Mientras estoy cogiendo duro la vagina y cola de Sandrita, mi yegua de reproducción con quien paso esta cuarentena, les cuento una historieta bien fuerte que me contaron. En estos tiempos está de moda la gastronomía y el enseñar cocina. Un tipo quiso aprender y para eso tomó clases con una bonita y joven profesora. Pero tan buen alumno que aprendió algo más.
El hombre, fachero y grandote, iba a las primeras clases y la llevaba bien, aprendía y la pasaba copado con la mujer, le llamaba la onda de la profe, pero nada más. Con el tiempo, soltero y calentón empezó a engancharse y excitarse con la mina, linda, delgadita, de voz hermosa, fina al palo, imaginen gastronomía. Y entre tanta receta, cocina, libro, clase, el hombre iba entrando en clima. Y para colmo, una vez la mujer le ofreció darle clase a domicilio. Y el tipo aceptó, aunque aún no pensaba ninguna locura, pero sí le seguía con el ojo firme.
La mujer fue a su casa, encima de campera de cuero, cartera fina y hasta maquillada, eso para dar clase, sí. El hombre estaba muy bien vestido y muy perfumado, no sé si ya tenía pensado entrarle. La mujer lo saludó con beso, él se quedó encantado y ahí sí que terminó de calentarse loco. Ella le explicaba, le manejaba la cocina, el otro mironeando el cuerpo perfecto de ella, que encima se agachaba y mostraba su trasero moldeado.
El hombrazo lo resolvió rápido. Antes de que la mujer se fuera, le convidó con fiambre para sandwichitos, los que untó con mucha mayonesa, quería estar bien lleno para darle. La mujer comió encantada con él, ni sospechaba lo que se le venía. Él miraba y miraba a la mujer, manoteaba su campera de cuero fina, la cartera, ambas colgadas en la silla de al lado, y si podía manoteaba su pene excitado. Luego postre, ella chocha, dulce, charlatana. Y se dispuso a irse. Pero él le pidió que se quedara un rato.
Y ahí el quilombo. Aprovechando que ella estaba parada, y hacía ruido con sus finas botas, la abrazó y empujó contra una pared, ella se chocó, él la agarró y empezó a manosearla, mientras la obligó a ir contra su heladera. De la sorpresa ella no atinó a nada, mientras el otro la seguía mimando, toqueteando y diciéndole cositas. De repente ella quiso soltarse, pero él la agarró más fuerte, le pasó las manos por la cola y le metió un dedo en su lindo orificio cubierto de su pantalón negro. Ella gimió de placer, se olvidó de todo y dejó que el tipo le diera. Y le dio soberana pija, le bajó el lonpa, la bombacha fina y su sueño: la penetró a su profe con un buen salchichón dándole duro hasta eyacular semen a borbotones y gritar de la locura, haciéndola acabar a ella. Contenta, la cocinera pidió horno fuerte y el tipo la llevó, se desnudaron y él se la dio por la vagina, frotando ennnnnloquecido y llenándola de semen, y luego quiso cola y se la enchufoneó nomás por la cola taponándola de semen espeso de vuelta. Luego sí, arreglaron para otra clase, todo correctito. Pero el tippo ya se había recibido, si lo que le importaba era cocinar a la profesora.
El hombre, fachero y grandote, iba a las primeras clases y la llevaba bien, aprendía y la pasaba copado con la mujer, le llamaba la onda de la profe, pero nada más. Con el tiempo, soltero y calentón empezó a engancharse y excitarse con la mina, linda, delgadita, de voz hermosa, fina al palo, imaginen gastronomía. Y entre tanta receta, cocina, libro, clase, el hombre iba entrando en clima. Y para colmo, una vez la mujer le ofreció darle clase a domicilio. Y el tipo aceptó, aunque aún no pensaba ninguna locura, pero sí le seguía con el ojo firme.
La mujer fue a su casa, encima de campera de cuero, cartera fina y hasta maquillada, eso para dar clase, sí. El hombre estaba muy bien vestido y muy perfumado, no sé si ya tenía pensado entrarle. La mujer lo saludó con beso, él se quedó encantado y ahí sí que terminó de calentarse loco. Ella le explicaba, le manejaba la cocina, el otro mironeando el cuerpo perfecto de ella, que encima se agachaba y mostraba su trasero moldeado.
El hombrazo lo resolvió rápido. Antes de que la mujer se fuera, le convidó con fiambre para sandwichitos, los que untó con mucha mayonesa, quería estar bien lleno para darle. La mujer comió encantada con él, ni sospechaba lo que se le venía. Él miraba y miraba a la mujer, manoteaba su campera de cuero fina, la cartera, ambas colgadas en la silla de al lado, y si podía manoteaba su pene excitado. Luego postre, ella chocha, dulce, charlatana. Y se dispuso a irse. Pero él le pidió que se quedara un rato.
Y ahí el quilombo. Aprovechando que ella estaba parada, y hacía ruido con sus finas botas, la abrazó y empujó contra una pared, ella se chocó, él la agarró y empezó a manosearla, mientras la obligó a ir contra su heladera. De la sorpresa ella no atinó a nada, mientras el otro la seguía mimando, toqueteando y diciéndole cositas. De repente ella quiso soltarse, pero él la agarró más fuerte, le pasó las manos por la cola y le metió un dedo en su lindo orificio cubierto de su pantalón negro. Ella gimió de placer, se olvidó de todo y dejó que el tipo le diera. Y le dio soberana pija, le bajó el lonpa, la bombacha fina y su sueño: la penetró a su profe con un buen salchichón dándole duro hasta eyacular semen a borbotones y gritar de la locura, haciéndola acabar a ella. Contenta, la cocinera pidió horno fuerte y el tipo la llevó, se desnudaron y él se la dio por la vagina, frotando ennnnnloquecido y llenándola de semen, y luego quiso cola y se la enchufoneó nomás por la cola taponándola de semen espeso de vuelta. Luego sí, arreglaron para otra clase, todo correctito. Pero el tippo ya se había recibido, si lo que le importaba era cocinar a la profesora.
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