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Ahora sí, los dejo con la octava parte del relato.
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Capítulo 8
Clara se lanzó sobre mi boca y le metí la lengua hasta la garganta. Así de desesperado me tenía mi hermana. Una de mis manos se colocó en su nuca, paseando por su sedoso pelo, mientras la otra se colocaba en su culo. Firme, suave al tacto y caliente como si estuviera por hervir, eso era lo que mis dedos me informaban al palparlo. Mi otra mano bajó también para deleitarse con esa manzana.
-¡Qué pedazo de ojete que tenés, hermanita! –Dije despegándome de sus labios un instante para dedicarle ese cumplido.
Le di una nalgada que se podría haber escuchado desde la habitación de mis viejos, pero gracias a las benditas pastillas para dormir era imposible que eso sucediera. Dejé mi mano plantada en su nalga, era un koala agarrado a su árbol favorito. Resultaba obvio que a Clara le había gustado eso, porque aumentó la intensidad de sus besos.
Su cuerpo estaba pegado al mío y mi erección había quedado justo por debajo de su entrepierna. Clara empezó a moverse despacio, manteniendo la presión sobre mi verga por encima de mi ropa interior, que se había empezado a humedecer producto de los flujos que se escurrían por la rajita de mi hermanita.
Así estuvimos un buen rato, disfrutando de nuestros cuerpos y estirando el momento lo más posible. Pero ella ya había decidido que era hora de avanzar. Su mano derecha por fin bajó hasta mi cintura y empezó a retirar mi bóxer para ponerse directamente en contacto con mi pija.
Unos segundos después se despegó de mi boca y comenzó su recorrido hasta el tesoro que había deseado durante tanto tiempo, y que ahora se encontraba entregado en bandeja de plata sólo para su deleite.
Su cabeza por fin se colocó a la altura de mi entrepierna y terminó de desnudarme. Mi verga quedó liberada y se irguió en todo se esplendor. Clara se retiró unos centímetros, sus ojos brillaban. Era una nena que encontraba su golosina favorita después de haber ahorrado por una semana para comprarla.
-¿Sabés cuánto tiempo estuve fantaseando con este momento?
-¿Mucho?
-Mucho. –Su voz desbordaba de deseo.
Le dio un par de besos al glande y luego lo introdujo en su boca. Su lengua jugaba conmigo y me provocaba temblores de placer a cada rato. Una de sus manos sujetaba firmemente el tronco, subiendo y bajando algunos centímetros. De vez en cuando también le daba una lamida, para luego volver a introducir mi verga en su boca.
Todavía seguía con su disfraz puesto, ni siquiera se había sacado los anteojos, y yo agradecía a los dioses del sexo por ese hecho. Todo el morbo del mundo estaba en mi cabeza al verla así vestida. Sus labios avanzaban cada vez más, hasta que llegaron a la mitad de mi verga. Estuvo así unos segundos y luego se retiró para tomar aire.
-¿Me ayudás con esto, hermanito? –Me preguntó, con el mismo tono que habría utilizado si me estuviera pidiendo que le alcanzara algo que se encontraba en un estante que le quedaba demasiado alto.
-¿Con qué? –Mi cabeza estaba en off. Apenas entendía lo que había dicho.
-Con esto. –Respondió, dando una nueva lamida al tronco. –La quiero toda en mi boca.
Me quedé boquiabierto ante esta declaración. Hija de puta. Su expresión era completamente seria. Se había planteado ese desafío a sí misma y no iba a cambiar de idea. Aunque no era como si yo pensara en negarme.
Lo único que hice fue ponerme de pie y pararme a su lado.
-¿La querés toda entonces? –Le pregunté, alzándome en toda mi estatura por encima de ella.
Clara me miraba sentada en la cama, sus ojos cargados de deseo detrás de sus anteojos.
-Sí, hermanito. Esta putita quiere que se la metas toda en la boquita. –Respondió con un tono casi infantil, que no hacía más que aumentar mi calentura. Que se hubiera llamado puta a sí misma me sorprendió, pero era obvio que mi hermana no tenía ningún drama en que le dijera de esa forma.
-¿Ah, sí? Entonces agarrate de lo que puedas, porque te la voy a enterrar en la garganta, por puta.
Sus ojos destellaron cuando esa última palabra brotó de mi boca, estaba excitada ante el hecho de que se lo hubiera dicho yo.
-Dámela toda, hermanito. Dásela a tu putita.
Abrió la boca lo más posible y se empezó a quitar los anteojos cuando la frené con mi mano.
-Dejátelos puestos.
-Te gustó que me los pusiera, ¿no? –Preguntó con una sonrisa traviesa.
-Me re calienta ver cómo te quedan.
-Me parece que los voy a usar más segui…
No pudo terminar la frase porque justo me encargué de que tuviera su boca ocupada. Tomé su cabeza con ambas manos y la obligué a que empezara a tragarse mi verga. La dejé unos segundos y luego la saqué para dejarla respirar con normalidad.
-¡Qué bruto que sos! –Se quejó cuando recuperó el aire, aunque su sonrisa la desmentía. -¡Hacelo de nuevo!
No me hice rogar demasiado. Agarré sus colitas de pelo con mis manos e introduje mi miembro otra vez en su boca, que se encontraba abierta de par en par, dándole la bienvenida a mi verga. Esta vez fui más despacio, para darle tiempo a que se fuera acostumbrando de a poco.
Después de todas las ocasiones en que tuve que dejarla a ella y a sus amigas marcar el paso, no podía evitar disfrutar de que fuera mi turno para usar mis manos y obligarla a llevar mi ritmo.
-Relajá la garganta, hermanita… Así, despacio… Dale que vas bien.
Había llegado a introducir tres cuartas partes de mi verga cuando me dio golpeó la pierna con los brazos. Haciendo caso al pedido, me retiré para liberar su boca y dejarla respirar otra vez.
Un ruido de jadeos llenó la habitación, mientras Clara daba largas bocanadas para controlar su respiración. Un par de lágrimas brotaban de sus ojos por el esfuerzo realizado.
-Llegaste más lejos esta vez. ¡Muy bien! –La felicité con una sonrisa. -¡Qué buena putita que sos!
-Ahora sí, hermanito… hasta el fondo. –Logró decir entre toses. –Toda.
-Cómo te gusta tragarla, putita… -Había acercado mi verga nuevamente a su boca. -¿Tanto te calienta?
-No sabés cómo me puso eso. –Se llevó una mano a su entrepierna mientras me pajeaba con la otra. –Mirá. –Levantó su mano.
Sus dedos brillaban, mojados por los jugos que largaba su conchita. Acto seguido se incorporó y acercó su mano a mi boca y los introdujo para que me yo me deleitara con su sabor. Era el néctar de los dioses. Lamí sus dedos hasta que el último rastro de sus jugos se quedó en mi boca.
-Qué rica que estás, hermanita… ¿me das un poco más?
-No, primero lo primero.
Dicho eso, volvió a agacharse para volver a chuparme la pija. Se veía que le había agarrado la mano, porque ahora estaba avanzando con mayor facilidad. En cuestión de segundos alcanzó la mitad de mi tronco.
Fue en ese momento cuando de nuevo tomé su cabeza con mis manos y comencé a empujar. Centímetro a centímetro acerqué mi cuerpo a su rostro. Me impresionaba el control que tenía para contener los reflejos de su garganta. No tenía idea de dónde había llegado mi glande, pero claramente estaba bastante adentro.
Finalmente se cumplió su deseo. Su nariz llegó a tocar mi cuerpo. Se la había metido toda en la garganta. No sabía quién de los dos iba a aguantar más: si yo sin acabar o mi hermanita con la verga entera metida hasta al fondo.
Temeroso de que se quedara sin aire, empecé a retirar mi verga de inmediato. Unos segundos después se escuchaban las toses de mi hermana, que luchaba por tomar algo de aire. Las lágrimas cubrían sus mejillas y un montón de saliva brillaba en mi verga y corría también por su cara hasta caer al piso, pero tenía una expresión de orgullo en su rostro.
-¡Aaaaaaaaah! ¡Por fin! –Exclamó, como quien llega a su casa después de un largo día de trabajo y se acomoda en su sillón favorito. -¡No sabés hace cuánto que quería hacer eso!
-Uffffff… ¡Eso sí que estuvo intenso! No me esperaba que te la mandaras tan adentro.
-¿Viste? Me tuve que aguantar un par de arcadas, pero la tragué toda.
La expresión de su cara me hizo sonreír. Parecía una chica orgullosa de haber metido una materia que le había costado horrores durante un largo tiempo.
-Vení hermanita, acostate acá. –Le dije, señalándole la punta de la cama. –Boca arriba.
Clara se acercó obediente, y se acostó en la cama con las piernas apuntando a la cabecera y su cabeza a los pies, cerca de mi verga. Abrió la boca una vez más, deseosa de recibir mi verga nuevamente.
En lugar de eso, decidí aprovechar mi oportunidad para hacer con mi hermanita algo que tenía pensado desde un tiempo. La tomé por la cintura y la levanté hasta que su conchita quedó a la altura de mi boca, y por fin enterré mi cara en esa zona tan caliente y mojada.
Mi hermana superó la sorpresa de encontrarse en esa posición y enterró mi verga en su boca para completar ese sesenta y nueve mientras estábamos de pie en mi habitación. Era tan liviana que prácticamente no me afectaba tener que sostenerla en mis brazos.
Realmente se había calentado mucho cuando me hizo esa garganta profunda. Cuando mi lengua entró en contacto con el interior de mi hermanita se sintió como meterse en un horno al máximo. Aproveché el momento para hurgar cada rincón de esa maravillosa conchita tanto por dentro como por fuera, provocándole fuertes gemidos cada vez que rozaba su clítoris con mi lengua.
Un rato después Clara volvió a darme un leve golpe en la pierna, por lo que me volví a inclinar sobre la cama para dejarla caer lentamente. ¡Si sería viciosa mi hermanita que durante todo ese movimiento no despegó su boca de mi verga!
Podría haberme quedado ahí de pie toda la noche mientras ella seguía chupándomela, pero había otro lugar de su cuerpo donde quería meterme. Parecía que mi hermana había leído mi mente, porque finalmente desocupó su boca.
-¿Ya estás listo, hermanito? ¿Me las vas a meter toda? –Me preguntó, mirándome desde la cama, con sus anteojos todavía bien colocados y sus ojos brillantes por el morbo que le provocaba la idea de sentir mi verga metida hasta el fondo.
-Obvio que sí, hermanita. Es toda para vos.
Clara se cambió de posición, se sacó su hilo dental en un santiamén y abrió sus piernas, apuntando su rosada y empapada rajita directo hacia mí. Faltaba que pusiera una alfombra roja dándole la bienvenida a mi pija.
Me quedé mirándola por unos segundos. Deseaba grabar esa imagen en mi memoria: el rostro de mi hermana asomando por detrás, su boca curvada en una sonrisa que reflejaba toda su ansiedad y excitación, y su concha brillando por los jugos que brotaban de ella.
Finalmente me acerqué de nuevo a la cama y comencé a pasarle la punta de mi verga por fuera de su cuevita.
-Toc, toc… ¿Hay alguien en casa? –Le pregunté en broma, dándole un par de golpecitos con mi miembro.
-¡Dale, hijo de puta! –Respondió entre risas. –¡Dejá de hacerte rogar y metela!
-Ah, ¿puedo pasar entonces? –Otro par de golpes en su conchita.
-¡Por favor, metémela que no aguanto más! –Su cara sufría por la angustia de sentirla tan cerca de ingresar y que yo me tomara todo el tiempo del mundo para bromear.
Ya había sido suficiente de juegos. Coloqué el glande en su entrada e inicié la penetración de una vez por todas. Clara cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de placer.
Mi hermana hervía por dentro. El calor que me había envuelto era impresionante, ni hablar de lo mojada que estaba. Parecía que tenía todo un centro de aguas termales ahí adentro. Estaba tan apretada que era como si una pitón se hubiera envuelto alrededor. Pero todas esas sensaciones sólo sirvieron para alentarme a entrar cada vez más.
Cuando llegué a la mitad ella abrió los ojos y se encontró con los míos, que se deleitaban con las expresiones de gozo que aparecían en su cara.
-Así hermanito, hasta el fondo… La quiero toda, por favor... -Me incentivó, y yo no pude hacer otra cosa más que continuar mi avance.
Con cuidado, sin apresurarme, para darle tiempo a Clara para que se fuera acostumbrando, ingresé centímetro a centímetro en aquella conchita que tanto me gustaba.
Al final cumplí con su pedido. Me incliné hacia adelante y acerqué mi cara a la suya. Era un espectáculo ver cómo sus ojos se encontraban abiertos de par en par. Obviamente era la primera vez que sentía una verga tan grande dentro de ella.
Intentó dar un par de bocanadas para respirar profundamente, pero yo aproveché ese instante para besarla de forma bien intensa. Toda la lujuria que sentíamos en ese momento se tradujo en una lucha a muerte entre nuestras lenguas.
Todavía no había empezado a moverme, pero cuando mi hermana cruzó sus brazos por detrás de mí y su cuerpo entero se sacudió ligeramente, resultó obvio que ya había alcanzado su primer orgasmo.
-Y eso que ni siquiera empecé a moverme. –Le dije al oído, con un tono juguetón.
-Entonces empezá a moverte, hijo de puta. –Me respondió jadeante, su voz cargada de desesperación.
Seguí sin moverme por unos segundos, dejando que respire y luego empecé a retroceder despacio unos centímetros, para luego volver a ingresar. Era un ritmo lento pero sin pausa, sin permitir que en ningún momento mi hermanita se pudiera relajar.
Despegué mi pecho del suyo para tener más amplitud de movimientos y aumenté el ritmo. Clara reaccionó aumentando el volumen de sus gemidos, mientras sus manos se aferraban a las sábanas como si se trataran de un salvavidas.
Me puse de pie delante de la cama y arrastré a mi hermana hasta que su cintura quedó en el borde. Una vez más la penetré, esta vez con más fuerza, lo que hizo que mi hermanita largara todo el aire de sus pulmones en un largo gemido.
Cuando llegué al fondo, la abracé por su espalda, ella se rodeó mi cuello con sus brazos y la alcé. Mi hermana cruzó sus piernas por detrás de mí y nos besamos con pasión mientras mis caderas seguían su movimiento. Quise mirarla a los ojos, pero los había cerrado y había echado su cabeza hacia atrás, jadeando de placer.
Si me hacía falta algo para terminar de que mi cabeza explotara era verla en esa posición. ¡No había forma de que no me calentara tenerla así! Era hora de darle en serio.
Volví a dejarla sobre la cama y la di media vuelta. Me miraba con su respiración agitada, esperando a ver qué pensaba hacer a continuación.
-Ponete en cuatro, hermanita.
Clara sonrió ante mi pedido y, obediente como buena alumna, se colocó sobre la cama, ofreciéndose para que le metiera una vez más mi pija.
-Mordé esto. –Le dije, ofreciéndole una remera mía. Mi hermana giró su cabeza mientras se encontraba en la misma posición.
-¿Para qué? Los viejos están durmiendo y no se van a enterar de nada.
-Sí, pero no quiero que nos escuchen los vecinos. –Respondí, colocando mi glande sobre la entrada de su apretada y muy mojada cueva. Sus ojos verdes refulgieron de la calentura que le había provocado mi explicación.
-Haceme mierda entonces, pendejo. Partime al medio. –Fue lo último que llegó a decir mi hermana antes de enrollar mi remera y usarla de mordaza.
Tomé con firmeza su cuerpo por la cintura y por enémisa vez mi glande se metió en aquel paraíso, avanzando con lentitud hasta entrar por completo. Una vez logrado eso, volví a retroceder dejando sólo mi punta dentro de ella. Esperé un segundo a que mi hermana volteara para interrogarme con su mirada.
-Agarrate fuerte, hermanita. –Le dije, antes de mandársela entera de golpe.
Si no hubiera estado mordiendo mi remera, posiblemente se habrían enterado de lo que estaba pasando hasta en la otra punta de la ciudad. Castigué a mi hermana de esa forma varias veces, dándole algunos segundos entre cada arremetida. Por suerte ya estaba mucho más abierta que al principio, por lo que me encontré con mucha menos resistencia al entrar.
-¿Te gustó eso? –Pregunté, mientras mi hermana luchaba por recuperar el control de su cuerpo, que temblaba ante el nuevo orgasmo que había experimentado. Sólo alcanzó a asentir un par de veces, sin que ella se hubiera quitado la improvisada mordaza y sin que yo le hubiera quitado mi miembro de su interior.
Estaba esperando que su respiración se normalizara cuando ella misma reinició el vaivén que tanto placer provocaba en los dos. Clara marcaba el ritmo, y yo la acompañaba con mis manos, ayudándola a que sintiera toda la extensión de mi verga en su interior.
Fuimos elevando el ritmo hasta que fue mi turno de dirigir las acciones. Clara soltó su mordaza por un instante para animarme una última vez antes que se desatara la tormenta.
-¡La puta que te parió, pendejo! ¡Te dije que me partas al medio! –Su orden fue una sentencia de muerte para la poca capacidad que le quedaba de controlar su cuerpo.
La miré sorprendido por su tono, pero la muy hija de puta sonreía y me guiñó un ojo cuando volvió a poner mi remera entre sus dientes. Si ella quería guerra, guerra iba a tener.
Coloqué una mano en su cintura, agarré sus dos colitas de pelo con la otra y se la enterré hasta el fondo sin aviso, para empezar a darle con todo sin importarme más nada. Agradecía el haber sido lo suficientemente precavido de usar algo para silenciar a mi hermanita, porque si no hubiera sido así, incluso mis viejos se habrían despertado con sus gritos.
Clara estaba irreconocible, se agarraba de mis sábanas como si su vida dependiera de ello. Ya había perdido la cuenta, pero los temblores recorrieron su cuerpo en varias ocasiones y por sus muslos ya corría una buena cantidad de líquido. Estaba seguro de que había acabado en más de una oportunidad.
Apenas tenía control de su cuerpo y sus anteojos habían terminado en el piso hace un buen rato. Pero su conchita seguía igual de caliente que desde el primer momento y yo me sentía en el paraíso. Me estaba costando horrores no acabar, y ya era hora de darme el gusto.
-¿Dónde la querés, hermanita? -Pregunté entre mis jadeos. –¿La querés en la cara?
Clara seguía mordiendo mi remera, pero simplemente negó con la cabeza a modo de respuesta. Sólo se me ocurría otra opción en ese momento, que llevó mi morbo hasta la estratósfera. ¿Podía ser tan hija de puta de querer eso?
-¿La querés adentro? ¿En serio?
Ya no aguantaba más, y verla asentir fue la señal que mi verga estaba ansiando saber. Solté su pelo y me agarré de su cintura con las dos manos. Se la mandé tan adentro como pude, hice un último esfuerzo para darle tan rápido como me fue posible, y con un fuerte gruñido dejé que todo lo que venía conteniendo desde hacía días se derramara en el interior de mi hermana.
Mi verga dio varios espasmos, que eran acompañados de oleadas de placer que invadían mi cabeza y nublaban mi mente. Era el mejor orgasmo que había tenido en mi vida y parecía eterno.
Mis piernas se dieron por vencidas y me dejé caer al lado de mi hermana. En cuanto mi pija abandonó el cuerpo su cuerpo, un potentísimo chorro brotó de ella, que mojó todo el piso delante de mi cama, casi llegando a la pared.
Incluso a pesar de que no había dejado de morder la tela, una serie de aullidos brotó de la boca de mi hermana por cada sacudida que sufría su cuerpo, aunque la intensidad iba en descenso. Cuando su acabada terminó, estaba llorando a lágrima viva, mientras su cuerpo todavía temblaba como si sufriera el frío de la Antártida.
Me puse más cerca de ella para abrazarla. Mis brazos la envolvieron por encima de sus pechos, todavía cubiertos por su camisa. Salvo su hilo dental y sus anteojos, que se habían perdido en el camino, seguía con la misma ropa que cuando entró en mi habitación.
-¿Hermanita? ¿Estás bien? –Pregunté en voz baja, mientras acariciaba su cuerpo.
-Creo que sí. –Respondió, en un tono que apenas alcancé a oír.
-¿Segura?
-Sí... sólo necesito descansar un poco. –Se la escuchaba complemente exhausta.
Nos quedamos unos minutos en esa misma posición, ella hundida en mis brazos, con su espalda apoyada contra mi pecho y mi cara sumergida en su cabello. Podía sentir un perfume dulce que llenaba mi nariz, y que me llamaba a dejar mi cara ahí por el resto de la noche. De a poco iba notando que el cansancio se iba apoderando de mi cuerpo, cuando la voz de Clara volvió a alcanzar mis oídos.
-Cuando te dije que me partieras al medio, no lo dije literalmente. Sos una bestia. –Estaba de espaldas a mí, con la vista clavada en la pared de mi habitación, pero no sonaba como si me estuviera reprochando, más bien todo lo contrario. –Siento la concha al rojo vivo todavía, si me llegás a tocar ahí, me muero.
-A ver… -Dije en tono de broma, amagando con llevar mi mano nuevamente a su entrepierna.
-¡Pará, estúpido! Que lo digo en serio. –Me dio un leve manotazo en mi brazo para que cortara con el chiste. –En un par de momentos creo que casi me desmayo, no entendía nada. Lo único que sabía era que me estabas haciendo volar de placer, ni me acordaba de dónde estaba... Se me fue la vida por la concha de tan fuerte que acabé.
Por suerte mi hermana no podía ver mi cara en ese momento, porque tenía una sonrisa de idiota total. Me había dejado el ego por las nubes al escuchar todo lo que le había provocado. En ese momento me podría haber plantado delante de Mike Tyson en sus mejores épocas y le hubiera dicho que lo cagaba a trompadas si yo quería.
En lugar de eso, preferí guardar silencio, porque sabía que mi hermana me iba a mandar a la mierda si dejaba que mi ego se metiera en un momento así.
En medio del silencio, sentía que me podía quedar dormido en cualquier momento. Pero esa era la peor idea de la historia. Mi hermana todavía tenía puesto su disfraz de colegiala, yo la abrazaba desnudo, y mi habitación era un desastre. Si nuestros viejos nos llegaban a encontrar así, no había forma de poder salir bien parados.
-Che, Clara… Clara… ¡Despertate! –Tuve que sacudirla unos segundos, realmente se había quedado dormida.
-¿Qué pasa? –Dijo, con el tono de voz de quien apenas tiene fuerzas para mantenerse con los ojos abiertos.
-Tenemos que limpiar esto. –De repente fui consciente del olor que había en mi pieza. Olía a sexo, puro y duro. –Y nos tenemos que bañar, si los viejos llegan a vernos así como estamos, nos matan.
-¡Tenés razón! –Dijo, abriendo bien grandes aquellos ojos verdes. Se miró su cuerpo y notó que todavía tenía semen en su interior. –Dame algo para limpiarme o voy a seguir manchando todo el piso.
-Che, vos te cuidás, ¿no? –Pregunté mientras le alcanzaba unos pañuelos descartables.
-¿Me llenaste la concha de leche y ahora te acordás de preguntar? –Si hubiera podido, la ceja de mi hermana se habría arqueado hasta el techo. –Sí, boludo. Obvio que me cuido. ¿O te pensás que íbamos a ser tan locas las tres de coger sin forro en el local sin cuidarnos de otra forma?
-Bueno che, está bien…
Mientras ella se limpiaba, yo me incorporé para abrir la ventana de mi pieza, así se ventilaba un poco el olor. Luego salí de mi habitación, todavía desnudo, y busqué algo para limpiar el piso. Unos minutos más tarde, entre Clara y yo pudimos hacer que en mi habitación se disimulara un poco todo lo que había pasado.
-Hay que ver qué hacemos con esto. –Dije, señalando mi cama. El cubrecama estaba mojado, ni hablar de las sábanas.
-Ahora ponele algo de papel de cocina para secar todo lo posible. Mañana me encargo, quedate tranquilo.
-¿Segura? –Tenía mis dudas. Incluso si lográbamos secar todo, en cuanto lo pusiera a lavar mi vieja, se iba a dar cuenta de una que algo raro tenía todo eso.
-Sí, no te preocupes. Ya pensé en algo antes de venir para acá.
-Ah… ¡lo tenías planeado desde hace tiempo!
-Pedrito, si vos pensás que voy a aparecer vestida así –señaló su disfraz, que todavía no se había quitado –en tu habitación para que cojamos como si no hubiera un mañana sin tener algo pensado para evitar que los viejos nos descubran, entonces estás loco.
Había que admitir que tenía razón. Hacerlo en la casa de mis viejos sin tener en cuenta qué habría que hacer después para evitar ser descubiertos hubiese sido prácticamente suicida.
-Un poco locos estamos, o no habríamos hecho lo que hicimos recién, ¿no te parece?
Ese comentario provocó una sonrisa en los dos. Clara siguió su trabajo y terminamos de secar mi cama tanto como nos fue posible. Todavía no llegaba a entender cómo íbamos a hacer para evitar que mi vieja descubriera algo, pero yo no tenía ningún plan, así que sólo podía confiar en mi hermana.
-Bueno, me voy a bañar. –Anunció mi hermana, saliendo de mi habitación.
Yo me quedé acomodando unas cosas y tratando de revisar que no hubiera quedado ninguna evidencia que pudiera comprometernos al día siguiente, cuando la cabeza de mi hermana asomó por el marco de la puerta.
-¿Venís o hace falta que te agarre de la poronga para que entiendas? –Preguntó con un tono juguetón, para luego desaparecer de mi vista.
Me quedé observando la puerta de mi habitación por unos segundos. Mis oídos habían escuchado sus palabras, pero mis neuronas parecían tardar una eternidad en hacer las conexiones necesarias. Finalmente controlé una vez más que no me hubiera olvidado de nada y salí disparado hacia el baño.
Cuando entré ya se escuchaba el ruido del agua cayendo en la ducha. Corrí la cortina y me encontré con mi hermanita, completamente desnuda, su pelo convertido en una cortina húmeda que le caía por la espalda, y una sonrisa dibujada en su rostro al verme entrar con ella, también desnudo.
-Te tardaste. –Me regañó, antes rodear mi cuello con sus brazos.
La tomé de la cintura y la levanté hasta que sus ojos quedaron a la misma altura que los míos. Nuestros labios volvieron a fundirse mientras el agua caía sobre nosotros, tratando inútilmente de bajar la temperatura de nuestros cuerpos. Me sentía tan caliente al notar la piel de Clara pegada contra la mía, que no me hubiera sorprendido si el baño se hubiera llenado de vapor al entrar en ebullición el agua que entraba en contacto con nosotros.
Al habernos sacado las ganas en mi pieza, esta segunda vez nos la pudimos tomar con más calma. Mis manos volvían a recorrer cada centímetro de la piel de mi hermana, pero ahora me dedicaba a conocerla como nunca lo había hecho.
Al llegar a ese glorioso culo, me aferré con fuerza para sostenerla y guiar su cuerpo hacia mi verga, que ya se encontraba ansiosa de un segundo round. Si mi pija hubiera podido hablar, habría gritado de felicidad por volver a visitar el interior de mi hermanita.
El sonido del agua ahogaba parte de los ruidos que hacíamos, pero igualmente tuvimos que hacer un gran esfuerzo por controlarnos. El baño estaba mucho más cerca de la habitación de nuestros viejos, y por lo tanto el riesgo era mucho mayor. Pero era un arma de doble filo, porque también nos sentíamos más excitados al saber que habíamos aumentado las chances de ser descubiertos.
Empecé a aumentar el ritmo de las penetraciones y los gemidos de mi hermana aumentaron en la misma proporción. Para prevenir que mis viejos nos escucharan, ella pegó su cabeza a mi hombro tratando de silenciar los sonidos que emitía, pero era cada vez más difícil.
Ya habíamos entrado en un ritmo bastante intenso cuando sentí un dolor en mi hombro. Intentando no gritar, mi hermana directamente me había clavado los dientes. Extrañamente, saber qué había hecho y por qué, sólo sirvió como aliciente para que yo le diera aún más fuerte.
El aumento del dolor en mi hombro más los temblores que recorrían el cuerpo de mi hermana fueron la señal que necesitaba para saber que le había provocado otro orgasmo más. Decidí darle un respiro y dejé que volviera a apoyar sus pies en el piso.
En lugar de eso, se colocó de rodillas delante de mí, acercó su boca a mi entrepierna y se prendió de mi poronga al instante.
-Damela en la boca, hermanito. –Dijo, interrumpiendo sus labores con su boca mientras me pajeaba con sus manos. –La quiero saborear de nuevo.
Clara hizo todo lo posible para lograr que cumpliera con su pedido lo más rápido posible. Mis piernas estaban temblando de tan bien que me la estaba chupando. Me agarré de la cortina de la ducha y de casualidad que no tiré todo a la mierda.
-Ya… ya acabo, hermanita. –Alcancé a decir, aunque me costaba horrores poder hablar de manera coherente.
Cuando escuchó mi aviso, simplemente abrió grande su boca mientras sus manos seguían masturbándome a toda velocidad.
Con un fuerte gemido, descargué todo lo que me quedaba. Clara enseguida cubrió mi glande con sus labios para que no se desperdiciara ni una gota del líquido que ella ansiaba degustar con tantas ganas. Ella no se despegó hasta que estuvo segura de que había largado hasta el último resto.
Cuando eso pasó, dejó abierta su boca para que yo pudiera apreciar el contenido. Luego volvió a cerrar sus labios, tragó, y una vez más despegó sus labios para mostrarme que sólo su lengua se encontraba allí.
Unos minutos más tarde ya estábamos fuera de la ducha, secándonos. Cada tanto podía cruzar una mirada con mi hermana, pero sólo sonreíamos. En mi cabeza intentaba darme una idea de lo que podía llegar a pasar a partir de ese momento.
Por más vueltas que le diera, se trataba de un antes y un después, y ya no había vuelta atrás, eso estaba claro. Sin embargo, eso no ayudaba demasiado a comprender qué pasos podíamos dar de allí en más.
Por el momento simplemente opté por disfrutar de las sensaciones que experimenté esa noche. Lo que fuera a suceder, sucedería, y no iba a resolver nada en ese instante, minutos después de haber acabado en la boca de mi hermana.
-Clara… –Esperé a que mi hermana me mirara a los ojos antes de seguir hablando.
-¿Qué pasa, Pedrito? –Su sonrisa me derretía. Su cuerpo era una invitación al pecado, pero ya no tenía energías para más, al menos no por esa noche.
-Gracias. –Tenía un millón de palabras en mi cabeza para decirle, pero eso fue todo lo que brotó de mi boca.
Mi hermana se quedó en silencio, sus ojos verdes clavados en mí. Luego de unos segundos, se acercó y me abrazó.
-De nada, hermanito. –Dijo, con su cabeza hundida en mi pecho. -Gracias a vos también.
-¿Y ahora qué? –Era la pregunta que más tenía ganas de conocer la respuesta, y mi hermana seguro que también sentía lo mismo.
-No lo sé. Tengo un quilombo en la cabeza… quisiera dormir un mes y que, cuando me despierte, todo esto se haya solucionado de alguna forma mágica.
-Ojalá fuera tan fácil…
-Ya sé que no es tan fácil, tonto.
-Bueno, ahora no te preocupes tanto. Vamos a dormir y mañana si podemos lo charlamos. Ahora no le vamos a encontrar la vuelta.
-Tenés razón. –Se soltó de mi cuerpo, levantó los brazos y se estiró por completo. –Dios… no doy más. Me dejaste reventada.
-¿Yo? Mirá cómo me dejaste vos a mí. –Le dije, señalando mi hombro derecho. Había una marca roja de dientes perfectamente visible. –Menos mal que no uso musculosa. No sé qué carajo les voy a decir a los viejos si llegan a ver eso.
-Bueno, che. Mejor eso a que nos hubieran escuchado, ¿no? –Dijo, con tono de arrepentimiento.
Salimos juntos del baño, ambos aún desnudos. Era hora de despedirnos hasta el día siguiente.
-Hasta mañana.
-Hasta mañana, hermanito.
Los dos tendríamos que habernos dirigido hacia nuestras respectivas habitaciones, pero seguíamos con los pies clavados en el piso, mirándonos. No sabía qué podía estar pasando en la cabeza de mi hermana en ese momento, pero yo no quería darle fin a esa noche.
Ignoraba qué podría pasar en el futuro, o si todo lo que había pasado durante las últimas horas se repetiría alguna vez, así que una parte de mí quería vivir todo lo posible hasta que terminara la noche.
-Bueno, buenas noches entonces.
Clara finalmente se dio media vuelta y se fue hasta la puerta de su habitación. Yo me debatí por unos momentos si perseguirla o no, pero al final me di por vencido y también me dirigí a mi pieza.
Mi cabeza seguía preguntándose si había tomado la decisión correcta al dejar que mi hermana se fuera, pero ya estaba tirado en mi cama y el cansancio por fin se quedó con la victoria. Me dormí casi al instante.
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El ringtone, notificándome que había recibido un mensaje, me despertó al día siguiente. Eran cerca de las once de la mañana. Se escuchaba algún que otro sonido leve, lo cual significaba que ya el resto se había levantado hace rato. Me sentía complemente cansado, como si el día anterior me hubiera estado corriendo todo el día. Me dolían las piernas, los brazos, la espalda. Considerando lo que había pasado la noche anterior, era el mejor dolor del mundo.
Agradecido de que no hubiera entrado mi vieja para despertarme, agarré el teléfono y abrí el Whatsapp. Se trataba de un mensaje de mi hermana.
Buen día. Ahora voy con el café, preparame la lechita que la paso a buscar 😉.
Unos minutos después ya estaba aguantando mis ganas de acabar, esperando que Clara finalmente entrara. Unos golpes en la puerta anunciaron su llegada. Me dio la impresión de que estaba pateando, más que golpeando con su mano.
-¿Estás despierto, Pedrito? ¿Puedo pasar?
-Sí, dale.
Me parecía increíble que mi hermana pudiera hablar con total normalidad desde el pasillo, siendo que minutos antes me había pedido que me masturbara para darle mi semen como parte de su desayuno.
Clara entró como si también se hubiera levantado hace poco. Tenía puesto un short de algodón gastado y una remera vieja, que claramente le habían servido de pijama para dormir. Estaba medio despeinada y con expresión de cansada, eso último seguro que era producto de lo que había pasado la noche anterior.
Llevaba una taza en cada mano, lo cual explicaba las pataditas en la puerta de mi habitación.
-Buenos días, hermanito. ¿Dormiste bien? –Una sonrisa iluminó su rostro al observar mi verga bien parada, lista para darle su alimento matutino. –¿Ya tenés lista mi lechita?
-Obvio, hermanita. Tal y como lo pediste.
Clara dejó las dos tazas en la mesita de luz y acto seguido se lanzó para chupar mi verga y reclamar su ración de leche. Una vez que completé mi entrega, se volvió a incorporar y fue a buscar una de las tazas que había traído con ella.
Mirándome a los ojos, observó atentamente mi cara de sorpresa cuando escupió mi semen en la taza y tranquilamente se puso a revolver con una cucharita. Luego llevó la taza a su boca y vació el contenido en unos segundos.
-Nada mejor que un buen café con leche para arrancar la mañana, ¿no te parece? –Preguntó, relamiéndose después de haberle tomado su desayuno.
-Te vas al carajo… -Dije, comiéndome su cuerpo entero con la mirada. ¡Cómo sabía provocar la hija de puta!
-Ahora tenemos que solucionar este tema. –Comentó, señalando mi cama.
Recién entonces fue que me pude dar cuenta que había algunas manchas en la frazada. Lo mismo pude notar en las sábanas, y casi seguro que algo de lo que había sucedido la noche anterior también había manchado el colchón. ¿Cómo carajo se suponía que íbamos a explicar de dónde había salido todo?
-¿Y cuál es tu plan, hermanita? –Pregunté, tratando de mantener la calma.
-Vestite, aunque sea un pantalón. –Fue toda su respuesta.
Me apresuré a ponerme un jogging viejo que había quedado en mi habitación desde hace años y esperé que me revelara el próximo paso de su plan.
-Ponete de nuevo en la cama. Ahora necesito que confíes en mí. –Agregó, agarrando la otra taza que todavía estaba en mi mesa de luz.
-Clara… ¿por qué carajo me estás diciendo eso? ¿Qué pensás hacer con esa taza?
-Nos voy a salvar el pellejo, ¿estamos?
-Sí, pero…
-Vos seguime la corriente. Mamá va a subir enseguida.
-¿Cómo que va a subir enseguida?
-Porque te va a escuchar gritar.
-¿Y por qué carajo voy a gritar?
-Por esto.
La muy forra me tiró el café caliente sobre las piernas. Ahora entendía por qué me había pedido que me pusiera un pantalón. Afortunadamente se había entibiado un poco durante esos minutos que habían pasado desde que mi hermana lo trajo, pero esa mierda igual me hizo doler.
-¡LA PUTA QUE TE PARIÓ PENDEJA! ¿QUÉ CARAJO TE PASA? –Grité, levantándome enseguida para tratar de evitar que me siguiera quemando las piernas.
-¡Perdoná! ¡Fue sin querer! –Exclamó mi hermana en voz alta, como para que se escuchara desde abajo. –Mamá va a llegar en cualquier momento. No te olvides de seguirme la corriente. –Ahora había bajado la voz, mientras volcaba el resto del contenido de la taza sobre mi cama y un sonido de pasos apresurados se acercaba por la escalera.
La quería matar. No me dio tiempo a responder que mi vieja ya había asomado su cabeza por la puerta de mi habitación.
-¿Qué es todo ese griterío? ¿Qué pasó?
-Perdona ma, fue culpa mía. –Clara ya se había acercado a mi vieja con tono de completo arrepentimiento. –Le quise alcanzar la taza a Pedro y se me volcó. Encima se cayó todo el café en la cama. ¡Me quiero matar!
Por un momento hasta yo le creí, así de bien estaba actuando esa pendeja.
-¡Perdón, Pedrito! ¡Te juro que no lo hice a propósito! –Su tono anunciaba al mundo lo mucho que lamentaba lo ocurrido, pero sus ojos me gritaban fuerte la orden de seguir con la actuación para mi vieja.
-¡Pero sos boluda! ¡Mirá cómo me dejaste la cama! –Señalé las manchas de café que muy oportunamente habían cubierto las que habían quedado de la noche anterior. -¡Ahora tenemos que poner a lavar todo!
-¡Bueno che! ¡Tampoco es el fin del mundo! Si total pasás la noche en el departamento, tampoco es que te complica tanto la vida.
Abrí la boca para contestarle, pero mi vieja se adelantó para interrumpir nuestra apasionada discusión de hermanos.
-¡Bueno, basta! ¡Ya está! –Se cruzó de brazos, como para reforzar su postura. –Clara ya te pidió perdón, y por mucho que peleen, la cama no se va a limpiar sola. Ahora vos vas a ayudar a tu hermano a limpiar esto y después ponen a lavar las sábanas y la frazada. –Dijo, señalando a mi hermana. –Y vos, Pedro, después bajá así te preparo un desayuno.
Esperé que el sonido de los pasos de mi vieja se perdiera cuando empecé a aplaudir a mi hermana. Incluso hice una pequeña reverencia en su dirección, en señal de respeto.
-Sos una genia.
-Lo sé. –Respondió, con una sonrisa de satisfacción. –Listo, ahora asunto solucionado.
-Igual para la próxima vamos a tener que buscar otro plan, porque si te la pasás volcando el café sobre mi cama todo el tiempo, mamá va a sospechar.
-Bue, ni que nos la fuéramos a pasar garchando todas las noches.
-No, más bien que no, pero la próxima vez…
-Va a pasar un buen rato hasta que hagamos esto de nuevo, hermanito.
¿Qué se suponía que significaba eso? ¿Ahora se estaba arrepintiendo de lo que había pasado? Tuve que contener el volumen de mi voz para que mi vieja no volviera a subir las escaleras.
-¿Me estás cargando? –Pregunté después de unos segundos de silencio- ¿O qué? ¿Me vas a decir que no te gustó?
-¿Tenés el cerebro en la verga, nene? ¿Vos ves esto? –Señaló las manchas en las sábanas. -¿En serio te pensás que no tengo ganas de hacerlo de nuevo? Por dios… Pensá un poquito, por favor. Estuvo buenísimo lo de anoche, pero si de un día para otro me la paso yendo a tu departamento o vos te quedás acá a dormir demasiado seguido, va a ser muy sospechoso. Los viejos estarán viejos, pero no son ningunos boludos. Algo raro van a sospechar.
-Sí, no… No, tenés razón. Mejor que nos calmemos. –Clara se quedó mirándome con una ceja levantada. –Bueno, está bien, YO tengo que calmarme.
-Ahora está mejor. ¿Viste que no era tan difícil? Bueno, voy llevando esto y después tenemos que preparar el almuerzo. –Mi hermana tomó las cosas que había que poner a lavar y se fue de mi pieza.
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Durante las semanas siguientes las cosas volvieron a un cierto nivel de normalidad. Erica me torturó durante la primera semana después de coger con mi hermana y me exprimió hasta la última gota que tenía, por lo que el primer domingo que volví a almorzar en casa ni se me cruzó por la cabeza la idea de intentar algo con Clara.
En otras oportunidades intenté hacer mención del tema con ella, pero cada vez que decía algo al respecto, Clara me decía que tuviera paciencia, que ya llegaría el momento de la revancha, pero que por el momento siguiéramos con nuestras vidas de manera normal.
Así pasaron los días, hasta que un lunes mi vieja me pidió si podía hacerles el favor de llevarlos a ella y a mi viejo a la clínica para hacer un chequeo. Las veces anteriores los había llevado un vecino que conocían de toda la vida, pero ahora él no estaba disponible y mi viejo no tenía permiso del médico para manejar, así que tuve que hacer de chofer.
Volviendo de la clínica mi vieja me ofreció que me quedara con ellos a cenar. Estaba a punto de negarme, para evitar cualquier tentación al tener a Clara tan cerca de noche, cuando mencionó que Jessi y Betty también estarían en casa.
-¿Estamos celebrando algo? –Pregunté, sorprendido de que las chicas pasaran por casa un día de semana.
-No, pero con todo este lío las chicas no se veían desde el recital, así que Clara me preguntó si podían venir a cenar con nosotros. –Explicó mi veja. –Dale Pedrito, ¿qué decís? Quedate a cenar con nosotros.
-Bueno, dale. –Con las chicas ahí en casa, iba a ser imposible que hiciéramos alguna cagada, así que no habría problema si aceptaba la invitación.
Estaba en casa, llevando unas cosas de la cocina al comedor, cuando la puerta de entrada se abrió y entró mi hermana, que sonreía mirando algo en la pantalla del celular. Estaba vestida de manera similar a aquel miércoles que la había visto caminando por la calle junto a sus amigas, en dirección hacia mi trabajo.
El pantalón negro le quedaba pintado, y no podía esperar a que quedara de espaldas a mí para apreciar lo bien que le debería estar marcando el culo. Tenía el saco negro en un brazo, dejándome ver una camisa blanca que le quedaba pegada al cuerpo, siguiendo la curva de su cintura y de sus pechos. Llevaba el pelo suelto y tenía puestos los anteojos que le había visto usar por última vez un feriado a la madrugada, cuando se había disfrazado de colegiala especialmente para mí. En resumen, se me paró la pija apenas la vi entrar.
-¡Ya llegué, ma! –Anunció en voz alta, sin darse cuenta de que yo estaba en la puerta del comedor, mirándola.
-Hola, hermanita.
-¿Qué hacés acá? –Preguntó ella, con un ligero tono de sorpresa.
-Mamá me invitó a quedarme a cenar. –Respondí, encogiéndome de hombros.
-Ah… Bueno. –Por algún extraño motivo, se había ruborizado un poco.
-¿Pasa algo?
-No, nada. Avisale a mamá que subí a cambiarme. –Dijo, apurando un poco el paso y subiendo rápidamente las escaleras.
A pesar de la velocidad que le imprimió a sus pasos, yo pude disfrutar del espectáculo de su culo por unos cuantos segundos. Una vez terminada esa distracción, seguí con lo que estaba haciendo cuando sonó mi teléfono. Dejé unas cosas en la mesa y abrí el Whatsapp para leer el mensaje de Erica.
Turno miércoles al mediodía.
Una sonrisa se dibujó en mi cara mientras le respondía el mensaje a Erica y le confirmaba que allí estaría.
Ya estaba mirando televisión tranquilamente en el living cuando la voz de mi vieja se escuchó desde la cocina.
-¡Pedro!
-¿Qué pasa, ma? –Respondí, todavía sentado en el sillón.
-¿Te hacés una escapada al super? Nos quedamos sin gaseosas.
Miré la hora, todavía faltaba un rato para que cerrara, pero era mejor que me apurara, o iba a tener que ir a los pedos con el auto.
-Sí, ya voy. –Me levanté de un salto y agarré las llaves del auto cuando escuché un ruido de pasos bajando por la escalera.
-Yo lo acompaño, ma. Así hacemos más rápido.
-Dale, haceme ese favor. Gracias, chicos.
Todavía no había reaccionado a lo que acababa de pasar, que Clara ya había abierto la puerta de casa y había salido a la vereda, esperando al lado del auto.
-¿Qué pasó? –Pregunté apenas me metí en el auto y cerré la puerta.
-Quería hablar con vos sin que nos escuchen los viejos y antes de que lleguen las chicas. –Respondió mi hermana, mientras yo arrancaba. –Nos les dije nada. Ellas no saben que sos vos.
No hacía falta ser un adivino para entender a qué se refería con eso.
-¿Todavía no les dijiste nada? –Estaba completamente sorprendido por eso.
Había pasado cerca de un mes desde que hablé con mi hermana sobre ese tema y le confesé cómo me ganaba la vida realmente, ¿y ella no les había contado nada a sus mejores amigas de toda la vida? Algo no me cerraba para nada.
-¿Pero vos querés que sepan o no?
-¿Cómo no voy a querer que sepan? Pero por chat no les puedo contar algo así. Por algo vos esperaste a que nos viéramos cara a cara, ¿no?
-Puede ser… ¿pero entonces les vas a contar esta noche?
-Esa era la idea, y justo mamá te invitó a cenar. No sé qué voy a hacer, pero vos no cuentes nada.
-¿Y arreglaron un turno para este miércoles sin que vos les hayas contado nada? –Pregunté incrédulo.
-¿Cómo que arreglamos un turno? –Clara estaba sorprendida. ¿Acaso el turno no era para ellas?
-Mi jefa me mandó un mensaje hace un rato diciéndome que tengo turno el miércoles al mediodía. ¿No era para ustedes?
-Habíamos hablado algo con las chicas, pero justamente quería contarles eso hoy antes de confirmarlo. –Su expresión cambió de sorpresa a enojo- ¡Las voy a matar! ¡Les dije que esperaran hasta la noche para confirmar!
-Bueno, ahora ya está. –Traté de tranquilizarla. –Sabrás vos si contarles o no. El turno ya está pedido, y ni a palos que mi jefa les va a devolver la guita si se arrepienten. Eso ya es problema de ustedes.
No era la mejor técnica para calmar a mi hermana, pero más le valía tener eso en cuenta si pensaba contarles algo esa noche. No había chance de que recuperan la plata si daban marcha atrás con el turno. Erica se lo dejaba bien claro a cualquiera que reservara algo en su negocio.
El resto del viaje se hizo en silencio. Llegamos al supermercado e hicimos las compras lo más rápido posible. En un principio pensé que algo podría llegar a pasar, pero era obvio que mi hermana no estaba de humor para hacer nada raro en un supermercado, especialmente teniendo en cuenta que estábamos cerca de casa y podíamos cruzarnos con algún conocido.
Guardamos las cosas en el auto y emprendimos el regreso. Apenas empecé mi hermana se giró para hablarme.
-Pedro…
-¿Qué pasa?
-Ya que el miércoles vamos con las chicas, ¿te parece si me das una muestra gratis ahora? –Preguntó, con su mano ya sobre mi entrepierna, bajando el cierre de mi pantalón.
-Si me lo pedís así, no puedo negarme, hermanita. –Dije, acomodándome para que ella sacara mi verga, lista para la acción, de mi pantalón.
-¡Cómo extrañé esto! –Fue lo último que dijo antes de empezar con su mamada.
-Mejor que te apures, que el viaje dura poco.
Traté de ir lo más lento posible, cosa de estirar eso todo lo posible. Incluso se me pasó por la cabeza parar un rato y dejar que mi hermanita se tomara su tiempo, pero era demasiado jugado. Si nos llegaba a ver algún vecino, no habría chance de que mis viejos no se enteraran. Afortunadamente los vidrios estaban polarizados, pero incluso teniendo eso en cuenta era un riesgo grande lo que estábamos haciendo.
-Ya estamos cerca. –Mencioné, para avisarle que nos estábamos quedando sin tiempo.
Clara captó el mensaje e intentó apurar el trámite. Se notaba que tenía ganas de hacerme acabar antes de que llegáramos a casa. Me estaba haciendo volar y me costaba prestarle atención al camino. En un momento se la mandó tan adentro de la garganta que hizo que tirara la cabeza para atrás. Cuando volví a poner la vista en el camino clavé los frenos.
Dos chicas estaban cruzando la calle a una cuadra de casa.
-¡MIRÁ POR DÓNDE VAS, PELOTUDO! –Fue el grito que Betty me dedicó, una vez que ella y Jessi habían logrado llegar sanas y salvas a la vereda.
Clara levantó la cabeza y se incorporó, justo en el momento en que las chicas identificaron mi auto. Jessi se acercó para interrogarnos.
-¿Sos vos, Pedro? –Miró a mi hermana- ¿Qué estabas haciendo ahí abajo, Clara?
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Espero que hayan disfrutado de este capítulo.
Nos leemos pronto.
Como siempre, los puntos y comentarios siempre son bien recibidos.
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Los que recién se suman, les recomiendo que entren en mi perfil para ponerse al día con el resto.
Ahora sí, los dejo con la octava parte del relato.
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Capítulo 8
Clara se lanzó sobre mi boca y le metí la lengua hasta la garganta. Así de desesperado me tenía mi hermana. Una de mis manos se colocó en su nuca, paseando por su sedoso pelo, mientras la otra se colocaba en su culo. Firme, suave al tacto y caliente como si estuviera por hervir, eso era lo que mis dedos me informaban al palparlo. Mi otra mano bajó también para deleitarse con esa manzana.
-¡Qué pedazo de ojete que tenés, hermanita! –Dije despegándome de sus labios un instante para dedicarle ese cumplido.
Le di una nalgada que se podría haber escuchado desde la habitación de mis viejos, pero gracias a las benditas pastillas para dormir era imposible que eso sucediera. Dejé mi mano plantada en su nalga, era un koala agarrado a su árbol favorito. Resultaba obvio que a Clara le había gustado eso, porque aumentó la intensidad de sus besos.
Su cuerpo estaba pegado al mío y mi erección había quedado justo por debajo de su entrepierna. Clara empezó a moverse despacio, manteniendo la presión sobre mi verga por encima de mi ropa interior, que se había empezado a humedecer producto de los flujos que se escurrían por la rajita de mi hermanita.
Así estuvimos un buen rato, disfrutando de nuestros cuerpos y estirando el momento lo más posible. Pero ella ya había decidido que era hora de avanzar. Su mano derecha por fin bajó hasta mi cintura y empezó a retirar mi bóxer para ponerse directamente en contacto con mi pija.
Unos segundos después se despegó de mi boca y comenzó su recorrido hasta el tesoro que había deseado durante tanto tiempo, y que ahora se encontraba entregado en bandeja de plata sólo para su deleite.
Su cabeza por fin se colocó a la altura de mi entrepierna y terminó de desnudarme. Mi verga quedó liberada y se irguió en todo se esplendor. Clara se retiró unos centímetros, sus ojos brillaban. Era una nena que encontraba su golosina favorita después de haber ahorrado por una semana para comprarla.
-¿Sabés cuánto tiempo estuve fantaseando con este momento?
-¿Mucho?
-Mucho. –Su voz desbordaba de deseo.
Le dio un par de besos al glande y luego lo introdujo en su boca. Su lengua jugaba conmigo y me provocaba temblores de placer a cada rato. Una de sus manos sujetaba firmemente el tronco, subiendo y bajando algunos centímetros. De vez en cuando también le daba una lamida, para luego volver a introducir mi verga en su boca.
Todavía seguía con su disfraz puesto, ni siquiera se había sacado los anteojos, y yo agradecía a los dioses del sexo por ese hecho. Todo el morbo del mundo estaba en mi cabeza al verla así vestida. Sus labios avanzaban cada vez más, hasta que llegaron a la mitad de mi verga. Estuvo así unos segundos y luego se retiró para tomar aire.
-¿Me ayudás con esto, hermanito? –Me preguntó, con el mismo tono que habría utilizado si me estuviera pidiendo que le alcanzara algo que se encontraba en un estante que le quedaba demasiado alto.
-¿Con qué? –Mi cabeza estaba en off. Apenas entendía lo que había dicho.
-Con esto. –Respondió, dando una nueva lamida al tronco. –La quiero toda en mi boca.
Me quedé boquiabierto ante esta declaración. Hija de puta. Su expresión era completamente seria. Se había planteado ese desafío a sí misma y no iba a cambiar de idea. Aunque no era como si yo pensara en negarme.
Lo único que hice fue ponerme de pie y pararme a su lado.
-¿La querés toda entonces? –Le pregunté, alzándome en toda mi estatura por encima de ella.
Clara me miraba sentada en la cama, sus ojos cargados de deseo detrás de sus anteojos.
-Sí, hermanito. Esta putita quiere que se la metas toda en la boquita. –Respondió con un tono casi infantil, que no hacía más que aumentar mi calentura. Que se hubiera llamado puta a sí misma me sorprendió, pero era obvio que mi hermana no tenía ningún drama en que le dijera de esa forma.
-¿Ah, sí? Entonces agarrate de lo que puedas, porque te la voy a enterrar en la garganta, por puta.
Sus ojos destellaron cuando esa última palabra brotó de mi boca, estaba excitada ante el hecho de que se lo hubiera dicho yo.
-Dámela toda, hermanito. Dásela a tu putita.
Abrió la boca lo más posible y se empezó a quitar los anteojos cuando la frené con mi mano.
-Dejátelos puestos.
-Te gustó que me los pusiera, ¿no? –Preguntó con una sonrisa traviesa.
-Me re calienta ver cómo te quedan.
-Me parece que los voy a usar más segui…
No pudo terminar la frase porque justo me encargué de que tuviera su boca ocupada. Tomé su cabeza con ambas manos y la obligué a que empezara a tragarse mi verga. La dejé unos segundos y luego la saqué para dejarla respirar con normalidad.
-¡Qué bruto que sos! –Se quejó cuando recuperó el aire, aunque su sonrisa la desmentía. -¡Hacelo de nuevo!
No me hice rogar demasiado. Agarré sus colitas de pelo con mis manos e introduje mi miembro otra vez en su boca, que se encontraba abierta de par en par, dándole la bienvenida a mi verga. Esta vez fui más despacio, para darle tiempo a que se fuera acostumbrando de a poco.
Después de todas las ocasiones en que tuve que dejarla a ella y a sus amigas marcar el paso, no podía evitar disfrutar de que fuera mi turno para usar mis manos y obligarla a llevar mi ritmo.
-Relajá la garganta, hermanita… Así, despacio… Dale que vas bien.
Había llegado a introducir tres cuartas partes de mi verga cuando me dio golpeó la pierna con los brazos. Haciendo caso al pedido, me retiré para liberar su boca y dejarla respirar otra vez.
Un ruido de jadeos llenó la habitación, mientras Clara daba largas bocanadas para controlar su respiración. Un par de lágrimas brotaban de sus ojos por el esfuerzo realizado.
-Llegaste más lejos esta vez. ¡Muy bien! –La felicité con una sonrisa. -¡Qué buena putita que sos!
-Ahora sí, hermanito… hasta el fondo. –Logró decir entre toses. –Toda.
-Cómo te gusta tragarla, putita… -Había acercado mi verga nuevamente a su boca. -¿Tanto te calienta?
-No sabés cómo me puso eso. –Se llevó una mano a su entrepierna mientras me pajeaba con la otra. –Mirá. –Levantó su mano.
Sus dedos brillaban, mojados por los jugos que largaba su conchita. Acto seguido se incorporó y acercó su mano a mi boca y los introdujo para que me yo me deleitara con su sabor. Era el néctar de los dioses. Lamí sus dedos hasta que el último rastro de sus jugos se quedó en mi boca.
-Qué rica que estás, hermanita… ¿me das un poco más?
-No, primero lo primero.
Dicho eso, volvió a agacharse para volver a chuparme la pija. Se veía que le había agarrado la mano, porque ahora estaba avanzando con mayor facilidad. En cuestión de segundos alcanzó la mitad de mi tronco.
Fue en ese momento cuando de nuevo tomé su cabeza con mis manos y comencé a empujar. Centímetro a centímetro acerqué mi cuerpo a su rostro. Me impresionaba el control que tenía para contener los reflejos de su garganta. No tenía idea de dónde había llegado mi glande, pero claramente estaba bastante adentro.
Finalmente se cumplió su deseo. Su nariz llegó a tocar mi cuerpo. Se la había metido toda en la garganta. No sabía quién de los dos iba a aguantar más: si yo sin acabar o mi hermanita con la verga entera metida hasta al fondo.
Temeroso de que se quedara sin aire, empecé a retirar mi verga de inmediato. Unos segundos después se escuchaban las toses de mi hermana, que luchaba por tomar algo de aire. Las lágrimas cubrían sus mejillas y un montón de saliva brillaba en mi verga y corría también por su cara hasta caer al piso, pero tenía una expresión de orgullo en su rostro.
-¡Aaaaaaaaah! ¡Por fin! –Exclamó, como quien llega a su casa después de un largo día de trabajo y se acomoda en su sillón favorito. -¡No sabés hace cuánto que quería hacer eso!
-Uffffff… ¡Eso sí que estuvo intenso! No me esperaba que te la mandaras tan adentro.
-¿Viste? Me tuve que aguantar un par de arcadas, pero la tragué toda.
La expresión de su cara me hizo sonreír. Parecía una chica orgullosa de haber metido una materia que le había costado horrores durante un largo tiempo.
-Vení hermanita, acostate acá. –Le dije, señalándole la punta de la cama. –Boca arriba.
Clara se acercó obediente, y se acostó en la cama con las piernas apuntando a la cabecera y su cabeza a los pies, cerca de mi verga. Abrió la boca una vez más, deseosa de recibir mi verga nuevamente.
En lugar de eso, decidí aprovechar mi oportunidad para hacer con mi hermanita algo que tenía pensado desde un tiempo. La tomé por la cintura y la levanté hasta que su conchita quedó a la altura de mi boca, y por fin enterré mi cara en esa zona tan caliente y mojada.
Mi hermana superó la sorpresa de encontrarse en esa posición y enterró mi verga en su boca para completar ese sesenta y nueve mientras estábamos de pie en mi habitación. Era tan liviana que prácticamente no me afectaba tener que sostenerla en mis brazos.
Realmente se había calentado mucho cuando me hizo esa garganta profunda. Cuando mi lengua entró en contacto con el interior de mi hermanita se sintió como meterse en un horno al máximo. Aproveché el momento para hurgar cada rincón de esa maravillosa conchita tanto por dentro como por fuera, provocándole fuertes gemidos cada vez que rozaba su clítoris con mi lengua.
Un rato después Clara volvió a darme un leve golpe en la pierna, por lo que me volví a inclinar sobre la cama para dejarla caer lentamente. ¡Si sería viciosa mi hermanita que durante todo ese movimiento no despegó su boca de mi verga!
Podría haberme quedado ahí de pie toda la noche mientras ella seguía chupándomela, pero había otro lugar de su cuerpo donde quería meterme. Parecía que mi hermana había leído mi mente, porque finalmente desocupó su boca.
-¿Ya estás listo, hermanito? ¿Me las vas a meter toda? –Me preguntó, mirándome desde la cama, con sus anteojos todavía bien colocados y sus ojos brillantes por el morbo que le provocaba la idea de sentir mi verga metida hasta el fondo.
-Obvio que sí, hermanita. Es toda para vos.
Clara se cambió de posición, se sacó su hilo dental en un santiamén y abrió sus piernas, apuntando su rosada y empapada rajita directo hacia mí. Faltaba que pusiera una alfombra roja dándole la bienvenida a mi pija.
Me quedé mirándola por unos segundos. Deseaba grabar esa imagen en mi memoria: el rostro de mi hermana asomando por detrás, su boca curvada en una sonrisa que reflejaba toda su ansiedad y excitación, y su concha brillando por los jugos que brotaban de ella.
Finalmente me acerqué de nuevo a la cama y comencé a pasarle la punta de mi verga por fuera de su cuevita.
-Toc, toc… ¿Hay alguien en casa? –Le pregunté en broma, dándole un par de golpecitos con mi miembro.
-¡Dale, hijo de puta! –Respondió entre risas. –¡Dejá de hacerte rogar y metela!
-Ah, ¿puedo pasar entonces? –Otro par de golpes en su conchita.
-¡Por favor, metémela que no aguanto más! –Su cara sufría por la angustia de sentirla tan cerca de ingresar y que yo me tomara todo el tiempo del mundo para bromear.
Ya había sido suficiente de juegos. Coloqué el glande en su entrada e inicié la penetración de una vez por todas. Clara cerró los ojos y dejó escapar un suspiro de placer.
Mi hermana hervía por dentro. El calor que me había envuelto era impresionante, ni hablar de lo mojada que estaba. Parecía que tenía todo un centro de aguas termales ahí adentro. Estaba tan apretada que era como si una pitón se hubiera envuelto alrededor. Pero todas esas sensaciones sólo sirvieron para alentarme a entrar cada vez más.
Cuando llegué a la mitad ella abrió los ojos y se encontró con los míos, que se deleitaban con las expresiones de gozo que aparecían en su cara.
-Así hermanito, hasta el fondo… La quiero toda, por favor... -Me incentivó, y yo no pude hacer otra cosa más que continuar mi avance.
Con cuidado, sin apresurarme, para darle tiempo a Clara para que se fuera acostumbrando, ingresé centímetro a centímetro en aquella conchita que tanto me gustaba.
Al final cumplí con su pedido. Me incliné hacia adelante y acerqué mi cara a la suya. Era un espectáculo ver cómo sus ojos se encontraban abiertos de par en par. Obviamente era la primera vez que sentía una verga tan grande dentro de ella.
Intentó dar un par de bocanadas para respirar profundamente, pero yo aproveché ese instante para besarla de forma bien intensa. Toda la lujuria que sentíamos en ese momento se tradujo en una lucha a muerte entre nuestras lenguas.
Todavía no había empezado a moverme, pero cuando mi hermana cruzó sus brazos por detrás de mí y su cuerpo entero se sacudió ligeramente, resultó obvio que ya había alcanzado su primer orgasmo.
-Y eso que ni siquiera empecé a moverme. –Le dije al oído, con un tono juguetón.
-Entonces empezá a moverte, hijo de puta. –Me respondió jadeante, su voz cargada de desesperación.
Seguí sin moverme por unos segundos, dejando que respire y luego empecé a retroceder despacio unos centímetros, para luego volver a ingresar. Era un ritmo lento pero sin pausa, sin permitir que en ningún momento mi hermanita se pudiera relajar.
Despegué mi pecho del suyo para tener más amplitud de movimientos y aumenté el ritmo. Clara reaccionó aumentando el volumen de sus gemidos, mientras sus manos se aferraban a las sábanas como si se trataran de un salvavidas.
Me puse de pie delante de la cama y arrastré a mi hermana hasta que su cintura quedó en el borde. Una vez más la penetré, esta vez con más fuerza, lo que hizo que mi hermanita largara todo el aire de sus pulmones en un largo gemido.
Cuando llegué al fondo, la abracé por su espalda, ella se rodeó mi cuello con sus brazos y la alcé. Mi hermana cruzó sus piernas por detrás de mí y nos besamos con pasión mientras mis caderas seguían su movimiento. Quise mirarla a los ojos, pero los había cerrado y había echado su cabeza hacia atrás, jadeando de placer.
Si me hacía falta algo para terminar de que mi cabeza explotara era verla en esa posición. ¡No había forma de que no me calentara tenerla así! Era hora de darle en serio.
Volví a dejarla sobre la cama y la di media vuelta. Me miraba con su respiración agitada, esperando a ver qué pensaba hacer a continuación.
-Ponete en cuatro, hermanita.
Clara sonrió ante mi pedido y, obediente como buena alumna, se colocó sobre la cama, ofreciéndose para que le metiera una vez más mi pija.
-Mordé esto. –Le dije, ofreciéndole una remera mía. Mi hermana giró su cabeza mientras se encontraba en la misma posición.
-¿Para qué? Los viejos están durmiendo y no se van a enterar de nada.
-Sí, pero no quiero que nos escuchen los vecinos. –Respondí, colocando mi glande sobre la entrada de su apretada y muy mojada cueva. Sus ojos verdes refulgieron de la calentura que le había provocado mi explicación.
-Haceme mierda entonces, pendejo. Partime al medio. –Fue lo último que llegó a decir mi hermana antes de enrollar mi remera y usarla de mordaza.
Tomé con firmeza su cuerpo por la cintura y por enémisa vez mi glande se metió en aquel paraíso, avanzando con lentitud hasta entrar por completo. Una vez logrado eso, volví a retroceder dejando sólo mi punta dentro de ella. Esperé un segundo a que mi hermana volteara para interrogarme con su mirada.
-Agarrate fuerte, hermanita. –Le dije, antes de mandársela entera de golpe.
Si no hubiera estado mordiendo mi remera, posiblemente se habrían enterado de lo que estaba pasando hasta en la otra punta de la ciudad. Castigué a mi hermana de esa forma varias veces, dándole algunos segundos entre cada arremetida. Por suerte ya estaba mucho más abierta que al principio, por lo que me encontré con mucha menos resistencia al entrar.
-¿Te gustó eso? –Pregunté, mientras mi hermana luchaba por recuperar el control de su cuerpo, que temblaba ante el nuevo orgasmo que había experimentado. Sólo alcanzó a asentir un par de veces, sin que ella se hubiera quitado la improvisada mordaza y sin que yo le hubiera quitado mi miembro de su interior.
Estaba esperando que su respiración se normalizara cuando ella misma reinició el vaivén que tanto placer provocaba en los dos. Clara marcaba el ritmo, y yo la acompañaba con mis manos, ayudándola a que sintiera toda la extensión de mi verga en su interior.
Fuimos elevando el ritmo hasta que fue mi turno de dirigir las acciones. Clara soltó su mordaza por un instante para animarme una última vez antes que se desatara la tormenta.
-¡La puta que te parió, pendejo! ¡Te dije que me partas al medio! –Su orden fue una sentencia de muerte para la poca capacidad que le quedaba de controlar su cuerpo.
La miré sorprendido por su tono, pero la muy hija de puta sonreía y me guiñó un ojo cuando volvió a poner mi remera entre sus dientes. Si ella quería guerra, guerra iba a tener.
Coloqué una mano en su cintura, agarré sus dos colitas de pelo con la otra y se la enterré hasta el fondo sin aviso, para empezar a darle con todo sin importarme más nada. Agradecía el haber sido lo suficientemente precavido de usar algo para silenciar a mi hermanita, porque si no hubiera sido así, incluso mis viejos se habrían despertado con sus gritos.
Clara estaba irreconocible, se agarraba de mis sábanas como si su vida dependiera de ello. Ya había perdido la cuenta, pero los temblores recorrieron su cuerpo en varias ocasiones y por sus muslos ya corría una buena cantidad de líquido. Estaba seguro de que había acabado en más de una oportunidad.
Apenas tenía control de su cuerpo y sus anteojos habían terminado en el piso hace un buen rato. Pero su conchita seguía igual de caliente que desde el primer momento y yo me sentía en el paraíso. Me estaba costando horrores no acabar, y ya era hora de darme el gusto.
-¿Dónde la querés, hermanita? -Pregunté entre mis jadeos. –¿La querés en la cara?
Clara seguía mordiendo mi remera, pero simplemente negó con la cabeza a modo de respuesta. Sólo se me ocurría otra opción en ese momento, que llevó mi morbo hasta la estratósfera. ¿Podía ser tan hija de puta de querer eso?
-¿La querés adentro? ¿En serio?
Ya no aguantaba más, y verla asentir fue la señal que mi verga estaba ansiando saber. Solté su pelo y me agarré de su cintura con las dos manos. Se la mandé tan adentro como pude, hice un último esfuerzo para darle tan rápido como me fue posible, y con un fuerte gruñido dejé que todo lo que venía conteniendo desde hacía días se derramara en el interior de mi hermana.
Mi verga dio varios espasmos, que eran acompañados de oleadas de placer que invadían mi cabeza y nublaban mi mente. Era el mejor orgasmo que había tenido en mi vida y parecía eterno.
Mis piernas se dieron por vencidas y me dejé caer al lado de mi hermana. En cuanto mi pija abandonó el cuerpo su cuerpo, un potentísimo chorro brotó de ella, que mojó todo el piso delante de mi cama, casi llegando a la pared.
Incluso a pesar de que no había dejado de morder la tela, una serie de aullidos brotó de la boca de mi hermana por cada sacudida que sufría su cuerpo, aunque la intensidad iba en descenso. Cuando su acabada terminó, estaba llorando a lágrima viva, mientras su cuerpo todavía temblaba como si sufriera el frío de la Antártida.
Me puse más cerca de ella para abrazarla. Mis brazos la envolvieron por encima de sus pechos, todavía cubiertos por su camisa. Salvo su hilo dental y sus anteojos, que se habían perdido en el camino, seguía con la misma ropa que cuando entró en mi habitación.
-¿Hermanita? ¿Estás bien? –Pregunté en voz baja, mientras acariciaba su cuerpo.
-Creo que sí. –Respondió, en un tono que apenas alcancé a oír.
-¿Segura?
-Sí... sólo necesito descansar un poco. –Se la escuchaba complemente exhausta.
Nos quedamos unos minutos en esa misma posición, ella hundida en mis brazos, con su espalda apoyada contra mi pecho y mi cara sumergida en su cabello. Podía sentir un perfume dulce que llenaba mi nariz, y que me llamaba a dejar mi cara ahí por el resto de la noche. De a poco iba notando que el cansancio se iba apoderando de mi cuerpo, cuando la voz de Clara volvió a alcanzar mis oídos.
-Cuando te dije que me partieras al medio, no lo dije literalmente. Sos una bestia. –Estaba de espaldas a mí, con la vista clavada en la pared de mi habitación, pero no sonaba como si me estuviera reprochando, más bien todo lo contrario. –Siento la concha al rojo vivo todavía, si me llegás a tocar ahí, me muero.
-A ver… -Dije en tono de broma, amagando con llevar mi mano nuevamente a su entrepierna.
-¡Pará, estúpido! Que lo digo en serio. –Me dio un leve manotazo en mi brazo para que cortara con el chiste. –En un par de momentos creo que casi me desmayo, no entendía nada. Lo único que sabía era que me estabas haciendo volar de placer, ni me acordaba de dónde estaba... Se me fue la vida por la concha de tan fuerte que acabé.
Por suerte mi hermana no podía ver mi cara en ese momento, porque tenía una sonrisa de idiota total. Me había dejado el ego por las nubes al escuchar todo lo que le había provocado. En ese momento me podría haber plantado delante de Mike Tyson en sus mejores épocas y le hubiera dicho que lo cagaba a trompadas si yo quería.
En lugar de eso, preferí guardar silencio, porque sabía que mi hermana me iba a mandar a la mierda si dejaba que mi ego se metiera en un momento así.
En medio del silencio, sentía que me podía quedar dormido en cualquier momento. Pero esa era la peor idea de la historia. Mi hermana todavía tenía puesto su disfraz de colegiala, yo la abrazaba desnudo, y mi habitación era un desastre. Si nuestros viejos nos llegaban a encontrar así, no había forma de poder salir bien parados.
-Che, Clara… Clara… ¡Despertate! –Tuve que sacudirla unos segundos, realmente se había quedado dormida.
-¿Qué pasa? –Dijo, con el tono de voz de quien apenas tiene fuerzas para mantenerse con los ojos abiertos.
-Tenemos que limpiar esto. –De repente fui consciente del olor que había en mi pieza. Olía a sexo, puro y duro. –Y nos tenemos que bañar, si los viejos llegan a vernos así como estamos, nos matan.
-¡Tenés razón! –Dijo, abriendo bien grandes aquellos ojos verdes. Se miró su cuerpo y notó que todavía tenía semen en su interior. –Dame algo para limpiarme o voy a seguir manchando todo el piso.
-Che, vos te cuidás, ¿no? –Pregunté mientras le alcanzaba unos pañuelos descartables.
-¿Me llenaste la concha de leche y ahora te acordás de preguntar? –Si hubiera podido, la ceja de mi hermana se habría arqueado hasta el techo. –Sí, boludo. Obvio que me cuido. ¿O te pensás que íbamos a ser tan locas las tres de coger sin forro en el local sin cuidarnos de otra forma?
-Bueno che, está bien…
Mientras ella se limpiaba, yo me incorporé para abrir la ventana de mi pieza, así se ventilaba un poco el olor. Luego salí de mi habitación, todavía desnudo, y busqué algo para limpiar el piso. Unos minutos más tarde, entre Clara y yo pudimos hacer que en mi habitación se disimulara un poco todo lo que había pasado.
-Hay que ver qué hacemos con esto. –Dije, señalando mi cama. El cubrecama estaba mojado, ni hablar de las sábanas.
-Ahora ponele algo de papel de cocina para secar todo lo posible. Mañana me encargo, quedate tranquilo.
-¿Segura? –Tenía mis dudas. Incluso si lográbamos secar todo, en cuanto lo pusiera a lavar mi vieja, se iba a dar cuenta de una que algo raro tenía todo eso.
-Sí, no te preocupes. Ya pensé en algo antes de venir para acá.
-Ah… ¡lo tenías planeado desde hace tiempo!
-Pedrito, si vos pensás que voy a aparecer vestida así –señaló su disfraz, que todavía no se había quitado –en tu habitación para que cojamos como si no hubiera un mañana sin tener algo pensado para evitar que los viejos nos descubran, entonces estás loco.
Había que admitir que tenía razón. Hacerlo en la casa de mis viejos sin tener en cuenta qué habría que hacer después para evitar ser descubiertos hubiese sido prácticamente suicida.
-Un poco locos estamos, o no habríamos hecho lo que hicimos recién, ¿no te parece?
Ese comentario provocó una sonrisa en los dos. Clara siguió su trabajo y terminamos de secar mi cama tanto como nos fue posible. Todavía no llegaba a entender cómo íbamos a hacer para evitar que mi vieja descubriera algo, pero yo no tenía ningún plan, así que sólo podía confiar en mi hermana.
-Bueno, me voy a bañar. –Anunció mi hermana, saliendo de mi habitación.
Yo me quedé acomodando unas cosas y tratando de revisar que no hubiera quedado ninguna evidencia que pudiera comprometernos al día siguiente, cuando la cabeza de mi hermana asomó por el marco de la puerta.
-¿Venís o hace falta que te agarre de la poronga para que entiendas? –Preguntó con un tono juguetón, para luego desaparecer de mi vista.
Me quedé observando la puerta de mi habitación por unos segundos. Mis oídos habían escuchado sus palabras, pero mis neuronas parecían tardar una eternidad en hacer las conexiones necesarias. Finalmente controlé una vez más que no me hubiera olvidado de nada y salí disparado hacia el baño.
Cuando entré ya se escuchaba el ruido del agua cayendo en la ducha. Corrí la cortina y me encontré con mi hermanita, completamente desnuda, su pelo convertido en una cortina húmeda que le caía por la espalda, y una sonrisa dibujada en su rostro al verme entrar con ella, también desnudo.
-Te tardaste. –Me regañó, antes rodear mi cuello con sus brazos.
La tomé de la cintura y la levanté hasta que sus ojos quedaron a la misma altura que los míos. Nuestros labios volvieron a fundirse mientras el agua caía sobre nosotros, tratando inútilmente de bajar la temperatura de nuestros cuerpos. Me sentía tan caliente al notar la piel de Clara pegada contra la mía, que no me hubiera sorprendido si el baño se hubiera llenado de vapor al entrar en ebullición el agua que entraba en contacto con nosotros.
Al habernos sacado las ganas en mi pieza, esta segunda vez nos la pudimos tomar con más calma. Mis manos volvían a recorrer cada centímetro de la piel de mi hermana, pero ahora me dedicaba a conocerla como nunca lo había hecho.
Al llegar a ese glorioso culo, me aferré con fuerza para sostenerla y guiar su cuerpo hacia mi verga, que ya se encontraba ansiosa de un segundo round. Si mi pija hubiera podido hablar, habría gritado de felicidad por volver a visitar el interior de mi hermanita.
El sonido del agua ahogaba parte de los ruidos que hacíamos, pero igualmente tuvimos que hacer un gran esfuerzo por controlarnos. El baño estaba mucho más cerca de la habitación de nuestros viejos, y por lo tanto el riesgo era mucho mayor. Pero era un arma de doble filo, porque también nos sentíamos más excitados al saber que habíamos aumentado las chances de ser descubiertos.
Empecé a aumentar el ritmo de las penetraciones y los gemidos de mi hermana aumentaron en la misma proporción. Para prevenir que mis viejos nos escucharan, ella pegó su cabeza a mi hombro tratando de silenciar los sonidos que emitía, pero era cada vez más difícil.
Ya habíamos entrado en un ritmo bastante intenso cuando sentí un dolor en mi hombro. Intentando no gritar, mi hermana directamente me había clavado los dientes. Extrañamente, saber qué había hecho y por qué, sólo sirvió como aliciente para que yo le diera aún más fuerte.
El aumento del dolor en mi hombro más los temblores que recorrían el cuerpo de mi hermana fueron la señal que necesitaba para saber que le había provocado otro orgasmo más. Decidí darle un respiro y dejé que volviera a apoyar sus pies en el piso.
En lugar de eso, se colocó de rodillas delante de mí, acercó su boca a mi entrepierna y se prendió de mi poronga al instante.
-Damela en la boca, hermanito. –Dijo, interrumpiendo sus labores con su boca mientras me pajeaba con sus manos. –La quiero saborear de nuevo.
Clara hizo todo lo posible para lograr que cumpliera con su pedido lo más rápido posible. Mis piernas estaban temblando de tan bien que me la estaba chupando. Me agarré de la cortina de la ducha y de casualidad que no tiré todo a la mierda.
-Ya… ya acabo, hermanita. –Alcancé a decir, aunque me costaba horrores poder hablar de manera coherente.
Cuando escuchó mi aviso, simplemente abrió grande su boca mientras sus manos seguían masturbándome a toda velocidad.
Con un fuerte gemido, descargué todo lo que me quedaba. Clara enseguida cubrió mi glande con sus labios para que no se desperdiciara ni una gota del líquido que ella ansiaba degustar con tantas ganas. Ella no se despegó hasta que estuvo segura de que había largado hasta el último resto.
Cuando eso pasó, dejó abierta su boca para que yo pudiera apreciar el contenido. Luego volvió a cerrar sus labios, tragó, y una vez más despegó sus labios para mostrarme que sólo su lengua se encontraba allí.
Unos minutos más tarde ya estábamos fuera de la ducha, secándonos. Cada tanto podía cruzar una mirada con mi hermana, pero sólo sonreíamos. En mi cabeza intentaba darme una idea de lo que podía llegar a pasar a partir de ese momento.
Por más vueltas que le diera, se trataba de un antes y un después, y ya no había vuelta atrás, eso estaba claro. Sin embargo, eso no ayudaba demasiado a comprender qué pasos podíamos dar de allí en más.
Por el momento simplemente opté por disfrutar de las sensaciones que experimenté esa noche. Lo que fuera a suceder, sucedería, y no iba a resolver nada en ese instante, minutos después de haber acabado en la boca de mi hermana.
-Clara… –Esperé a que mi hermana me mirara a los ojos antes de seguir hablando.
-¿Qué pasa, Pedrito? –Su sonrisa me derretía. Su cuerpo era una invitación al pecado, pero ya no tenía energías para más, al menos no por esa noche.
-Gracias. –Tenía un millón de palabras en mi cabeza para decirle, pero eso fue todo lo que brotó de mi boca.
Mi hermana se quedó en silencio, sus ojos verdes clavados en mí. Luego de unos segundos, se acercó y me abrazó.
-De nada, hermanito. –Dijo, con su cabeza hundida en mi pecho. -Gracias a vos también.
-¿Y ahora qué? –Era la pregunta que más tenía ganas de conocer la respuesta, y mi hermana seguro que también sentía lo mismo.
-No lo sé. Tengo un quilombo en la cabeza… quisiera dormir un mes y que, cuando me despierte, todo esto se haya solucionado de alguna forma mágica.
-Ojalá fuera tan fácil…
-Ya sé que no es tan fácil, tonto.
-Bueno, ahora no te preocupes tanto. Vamos a dormir y mañana si podemos lo charlamos. Ahora no le vamos a encontrar la vuelta.
-Tenés razón. –Se soltó de mi cuerpo, levantó los brazos y se estiró por completo. –Dios… no doy más. Me dejaste reventada.
-¿Yo? Mirá cómo me dejaste vos a mí. –Le dije, señalando mi hombro derecho. Había una marca roja de dientes perfectamente visible. –Menos mal que no uso musculosa. No sé qué carajo les voy a decir a los viejos si llegan a ver eso.
-Bueno, che. Mejor eso a que nos hubieran escuchado, ¿no? –Dijo, con tono de arrepentimiento.
Salimos juntos del baño, ambos aún desnudos. Era hora de despedirnos hasta el día siguiente.
-Hasta mañana.
-Hasta mañana, hermanito.
Los dos tendríamos que habernos dirigido hacia nuestras respectivas habitaciones, pero seguíamos con los pies clavados en el piso, mirándonos. No sabía qué podía estar pasando en la cabeza de mi hermana en ese momento, pero yo no quería darle fin a esa noche.
Ignoraba qué podría pasar en el futuro, o si todo lo que había pasado durante las últimas horas se repetiría alguna vez, así que una parte de mí quería vivir todo lo posible hasta que terminara la noche.
-Bueno, buenas noches entonces.
Clara finalmente se dio media vuelta y se fue hasta la puerta de su habitación. Yo me debatí por unos momentos si perseguirla o no, pero al final me di por vencido y también me dirigí a mi pieza.
Mi cabeza seguía preguntándose si había tomado la decisión correcta al dejar que mi hermana se fuera, pero ya estaba tirado en mi cama y el cansancio por fin se quedó con la victoria. Me dormí casi al instante.
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El ringtone, notificándome que había recibido un mensaje, me despertó al día siguiente. Eran cerca de las once de la mañana. Se escuchaba algún que otro sonido leve, lo cual significaba que ya el resto se había levantado hace rato. Me sentía complemente cansado, como si el día anterior me hubiera estado corriendo todo el día. Me dolían las piernas, los brazos, la espalda. Considerando lo que había pasado la noche anterior, era el mejor dolor del mundo.
Agradecido de que no hubiera entrado mi vieja para despertarme, agarré el teléfono y abrí el Whatsapp. Se trataba de un mensaje de mi hermana.
Buen día. Ahora voy con el café, preparame la lechita que la paso a buscar 😉.
Unos minutos después ya estaba aguantando mis ganas de acabar, esperando que Clara finalmente entrara. Unos golpes en la puerta anunciaron su llegada. Me dio la impresión de que estaba pateando, más que golpeando con su mano.
-¿Estás despierto, Pedrito? ¿Puedo pasar?
-Sí, dale.
Me parecía increíble que mi hermana pudiera hablar con total normalidad desde el pasillo, siendo que minutos antes me había pedido que me masturbara para darle mi semen como parte de su desayuno.
Clara entró como si también se hubiera levantado hace poco. Tenía puesto un short de algodón gastado y una remera vieja, que claramente le habían servido de pijama para dormir. Estaba medio despeinada y con expresión de cansada, eso último seguro que era producto de lo que había pasado la noche anterior.
Llevaba una taza en cada mano, lo cual explicaba las pataditas en la puerta de mi habitación.
-Buenos días, hermanito. ¿Dormiste bien? –Una sonrisa iluminó su rostro al observar mi verga bien parada, lista para darle su alimento matutino. –¿Ya tenés lista mi lechita?
-Obvio, hermanita. Tal y como lo pediste.
Clara dejó las dos tazas en la mesita de luz y acto seguido se lanzó para chupar mi verga y reclamar su ración de leche. Una vez que completé mi entrega, se volvió a incorporar y fue a buscar una de las tazas que había traído con ella.
Mirándome a los ojos, observó atentamente mi cara de sorpresa cuando escupió mi semen en la taza y tranquilamente se puso a revolver con una cucharita. Luego llevó la taza a su boca y vació el contenido en unos segundos.
-Nada mejor que un buen café con leche para arrancar la mañana, ¿no te parece? –Preguntó, relamiéndose después de haberle tomado su desayuno.
-Te vas al carajo… -Dije, comiéndome su cuerpo entero con la mirada. ¡Cómo sabía provocar la hija de puta!
-Ahora tenemos que solucionar este tema. –Comentó, señalando mi cama.
Recién entonces fue que me pude dar cuenta que había algunas manchas en la frazada. Lo mismo pude notar en las sábanas, y casi seguro que algo de lo que había sucedido la noche anterior también había manchado el colchón. ¿Cómo carajo se suponía que íbamos a explicar de dónde había salido todo?
-¿Y cuál es tu plan, hermanita? –Pregunté, tratando de mantener la calma.
-Vestite, aunque sea un pantalón. –Fue toda su respuesta.
Me apresuré a ponerme un jogging viejo que había quedado en mi habitación desde hace años y esperé que me revelara el próximo paso de su plan.
-Ponete de nuevo en la cama. Ahora necesito que confíes en mí. –Agregó, agarrando la otra taza que todavía estaba en mi mesa de luz.
-Clara… ¿por qué carajo me estás diciendo eso? ¿Qué pensás hacer con esa taza?
-Nos voy a salvar el pellejo, ¿estamos?
-Sí, pero…
-Vos seguime la corriente. Mamá va a subir enseguida.
-¿Cómo que va a subir enseguida?
-Porque te va a escuchar gritar.
-¿Y por qué carajo voy a gritar?
-Por esto.
La muy forra me tiró el café caliente sobre las piernas. Ahora entendía por qué me había pedido que me pusiera un pantalón. Afortunadamente se había entibiado un poco durante esos minutos que habían pasado desde que mi hermana lo trajo, pero esa mierda igual me hizo doler.
-¡LA PUTA QUE TE PARIÓ PENDEJA! ¿QUÉ CARAJO TE PASA? –Grité, levantándome enseguida para tratar de evitar que me siguiera quemando las piernas.
-¡Perdoná! ¡Fue sin querer! –Exclamó mi hermana en voz alta, como para que se escuchara desde abajo. –Mamá va a llegar en cualquier momento. No te olvides de seguirme la corriente. –Ahora había bajado la voz, mientras volcaba el resto del contenido de la taza sobre mi cama y un sonido de pasos apresurados se acercaba por la escalera.
La quería matar. No me dio tiempo a responder que mi vieja ya había asomado su cabeza por la puerta de mi habitación.
-¿Qué es todo ese griterío? ¿Qué pasó?
-Perdona ma, fue culpa mía. –Clara ya se había acercado a mi vieja con tono de completo arrepentimiento. –Le quise alcanzar la taza a Pedro y se me volcó. Encima se cayó todo el café en la cama. ¡Me quiero matar!
Por un momento hasta yo le creí, así de bien estaba actuando esa pendeja.
-¡Perdón, Pedrito! ¡Te juro que no lo hice a propósito! –Su tono anunciaba al mundo lo mucho que lamentaba lo ocurrido, pero sus ojos me gritaban fuerte la orden de seguir con la actuación para mi vieja.
-¡Pero sos boluda! ¡Mirá cómo me dejaste la cama! –Señalé las manchas de café que muy oportunamente habían cubierto las que habían quedado de la noche anterior. -¡Ahora tenemos que poner a lavar todo!
-¡Bueno che! ¡Tampoco es el fin del mundo! Si total pasás la noche en el departamento, tampoco es que te complica tanto la vida.
Abrí la boca para contestarle, pero mi vieja se adelantó para interrumpir nuestra apasionada discusión de hermanos.
-¡Bueno, basta! ¡Ya está! –Se cruzó de brazos, como para reforzar su postura. –Clara ya te pidió perdón, y por mucho que peleen, la cama no se va a limpiar sola. Ahora vos vas a ayudar a tu hermano a limpiar esto y después ponen a lavar las sábanas y la frazada. –Dijo, señalando a mi hermana. –Y vos, Pedro, después bajá así te preparo un desayuno.
Esperé que el sonido de los pasos de mi vieja se perdiera cuando empecé a aplaudir a mi hermana. Incluso hice una pequeña reverencia en su dirección, en señal de respeto.
-Sos una genia.
-Lo sé. –Respondió, con una sonrisa de satisfacción. –Listo, ahora asunto solucionado.
-Igual para la próxima vamos a tener que buscar otro plan, porque si te la pasás volcando el café sobre mi cama todo el tiempo, mamá va a sospechar.
-Bue, ni que nos la fuéramos a pasar garchando todas las noches.
-No, más bien que no, pero la próxima vez…
-Va a pasar un buen rato hasta que hagamos esto de nuevo, hermanito.
¿Qué se suponía que significaba eso? ¿Ahora se estaba arrepintiendo de lo que había pasado? Tuve que contener el volumen de mi voz para que mi vieja no volviera a subir las escaleras.
-¿Me estás cargando? –Pregunté después de unos segundos de silencio- ¿O qué? ¿Me vas a decir que no te gustó?
-¿Tenés el cerebro en la verga, nene? ¿Vos ves esto? –Señaló las manchas en las sábanas. -¿En serio te pensás que no tengo ganas de hacerlo de nuevo? Por dios… Pensá un poquito, por favor. Estuvo buenísimo lo de anoche, pero si de un día para otro me la paso yendo a tu departamento o vos te quedás acá a dormir demasiado seguido, va a ser muy sospechoso. Los viejos estarán viejos, pero no son ningunos boludos. Algo raro van a sospechar.
-Sí, no… No, tenés razón. Mejor que nos calmemos. –Clara se quedó mirándome con una ceja levantada. –Bueno, está bien, YO tengo que calmarme.
-Ahora está mejor. ¿Viste que no era tan difícil? Bueno, voy llevando esto y después tenemos que preparar el almuerzo. –Mi hermana tomó las cosas que había que poner a lavar y se fue de mi pieza.
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Durante las semanas siguientes las cosas volvieron a un cierto nivel de normalidad. Erica me torturó durante la primera semana después de coger con mi hermana y me exprimió hasta la última gota que tenía, por lo que el primer domingo que volví a almorzar en casa ni se me cruzó por la cabeza la idea de intentar algo con Clara.
En otras oportunidades intenté hacer mención del tema con ella, pero cada vez que decía algo al respecto, Clara me decía que tuviera paciencia, que ya llegaría el momento de la revancha, pero que por el momento siguiéramos con nuestras vidas de manera normal.
Así pasaron los días, hasta que un lunes mi vieja me pidió si podía hacerles el favor de llevarlos a ella y a mi viejo a la clínica para hacer un chequeo. Las veces anteriores los había llevado un vecino que conocían de toda la vida, pero ahora él no estaba disponible y mi viejo no tenía permiso del médico para manejar, así que tuve que hacer de chofer.
Volviendo de la clínica mi vieja me ofreció que me quedara con ellos a cenar. Estaba a punto de negarme, para evitar cualquier tentación al tener a Clara tan cerca de noche, cuando mencionó que Jessi y Betty también estarían en casa.
-¿Estamos celebrando algo? –Pregunté, sorprendido de que las chicas pasaran por casa un día de semana.
-No, pero con todo este lío las chicas no se veían desde el recital, así que Clara me preguntó si podían venir a cenar con nosotros. –Explicó mi veja. –Dale Pedrito, ¿qué decís? Quedate a cenar con nosotros.
-Bueno, dale. –Con las chicas ahí en casa, iba a ser imposible que hiciéramos alguna cagada, así que no habría problema si aceptaba la invitación.
Estaba en casa, llevando unas cosas de la cocina al comedor, cuando la puerta de entrada se abrió y entró mi hermana, que sonreía mirando algo en la pantalla del celular. Estaba vestida de manera similar a aquel miércoles que la había visto caminando por la calle junto a sus amigas, en dirección hacia mi trabajo.
El pantalón negro le quedaba pintado, y no podía esperar a que quedara de espaldas a mí para apreciar lo bien que le debería estar marcando el culo. Tenía el saco negro en un brazo, dejándome ver una camisa blanca que le quedaba pegada al cuerpo, siguiendo la curva de su cintura y de sus pechos. Llevaba el pelo suelto y tenía puestos los anteojos que le había visto usar por última vez un feriado a la madrugada, cuando se había disfrazado de colegiala especialmente para mí. En resumen, se me paró la pija apenas la vi entrar.
-¡Ya llegué, ma! –Anunció en voz alta, sin darse cuenta de que yo estaba en la puerta del comedor, mirándola.
-Hola, hermanita.
-¿Qué hacés acá? –Preguntó ella, con un ligero tono de sorpresa.
-Mamá me invitó a quedarme a cenar. –Respondí, encogiéndome de hombros.
-Ah… Bueno. –Por algún extraño motivo, se había ruborizado un poco.
-¿Pasa algo?
-No, nada. Avisale a mamá que subí a cambiarme. –Dijo, apurando un poco el paso y subiendo rápidamente las escaleras.
A pesar de la velocidad que le imprimió a sus pasos, yo pude disfrutar del espectáculo de su culo por unos cuantos segundos. Una vez terminada esa distracción, seguí con lo que estaba haciendo cuando sonó mi teléfono. Dejé unas cosas en la mesa y abrí el Whatsapp para leer el mensaje de Erica.
Turno miércoles al mediodía.
Una sonrisa se dibujó en mi cara mientras le respondía el mensaje a Erica y le confirmaba que allí estaría.
Ya estaba mirando televisión tranquilamente en el living cuando la voz de mi vieja se escuchó desde la cocina.
-¡Pedro!
-¿Qué pasa, ma? –Respondí, todavía sentado en el sillón.
-¿Te hacés una escapada al super? Nos quedamos sin gaseosas.
Miré la hora, todavía faltaba un rato para que cerrara, pero era mejor que me apurara, o iba a tener que ir a los pedos con el auto.
-Sí, ya voy. –Me levanté de un salto y agarré las llaves del auto cuando escuché un ruido de pasos bajando por la escalera.
-Yo lo acompaño, ma. Así hacemos más rápido.
-Dale, haceme ese favor. Gracias, chicos.
Todavía no había reaccionado a lo que acababa de pasar, que Clara ya había abierto la puerta de casa y había salido a la vereda, esperando al lado del auto.
-¿Qué pasó? –Pregunté apenas me metí en el auto y cerré la puerta.
-Quería hablar con vos sin que nos escuchen los viejos y antes de que lleguen las chicas. –Respondió mi hermana, mientras yo arrancaba. –Nos les dije nada. Ellas no saben que sos vos.
No hacía falta ser un adivino para entender a qué se refería con eso.
-¿Todavía no les dijiste nada? –Estaba completamente sorprendido por eso.
Había pasado cerca de un mes desde que hablé con mi hermana sobre ese tema y le confesé cómo me ganaba la vida realmente, ¿y ella no les había contado nada a sus mejores amigas de toda la vida? Algo no me cerraba para nada.
-¿Pero vos querés que sepan o no?
-¿Cómo no voy a querer que sepan? Pero por chat no les puedo contar algo así. Por algo vos esperaste a que nos viéramos cara a cara, ¿no?
-Puede ser… ¿pero entonces les vas a contar esta noche?
-Esa era la idea, y justo mamá te invitó a cenar. No sé qué voy a hacer, pero vos no cuentes nada.
-¿Y arreglaron un turno para este miércoles sin que vos les hayas contado nada? –Pregunté incrédulo.
-¿Cómo que arreglamos un turno? –Clara estaba sorprendida. ¿Acaso el turno no era para ellas?
-Mi jefa me mandó un mensaje hace un rato diciéndome que tengo turno el miércoles al mediodía. ¿No era para ustedes?
-Habíamos hablado algo con las chicas, pero justamente quería contarles eso hoy antes de confirmarlo. –Su expresión cambió de sorpresa a enojo- ¡Las voy a matar! ¡Les dije que esperaran hasta la noche para confirmar!
-Bueno, ahora ya está. –Traté de tranquilizarla. –Sabrás vos si contarles o no. El turno ya está pedido, y ni a palos que mi jefa les va a devolver la guita si se arrepienten. Eso ya es problema de ustedes.
No era la mejor técnica para calmar a mi hermana, pero más le valía tener eso en cuenta si pensaba contarles algo esa noche. No había chance de que recuperan la plata si daban marcha atrás con el turno. Erica se lo dejaba bien claro a cualquiera que reservara algo en su negocio.
El resto del viaje se hizo en silencio. Llegamos al supermercado e hicimos las compras lo más rápido posible. En un principio pensé que algo podría llegar a pasar, pero era obvio que mi hermana no estaba de humor para hacer nada raro en un supermercado, especialmente teniendo en cuenta que estábamos cerca de casa y podíamos cruzarnos con algún conocido.
Guardamos las cosas en el auto y emprendimos el regreso. Apenas empecé mi hermana se giró para hablarme.
-Pedro…
-¿Qué pasa?
-Ya que el miércoles vamos con las chicas, ¿te parece si me das una muestra gratis ahora? –Preguntó, con su mano ya sobre mi entrepierna, bajando el cierre de mi pantalón.
-Si me lo pedís así, no puedo negarme, hermanita. –Dije, acomodándome para que ella sacara mi verga, lista para la acción, de mi pantalón.
-¡Cómo extrañé esto! –Fue lo último que dijo antes de empezar con su mamada.
-Mejor que te apures, que el viaje dura poco.
Traté de ir lo más lento posible, cosa de estirar eso todo lo posible. Incluso se me pasó por la cabeza parar un rato y dejar que mi hermanita se tomara su tiempo, pero era demasiado jugado. Si nos llegaba a ver algún vecino, no habría chance de que mis viejos no se enteraran. Afortunadamente los vidrios estaban polarizados, pero incluso teniendo eso en cuenta era un riesgo grande lo que estábamos haciendo.
-Ya estamos cerca. –Mencioné, para avisarle que nos estábamos quedando sin tiempo.
Clara captó el mensaje e intentó apurar el trámite. Se notaba que tenía ganas de hacerme acabar antes de que llegáramos a casa. Me estaba haciendo volar y me costaba prestarle atención al camino. En un momento se la mandó tan adentro de la garganta que hizo que tirara la cabeza para atrás. Cuando volví a poner la vista en el camino clavé los frenos.
Dos chicas estaban cruzando la calle a una cuadra de casa.
-¡MIRÁ POR DÓNDE VAS, PELOTUDO! –Fue el grito que Betty me dedicó, una vez que ella y Jessi habían logrado llegar sanas y salvas a la vereda.
Clara levantó la cabeza y se incorporó, justo en el momento en que las chicas identificaron mi auto. Jessi se acercó para interrogarnos.
-¿Sos vos, Pedro? –Miró a mi hermana- ¿Qué estabas haciendo ahí abajo, Clara?
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Espero que hayan disfrutado de este capítulo.
Nos leemos pronto.
Como siempre, los puntos y comentarios siempre son bien recibidos.
30 comentarios - Cómo descubrí que mi hermana adora mi pija (Parte VIII)
Gracias por compartir
.....dibuje.......
Gran momento ,estas dejando todo...espero el prox.
van 10
van 10
Una de las mejores sagas que he leído!!!🤒🤒