con mi esposo más tarde, el mismo día de mi segundo encuentro con Andrés. Siempre me ha encantado el sexo, pero me di cuenta que palidecía en comparación con lo que mi nuevo macho podía darme. Ahora sé que algunos de ustedes pensarán que es sólo una profecía cumplida – que mi deseo inicial por Andrés me hizo sentir que el sexo era mejor con él. Puede que sea verdad. ¿Pero qué con eso? El sexo es en parte psicológico, y eso fue mucho mejor con él. Y su pene era mucho más grande también. El tamaño importa.
Andrés me llamó otra vez al trabajo. Pasamos veinte minutos tratando de encontrar el tiempo para reunirnos de nuevo. Me dijo que quería follarme en mi propia cama, que lo excitaba reventarme en la cama que compartía con mi esposo.
Le dije que era demasiado riesgoso. Y era verdad que no podía tomar tal riesgo, pero también lo era que entendía por qué aquello lo excitaba, y por eso, me excitaba a mí también. Me excitaba la idea de ser la mujer lo más infiel posible. Era simplemente demasiado morbo.
Él cedió y acordamos que estaríamos otra vez en su casa – pero agregó que habría una condición – quería que me vistiera lo más sexy posible – y quería que mi esposo me viera salir de casa vestida de esa forma. Le dije que no era posible. Pero Andrés no se quedó tranquilo. Me dijo que si me aparecía en su apartamento tenía que estar vestida como una puta, de otra forma no me dejaría entrar. Y luego colgó.
¿Qué podía hacer? Traté de llamarlo varias veces, pero su celular estaba apagado. Dos días antes de la fecha que habíamos acordado encontrarnos dejó un mensaje en el buzón de voz del teléfono de mi trabajo recordándome cuál era su condición.
Tenía tres opciones: podía no aparecerme y por lo tanto terminar con la relación. Podía intentar vestirme muy sexy, pero no como puta e ir a ver qué pasaba. O, podía cumplir con aquella condición.
Tengo que confesarlo, sabía que escogería una de las dos últimas. Simplemente no podía dejar de ver a este semental.
Por fin llegó el sábado por la mañana. Todavía no sabía qué hacer. Mi esposo sugirió que saliéramos a desayunar. Tenía tiempo para hacerlo porque no me iba a reunir con Andrés hasta mediodía. Todavía no le había dicho a mi esposo que tenía algo que hacer, pero no creía que eso fuera un problema.
Entonces, se me ocurrió una idea.
Todavía en pijama, me acurruqué a mi esposo y le dije que iba a hacer un día especial para él. Le dije que me iba a poner unos shorts muy pequeños, como a él le gustaba que usara en casa y que los usaría para ir a desayunar. Agregué que quería entrenar a la hora del almuerzo y que antes de la cena llegaría a casa para “jugar” un buen rato. Estuve bombeando su polla mientras le decía esto. No podía estar más feliz.
Me vestí, añadiendo un polo blanco a los shorts. Lo que mi esposo no vio fue que en mi bolso del gimnasio puse un polo sin mangas muy pequeño y unas sandalias de plataforma muy altas. Tenía que encontrar donde cambiarme. Y tenía que convencer a mi esposo que necesitaba el auto. Pero parecía que Andrés iba a poder verme vestida como una puta.
Fue divertido ir a desayunar con el sexy atuendo que llevaba puesto. Los shorts eran apretados, descoloridos y pequeños. Una pequeña porción de mis nalgas podían verse cuando estaba de pie. No llevaba sostén y mis tetas amenazaban con salirse de mi polito escotado. Los hombres se quedaban mirando. Mi esposo disfrutó el show, pensando que era para él. Lo habría lastimado mucho si supiera que era para otro hombre.
El tiempo transcurría con lentitud. Mi mente estaba en tener sexo con Andrés. Pueden pensar lo que quieran de mí, pero estoy siendo honesta – mi mente estaba en tener sexo con Andrés. Y nada podía distraerme de aquellos pensamientos.
Finalmente, estaba sola en el carro. Me dirigí al estacionamiento de un supermercado y conduje hasta la espalda. Afortunadamente no había nadie alrededor. Me quité el polo y me puse el polito sin mangas, que dejaba al descubierto gran parte de mis tetas. Me veía como una puta de verdad. El toque final fue ponerme lápiz labial rojo, lo que hizo que se me viera aún más sexy por mi piel blanca. Tenía listas las sandalias de plataforma para cuando llegara a lo de Andrés.
Me sentía como una puta. El atuendo estableció mi estado de ánimo. Parada en la puerta de mi amante esperando a que respondiera a mi llamado descubrí que estaba empezando a sentirme sobre excitada. Cuando Andrés abrió la puerta me tuvo parada allí unos instantes para contemplarme de pies a cabeza. Luego me llevó adentro.
Todo lo que dijo fue “Eres una puta,” y luego me besó en la boca. Un minuto después, todavía en el pasillo, sus manos en mis hombros, empezó a empujarme hacia abajo. Obviamente quería tener su verga en mi boca. Yo sólo quería su verga dondequiera que fuera en mí, así que estuve encantada de complacerlo.
De rodillas en frente de él, tiré de sus pantalones y bóxers hacia el suelo. Su rígida y enorme verga saltó como disparada por un resorte y quedó apenas a unos centímetros de mi boca. Cada célula de mi cuerpo estaba excitada al máximo. Cerré los dedos alrededor de su cañón y bombeé un par de veces. Un poco de líquido pre-seminal se formó en la punta. Lo lamí. Lamí la cabeza de su verga entera. Incluso intenté meter la punta de mi lengua en el agujero de la punta de su nabo. Eventualmente, se formó más líquido pre-seminal y lo lamí lentamente. Luego incliné su verga hacia arriba y lamí todo el tronco hasta encontrar sus bolas. Él se afeitaba allí abajo así que eran sólo sus bolas y mi boca. Las lamí. Las besé. Y luego las succioné. Cada bola recibió una lenta y deliberada atención. Metí cada una dentro de mi boca y succioné con suavidad, mientras mi lengua se envolvía alrededor del capullo. El gimió y jadeo varias veces.
Después de unos minutos de concentrarme únicamente en sus bolas, advertí que el líquido pre-seminal había estado goteando y estaba ahora a mitad de camino del tronco. Me deleité lamiéndolo con lentitud hacia arriba, justo hasta la punta de la polla. Entonces volví a meter la cabezota de su verga en mi boca.
Mamé su verga mientras acariciaba sus bolas con mi mano. Mi saliva recubrió su tranca. Pude saborear sus primeros jugos en mi boca. Introduje en mi boca tanto de su verga como me era posible, lo que solamente era alrededor de dos tercios de su largo, y luego empecé a mover mi cabeza hacia atrás y hacia adelante. Ordeñé sus bolas con mis manos. Andrés me dijo que era una puta adicta a las vergas. (Esto sólo era cierto en parte. Era una puta adicta a su verga.)
El proceso se repitió. Lamí otra vez la punta, luego trabajé el tronco. Y luego succioné sus bolas. Y luego él me levantó y me arrastró al dormitorio.
Agresivamente, me quitó el sexy atuendo. Estuvimos desnudos en segundos. Dos segundos después estaba tumbada sobre la espalda, esperando a que me montara.
El pegó su boca a mi coño mojado. En realidad no necesitaba ningún estímulo. De hecho estaba demasiado excitada. Mi clítoris estaba muy sensible. Traté de hacer que se relajara un poco, pero se negó. Involuntariamente resistí con mis caderas con la esperanza de despegar sus labios de mí, pero cuando mi trasero regresó a la cama mi clítoris todavía estaba entre sus dientes. Un orgasmo sobrenatural me atravesó el cuerpo. Seguí empujando con mis caderas, pero su rostro permaneció sujeto a mi concha.
El orgasmo todavía no había remitido cuando Andrés hundió dos dedos en mi agujero. Con la misma agresividad empezó a follarme con ellos sin dejar de succionar mi clítoris. Me corrí una segunda vez, con un orgasmo más largo, que me agotó por completo.
Yo estaba sin poder siquiera flexionar un músculo, cuando él se movió para montarme. Hundió su verga hasta lo más profundo de mi coño. A pesar de estar literalmente chorreando, su tranca me hacía sentir increíblemente llena, saciada.
Pensé que en ese momento ninguna sensación sexual sería imposible debido a los dos potentes orgasmos previos. Pero su verga estaba alcanzando lugares que sus dedos y su lengua no podían.
Andrés simplemente me folló con potencia desmedida. Lo abracé y le rogué que no se detuviera. Un tercer orgasmo con su tranca clavada en lo más profundo de mi vagina explotó a través de mi cuerpo.
El tercer orgasmo aclaró mi mente. Ahora era mi turno de encargarme de él. Entre los gruñidos involuntarios causados por la potencia de sus embestidas, empecé a hablarle – diciéndole lo que quería escuchar.
Le dije lo increíble que se sentía tener su verga dentro de mí. Le dije lo enorme que era su tranca. Le dije que la tenía enorme en comparación con mi esposo. Le dije que él era mi dueño, que yo le pertenecía. Él se deleitó en su propia lujuria.
Me preguntó si me había excitado besar a mi esposo con el semen de otro hombre en mi boca. Le dije que sí. Estaba diciéndole todas estas cosas para excitarlo. Quería que su lujuria por mí estuviera en su punto máximo.
Pero la cosa es que, decir todas esas cosas me excitaba también a mí. Hacer quedar mal a mi esposo era excitante. Tener una verga más grande dentro de mí era la lujuria extrema. ¡Follar con otro hombre a espaldas de mi marido estaba volviéndome loca! Quería que este semental me follara, y en comparación con él mi esposo era un cornudo, un endeble, un imbécil. Física, sexualmente, - mi esposo no podía darme lo que Andrés me estaba dando.
Otro orgasmo me golpeó como una enorme ola. Duró un buen rato. Perdí todo sentido de la realidad por unos segundos, pero regresé cuando sentí la enorme verga de Andrés explotando en mi interior. Se sintió maravilloso.
Nos besamos apasionadamente mientras él seguí follándome con menor intensidad. Me impresionó la cantidad de semen que eyaculó en mi interior.
Andrés me dijo que iba a follarme una y otra vez tan duro que no sería capaz de tener sexo con mi esposo de nuevo por una semana. Pensé que le había prometido a mi esposo tener sexo apenas en unas horas. Pero francamente, si Andrés podía follarme así de bien, simplemente lo aceptaría.
No quería tener que escoger, pero si tuviera que hacerlo, escogería ser el juguete sexual de Andrés sin duda alguna.
Después de varios minutos de follar lentamente, su verga estaba de nuevo durísima y empezó a reventarme sin contemplaciones, hasta llegar a una total soldadura entre su pene y mi concha. Era suya.
Me susurró al oído que era su puta. Y luego me dijo que tenía que obedecerle. Le dije que lo haría. Sin disminuir la velocidad de sus embestidas me dijo que cuando términos me iría a casa y haría que mi esposo me comiera el coño. Dijo que así era como una puta trataba a un esposo cornudo.
Fue sólo la idea de aquello. La idea de mi esposo lamiendo mi concha llena del semen de Andrés me dejó lista. El cuarto orgasmo del día me atravesó haciéndome estremecer entera.
“¡Dime que lo harás!” me ordenó. Estaba follándome a un ritmo frenético. No dije nada.
Él se detuvo con su verga completamente incrustada en mí. Me miró, cogió una pierna y me volteó boca abajo – sin que su verga saliera de mi coño.
Conmigo boca abajo, Andrés empezó de nuevo a follarme con mucha potencia. Debido a que era una nueva posición sentía que mi coño se abría como nunca, tratando de acomodarse de nuevo a su gran tamaño. Cada penetración me hacía gruñir de placer.
Andrés me cogió de los cabellos al tiempo que seguía follándome. “¡Dilo puta!” “¡Dime que vas a hacer que el cornudo de tu esposo te limpie el coño lleno de mi semen!”
Sabía que decirlo y hacerlo eran dos cosas distintas. Lo racionalicé. Y lo dije.
Su tranca explotó en mi interior. Sentir los chorros de semen inundando de nuevo mi concha gatilló mi quinto orgasmo del día.
Me vestí rápidamente. En el lavabo me las arreglé para pasarme una tolla húmeda por mi concha y limpiar el exceso de esperma.
Mientras me marchaba, Andrés me dijo, “No lo olvides.”
Llegué a casa. Mi esposo estaba mirándome con deseo. Dado a la forma en que estaba vestida, no era sorpresa.
Estaba consciente de que a pesar de que me había limpiado todavía podías sentir que tenía medio litro de esperma bombeado en mi interior. Pero mi esposo no estaba para detenerse.
Me llevó a la habitación y empezamos a besarnos. Nos desnudamos. El intentó meter sus dedos en mi coño. Preocupada por lo que pudiera encontrar, me aparté. Pero era persistente. Un segundo después, me dijo “estás muy mojada.”
Me dije a mí misma “No, ¿en serio?” Había decidido de camino a casa que lo haría comerme el coño. Era degradante para él. Y riesgoso. Pero me había comprometido a hacerlo.
Impulsivamente, lo hice tumbarse sobre la espalda en la cama. Me monté a horcajadas sobre él y bajé mi coño en su estómago y empecé a frotarlo hacia atrás y hacia adelante.
Inesperadamente, mi esposo puso sus brazos alrededor de mí y me llevó hacia adelante. Quería tener mi conchita cerca de su rostro. Quería comerme el coño.
No había vuelta atrás. Con mis piernas a cada lado de su cabeza, bajé mi coño a su boca expectante. Se sintió en carne viva, pero aun así se sintió bien. Él no hizo ningún comentario.
Sentí su lengua probándome, hundiéndose más adentro. Gemí de placer.
Pronto yo misma estaba clavando mi concha en su boca. Me excitaba tratarlo así. El leve dolor que sentía no impidió que alcanzara un nuevo orgasmo pocos minutos después.
Mi esposo comentó que nunca me había visto tan excitada.
Follamos. Casi no me di cuenta.
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