Andrés me llamó un par de días después de nuestro primer encuentro. Quería verme de nuevo.
Para mi sorpresa, no sentía culpa por haber engañado a mi esposo. De hecho, había tenido sexo con él esa misma noche. Y lo disfruté tanto como otras veces.
Pero había algo diferente en acostarme con Andrés – algo que mi esposo simplemente no podía proveer. Verán, Andrés me excitaba físicamente de una forma increíble, y nada más. Era atractivo, tenía un pene más grande, y era excelente en la cama.
Mi lujuria por Andrés me hacía sentir como una puta, y sentirme de esa forma de hecho hacía que el sexo fuera mucho mejor. Deseaba su enorme pene. Eso me hacía sentir emputecida. Y eso hacía el sexo mejor de lo que alguna vez había conseguido de mi esposo. Amo a Julián, pero eso no cambia la realidad. Deseaba a Andrés y no tenía el poder de voluntad para dejar ese deseo insatisfecho.
Sin embargo, no estaba renunciando a mi matrimonio sobre la base de un solo encuentro con un macho que parecía una máquina de follar. Yo sabía que quería que pasara de nuevo, pero no sabía que era lo que Andrés quería.
Accedí a verlo, pero muy pronto nos dimos cuenta que el hecho de que yo estuviera casada significaba que tendríamos pocas oportunidades de estar juntos. Ambos trabajábamos durante el día. Y en las noches, podíamos estar juntos quizás una hora y media antes de que tuviera que regresar a casa – y eso simplemente no era suficiente. Peor – el siguiente fin de semana ya lo tenía ocupado. Y el fin de semana después también iba a estar atareada.
Afortunadamente, el siguiente fin de semana no tenía planes para el sábado en la tarde. Le diría a mi esposo que iba a entrenar y de compras – esas excusas siempre funcionan.
Sin embargo las cosas pueden salir mal aún con un plan. Y a veces eso puede cambiar por completo la dinámica de la situación. Esta fue una de esas veces. Mi esposo, cuando le dije el día anterior que tenía planes para la tarde del sábado, me dijo que iría conmigo de compras. No pude decirle que no.
Llamé a Andrés para contarle las malas noticias. Tenía planeado pasar toda la tarde tirando. Lo necesitaba con urgencia. Para mi sorpresa, Andrés me dijo que fuera verlo igual y que le dijera a mi media naranja que lo encontraría para ir de compras después de mi “entrenamiento”. Me quejé de que eso no nos daba suficiente tiempo, pero él dijo que la íbamos a pasar bien – incluso me daría un aventón a donde tenía que encontrarme con mi esposo.
Accedí.
Esa mañana de sábado pasé mucho tiempo frente al espejo. Quería lucir muy sexy para él. Mi esposo me veía con deleite, sin darse cuenta que me estaba vistiendo para excitar a otro hombre. Me puse una falda corta, muy apretada y un polo sin mangas bastante escotado.
Mi querido esposo quiso jugar un poco. Le cogí la polla y le dije “hoy en la noche, si te portas bien conmigo cuando vayamos de compras.” Lo besé.
Sé que es increíble, pero sabía que iba a ser infiel de nuevo y no sentía culpa. En ese momento, mis impulsos sexuales eran para un hombre – Andrés. Y aun así no sentía culpa. Estaba con mi esposo y completamente excitada – pero por otro hombre.
Me fui temprano – estaba desesperada por pasar el mayor tiempo posible en la cama con Andrés. Al marcharme, pensé que la próxima vez tenía que ser más cuidadosa. Mi esposo no había preguntado porque había pasado tanto tiempo poniéndome maquillaje cuando se supone que estaría entrenando.
Tomé un taxi y el camino se me hizo una eternidad. Pero mi mente estaba con Andrés y nada más. Después de media hora llegué a su casa.
Una vez dentro de su apartamento, él me envolvió con sus brazos y nos besamos. Entre besos le dije lo desesperada que estaba porque me follara. Me llevó al sillón para seguir besándonos y metiéndonos mano. Lo cogí por la parte delantera de sus pantalones.
Me preguntó cuánto lo deseaba. Le dije que tenía que tenerlo. Él me contesto que me daría el mejor polvo de mi vida – pero añadió que lo haría con una condición: haría exactamente lo que me pidiera.
Me reí divertida y le pregunté que tenía en mente. Me dijo que primero se lo prometiera y luego me lo diría. Para entonces su mano ya había levantado mi faldita lo más que se podía, así que realmente no estaba en posición de discutir con él. Le dije que lo prometía.
Andrés me dijo que me iba a follar hasta reventarme la concha, pero quería correrse en mi boca y quería que me lo tragara. Yo no tenía ningún inconveniente en hacerlo. Dijo que quería follarme de nuevo, y de nuevo correrse en mi boca. ¡Yo no tenía ningún problema en que lo hiciera! Y luego sin ir al baño o siquiera tomar un vaso de agua, me dijo que me vestiría y me llevaría para dejarme a un par de cuadras de donde me iba a encontrar con mi esposo. Y que quería que fuera directamente hacia mi marido y le diera un beso largo y lento en la boca.
Me quedé de una pieza. Entendí inmediatamente las ramificaciones. En un momento, el estaría bombeando su semen en mi boca. Al siguiente yo estaría besando a mi esposo.
Le dije “No puedo.” Él se puso de pie y se bajó los pantalones, revelando el exquisito bulto de su tranca, y me dijo, “Sí, si puedes.”
Me quedé mirándolo. Sabía que tenía razón. Levanté mi mano derecha para palpar sus bolas por encima de la ropa interior. Sabía lo que estaba haciendo.
Andrés se deleitaba en el hecho de que no solamente había conseguido acostarse con una mujer sexy, sino que realmente poseía a esa mujer. Y estaba claro que le excitaba el hecho de ver a un marido besando una boca que había estado llena del semen de otro hombre.
Y no podía evitarlo, yo también estaba excitada.
Me levantó y me llevó a su cama. Mi polito de gran escote se había quedado en el pasillo. Mi tanga – un hilo casi inexistente – fueron las siguientes. Ambos estábamos tan excitados que los previos no fueron necesarios. Andrés se deshizo de mi falda, colocó sus brazos alrededor de mis piernas y embistió con más fuerza de lo que alguna vez había sentido. Y se sintió increíble. Durante cuarenta minutos follamos como animales salvajes. Él siempre estuvo encima. Ocasionalmente, ponía mis piernas en sus hombros para que la penetración fuera más profunda. Pude sentir que alcanzaba rincones de mi vagina a los que mi esposo ni siquiera se había acercado. Supe que le pertenecía.
Realmente no puedo decirles cuántos orgasmos atravesaron mi cuerpo. A veces eran muy seguidos. Todo lo que puedo decir es que fue sexo de un nivel sideral.
Después de un rato, sacó su verga de mi concha y la movió hacia mi boca, presionando contra mis labios. Sus piernas se montaron a horcajadas sobre mi cuerpo. No había forma de escavar. Abrí la boca y saqué la lengua para tragarme su tranca. Dos minutos después estaba corriéndose en mi boca. Fue una corrida abundante. Tuve que tragármela varias veces. Él mantuvo su verga en mi boca, asegurándose que me tragara hasta la última gota.
Su polla aún estaba semi-dura. Volvimos a follar. Yo estaba loca de lujuria. Él me puso boca abajo y empezó a follarme desde atrás. Su cuerpo musculoso le permitía embestir con fuerza. Era como la perfecta máquina de follar. Cogió mis tetas para sujetarme al tiempo que tomaba distancia. Me dijo que rogara que me la clavara, y eso hice. Y luego me dijo que le dijera que mi esposo era un “cornudo.”
Bajé mi cabeza a la cama. Podrían decir que sólo de un juego, pero no quería decirlo. Andrés no iba a rendirse. Con cada embestida (y estaba embistiendo a una velocidad increíble) me ordenaba decirlo. “¡Dilo!” “¡Dilo!” “¡Dilo!”
Sentí que la poca voluntad que quedaba en mi cuerpo estaba abandonándome. Dejé escapar un largo gemido. Y entonces lo dije. “Mi esposo es un cornudo.” Inmediatamente, me alcanzó el orgasmo más grande de mi vida. Por unos momentos me fui del mundo. Cuando recobré el sentido, todavía estaba siendo penetrada por la máquina sexual. Sin que me lo pidiera le dije a Andrés, “Mi esposo es un cornudo de mierda, comparado contigo es nada. Tú eres mi dueño.”
Él no pudo resistir más y luego de sacar su verga volvió a ponerme de espaldas a la cama. Un segundo después su verga estaba en mi boca. Tiré de sus bolas al tiempo que el embestía, esta vez en mi garganta.
Esta vez el semen fue más como un flujo continuo. Cuando hubo terminado dejé mi boca abierta para que viera mi lengua cubierta de su leche. El restregó su verga por mi cara un poco y luego se apartó de mí y simplemente dijo, “ya es hora.”
Sabía lo que eso significaba. Era hora de vestirme e ir a encontrarme con mi esposo. Y era hora de besarlo en la boca.
Veinte minutos más tarde, pude ver a mi esposo esperando por mí. Caminé hacia él, pero podía sentir los ojos de Andrés sobre mí. Estaba segura que Julián no sabría lo que estaba probando. Pero también sabía que mi aliento no era el más fresco.
Por un momento consideré sólo besarlo en la mejilla. Probablemente eso era todo lo que él estaba esperando. Pero sabía que Andrés quería que lo besara profundamente. Después de todo lo que me había hecho, me sentí lo suficientemente depravada para complacerlo.
Caminé hacia mi esposo, y lo besé en la boca. Metí mi lengua muy adentro, empujando agresivamente. A él le gustó. Mientras nos besábamos el único pensamiento en mi cabeza era “Cornudo.” No quería pensar eso. Pero era inútil pretender que no estaba allí.
Para mi sorpresa, no sentía culpa por haber engañado a mi esposo. De hecho, había tenido sexo con él esa misma noche. Y lo disfruté tanto como otras veces.
Pero había algo diferente en acostarme con Andrés – algo que mi esposo simplemente no podía proveer. Verán, Andrés me excitaba físicamente de una forma increíble, y nada más. Era atractivo, tenía un pene más grande, y era excelente en la cama.
Mi lujuria por Andrés me hacía sentir como una puta, y sentirme de esa forma de hecho hacía que el sexo fuera mucho mejor. Deseaba su enorme pene. Eso me hacía sentir emputecida. Y eso hacía el sexo mejor de lo que alguna vez había conseguido de mi esposo. Amo a Julián, pero eso no cambia la realidad. Deseaba a Andrés y no tenía el poder de voluntad para dejar ese deseo insatisfecho.
Sin embargo, no estaba renunciando a mi matrimonio sobre la base de un solo encuentro con un macho que parecía una máquina de follar. Yo sabía que quería que pasara de nuevo, pero no sabía que era lo que Andrés quería.
Accedí a verlo, pero muy pronto nos dimos cuenta que el hecho de que yo estuviera casada significaba que tendríamos pocas oportunidades de estar juntos. Ambos trabajábamos durante el día. Y en las noches, podíamos estar juntos quizás una hora y media antes de que tuviera que regresar a casa – y eso simplemente no era suficiente. Peor – el siguiente fin de semana ya lo tenía ocupado. Y el fin de semana después también iba a estar atareada.
Afortunadamente, el siguiente fin de semana no tenía planes para el sábado en la tarde. Le diría a mi esposo que iba a entrenar y de compras – esas excusas siempre funcionan.
Sin embargo las cosas pueden salir mal aún con un plan. Y a veces eso puede cambiar por completo la dinámica de la situación. Esta fue una de esas veces. Mi esposo, cuando le dije el día anterior que tenía planes para la tarde del sábado, me dijo que iría conmigo de compras. No pude decirle que no.
Llamé a Andrés para contarle las malas noticias. Tenía planeado pasar toda la tarde tirando. Lo necesitaba con urgencia. Para mi sorpresa, Andrés me dijo que fuera verlo igual y que le dijera a mi media naranja que lo encontraría para ir de compras después de mi “entrenamiento”. Me quejé de que eso no nos daba suficiente tiempo, pero él dijo que la íbamos a pasar bien – incluso me daría un aventón a donde tenía que encontrarme con mi esposo.
Accedí.
Esa mañana de sábado pasé mucho tiempo frente al espejo. Quería lucir muy sexy para él. Mi esposo me veía con deleite, sin darse cuenta que me estaba vistiendo para excitar a otro hombre. Me puse una falda corta, muy apretada y un polo sin mangas bastante escotado.
Mi querido esposo quiso jugar un poco. Le cogí la polla y le dije “hoy en la noche, si te portas bien conmigo cuando vayamos de compras.” Lo besé.
Sé que es increíble, pero sabía que iba a ser infiel de nuevo y no sentía culpa. En ese momento, mis impulsos sexuales eran para un hombre – Andrés. Y aun así no sentía culpa. Estaba con mi esposo y completamente excitada – pero por otro hombre.
Me fui temprano – estaba desesperada por pasar el mayor tiempo posible en la cama con Andrés. Al marcharme, pensé que la próxima vez tenía que ser más cuidadosa. Mi esposo no había preguntado porque había pasado tanto tiempo poniéndome maquillaje cuando se supone que estaría entrenando.
Tomé un taxi y el camino se me hizo una eternidad. Pero mi mente estaba con Andrés y nada más. Después de media hora llegué a su casa.
Una vez dentro de su apartamento, él me envolvió con sus brazos y nos besamos. Entre besos le dije lo desesperada que estaba porque me follara. Me llevó al sillón para seguir besándonos y metiéndonos mano. Lo cogí por la parte delantera de sus pantalones.
Me preguntó cuánto lo deseaba. Le dije que tenía que tenerlo. Él me contesto que me daría el mejor polvo de mi vida – pero añadió que lo haría con una condición: haría exactamente lo que me pidiera.
Me reí divertida y le pregunté que tenía en mente. Me dijo que primero se lo prometiera y luego me lo diría. Para entonces su mano ya había levantado mi faldita lo más que se podía, así que realmente no estaba en posición de discutir con él. Le dije que lo prometía.
Andrés me dijo que me iba a follar hasta reventarme la concha, pero quería correrse en mi boca y quería que me lo tragara. Yo no tenía ningún inconveniente en hacerlo. Dijo que quería follarme de nuevo, y de nuevo correrse en mi boca. ¡Yo no tenía ningún problema en que lo hiciera! Y luego sin ir al baño o siquiera tomar un vaso de agua, me dijo que me vestiría y me llevaría para dejarme a un par de cuadras de donde me iba a encontrar con mi esposo. Y que quería que fuera directamente hacia mi marido y le diera un beso largo y lento en la boca.
Me quedé de una pieza. Entendí inmediatamente las ramificaciones. En un momento, el estaría bombeando su semen en mi boca. Al siguiente yo estaría besando a mi esposo.
Le dije “No puedo.” Él se puso de pie y se bajó los pantalones, revelando el exquisito bulto de su tranca, y me dijo, “Sí, si puedes.”
Me quedé mirándolo. Sabía que tenía razón. Levanté mi mano derecha para palpar sus bolas por encima de la ropa interior. Sabía lo que estaba haciendo.
Andrés se deleitaba en el hecho de que no solamente había conseguido acostarse con una mujer sexy, sino que realmente poseía a esa mujer. Y estaba claro que le excitaba el hecho de ver a un marido besando una boca que había estado llena del semen de otro hombre.
Y no podía evitarlo, yo también estaba excitada.
Me levantó y me llevó a su cama. Mi polito de gran escote se había quedado en el pasillo. Mi tanga – un hilo casi inexistente – fueron las siguientes. Ambos estábamos tan excitados que los previos no fueron necesarios. Andrés se deshizo de mi falda, colocó sus brazos alrededor de mis piernas y embistió con más fuerza de lo que alguna vez había sentido. Y se sintió increíble. Durante cuarenta minutos follamos como animales salvajes. Él siempre estuvo encima. Ocasionalmente, ponía mis piernas en sus hombros para que la penetración fuera más profunda. Pude sentir que alcanzaba rincones de mi vagina a los que mi esposo ni siquiera se había acercado. Supe que le pertenecía.
Realmente no puedo decirles cuántos orgasmos atravesaron mi cuerpo. A veces eran muy seguidos. Todo lo que puedo decir es que fue sexo de un nivel sideral.
Después de un rato, sacó su verga de mi concha y la movió hacia mi boca, presionando contra mis labios. Sus piernas se montaron a horcajadas sobre mi cuerpo. No había forma de escavar. Abrí la boca y saqué la lengua para tragarme su tranca. Dos minutos después estaba corriéndose en mi boca. Fue una corrida abundante. Tuve que tragármela varias veces. Él mantuvo su verga en mi boca, asegurándose que me tragara hasta la última gota.
Su polla aún estaba semi-dura. Volvimos a follar. Yo estaba loca de lujuria. Él me puso boca abajo y empezó a follarme desde atrás. Su cuerpo musculoso le permitía embestir con fuerza. Era como la perfecta máquina de follar. Cogió mis tetas para sujetarme al tiempo que tomaba distancia. Me dijo que rogara que me la clavara, y eso hice. Y luego me dijo que le dijera que mi esposo era un “cornudo.”
Bajé mi cabeza a la cama. Podrían decir que sólo de un juego, pero no quería decirlo. Andrés no iba a rendirse. Con cada embestida (y estaba embistiendo a una velocidad increíble) me ordenaba decirlo. “¡Dilo!” “¡Dilo!” “¡Dilo!”
Sentí que la poca voluntad que quedaba en mi cuerpo estaba abandonándome. Dejé escapar un largo gemido. Y entonces lo dije. “Mi esposo es un cornudo.” Inmediatamente, me alcanzó el orgasmo más grande de mi vida. Por unos momentos me fui del mundo. Cuando recobré el sentido, todavía estaba siendo penetrada por la máquina sexual. Sin que me lo pidiera le dije a Andrés, “Mi esposo es un cornudo de mierda, comparado contigo es nada. Tú eres mi dueño.”
Él no pudo resistir más y luego de sacar su verga volvió a ponerme de espaldas a la cama. Un segundo después su verga estaba en mi boca. Tiré de sus bolas al tiempo que el embestía, esta vez en mi garganta.
Esta vez el semen fue más como un flujo continuo. Cuando hubo terminado dejé mi boca abierta para que viera mi lengua cubierta de su leche. El restregó su verga por mi cara un poco y luego se apartó de mí y simplemente dijo, “ya es hora.”
Sabía lo que eso significaba. Era hora de vestirme e ir a encontrarme con mi esposo. Y era hora de besarlo en la boca.
Veinte minutos más tarde, pude ver a mi esposo esperando por mí. Caminé hacia él, pero podía sentir los ojos de Andrés sobre mí. Estaba segura que Julián no sabría lo que estaba probando. Pero también sabía que mi aliento no era el más fresco.
Por un momento consideré sólo besarlo en la mejilla. Probablemente eso era todo lo que él estaba esperando. Pero sabía que Andrés quería que lo besara profundamente. Después de todo lo que me había hecho, me sentí lo suficientemente depravada para complacerlo.
Caminé hacia mi esposo, y lo besé en la boca. Metí mi lengua muy adentro, empujando agresivamente. A él le gustó. Mientras nos besábamos el único pensamiento en mi cabeza era “Cornudo.” No quería pensar eso. Pero era inútil pretender que no estaba allí.
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