Mi segunda primera vez fue con la misma persona que mi primera primera vez. Sin embargo, por la edad que tenía entonces, esa tal vez no sea una historia apta para un lugar como este.
La persona de la que voy a hablar es uno de mis primos. Aunque en México, particularmente en el estado en que habito, el incesto no es común, y de hecho esta relativamente condenado por la sociedad, mi opinión es que, en base a lo que he escuchado, una de cada cinco personas aquí se acuesta con algún familiar. Obviamente, esto no aplica para todo México. Tampoco es para que vayan a darse una idea incorrecta sobre este país que, aunque me da igual ya que ideologías tales como el patriotismo son exactamente lo contrario a lo que practico, no se merecería una mala imagen creada a partir de lo que un par de adolescentes lujuriosos hicieron en su territorio.
Retomando la historia, el nombre de mi primo es Iván -o tal vez no-, y tiene cinco años más que yo. Eso significa que, en el momento en el que estoy relatando lo sucedido hace 12 años, yo tenía, precisamente... una edad distinta a los 24 años que tengo ahora. Mientras que él, al tener 29 actualmente, en aquel entonces acababa de cumplir 18 -o tal vez no- lo que lo hace perfectamente apto para participar en esta insidiosa anécdota.
Es así que, en aquella época cuando, a pesar de haberme mudado a otro estado por el empleo de mi padre -sobre quien solo puedo contarles que tiene un laboratorio sobre algo- seguía yendo a mi ciudad de origen durante las vacaciones y, era precisamente con mis primos con los que me quedaba.
Aunque no siempre era con la misma familia, lo cierto era que la de Iván era mi favorita para eso. De esta forma, durante el verano del 2008, me encontraba en su casa como de costumbre. Para entonces, ya no dormía con él, probablemente por los prejuicios de sus padres, quienes, por mi edad, consideraban que ya no era tan apropiado, por lo que en lugar de eso me quedaba en el cuarto de su hermana, Alejandra.
Como cinco años atrás, yo estaba enamorada de Iván, por lo que no iba a desaprovechar cualquier oportunidad de estar cerca de él. Fue así como horas antes de la noche, acepté una oferta de él. Resulta que soy de las pocas personas que descubrieron la masturbación antes de su primera década de vida. Por supuesto, no lo habría podido lograr si no hubiera sido por él, quien hasta ese momento había sido la persona que más me había explicado sobre el mundo de los adultos.
Su propuesta no era clara, pero lo importante es que tenía que ver con él, y con aprender algo nuevo.
De acuerdo a lo planeado, cuando dieron las 12:30, y una vez que estaba segura de que mi prima dormía, bajé al primer piso y toqué la puerta con cuidado. Iván me recibió y me pidió que me sentara en la cama. Mientras tanto, él terminaba de acomodar una cama de cobijas en el suelo. Justo como cuando éramos niños y dormíamos en el mismo cuarto.
Ya era muy normal que estuviéramos desnudos, y precisamente fue lo que noté de él en cuanto entré, por lo que, después de sentarme, procedí a desvestirme totalmente también.
— ¿Por qué estás poniendo otra cama? Sabes que no me puedo quedar a dormir.
— La mía es muy pequeña. Esta no es para que durmamos.
— ¿Y entonces?
— ¿Recuerdas cuando te conté cómo se embarazan las mujeres?
— Sí.
— ¿Y recuerdas que me dijiste que querías hacer eso conmigo?
— Sí.
— Bueno. Decidí que ya tienes la edad para ello.
— ¿En serio? ¿Quiere decir que dejaremos de hacerlo de mentiras?
— Casi. No podemos arriesgarnos a que te embarace, así que vamos a hacerlo todo, excepto la última parte.
— ¿La del semen?
— Exactamente.
— Pero yo quería verlo de todas formas. Hace mucho que no me enseñas.
— Lo verás. Simplemente, no acabará dentro de ti.
Como ya lo habías hecho muchas veces, se acostó boca arriba, y yo comencé a masajear su pene. Cuando estuvo lo suficientemente duro, abrí mi boca para que pudiera sentir mi húmeda lengua en él.
— Tú también chúpame, Iván —le dije siguiendo sus propios consejos. Si me iba a penetrar, lo ideal era mi vagina estuviera lo suficientemente relajada para ello.
Pocas veces habíamos usado la posición del 69. La realidad es que no iba a de vacaciones tan seguido. Pero ahora estaba resultando más fácil que nunca, posiblemente porque se empezaba a notar la alta mujer que sería cuando terminara de desarrollarme.
Sus manos se sentían muy bien sobre mi cuerpo. Eran calientes y grandes, me hacían sentir completamente acariciada.
Finalmente, comencé a sentir uno de sus dedos dentro de mí, pero, por alguna razón, una sensación de ardor junto con ello.
Así, le propuse que adelantáramos la penetración, pero la respuesta fue negativa y, en lugar de eso, me hizo acostarme boca arriba para meter una de sus piernas entre las mías y darme una superficie contra la cuál restregarme.
Mis senos eran casi inexistentes, pero aun así sentían la necesidad de ser estimulados por su lengua. Casi deseaba que tuviera más de una boca para que pudiera lamer mis pezones sin dejar de besarme.
Tensó su pierna para que su rodilla quedara fija sobre mi vagina, y yo me apreté contra él estremeciéndome.
Su lengua estaba caliente y sus labios se sentían muy suaves y voluminosos. La forma en la que atrapaba mis pezones con ellos me hacía sentir cosquillas que llegaban hasta la parte baja de mi espalda.
Me empujó hasta que mi cabeza quedara sobre la almohada, y apoyó su peso sobre sus brazos y su vientre.
Podía sentir la cabeza de su pene descansando sobre mi entrepierna, apenas tocando mis labios, y luego su pecho sobre el mío. La sensación de que estuviera desnudo contra mí conforme me besaba me hacía necesitarlo dentro de mí ya.
Era cálido, era fuerte. Una figura para mí. Un maestro en muchos sentidos. A pesar de mi edad, lo deseaba; tan cerca de mí como mi propia piel.
Me retorcí debajo de él, casi gimiendo al sentir el glande de su miembro tan cerca de mi vagina. Respiré hondo cuando movió sus caderas. Lo sentí contra mí, perfectamente posicionado y me balanceé de un lado a otro conforme iba entrando dolorosamente.
Lo sentí empujando, y a mí arqueando mi espalda contra él con un lamento sin palabras. Parecía que duraría para siempre, pero ya lo llevaba a la mitad, y pronto estaría completamente en mí. Su durísimo pene me quemaba por dentro y me estiraba de una forma que apenas podía contener. Varias veces creí que me desmayaría, pero poco a poco, mi interior se fue acostumbrando hasta que logré sentir sus testículos contra el punto que conecta a mis dos entradas. En ese momento, me encontraba jadeando por aire que no parecía querer entrar por mi nariz ni por mi boca.
— Ah, Mildred —gimió en mi cuello—. Me aprietas muchísimo. Tu vagina se siente tan caliente.
Sentí cómo se hizo hacia atrás para luego empujar de nuevo contra mí. Incluso podía sentir la textura del borde de su glande, que era la que más dificultad tenía para salir antes de volver a entrar.
Anudé mis puños a las sábanas, retorciéndome mientras él seguía metiéndose en mí, mientras me poseía con su duro y delicioso cuerpo. Incluso podía percibir el sudor de mi piel, y lo saboreaba cada vez que me probaba con sus labios después de besarme el cuerpo.
Cuando me concentraba lo suficiente, era capaz de sentir los latidos de mi corazón, pero era difícil estar así mucho tiempo, ya que sus embestidas, su pecho rozando mis pechos y su boca caliente en mi cuello y el lóbulo de mi oreja no me permitían decidir dónde quería centrar mi atención.
— Mildred, me aprietas mucho. Voy a eyacular.
— ¿En mí? Hazlo en mí, por favor.
Se levantó ligeramente, apartándose de mí lentamente hasta que su pene resbaladizo salió casi saltando. Luego volvió a empujar sus caderas hacia mí. Esta vez, sus testículos se posaron sobre mi entrada mientras que la punta de su miembro quedó casi a la altura de mi ombligo. Ahí, dejó que salieran tres abundantes chorros. El segundo de ellos lo hizo con tanta potencia, que incluso llegó a mi barbilla. Varios chorros más salieron, escurriéndose hasta mi vientre, pero no en estado puro, sino combinados con mi sangre. Mi ombligo se había de esa mezcla roja y blanca, y varias líneas del semen me cubrían hasta el cuello.
Para mí no fue difícil embarrar el líquido blanco en mis dedos y limpiarlo con mi boca; ya lo había hecho muchas veces antes. Pero no me sentía tan cómoda probando mi propia sangre.
— No lo hagas. Esta la limpiaré yo —dijo poniéndose de pie hasta tomar una toalla húmeda.
Limpio mi vientre hasta dejarlo impecable, y luego pasó la toalla por mi vagina también. Cuando terminó, pude ver que las gotas que habían quedado en su pene no se comparaban con todo lo que había emanado de mi vagina.
— Era mi himen, ¿verdad?
— Sí. Tenías himen —me respondió—. ¿Sigues excitada? —me preguntó después.
— Sí.
— Te voy a hacer venir también.
Se recorrió hacia atrás hasta que su cabeza quedó entre mis piernas, e introdujo su lengua en mí. Estaba mucho más caliente en comparación con su pene.
— Sabes a metal.
Sacó su lengua y, mientras apretaba mis dos pezones con sus dedos, comenzó a lamer mi clítoris directamente.
El olor en el ambiente me tenía algo aturdida. Su estimulación ininterrumpida me iba a hacer gritar, por lo que me tapé la boca y empecé a levantar las piernas en el aire, tratando de soportar la intensidad del orgasmo que, a través de sacudidas eléctricas que iniciaban en mi clítoris, viajaban a todo mi cuerpo cada vez que me atrevía a bajar las piernas tan solo un poco.
A través de una neblina de resplandor crepuscular, disfruté del poco semen medio seco que quedó sobre mi cuerpo, el sudor de los dos, y la sensación de su piel contra la mía.
Besó la parte de atrás de mi cuello y me estremecí empujándome contra él.
— Qué rico —dije con los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia atrás.
Volvió a besar mi cuello, haciéndome retorcerme nuevamente cuando las chispas me hicieron cosquillas por toda la espalda.
Pasé un dedo por mi clítoris por curiosidad, pero una sensación de dolor me hizo querer mantenerme tan lejos de él como fuera posible, simplemente disfrutando de la profunda relajación en la que mi cuerpo se encontraba.
Podría haberme quedado dormida, pero debía volver con Alejandra. Así, después de un rato descansando sobre el pecho de Iván, me volví a vestir y, solo unos minutos después de que mi cuerpo cayera en el colchón del otro cuarto, dejé de estar consciente.
La persona de la que voy a hablar es uno de mis primos. Aunque en México, particularmente en el estado en que habito, el incesto no es común, y de hecho esta relativamente condenado por la sociedad, mi opinión es que, en base a lo que he escuchado, una de cada cinco personas aquí se acuesta con algún familiar. Obviamente, esto no aplica para todo México. Tampoco es para que vayan a darse una idea incorrecta sobre este país que, aunque me da igual ya que ideologías tales como el patriotismo son exactamente lo contrario a lo que practico, no se merecería una mala imagen creada a partir de lo que un par de adolescentes lujuriosos hicieron en su territorio.
Retomando la historia, el nombre de mi primo es Iván -o tal vez no-, y tiene cinco años más que yo. Eso significa que, en el momento en el que estoy relatando lo sucedido hace 12 años, yo tenía, precisamente... una edad distinta a los 24 años que tengo ahora. Mientras que él, al tener 29 actualmente, en aquel entonces acababa de cumplir 18 -o tal vez no- lo que lo hace perfectamente apto para participar en esta insidiosa anécdota.
Es así que, en aquella época cuando, a pesar de haberme mudado a otro estado por el empleo de mi padre -sobre quien solo puedo contarles que tiene un laboratorio sobre algo- seguía yendo a mi ciudad de origen durante las vacaciones y, era precisamente con mis primos con los que me quedaba.
Aunque no siempre era con la misma familia, lo cierto era que la de Iván era mi favorita para eso. De esta forma, durante el verano del 2008, me encontraba en su casa como de costumbre. Para entonces, ya no dormía con él, probablemente por los prejuicios de sus padres, quienes, por mi edad, consideraban que ya no era tan apropiado, por lo que en lugar de eso me quedaba en el cuarto de su hermana, Alejandra.
Como cinco años atrás, yo estaba enamorada de Iván, por lo que no iba a desaprovechar cualquier oportunidad de estar cerca de él. Fue así como horas antes de la noche, acepté una oferta de él. Resulta que soy de las pocas personas que descubrieron la masturbación antes de su primera década de vida. Por supuesto, no lo habría podido lograr si no hubiera sido por él, quien hasta ese momento había sido la persona que más me había explicado sobre el mundo de los adultos.
Su propuesta no era clara, pero lo importante es que tenía que ver con él, y con aprender algo nuevo.
De acuerdo a lo planeado, cuando dieron las 12:30, y una vez que estaba segura de que mi prima dormía, bajé al primer piso y toqué la puerta con cuidado. Iván me recibió y me pidió que me sentara en la cama. Mientras tanto, él terminaba de acomodar una cama de cobijas en el suelo. Justo como cuando éramos niños y dormíamos en el mismo cuarto.
Ya era muy normal que estuviéramos desnudos, y precisamente fue lo que noté de él en cuanto entré, por lo que, después de sentarme, procedí a desvestirme totalmente también.
— ¿Por qué estás poniendo otra cama? Sabes que no me puedo quedar a dormir.
— La mía es muy pequeña. Esta no es para que durmamos.
— ¿Y entonces?
— ¿Recuerdas cuando te conté cómo se embarazan las mujeres?
— Sí.
— ¿Y recuerdas que me dijiste que querías hacer eso conmigo?
— Sí.
— Bueno. Decidí que ya tienes la edad para ello.
— ¿En serio? ¿Quiere decir que dejaremos de hacerlo de mentiras?
— Casi. No podemos arriesgarnos a que te embarace, así que vamos a hacerlo todo, excepto la última parte.
— ¿La del semen?
— Exactamente.
— Pero yo quería verlo de todas formas. Hace mucho que no me enseñas.
— Lo verás. Simplemente, no acabará dentro de ti.
Como ya lo habías hecho muchas veces, se acostó boca arriba, y yo comencé a masajear su pene. Cuando estuvo lo suficientemente duro, abrí mi boca para que pudiera sentir mi húmeda lengua en él.
— Tú también chúpame, Iván —le dije siguiendo sus propios consejos. Si me iba a penetrar, lo ideal era mi vagina estuviera lo suficientemente relajada para ello.
Pocas veces habíamos usado la posición del 69. La realidad es que no iba a de vacaciones tan seguido. Pero ahora estaba resultando más fácil que nunca, posiblemente porque se empezaba a notar la alta mujer que sería cuando terminara de desarrollarme.
Sus manos se sentían muy bien sobre mi cuerpo. Eran calientes y grandes, me hacían sentir completamente acariciada.
Finalmente, comencé a sentir uno de sus dedos dentro de mí, pero, por alguna razón, una sensación de ardor junto con ello.
Así, le propuse que adelantáramos la penetración, pero la respuesta fue negativa y, en lugar de eso, me hizo acostarme boca arriba para meter una de sus piernas entre las mías y darme una superficie contra la cuál restregarme.
Mis senos eran casi inexistentes, pero aun así sentían la necesidad de ser estimulados por su lengua. Casi deseaba que tuviera más de una boca para que pudiera lamer mis pezones sin dejar de besarme.
Tensó su pierna para que su rodilla quedara fija sobre mi vagina, y yo me apreté contra él estremeciéndome.
Su lengua estaba caliente y sus labios se sentían muy suaves y voluminosos. La forma en la que atrapaba mis pezones con ellos me hacía sentir cosquillas que llegaban hasta la parte baja de mi espalda.
Me empujó hasta que mi cabeza quedara sobre la almohada, y apoyó su peso sobre sus brazos y su vientre.
Podía sentir la cabeza de su pene descansando sobre mi entrepierna, apenas tocando mis labios, y luego su pecho sobre el mío. La sensación de que estuviera desnudo contra mí conforme me besaba me hacía necesitarlo dentro de mí ya.
Era cálido, era fuerte. Una figura para mí. Un maestro en muchos sentidos. A pesar de mi edad, lo deseaba; tan cerca de mí como mi propia piel.
Me retorcí debajo de él, casi gimiendo al sentir el glande de su miembro tan cerca de mi vagina. Respiré hondo cuando movió sus caderas. Lo sentí contra mí, perfectamente posicionado y me balanceé de un lado a otro conforme iba entrando dolorosamente.
Lo sentí empujando, y a mí arqueando mi espalda contra él con un lamento sin palabras. Parecía que duraría para siempre, pero ya lo llevaba a la mitad, y pronto estaría completamente en mí. Su durísimo pene me quemaba por dentro y me estiraba de una forma que apenas podía contener. Varias veces creí que me desmayaría, pero poco a poco, mi interior se fue acostumbrando hasta que logré sentir sus testículos contra el punto que conecta a mis dos entradas. En ese momento, me encontraba jadeando por aire que no parecía querer entrar por mi nariz ni por mi boca.
— Ah, Mildred —gimió en mi cuello—. Me aprietas muchísimo. Tu vagina se siente tan caliente.
Sentí cómo se hizo hacia atrás para luego empujar de nuevo contra mí. Incluso podía sentir la textura del borde de su glande, que era la que más dificultad tenía para salir antes de volver a entrar.
Anudé mis puños a las sábanas, retorciéndome mientras él seguía metiéndose en mí, mientras me poseía con su duro y delicioso cuerpo. Incluso podía percibir el sudor de mi piel, y lo saboreaba cada vez que me probaba con sus labios después de besarme el cuerpo.
Cuando me concentraba lo suficiente, era capaz de sentir los latidos de mi corazón, pero era difícil estar así mucho tiempo, ya que sus embestidas, su pecho rozando mis pechos y su boca caliente en mi cuello y el lóbulo de mi oreja no me permitían decidir dónde quería centrar mi atención.
— Mildred, me aprietas mucho. Voy a eyacular.
— ¿En mí? Hazlo en mí, por favor.
Se levantó ligeramente, apartándose de mí lentamente hasta que su pene resbaladizo salió casi saltando. Luego volvió a empujar sus caderas hacia mí. Esta vez, sus testículos se posaron sobre mi entrada mientras que la punta de su miembro quedó casi a la altura de mi ombligo. Ahí, dejó que salieran tres abundantes chorros. El segundo de ellos lo hizo con tanta potencia, que incluso llegó a mi barbilla. Varios chorros más salieron, escurriéndose hasta mi vientre, pero no en estado puro, sino combinados con mi sangre. Mi ombligo se había de esa mezcla roja y blanca, y varias líneas del semen me cubrían hasta el cuello.
Para mí no fue difícil embarrar el líquido blanco en mis dedos y limpiarlo con mi boca; ya lo había hecho muchas veces antes. Pero no me sentía tan cómoda probando mi propia sangre.
— No lo hagas. Esta la limpiaré yo —dijo poniéndose de pie hasta tomar una toalla húmeda.
Limpio mi vientre hasta dejarlo impecable, y luego pasó la toalla por mi vagina también. Cuando terminó, pude ver que las gotas que habían quedado en su pene no se comparaban con todo lo que había emanado de mi vagina.
— Era mi himen, ¿verdad?
— Sí. Tenías himen —me respondió—. ¿Sigues excitada? —me preguntó después.
— Sí.
— Te voy a hacer venir también.
Se recorrió hacia atrás hasta que su cabeza quedó entre mis piernas, e introdujo su lengua en mí. Estaba mucho más caliente en comparación con su pene.
— Sabes a metal.
Sacó su lengua y, mientras apretaba mis dos pezones con sus dedos, comenzó a lamer mi clítoris directamente.
El olor en el ambiente me tenía algo aturdida. Su estimulación ininterrumpida me iba a hacer gritar, por lo que me tapé la boca y empecé a levantar las piernas en el aire, tratando de soportar la intensidad del orgasmo que, a través de sacudidas eléctricas que iniciaban en mi clítoris, viajaban a todo mi cuerpo cada vez que me atrevía a bajar las piernas tan solo un poco.
A través de una neblina de resplandor crepuscular, disfruté del poco semen medio seco que quedó sobre mi cuerpo, el sudor de los dos, y la sensación de su piel contra la mía.
Besó la parte de atrás de mi cuello y me estremecí empujándome contra él.
— Qué rico —dije con los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia atrás.
Volvió a besar mi cuello, haciéndome retorcerme nuevamente cuando las chispas me hicieron cosquillas por toda la espalda.
Pasé un dedo por mi clítoris por curiosidad, pero una sensación de dolor me hizo querer mantenerme tan lejos de él como fuera posible, simplemente disfrutando de la profunda relajación en la que mi cuerpo se encontraba.
Podría haberme quedado dormida, pero debía volver con Alejandra. Así, después de un rato descansando sobre el pecho de Iván, me volví a vestir y, solo unos minutos después de que mi cuerpo cayera en el colchón del otro cuarto, dejé de estar consciente.
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