-Mañana por la noche tenemos una cita.
-Sí, la cena con las del comité de apoyo a la escuela. No sabes la pereza que me da.
-No, me refiero a después, al acabar.
-¿Qué?
Había pasado más de un mes, cinco semanas exactamente, desde que habíamos ido al parking del Hipercor y el tema parecía haber decaído bastante a pesar de que los días posteriores solamente habláramos de ello. Pero comprendí que había vuelto a las andadas. Me mostró otra imagen de un pene, más oscuro que el anterior, pero también de tamaño considerable.
-Llevo empapada desde ayer por la noche. -¡Ese lenguaje! –De verdad, no te imaginas lo excitada que estoy, y encima esta semana Carlos está de viaje, así que tengo que consolarme sola.
-¡Bibi por favor! No me cuentes esas cosas.
Se rió de mí a carcajadas, negando haberse masturbado pues quería estar completamente despierta y receptiva a todas las sensaciones que el juego le proporcionara, pero estaba impaciente.
-No sabes el morbo que me da. Cenaremos con las monjas de la junta escolar, discutiendo la necesidad de dotar de una rígida educación a nuestras hijas y los valores cristianos que debemos contemplar, para tomarme de postre un buen trago de leche calentita de un mozo de almacén –sentenció sin dejar de reírse.
-Estás loca.
No hay mucho que contar de la cena, más allá de definirla como una reunión de más de dos horas en que las tres monjas, la directora de la escuela y dos maestras que la acompañaban, expusieron a las ocho madres de alumnas que formamos el comité de apoyo las nuevas directrices que pretendían aplicar en aras de encaminar a nuestras hijas en la dirección correcta. Estas charlas no suelen tener demasiada contestación por nuestra parte, pues, exceptuando un par de casos, solemos asistir más por recibir la información que para proponer cambios.
En cuanto nos montamos en el Mercedes de Bibi, ésta envió un mensaje al afortunado. Después de un par de respuestas mutuas, anotó una dirección en el navegador. Once minutos nos separaban de una calle desconocida en un polígono industrial de Cornellà, un pueblo del extrarradio barcelonés en el que no recordaba haber puesto los pies nunca.
En este caso buscábamos un Seat Ibiza rojo. En cuanto lo divisamos, nos acercamos a él y aparcamos a su lado, siendo los dos únicos coches de una calle sombría que seguramente debía estar muy concurrida de día.
Avisé a mi amiga de la indiscreción que suponía que el individuo viera nuestro coche y pudiera anotar la matrícula, pero nos pareció mucho más arriesgado aparcar en una calle paralela y recorrer andando el desierto escenario.
El hombre superaba holgadamente los treinta años y no era nada atractivo. No veíamos su cuerpo ya que estaba sentado en su asiento pero era obvio que tenía sobrepeso. Con ambas ventanillas bajadas, comenzó una conversación escueta y directa. ¿Dama aburrida? ¿Cañón sideral?
A pesar de la ridiculez del seudónimo, el chico parecía educado, nada que ver con el bravucón de la primera vez. Nos disponíamos a entrar en su vehículo cuando nos pidió hacerlo en el de Bibi.
-Que me la chupe una dama de la nobleza me pone, pero que lo haga en su Mercedes es el súmum.
Bibi accedió, pues así cada vez que monte en él a partir de esta noche voy a excitarme recordando el momento, estás enferma, respondí. Ambas bajamos para que ellos pudieran pasar al asiento posterior, yo tomé la misma posición que la vez precedente y comenzó el espectáculo.
Si el hombre carecía de atractivo, su indumentaria, una bermuda estampada y una camiseta negra, empeoraban el conjunto, pero no estábamos allí para asistir a un pase de modelos. Nosotras, en cambio, sí vestíamos acorde a nuestra posición social y a la cita precedente.
Bibi siguió su ritual, anudarse el cabello antes de lanzarse a descubrir el tesoro oculto, mientras el afortunado esperaba impaciente. Tal como la foto nos había anunciado, era más oscura y menos venosa que la anterior. Estaba fláccida y los hinchados testículos tenían un tono morado debido al rasurado que se había aplicado hacía pocas horas.
Esta vez mi amiga no la acarició. En cambio, entonó un Ave María Purísima antes de introducírsela completamente en la boca que me hizo sonreír. Sin duda, estaba muy metida en su excitante papel. El aún moderado tamaño del miembro le permitió alojarla entera en su cavidad mientras sorbía sin ascender para notar como crecía en su interior. Lentamente fue subiendo, liberando otra monstruosidad mientras el chico gemía. Descendió, ascendió, descendió de nuevo para volver a ascender, con la misma lentitud que mostró cinco semanas atrás.
Yo también se lo haré así a Abel, me dije en ese momento. Ese pensamiento me excitó, endureciendo mis pezones y humedeciendo mi sexo. Bibi recorrió todo el pene, alternando paseos con la lengua que acababan en los testículos con sonoras succiones que elevaban la temperatura del habitáculo, así como los jadeos del paciente.
Aguantó menos que el primero pero también fue premiado con una prórroga de varios minutos cuando su simiente ya se alojaba en el estómago de mi amiga.
Un placer guapas, cuando queráis repetir, ya sabéis dónde encontrarme fue su despedida cuando hubo bajado del coche.
-No entiendo cómo puedes habérsela chupado a un gordo asqueroso como éste –fue mi pregunta cuando enfilábamos el camino de vuelta a casa.
-De asqueroso nada. Es la polla más sabrosa que me he comido nunca. –La miré sorprendida, definitivamente había perdido el juicio. –En serio. Sabía superbién. A polla, evidentemente, pero no desprendía aquel olor agrio, medio sucio de algunas. -¡Qué asco! Pensé. –Y el semen sabía dulzón. Tendría que haberle preguntado qué ha comido hoy.
***
A las dos semanas volvíamos a estar en danza. Varias veces la avisé de que se estaba precipitando, que estaba yendo demasiado lejos, pues una cosa era probar una fantasía y ponerla en práctica y otra bien distinta, aficionarse a un juego peligroso.
Pero no quiso escucharme. Definía las dos experiencias como las más placenteras de su vida, exageras, objeté, pero allí estábamos de nuevo, aparcadas delante del Ikea de Badalona un miércoles a las once de la noche esperando al propietario de un pene muy blanco, de pelo rubio, que Bibi mostraba anhelante en la pantalla de su Smartphone. Por primera vez en su vida, mi amiga había llegado primero a una cita.
A los diez minutos apareció una moto negra de gran cilindrada que se dirigió directamente a nuestro coche. Aparcó a nuestro lado y al quitarse el casco asomó un joven rubio, de pelo cortado a cepillo que era francamente guapo. Dudo que tuviera más de veinte años.
Hechas las presentaciones de rigor, entró en el Mercedes. Su juventud, sin duda, le llevó a comportarse de modo impetuoso. No esperó a que Bibi se anudara el cabello, desconocedor de que era uno de los pasos de la puesta en escena de la mujer. Se bajó el pantalón y el slip y se lanzó a sobar los pechos de mi amiga con ansiedad, tratando de desvestir la camiseta Vogue que los cubría. Ésta le detuvo, pidiéndole calma, pero estaba claro que él quería imponer sus reglas.
Afortunadamente para ambas, el crío aguantó muy poco, pues llegó a ponerse realmente desagradable con su insistencia en desnudarla. La verdad es que por un momento temí que la cosa acabara mal.
-Cerdo asqueroso –sentenció Bibi cuando ya estábamos solas en el coche. Asentí, confirmándole que había sufrido por ella. –Para colmo la tenía sucia. Sabía a orines. Quién lo diría con lo guapo que era.
La mala experiencia con el Príncipe Rubio, así se hacía llamar, atemperó las ansias de mi amiga que pareció aparcar el juego una temporada. Que llegara agosto y marchara a Creta y Tanzania ella, a Nueva Zelanda y Australia yo, también supuso un impasse.
***
La vuelta al cole, que era como irónicamente nos referíamos al mes de septiembre por razones obvias, nos tuvo ocupadas con varios actos públicos en representación de una organización benéfica con la que colaborábamos varias socias del club, así como con el inicio del curso escolar que también nos daba más trabajo del que solíamos tener durante el resto del año.
Así que el tema no volvió a surgir hasta mediados de octubre. Aunque debo reconocer que las tres experiencias vividas, sobre todo las dos primeras, habían hecho mella en mí mejorando mi vida de pareja, lo concebía como un juego superado. Una travesura en la que había participado no activamente que estaba en mis recuerdos y que me había permitido incorporar nuevas sensaciones a mi sexualidad.
Así que cuando Bibi me tendió el teléfono para mostrarme varias fotos mientras estábamos tomando una copa de vino blanco en la terraza del club, no entendí a qué se refería hasta que vi la primera imagen orgullosamente obscena. Oscura, imponente, provocativa. ¿Otra vez estás con eso? Su respuesta fue mostrarme tres imágenes más de otros tantos candidatos.
-Mañana jueves salimos juntas a cenar y como postre…
-Bibi, después de la última experiencia pensaba que lo habías dejado. Pasamos un mal rato.
-No tan malo, solamente si lo comparas con las dos anteriores que fueron la leche. –Rió a carcajadas por la metáfora con segundas utilizada. Negué con la cabeza, no tienes remedio, así que insistió: -No te imaginas cuánto lo echo de menos. Estos meses, para poder chupársela a Carlos, para excitarme, necesitaba pensar en ellos, en que estaba en el coche haciéndoselo a ellos, a cualquiera de los tres.
-Estás enferma.
De las cuatro fotos que me mostró, la elegida fue la segunda. Según afirmaba el anunciante, medía 30 centímetros. A saber, pero a Bibi la excitaba el mero hecho de tragarse el pene más grande de su vida. Ella utilizaba otra palabra que rima con olla.
A mí me agradó que su alias fuera Caballero, después de decenas de usuarios autodenominados con los epítetos más soeces que una pueda escuchar. No esperaba que lo fuera en el significado estricto del término, claro, pero tal vez, pensé, sea algo más que un miembro a un cuerpo pegado. En ese momento no era consciente de cuánto significaría para mí.
Esta vez el encuentro se produjo en pleno corazón de Montjuic, la pequeña pero emblemática montaña que limita la ciudad por el sur y que suele estar frecuentada por deportistas y familias de día, por amantes furtivos en coche cuando oscurece. Que el punto de encuentro fuera algo rebuscado y que tuviéramos que utilizar el navegador del teléfono, mostrándonos la ubicación donde aguardaba, para llegar a encontrarnos, no me tranquilizó lo más mínimo.
Nos esperaba en un Audi A6 antiguo. Era mayor que nosotras, unos diez años más le eché, tenía bigote y se peinaba el abundante cabello negro hacia un lado. Aunque Bibi quiso llevar la voz cantante como las otras veces, el hombre no se lo permitió.
-Si tú eres Dama Aburrida, ¿quién eres tú? –preguntó imperativo mirándome de pie apoyado en su coche.
-Soy la amiga que la acompaña pero no participo.
-Ya veo. –Me desnudaba con la mirada. –¿Y si quiero que participes?
Negué. Afortunadamente Bibi salió al rescate, ella sólo mira, para preguntar también arrogante que en qué coche quería hacerlo, además de conminarle a mostrarle los atributos pues de no ser el propietario de la imagen, nos íbamos.
El hombre mantuvo su pose altiva, fría, unos segundos, antes de añadir sin dejar de mirarnos:
-Vamos a dejar las cosas claras desde el principio. Aquí las normas las marco yo. Tú me la chuparás cómo y cuando yo diga. Y tú, participarás si yo lo ordeno. –Un escalofrío recorrió mi columna. –Estas son mis condiciones. Si no os gustan, podéis largaros ahora mismo.
Vámonos de aquí pensé pero no me atreví a decirlo en voz alta. La mirada de aquel hombre intimidaba. Bibi me escrutó por espacio de varios segundos, calibrando mi reacción supongo, pero tampoco respondió. Esperaba que pusiera el coche en marcha y abandonáramos el lugar pero en vez de eso, le devolvió la mirada, vidriosa, anhelante.
Si aún no estaba claro que habíamos claudicado, las manos del caballero abriéndose el pantalón para que asomara su miembro, arrogante, fue nuestra condena. Realmente era la mayor que había visto nunca, la más grande que Bibi iba a degustar.
-Salid del coche las dos –ordenó. Obedecí temblando, mientras mi compañera parecía un animal en celo. –No me la chuparás en ningún coche. Te arrodillarás en el suelo, aquí mismo. Si realmente eres tan buena felatriz como pregonas, deberías saber que una polla se chupa arrodillada. Como acto de pleitesía al macho.
Bibi miró el asfalto, sin duda preocupada por mancharse el vestido o rasgarse las medias. Al llegar al lado de mi amiga, el desconocido continuó usando el mismo tono imperativo y machista:
-A las zorras callejeras no les importa pelarse las rodillas, pero confirmando que realmente sois damas con clase, permitiré que utilices la chaqueta como cojín.
Mi amiga llevaba un vestido de una sola pieza hasta medio muslo, Sita Murt creo, con una torera a juego en tonos oscuros. Sin que él lo hubiera ordenado directamente se la quitó, doblándola, pero antes de que la soltara en el suelo y se arrodillara, el hombre se dirigió a mí.
-Ya que no vas a participar activamente, lo harás de modo pasivo. Quítate también la chaqueta que también servirá de cojín de la reina.
Yo vestía pantalón elástico negro Margot Blandt a juego con una blusa marfil de la misma diseñadora, cubierto por la chaqueta bolero a juego en el mismo color claro. Mi cerebro negaba pero mis manos no le obedecieron. Me la quité, la doblé como había hecho Bibi con la suya y se la tendí, esperando que la mía quedara encima para no ensuciarla.
-Cuando quieras –ordenó mirándola.
Mi amiga preparó el cojín, con mi chaqueta encima afortunadamente, se arrodilló y no dejó de mirar su postre ni un segundo mientras le bajaba los pantalones hasta las rodillas. Sacó la lengua para comenzar lamiéndola, la recorrió hasta los testículos que también cató, para volver al glande que engulló golosa. El miembro ya había adquirido un tamaño considerable cuando el hombre emitió el primer gemido de satisfacción, acompañado de otro mandato humillante:
-Que sea la última vez que apareces con un vestido hasta el cuello. Pareces una monja. Me gusta ver y sobar las tetas de la comepollas que tengo arrodillada. –Par continuar girándose hacia mí. –Por hoy me conformaré con las tuyas. Venga, ¿a qué esperas? Ábrete la blusa y enséñamelas.
-¿Cómo? –llegué a preguntar aturdida. Pero no reaccioné como esperaba, reaccioné como ordenaba él. Desabroché los seis botones de la blusa, me quité el cinturón Corsario a juego, y me desabroché los corchetes dorsales del sujetador mostrándole a aquel desconocido, a cualquiera que pasara por allí, algo que solamente había visto Abel desde hacía dieciséis años.
-Buenas tetas, operadas sin duda. Pero son perfectas. Es obvio que has pagado a un buen cirujano. Las tuyas, en cambio, -continuó mirando hacia la mujer arrodillada –no puedo verlas pero parecen naturales. –Había alargado la mano para sobarle una. -¿Lo son? –Sí, respondió abriendo un poco la boca. –No dejes de chupármela si no te lo ordeno.
Nunca me había sentido tan humillada en mi vida. Estábamos al aire libre, relativamente escondidas pero cualquiera que pasara con el coche podía vernos, arrodillada mi amiga, medio desnuda yo, aguantando el tono machista de un sátiro que disponía de nosotras como si fuéramos esclavas romanas.
La felación era cada vez más sonora. Por los esfuerzos de Bibi para alojar aquella enormidad, respirando, sorbiendo, llegando a tener alguna arcada incluso. Por los gemidos cada vez más continuados, acelerados, del desconocido. Agarró a Bibi del cabello con la mano derecha, yo te ayudo a tragártela entera, para empujar lenta pero sostenidamente su virilidad en la garganta de mi amiga, que se debatía entre salivar, respirar y alojar. A pesar de la tensión en la musculatura de mi compañera, completamente roja en la cara y el cuello, ni ella se retiró ni él retrocedió. Con la nariz de la pobre chica contra su pubis el desalmado aún fue capaz de proferir dos órdenes adornadas por sus jadeos. Aguanta, referido a Bibi, acércate, a mí. Di el paso, sin objeciones. Su mano libre, asió mis pechos, sobándolos, para emitir un profundo gemido, gutural, al inundar la garganta de mi pobre amiga.
La profundidad de la penetración y la fuerza del músculo percutor provocaron que varias arcadas la sacudieran pero aún hoy no entiendo cómo lo hizo para no desalojar aquel pene de su cuerpo. Fue el hombre el que lo retiró lentamente hasta dejar solamente el glande protegido. Cuando mi compañera se apartó para inhalar una profunda bocanada de aire, el caballero tuvo las santísimas narices de afeárselo. ¿Te he dicho que dejes de chupar? Bibi respondió rauda, chupando con desespero, como si acabara de comenzar.
Así estuvimos un rato, sobándome con ambas manos mientras mi amiga no se detenía. Entonces ordenó, límpiame los huevos que los tienes abandonados. Hasta que llegó el colofón de la noche.
-Eres realmente buena. De lo mejor que me he encontrado, pero no estoy satisfecho del todo. Tengo a dos zorritas a mi disposición y solamente trabaja una. -Hizo una pausa para mirarme fijamente, pero negué con la cabeza incapaz de llevarle la contraria. –Si queréis volver a verme debo irme a casa con dos mamadas. Ya que tu amiga no quiere colaborar, ¿serás capaz de exprimirme de nuevo? –Sí, respondió Bibi chupando con más ansia aún, si es que ello era posible.
Lo logró. Pero una amenaza quedó flotando en el aire. La próxima vez tú también participarás.
Llegué a casa temblando. Tiritaba, y no era frío lo que sentía mi cuerpo, pues ardía. Entré en el baño de invitados, ya que utilizar el de nuestra habitación podía despertar a mi marido que debía dormir plácidamente, tratando de lavarme la cara y serenarme. Como esté despierto, lo devoro, le confié a mi reflejo en el espejo, pero al abrirme la blusa deseché tal posibilidad. Dos puntos morados, dos dedos ajenos, mancillaban mi pecho derecho. Pobre, no debe verlo, lo que me sumió en el mayor de los desconsuelos posibles, por no poder consumar un acto que necesitaba, por el punzante sentimiento de culpa que me martirizaba.
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-Sí, la cena con las del comité de apoyo a la escuela. No sabes la pereza que me da.
-No, me refiero a después, al acabar.
-¿Qué?
Había pasado más de un mes, cinco semanas exactamente, desde que habíamos ido al parking del Hipercor y el tema parecía haber decaído bastante a pesar de que los días posteriores solamente habláramos de ello. Pero comprendí que había vuelto a las andadas. Me mostró otra imagen de un pene, más oscuro que el anterior, pero también de tamaño considerable.
-Llevo empapada desde ayer por la noche. -¡Ese lenguaje! –De verdad, no te imaginas lo excitada que estoy, y encima esta semana Carlos está de viaje, así que tengo que consolarme sola.
-¡Bibi por favor! No me cuentes esas cosas.
Se rió de mí a carcajadas, negando haberse masturbado pues quería estar completamente despierta y receptiva a todas las sensaciones que el juego le proporcionara, pero estaba impaciente.
-No sabes el morbo que me da. Cenaremos con las monjas de la junta escolar, discutiendo la necesidad de dotar de una rígida educación a nuestras hijas y los valores cristianos que debemos contemplar, para tomarme de postre un buen trago de leche calentita de un mozo de almacén –sentenció sin dejar de reírse.
-Estás loca.
No hay mucho que contar de la cena, más allá de definirla como una reunión de más de dos horas en que las tres monjas, la directora de la escuela y dos maestras que la acompañaban, expusieron a las ocho madres de alumnas que formamos el comité de apoyo las nuevas directrices que pretendían aplicar en aras de encaminar a nuestras hijas en la dirección correcta. Estas charlas no suelen tener demasiada contestación por nuestra parte, pues, exceptuando un par de casos, solemos asistir más por recibir la información que para proponer cambios.
En cuanto nos montamos en el Mercedes de Bibi, ésta envió un mensaje al afortunado. Después de un par de respuestas mutuas, anotó una dirección en el navegador. Once minutos nos separaban de una calle desconocida en un polígono industrial de Cornellà, un pueblo del extrarradio barcelonés en el que no recordaba haber puesto los pies nunca.
En este caso buscábamos un Seat Ibiza rojo. En cuanto lo divisamos, nos acercamos a él y aparcamos a su lado, siendo los dos únicos coches de una calle sombría que seguramente debía estar muy concurrida de día.
Avisé a mi amiga de la indiscreción que suponía que el individuo viera nuestro coche y pudiera anotar la matrícula, pero nos pareció mucho más arriesgado aparcar en una calle paralela y recorrer andando el desierto escenario.
El hombre superaba holgadamente los treinta años y no era nada atractivo. No veíamos su cuerpo ya que estaba sentado en su asiento pero era obvio que tenía sobrepeso. Con ambas ventanillas bajadas, comenzó una conversación escueta y directa. ¿Dama aburrida? ¿Cañón sideral?
A pesar de la ridiculez del seudónimo, el chico parecía educado, nada que ver con el bravucón de la primera vez. Nos disponíamos a entrar en su vehículo cuando nos pidió hacerlo en el de Bibi.
-Que me la chupe una dama de la nobleza me pone, pero que lo haga en su Mercedes es el súmum.
Bibi accedió, pues así cada vez que monte en él a partir de esta noche voy a excitarme recordando el momento, estás enferma, respondí. Ambas bajamos para que ellos pudieran pasar al asiento posterior, yo tomé la misma posición que la vez precedente y comenzó el espectáculo.
Si el hombre carecía de atractivo, su indumentaria, una bermuda estampada y una camiseta negra, empeoraban el conjunto, pero no estábamos allí para asistir a un pase de modelos. Nosotras, en cambio, sí vestíamos acorde a nuestra posición social y a la cita precedente.
Bibi siguió su ritual, anudarse el cabello antes de lanzarse a descubrir el tesoro oculto, mientras el afortunado esperaba impaciente. Tal como la foto nos había anunciado, era más oscura y menos venosa que la anterior. Estaba fláccida y los hinchados testículos tenían un tono morado debido al rasurado que se había aplicado hacía pocas horas.
Esta vez mi amiga no la acarició. En cambio, entonó un Ave María Purísima antes de introducírsela completamente en la boca que me hizo sonreír. Sin duda, estaba muy metida en su excitante papel. El aún moderado tamaño del miembro le permitió alojarla entera en su cavidad mientras sorbía sin ascender para notar como crecía en su interior. Lentamente fue subiendo, liberando otra monstruosidad mientras el chico gemía. Descendió, ascendió, descendió de nuevo para volver a ascender, con la misma lentitud que mostró cinco semanas atrás.
Yo también se lo haré así a Abel, me dije en ese momento. Ese pensamiento me excitó, endureciendo mis pezones y humedeciendo mi sexo. Bibi recorrió todo el pene, alternando paseos con la lengua que acababan en los testículos con sonoras succiones que elevaban la temperatura del habitáculo, así como los jadeos del paciente.
Aguantó menos que el primero pero también fue premiado con una prórroga de varios minutos cuando su simiente ya se alojaba en el estómago de mi amiga.
Un placer guapas, cuando queráis repetir, ya sabéis dónde encontrarme fue su despedida cuando hubo bajado del coche.
-No entiendo cómo puedes habérsela chupado a un gordo asqueroso como éste –fue mi pregunta cuando enfilábamos el camino de vuelta a casa.
-De asqueroso nada. Es la polla más sabrosa que me he comido nunca. –La miré sorprendida, definitivamente había perdido el juicio. –En serio. Sabía superbién. A polla, evidentemente, pero no desprendía aquel olor agrio, medio sucio de algunas. -¡Qué asco! Pensé. –Y el semen sabía dulzón. Tendría que haberle preguntado qué ha comido hoy.
***
A las dos semanas volvíamos a estar en danza. Varias veces la avisé de que se estaba precipitando, que estaba yendo demasiado lejos, pues una cosa era probar una fantasía y ponerla en práctica y otra bien distinta, aficionarse a un juego peligroso.
Pero no quiso escucharme. Definía las dos experiencias como las más placenteras de su vida, exageras, objeté, pero allí estábamos de nuevo, aparcadas delante del Ikea de Badalona un miércoles a las once de la noche esperando al propietario de un pene muy blanco, de pelo rubio, que Bibi mostraba anhelante en la pantalla de su Smartphone. Por primera vez en su vida, mi amiga había llegado primero a una cita.
A los diez minutos apareció una moto negra de gran cilindrada que se dirigió directamente a nuestro coche. Aparcó a nuestro lado y al quitarse el casco asomó un joven rubio, de pelo cortado a cepillo que era francamente guapo. Dudo que tuviera más de veinte años.
Hechas las presentaciones de rigor, entró en el Mercedes. Su juventud, sin duda, le llevó a comportarse de modo impetuoso. No esperó a que Bibi se anudara el cabello, desconocedor de que era uno de los pasos de la puesta en escena de la mujer. Se bajó el pantalón y el slip y se lanzó a sobar los pechos de mi amiga con ansiedad, tratando de desvestir la camiseta Vogue que los cubría. Ésta le detuvo, pidiéndole calma, pero estaba claro que él quería imponer sus reglas.
Afortunadamente para ambas, el crío aguantó muy poco, pues llegó a ponerse realmente desagradable con su insistencia en desnudarla. La verdad es que por un momento temí que la cosa acabara mal.
-Cerdo asqueroso –sentenció Bibi cuando ya estábamos solas en el coche. Asentí, confirmándole que había sufrido por ella. –Para colmo la tenía sucia. Sabía a orines. Quién lo diría con lo guapo que era.
La mala experiencia con el Príncipe Rubio, así se hacía llamar, atemperó las ansias de mi amiga que pareció aparcar el juego una temporada. Que llegara agosto y marchara a Creta y Tanzania ella, a Nueva Zelanda y Australia yo, también supuso un impasse.
***
La vuelta al cole, que era como irónicamente nos referíamos al mes de septiembre por razones obvias, nos tuvo ocupadas con varios actos públicos en representación de una organización benéfica con la que colaborábamos varias socias del club, así como con el inicio del curso escolar que también nos daba más trabajo del que solíamos tener durante el resto del año.
Así que el tema no volvió a surgir hasta mediados de octubre. Aunque debo reconocer que las tres experiencias vividas, sobre todo las dos primeras, habían hecho mella en mí mejorando mi vida de pareja, lo concebía como un juego superado. Una travesura en la que había participado no activamente que estaba en mis recuerdos y que me había permitido incorporar nuevas sensaciones a mi sexualidad.
Así que cuando Bibi me tendió el teléfono para mostrarme varias fotos mientras estábamos tomando una copa de vino blanco en la terraza del club, no entendí a qué se refería hasta que vi la primera imagen orgullosamente obscena. Oscura, imponente, provocativa. ¿Otra vez estás con eso? Su respuesta fue mostrarme tres imágenes más de otros tantos candidatos.
-Mañana jueves salimos juntas a cenar y como postre…
-Bibi, después de la última experiencia pensaba que lo habías dejado. Pasamos un mal rato.
-No tan malo, solamente si lo comparas con las dos anteriores que fueron la leche. –Rió a carcajadas por la metáfora con segundas utilizada. Negué con la cabeza, no tienes remedio, así que insistió: -No te imaginas cuánto lo echo de menos. Estos meses, para poder chupársela a Carlos, para excitarme, necesitaba pensar en ellos, en que estaba en el coche haciéndoselo a ellos, a cualquiera de los tres.
-Estás enferma.
De las cuatro fotos que me mostró, la elegida fue la segunda. Según afirmaba el anunciante, medía 30 centímetros. A saber, pero a Bibi la excitaba el mero hecho de tragarse el pene más grande de su vida. Ella utilizaba otra palabra que rima con olla.
A mí me agradó que su alias fuera Caballero, después de decenas de usuarios autodenominados con los epítetos más soeces que una pueda escuchar. No esperaba que lo fuera en el significado estricto del término, claro, pero tal vez, pensé, sea algo más que un miembro a un cuerpo pegado. En ese momento no era consciente de cuánto significaría para mí.
Esta vez el encuentro se produjo en pleno corazón de Montjuic, la pequeña pero emblemática montaña que limita la ciudad por el sur y que suele estar frecuentada por deportistas y familias de día, por amantes furtivos en coche cuando oscurece. Que el punto de encuentro fuera algo rebuscado y que tuviéramos que utilizar el navegador del teléfono, mostrándonos la ubicación donde aguardaba, para llegar a encontrarnos, no me tranquilizó lo más mínimo.
Nos esperaba en un Audi A6 antiguo. Era mayor que nosotras, unos diez años más le eché, tenía bigote y se peinaba el abundante cabello negro hacia un lado. Aunque Bibi quiso llevar la voz cantante como las otras veces, el hombre no se lo permitió.
-Si tú eres Dama Aburrida, ¿quién eres tú? –preguntó imperativo mirándome de pie apoyado en su coche.
-Soy la amiga que la acompaña pero no participo.
-Ya veo. –Me desnudaba con la mirada. –¿Y si quiero que participes?
Negué. Afortunadamente Bibi salió al rescate, ella sólo mira, para preguntar también arrogante que en qué coche quería hacerlo, además de conminarle a mostrarle los atributos pues de no ser el propietario de la imagen, nos íbamos.
El hombre mantuvo su pose altiva, fría, unos segundos, antes de añadir sin dejar de mirarnos:
-Vamos a dejar las cosas claras desde el principio. Aquí las normas las marco yo. Tú me la chuparás cómo y cuando yo diga. Y tú, participarás si yo lo ordeno. –Un escalofrío recorrió mi columna. –Estas son mis condiciones. Si no os gustan, podéis largaros ahora mismo.
Vámonos de aquí pensé pero no me atreví a decirlo en voz alta. La mirada de aquel hombre intimidaba. Bibi me escrutó por espacio de varios segundos, calibrando mi reacción supongo, pero tampoco respondió. Esperaba que pusiera el coche en marcha y abandonáramos el lugar pero en vez de eso, le devolvió la mirada, vidriosa, anhelante.
Si aún no estaba claro que habíamos claudicado, las manos del caballero abriéndose el pantalón para que asomara su miembro, arrogante, fue nuestra condena. Realmente era la mayor que había visto nunca, la más grande que Bibi iba a degustar.
-Salid del coche las dos –ordenó. Obedecí temblando, mientras mi compañera parecía un animal en celo. –No me la chuparás en ningún coche. Te arrodillarás en el suelo, aquí mismo. Si realmente eres tan buena felatriz como pregonas, deberías saber que una polla se chupa arrodillada. Como acto de pleitesía al macho.
Bibi miró el asfalto, sin duda preocupada por mancharse el vestido o rasgarse las medias. Al llegar al lado de mi amiga, el desconocido continuó usando el mismo tono imperativo y machista:
-A las zorras callejeras no les importa pelarse las rodillas, pero confirmando que realmente sois damas con clase, permitiré que utilices la chaqueta como cojín.
Mi amiga llevaba un vestido de una sola pieza hasta medio muslo, Sita Murt creo, con una torera a juego en tonos oscuros. Sin que él lo hubiera ordenado directamente se la quitó, doblándola, pero antes de que la soltara en el suelo y se arrodillara, el hombre se dirigió a mí.
-Ya que no vas a participar activamente, lo harás de modo pasivo. Quítate también la chaqueta que también servirá de cojín de la reina.
Yo vestía pantalón elástico negro Margot Blandt a juego con una blusa marfil de la misma diseñadora, cubierto por la chaqueta bolero a juego en el mismo color claro. Mi cerebro negaba pero mis manos no le obedecieron. Me la quité, la doblé como había hecho Bibi con la suya y se la tendí, esperando que la mía quedara encima para no ensuciarla.
-Cuando quieras –ordenó mirándola.
Mi amiga preparó el cojín, con mi chaqueta encima afortunadamente, se arrodilló y no dejó de mirar su postre ni un segundo mientras le bajaba los pantalones hasta las rodillas. Sacó la lengua para comenzar lamiéndola, la recorrió hasta los testículos que también cató, para volver al glande que engulló golosa. El miembro ya había adquirido un tamaño considerable cuando el hombre emitió el primer gemido de satisfacción, acompañado de otro mandato humillante:
-Que sea la última vez que apareces con un vestido hasta el cuello. Pareces una monja. Me gusta ver y sobar las tetas de la comepollas que tengo arrodillada. –Par continuar girándose hacia mí. –Por hoy me conformaré con las tuyas. Venga, ¿a qué esperas? Ábrete la blusa y enséñamelas.
-¿Cómo? –llegué a preguntar aturdida. Pero no reaccioné como esperaba, reaccioné como ordenaba él. Desabroché los seis botones de la blusa, me quité el cinturón Corsario a juego, y me desabroché los corchetes dorsales del sujetador mostrándole a aquel desconocido, a cualquiera que pasara por allí, algo que solamente había visto Abel desde hacía dieciséis años.
-Buenas tetas, operadas sin duda. Pero son perfectas. Es obvio que has pagado a un buen cirujano. Las tuyas, en cambio, -continuó mirando hacia la mujer arrodillada –no puedo verlas pero parecen naturales. –Había alargado la mano para sobarle una. -¿Lo son? –Sí, respondió abriendo un poco la boca. –No dejes de chupármela si no te lo ordeno.
Nunca me había sentido tan humillada en mi vida. Estábamos al aire libre, relativamente escondidas pero cualquiera que pasara con el coche podía vernos, arrodillada mi amiga, medio desnuda yo, aguantando el tono machista de un sátiro que disponía de nosotras como si fuéramos esclavas romanas.
La felación era cada vez más sonora. Por los esfuerzos de Bibi para alojar aquella enormidad, respirando, sorbiendo, llegando a tener alguna arcada incluso. Por los gemidos cada vez más continuados, acelerados, del desconocido. Agarró a Bibi del cabello con la mano derecha, yo te ayudo a tragártela entera, para empujar lenta pero sostenidamente su virilidad en la garganta de mi amiga, que se debatía entre salivar, respirar y alojar. A pesar de la tensión en la musculatura de mi compañera, completamente roja en la cara y el cuello, ni ella se retiró ni él retrocedió. Con la nariz de la pobre chica contra su pubis el desalmado aún fue capaz de proferir dos órdenes adornadas por sus jadeos. Aguanta, referido a Bibi, acércate, a mí. Di el paso, sin objeciones. Su mano libre, asió mis pechos, sobándolos, para emitir un profundo gemido, gutural, al inundar la garganta de mi pobre amiga.
La profundidad de la penetración y la fuerza del músculo percutor provocaron que varias arcadas la sacudieran pero aún hoy no entiendo cómo lo hizo para no desalojar aquel pene de su cuerpo. Fue el hombre el que lo retiró lentamente hasta dejar solamente el glande protegido. Cuando mi compañera se apartó para inhalar una profunda bocanada de aire, el caballero tuvo las santísimas narices de afeárselo. ¿Te he dicho que dejes de chupar? Bibi respondió rauda, chupando con desespero, como si acabara de comenzar.
Así estuvimos un rato, sobándome con ambas manos mientras mi amiga no se detenía. Entonces ordenó, límpiame los huevos que los tienes abandonados. Hasta que llegó el colofón de la noche.
-Eres realmente buena. De lo mejor que me he encontrado, pero no estoy satisfecho del todo. Tengo a dos zorritas a mi disposición y solamente trabaja una. -Hizo una pausa para mirarme fijamente, pero negué con la cabeza incapaz de llevarle la contraria. –Si queréis volver a verme debo irme a casa con dos mamadas. Ya que tu amiga no quiere colaborar, ¿serás capaz de exprimirme de nuevo? –Sí, respondió Bibi chupando con más ansia aún, si es que ello era posible.
Lo logró. Pero una amenaza quedó flotando en el aire. La próxima vez tú también participarás.
Llegué a casa temblando. Tiritaba, y no era frío lo que sentía mi cuerpo, pues ardía. Entré en el baño de invitados, ya que utilizar el de nuestra habitación podía despertar a mi marido que debía dormir plácidamente, tratando de lavarme la cara y serenarme. Como esté despierto, lo devoro, le confié a mi reflejo en el espejo, pero al abrirme la blusa deseché tal posibilidad. Dos puntos morados, dos dedos ajenos, mancillaban mi pecho derecho. Pobre, no debe verlo, lo que me sumió en el mayor de los desconsuelos posibles, por no poder consumar un acto que necesitaba, por el punzante sentimiento de culpa que me martirizaba.
continua------------>>>>Posts recientes
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