Pudo sentir toda su piel erizarse, era consciente del aire, hasta de las luces que la rozaban mientras veía a la mujer mas hermosa que había conocido rozar sus labios llenos de carne y sensualidad con una birome, pensando en vaya a saber qué...
No notó nunca la cantidad de tiempo que se quedó mirándola agazapada entre sus propios libros, pero si notó una sensación que bajaba y subía por sus zonas más erógenas, entre sus piernas y hasta en la punta de los dedos.
Mientras su novedoso objeto de deseo bajaba la lapicera y se ponía a escribir, ella decidió bajar sus manos con disimulo entre sus piernas y decidió acariciar un poco sus labios exteriores por sobre sus calzas, al menos para calmar un instante el fuego que el abrazaba todo el área.
Había visto mujeres hermosas, pero nunca una como esta, nunca le habían despertado el instinto de querer tirar todos los libros y comerle la boca sobre esta mesa, desnudarla y descubrir si cada centimetro de su cuerpo era tan bello y sensual como sus ojos y sus labios.
Garabateó algo en un papel, pero tuvo un segundo de lucidez recordando la voz de su mejor amiga: “nunca textees caliente”. Acá aplicaba, por eso se levantó y fue al baño de la planta superior de la biblioteca.
Ahí si, sus fantasías tuvieron rienda suelta, se imaginó frotando su clítoris con cada milimetro de esos labios rojos como la sangre, se vió pasando su lengua por el cuello de esa diosa griega, rozando sus labios por sus pezones firmes con toda la piel erizada.
No pudo evitar soltar un pequeño gemido cuando sintió su mano empaparse en orgasmos mientras se difuminaba de su mente la imagen de las piernas de ambas entrelazadas en un nudo de extasis.
Se limpió, subió su bombacha con dibujos de frutas y su calza. Una vez en la biblioteca juntó sus cuadernos y libros; tomó el papel con su declaración y lo dejó sobre la mesa de su nueva deidad sexual. Su amiga le dijo que no textee caliente, que esperer a enfriarse, pero no le dijo qué hacer si después de la calentura su cuerpo empezaba a hervir.
No notó nunca la cantidad de tiempo que se quedó mirándola agazapada entre sus propios libros, pero si notó una sensación que bajaba y subía por sus zonas más erógenas, entre sus piernas y hasta en la punta de los dedos.
Mientras su novedoso objeto de deseo bajaba la lapicera y se ponía a escribir, ella decidió bajar sus manos con disimulo entre sus piernas y decidió acariciar un poco sus labios exteriores por sobre sus calzas, al menos para calmar un instante el fuego que el abrazaba todo el área.
Había visto mujeres hermosas, pero nunca una como esta, nunca le habían despertado el instinto de querer tirar todos los libros y comerle la boca sobre esta mesa, desnudarla y descubrir si cada centimetro de su cuerpo era tan bello y sensual como sus ojos y sus labios.
Garabateó algo en un papel, pero tuvo un segundo de lucidez recordando la voz de su mejor amiga: “nunca textees caliente”. Acá aplicaba, por eso se levantó y fue al baño de la planta superior de la biblioteca.
Ahí si, sus fantasías tuvieron rienda suelta, se imaginó frotando su clítoris con cada milimetro de esos labios rojos como la sangre, se vió pasando su lengua por el cuello de esa diosa griega, rozando sus labios por sus pezones firmes con toda la piel erizada.
No pudo evitar soltar un pequeño gemido cuando sintió su mano empaparse en orgasmos mientras se difuminaba de su mente la imagen de las piernas de ambas entrelazadas en un nudo de extasis.
Se limpió, subió su bombacha con dibujos de frutas y su calza. Una vez en la biblioteca juntó sus cuadernos y libros; tomó el papel con su declaración y lo dejó sobre la mesa de su nueva deidad sexual. Su amiga le dijo que no textee caliente, que esperer a enfriarse, pero no le dijo qué hacer si después de la calentura su cuerpo empezaba a hervir.
0 comentarios - Una diosa en la biblioteca (Relato Soft)