Como presentación, mi nombre es jafet y sin más. Me atrevo a escribir esta historia porque al ser algo tan increíble, pero que me ha llevado a conseguir una vida de placer y felicidad, quiero compartirla con todos ustedes . Aseguro para el que quiera seguir leyendo, que más que un relato erótico, es una autentica historia de amor, con las connotaciones pasionales que corresponden al desenfreno amoroso de dos personas que se llegan a amar ardientemente.
Comienza mi narración cuando era un joven más o menos corriente con sus veintitrés años, cuya vida transcurría como la de muchos jóvenes de la misma edad. Terminaba la carrera de Económicas en una universidad de Estados Unidos gracias a una beca y volvía a mi ciudad para disfrutar de un buen ganado periodo vacacional.
Desde hacia dos años estuve ausente de casa y tenía ganas de ver y estar con mi madre. Digo solo mi madre, porque aunque enviudó hacía años, se casó con un hombre que conoció en el hospital donde trabajaba, con el que no tengo ningún tipo de relación. Le traté poco porque centrado en mis estudios y los dos años ausente, apenas lo he tratado. Solamente me parecía un guaperas estúpido con mucha palabrería. Llevaba tres años junto a mi madre en nuestro piso y salvando los primeros momentos de relación, me daba la sensación de que las cosas no iban muy bien entre ellos, dormían en habitaciones separadas y dudaba que tuvieran relaciones sexuales. En su momento, dije a mi madre que creía se equivocaba casándose con ese hombre, pero respeté su decisión y se convirtió en mi padrastro.
El hecho de mi historia comenzó el mismo día que regresé después del largo viaje desde los Estados Unidos. Era domingo bien entrada la tarde cuando llegué a casa. Mi madre se encontraba en esos momentos sola y la bienvenida que me deparó era la que esperaba después de tanto tiempo. Me colmó de besos y abrazos, así como de preguntas trascendentales propias de esos momentos.
Una vez demostrado el afecto y el cariño que teníamos por ambas partes, me dirigí con las maletas a mi habitación. Fui ordenando la ropa en el armario y me encontraba organizando unos papeles cuando entró mi madre en la habitación. Tenía yo en esos momentos un pequeño sobre en la mano que contenía una fotografía un poco comprometida y por un acto reflejo, llevé la mano a la espalda como queriendo esconder el sobre.
-¿Qué eso tan importante que escondes cariño? –dijo mi madre risueña.
-Nada, no es nada importante –contesté.
-Pues enséñamelo –me respondió acercándose.
Separé mi mano de la espalda y mostrando el sobre dije:
-Ya ves es un sobre sin importancia.
No se como se las apañó pero en un momento desapareció el sobre de mi mano y fue a parar a las suyas. Riéndose a carcajada limpia, salió de la habitación corriendo. Yo me fui tras ella pidiendo que me lo devolviera, pero ella no me hacía caso y siguiendo con su risa graciosa, parecía que estábamos practicando el juego “¡a que no me atrapas!”. En un movimiento rápido, se dirigió a su habitación pero no le dio tiempo a cerrar la puerta al impedirlo mi pié. Dentro de la habitación me puse delante de ella.
-Dámelo –le pedí seriamente.
A mi madre le resultaba gracioso el juego que se llevaba y en lugar de darme el pequeño sobre se lo metió dentro del pecho.
-agarralo si te atreves –me desafió.
Me abalancé hacia ella siguiendo su juego. Se echó hacia atrás de tal forma que se encontró con el borde de la cama y cayó sobre la ella y yo encima. Estuvimos forcejeando y mi mano introducida dentro de su blusa rozando sus pechos, estaba a punto de coger el sobre cuando una voz desde la puerta de la habitación sonó como un trueno.
-¿Qué coño están haciendo?
Era la voz de mi padrastro que volvía a casa y por lo que observé bien cargadito de alcohol.
Se acabó el juego. Mi madre se puso seria y nos levantamos rápidamente. Yo estaba azorado, inexpiablemente mi miembro, en la lucha con mi madre en la cama por recuperar el sobre, se había puesto completamente erecto y sentía como un ardor. Era algo incomprensible: ¿cómo era posible que hubiera llegado a tal excitación? Era mi madre y eso era algo insólito. Lo dejé correr. Pensé que posiblemente era fruto de la agitación por el forcejeo con ella.
Estaba cansado del viaje y les dije que me retiraba a mi habitación. Ya metido en mi cama, estaba pensando que al cortarnos nuestro padrastro, no llegué a recuperar el sobre y continuaba en poder de mi madre. Unas voces que llegaban desde el salón que se encontraba contiguo a mi habitación, centraron mi atención. Se oían claramente y más por el tono que estaban empleando.
-No vuelvas a interrumpirme nunca y menos si estoy con mi hijo –decía mi madre con tono autoritario.
-Eres una zorra –gritaba mi padrastro-, no quieres follar conmigo y te encuentro encamada con tu hijo.
-No te consiento que me digas esas cosas… Y contigo ya sabes que lo nuestro fue una equivocación y jamás me tendrás.
Comenzaron a subir el tono de voz hasta que mi madre claramente exclamó:
-¡No te soporto ni te aguanto más, bastante he hecho con permitirte vivir aquí. Vete de mi casa y no vuelvas nunca!
Un chillido escandaloso salió de la boca de mi padrastro.
-A mí no me amenaces furcia –fueron sus palabras y tras ellas oí un sonoro golpe.
No pude más y salí rápidamente de mi habitación. Me presenté en el salón y no pude remediar el puñetazo que implanté en el rostro de mi padrastro.
No fue para menos el golpe que le di, viendo a mi madre en el suelo llorando con la cara enrojecida. No era un hombre muy fornido y yo le superaba en envergadura, así que no respondió a mi agresión
Si mi madre le había exigido que se fuera, yo no fui menos, le agarré del cuello y lo puse de patitas en la calle.
-No te quiero ver más por aquí. Ya ajustaremos cuentas pero no vuelvas a acercarte a mi madre –fueron las palabras que le acompañaron en la despedida.
Volví al salón y mi madre ya se había levantado del suelo y estaba recostada en el sofá. Fui al lavabo, humedecí un paño y volví donde estaba mi madre para humedecer su mejilla sonrojada, fruto de la bofetada recibida.
Intenté calmarla y mis labios secaban las lágrimas que desprendían sus ojos. Se iba serenando aunque todavía tenía una especie de hipo que le hacía oscilar su pecho. Se abrazó a mí y así estuvimos largo tiempo hasta que se separó y me propinó un beso en los labios para decirme después:
-Gracias hijo mío. Me gustaría que no te separaras de mí nunca.
Me volvió a besar, se levantó del sofá y se fue al baño. Yo alucinaba, de nuevo mi pene se revelaba y se había endurecido. Me preguntaba si no era un pervertido que no tenía consideración a lo que representaba mi madre. No se trataba de una de esas chicas que conocí en Estados Unidos, que si se terciaba nos desfogábamos con total consentimiento entre ambos, si nuestros cuerpos lo deseaban… Era mi madre.
Me fui a mi cama y tumbado en ella, me prometí que me controlaría y que ese hecho no debiera volver a ocurrir.
Al día siguiente convencí a mi madre a que fuéramos a primera hora a la comisaría de policía a denunciar por violencia de género a mi padrastro. Por lo visto anteriormente la había amenazado pero nunca se había atrevido a golpearla. Había leído algo al respecto y una buena medida era poner una denuncia para después obtener más fácilmente la separación matrimonial.
Pasé toda la mañana con ella e incluso fuimos a comer a un restaurante próximo al hospital donde ella trabajaba de enfermera. Ese lunes tenía turno de tarde y hasta que se despidió de mí para entrar en el hospital, no me separé de ella. Fue una mañana distinta. Me sentí muy a gusto con mi madre paseando. Agarrada ella de mi brazo, parecíamos una autentica pareja en lugar de madre e hijo.
Nunca me había fijado en ella como ese día y aunque intentaba apartar de mi mente deseos que se apartaban de una pura relación entre madre e hijo, el comportamiento de mi madre junto a mí, nada obedecía a lo que éramos, o eso a mí me lo parecía. Se sentía feliz y por cualquier cosa por simple que fuera se reía apretando con más fuerza mi brazo.
Lo cierto es que se conservaba divinamente. Todavía era relativamente joven. Se había casado a muy temprana edad y sus cuarenta años de esos momentos no quedaban reflejados todavía en su rostro y su cuerpo. Muy bien podía competir con cualquier mujer de bastante menor edad que ella. ¿Cómo era posible que antes hubiera pasado desapercibido este hecho? Sí que siempre le había dicho que era muy guapa, pero mis observaciones no iban más allá del simple hecho del reconocimiento de un hijo hacia su madre por ser tan bonita.
Dejé a mi madre en el hospital dándonos un beso para despedirnos y aunque le brindé la mejilla ella me agarró con sus dos manos la cara y nuestros labios se fundieron en un dulce beso.
Cada momento que pasaba todo se me hacía más difícil. Intentaba por una parte alejar todo pensamiento incestuoso, pero por otra parte el proceder tan distinto conmigo que tenía mi madre, me dejaba perplejo. Intenté pasar página y me dispuse a buscar a mis amigos para pasar la tarde con ellos.
Llegué a casa aproximadamente sobre las diez. Mi madre todavía tardaría en llegar porque aunque su hora de salida eran las diez de la noche, todavía se demoraría una hora en llegar a casa.
Me encontraba algo mareado. Había podido reunirme con los amigos y aprovechamos para ir de tascas tomando vinos. A pesar que los vinos eran acompañados de tapas, fue tal la cantidad que tomamos que el alcohol no dejaba de cumplir su efecto en mi cabeza.
Me tendí en la cama para ver si se me pasaba y me quedé adormecido. El ruido de la puerta de mi habitación al abrirse me despabiló. La habitación estaba algo oscura pero vi perfectamente la silueta de mi madre. Me hice el dormido, pero con los ojos entornados seguí sus movimientos. Se acercó sigilosamente creyéndome dormido y colocó un sobre pequeño encima de la mesilla. Con los acontecimientos ocurridos ya casi se me había olvidado, deduje en esos momentos que se trataba del sobre que me había quitado el día anterior. Seguramente ya habría visto la foto que contenía y se dispuso a devolverla sin que yo me enterase. No era de esas fotos que puedes ir enseñando a una madre y por eso mi lucha con ella para poder recuperarla.
No se que llegaría mi madre a pensar. Se trataba de una foto que me hicieron en una fiesta estudiantil, donde todos estábamos cargados de alcohol hasta las orejas. Me mostraba casi completamente desnudo al igual que la chica que me acompañaba, a la que le estaba mordiendo un pezón.
Dejando este pensamiento, volvamos a lo que sucedía en mi habitación. Mi madre a pesar de la penumbra podía distinguir perfectamente que estaba echado en la cama completamente vestido y con el calor que hacía en la habitación, se dispuso a aligerarme de alguna ropa.
Yo continuaba haciéndome el dormido notando como su mano recorría mi cuerpo desabrochando la camisa y quitándome el pantalón y ahí fue cuando descubrió que mi slip estaba completamente abultado escondiendo a duras penas mi miembro completamente erecto. Sus manos se separaron de mi cuerpo en un acto reflejo para después de contemplarme unos instantes. Volvió a poner su mano en la parte abultada del slip y acarició suavemente el lugar donde más protuberancia notaba. Un pequeño movimiento que realicé hizo que apartara su mano, levantarse y salir rápidamente de mi habitación. No me dio tiempo a reaccionar. No sabía que pensar. Allí el único que lo tenía claro era mi pene. El simple contacto de mi madre le excitaba de tal manera que se manifestaba claramente sin ningún pudor.
Una lucha se desarrollaba en mi mente. No dejaba de ver a mi madre como una mujer completamente atractiva fácil de querer y desear. Un sentimiento por mi madre había renacido en mí que me estaba perturbando. Poseía todos los componentes que esperaba de una mujer. Solo había un gran impedimento que parecía ser insalvable.
Algo similar creía le debía pasar a mi madre. Su comportamiento conmigo era distinto pero algo fuerte la detenía para seguir adelante. A la vista estaba su reacción después de sus caricias. Por otra parte, según me comentó después de la denuncia en la comisaría de policía, se sentía completamente liberada de las ataduras con mi padrastro con el que no mantenía ninguna relación desde casi recién casada. Le permitió vivir en casa pero cada uno llevaba su vida. Un comportamiento más que indebido de mi padrastro le llevó a tomar esa decisión.
Vueltas y vueltas le daba a esta situación y siempre llegaba a la conclusión de que mi madre no me era indiferente como mujer. Los acontecimientos ocurridos me podían facilitar las cosas y de alguna manera bien podía yo suplir los afectos que carecía mi madre, independiente de los que ya teníamos como madre e hijo.
No pude más, dejé los prejuicios incestuosos a un lado y no se si envalentonado por el alcohol que llevaba o el ardor que tenía en ese momento, me levante me desnudé completamente, me puse el pijama que tenía debajo de la almohada y me dirigí a la habitación de mi madre que es donde se encontraría al no sentirla por otro sitio de la casa.
El susto que se llevó fue tremendo cuando abrí su puerta y la encontré completamente desnuda. Como pudo, se puso delante de su cuerpo el camisón corto que estaba a punto de colocarse.
Espectacular, era una de las palabras adecuadas para definir lo que mis ojos estaban viendo. No recordaba haber visto antes a Adriana desnuda (en esos momentos dejaba de ver en ella a mi madre para reconocerla simplemente por su nombre). Se vislumbraba en ella un cuerpo bien moldeado desde la cabeza hasta los pies. Fue como una ráfaga, antes de que se parapetase con el camisón, pero también aprecié unos pechos turgentes que acompañaban divinamente a ese cuerpo.
No sabía que había pasado entre mi padrastro y Adriana pero no me extrañaba que estuviera furioso si hacía tanto tiempo que tenía vedado disfrutar de ese cuerpo.
-¿Qué pasa jafet ?, me has dado un susto de muerte –sus palabras me despertaron de mis pensamientos.
Era la primera vez desde hace muchísimo tiempo que se dirigía a mí por mi nombre. Lo que pensaba parecía estar en lo cierto, algo distinto veía ella en mí.
-¿Te has asustado porque te he visto desnuda?
-Me he asustado porque no esperaba ver a nadie.
-Pues aquí tienes a alguien… Quiero hablar contigo.
Siguiendo en la misma posición con su camisón como escudo me respondió:
-¿Y no puedes esperar hasta mañana?
-No, lo que quiero que hablemos tiene que ser ya.
-Está bien, anda vuélvete para que me ponga el camisón
-¿Pero si ya te he visto desnuda?
-Anda, date la vuelta un momento que me has hecho pasar mucha vergüenza.
Me di la vuelta mientras le decía:
-No se que vergüenza tienes que tener teniendo el cuerpo que tienes, más de una jovencita querría pasar por esa vergüenza.
-¡Ya! – exclamó para que me volviera.
-Sigues estando radiante –le dije viendo que seguía estando encantadora con el corto camisón.
Acompañada con una sonrisa giró dándose una vuelta.
-¿Te gusta?
-Me gustas muchísimo.
-Tonto, te digo el camisón.
-Sigo diciendo lo mismo.
Se le fue la sonrisa, como queriendo eludir mi apreciación sobre ella, se sentó en la cama y me preguntó:
-¿De que quieres que hablemos que es tan urgente?
Me acerque a la cama. Se encontraba sentada apoyándose en la cabecera de la cama y yo me senté a un lado con los pies apoyados en el suelo.
-De ti y de mí –le respondí una vez que estaba cerca de ella.
-¿De ti y de mí?... ¿Y que quieres que hablemos? ¡No me asustes!
-Porqué te había de asustar.
-No se, acabas de llegar y puede que me digas que te vas a marchar porque tienes algún compromiso.
-No tengo ningún compromiso. Mi único compromiso está contigo y de eso quiero que hablemos.
Mi mano se acercó a una de sus piernas y comenzó a acariciarla. Adriana no decía nada y yo continué:
-¿Tú te sientes a gusto conmigo?
-Que cosas tienes. Como no voy a sentirme a gusto contigo si eres lo que más quiero en el mundo.
-Aparte de eso. Me refiero si como mujer sientes algo distinto por mí.
Algo le produjeron mis palabras porque comenzó a ruborizarse.
-No sigas por favor jafet.
-¿Porqué?
-Porque no puede ser.
-Por lo que intuyo te pasa lo mismo que a mí.
-¿Qué te pasa a ti?
-Que no puedo aparte de mi mente y te deseo.
-Pero eso es una locura.
-Si locura es desear acariciarte y entregarme a ti estas en lo cierto.
-¡Pero jafet soy tu madre!
-Adriana , no olvido que eres mi madre pero estoy sintiendo por ti algo diferente y creo que tú también lo sientes por mí.
Me aproximé a ella y la atraje hacia mí uniendo mis labios a los suyos en un prolongado beso.
-Esto es una locura –dijo Adriana al retirarse.
Me miraba fijamente al mismo tiempo que movía la cabeza negativamente como no estando de acuerdo en lo que estábamos diciendo ni haciendo.
-Adriana, se que es una locura lo que siento por ti, pero si de verdad tu no sientes lo mismo por mí y no quieres que siga lo entenderé.
-jafet…, de verdad quiero que sigas, pero algo me dice que no debo. Te veo distinto y más desde ayer que vi en ti un hombre que podía salir en mi defensa. Has dejado de ser mi niño y has pasado a ocupar el puesto de tu padre pero no se hasta que punto estoy dispuesta.
No tenía prisa, anhelaba que ella llegara a desearme tanto como yo la deseaba y suavemente la abracé volviendo a unir sus labios a los míos. Esta vez nuestras lenguas jugaron entre ellas y nos separamos cuando casi nos quedamos sin respiración.
-Por favor no sigas jafet…
No le hice caso, seguí besándola por la cara para seguir por el cuello mientras los dedos de mis manos intentaban desprender los tirantes de su camisón.
No me dejó terminar. Se separó de mí para decirme:
-jafet… ¿Sabes bien lo que estamos haciendo?... Si seguimos podemos llegar a cometer incesto. No deberíamos continuar.
-Ya lo sé lo que es incesto –respondí-, pero no deja de ser una mera palabra que podemos saltarla si los dos sentimos lo mismo. Yo esto no quiero que sea un deseo de un día. Quiero entregarme a ti para siempre y vivir contigo como pareja con todas las consecuencias.
-¿De verdad piensas eso?
-Claro. A ti no tengo porque mentirte.
Me abrazó con fuerza como queriendo que no me escapara de ella y nuestros labios se buscaron para fundirse en un nuevo y acalorado beso. Sin soltarme pero separando sus labios exclamó:
-¡Ámame jafet, ámame siempre!
Esta vez no me frenó para poder desprenderle del camisón que más bien era un picardías y ella hizo lo propio con mi pijama.
Dos esplendorosos pechos quedaron al descubierto amen de su magnifico cuerpo. Si cuando entré por la puerta me pareció espectacular, en ese momento que la tenía tan cerca me pareció soberbia.
-Deja que admire tu bello cuerpo Adriana–le dije fascinado, mientras ella por puro instinto se puso las manos en los pechos como señal de pudor.
Yo suavemente desplacé sus manos y los dejé al descubierto. Eran unos pechos turgentes ni muy grandes ni muy pequeños que habían sido míos en mi niñez y que ahora se presentaban para poseerlos de nuevo.
-No son tan bonitos como los de la foto que tienes –dijo Adriana viendo que mis ojos no se apartaban de ellos.
-¿Qué dices?... Que más quisiera esa tener estos pechos.
-¿Quién es? –quiso saber.
-Una compañera inglesa.
-la llegaste a amar.
-Llegamos a hacer el amor pero no a amarnos.
-¿Cómo me elijes a mí, teniendo esas jovencitas?
-Porque he tenido otras relaciones sé lo que quiero y no hay otra como tú. No te preocupes no hay nadie que te pueda sustituir.
Me incline hacia ella y mis labios volvieron a fundirse en los suyos para después ir desplazándose a través de su cuello, llegar a sus tersos y suaves pechos, buscando sus pezones completamente erectos que pedían con avidez ser mamados.
Las manos de Adriana se perdían en mi cabeza agarrando con fuerza mi cabello, a la vez que su cabeza se inclinaba hacia atrás y de su boca se desprendían unos pequeños gemidos.
Con mis labios fui recorriendo todo su cuerpo hasta alcanzar su parte más codiciada. Un vello fino intentaba esconder sus labios genitales que celosamente custodiaban la entrada de su vagina y el clítoris. Mi lengua no descanso en recorrer la zona hasta llegar al clítoris donde me recreé aplicando pequeños mordiscos que produjo una excitación tal en Adriana que sus manos, agarradas a mi cabello, apretaba fuertemente dando la sensación de querer despojarme de él.
Adriana se retorcía y con sus muslos apretaba mi rostro. Mis manos extendidas en sus tersas nalgas, todavía ayudaban más al choque de su vulva en mi boca y los jadeos de Adriana se oían por toda la habitación.
No tardó en desprenderse de su vagina un flujo que inundó mi boca de un sabor entre dulce y acido. Me supo a gloria.
-Me vas a matar jafet… me vas a matar… -suspiraba Adriana entre sus gemidos.
Me tomó con sus manos la cara y continuó diciendo:
-Ven jafet, bésame…, te quiero…, te quiero para mí – decía entre suspiros.
Mi boca tenía restos del flujo que había desprendido su vagina pero no le importó en absoluto cuando se unieron nuestros labios.
Volvimos a abrazarnos y besarnos. Adriana estaba exultante, su cara reflejaba un estado de placer que denotaba una tremenda felicidad.
-Nunca me he sentido como ahora – me decía con esa voz entrecortada -. Jafet…, hazme tuya totalmente…, por favor.
Volví a besarla y mi pene completamente erecto como aguardando esas palabras se puso en marcha dirigiéndose a la gruta húmeda que momentos antes había abandonado mi boca. Fue una entrada suave. Se notaba que hacía tiempo que nadie había explorado esa cueva.
El flujo que humedecía su vagina, ayudaron a que mi miembro entrara poco a poco hasta lo más profundo. Comencé con pequeños movimientos hacia delante y hacia atrás hasta imprimir mayor rapidez. Sentía las uñas de Adriana que se clavaban en mi espalda, mientras su boca volvía a efectuar unos jadeos impresionantes que eran acompasados por los míos. Los muslos de Adriana me tenían atenazados como impidiendo que abandonara su vagina. Me estaba entrando una excitación tan grande que presagiaba mi próxima eyaculación y fue cuando le dije:
-Adriana, estoy a punto de correrme, déjame salir.
-Si a ti no te importa…, me gustaría que me invadas de tu semen…, quiero notar en el fondo de mi vagina el calor de tu esperma. –fue lo que me respondió con su voz susurrante.
No necesitaba oír nada más. Notaba que llegaba la culminación de nuestro coito y al grito de placer de Adriana qq se le unió el mío. Nuestros orgasmos se produjeron casi al unísono. Mientras su vagina desprendía una gran cantidad de flujo mi miembro la llenaba de semen que con fuerza se aposentó en lo más profundo de su vagina.
No encontraba palabras que definiese ese momento, sensacional era poco. Nunca me había encontrado tan desinhibido haciendo el amor y actuado con tanta espontaneidad. Me había entregado totalmente y a Adriana le debía pasar otro tanto. Nuestros pechos oscilaban acompañados de una respiración intensa y nuestros cuerpos se encontraban completamente sudados.
Nos extendimos el uno junto al otro en la cama y nos agarramos de la mano. Adriana fue la primera que rompió nuestro silencio.
-jafet, me has hecho sentir el placer más grande de toda mi vida. Jamás podía imaginar que iba a llegar a tener esta sensación y más con mi propio hijo.
-¿Te arrepientes? –le pregunté por si lamentaba lo que habíamos llevado a cabo.
-Debiera, pero me siento tan feliz que lo único que me preocupa es si a ti te pasa lo mismo.
-Te refieres a si me arrepiento.
-No, no, me refiero si te sientes tan feliz como yo… ¿o en verdad te arrepientes?
Me giré cogí su cara con las dos manos y le di un beso para después decirle:
-Si me aceptas como tu hombre, me harás el más feliz de los mortales. Por mi parte quiero que esto lo repitamos todas las veces que nos plazca y montemos nuestra vida como nos satisfaga a nosotros, sin ningún prejuicio.
-Como no voy a aceptarte si lo eres todo para mí. Lo único que me pasa es que todavía me siento aturdida. Esto es maravilloso, es como un sueño y no me gustaría despertarme pero aquí te tengo. Eres mi amor, mi tesoro eres mi todo y te quiero hacer muy feliz.
Adriana al igual que yo le había hecho antes, me cogió con ambas manos la cara y me inundó a besos. No se paró aquí. Se puso encima de mí y continuó besándome por todo el cuerpo. Su desplazamiento llegó a mi pene que ya empezaba a ponerse firmes y sin ningún rubor, ayudándose de una mano lo cogió con suavidad y se lo fue introduciendo en la boca absorbiéndolo como si se tratara de un polo. Cuando vio que estaba en su plenitud, retiro su boca del pene, a pesar que le dije:
-Sigue…, mi vida…, sigue.
No me hizo caso. Se puso de rodillas abarcando mi cuerpo con sus muslos y cogiendo el pene con la mano lo dirigió a la entrada de su vagina. Con un suave movimiento de su cuerpo, hizo que penetrara en su interior hasta que nuestras pelvis chocaron.
-Perdona mi tesoro… pero hoy deseo que descargues tu semen en mis entrañas, quiero tener todo tuyo dentro de mí –dijo para justificar el abandono de mi pene de su boca.
No dije nada. Me estaba entrando tal excitación que no me podía contener. Mis manos se agarraban a sus pechos como si fuera un salvavidas y Adriana seguía con sus movimientos hacia arriba y hacia abajo con desenfreno. Mis nalgas acompasaban a sus movimientos hasta que llegó el momento cumbre. Un grito acompañó a la tremenda eyaculación que descargué en el interior de su vagina.
Al igual que sucedió en la anterior ocasión, como si estuviéramos de acuerdo, el grito de Adriana acompañó al mió. Nuestros tremendos orgasmos habían coincidido. Si mi esperma bañaba sus entrañas, su flujo se desplazaba por mi pene para perderse entre el vello púbico.
Como si se desvaneciese cayó Adriana encima de mí. Sus pechos se hundieron en los míos y a pesar de estar sofocada, su boca buscó afanosamente la mía. Sus labios apretaban con intensidad los míos hasta que su lengua fue suavemente introduciéndose en mi boca dando vueltas enlazándose con la mía. Mientras, mis manos aprovechaban para acariciarle su pelo, su cuello, su espalda hasta llegar a sus nalgas suaves y tersas para aferrarme a ellas.
Algún momento de respiración tomábamos para volver a enfrascarnos en un autentico goce y placer. No podíamos más y extenuados quedamos tendidos encima de la cama.
-Voy a explotar de felicidad…, bendita la hora que te has fijado en mí…, eres mi vida, mi amor, mi cielo… Repíteme otra vez que me quieres.
-¿Que si te quiero? – le respondí-. Eres el amor de mi vida y nunca he sentido con nadie lo que estoy sintiendo contigo.
-Gracias mi amor… Una cosa quería decirte: ¿te ha molestado antes que separase mi boca de tu pene?
-No, pero creía que me ibas a dejar eyacular en tu boca.
-No te preocupes tesoro, volveré a tener en mi boca tu pene y podrás eyacular en ella cuanto gustes, así podré saborear tu semen. Por si no lo sabes, nunca he tenido en mi boca el miembro de un hombre, tenía cierta repulsa pero contigo he perdido todos los escrúpulos y si no he dejado que eyacules en mi boca, es porque deseaba que tu pene penetrase de nuevo en mi vagina y tu esperma impregnase lo más intimo de mí.
-Si esto te lleva a que algo mío se gestione en tu cuerpo me sentiré complacido.
-¿De verdad te gustaría quedase embarazada?
-Naturalmente. Seria el fruto de nuestra unión.
-Tenía pensado tomar en el hospital la pastilla del día después pero si deseas que engendre nuestro propio hijo, eso me hace sentirme la más feliz de las mujeres.
Podía seguir contando la diversidad de goces y placeres que nos obsequiamos, pero os los podéis imaginar. Era un amor sincero, pasional y con una entrega de ambos constante. Sigue siéndolo, han pasado ocho años y en ningún momento nos hemos arrepentido de lo que comenzó con un simple juego para rescatar un sobre.
Para terminar os contaré que vivimos dichosamente en otra ciudad, tenemos dos preciosas criaturas y la felicidad de la que gozamos Adriana y yo no tiene fin.
Comienza mi narración cuando era un joven más o menos corriente con sus veintitrés años, cuya vida transcurría como la de muchos jóvenes de la misma edad. Terminaba la carrera de Económicas en una universidad de Estados Unidos gracias a una beca y volvía a mi ciudad para disfrutar de un buen ganado periodo vacacional.
Desde hacia dos años estuve ausente de casa y tenía ganas de ver y estar con mi madre. Digo solo mi madre, porque aunque enviudó hacía años, se casó con un hombre que conoció en el hospital donde trabajaba, con el que no tengo ningún tipo de relación. Le traté poco porque centrado en mis estudios y los dos años ausente, apenas lo he tratado. Solamente me parecía un guaperas estúpido con mucha palabrería. Llevaba tres años junto a mi madre en nuestro piso y salvando los primeros momentos de relación, me daba la sensación de que las cosas no iban muy bien entre ellos, dormían en habitaciones separadas y dudaba que tuvieran relaciones sexuales. En su momento, dije a mi madre que creía se equivocaba casándose con ese hombre, pero respeté su decisión y se convirtió en mi padrastro.
El hecho de mi historia comenzó el mismo día que regresé después del largo viaje desde los Estados Unidos. Era domingo bien entrada la tarde cuando llegué a casa. Mi madre se encontraba en esos momentos sola y la bienvenida que me deparó era la que esperaba después de tanto tiempo. Me colmó de besos y abrazos, así como de preguntas trascendentales propias de esos momentos.
Una vez demostrado el afecto y el cariño que teníamos por ambas partes, me dirigí con las maletas a mi habitación. Fui ordenando la ropa en el armario y me encontraba organizando unos papeles cuando entró mi madre en la habitación. Tenía yo en esos momentos un pequeño sobre en la mano que contenía una fotografía un poco comprometida y por un acto reflejo, llevé la mano a la espalda como queriendo esconder el sobre.
-¿Qué eso tan importante que escondes cariño? –dijo mi madre risueña.
-Nada, no es nada importante –contesté.
-Pues enséñamelo –me respondió acercándose.
Separé mi mano de la espalda y mostrando el sobre dije:
-Ya ves es un sobre sin importancia.
No se como se las apañó pero en un momento desapareció el sobre de mi mano y fue a parar a las suyas. Riéndose a carcajada limpia, salió de la habitación corriendo. Yo me fui tras ella pidiendo que me lo devolviera, pero ella no me hacía caso y siguiendo con su risa graciosa, parecía que estábamos practicando el juego “¡a que no me atrapas!”. En un movimiento rápido, se dirigió a su habitación pero no le dio tiempo a cerrar la puerta al impedirlo mi pié. Dentro de la habitación me puse delante de ella.
-Dámelo –le pedí seriamente.
A mi madre le resultaba gracioso el juego que se llevaba y en lugar de darme el pequeño sobre se lo metió dentro del pecho.
-agarralo si te atreves –me desafió.
Me abalancé hacia ella siguiendo su juego. Se echó hacia atrás de tal forma que se encontró con el borde de la cama y cayó sobre la ella y yo encima. Estuvimos forcejeando y mi mano introducida dentro de su blusa rozando sus pechos, estaba a punto de coger el sobre cuando una voz desde la puerta de la habitación sonó como un trueno.
-¿Qué coño están haciendo?
Era la voz de mi padrastro que volvía a casa y por lo que observé bien cargadito de alcohol.
Se acabó el juego. Mi madre se puso seria y nos levantamos rápidamente. Yo estaba azorado, inexpiablemente mi miembro, en la lucha con mi madre en la cama por recuperar el sobre, se había puesto completamente erecto y sentía como un ardor. Era algo incomprensible: ¿cómo era posible que hubiera llegado a tal excitación? Era mi madre y eso era algo insólito. Lo dejé correr. Pensé que posiblemente era fruto de la agitación por el forcejeo con ella.
Estaba cansado del viaje y les dije que me retiraba a mi habitación. Ya metido en mi cama, estaba pensando que al cortarnos nuestro padrastro, no llegué a recuperar el sobre y continuaba en poder de mi madre. Unas voces que llegaban desde el salón que se encontraba contiguo a mi habitación, centraron mi atención. Se oían claramente y más por el tono que estaban empleando.
-No vuelvas a interrumpirme nunca y menos si estoy con mi hijo –decía mi madre con tono autoritario.
-Eres una zorra –gritaba mi padrastro-, no quieres follar conmigo y te encuentro encamada con tu hijo.
-No te consiento que me digas esas cosas… Y contigo ya sabes que lo nuestro fue una equivocación y jamás me tendrás.
Comenzaron a subir el tono de voz hasta que mi madre claramente exclamó:
-¡No te soporto ni te aguanto más, bastante he hecho con permitirte vivir aquí. Vete de mi casa y no vuelvas nunca!
Un chillido escandaloso salió de la boca de mi padrastro.
-A mí no me amenaces furcia –fueron sus palabras y tras ellas oí un sonoro golpe.
No pude más y salí rápidamente de mi habitación. Me presenté en el salón y no pude remediar el puñetazo que implanté en el rostro de mi padrastro.
No fue para menos el golpe que le di, viendo a mi madre en el suelo llorando con la cara enrojecida. No era un hombre muy fornido y yo le superaba en envergadura, así que no respondió a mi agresión
Si mi madre le había exigido que se fuera, yo no fui menos, le agarré del cuello y lo puse de patitas en la calle.
-No te quiero ver más por aquí. Ya ajustaremos cuentas pero no vuelvas a acercarte a mi madre –fueron las palabras que le acompañaron en la despedida.
Volví al salón y mi madre ya se había levantado del suelo y estaba recostada en el sofá. Fui al lavabo, humedecí un paño y volví donde estaba mi madre para humedecer su mejilla sonrojada, fruto de la bofetada recibida.
Intenté calmarla y mis labios secaban las lágrimas que desprendían sus ojos. Se iba serenando aunque todavía tenía una especie de hipo que le hacía oscilar su pecho. Se abrazó a mí y así estuvimos largo tiempo hasta que se separó y me propinó un beso en los labios para decirme después:
-Gracias hijo mío. Me gustaría que no te separaras de mí nunca.
Me volvió a besar, se levantó del sofá y se fue al baño. Yo alucinaba, de nuevo mi pene se revelaba y se había endurecido. Me preguntaba si no era un pervertido que no tenía consideración a lo que representaba mi madre. No se trataba de una de esas chicas que conocí en Estados Unidos, que si se terciaba nos desfogábamos con total consentimiento entre ambos, si nuestros cuerpos lo deseaban… Era mi madre.
Me fui a mi cama y tumbado en ella, me prometí que me controlaría y que ese hecho no debiera volver a ocurrir.
Al día siguiente convencí a mi madre a que fuéramos a primera hora a la comisaría de policía a denunciar por violencia de género a mi padrastro. Por lo visto anteriormente la había amenazado pero nunca se había atrevido a golpearla. Había leído algo al respecto y una buena medida era poner una denuncia para después obtener más fácilmente la separación matrimonial.
Pasé toda la mañana con ella e incluso fuimos a comer a un restaurante próximo al hospital donde ella trabajaba de enfermera. Ese lunes tenía turno de tarde y hasta que se despidió de mí para entrar en el hospital, no me separé de ella. Fue una mañana distinta. Me sentí muy a gusto con mi madre paseando. Agarrada ella de mi brazo, parecíamos una autentica pareja en lugar de madre e hijo.
Nunca me había fijado en ella como ese día y aunque intentaba apartar de mi mente deseos que se apartaban de una pura relación entre madre e hijo, el comportamiento de mi madre junto a mí, nada obedecía a lo que éramos, o eso a mí me lo parecía. Se sentía feliz y por cualquier cosa por simple que fuera se reía apretando con más fuerza mi brazo.
Lo cierto es que se conservaba divinamente. Todavía era relativamente joven. Se había casado a muy temprana edad y sus cuarenta años de esos momentos no quedaban reflejados todavía en su rostro y su cuerpo. Muy bien podía competir con cualquier mujer de bastante menor edad que ella. ¿Cómo era posible que antes hubiera pasado desapercibido este hecho? Sí que siempre le había dicho que era muy guapa, pero mis observaciones no iban más allá del simple hecho del reconocimiento de un hijo hacia su madre por ser tan bonita.
Dejé a mi madre en el hospital dándonos un beso para despedirnos y aunque le brindé la mejilla ella me agarró con sus dos manos la cara y nuestros labios se fundieron en un dulce beso.
Cada momento que pasaba todo se me hacía más difícil. Intentaba por una parte alejar todo pensamiento incestuoso, pero por otra parte el proceder tan distinto conmigo que tenía mi madre, me dejaba perplejo. Intenté pasar página y me dispuse a buscar a mis amigos para pasar la tarde con ellos.
Llegué a casa aproximadamente sobre las diez. Mi madre todavía tardaría en llegar porque aunque su hora de salida eran las diez de la noche, todavía se demoraría una hora en llegar a casa.
Me encontraba algo mareado. Había podido reunirme con los amigos y aprovechamos para ir de tascas tomando vinos. A pesar que los vinos eran acompañados de tapas, fue tal la cantidad que tomamos que el alcohol no dejaba de cumplir su efecto en mi cabeza.
Me tendí en la cama para ver si se me pasaba y me quedé adormecido. El ruido de la puerta de mi habitación al abrirse me despabiló. La habitación estaba algo oscura pero vi perfectamente la silueta de mi madre. Me hice el dormido, pero con los ojos entornados seguí sus movimientos. Se acercó sigilosamente creyéndome dormido y colocó un sobre pequeño encima de la mesilla. Con los acontecimientos ocurridos ya casi se me había olvidado, deduje en esos momentos que se trataba del sobre que me había quitado el día anterior. Seguramente ya habría visto la foto que contenía y se dispuso a devolverla sin que yo me enterase. No era de esas fotos que puedes ir enseñando a una madre y por eso mi lucha con ella para poder recuperarla.
No se que llegaría mi madre a pensar. Se trataba de una foto que me hicieron en una fiesta estudiantil, donde todos estábamos cargados de alcohol hasta las orejas. Me mostraba casi completamente desnudo al igual que la chica que me acompañaba, a la que le estaba mordiendo un pezón.
Dejando este pensamiento, volvamos a lo que sucedía en mi habitación. Mi madre a pesar de la penumbra podía distinguir perfectamente que estaba echado en la cama completamente vestido y con el calor que hacía en la habitación, se dispuso a aligerarme de alguna ropa.
Yo continuaba haciéndome el dormido notando como su mano recorría mi cuerpo desabrochando la camisa y quitándome el pantalón y ahí fue cuando descubrió que mi slip estaba completamente abultado escondiendo a duras penas mi miembro completamente erecto. Sus manos se separaron de mi cuerpo en un acto reflejo para después de contemplarme unos instantes. Volvió a poner su mano en la parte abultada del slip y acarició suavemente el lugar donde más protuberancia notaba. Un pequeño movimiento que realicé hizo que apartara su mano, levantarse y salir rápidamente de mi habitación. No me dio tiempo a reaccionar. No sabía que pensar. Allí el único que lo tenía claro era mi pene. El simple contacto de mi madre le excitaba de tal manera que se manifestaba claramente sin ningún pudor.
Una lucha se desarrollaba en mi mente. No dejaba de ver a mi madre como una mujer completamente atractiva fácil de querer y desear. Un sentimiento por mi madre había renacido en mí que me estaba perturbando. Poseía todos los componentes que esperaba de una mujer. Solo había un gran impedimento que parecía ser insalvable.
Algo similar creía le debía pasar a mi madre. Su comportamiento conmigo era distinto pero algo fuerte la detenía para seguir adelante. A la vista estaba su reacción después de sus caricias. Por otra parte, según me comentó después de la denuncia en la comisaría de policía, se sentía completamente liberada de las ataduras con mi padrastro con el que no mantenía ninguna relación desde casi recién casada. Le permitió vivir en casa pero cada uno llevaba su vida. Un comportamiento más que indebido de mi padrastro le llevó a tomar esa decisión.
Vueltas y vueltas le daba a esta situación y siempre llegaba a la conclusión de que mi madre no me era indiferente como mujer. Los acontecimientos ocurridos me podían facilitar las cosas y de alguna manera bien podía yo suplir los afectos que carecía mi madre, independiente de los que ya teníamos como madre e hijo.
No pude más, dejé los prejuicios incestuosos a un lado y no se si envalentonado por el alcohol que llevaba o el ardor que tenía en ese momento, me levante me desnudé completamente, me puse el pijama que tenía debajo de la almohada y me dirigí a la habitación de mi madre que es donde se encontraría al no sentirla por otro sitio de la casa.
El susto que se llevó fue tremendo cuando abrí su puerta y la encontré completamente desnuda. Como pudo, se puso delante de su cuerpo el camisón corto que estaba a punto de colocarse.
Espectacular, era una de las palabras adecuadas para definir lo que mis ojos estaban viendo. No recordaba haber visto antes a Adriana desnuda (en esos momentos dejaba de ver en ella a mi madre para reconocerla simplemente por su nombre). Se vislumbraba en ella un cuerpo bien moldeado desde la cabeza hasta los pies. Fue como una ráfaga, antes de que se parapetase con el camisón, pero también aprecié unos pechos turgentes que acompañaban divinamente a ese cuerpo.
No sabía que había pasado entre mi padrastro y Adriana pero no me extrañaba que estuviera furioso si hacía tanto tiempo que tenía vedado disfrutar de ese cuerpo.
-¿Qué pasa jafet ?, me has dado un susto de muerte –sus palabras me despertaron de mis pensamientos.
Era la primera vez desde hace muchísimo tiempo que se dirigía a mí por mi nombre. Lo que pensaba parecía estar en lo cierto, algo distinto veía ella en mí.
-¿Te has asustado porque te he visto desnuda?
-Me he asustado porque no esperaba ver a nadie.
-Pues aquí tienes a alguien… Quiero hablar contigo.
Siguiendo en la misma posición con su camisón como escudo me respondió:
-¿Y no puedes esperar hasta mañana?
-No, lo que quiero que hablemos tiene que ser ya.
-Está bien, anda vuélvete para que me ponga el camisón
-¿Pero si ya te he visto desnuda?
-Anda, date la vuelta un momento que me has hecho pasar mucha vergüenza.
Me di la vuelta mientras le decía:
-No se que vergüenza tienes que tener teniendo el cuerpo que tienes, más de una jovencita querría pasar por esa vergüenza.
-¡Ya! – exclamó para que me volviera.
-Sigues estando radiante –le dije viendo que seguía estando encantadora con el corto camisón.
Acompañada con una sonrisa giró dándose una vuelta.
-¿Te gusta?
-Me gustas muchísimo.
-Tonto, te digo el camisón.
-Sigo diciendo lo mismo.
Se le fue la sonrisa, como queriendo eludir mi apreciación sobre ella, se sentó en la cama y me preguntó:
-¿De que quieres que hablemos que es tan urgente?
Me acerque a la cama. Se encontraba sentada apoyándose en la cabecera de la cama y yo me senté a un lado con los pies apoyados en el suelo.
-De ti y de mí –le respondí una vez que estaba cerca de ella.
-¿De ti y de mí?... ¿Y que quieres que hablemos? ¡No me asustes!
-Porqué te había de asustar.
-No se, acabas de llegar y puede que me digas que te vas a marchar porque tienes algún compromiso.
-No tengo ningún compromiso. Mi único compromiso está contigo y de eso quiero que hablemos.
Mi mano se acercó a una de sus piernas y comenzó a acariciarla. Adriana no decía nada y yo continué:
-¿Tú te sientes a gusto conmigo?
-Que cosas tienes. Como no voy a sentirme a gusto contigo si eres lo que más quiero en el mundo.
-Aparte de eso. Me refiero si como mujer sientes algo distinto por mí.
Algo le produjeron mis palabras porque comenzó a ruborizarse.
-No sigas por favor jafet.
-¿Porqué?
-Porque no puede ser.
-Por lo que intuyo te pasa lo mismo que a mí.
-¿Qué te pasa a ti?
-Que no puedo aparte de mi mente y te deseo.
-Pero eso es una locura.
-Si locura es desear acariciarte y entregarme a ti estas en lo cierto.
-¡Pero jafet soy tu madre!
-Adriana , no olvido que eres mi madre pero estoy sintiendo por ti algo diferente y creo que tú también lo sientes por mí.
Me aproximé a ella y la atraje hacia mí uniendo mis labios a los suyos en un prolongado beso.
-Esto es una locura –dijo Adriana al retirarse.
Me miraba fijamente al mismo tiempo que movía la cabeza negativamente como no estando de acuerdo en lo que estábamos diciendo ni haciendo.
-Adriana, se que es una locura lo que siento por ti, pero si de verdad tu no sientes lo mismo por mí y no quieres que siga lo entenderé.
-jafet…, de verdad quiero que sigas, pero algo me dice que no debo. Te veo distinto y más desde ayer que vi en ti un hombre que podía salir en mi defensa. Has dejado de ser mi niño y has pasado a ocupar el puesto de tu padre pero no se hasta que punto estoy dispuesta.
No tenía prisa, anhelaba que ella llegara a desearme tanto como yo la deseaba y suavemente la abracé volviendo a unir sus labios a los míos. Esta vez nuestras lenguas jugaron entre ellas y nos separamos cuando casi nos quedamos sin respiración.
-Por favor no sigas jafet…
No le hice caso, seguí besándola por la cara para seguir por el cuello mientras los dedos de mis manos intentaban desprender los tirantes de su camisón.
No me dejó terminar. Se separó de mí para decirme:
-jafet… ¿Sabes bien lo que estamos haciendo?... Si seguimos podemos llegar a cometer incesto. No deberíamos continuar.
-Ya lo sé lo que es incesto –respondí-, pero no deja de ser una mera palabra que podemos saltarla si los dos sentimos lo mismo. Yo esto no quiero que sea un deseo de un día. Quiero entregarme a ti para siempre y vivir contigo como pareja con todas las consecuencias.
-¿De verdad piensas eso?
-Claro. A ti no tengo porque mentirte.
Me abrazó con fuerza como queriendo que no me escapara de ella y nuestros labios se buscaron para fundirse en un nuevo y acalorado beso. Sin soltarme pero separando sus labios exclamó:
-¡Ámame jafet, ámame siempre!
Esta vez no me frenó para poder desprenderle del camisón que más bien era un picardías y ella hizo lo propio con mi pijama.
Dos esplendorosos pechos quedaron al descubierto amen de su magnifico cuerpo. Si cuando entré por la puerta me pareció espectacular, en ese momento que la tenía tan cerca me pareció soberbia.
-Deja que admire tu bello cuerpo Adriana–le dije fascinado, mientras ella por puro instinto se puso las manos en los pechos como señal de pudor.
Yo suavemente desplacé sus manos y los dejé al descubierto. Eran unos pechos turgentes ni muy grandes ni muy pequeños que habían sido míos en mi niñez y que ahora se presentaban para poseerlos de nuevo.
-No son tan bonitos como los de la foto que tienes –dijo Adriana viendo que mis ojos no se apartaban de ellos.
-¿Qué dices?... Que más quisiera esa tener estos pechos.
-¿Quién es? –quiso saber.
-Una compañera inglesa.
-la llegaste a amar.
-Llegamos a hacer el amor pero no a amarnos.
-¿Cómo me elijes a mí, teniendo esas jovencitas?
-Porque he tenido otras relaciones sé lo que quiero y no hay otra como tú. No te preocupes no hay nadie que te pueda sustituir.
Me incline hacia ella y mis labios volvieron a fundirse en los suyos para después ir desplazándose a través de su cuello, llegar a sus tersos y suaves pechos, buscando sus pezones completamente erectos que pedían con avidez ser mamados.
Las manos de Adriana se perdían en mi cabeza agarrando con fuerza mi cabello, a la vez que su cabeza se inclinaba hacia atrás y de su boca se desprendían unos pequeños gemidos.
Con mis labios fui recorriendo todo su cuerpo hasta alcanzar su parte más codiciada. Un vello fino intentaba esconder sus labios genitales que celosamente custodiaban la entrada de su vagina y el clítoris. Mi lengua no descanso en recorrer la zona hasta llegar al clítoris donde me recreé aplicando pequeños mordiscos que produjo una excitación tal en Adriana que sus manos, agarradas a mi cabello, apretaba fuertemente dando la sensación de querer despojarme de él.
Adriana se retorcía y con sus muslos apretaba mi rostro. Mis manos extendidas en sus tersas nalgas, todavía ayudaban más al choque de su vulva en mi boca y los jadeos de Adriana se oían por toda la habitación.
No tardó en desprenderse de su vagina un flujo que inundó mi boca de un sabor entre dulce y acido. Me supo a gloria.
-Me vas a matar jafet… me vas a matar… -suspiraba Adriana entre sus gemidos.
Me tomó con sus manos la cara y continuó diciendo:
-Ven jafet, bésame…, te quiero…, te quiero para mí – decía entre suspiros.
Mi boca tenía restos del flujo que había desprendido su vagina pero no le importó en absoluto cuando se unieron nuestros labios.
Volvimos a abrazarnos y besarnos. Adriana estaba exultante, su cara reflejaba un estado de placer que denotaba una tremenda felicidad.
-Nunca me he sentido como ahora – me decía con esa voz entrecortada -. Jafet…, hazme tuya totalmente…, por favor.
Volví a besarla y mi pene completamente erecto como aguardando esas palabras se puso en marcha dirigiéndose a la gruta húmeda que momentos antes había abandonado mi boca. Fue una entrada suave. Se notaba que hacía tiempo que nadie había explorado esa cueva.
El flujo que humedecía su vagina, ayudaron a que mi miembro entrara poco a poco hasta lo más profundo. Comencé con pequeños movimientos hacia delante y hacia atrás hasta imprimir mayor rapidez. Sentía las uñas de Adriana que se clavaban en mi espalda, mientras su boca volvía a efectuar unos jadeos impresionantes que eran acompasados por los míos. Los muslos de Adriana me tenían atenazados como impidiendo que abandonara su vagina. Me estaba entrando una excitación tan grande que presagiaba mi próxima eyaculación y fue cuando le dije:
-Adriana, estoy a punto de correrme, déjame salir.
-Si a ti no te importa…, me gustaría que me invadas de tu semen…, quiero notar en el fondo de mi vagina el calor de tu esperma. –fue lo que me respondió con su voz susurrante.
No necesitaba oír nada más. Notaba que llegaba la culminación de nuestro coito y al grito de placer de Adriana qq se le unió el mío. Nuestros orgasmos se produjeron casi al unísono. Mientras su vagina desprendía una gran cantidad de flujo mi miembro la llenaba de semen que con fuerza se aposentó en lo más profundo de su vagina.
No encontraba palabras que definiese ese momento, sensacional era poco. Nunca me había encontrado tan desinhibido haciendo el amor y actuado con tanta espontaneidad. Me había entregado totalmente y a Adriana le debía pasar otro tanto. Nuestros pechos oscilaban acompañados de una respiración intensa y nuestros cuerpos se encontraban completamente sudados.
Nos extendimos el uno junto al otro en la cama y nos agarramos de la mano. Adriana fue la primera que rompió nuestro silencio.
-jafet, me has hecho sentir el placer más grande de toda mi vida. Jamás podía imaginar que iba a llegar a tener esta sensación y más con mi propio hijo.
-¿Te arrepientes? –le pregunté por si lamentaba lo que habíamos llevado a cabo.
-Debiera, pero me siento tan feliz que lo único que me preocupa es si a ti te pasa lo mismo.
-Te refieres a si me arrepiento.
-No, no, me refiero si te sientes tan feliz como yo… ¿o en verdad te arrepientes?
Me giré cogí su cara con las dos manos y le di un beso para después decirle:
-Si me aceptas como tu hombre, me harás el más feliz de los mortales. Por mi parte quiero que esto lo repitamos todas las veces que nos plazca y montemos nuestra vida como nos satisfaga a nosotros, sin ningún prejuicio.
-Como no voy a aceptarte si lo eres todo para mí. Lo único que me pasa es que todavía me siento aturdida. Esto es maravilloso, es como un sueño y no me gustaría despertarme pero aquí te tengo. Eres mi amor, mi tesoro eres mi todo y te quiero hacer muy feliz.
Adriana al igual que yo le había hecho antes, me cogió con ambas manos la cara y me inundó a besos. No se paró aquí. Se puso encima de mí y continuó besándome por todo el cuerpo. Su desplazamiento llegó a mi pene que ya empezaba a ponerse firmes y sin ningún rubor, ayudándose de una mano lo cogió con suavidad y se lo fue introduciendo en la boca absorbiéndolo como si se tratara de un polo. Cuando vio que estaba en su plenitud, retiro su boca del pene, a pesar que le dije:
-Sigue…, mi vida…, sigue.
No me hizo caso. Se puso de rodillas abarcando mi cuerpo con sus muslos y cogiendo el pene con la mano lo dirigió a la entrada de su vagina. Con un suave movimiento de su cuerpo, hizo que penetrara en su interior hasta que nuestras pelvis chocaron.
-Perdona mi tesoro… pero hoy deseo que descargues tu semen en mis entrañas, quiero tener todo tuyo dentro de mí –dijo para justificar el abandono de mi pene de su boca.
No dije nada. Me estaba entrando tal excitación que no me podía contener. Mis manos se agarraban a sus pechos como si fuera un salvavidas y Adriana seguía con sus movimientos hacia arriba y hacia abajo con desenfreno. Mis nalgas acompasaban a sus movimientos hasta que llegó el momento cumbre. Un grito acompañó a la tremenda eyaculación que descargué en el interior de su vagina.
Al igual que sucedió en la anterior ocasión, como si estuviéramos de acuerdo, el grito de Adriana acompañó al mió. Nuestros tremendos orgasmos habían coincidido. Si mi esperma bañaba sus entrañas, su flujo se desplazaba por mi pene para perderse entre el vello púbico.
Como si se desvaneciese cayó Adriana encima de mí. Sus pechos se hundieron en los míos y a pesar de estar sofocada, su boca buscó afanosamente la mía. Sus labios apretaban con intensidad los míos hasta que su lengua fue suavemente introduciéndose en mi boca dando vueltas enlazándose con la mía. Mientras, mis manos aprovechaban para acariciarle su pelo, su cuello, su espalda hasta llegar a sus nalgas suaves y tersas para aferrarme a ellas.
Algún momento de respiración tomábamos para volver a enfrascarnos en un autentico goce y placer. No podíamos más y extenuados quedamos tendidos encima de la cama.
-Voy a explotar de felicidad…, bendita la hora que te has fijado en mí…, eres mi vida, mi amor, mi cielo… Repíteme otra vez que me quieres.
-¿Que si te quiero? – le respondí-. Eres el amor de mi vida y nunca he sentido con nadie lo que estoy sintiendo contigo.
-Gracias mi amor… Una cosa quería decirte: ¿te ha molestado antes que separase mi boca de tu pene?
-No, pero creía que me ibas a dejar eyacular en tu boca.
-No te preocupes tesoro, volveré a tener en mi boca tu pene y podrás eyacular en ella cuanto gustes, así podré saborear tu semen. Por si no lo sabes, nunca he tenido en mi boca el miembro de un hombre, tenía cierta repulsa pero contigo he perdido todos los escrúpulos y si no he dejado que eyacules en mi boca, es porque deseaba que tu pene penetrase de nuevo en mi vagina y tu esperma impregnase lo más intimo de mí.
-Si esto te lleva a que algo mío se gestione en tu cuerpo me sentiré complacido.
-¿De verdad te gustaría quedase embarazada?
-Naturalmente. Seria el fruto de nuestra unión.
-Tenía pensado tomar en el hospital la pastilla del día después pero si deseas que engendre nuestro propio hijo, eso me hace sentirme la más feliz de las mujeres.
Podía seguir contando la diversidad de goces y placeres que nos obsequiamos, pero os los podéis imaginar. Era un amor sincero, pasional y con una entrega de ambos constante. Sigue siéndolo, han pasado ocho años y en ningún momento nos hemos arrepentido de lo que comenzó con un simple juego para rescatar un sobre.
Para terminar os contaré que vivimos dichosamente en otra ciudad, tenemos dos preciosas criaturas y la felicidad de la que gozamos Adriana y yo no tiene fin.
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