Aún al día de hoy, cuando le miro el culito a Andrea, aunque sea al pasar, la pija se me pone gomosa. Y eso que es un tesoro que tardó en entregarme pero que lo disfruto cada vez que la ocasión me lo permite. Hace ya muchos años que estamos juntos pero la realidad es que en cuanto a lo físico siempre logramos la plena satisfacción, al menos yo no me puedo quejar y creo que me esfuerzo por hacerla disfrutar cada vez que puedo. Es cierto que ahora que llegamos a los cuarenta el cuerpo no es el mismo que teníamos a los veinte cuando nos conocimos, pero también es cierto que siempre me excitó y me sigue excitando su cuerpo y casi sin exagerar diría que quizá aun más. El tiempo fue, para Andrea, un escultor que supo agregar vida y poesía a cada marca de su cuerpo.
En fin, la vida que llevamos juntos siempre me resultó satisfactoria y jamás se me ocurrió que necesitara otro cuerpo para disfrutar más o mejor. ¡Ojo! Ella tampoco. Y si bien creo que nunca lo expresamos abiertamente, entre nosotros existe un pacto tácito de fidelidad. No sé, tal vez somos de otra generación, pero cómo sea: así como estamos no creo que la situación pueda ser mejor de otra manera.
O al menos eso creía…
Todo comenzó con la cuarentena. Vivimos en (digamos) Villa del parque. Un barrio de CABA, Argentina. Para los que no conocen necesito describírselo un poco. El barrio está en una zona donde no hay muchos edificios, la mayoría son casas más bien bajas de no más de dos plantas. Desde casa hasta la zona comercial más cercana hay unas 6 cuadras (600 metros) aproximadamente. Vivimos acá desde hace un par de meses: tenemos dos hijos preadolescentes que precisaban un poco de privacidad (y también nosotros) y encontramos esta casa donde podíamos instalar la habitación matrimonial en la planta de arriba y dejarlos tranquilos a ellos abajo. Desde nuestra habitación tenemos salida directa a un balcón terraza y desde ahí se puede subir a una terraza más amplia donde tengo la parrilla (que aún no pude estrenar) y desde donde se puede ver una vista panorámica del barrio ya que como expliqué el resto de las casas alrededor no son tan altas. En esta terraza hay también un pequeño cuarto de trastes o herramientas, medio desvencijado. Siempre tengo la idea de hacer un estudio o algo mejor pero por ahora no se puede.
El 18 de marzo arrancó la prohibición de salir y desde ese entonces mi jornada cambió completamente. Yo, por mis labores, estaba fuera de casa unas 10-12 horas diarias y de repente me encontré encerrado y sin saber qué hacer. Distinto es el caso de mi mujer que da clases en una secundaria así que, entre las clases online, la preparación de las clases y las correcciones se mantiene ocupada todo el día. Como todos empecé poniéndome al día con series y películas. Después se me dió por arreglar y pintar lo que había a mano. Leí, hice ejercicios, hablé con parientes lejanos hice pan… que se yo, llego un punto en el que no sabía qué carajo hacer. Me distraía espiando a mi mujer que daba clases desde el living en planta baja y me daba gracia ver cómo sus alumnos (todos adolescentes y en su mayoría varones) le mandaban cada indirecta, algunas muy zarpadas. Y la verdad es que creo que ella los provocaba un poco, la ví ponerse calzas muy ajustadas para dar la clase y levantarse muy seguido de la webcam por cosas innecesarias, pero sin salir de plano. Y veía cómo a esos pendejos se les abrían grandes los ojos cada vez que le podían mirar el orto. ¡Que hija de puta! Ese culo hermoso que me daban ganas de comérmelo ahí nomás. Desde donde estaba le hacía señas para mostrarle el bulto que se me marcaba o a veces, si no había nadie alrededor, le mostraba directamente la pija bien parada para ver si daba hacer un rapidito, pero ella me ponía una cara de que no se podía: la clase, los chicos dando vueltas por ahí. Igual me guiñaba un ojo, me contoneaba un poco la cola y yo me mordía la lengua para tratar de aguantar hasta la noche donde sabía que la guacha me iba a dejar metérsela hasta el fondo y probablemente terminara tomándose toda la explosión de mi pija sin desperdiciar una gota como siempre le gusta hacer. Era cuestión de aguantar.
Asi fueron esas primeras semanas, era cuestión de aguantar, en ese momento pensaba que a los 15 dias todo volvería a la normalidad. Ahora me río de esa inocente esperanza.
Cuando se extendió la cuarentena fue cuando empecé a ponerme más loco. Qué carajo iba a hacer 15 días más. Traté de tomármelo con calma, todavía el clima en ese momento era tranquilo, templado y empecé a salir al balcón-terraza que daba a mi habitación más seguido, con el celu, con un libro, mate, o un finito si daba (todavía me quedaba un poco desde el verano) salía a “meditar” al sol.
Y ahí fue cuando todo empezó a irse a la mierda. Al segundo o tercer día me percaté que había alguien viviendo en la casa de al lado. Como hacía poco que nos habíamos mudado y yo no solía estar en todo el día nunca me había puesto a analizar que desde ese balcón terraza se podía pasar con un poco de agilidad, pero fácilmente, a la terraza de la casa de al lado, donde ahora me enteraba que había alguien viviendo. ¡Y cómo me enteré! A simple vista, casi diría al alcance de la mano, estaban colgadas de la soga, puestas a secar, una colección de bombachas una más excitante que la otra. Había de todo, desde bombachas comunes de algodón hasta algunas de conjunto y también varias tangas, algunas de un calado bien profundo.
¡Uf! No sé por qué, pero en ese momento sentí cómo me reaccionaba la pija. Me llamé a calma, me pareció que estaba exagerando en mi reacción. ¿Qué sabía yo si esas prendas no eran de alguna vieja horrible buscando calentar a alguien con esa exposición? Pero entonces, de repente, vi unas manos que empezaron a descolgar la ropa. Eran unas manos hermosas, sin duda no eran las manos de ninguna anciana. Al contrario, se notaba una piel muy tersa y, al menos en mi imaginación, quizá lo intuía por el color de las uñas, tenía que ser una pendeja.
Desde donde estaba no podía ver nada más que las manos. Pero esas manos (y sobre todo esas bombachas) me intrigaron mucho. Ni bien me avivé subí a la terraza desde donde podría contemplar todo lo que pasaba del otro lado. Como la escalera hacia la terraza estaba en la parte opuesta a la casa de mi vecina yo podía subir sin ser visto por ella y si me asomaba con cuidado ella no notaría mi presencia.
Entonces la ví. Y lo que me pasó fue muy fuerte. Instantáneo. Letal… Era una mujer hermosa. Digo mujer aunque no tendría más de 20 años. De un cuerpo voluptuoso desde todos los ángulos, pero de una armonía soñada. Fue una cachetada fuerte, un golpe al estómago. La belleza en todas sus formas: sus brazos y sus piernas, el pelo lacio y largo, los ojos diáfanos… Estaba descalza con un short y una remera corta que permitía verle el ombligo. Desde donde estaba ella no podía verme, pero yo no podía dejar de verla. Primero la vi de espaldas, acomodando la ropa en un canasto. Podía verle la redondez y la firmeza de la cola, el short que remarcaba el calce de la tanga, bien metido en la cola y una tirita de la prenda que sobresalía sobre el costado de su cintura y dejaba ver que era una tanga rosa. Después giró hacia mí y pude verla de frente: un rostro de una hermosura, de una ternura, de una simpleza conmovedora. Un cuello de un magnetismo insoportable, y unos pechos increíblemente bellos… el sol le daba de costado y por momentos se le metía entre la remera y la piel dejándola casi desnuda a mis ojos en un juego de sombras y luz. Al no usar nada debajo de la remera por momentos se le adivinaban los pezones marcados, juraría que en alguno tenía puesto un percing.
Al minuto entró en la casa, pero yo estuve duro, ahí, como hipnotizado, no sé cuánto tiempo.
Un minuto la habré visto, pero se me fijó en la cabeza. No podía pensar en otra cosa. Analicé desde donde estaba, la casa de al lado: podía ver que al aire libre pero techado tenía un lavadero: veía la bacha, el lavarropas y el canasto de la ropa sucia (ahora vacío). Por lo visto de ahí se accedía a la cocina de la casa. Hacia la izquierda del lavadero había una ventana pero no lograba determinar si daba a un living o a una habitación. El sol empezó a pegarme de frente y ya no pude ver nada.
Habré estado como un idiota toda la tarde porque después de la cena cuando los chicos se habían ido a su habitación Andrea me preguntó si me pasaba algo. Le dije que no. - ¿Qué pasó? ¿Te quedaste muy caliente con lo que viste? - . Me preguntó. Yo no sabía qué responderle y pensé que la cara me vendía, pero enseguida me dijo: - Yo también me quedé calentita cuando me mostraste la pija ésta tarde, se me hacía agua a la boca. No te preocupes que esta noche te descargo toda la tensión -. Y mientras se mordía la lengua y me guiñaba un ojo, con la mano me apretaba el bulto que había empezado a endurecerse. – Te espero arriba -. Me dijo. Y me pasó la lengua caliente por la comisura de los labios, lo que termino de ponérmela dura. La ví irse hacia arriba sin poder dejar de mirarle el culito. Ese culito….
En cuantopude me levanté y empecé a subir. Al llegar a la habitación la encuentro a Andrea saliendo del baño con un camisón cortito y me dice: - Sentate en la cama -. Yo le hago caso. Entonces ella, en vez de venir a la cama, se sienta en el futón frente a mí, separa las piernas y se levanta el camisón para mostrarme la concha. Me dice “mirá cómo estoy” y con una mano separa los labios dejando ver el brillante flujo que desde su interior la excitación le generaba. Y mientras con una mano se despegaba un poco más los labios, con un dedo de la otra mano empezó muy despacio a acariciarse el clítoris. Y se la notaba muy caliente porque el cuerpo se le sacudía ya desde el primer roce. – me tuviste recaliente todo el día desde que te ví la pija. Así que ahora sacala, mostramela, pero la mala voy a ser yo. Hoy no me vas a poder tocar, solo yo puedo hacerlo -. Dijo eso y se metió de una y hasta el fondo dos dedos, y mientras los metía y sacaba con la otra mano se acariciaba a una velocidad inconcebible. De a ratos me miraba y yo le mostraba la pija dura y cómo me la sacudía. Ella sonreía pero no dejaba de concentrarse en darse placer. De pronto veo que son tres los dedos que se mete. Entonces levanta una pierna y la apoya en la cama, gira un poco hacia su costado y me muestra cómo empieza a acariciarse el ano.
- ¿Te gusta? -. Me pregunta.
– Me encanta -. Le digo.
- ¿Te gustaría pasar la lengua por acá? ¿Te gustaría probar todo este juguito y éste culito, no?
- Me vuelvo loco -. Le contesto y era verdad. Sentía que la leche se me escapaba de la pija.
- Hoy no vas a poder. Hoy me disfruto sola -. Me dice entornando los ojos y poniendo cara de mala a la vez que se lleva la mano a la boca y empieza a chuparse los dedos con los que recién se estaba explorando. Yo no aguanto más, siento que los ojos se me salen de las orbitas, me apreto fuerte la pija y la agito. Ella vuelve a meterse los dedos y me dice “Si. Si. Dame la leche. Dame la leche” Sé que lo dice así porque está esperando que acabe yo para explotar, así que la consiento y de pronto mi poronga es un volcán en erupción. Parte de la leche llega a mancharle las piernas y parte me chorrea desde la punta y me recorre todo el tronco hasta acumularse en la base. Ella explota al sentir mi leche caliente manchándole las piernas y se muerde los labios para contener un grito fuerte. Después se levanta, me dice “no podés moverte y no podes tocarme” y en cuatro patas se acerca a mi pija que aunque descargada todavía está latiendo y empieza a pasarme la lengua por toda la leche que la recubre. Yo desde el espejo puedo ver su cola levantada, esa cola que me enloquece. Mientras siento su lengua caliente limpiándome hasta la última gota y me parece que estoy alucinando porque por el reflejo veo que mi mujer lleva puesta una tanga rosa. Ella levanta la cara y entonces veo a mi vecina, sonriéndome que me dice: - ¿Te gusto?
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En fin, la vida que llevamos juntos siempre me resultó satisfactoria y jamás se me ocurrió que necesitara otro cuerpo para disfrutar más o mejor. ¡Ojo! Ella tampoco. Y si bien creo que nunca lo expresamos abiertamente, entre nosotros existe un pacto tácito de fidelidad. No sé, tal vez somos de otra generación, pero cómo sea: así como estamos no creo que la situación pueda ser mejor de otra manera.
O al menos eso creía…
Todo comenzó con la cuarentena. Vivimos en (digamos) Villa del parque. Un barrio de CABA, Argentina. Para los que no conocen necesito describírselo un poco. El barrio está en una zona donde no hay muchos edificios, la mayoría son casas más bien bajas de no más de dos plantas. Desde casa hasta la zona comercial más cercana hay unas 6 cuadras (600 metros) aproximadamente. Vivimos acá desde hace un par de meses: tenemos dos hijos preadolescentes que precisaban un poco de privacidad (y también nosotros) y encontramos esta casa donde podíamos instalar la habitación matrimonial en la planta de arriba y dejarlos tranquilos a ellos abajo. Desde nuestra habitación tenemos salida directa a un balcón terraza y desde ahí se puede subir a una terraza más amplia donde tengo la parrilla (que aún no pude estrenar) y desde donde se puede ver una vista panorámica del barrio ya que como expliqué el resto de las casas alrededor no son tan altas. En esta terraza hay también un pequeño cuarto de trastes o herramientas, medio desvencijado. Siempre tengo la idea de hacer un estudio o algo mejor pero por ahora no se puede.
El 18 de marzo arrancó la prohibición de salir y desde ese entonces mi jornada cambió completamente. Yo, por mis labores, estaba fuera de casa unas 10-12 horas diarias y de repente me encontré encerrado y sin saber qué hacer. Distinto es el caso de mi mujer que da clases en una secundaria así que, entre las clases online, la preparación de las clases y las correcciones se mantiene ocupada todo el día. Como todos empecé poniéndome al día con series y películas. Después se me dió por arreglar y pintar lo que había a mano. Leí, hice ejercicios, hablé con parientes lejanos hice pan… que se yo, llego un punto en el que no sabía qué carajo hacer. Me distraía espiando a mi mujer que daba clases desde el living en planta baja y me daba gracia ver cómo sus alumnos (todos adolescentes y en su mayoría varones) le mandaban cada indirecta, algunas muy zarpadas. Y la verdad es que creo que ella los provocaba un poco, la ví ponerse calzas muy ajustadas para dar la clase y levantarse muy seguido de la webcam por cosas innecesarias, pero sin salir de plano. Y veía cómo a esos pendejos se les abrían grandes los ojos cada vez que le podían mirar el orto. ¡Que hija de puta! Ese culo hermoso que me daban ganas de comérmelo ahí nomás. Desde donde estaba le hacía señas para mostrarle el bulto que se me marcaba o a veces, si no había nadie alrededor, le mostraba directamente la pija bien parada para ver si daba hacer un rapidito, pero ella me ponía una cara de que no se podía: la clase, los chicos dando vueltas por ahí. Igual me guiñaba un ojo, me contoneaba un poco la cola y yo me mordía la lengua para tratar de aguantar hasta la noche donde sabía que la guacha me iba a dejar metérsela hasta el fondo y probablemente terminara tomándose toda la explosión de mi pija sin desperdiciar una gota como siempre le gusta hacer. Era cuestión de aguantar.
Asi fueron esas primeras semanas, era cuestión de aguantar, en ese momento pensaba que a los 15 dias todo volvería a la normalidad. Ahora me río de esa inocente esperanza.
Cuando se extendió la cuarentena fue cuando empecé a ponerme más loco. Qué carajo iba a hacer 15 días más. Traté de tomármelo con calma, todavía el clima en ese momento era tranquilo, templado y empecé a salir al balcón-terraza que daba a mi habitación más seguido, con el celu, con un libro, mate, o un finito si daba (todavía me quedaba un poco desde el verano) salía a “meditar” al sol.
Y ahí fue cuando todo empezó a irse a la mierda. Al segundo o tercer día me percaté que había alguien viviendo en la casa de al lado. Como hacía poco que nos habíamos mudado y yo no solía estar en todo el día nunca me había puesto a analizar que desde ese balcón terraza se podía pasar con un poco de agilidad, pero fácilmente, a la terraza de la casa de al lado, donde ahora me enteraba que había alguien viviendo. ¡Y cómo me enteré! A simple vista, casi diría al alcance de la mano, estaban colgadas de la soga, puestas a secar, una colección de bombachas una más excitante que la otra. Había de todo, desde bombachas comunes de algodón hasta algunas de conjunto y también varias tangas, algunas de un calado bien profundo.
¡Uf! No sé por qué, pero en ese momento sentí cómo me reaccionaba la pija. Me llamé a calma, me pareció que estaba exagerando en mi reacción. ¿Qué sabía yo si esas prendas no eran de alguna vieja horrible buscando calentar a alguien con esa exposición? Pero entonces, de repente, vi unas manos que empezaron a descolgar la ropa. Eran unas manos hermosas, sin duda no eran las manos de ninguna anciana. Al contrario, se notaba una piel muy tersa y, al menos en mi imaginación, quizá lo intuía por el color de las uñas, tenía que ser una pendeja.
Desde donde estaba no podía ver nada más que las manos. Pero esas manos (y sobre todo esas bombachas) me intrigaron mucho. Ni bien me avivé subí a la terraza desde donde podría contemplar todo lo que pasaba del otro lado. Como la escalera hacia la terraza estaba en la parte opuesta a la casa de mi vecina yo podía subir sin ser visto por ella y si me asomaba con cuidado ella no notaría mi presencia.
Entonces la ví. Y lo que me pasó fue muy fuerte. Instantáneo. Letal… Era una mujer hermosa. Digo mujer aunque no tendría más de 20 años. De un cuerpo voluptuoso desde todos los ángulos, pero de una armonía soñada. Fue una cachetada fuerte, un golpe al estómago. La belleza en todas sus formas: sus brazos y sus piernas, el pelo lacio y largo, los ojos diáfanos… Estaba descalza con un short y una remera corta que permitía verle el ombligo. Desde donde estaba ella no podía verme, pero yo no podía dejar de verla. Primero la vi de espaldas, acomodando la ropa en un canasto. Podía verle la redondez y la firmeza de la cola, el short que remarcaba el calce de la tanga, bien metido en la cola y una tirita de la prenda que sobresalía sobre el costado de su cintura y dejaba ver que era una tanga rosa. Después giró hacia mí y pude verla de frente: un rostro de una hermosura, de una ternura, de una simpleza conmovedora. Un cuello de un magnetismo insoportable, y unos pechos increíblemente bellos… el sol le daba de costado y por momentos se le metía entre la remera y la piel dejándola casi desnuda a mis ojos en un juego de sombras y luz. Al no usar nada debajo de la remera por momentos se le adivinaban los pezones marcados, juraría que en alguno tenía puesto un percing.
Al minuto entró en la casa, pero yo estuve duro, ahí, como hipnotizado, no sé cuánto tiempo.
Un minuto la habré visto, pero se me fijó en la cabeza. No podía pensar en otra cosa. Analicé desde donde estaba, la casa de al lado: podía ver que al aire libre pero techado tenía un lavadero: veía la bacha, el lavarropas y el canasto de la ropa sucia (ahora vacío). Por lo visto de ahí se accedía a la cocina de la casa. Hacia la izquierda del lavadero había una ventana pero no lograba determinar si daba a un living o a una habitación. El sol empezó a pegarme de frente y ya no pude ver nada.
Habré estado como un idiota toda la tarde porque después de la cena cuando los chicos se habían ido a su habitación Andrea me preguntó si me pasaba algo. Le dije que no. - ¿Qué pasó? ¿Te quedaste muy caliente con lo que viste? - . Me preguntó. Yo no sabía qué responderle y pensé que la cara me vendía, pero enseguida me dijo: - Yo también me quedé calentita cuando me mostraste la pija ésta tarde, se me hacía agua a la boca. No te preocupes que esta noche te descargo toda la tensión -. Y mientras se mordía la lengua y me guiñaba un ojo, con la mano me apretaba el bulto que había empezado a endurecerse. – Te espero arriba -. Me dijo. Y me pasó la lengua caliente por la comisura de los labios, lo que termino de ponérmela dura. La ví irse hacia arriba sin poder dejar de mirarle el culito. Ese culito….
En cuantopude me levanté y empecé a subir. Al llegar a la habitación la encuentro a Andrea saliendo del baño con un camisón cortito y me dice: - Sentate en la cama -. Yo le hago caso. Entonces ella, en vez de venir a la cama, se sienta en el futón frente a mí, separa las piernas y se levanta el camisón para mostrarme la concha. Me dice “mirá cómo estoy” y con una mano separa los labios dejando ver el brillante flujo que desde su interior la excitación le generaba. Y mientras con una mano se despegaba un poco más los labios, con un dedo de la otra mano empezó muy despacio a acariciarse el clítoris. Y se la notaba muy caliente porque el cuerpo se le sacudía ya desde el primer roce. – me tuviste recaliente todo el día desde que te ví la pija. Así que ahora sacala, mostramela, pero la mala voy a ser yo. Hoy no me vas a poder tocar, solo yo puedo hacerlo -. Dijo eso y se metió de una y hasta el fondo dos dedos, y mientras los metía y sacaba con la otra mano se acariciaba a una velocidad inconcebible. De a ratos me miraba y yo le mostraba la pija dura y cómo me la sacudía. Ella sonreía pero no dejaba de concentrarse en darse placer. De pronto veo que son tres los dedos que se mete. Entonces levanta una pierna y la apoya en la cama, gira un poco hacia su costado y me muestra cómo empieza a acariciarse el ano.
- ¿Te gusta? -. Me pregunta.
– Me encanta -. Le digo.
- ¿Te gustaría pasar la lengua por acá? ¿Te gustaría probar todo este juguito y éste culito, no?
- Me vuelvo loco -. Le contesto y era verdad. Sentía que la leche se me escapaba de la pija.
- Hoy no vas a poder. Hoy me disfruto sola -. Me dice entornando los ojos y poniendo cara de mala a la vez que se lleva la mano a la boca y empieza a chuparse los dedos con los que recién se estaba explorando. Yo no aguanto más, siento que los ojos se me salen de las orbitas, me apreto fuerte la pija y la agito. Ella vuelve a meterse los dedos y me dice “Si. Si. Dame la leche. Dame la leche” Sé que lo dice así porque está esperando que acabe yo para explotar, así que la consiento y de pronto mi poronga es un volcán en erupción. Parte de la leche llega a mancharle las piernas y parte me chorrea desde la punta y me recorre todo el tronco hasta acumularse en la base. Ella explota al sentir mi leche caliente manchándole las piernas y se muerde los labios para contener un grito fuerte. Después se levanta, me dice “no podés moverte y no podes tocarme” y en cuatro patas se acerca a mi pija que aunque descargada todavía está latiendo y empieza a pasarme la lengua por toda la leche que la recubre. Yo desde el espejo puedo ver su cola levantada, esa cola que me enloquece. Mientras siento su lengua caliente limpiándome hasta la última gota y me parece que estoy alucinando porque por el reflejo veo que mi mujer lleva puesta una tanga rosa. Ella levanta la cara y entonces veo a mi vecina, sonriéndome que me dice: - ¿Te gusto?
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5 comentarios - Las bombachas de mí vecina.
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