Daniela era incorruptible. Pervertirla era un imposible.
Lo habían intentado, sin resultado, la casi totalidad de los colegas varones, entre ellos yo, insistentemente y por largo tiempo.
Toda alusión, proposición o manifestación, mía, tendiente a intimar con ella, había “chocado” contra su escudo, expresado por medio de palabras, como:
-… yo comparto cama, sólo con mi marido… eso es lo que me enseñaron y profeso… andá buscar a otra más joven y… propensa-
De 38 a 40 años de edad, cabello castaño largo, estatura superior a la media, tenía el cuerpo deseable, la proporción perfecta entre cintura y cadera, entre tetas y glúteos, piernas largas agradables, cara visualmente muy atractiva con increíbles ojos celestes que encandilaban a los hombres y trastornaban de envidia a las chicas.
No faltaba nunca, era prolija y abordaba las tareas y problemas profesionales, que llegaban a sus manos con un cuidado, esmero y diligencia, digna de encomio.
Era toda una rareza
Hasta que:
Una tarde, de regreso de una reunión con un cliente, por un importante proyecto, (en el cual había mucha participación de Daniela), decidí quedarme después de hora, para corregir aspectos surgidos de la, mencionada, reunión. La mañana siguiente debía viajar a Uruguay y no quise dejar las soluciones para mi regreso.
Creía que había quedado, salvo la vigilancia en planta baja, solo en la oficina. Pero:
-¿Qué tal si te prendo la luz?-
Estaba tan concentrado en la notebook que ni siquiera me había dado cuenta de que mi oficina se estaba convirtiendo una guarida oscura, debido a la hora y al cielo encapotado afuera.
- ¡Gracias Daniela, realmente lo necesito! -
-¿Querés que te ayude?-
- ¡Gracias! Pero no te preocupes, me las arreglo solo, aunque tenga que llegar tarde a casa-
- ¡Estás trabajando demás, deberías distraerte de vez en cuando.
-Tengo que, si o si, terminar porque mañana por la mañana viajo-
-¡Nos vemos a tu regreso! –
Escuché el ligero ruido del ascensor, volví a la notebook.
No sé cuánto tiempo pasó, el mismo ligero ruido me distrajo de mis pensamientos, levanté la vista, más que la figura, me sorprendió el intenso perfume, una mezcla de flores y especias.
Ella, apoyó sus nalgas en el escritorio, de mi lado, se inclinó y con sus ojos muy cerca de los míos y voz tibia susurró:
- ¿Estás seguro de que no necesitás….. ayuda? -
Cerré los ojos, desconcertado, y me dejé llevar por las sensaciones, sentí el calor de su cuerpo cercano, su ligero aliento y su perfume.
Me paré, tomé su cara entre mis manos y la besé en los labios.
Se apoyó aún más en el escritorio.
Mi mano le tocó una rodilla y subió guiada por el deseo y buscando, con impaciencia, su entrepiernas. Cuando me acerqué, abrió ligeramente las piernas. La tela ligera de la bombacha no podía disimular el surco de la concha, su humedad, ni podía contener el olor de su excitación. Estaba ruborizada y sus dedos se aferraron al borde del escritorio con fuerza.
Mientras con una mano la sobaba, con la otra, bajé el cierre y dejé caer mi pantalón, mi erección era casi dolorosa y prominente. Ella la vio, me miró y susurró:
-¡Cogeme!-
Le levanté completamente la pollera y le bajé la bombacha. Ella se sentó en el escritorio, maniobró para que cayera al piso su prenda íntima, y abrió las piernas de par en par, en simultáneo, yo me deshice del pantalón caído y del slip.
Ni bien sintió la punta de la verga a la entrada gimió, al metérsela violentamente, soltó un gritito, excitándome más aún. Se la saqué, mojada por sus humores vaginales, la volví a acomodar con la mano, volví a penetrarla y comencé a cogerla, lentamente
Con mi entra y sale, ella se retorcía, gemía y me clavaba las uñas en el cuello, por el goce. Aumenté la velocidad de los golpes de verga, disfrutando a más no poder, cuando percibí que se acercaba al orgasmo, me detuve.
Se volvió loca, rogó que siguiera, que le “diera toda la leche”.
Reanudé a cogerla un rato largo y delicioso, hasta que comenzó a temblar con movimientos agitados y repentinos, y a avisar con voces que estaba acabando. Ahí sentí una descarga eléctrica que corría por mis nervios y exploté eyaculando copioso adentro.
Pareció que iba a desplomarse, pero me abrazó fuerte, se bajó del escritorio y nos trenzamos en un beso prolongado.
Minutos después, mientras reponía slip y pantalón y la miraba, pollera levantada, para volver a poner en su lugar la bombacha, me preguntaba que había provocado el radical cambio de Daniela, de la negativa cerrada, a intimar, durante meses a tomar, ella, la iniciativa de tener sexo conmigo.
Al preguntarle, como toda respuesta, obtuve el dicho “menos pregunta Dios y perdona” y su despedida, para que pudiese terminar mi trabajo.
Más intrigado me dejó cuando, a mi regreso, se negó, reiteradamente, a tener un encuentro pero, trascurridos unos cuantos días, me mandó un email pidiéndome de vernos fuera de hora. Acepté, por supuesto. Me citó en una dirección (calle Perú 7xx, piso 12, depto. 12x. Un coqueto dos ambientes que, dijo, que era de una hermana suya que estaba fuera de la ciudad).
Me abrió la puerta vestida con esmero y algo ruborizada. Sirvió una gaseosa para cada uno. Sentados lado a lado en un sofá, dos o tres sorbos y nos dimos el primer beso, chirle si lo comparo con el siguiente, con mi mano en su teta izquierda y mi verga irguiéndose. Ni hablar de los restantes de esa tarde.
Pronto mi mano dejó la teta en procura de la concha. Estaba húmeda y, previo deshacernos de toda vestimenta y acostarla en el sofá, la mano fue reemplazada por la pija que, sin mucha ceremonia, le entró. Comencé a cogerla como si hubiese sido el primer polvo después de meses de abstinencia. Daniela, tampoco se comportó como una mujer modosa Sus movimientos fueron alucinantes, gimió, gritó, reclamó: “¡dame, damee…dameeeeeee! ……¡no pares!….¡No acabés todavía! ….”.
Su orgasmo fue ruidoso, el mío intenso, una llamarada de placer.
No fue el único polvo de esa tarde con ella. Nos fuimos a la cama y me dejó sin resto. Dudé de estar a la altura de esa hembra tan demandante.
Al despedirnos me dijo que había disfrutado mucho conmigo: “Me encantó hacer el amor contigo……”, “Que se repita ¡Ehhh!”.
Repetimos, en el dos ambientes y en hoteles varios.
Al fin me confesó que, el día de nuestra cogida en la oficina, había descubierto una acción mala e inesperada de su marido con una de sus amigas más cercanas.
Yo había sido, entonces, la satisfacción, el desquite que se tomó por agravio y daño recibido.
Pero, a la vez, conmigo, había descubierto que ser infiel, es emocionante y divertido.
¿La culpa?
-La culpa es ingrediente importante del placer- respondió.
Con el tiempo su falta de sujeción y subordinación a los tabúes, fue en aumento.
Una muestra:
Un día la invité, vía whatsapp a salir. Me respondió que no podía por un compromiso previo con el marido. Me adjuntó una foto con su concha bien a la vista y como comentario:
“Espero haber interpretado bien tu deseo”
La imagen de su hermosa cachucha, abierta, por dos de sus dedos (uñas con esmalte rojo escarlata) mientras meaba me endureció “la que cuelga”.
Toda una transformación de esposa fiel a libertina: una metamorfosis.
Lo habían intentado, sin resultado, la casi totalidad de los colegas varones, entre ellos yo, insistentemente y por largo tiempo.
Toda alusión, proposición o manifestación, mía, tendiente a intimar con ella, había “chocado” contra su escudo, expresado por medio de palabras, como:
-… yo comparto cama, sólo con mi marido… eso es lo que me enseñaron y profeso… andá buscar a otra más joven y… propensa-
De 38 a 40 años de edad, cabello castaño largo, estatura superior a la media, tenía el cuerpo deseable, la proporción perfecta entre cintura y cadera, entre tetas y glúteos, piernas largas agradables, cara visualmente muy atractiva con increíbles ojos celestes que encandilaban a los hombres y trastornaban de envidia a las chicas.
No faltaba nunca, era prolija y abordaba las tareas y problemas profesionales, que llegaban a sus manos con un cuidado, esmero y diligencia, digna de encomio.
Era toda una rareza
Hasta que:
Una tarde, de regreso de una reunión con un cliente, por un importante proyecto, (en el cual había mucha participación de Daniela), decidí quedarme después de hora, para corregir aspectos surgidos de la, mencionada, reunión. La mañana siguiente debía viajar a Uruguay y no quise dejar las soluciones para mi regreso.
Creía que había quedado, salvo la vigilancia en planta baja, solo en la oficina. Pero:
-¿Qué tal si te prendo la luz?-
Estaba tan concentrado en la notebook que ni siquiera me había dado cuenta de que mi oficina se estaba convirtiendo una guarida oscura, debido a la hora y al cielo encapotado afuera.
- ¡Gracias Daniela, realmente lo necesito! -
-¿Querés que te ayude?-
- ¡Gracias! Pero no te preocupes, me las arreglo solo, aunque tenga que llegar tarde a casa-
- ¡Estás trabajando demás, deberías distraerte de vez en cuando.
-Tengo que, si o si, terminar porque mañana por la mañana viajo-
-¡Nos vemos a tu regreso! –
Escuché el ligero ruido del ascensor, volví a la notebook.
No sé cuánto tiempo pasó, el mismo ligero ruido me distrajo de mis pensamientos, levanté la vista, más que la figura, me sorprendió el intenso perfume, una mezcla de flores y especias.
Ella, apoyó sus nalgas en el escritorio, de mi lado, se inclinó y con sus ojos muy cerca de los míos y voz tibia susurró:
- ¿Estás seguro de que no necesitás….. ayuda? -
Cerré los ojos, desconcertado, y me dejé llevar por las sensaciones, sentí el calor de su cuerpo cercano, su ligero aliento y su perfume.
Me paré, tomé su cara entre mis manos y la besé en los labios.
Se apoyó aún más en el escritorio.
Mi mano le tocó una rodilla y subió guiada por el deseo y buscando, con impaciencia, su entrepiernas. Cuando me acerqué, abrió ligeramente las piernas. La tela ligera de la bombacha no podía disimular el surco de la concha, su humedad, ni podía contener el olor de su excitación. Estaba ruborizada y sus dedos se aferraron al borde del escritorio con fuerza.
Mientras con una mano la sobaba, con la otra, bajé el cierre y dejé caer mi pantalón, mi erección era casi dolorosa y prominente. Ella la vio, me miró y susurró:
-¡Cogeme!-
Le levanté completamente la pollera y le bajé la bombacha. Ella se sentó en el escritorio, maniobró para que cayera al piso su prenda íntima, y abrió las piernas de par en par, en simultáneo, yo me deshice del pantalón caído y del slip.
Ni bien sintió la punta de la verga a la entrada gimió, al metérsela violentamente, soltó un gritito, excitándome más aún. Se la saqué, mojada por sus humores vaginales, la volví a acomodar con la mano, volví a penetrarla y comencé a cogerla, lentamente
Con mi entra y sale, ella se retorcía, gemía y me clavaba las uñas en el cuello, por el goce. Aumenté la velocidad de los golpes de verga, disfrutando a más no poder, cuando percibí que se acercaba al orgasmo, me detuve.
Se volvió loca, rogó que siguiera, que le “diera toda la leche”.
Reanudé a cogerla un rato largo y delicioso, hasta que comenzó a temblar con movimientos agitados y repentinos, y a avisar con voces que estaba acabando. Ahí sentí una descarga eléctrica que corría por mis nervios y exploté eyaculando copioso adentro.
Pareció que iba a desplomarse, pero me abrazó fuerte, se bajó del escritorio y nos trenzamos en un beso prolongado.
Minutos después, mientras reponía slip y pantalón y la miraba, pollera levantada, para volver a poner en su lugar la bombacha, me preguntaba que había provocado el radical cambio de Daniela, de la negativa cerrada, a intimar, durante meses a tomar, ella, la iniciativa de tener sexo conmigo.
Al preguntarle, como toda respuesta, obtuve el dicho “menos pregunta Dios y perdona” y su despedida, para que pudiese terminar mi trabajo.
Más intrigado me dejó cuando, a mi regreso, se negó, reiteradamente, a tener un encuentro pero, trascurridos unos cuantos días, me mandó un email pidiéndome de vernos fuera de hora. Acepté, por supuesto. Me citó en una dirección (calle Perú 7xx, piso 12, depto. 12x. Un coqueto dos ambientes que, dijo, que era de una hermana suya que estaba fuera de la ciudad).
Me abrió la puerta vestida con esmero y algo ruborizada. Sirvió una gaseosa para cada uno. Sentados lado a lado en un sofá, dos o tres sorbos y nos dimos el primer beso, chirle si lo comparo con el siguiente, con mi mano en su teta izquierda y mi verga irguiéndose. Ni hablar de los restantes de esa tarde.
Pronto mi mano dejó la teta en procura de la concha. Estaba húmeda y, previo deshacernos de toda vestimenta y acostarla en el sofá, la mano fue reemplazada por la pija que, sin mucha ceremonia, le entró. Comencé a cogerla como si hubiese sido el primer polvo después de meses de abstinencia. Daniela, tampoco se comportó como una mujer modosa Sus movimientos fueron alucinantes, gimió, gritó, reclamó: “¡dame, damee…dameeeeeee! ……¡no pares!….¡No acabés todavía! ….”.
Su orgasmo fue ruidoso, el mío intenso, una llamarada de placer.
No fue el único polvo de esa tarde con ella. Nos fuimos a la cama y me dejó sin resto. Dudé de estar a la altura de esa hembra tan demandante.
Al despedirnos me dijo que había disfrutado mucho conmigo: “Me encantó hacer el amor contigo……”, “Que se repita ¡Ehhh!”.
Repetimos, en el dos ambientes y en hoteles varios.
Al fin me confesó que, el día de nuestra cogida en la oficina, había descubierto una acción mala e inesperada de su marido con una de sus amigas más cercanas.
Yo había sido, entonces, la satisfacción, el desquite que se tomó por agravio y daño recibido.
Pero, a la vez, conmigo, había descubierto que ser infiel, es emocionante y divertido.
¿La culpa?
-La culpa es ingrediente importante del placer- respondió.
Con el tiempo su falta de sujeción y subordinación a los tabúes, fue en aumento.
Una muestra:
Un día la invité, vía whatsapp a salir. Me respondió que no podía por un compromiso previo con el marido. Me adjuntó una foto con su concha bien a la vista y como comentario:
“Espero haber interpretado bien tu deseo”
La imagen de su hermosa cachucha, abierta, por dos de sus dedos (uñas con esmalte rojo escarlata) mientras meaba me endureció “la que cuelga”.
Toda una transformación de esposa fiel a libertina: una metamorfosis.
2 comentarios - La metamorfosis de una esposa… cabal