Soy profesora de Lengua y Literatura, mi primer trabajo fue en contexto de encierro. La idea de trabajar en un contexto así, me excitaba. Saber que iba a dar clases a femicidas, ladrones, violadores y asesinos no me perturbaba. Por el contrario, sentía mucha adrenalina. Llegó el día tan anhelado, iba conocer a mis estudiantes rebeldes, así los llamaba. Si estaban ahí, era porque algo malo habrìan hecho. Cuando llegué a la unidad, el ruido de puertas cerradas con llaves, me inquietó. Su identificación, por favor, me dijo el guardia de entrada, su identificación señorita, me volvió a repetir. Perdón, le dije y le pasé mi documento. Estaba un poco distraída, pensativa por ese mundo tan desconocido para mí. Me pidió una firma y llamó a los internos. Yo decidí esperarlos en el salón. Comenzaron a llegar uno por uno, se presentaban. Hola, profe, soy García, me puede llamar Yony. Hola, señora, soy Guzmán, todos me dicen el Chapo (risas). Así, iban llegando de a uno.
El último en llegar fue, Tomás. Hola, soy Tomás, se presentó. Algo en él me cautivó. Quizá fue su rudeza. Siempre me gustaron los hombre rudos y salvajes. Cuando regresé a mi casa no hacía otra cosa que pensar en él. Pasaron varios meses, y la atracción que sentía fue aumentando. Yo intuía que también, gustaba de mí, por su forma de mirarme y de hablarme. Muchas veces lo imaginé sin ropa, lo veía lleno de tatuajes, de heridas y cicatrices producto de alguna que otra riña ocasionada en la celda. Ya no aguantaba las ganas de tenerlo dentro de mí, cada vez que lo veía era inevitable no sentir mi vagina hervir de pasión. Una mañana, decidí sacarlo a la escuela solo a él. El guardia me preguntó, ¿pasa algo con el resto de los internos? Le dije que no, que lo sacaba solo a Tomás porque era el único que había salido mal en el examen y debía recuperar. Lo esperé en el aula, ese día él estaba más ardiente que de costumbre. Llevaba una camisa que dejaba entrever su musculatura. Luego, de meses de deseos acumulados no decidí esperar más. Sabìa que los guardias no interrumpirìan. Asi que, me abalancè junto a él, vi cómo sus ojos se posaban en mis senos. Tomé sus manos y las apoyé en mis tetas. Empezó a tocármelas, mientras yo, le desprendía la bragueta y metía mi mano. Sentí cómo se erectaba y eso me excitaba. Me subí encima de él, no fue difícil porque llevaba una pollera. Me corrió la bombacha y metió el dedo, luego hizo que lo chupe. Acomodó su pene en mi vagina y comenzó a penetrarme. Yo me movía como loca, mientras me apretaba mis nalgas con sus manos y me chupaba las tetas. Cuando sentí que acabó, lo abracé fuertemente y lo besé tan lento y suave que aún recuerdo sus labios. Al día siguiente, renuncié. Sabía que no podía continuar porque si lo hacía iba a terminar enamorándome de él. A veces, me pregunto si habrá logrado su libertad, si aún me piensa o me desea.
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