Noche de amigos, previa y luego boliche. Esa era la onda o lo esperable para esa noche. A veces somos los que somos o más, porque se incorporan amigos de amigos. Esa ocasión tuvo un nuevo invitado, piola pero la verdad es que no cruzamos demasiadas palabras.
Pasó la previa, pasó el boliche, pasó mucho alcohol y algunos quedamos con ganas de after, ¿el invitado? Sí, también.
Una persona desconocida y su grupo nos invitaron a un departamento cerca de dónde estábamos. Fuimos tres. Mi amigo, su amigo invitado y yo.
La verdad que no pegamos mucha onda con el lugar y menos con la gente. ¡No conocíamos a nadie!, ¿y la música? horrible. Al rato mi amigo se quiso ir, bajamos a acompañarlo pensando luego en volver pero eso no fue lo que finalmente sucedió.
Mi amigo se fue y su invitado me dijo: “¿me esperás?, voy al baño” y empezó a caminar por la vereda alejándose del edificio en dónde estábamos. Me desorientó un poco, le grito “¿a dónde vas?”, pensé por un momento haber escuchado mal, pero no. Me señala un rincón, una especie de obra en construcción. Ese era el “baño” al que iba, en plena calle.
Me quedo mirándolo y veo perfectamente su silueta a contra luz reflejando todo su acto, si es que tratamos de que suene algo poético, ¿no? Pero este no va a ser el caso.
Me acerco sutilmente para observarlo, él lo nota y me dice “¿qué hacés?”, “te miro”, contesté. “¿Te gusta mirar?” mientras sacudía y guardaba su pene. “Me da cierta curiosidad”, respondí. “¿Curiosidad?”, preguntó mientras levantaba su mirada hacia mis ojos con algo de complicidad. “Tal vez más que curiosidad sea alguna especie de morbo”, contesté sonriendo y manteniéndole la mirada.
“¿Qué hacemos?”, dijo refiriéndose a si volvíamos al after… le contesté que muchas ganas no tenía porque no conocíamos a nadie y que nadie nos daba bola.
“¿Nos vamos entonces a dormir?”, sugirió, a lo que acepté asintiendo con la cabeza y le pregunté dónde vivía, en realidad para ver si coincidíamos el trayecto de regreso.
“Acá a un par de cuadras”, contestó señalando en dirección a una avenida. Entonces le dije que lo acompañaba hasta su casa y que de ahí me tomaba un taxi.
¡Dale, vamos!, fue su respuesta y caminamos charlando sobre este amigo en común; cómo lo había conocido cada uno o de donde y, no sé si fue el alcohol o esas confesiones que salen tan fácilmente de madrugada a un extraños, que le conté que con mi amigo habíamos tenido un encuentro en un momento, pero nada más y que me había quedado con ganas de repetir. Finalmente llegamos a la puerta de su casa.
“¿Con quién vivís?”, pregunté. “Solo”, fue su respuesta. Me quedé nuevamente mirándolo fijo sin decir nada. Tal vez fui yo en esta ocasión el de la mirada cómplice.
“¿Querés pasar un rato?”, me preguntó y mi respuesta fue “dale, así voy al baño”.
Pasó la previa, pasó el boliche, pasó mucho alcohol y algunos quedamos con ganas de after, ¿el invitado? Sí, también.
Una persona desconocida y su grupo nos invitaron a un departamento cerca de dónde estábamos. Fuimos tres. Mi amigo, su amigo invitado y yo.
La verdad que no pegamos mucha onda con el lugar y menos con la gente. ¡No conocíamos a nadie!, ¿y la música? horrible. Al rato mi amigo se quiso ir, bajamos a acompañarlo pensando luego en volver pero eso no fue lo que finalmente sucedió.
Mi amigo se fue y su invitado me dijo: “¿me esperás?, voy al baño” y empezó a caminar por la vereda alejándose del edificio en dónde estábamos. Me desorientó un poco, le grito “¿a dónde vas?”, pensé por un momento haber escuchado mal, pero no. Me señala un rincón, una especie de obra en construcción. Ese era el “baño” al que iba, en plena calle.
Me quedo mirándolo y veo perfectamente su silueta a contra luz reflejando todo su acto, si es que tratamos de que suene algo poético, ¿no? Pero este no va a ser el caso.
Me acerco sutilmente para observarlo, él lo nota y me dice “¿qué hacés?”, “te miro”, contesté. “¿Te gusta mirar?” mientras sacudía y guardaba su pene. “Me da cierta curiosidad”, respondí. “¿Curiosidad?”, preguntó mientras levantaba su mirada hacia mis ojos con algo de complicidad. “Tal vez más que curiosidad sea alguna especie de morbo”, contesté sonriendo y manteniéndole la mirada.
“¿Qué hacemos?”, dijo refiriéndose a si volvíamos al after… le contesté que muchas ganas no tenía porque no conocíamos a nadie y que nadie nos daba bola.
“¿Nos vamos entonces a dormir?”, sugirió, a lo que acepté asintiendo con la cabeza y le pregunté dónde vivía, en realidad para ver si coincidíamos el trayecto de regreso.
“Acá a un par de cuadras”, contestó señalando en dirección a una avenida. Entonces le dije que lo acompañaba hasta su casa y que de ahí me tomaba un taxi.
¡Dale, vamos!, fue su respuesta y caminamos charlando sobre este amigo en común; cómo lo había conocido cada uno o de donde y, no sé si fue el alcohol o esas confesiones que salen tan fácilmente de madrugada a un extraños, que le conté que con mi amigo habíamos tenido un encuentro en un momento, pero nada más y que me había quedado con ganas de repetir. Finalmente llegamos a la puerta de su casa.
“¿Con quién vivís?”, pregunté. “Solo”, fue su respuesta. Me quedé nuevamente mirándolo fijo sin decir nada. Tal vez fui yo en esta ocasión el de la mirada cómplice.
“¿Querés pasar un rato?”, me preguntó y mi respuesta fue “dale, así voy al baño”.
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