Hola a toda la comunidad! Una vez más, agradecido por todos sus puntos y comentarios.
La recomendación de siempre para los que recién se prenden con esta historia es que se metan en mi perfil y lean todos los capítulos.
Como pequeña trivia del capítulo anterior, les comento que el final está basado en una historia real. Así le cagaron el día de los enamorados a mi amigo cuando estaba con su novia y les cortaron el polvo con un llamado para avisar que su suegro estaba internado. La realidad supera a la ficción, no hay vuelta.
Ahora sí, espero que disfruten la lectura:
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Capítulo 7
No le pedí más explicaciones a mi hermana, simplemente empecé a vestirme de nuevo tan rápido como pude. Clara fue al baño a limpiarse y yo junté algunas cosas que habían quedado desparramadas. Ya tendría tiempo de limpiar todo más adelante, ahora debíamos salir para la clínica.
Unos veinte minutos después ya estábamos entrando en el edificio donde habían llevado a nuestro viejo. Perdimos un rato peleando con los de la mesa de entrada, pero no hubo forma de que nos dejaran llegar hasta donde estaba su cama. No nos quedó otra opción que esperar a que alguien bajara para informarnos sobre la situación.
Nos encontramos con mamá en la sala de espera cuando por fin bajó. Se la veía terrible, lo que era de esperarse considerando el momento que había pasado, pero no lloraba. Eso tenía que ser algo bueno.
-Está bien, ya está estable. –Fue lo primero que nos dijo, como para que nuestra preocupación bajara de forma considerable.
-¿Qué pasó? –Mi hermana fue la primera en preguntar lo que ambos queríamos saber.
-Estábamos hablando de cambiar de lugar los sillones y el sofá, y su padre, en lugar de esperar a que ustedes volvieran, quiso hacerlo él solo. –A pesar de la situación, mi vieja no pudo evitar revolear los ojos, como siempre que hacía cuando alguno de la familia se mandaba una cagada. –A los cinco minutos empezó a quejarse de que le dolía mucho el pecho y tuvo que sentarse porque se quedaba sin aire. –Sus ojos empezaron a brillar, pero se las ingenió para contener las lágrimas. –Llamé a urgencias enseguida y por suerte llegaron rápido. Apenas se dieron cuenta de cómo estaba, lo levantaron y lo subieron a la ambulancia. Yo me vine con ellos, pero no me dejaron entrar en ninguna sala. Pasó un rato y nadie me decía nada, hasta que empecé a los gritos y por fin un médico salió para decirme qué había pasado. Había sido un infarto, pero lo trajeron antes de que se complicara todo de verdad. Ahora está sedado, duerme.
Cuando terminó su relato, mi vieja casi se derrumba del cansancio. Con mi hermana la agarramos a tiempo y la ayudamos a sentarse.
-Pero si papá no está tan mal. –Dije, tratando de encontrar una explicación de cómo había pasado eso. –Está un poco pasado de peso, sí, pero no fuma, no es alcohólico…
-A veces no hace falta que te fumes tres atados por día o que tengas cien kilos de sobrepeso. –Respondió mi hermana. –Cuando te toca, te toca.
-Sí, puede ser, pero…
-Lo importante es que lo trajeron a tiempo. –Mi vieja nos cortó antes que yo pudiera decir algo más. –Ahora tenemos que esperar a que baje el médico y nos diga qué va a pasar.
Media hora más tarde bajó el médico y nos explicó que mi viejo iba a tener que pasar un tiempo en la clínica, quizás toda la semana, dependiendo de cómo evolucionara. Pero una vez que lo llevaran de vuelta a casa, íbamos a tener que hacer lo posible para que no hiciera nada de esfuerzo físico.
Ya con subir las escaleras sería un esfuerzo importante, así que lo mejor iba a ser que se la pasara en su habitación por un par de semanas al menos.
Nos miramos con mi hermana cuando el médico mencionó eso y no pudimos evitar sonreír. Mi viejo nunca había sido de los que se quedan quietos. Todo lo contrario, siempre era de estar haciendo cosas en casa. Iba a ser todo un desafío evitar que se levantara a cada rato para hacer alguna locura.
Ya era bien entrada la noche cuando mi hermana y yo nos estábamos tratando de acomodar en nuestras sillas. Habíamos decidido pasar la noche en la sala de espera, a pesar de las protestas de mi vieja. Ella pasaría la noche acompañando a mi viejo en su habitación y a la mañana siguiente iríamos viendo qué pasos dar de acuerdo a cómo fuera evolucionando la situación.
Mi hermana ya se había comunicado con Jessi y con Betty, poniéndolas al tanto de la situación, y también con su supervisora en el trabajo, por lo que mañana el día siguiente ya había arreglado para no ir a trabajar.
Por mi parte, Erica no me había avisado de ningún turno para los días que se avecinaban, pero de todos modos le mandé un mensaje avisándole lo que había sucedido y le pedí que al menos me concediera unos días hasta que se acomodara todo.
-Está bien, pero acordarte que sólo te pago cuando trabajás.
-No hay drama. Gracias.
-Si consigo a alguien más para atender mientras vos no estás, no es problema mío.
-Te entiendo. Apenas pueda estaré volviendo.
Era inevitable esa amenaza de su parte. Erica tenía un negocio para hacer guita, no para rechazar turnos porque un empleado no estaba disponible. No era posible pretender algo mejor proveniente de ella. Bastante me había sorprendido que me permitiera tomarme unos días, que encima me pagara sin trabajar era algo impensable. No era tan fría como lo hubiera supuesto, pero tampoco regalaba la plata.
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Cuando desperté eran cerca de las seis de la mañana y la sala estaba empezando a llenarse de gente otra vez. Me sentía muy contracturado, las sillas de las clínicas solían ser incómodas, y ese lugar no era la excepción. Quise mover un poco mi cuerpo, pero me di cuenta que mi hermana se había quedado dormida apoyando su cabeza sobre mi muslo.
Me quedé observándola por unos segundos, mientras los recuerdos de la tarde anterior asaltaban mi cabeza. ¿Había estado bien realmente lo que habíamos hecho? ¿Tenía que sentirme enojado o aliviado de que no hubiéramos pasado del sexo oral? Era cierto que ya habíamos ido mucho más allá de eso antes, pero ninguno de los dos pudo saber quién estaba del otro lado del panel en ese momento.
Tener su cabeza tan cerca de mi entrepierna era peligroso. Especialmente teniendo en cuenta lo que habíamos estado a punto de hacer antes de recibir la llamada de mi vieja. Si hubiéramos estado solos en ese momento… Pero no era así. Cada vez entraba más gente en la sala de la clínica y no me quedó otra opción más que quedarme quieto en mi lugar.
De todas las líneas que no se debían cruzar cuando se trataba de un par de hermanos, habíamos cruzado prácticamente todas, pero no estaba seguro de si debíamos seguir adelante o dar marcha atrás. Al menos sabía que en los próximos días no íbamos a poder hacer ninguna locura.
Con nuestros padres en una situación tan crítica, no era conveniente dar rienda suelta a nuestros deseos. Si ellos llegaban a enterarse de lo que había pasado entre Clara y yo, a mi viejo lo íbamos a estar velando muy pronto. Ese pensamiento me terminó de convencer de que, por el momento, lo mejor iba a ser tratar de volver a comportarnos como hermanos. La clase de hermanos que no andaban teniendo sexo entre ellos.
Esa mañana transcurrió con normalidad. Mi vieja bajó cerca del mediodía y nos informó que arriba estaba todo en orden, o tan en orden como podía estar alguien que acababa de sufrir un infarto. Mi hermana se quedó en la clínica mientras yo llevaba a mi vieja de regreso a casa para que pudiera descansar un poco.
El resto de la semana se convirtió más o menos de manera rutinaria. Clara había tenido que volver al trabajo, pero entre mi vieja y yo pudimos cubrir bien el tiempo en la clínica. Mi hermana incluso optó un par de veces por quedarse de noche con mi viejo, pero eso le hacía descansar muy mal, por lo que apenas lo hizo un par de veces.
Todo eso provocó que apenas pudiéramos cruzar palabra con Clara, pero nos ayudó bastante a calmar las ansias. La salud de nuestros viejos estaba por encima de todo, así que ocupamos nuestras cabezas en tratar de dar una mano en todo lo que pudiéramos.
Para el sábado a la tarde por fin le dieron el alta a mi viejo y lo trasladaron a casa. A modo de celebración decidimos hacer un pequeño almuerzo familiar al día siguiente, aunque sin derrapar con el menú para evitar cualquier clase de complicación. Mi viejo tenía órdenes estrictas de cuidarse con las comidas por un buen rato, y todos en la familia estábamos de acuerdo en que no podíamos sacarle la vista de encima o iba a terminar mandándose una cagada seguro.
Ya había arreglado con Erica que a partir de la semana siguiente empezaría a trabajar de nuevo, y sólo recibí un “ok” como respuesta. No sabía al cien por cien qué podría significar, pero estaba casi seguro de que iba a tener una semana muy activa en el trabajo apenas volviera.
El domingo, entonces, decidí ponerme a cargo de la cocina, especialmente como un gesto para mi vieja, que por fin podía disfrutar de estar con su esposo en la casa. Había llegado temprano a casa con los ingredientes, y cuando le expliqué a mi vieja que iba a cocinar un risotto de champiñones, me miró con la misma cara expresión de sorpresa que si le hubiera dicho que pensaba cambiarme de sexo.
-¿Y desde cuándo sabés cocinar vos? –Preguntó, con sus ojos bien abiertos.
-Algo aprendí desde que me fui a vivir solo. ¿O pensás que vivo de pura comida chatarra? –Retruqué, sonriendo ante su sorpresa.
Si hubiera tenido cualquier otro trabajo, posiblemente eso hubiera sido cierto. Pero el hecho de trabajar para Erica significaba que teníamos que cuidarnos bastante con las comidas para rendir al cien por cien. Fue así que me había visto forzado a aprender a defenderme delante de las hornallas o todo mi sueldo se iba a ir pidiendo deliverys de comida saludable.
Había empezado a cortar los champiñones cuando mi hermana me encontró en la cocina. Por la cara que tenía, parecía que se había levantado hace poco. Llevaba puesta una remerita que se le pegaba bastante al cuerpo y una minifalda de jean que no llegaba ni a la mitad del muslo.
-¿Qué estás haciendo? –Me miraba con la misma expresión que mi vieja me había dedicado un rato antes.
-Cocinando. ¿Qué otra cosa puedo estar haciendo? –Le contesté sonriendo, mientras continuaba mi tarea.
-Ya sé, tonto… Es que no te imaginaba cocinando. –Se había quedado apoyada contra el marco de la puerta. El pelo lo tenía atado en una colita medio suelta a un costado, que hacía que bajara por el hombro hasta llegar a su pecho. A pesar de ese aire medio desalineado, se veía tan hermosa como de costumbre.
No era buena idea andar pensando en esas cosas mientras tenía un cuchillo tan cerca de mis dedos, pero no podía evitarlo.
-Hay muchas cosas que no imaginábamos, ¿no? –Comenté con una expresión traviesa, siguiendo mi labor.
-Tenés razón, hermanito. –Dijo, con una expresión idéntica. No habíamos tocado el tema en toda la semana, pero estando ahí solos en la cocina, los recuerdos de la tarde del domingo anterior flotaban en el aire, dejando en claro que había un asunto pendiente entre los dos.
Ya había terminado con los champiñones y los dejé en una fuente pequeña, listos para usarlos más tarde. Ahora era el turno de picar las cebollas y el ajo.
-¿Pasa algo? –Le dije, al notar que seguía con la vista clavada en mí.
-No, nada. –Pero evidentemente mentía, porque unos segundos después volvió a hablar. -No sabés cómo me pone verte así… -El tono de mi hermana anunciaba que en cualquier momento podía tirarse encima de mí.
-¿Así que sos de las que les gusta ver a un hombre cocinando? –Esa pregunta era casi un desafío de mi parte, como tentándola a que se dejara llevar por su excitación.
-No sé si cualquier hombre, pero vos seguro que sí. –Su mirada era tan intensa que parecía más bien una depredadora esperando el momento justo para atacar a su presa.
-Aguantá, que mamá puede venir en cualquier momento y se pudre todo si nos encuentra haciendo algo raro. –Me costaba horrores decirle eso, sobre todo cuando todo mi cuerpo estaba tenso, esperando para atrapar a mi hermana entre mi brazos y comerle la boca... y comerle otras cosas también.
-Ya lo sé, no te preocupes. –Dijo, entre risas. –Pero te veo haciendo esas cosas y no lo puedo evitar. Parece que tenés bastante experiencia… yo soy un queso para la cocina. –Agregó, con algo de envidia.
-¿Querés aprender? Vení, así te enseño un poco a picar. –Le dije, despegándome un poco de la mesada para hacerle lugar.
Clara no se hizo desear, y avanzó hasta quedar entre mi cuerpo y el mueble. Yo me coloqué por detrás de ella y no me quedó otra opción más que pegarme a su espalda para poder maniobrar por la mesada. Volví a tomar el cuchillo para mostrarle cómo cortar y picar.
-¿Ves? Ponés la mano así para sujetar las verduras y agarrás el cuchillo firme por la empuñadura, así no se te resbala. –Sentía una potente erección y era imposible que mi hermana no la hubiera notado, considerando que mi verga estaba apoyada en su espalda.
-Sí, ahí veo. Hay que sujetar bien fuerte. –Mientras seguía mirando hacia adelante, su mano estaba sujetando otra cosa con firmeza. –¿Así está bien, hermanito? –Preguntó, como si fuera una aplicada alumna consultando algo a su profesor, mientras subía y bajaba su mano unos centímetros, masturbándome por encima del pantalón. –Bien firme, como me dijiste.
-Así está muy bien, hermanita… Muuuuuy bien… -Me estaba costando trabajo hablar con normalidad, Clara sabía a la perfección cómo dejarme al palo.
Yo seguía picando, tratando de controlar mis manos para evitar ir al hospital para que atendieran alguna cortadura seria. Clara seguía con su juego, mirando con mucha atención cómo cortaba las cebollas. Si antes habíamos jugado con fuego, agregar un cuchillo a la ecuación no ayudaba en nada para hacerlo más seguro.
Los últimos años había estado mucho tiempo en la cocina del departamento, así que no tenía problemas para picar rápido, pero las cebollas siempre me terminaban haciendo arder los ojos. Tuve que dejar el cuchillo y despegarme de mi hermana, a pesar de que eso cortaba toda la diversión, porque las lágrimas no me dejaban ver lo que estaba haciendo.
-¿Qué pasó? –Escuché la voz de Clara, aunque no podía ver nada.
-Nada, las cebollas. Esas hijas de puta siempre me hacen arder los ojos. –Respondí, mientras mi mano buscaba algo que pudiera usar para limpiarme. –¿Me alcanzás una servilleta o algo para secarme?
Seguía sin ver un carajo, pero pude notar que mi hermana se había agachado para buscar algo. Apenas unos segundos después ya se había vuelto a levantar y estiraba su mano hacia mí.
-Tomá, acá tenés. –Me dio un objeto de tela, que yo supuse que era una servilleta, y me sequé de inmediato.
La tela estaba un poco húmeda y pude sentir un olor extraño en mi nariz, pero que de alguna forma me resultaba familiar. Cuando por fin pude recuperar la vista, me di cuenta de lo que me había dado mi hermana: su tanga.
-Hija de puta… -Fue todo lo que alcancé a decir, mientras mi cerebro buscaba recuperarse de semejante sorpresa. ¿Cómo se suponía que iba a contener mis ganas si mi hermana no hacía más que provocarme a cada oportunidad?
-Bueno, vos me pediste algo para limpiarte y eso era lo que tenía más cerca. –Dijo, encogiéndose de hombros y mirándome como si hubiera sido la cosa más inocente del mundo.
-Sos tremenda atrevida, ¿sabías? –Miré a Clara por unos segundos, sonreía como una nena que acababa de ser descubierta haciendo una travesura de la cual no estaba arrepentida en lo más mínimo. Luego acerqué su tanga de nuevo a mi rostro y aspiré su olor con mi vista todavía clavada en sus ojos. –Me re calienta tu olor, hermanita.
Bajé la tanga de mi rostro y mi hermana inmediatamente se colgó de mi cuello para besarme. Las cosas podrían haberse complicado muchísimo si no hubiésemos estado tan atentos a cualquier ruido extraño. Un sonido de pasos se acercaba a la cocina. Apenas nos dio tiempo a separarnos y esconder la tanga de mi hermana en mi bolsillo cuando mi vieja apareció en la puerta.
-Clara, ¿podés venir a ayudarme con algo? Apurate, por favor. –No parecía haber notado nada raro, ya que había dado media vuelta de inmediato.
-Ahí voy,ma. –Alcanzó a decirle cuando mi vieja ya se estaba alejando por donde había venido. –Eso estuvo cerca.
-Demasiado. –Habíamos zafado de casualidad. –Andá, antes que venga de nuevo. –Le di un pequeño empujoncito para que se fuera a ver qué quería mi vieja. Cuando estaba por quedar fuera de mi alcance, le di una suave nalgada en ese culo tan firme que tenía. Ella giró para dedicarme una sonrisa y luego siguió caminando.
Clara llegó a la puerta cuando la llamé con un chistido. Ella se volteó a mirarme y yo saqué la tanga de mi bolsillo para que la viera. Mi hermana se mordió los labios cuando vio que una vez más me la había llevado a mi cara para volver a respirar su olor. Le hice señas para que se fuera. Su cara estaba tan cargada de lujuria como la mía, pero no tuvo otra opción más que hacerme caso.
Lo que estábamos haciendo era una locura, pero era demasiado excitante como para dejarlo pasar. ¡Encima se había sido sin ropa interior! Volví a ocuparme de la comida. Era mejor que me calmara o la calentura me iba a dejar sin dedos. Terminé de preparar todo y Clara todavía no había vuelto para pedirme que le devolviera su tanga.
Recién volví a verla para cuando el almuerzo estaba casi listo. Mi vieja estaba en la cocina también, buscando algunas cosas, así que Clara simplemente pasó cerca de mí y me tocó el culo cuando mi vieja estaba mirando para otro lado. Luego agarró los cubiertos y se volvió a ir como si nada hubiera pasado.
El almuerzo se pasó muy lento. En mi cabeza se había instalado la idea de que mi hermana no se había vuelto a poner ropa interior y que en cualquier momento podrían descubrirla. ¿Acaso no le importaba nada si mis viejos se daban cuenta? ¿Tan morbosa podía ser?
Mientras tanto, mi vieja y mi hermana alabaron mis dotes para la cocina y mi vieja aprovechó para sugerir que podría dedicarme yo a cocinar los domingos al mediodía mientras ella descansaba. Clara se portaba con total normalidad, aunque cada vez que cruzábamos una mirada nos dirigíamos una fugaz sonrisa de complicidad.
Mi viejo sólo se lamentaba por no poder comer nada de carne hasta nuevo aviso, pero no se quejó de la comida, así que daba por hecho que no le había parecido algo malo.
Habíamos terminado la sobremesa cuando mis viejos se fueron al sofá a mirar televisión, mientras mi hermana y yo levantábamos la mesa. Estaba colocando unos platos para lavar cuando sentí que Clara se ponía detrás de mí. Una mano se colocó directamente en mi entrepierna, mientras la otra rebuscaba en mi bolsillo en busca de su tanga. Casi suelto los platos, haciendo un escándalo, pero logré frenarme a tiempo para que mi vieja no asomara la cabeza.
Ni me dio tiempo a reaccionar que ella ya se encontraba de nuevo en la puerta de la cocina. Se despidió con un beso antes de escaparse. No tenía idea de cómo íbamos a seguir en esa casa sin que mis viejos se dieran cuenta de lo que estaba pasando. Necesitaba irme de nuevo al departamento antes de que me mandara una cagada.
Estaba pensando en avisarles a mis viejos que me iría en un rato, cuando mi vieja se adelantó.
-¿Qué decís si te quedás a cenar, Pedrito? –Preguntó desde el sofá. –Dale, que mañana es feriado. ¿O me vas a decir que mañana tenés trabajo?
No sabía qué responder, me había dejado sin opciones. En sí no tenía nada que hacer, Erica no me había avisado de nada, aunque ya sabía que yo estaba disponible para cualquier turno. Pero no tenía ganas de pasar la noche ahí, no confiaba en lo que pudiera pasar entre Clara y yo si teníamos tiempo para nosotros solos.
Mis viejos siempre habían sido de tener el sueño muy liviano, cualquier ruido que hiciéramos durante la noche iba a provocar un desastre, especialmente con mi viejo recién salido de la clínica. Pero no tenía ninguna mentira convincente en mi cabeza en ese momento, así que me resigné.
-Dale, seguro. –Dije, con una sonrisa.
Seguí mi camino por la escalera y pasé por la habitación de mi hermana. Golpeé y esperé a que ella hablara.
-¿Puedo entrar? –Pregunté, apenas abriendo un poco la puerta.
-Dale, pasá. –Contestó con normalidad.
Entré en su habitación. Estaba acostada en su cama, boca abajo. Su cola apenas estaba oculta por la minifalda, el tesoro estaba al alcance de mis manos, pero tenía que resistir la tentación, por más fuerte que fuese.
-Te quería avisar que esta noche me quedaba acá, mamá me dijo de pasar la noche.
Mi hermana me miraba con una mezcla de emociones reflejada en su cara. Sabíamos que era una buena oportunidad para sacarnos las ganas, pero también era un riesgo tremendo.
-Entonces mejor que no hagamos ninguna locura, ¿no? –Comentó con una sonrisa. No sabía con cuál de las dos opciones quedarme. ¿Me lo decía en tono irónico o era en serio?
-No, más bien que no. Imaginate si nos llegan a descubrir… ¡Le vamos a provocar otro infarto al viejo! –A pesar de todo, no pude evitar reírme por lo que se me acababa de ocurrir.
-¿De qué te reís? –Clara me miraba confundida.
–“Causa de la muerte: encontró a sus hijos garchando en la casa” no suena bien, ¿no te parece?-Ambos empezamos a reír a carcajadas por mi ocurrencia.
-Sí, ya lo sé, Pedrito. –Dijo mi hermana cuando dejamos las risas. –Ya sé que algo quedó pendiente, pero es una locura hacer algo hoy. Ya tendremos un momento a solas de verdad. ¡Y ahí sí que no nos frena nadie! –Tranquilamente podría haberle robado la sonrisa al mismísimo Satanás, de tan lujuriosa que se la veía.
-Mejor me voy o me tiro encima de vos ahora mismo… -Dije, forzándome a salir de esa habitación antes de dejarme llevar por lo que mi entrepierna me pedía a gritos que hiciera.
Clara se giró hasta quedar de costado y me miró como si me desafiara a cumplir con mi amenaza. Estuvo torturándome así unos segundos, hasta que volvió a la posición anterior, dando a entender que el juego había terminado por el momento.
-Dale hermanito, nos vemos a la noche. –Me despidió, guiñándome un ojo.
La cena se me hizo eterna, tratando de responder a las preguntas de mis viejos sobre mi laburo y mis estudios con la mayor naturalidad posible. Con mi hermana hacíamos lo posible por esquivar nuestras miradas, pero cada tanto podía notar un brillo especial en sus ojos.
Finalmente comimos un postre liviano y nos fuimos todos al living a ver una película. Mis viejos se habían sentado en los sillones, y a mí no me quedó otra opción que compartir el sofá con mi hermana.
Ella se quedó pegada a mí y apoyó su cabeza en mi hombro. Podía sentir ese familiar cosquilleo en la entrepierna. Estaba agradecido de que hubiéramos apagado las luces, porque no tenía ninguna explicación para mis viejos si llegaban a notar mi erección.
De repente sentía algo en mi muslo: era la mano de mi hermana que me había empezado a acariciar. En la sala apenas iluminada por la pantalla del televisor no podía ver demasiado bien su rostro, pero no hacía falta verla para darme cuenta de que la muy hija de puta estaba sonriendo, disfrutando del peligro.
Decidido a no quedarme atrás, mi mano se metió por debajo de su remera. Tenía la piel muy suave, casi como seda. Empecé a subir por el costado de su cuerpo y finalmente estacioné mi mano en su pecho. Con la vista atenta a cualquier movimiento de mis viejos, que seguían con toda su atención fija en el televisor, deslicé mi mano entre su corpiño y su piel, y mis dedos comenzaron a jugar con su pezón.
Un gemido suave se escapó de la boca de mi hermana, pero mis viejos no se enteraron de nada. De lo que yo sí me enteré, fue de cómo las caricias de Clara abandonaron mi muslo y pasaron a ubicarse sobre mi verga por encima del pantalón.
Era una locura lo que estábamos haciendo, si alguno de mis viejos se giraba la cabeza, se iba a encontrar con sus dos hijos tocando lugares que no deberían estar tocando ni por accidente.
Con mis dedos podía apreciar cómo el pezón de mi hermana se ponía cada vez más duro, y su mano sin dudas notaba cómo mi entrepierna se acercaba al punto de ebullición. Ninguno de los dos quería frenar ese juego, a pesar de todos los riesgos que eso conllevaba.
Cerca de la medianoche aparecieron los créditos de la película y mis viejos empezaron a incorporarse de sus respectivos sillones. Nuestras manos de inmediato volvieron a la normalidad, como si haber estado excitándonos durante la última hora fuese lo último que podría haber sucedido.
Ellos se despidieron de nosotros y se dirigieron a su habitación. Mi vieja le daba una mano a mi viejo a subir las escaleras porque todavía no estaba en buenas condiciones. Escuchamos el ruido de sus pasos y la puerta que se cerraba. Nos habían dejado solos finalmente.
-¡Qué pendeja enferma que sos! –Dije en voz baja, todavía con la verga al palo y con una sonrisa de oreja a oreja ante el nivel de atrevimiento de mi hermana.
-Vos no te quedaste atrás tampoco, hermanito. –Me retrucó, sonriendo con picardía.
-¿No era que no querías hacer ninguna locura?
-Sí, es cierto. Pero mientras estábamos en el sofá, me di cuenta de que la locura era no aprovechar que la mejor verga del mundo estaba disponible para mí sin tener que pagar un peso.
Sus ojos estaban tan llenos de lujuria que me sorprendió que no se hubiera tirado encima de mí para arrancarme la ropa con los dientes. Pero en lugar de eso, se levantó y empezó a dirigirse a la escalera.
-¿Qué hacés? No podés ser tan hija de puta de dejarme así. –La miré suplicante. – ¡Me la corto posta si no te hacés cargo de lo que hicimos recién!
-Soy tan hija de puta como se me canta el culo –Respondió con toda la calma del mundo. –Además, si te la cortás, te vas a quedar sin laburo. –Sonreía con malicia, la muy guacha. -Tranqui hermanito, andá a tu pieza. –Subió los escalones sin dedicarme ni siquiera una última mirada.
Casi me la corto en serio... ¡No podía creer la forma tan bestial en la que me había boludeado mi hermana! Encima ya no era buena idea levantar la voz, porque habría llamado la atención de mis viejos, cosa que quería evitar a toda costa.
Con toda la bronca encima, me puse a acomodar unas cosas que habían quedado sueltas en el living mientras escuchaba ruidos de puertas abriéndose y cerrándose, lo que me daba a entender que mis viejos o mi hermana estaba terminando de preparase para dormir.
Unos minutos más tarde ya estaba en mi pieza tirado sobre la cama. Había pasado rápido por la puerta de la habitación de mi hermana para no ser tan estúpido de intentar entrar sin su permiso. Mis viejos tenían el sueño liviano y al menor ruido solían despertarse. No me quedaba otra opción más que guardar silencio.
Estaba decidido a hacerme una buena paja para bajar la calentura cuando la puerta de mi habitación se abrió para dar paso a algo que bien podría haber bajado del paraíso, o quizás del infierno.
Mi hermana entró vestida de una manera que me dejó sin aire: llevaba unos zapatos negros de taco alto, unas medias blancas por encima de las rodillas, y una pollerita tableada azul a cuadros escoceses que le cubría apenas los muslos. Arriba tenía una camisita blanca arremangada, que se sujetaba solamente con un nudo por debajo de sus pechos.
Su cara estaba enmarcada por dos colitas de pelo que hacían caer su rojizo pelo por los hombros. Remataba su look con aquellos lentes que el médico le había recomendado y nunca usaba. Al ser tan menuda, tenía el aspecto de una chica que tranquilamente podría haber terminado el secundario el año anterior, lo cual sólo sirvió para disparar mi morbo aún más para arriba, si es que era posible.
-¿Te gusta cómo me veo? –Preguntó con un tono de falsa inocencia, girando lentamente y permitiéndome apreciar cada detalle de su apariencia. Vista desde atrás, la pollerita apenas le tapaba la mitad del culo.
Se agachó para mostrar en todo su esplendor ese magnífico ojete, y pude notar una fina tira de tela, que indicaba que el hilo dental que se había puesto se hallaba perdido entre sus nalgas.
A pesar de lo caliente que estaba, algo de la forma en que estaba vestida llamó mi atención.
-No me jodas… ¿Ese no es tu…?
-¿Mi uniforme de secundaria? –Volvió a girar para mirarme de frente y me dirigió una sonrisa juguetona que me derritió. –Es ese mismo, pero le hice unos cambios. ¿Qué te parecen? –Se pasaba las manos por el cuerpo lentamente, como si fueran mis manos las que estuvieran tocándola.
¡No podía ser tan morbosa de haber convertido su uniforme del colegio en un disfraz de colegiala sexy! Por dentro agradecía a los cielos por haber sido bendecido con una hermana así de atrevida.
- ¡Los viejos nos van a matar si nos escuchan! –Dije, en voz tan baja como me fue posible, mientras me incorporaba para quedar sentado en la cama. Todo mi cuerpo me pedía a gritos que me lanzara encima de ella, pero el poco sentido común que me quedaba me decía que no tenía que hacer ninguna pelotudez.
-Hace dos años que papá y mamá toman pastillas para dormir todas las noches. Ya deben estar desmayados. –Me respondió con una sonrisa, acercándose lentamente a mi cama. Movía sus caderas de una forma muy sensual. -De tantas veces que nos juntamos con Betty y Jessi en casa, no les quedó otra opción, porque siempre hacíamos mucho ruido abajo.
-Ah… -Fue todo lo que alcancé a decir. Mi cerebro estaba andando más lento que nunca, tratando de procesar la información que me daba esa diosa sexual que acababa de entrar en mi habitación y que se parecía muchísimo a mi hermana.
Al llegar a mi cama, Clara apoyó sus manos en el colchón y se trepó, quedando en cuatro patas. Clavando sus ojos en mí, se puso a gatear por encima de mi cuerpo con movimientos muy cuidados, rozándome mientras avanzaba. Apoyó su mano en mi pecho y me empujó despacio para dejarme de nuevo en posición horizontal.
-¿Sabés lo que eso significa? –Preguntó, en voz muy baja, con su cara pegada a la mía. Me dio un suave beso en los labios y yo sentía que mi boca se iba prender fuego en cualquier momento. Sus ojos me miraban tan cargados de deseo como los míos la miraban a ella.
-No. –La excitación nublaba mi mente, el único pensamiento que se me aparecía era el de dedicar todo mi cuerpo a hacer que mi hermana explotara de placer.
-Significa que por fin vamos a sacarnos todas las ganas de coger que tenemos. –Dijo con su boca pegada a mi oído y su mano apoyada sobre mi verga, que estaba tan dura como si fuera de diamante. -¿Te parece buena idea, hermanito?
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Espero que les haya gustado la séptima parte.
Desde ya les agradezco por seguir la historia y por sus puntos y comentarios.
Nos estamos leyendo pronto.
La recomendación de siempre para los que recién se prenden con esta historia es que se metan en mi perfil y lean todos los capítulos.
Como pequeña trivia del capítulo anterior, les comento que el final está basado en una historia real. Así le cagaron el día de los enamorados a mi amigo cuando estaba con su novia y les cortaron el polvo con un llamado para avisar que su suegro estaba internado. La realidad supera a la ficción, no hay vuelta.
Ahora sí, espero que disfruten la lectura:
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Capítulo 7
No le pedí más explicaciones a mi hermana, simplemente empecé a vestirme de nuevo tan rápido como pude. Clara fue al baño a limpiarse y yo junté algunas cosas que habían quedado desparramadas. Ya tendría tiempo de limpiar todo más adelante, ahora debíamos salir para la clínica.
Unos veinte minutos después ya estábamos entrando en el edificio donde habían llevado a nuestro viejo. Perdimos un rato peleando con los de la mesa de entrada, pero no hubo forma de que nos dejaran llegar hasta donde estaba su cama. No nos quedó otra opción que esperar a que alguien bajara para informarnos sobre la situación.
Nos encontramos con mamá en la sala de espera cuando por fin bajó. Se la veía terrible, lo que era de esperarse considerando el momento que había pasado, pero no lloraba. Eso tenía que ser algo bueno.
-Está bien, ya está estable. –Fue lo primero que nos dijo, como para que nuestra preocupación bajara de forma considerable.
-¿Qué pasó? –Mi hermana fue la primera en preguntar lo que ambos queríamos saber.
-Estábamos hablando de cambiar de lugar los sillones y el sofá, y su padre, en lugar de esperar a que ustedes volvieran, quiso hacerlo él solo. –A pesar de la situación, mi vieja no pudo evitar revolear los ojos, como siempre que hacía cuando alguno de la familia se mandaba una cagada. –A los cinco minutos empezó a quejarse de que le dolía mucho el pecho y tuvo que sentarse porque se quedaba sin aire. –Sus ojos empezaron a brillar, pero se las ingenió para contener las lágrimas. –Llamé a urgencias enseguida y por suerte llegaron rápido. Apenas se dieron cuenta de cómo estaba, lo levantaron y lo subieron a la ambulancia. Yo me vine con ellos, pero no me dejaron entrar en ninguna sala. Pasó un rato y nadie me decía nada, hasta que empecé a los gritos y por fin un médico salió para decirme qué había pasado. Había sido un infarto, pero lo trajeron antes de que se complicara todo de verdad. Ahora está sedado, duerme.
Cuando terminó su relato, mi vieja casi se derrumba del cansancio. Con mi hermana la agarramos a tiempo y la ayudamos a sentarse.
-Pero si papá no está tan mal. –Dije, tratando de encontrar una explicación de cómo había pasado eso. –Está un poco pasado de peso, sí, pero no fuma, no es alcohólico…
-A veces no hace falta que te fumes tres atados por día o que tengas cien kilos de sobrepeso. –Respondió mi hermana. –Cuando te toca, te toca.
-Sí, puede ser, pero…
-Lo importante es que lo trajeron a tiempo. –Mi vieja nos cortó antes que yo pudiera decir algo más. –Ahora tenemos que esperar a que baje el médico y nos diga qué va a pasar.
Media hora más tarde bajó el médico y nos explicó que mi viejo iba a tener que pasar un tiempo en la clínica, quizás toda la semana, dependiendo de cómo evolucionara. Pero una vez que lo llevaran de vuelta a casa, íbamos a tener que hacer lo posible para que no hiciera nada de esfuerzo físico.
Ya con subir las escaleras sería un esfuerzo importante, así que lo mejor iba a ser que se la pasara en su habitación por un par de semanas al menos.
Nos miramos con mi hermana cuando el médico mencionó eso y no pudimos evitar sonreír. Mi viejo nunca había sido de los que se quedan quietos. Todo lo contrario, siempre era de estar haciendo cosas en casa. Iba a ser todo un desafío evitar que se levantara a cada rato para hacer alguna locura.
Ya era bien entrada la noche cuando mi hermana y yo nos estábamos tratando de acomodar en nuestras sillas. Habíamos decidido pasar la noche en la sala de espera, a pesar de las protestas de mi vieja. Ella pasaría la noche acompañando a mi viejo en su habitación y a la mañana siguiente iríamos viendo qué pasos dar de acuerdo a cómo fuera evolucionando la situación.
Mi hermana ya se había comunicado con Jessi y con Betty, poniéndolas al tanto de la situación, y también con su supervisora en el trabajo, por lo que mañana el día siguiente ya había arreglado para no ir a trabajar.
Por mi parte, Erica no me había avisado de ningún turno para los días que se avecinaban, pero de todos modos le mandé un mensaje avisándole lo que había sucedido y le pedí que al menos me concediera unos días hasta que se acomodara todo.
-Está bien, pero acordarte que sólo te pago cuando trabajás.
-No hay drama. Gracias.
-Si consigo a alguien más para atender mientras vos no estás, no es problema mío.
-Te entiendo. Apenas pueda estaré volviendo.
Era inevitable esa amenaza de su parte. Erica tenía un negocio para hacer guita, no para rechazar turnos porque un empleado no estaba disponible. No era posible pretender algo mejor proveniente de ella. Bastante me había sorprendido que me permitiera tomarme unos días, que encima me pagara sin trabajar era algo impensable. No era tan fría como lo hubiera supuesto, pero tampoco regalaba la plata.
.
Cuando desperté eran cerca de las seis de la mañana y la sala estaba empezando a llenarse de gente otra vez. Me sentía muy contracturado, las sillas de las clínicas solían ser incómodas, y ese lugar no era la excepción. Quise mover un poco mi cuerpo, pero me di cuenta que mi hermana se había quedado dormida apoyando su cabeza sobre mi muslo.
Me quedé observándola por unos segundos, mientras los recuerdos de la tarde anterior asaltaban mi cabeza. ¿Había estado bien realmente lo que habíamos hecho? ¿Tenía que sentirme enojado o aliviado de que no hubiéramos pasado del sexo oral? Era cierto que ya habíamos ido mucho más allá de eso antes, pero ninguno de los dos pudo saber quién estaba del otro lado del panel en ese momento.
Tener su cabeza tan cerca de mi entrepierna era peligroso. Especialmente teniendo en cuenta lo que habíamos estado a punto de hacer antes de recibir la llamada de mi vieja. Si hubiéramos estado solos en ese momento… Pero no era así. Cada vez entraba más gente en la sala de la clínica y no me quedó otra opción más que quedarme quieto en mi lugar.
De todas las líneas que no se debían cruzar cuando se trataba de un par de hermanos, habíamos cruzado prácticamente todas, pero no estaba seguro de si debíamos seguir adelante o dar marcha atrás. Al menos sabía que en los próximos días no íbamos a poder hacer ninguna locura.
Con nuestros padres en una situación tan crítica, no era conveniente dar rienda suelta a nuestros deseos. Si ellos llegaban a enterarse de lo que había pasado entre Clara y yo, a mi viejo lo íbamos a estar velando muy pronto. Ese pensamiento me terminó de convencer de que, por el momento, lo mejor iba a ser tratar de volver a comportarnos como hermanos. La clase de hermanos que no andaban teniendo sexo entre ellos.
Esa mañana transcurrió con normalidad. Mi vieja bajó cerca del mediodía y nos informó que arriba estaba todo en orden, o tan en orden como podía estar alguien que acababa de sufrir un infarto. Mi hermana se quedó en la clínica mientras yo llevaba a mi vieja de regreso a casa para que pudiera descansar un poco.
El resto de la semana se convirtió más o menos de manera rutinaria. Clara había tenido que volver al trabajo, pero entre mi vieja y yo pudimos cubrir bien el tiempo en la clínica. Mi hermana incluso optó un par de veces por quedarse de noche con mi viejo, pero eso le hacía descansar muy mal, por lo que apenas lo hizo un par de veces.
Todo eso provocó que apenas pudiéramos cruzar palabra con Clara, pero nos ayudó bastante a calmar las ansias. La salud de nuestros viejos estaba por encima de todo, así que ocupamos nuestras cabezas en tratar de dar una mano en todo lo que pudiéramos.
Para el sábado a la tarde por fin le dieron el alta a mi viejo y lo trasladaron a casa. A modo de celebración decidimos hacer un pequeño almuerzo familiar al día siguiente, aunque sin derrapar con el menú para evitar cualquier clase de complicación. Mi viejo tenía órdenes estrictas de cuidarse con las comidas por un buen rato, y todos en la familia estábamos de acuerdo en que no podíamos sacarle la vista de encima o iba a terminar mandándose una cagada seguro.
Ya había arreglado con Erica que a partir de la semana siguiente empezaría a trabajar de nuevo, y sólo recibí un “ok” como respuesta. No sabía al cien por cien qué podría significar, pero estaba casi seguro de que iba a tener una semana muy activa en el trabajo apenas volviera.
El domingo, entonces, decidí ponerme a cargo de la cocina, especialmente como un gesto para mi vieja, que por fin podía disfrutar de estar con su esposo en la casa. Había llegado temprano a casa con los ingredientes, y cuando le expliqué a mi vieja que iba a cocinar un risotto de champiñones, me miró con la misma cara expresión de sorpresa que si le hubiera dicho que pensaba cambiarme de sexo.
-¿Y desde cuándo sabés cocinar vos? –Preguntó, con sus ojos bien abiertos.
-Algo aprendí desde que me fui a vivir solo. ¿O pensás que vivo de pura comida chatarra? –Retruqué, sonriendo ante su sorpresa.
Si hubiera tenido cualquier otro trabajo, posiblemente eso hubiera sido cierto. Pero el hecho de trabajar para Erica significaba que teníamos que cuidarnos bastante con las comidas para rendir al cien por cien. Fue así que me había visto forzado a aprender a defenderme delante de las hornallas o todo mi sueldo se iba a ir pidiendo deliverys de comida saludable.
Había empezado a cortar los champiñones cuando mi hermana me encontró en la cocina. Por la cara que tenía, parecía que se había levantado hace poco. Llevaba puesta una remerita que se le pegaba bastante al cuerpo y una minifalda de jean que no llegaba ni a la mitad del muslo.
-¿Qué estás haciendo? –Me miraba con la misma expresión que mi vieja me había dedicado un rato antes.
-Cocinando. ¿Qué otra cosa puedo estar haciendo? –Le contesté sonriendo, mientras continuaba mi tarea.
-Ya sé, tonto… Es que no te imaginaba cocinando. –Se había quedado apoyada contra el marco de la puerta. El pelo lo tenía atado en una colita medio suelta a un costado, que hacía que bajara por el hombro hasta llegar a su pecho. A pesar de ese aire medio desalineado, se veía tan hermosa como de costumbre.
No era buena idea andar pensando en esas cosas mientras tenía un cuchillo tan cerca de mis dedos, pero no podía evitarlo.
-Hay muchas cosas que no imaginábamos, ¿no? –Comenté con una expresión traviesa, siguiendo mi labor.
-Tenés razón, hermanito. –Dijo, con una expresión idéntica. No habíamos tocado el tema en toda la semana, pero estando ahí solos en la cocina, los recuerdos de la tarde del domingo anterior flotaban en el aire, dejando en claro que había un asunto pendiente entre los dos.
Ya había terminado con los champiñones y los dejé en una fuente pequeña, listos para usarlos más tarde. Ahora era el turno de picar las cebollas y el ajo.
-¿Pasa algo? –Le dije, al notar que seguía con la vista clavada en mí.
-No, nada. –Pero evidentemente mentía, porque unos segundos después volvió a hablar. -No sabés cómo me pone verte así… -El tono de mi hermana anunciaba que en cualquier momento podía tirarse encima de mí.
-¿Así que sos de las que les gusta ver a un hombre cocinando? –Esa pregunta era casi un desafío de mi parte, como tentándola a que se dejara llevar por su excitación.
-No sé si cualquier hombre, pero vos seguro que sí. –Su mirada era tan intensa que parecía más bien una depredadora esperando el momento justo para atacar a su presa.
-Aguantá, que mamá puede venir en cualquier momento y se pudre todo si nos encuentra haciendo algo raro. –Me costaba horrores decirle eso, sobre todo cuando todo mi cuerpo estaba tenso, esperando para atrapar a mi hermana entre mi brazos y comerle la boca... y comerle otras cosas también.
-Ya lo sé, no te preocupes. –Dijo, entre risas. –Pero te veo haciendo esas cosas y no lo puedo evitar. Parece que tenés bastante experiencia… yo soy un queso para la cocina. –Agregó, con algo de envidia.
-¿Querés aprender? Vení, así te enseño un poco a picar. –Le dije, despegándome un poco de la mesada para hacerle lugar.
Clara no se hizo desear, y avanzó hasta quedar entre mi cuerpo y el mueble. Yo me coloqué por detrás de ella y no me quedó otra opción más que pegarme a su espalda para poder maniobrar por la mesada. Volví a tomar el cuchillo para mostrarle cómo cortar y picar.
-¿Ves? Ponés la mano así para sujetar las verduras y agarrás el cuchillo firme por la empuñadura, así no se te resbala. –Sentía una potente erección y era imposible que mi hermana no la hubiera notado, considerando que mi verga estaba apoyada en su espalda.
-Sí, ahí veo. Hay que sujetar bien fuerte. –Mientras seguía mirando hacia adelante, su mano estaba sujetando otra cosa con firmeza. –¿Así está bien, hermanito? –Preguntó, como si fuera una aplicada alumna consultando algo a su profesor, mientras subía y bajaba su mano unos centímetros, masturbándome por encima del pantalón. –Bien firme, como me dijiste.
-Así está muy bien, hermanita… Muuuuuy bien… -Me estaba costando trabajo hablar con normalidad, Clara sabía a la perfección cómo dejarme al palo.
Yo seguía picando, tratando de controlar mis manos para evitar ir al hospital para que atendieran alguna cortadura seria. Clara seguía con su juego, mirando con mucha atención cómo cortaba las cebollas. Si antes habíamos jugado con fuego, agregar un cuchillo a la ecuación no ayudaba en nada para hacerlo más seguro.
Los últimos años había estado mucho tiempo en la cocina del departamento, así que no tenía problemas para picar rápido, pero las cebollas siempre me terminaban haciendo arder los ojos. Tuve que dejar el cuchillo y despegarme de mi hermana, a pesar de que eso cortaba toda la diversión, porque las lágrimas no me dejaban ver lo que estaba haciendo.
-¿Qué pasó? –Escuché la voz de Clara, aunque no podía ver nada.
-Nada, las cebollas. Esas hijas de puta siempre me hacen arder los ojos. –Respondí, mientras mi mano buscaba algo que pudiera usar para limpiarme. –¿Me alcanzás una servilleta o algo para secarme?
Seguía sin ver un carajo, pero pude notar que mi hermana se había agachado para buscar algo. Apenas unos segundos después ya se había vuelto a levantar y estiraba su mano hacia mí.
-Tomá, acá tenés. –Me dio un objeto de tela, que yo supuse que era una servilleta, y me sequé de inmediato.
La tela estaba un poco húmeda y pude sentir un olor extraño en mi nariz, pero que de alguna forma me resultaba familiar. Cuando por fin pude recuperar la vista, me di cuenta de lo que me había dado mi hermana: su tanga.
-Hija de puta… -Fue todo lo que alcancé a decir, mientras mi cerebro buscaba recuperarse de semejante sorpresa. ¿Cómo se suponía que iba a contener mis ganas si mi hermana no hacía más que provocarme a cada oportunidad?
-Bueno, vos me pediste algo para limpiarte y eso era lo que tenía más cerca. –Dijo, encogiéndose de hombros y mirándome como si hubiera sido la cosa más inocente del mundo.
-Sos tremenda atrevida, ¿sabías? –Miré a Clara por unos segundos, sonreía como una nena que acababa de ser descubierta haciendo una travesura de la cual no estaba arrepentida en lo más mínimo. Luego acerqué su tanga de nuevo a mi rostro y aspiré su olor con mi vista todavía clavada en sus ojos. –Me re calienta tu olor, hermanita.
Bajé la tanga de mi rostro y mi hermana inmediatamente se colgó de mi cuello para besarme. Las cosas podrían haberse complicado muchísimo si no hubiésemos estado tan atentos a cualquier ruido extraño. Un sonido de pasos se acercaba a la cocina. Apenas nos dio tiempo a separarnos y esconder la tanga de mi hermana en mi bolsillo cuando mi vieja apareció en la puerta.
-Clara, ¿podés venir a ayudarme con algo? Apurate, por favor. –No parecía haber notado nada raro, ya que había dado media vuelta de inmediato.
-Ahí voy,ma. –Alcanzó a decirle cuando mi vieja ya se estaba alejando por donde había venido. –Eso estuvo cerca.
-Demasiado. –Habíamos zafado de casualidad. –Andá, antes que venga de nuevo. –Le di un pequeño empujoncito para que se fuera a ver qué quería mi vieja. Cuando estaba por quedar fuera de mi alcance, le di una suave nalgada en ese culo tan firme que tenía. Ella giró para dedicarme una sonrisa y luego siguió caminando.
Clara llegó a la puerta cuando la llamé con un chistido. Ella se volteó a mirarme y yo saqué la tanga de mi bolsillo para que la viera. Mi hermana se mordió los labios cuando vio que una vez más me la había llevado a mi cara para volver a respirar su olor. Le hice señas para que se fuera. Su cara estaba tan cargada de lujuria como la mía, pero no tuvo otra opción más que hacerme caso.
Lo que estábamos haciendo era una locura, pero era demasiado excitante como para dejarlo pasar. ¡Encima se había sido sin ropa interior! Volví a ocuparme de la comida. Era mejor que me calmara o la calentura me iba a dejar sin dedos. Terminé de preparar todo y Clara todavía no había vuelto para pedirme que le devolviera su tanga.
Recién volví a verla para cuando el almuerzo estaba casi listo. Mi vieja estaba en la cocina también, buscando algunas cosas, así que Clara simplemente pasó cerca de mí y me tocó el culo cuando mi vieja estaba mirando para otro lado. Luego agarró los cubiertos y se volvió a ir como si nada hubiera pasado.
El almuerzo se pasó muy lento. En mi cabeza se había instalado la idea de que mi hermana no se había vuelto a poner ropa interior y que en cualquier momento podrían descubrirla. ¿Acaso no le importaba nada si mis viejos se daban cuenta? ¿Tan morbosa podía ser?
Mientras tanto, mi vieja y mi hermana alabaron mis dotes para la cocina y mi vieja aprovechó para sugerir que podría dedicarme yo a cocinar los domingos al mediodía mientras ella descansaba. Clara se portaba con total normalidad, aunque cada vez que cruzábamos una mirada nos dirigíamos una fugaz sonrisa de complicidad.
Mi viejo sólo se lamentaba por no poder comer nada de carne hasta nuevo aviso, pero no se quejó de la comida, así que daba por hecho que no le había parecido algo malo.
Habíamos terminado la sobremesa cuando mis viejos se fueron al sofá a mirar televisión, mientras mi hermana y yo levantábamos la mesa. Estaba colocando unos platos para lavar cuando sentí que Clara se ponía detrás de mí. Una mano se colocó directamente en mi entrepierna, mientras la otra rebuscaba en mi bolsillo en busca de su tanga. Casi suelto los platos, haciendo un escándalo, pero logré frenarme a tiempo para que mi vieja no asomara la cabeza.
Ni me dio tiempo a reaccionar que ella ya se encontraba de nuevo en la puerta de la cocina. Se despidió con un beso antes de escaparse. No tenía idea de cómo íbamos a seguir en esa casa sin que mis viejos se dieran cuenta de lo que estaba pasando. Necesitaba irme de nuevo al departamento antes de que me mandara una cagada.
Estaba pensando en avisarles a mis viejos que me iría en un rato, cuando mi vieja se adelantó.
-¿Qué decís si te quedás a cenar, Pedrito? –Preguntó desde el sofá. –Dale, que mañana es feriado. ¿O me vas a decir que mañana tenés trabajo?
No sabía qué responder, me había dejado sin opciones. En sí no tenía nada que hacer, Erica no me había avisado de nada, aunque ya sabía que yo estaba disponible para cualquier turno. Pero no tenía ganas de pasar la noche ahí, no confiaba en lo que pudiera pasar entre Clara y yo si teníamos tiempo para nosotros solos.
Mis viejos siempre habían sido de tener el sueño muy liviano, cualquier ruido que hiciéramos durante la noche iba a provocar un desastre, especialmente con mi viejo recién salido de la clínica. Pero no tenía ninguna mentira convincente en mi cabeza en ese momento, así que me resigné.
-Dale, seguro. –Dije, con una sonrisa.
Seguí mi camino por la escalera y pasé por la habitación de mi hermana. Golpeé y esperé a que ella hablara.
-¿Puedo entrar? –Pregunté, apenas abriendo un poco la puerta.
-Dale, pasá. –Contestó con normalidad.
Entré en su habitación. Estaba acostada en su cama, boca abajo. Su cola apenas estaba oculta por la minifalda, el tesoro estaba al alcance de mis manos, pero tenía que resistir la tentación, por más fuerte que fuese.
-Te quería avisar que esta noche me quedaba acá, mamá me dijo de pasar la noche.
Mi hermana me miraba con una mezcla de emociones reflejada en su cara. Sabíamos que era una buena oportunidad para sacarnos las ganas, pero también era un riesgo tremendo.
-Entonces mejor que no hagamos ninguna locura, ¿no? –Comentó con una sonrisa. No sabía con cuál de las dos opciones quedarme. ¿Me lo decía en tono irónico o era en serio?
-No, más bien que no. Imaginate si nos llegan a descubrir… ¡Le vamos a provocar otro infarto al viejo! –A pesar de todo, no pude evitar reírme por lo que se me acababa de ocurrir.
-¿De qué te reís? –Clara me miraba confundida.
–“Causa de la muerte: encontró a sus hijos garchando en la casa” no suena bien, ¿no te parece?-Ambos empezamos a reír a carcajadas por mi ocurrencia.
-Sí, ya lo sé, Pedrito. –Dijo mi hermana cuando dejamos las risas. –Ya sé que algo quedó pendiente, pero es una locura hacer algo hoy. Ya tendremos un momento a solas de verdad. ¡Y ahí sí que no nos frena nadie! –Tranquilamente podría haberle robado la sonrisa al mismísimo Satanás, de tan lujuriosa que se la veía.
-Mejor me voy o me tiro encima de vos ahora mismo… -Dije, forzándome a salir de esa habitación antes de dejarme llevar por lo que mi entrepierna me pedía a gritos que hiciera.
Clara se giró hasta quedar de costado y me miró como si me desafiara a cumplir con mi amenaza. Estuvo torturándome así unos segundos, hasta que volvió a la posición anterior, dando a entender que el juego había terminado por el momento.
-Dale hermanito, nos vemos a la noche. –Me despidió, guiñándome un ojo.
La cena se me hizo eterna, tratando de responder a las preguntas de mis viejos sobre mi laburo y mis estudios con la mayor naturalidad posible. Con mi hermana hacíamos lo posible por esquivar nuestras miradas, pero cada tanto podía notar un brillo especial en sus ojos.
Finalmente comimos un postre liviano y nos fuimos todos al living a ver una película. Mis viejos se habían sentado en los sillones, y a mí no me quedó otra opción que compartir el sofá con mi hermana.
Ella se quedó pegada a mí y apoyó su cabeza en mi hombro. Podía sentir ese familiar cosquilleo en la entrepierna. Estaba agradecido de que hubiéramos apagado las luces, porque no tenía ninguna explicación para mis viejos si llegaban a notar mi erección.
De repente sentía algo en mi muslo: era la mano de mi hermana que me había empezado a acariciar. En la sala apenas iluminada por la pantalla del televisor no podía ver demasiado bien su rostro, pero no hacía falta verla para darme cuenta de que la muy hija de puta estaba sonriendo, disfrutando del peligro.
Decidido a no quedarme atrás, mi mano se metió por debajo de su remera. Tenía la piel muy suave, casi como seda. Empecé a subir por el costado de su cuerpo y finalmente estacioné mi mano en su pecho. Con la vista atenta a cualquier movimiento de mis viejos, que seguían con toda su atención fija en el televisor, deslicé mi mano entre su corpiño y su piel, y mis dedos comenzaron a jugar con su pezón.
Un gemido suave se escapó de la boca de mi hermana, pero mis viejos no se enteraron de nada. De lo que yo sí me enteré, fue de cómo las caricias de Clara abandonaron mi muslo y pasaron a ubicarse sobre mi verga por encima del pantalón.
Era una locura lo que estábamos haciendo, si alguno de mis viejos se giraba la cabeza, se iba a encontrar con sus dos hijos tocando lugares que no deberían estar tocando ni por accidente.
Con mis dedos podía apreciar cómo el pezón de mi hermana se ponía cada vez más duro, y su mano sin dudas notaba cómo mi entrepierna se acercaba al punto de ebullición. Ninguno de los dos quería frenar ese juego, a pesar de todos los riesgos que eso conllevaba.
Cerca de la medianoche aparecieron los créditos de la película y mis viejos empezaron a incorporarse de sus respectivos sillones. Nuestras manos de inmediato volvieron a la normalidad, como si haber estado excitándonos durante la última hora fuese lo último que podría haber sucedido.
Ellos se despidieron de nosotros y se dirigieron a su habitación. Mi vieja le daba una mano a mi viejo a subir las escaleras porque todavía no estaba en buenas condiciones. Escuchamos el ruido de sus pasos y la puerta que se cerraba. Nos habían dejado solos finalmente.
-¡Qué pendeja enferma que sos! –Dije en voz baja, todavía con la verga al palo y con una sonrisa de oreja a oreja ante el nivel de atrevimiento de mi hermana.
-Vos no te quedaste atrás tampoco, hermanito. –Me retrucó, sonriendo con picardía.
-¿No era que no querías hacer ninguna locura?
-Sí, es cierto. Pero mientras estábamos en el sofá, me di cuenta de que la locura era no aprovechar que la mejor verga del mundo estaba disponible para mí sin tener que pagar un peso.
Sus ojos estaban tan llenos de lujuria que me sorprendió que no se hubiera tirado encima de mí para arrancarme la ropa con los dientes. Pero en lugar de eso, se levantó y empezó a dirigirse a la escalera.
-¿Qué hacés? No podés ser tan hija de puta de dejarme así. –La miré suplicante. – ¡Me la corto posta si no te hacés cargo de lo que hicimos recién!
-Soy tan hija de puta como se me canta el culo –Respondió con toda la calma del mundo. –Además, si te la cortás, te vas a quedar sin laburo. –Sonreía con malicia, la muy guacha. -Tranqui hermanito, andá a tu pieza. –Subió los escalones sin dedicarme ni siquiera una última mirada.
Casi me la corto en serio... ¡No podía creer la forma tan bestial en la que me había boludeado mi hermana! Encima ya no era buena idea levantar la voz, porque habría llamado la atención de mis viejos, cosa que quería evitar a toda costa.
Con toda la bronca encima, me puse a acomodar unas cosas que habían quedado sueltas en el living mientras escuchaba ruidos de puertas abriéndose y cerrándose, lo que me daba a entender que mis viejos o mi hermana estaba terminando de preparase para dormir.
Unos minutos más tarde ya estaba en mi pieza tirado sobre la cama. Había pasado rápido por la puerta de la habitación de mi hermana para no ser tan estúpido de intentar entrar sin su permiso. Mis viejos tenían el sueño liviano y al menor ruido solían despertarse. No me quedaba otra opción más que guardar silencio.
Estaba decidido a hacerme una buena paja para bajar la calentura cuando la puerta de mi habitación se abrió para dar paso a algo que bien podría haber bajado del paraíso, o quizás del infierno.
Mi hermana entró vestida de una manera que me dejó sin aire: llevaba unos zapatos negros de taco alto, unas medias blancas por encima de las rodillas, y una pollerita tableada azul a cuadros escoceses que le cubría apenas los muslos. Arriba tenía una camisita blanca arremangada, que se sujetaba solamente con un nudo por debajo de sus pechos.
Su cara estaba enmarcada por dos colitas de pelo que hacían caer su rojizo pelo por los hombros. Remataba su look con aquellos lentes que el médico le había recomendado y nunca usaba. Al ser tan menuda, tenía el aspecto de una chica que tranquilamente podría haber terminado el secundario el año anterior, lo cual sólo sirvió para disparar mi morbo aún más para arriba, si es que era posible.
-¿Te gusta cómo me veo? –Preguntó con un tono de falsa inocencia, girando lentamente y permitiéndome apreciar cada detalle de su apariencia. Vista desde atrás, la pollerita apenas le tapaba la mitad del culo.
Se agachó para mostrar en todo su esplendor ese magnífico ojete, y pude notar una fina tira de tela, que indicaba que el hilo dental que se había puesto se hallaba perdido entre sus nalgas.
A pesar de lo caliente que estaba, algo de la forma en que estaba vestida llamó mi atención.
-No me jodas… ¿Ese no es tu…?
-¿Mi uniforme de secundaria? –Volvió a girar para mirarme de frente y me dirigió una sonrisa juguetona que me derritió. –Es ese mismo, pero le hice unos cambios. ¿Qué te parecen? –Se pasaba las manos por el cuerpo lentamente, como si fueran mis manos las que estuvieran tocándola.
¡No podía ser tan morbosa de haber convertido su uniforme del colegio en un disfraz de colegiala sexy! Por dentro agradecía a los cielos por haber sido bendecido con una hermana así de atrevida.
- ¡Los viejos nos van a matar si nos escuchan! –Dije, en voz tan baja como me fue posible, mientras me incorporaba para quedar sentado en la cama. Todo mi cuerpo me pedía a gritos que me lanzara encima de ella, pero el poco sentido común que me quedaba me decía que no tenía que hacer ninguna pelotudez.
-Hace dos años que papá y mamá toman pastillas para dormir todas las noches. Ya deben estar desmayados. –Me respondió con una sonrisa, acercándose lentamente a mi cama. Movía sus caderas de una forma muy sensual. -De tantas veces que nos juntamos con Betty y Jessi en casa, no les quedó otra opción, porque siempre hacíamos mucho ruido abajo.
-Ah… -Fue todo lo que alcancé a decir. Mi cerebro estaba andando más lento que nunca, tratando de procesar la información que me daba esa diosa sexual que acababa de entrar en mi habitación y que se parecía muchísimo a mi hermana.
Al llegar a mi cama, Clara apoyó sus manos en el colchón y se trepó, quedando en cuatro patas. Clavando sus ojos en mí, se puso a gatear por encima de mi cuerpo con movimientos muy cuidados, rozándome mientras avanzaba. Apoyó su mano en mi pecho y me empujó despacio para dejarme de nuevo en posición horizontal.
-¿Sabés lo que eso significa? –Preguntó, en voz muy baja, con su cara pegada a la mía. Me dio un suave beso en los labios y yo sentía que mi boca se iba prender fuego en cualquier momento. Sus ojos me miraban tan cargados de deseo como los míos la miraban a ella.
-No. –La excitación nublaba mi mente, el único pensamiento que se me aparecía era el de dedicar todo mi cuerpo a hacer que mi hermana explotara de placer.
-Significa que por fin vamos a sacarnos todas las ganas de coger que tenemos. –Dijo con su boca pegada a mi oído y su mano apoyada sobre mi verga, que estaba tan dura como si fuera de diamante. -¿Te parece buena idea, hermanito?
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Espero que les haya gustado la séptima parte.
Desde ya les agradezco por seguir la historia y por sus puntos y comentarios.
Nos estamos leyendo pronto.
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23 comentarios - Cómo descubrí que mi hermana adora mi pija (Parte VII)
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