Esa noche estaba contento, la primera parte de mi venganza había ido sobre ruedas, no solo me había apoderado de sus vidas, sino que había ya forzado a la más joven de ellas. Natalia, no siendo la más dura de mis oponentes, era en cambio la que mejor cuerpo tenía. Un metro setenta de hembra de infarto al que acababa de ver retorcerse entre mis brazos cuando de una manera cruel desvirgué su parte trasera.
«La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno», murmuré para mí recordando sus gritos mientras recitaba la frase de Walter Scott.
Eva era diferente, sus curvas menos perfectas, pero másatractivas me subían la libido solo con pensar en cómo me apoderaría de ellas. Pechos grandes, duros. Caderas poderosasdonde agarrarse. Y una mala leche que tenía que domesticar.
Pobre destino el de las dos hermanas, su padre me habíaconfiado una misión, educarlas y por dios que iba a conseguir que esas dos pijas bebieran de mis zapatos antes que terminara la semana.
¡Nada ni nadie me lo impediría!
La habitación del viejo donde estaba durmiendo era enorme. Su cama de dos por dos era del tipo oriental con un dosel de madera, sustentado por cuatro columnas y del que cuelga una especie de mosquitero que supe al verlo que me podría servir en el futuro.
Tras dejar tirada a Natalia, me entretuve en revisar el cuarto que iba a ser mío al menos seis meses. El armario constaba de tres cuerpos, el principal estaba repleto de ropa de Don Julián, sus trajes perfectamente planchados, sus corbatas de Armani y sus zapatos de Gucci lo llenaban por completo. La criada había acomodado mi ropa en el que estaba a la izquierda, pero mi sorpresa fue, al abrir el de la derecha, descubrir un enorme surtido de instrumentos de sado. Puto anciano, me había conseguido engañar durante tres años. Nunca hubiese supuesto que entre sus gustos estuviera el sexo duro, pero sonreí al pensar el uso que le iba a dar yo a ese arsenal.
«Eso será a partir de mañana», sentencié mientras me iba a la cama.
El colchón era excesivamente duro, de esos que recomiendan los médicos, pero en lo que resulta imposible dormir hasta que te acostumbras. Gracias a lo cual, dos horas después seguía dando vueltas en la cama sin poder dormir.
Y digo gracias porque me permitió oír como las hermanas salían del cuarto y tomaban el pasillo en dirección al de su padre.Sabiendo que eran unas arpías y que la visita que tenían planeada a donde supuestamente yo estaba descansando, no era de cortesía, sino que sus intenciones no podían ser otras que castigarme y humillarme, me levanté en silencio a esperarlas.
Pero antes de esconderme en el baño, coloqué las almohadas de forma que parecía que seguía frito bajo las sabanas y aguardé.No tuve que permanecer mucho tiempo refugiado tras la puerta. Apenas había pasado un minuto cuando escuché que entraban a la habitación.
A través del resquicio, oí como entraban de puntillas y poniéndose enfrente de la cama, susurraban entre ellas cuando de repente sonó un tiro. No me podía creer lo sucedido. Eva sostenía una pistola humeante, con la que había disparado al bulto que ellas pensaban que era yo.
«Han intentado matarme», todavía impactado razoné mientras Natalia gritaba asustada, diciéndole que, si estaba loca, que eso no era lo planeado.
Su hermana soltando el arma se encaró a ella, contestándo:
―Te acababa de violar y yo al escuchar tus gritos llegué a defenderte. ¡Fue en defensa propia!
«Será zorra», pensé desde mi escondite.
Aunque había supuesto que no iba a aceptar mi autoridad a la primera, su violenta reacción desbordó todas mis previsiones. Todavía en el baño, vi como después de discutir unos momentos las dos hermanas se dirigían a comprobar el resultado.
Si esperaban encontrar mis sesos desparramados, se llevaron una desilusión, al descubrir que le habían atinado a la almohada y que en vez de sangre lo que estaba esparcido por el colchón no era sangre sino plumas.
― ¡No es él! ― dijo Natalia al recobrarse de su estupor.
Una cruel carcajada resonó entre las cuatro paredes, momento que aproveché para salir y apoderarme del arma que Eva había dejado sobre la cama. Las dos hermanas al oírla, se dieron la vuelta para descubrir que en medio de la habitación y con ese pedazo de metal en la mano el pedazo de metal lasapuntaba.
La más pequeña se arrodilló en el suelo diciendo que no había sido idea suya, que su hermana le había obligado. En cambio, Eva se mantenía erguida demostrándome su valor.
―Creo que voy a llamar a la policía… veamos quince años por intento de asesinato, más otros cinco por nocturnidad, alevosía y ventaja… en total veinte.
Sus rostros empalidecieron con la perspectiva, incluso la más altiva de las dos se desmoronó llorando, pidiéndome perdón. Cuanto más lloraban, más estaba disfrutando la situación. Y recreándome en su desgracia las expliqué:
―Fijaros, vuestro padre en un viaje de seis meses no podrá hacer nada por vosotras y para cuando se entere y os pueda buscar un abogado ya habréis sido sentenciadas y seréis las cachorritas de alguna celadora o de alguna presa en la cárcel. Os prometo iros a visitar para oír de vuestros labios a través de un enorme cristal como os tocan y violan noche tras noche.
Su orgullo había desaparecido. Las dos niñas bien que no habían tenido reparos en reírse del segundón de su padre, hincadas sobre la alfombra, me imploraban, me prometían que no volvería a suceder y que, si las perdonaba, me obedecerían y harían todo lo que yo quisiera.
― ¡Con eso no basta! ― grité.
A Eva que era la inteligente de la pareja, se le iluminó su cara al oírme, "está negociando" debió de pensar y por eso levantándose del suelo, me preguntó:
― ¿Qué quieres?
―Vuestra completa sumisión, durante los seis próximos meses seréis mis esclavas.
Ni siquiera preguntó en qué consistía, ni tampoco discutió ningún término del acuerdo, ayudando a su hermana pequeña a incorporarse, contestó:
―Hecho, durante seis meses seremos tus esclavas.
―Zorrita, ¡para ti!, ¡soy amo!
Se le saltaron dos lágrimas cuando rectificando dijo:
―Hecho, durante seis meses seremos tus esclavas, Amo.
Con otra carcajada, cerré el pacto antes de decirlas:
―Desnudaros, quiero revisar la mercancía.
Después de unos instantes de perplejidad, sus dos camisones cayeron al suelo dejándome disfrutar de sus cuerpos. Dos preciosas mujeres me mostraban tímidamente sus encantos. Acercándome a ellas, sin soltar en arma, retiré los brazos de Natalia que me impedían contemplar con libertad sus pechos y obligando a Eva a abrir las piernas, introduje el cañón entre sus muslos.
Ambas mujeres se mantuvieron en silencio todo el tiempo que duró mi exploración, ni siquiera se quejaron cuando les abrí las nalgas para contemplar sus ojetes. Esas dos sabían lo que se jugaban, pero no hasta donde podía llegar mi perversión.
―Tumbaos en la cama― les ordené.
Mientras lo hacían acerqué una silla desde donde tener una perfecta visión de los que les iba a obligar a hacer. Sentándome en ella, me acomodé antes de darles otra orden. Cuatro ojos me contemplaban asustados sin saber a ciencia cierta que les iba a pedir, pero conscientes que no le iba a gustar.
― ¿Os queréis? ― mi pregunta absurda, les destanteó: ―Quiero verlo.
― ¡Somos hermanas! ― intentó protestar Natalia al coger al vuelo de inmediato el verdadero significado de mis palabras.
― ¡No somos lesbianas! ― secundó la otra.
Cabreado, me levanté dándole un tortazo a la que tenía máscerca.
―Mejor el chocho de una persona amada que el de una carcelera.
Me entendieron a la primera, era eso o pasarse los próximos veinte años entre rejas. Eva, la mayor, fue la primera en rehacersey tratando de tranquilizar a su hermana, le susurró al oído algo que no pude oír, pero si contemplar el resultado.
La muchacha se tumbó en la cama, con las piernas abiertas, dejando que la tocase. Venciendo la reluctancia que le provocaba el incesto, posó suavemente sus labios en los de Natalia antes seguir bajando por su cuello. La lengua de Eva recorrió lentamente la piel que separaba el hombro de los pechos, lo que provocó que se le erizara la piel y en consecuencia el negro pezón se endureciera. No era por deseo, tampoco por asco, quizás lo que le ocurría es que era una novedad.
―Juega con él― ordené.
Supo al instante a que me refería. Y dejando un húmedo rastro, fue acariciando las rugosidades de la areola antes de que,abriendo la boca, succionara su pecho en su interior.
Natalia no pudo reprimir que un primer gemido surgiera de su garganta al sentir la lengua de su hermana jugando con su botón.
―Muérdelo― dije desde mi sillón.
Los dientes de Eva se cerraron sobre el seno de su hermana mientras que su mano recorría su estómago acariciándola. No dije nada, pero me encantó ver como su sexo empezaba a brillar por la excitación. Había dicho que no era lesbiana pero esa forma tan experta de mamar un pecho, la delataba.
―Cómete su coño.
Dirigiéndome una mirada asesina, nuevamente su lengua reinició su camino y centímetro a centímetro se fue acercando a su destino, el depilado sexo que le esperaba. Con una tranquilidad pasmosa, fue separando los labios con la punta antes de que su aliento ni siquiera lo tocara. La reacción de la niña fue la que me esperaba, los dedos de sus pies de tensaron al notar su cercanía,pero no hizo ningún intento de cerrar la piernas.
Viendo su tranquilidad, Eva se apoderó de su clítoris recorriendo todos sus pliegues mientras lo humedecía con su saliva. Esta vez el gemido fue más profundo, surgiendo desde su interior salió despedido como un ciclón de su garganta. Con su cueva inundada y mordiéndose el labio, dejó que su hermana continuara.
Eva, envalentonada, mordisqueó la pepita de placer con sus dientes para sorprendida recibir en su boca la primera oleada de flujo. Solo viendo como disfrutaba bebiendo el elixir que manaba de la almeja, se acabaron mis dudas: ¡esa mujer era al menos era bisexual!
―Usa tus dedos.
La larga cabellera rubia se incorporó para rogarme. Pero no obteniendo clemencia, se volvió a agachar entre las piernas de su querida hermanita. Con el dedo índice en el interior y como si de un pene se tratara fue introduciéndolo y sacándolo al compás de los chillidos de su víctima.
―He dicho ¡dedos!
El segundo se incrustó al escucharme. Y tras acomodarse en su interior, recorrió su vagina acariciándola. La excitación de Natalia ya era palpable. Con los brazos extendidos sobre las sábanas, sus manos se cerraban y abrían de placer al sentir como el tercer dedo se introducía dolorosamente en el interior de su vaina. Esta vez, ya con la vagina llena se retorcía con cada envite de su hermana, gimiendo lloraba la degradación que sentía al derramarse hirviendo en su interior, producto de tan fraternal atención.
― ¡Más! ― grité a Eva.
La cara de sorpresa de ambas muchachas se transformó en indignación al escucharme decir:
― ¡Toda la mano!
El placer se convirtió en tortura cuando intentó delicadamente introducir otro. El estrecho coño de Natalia no admitía nada más. Por mucho que intentó dilatarlo con caricias había llegado a su máximo. Su lengua, su saliva fracasaron en el intento. Gruesas lágrimas, recorrían las mejillas de ambas mujeres. Pero sobre todo las de Eva. En la suerte le había tocado el papel de verdugo y al igual que su víctima sufría con sus maniobras.
― ¿Quieres que lo haga yo? ― comenté riéndome en su cara.
La mueca de espanto que vi en su rostro fue suficiente respuesta.
―Lo siento― escuché que le decía a Natalia y cerrando los ojos, forzó su vulva con sus cinco dedos.
Los gritos estallaron en la habitación. Chillidos de dolor sufrido y de espanto provocado por la culpa de suministrarlo. Aria majestuosa a mis oídos, música alegre que me hablaba de mi venganza.
Incapaz de soportar el castigo, la morenita trataba de zafarse reptando por el colchón. Pero la rubia sabedora de que, si lo conseguía, un correctivo aún más cruel y brutal recaería sobre las dos, se lo impidió. Olor a sumisión y a sexo. Paulatinamente, los gritos se fueron transformando en sollozos. Gemidos ahogados que dejaron de resultarme divertidos.
―Ven aquí― dije suavemente a la rubia, pero en cuanto vi que se levantaba, la grité: ―A cuatro patas.
No tardó nada en llegar a mi lado, gateando sobre la alfombra. Con el rímel corrido, dejando tras de sí oscuros riachuelos que bajando desde sus ojos recorrían su cara, se puso a mi vera.
―Bien hecho, zorrita― susurré acariciándole la melena: ―Has sido una buena esclava y te mereces una recompensa.
Poniéndome de pie, le acaricié el lomo y recorriendo sus caderas llegué a sus poderosas nalgas, a las cuales regalé un doloroso azote. No escuché ningún quejido. Separándole las nalgas, verifiqué el estado de su oscuro agujero, llevándome el presente de descubrir que al igual que el de su hermana era virgen.
Introduciéndole un dedo, le cuchicheé que me gustaba pero que lo iba a reservar para más tarde. Tenía un objetivo claro y un instrumento que usar. Dándole otro cachete en su trasero, la exigí que se abriera más y que levantara el culo.
Vi como esa mujer, antes altiva y orgullosa, sumisamente se ponía en posición de castigo.
«Me está gustando esta nueva zorrita», pensé mientras le recorría con el frío cañón su piel.
Eva al darse cuenta cual era el instrumento que la tocaba, empezó a temblar de miedo.
―Tranquila, a priori mi intención no es disparar― dije mientras separa los labios inferiores y de un solo golpe le introducía hasta el mango el arma.
Gritó de dolor, pero no hubo ni un pestañeo por su parte. Dejé que se fuera relajando antes de cómo si fuera un mortífero consolador empezar a sacar y a meter la pistola.
―Tengo miedo― me rogó.
No me digné a contestarla, la muchacha no sabía que la había descargado para evitar accidentes. La tenía donde quería. A mis pies, llorando por su vida. Otro azote tuve que darle para que se moviera.
―Piensa que es mi pene― susurré en su oído, mordiéndole una oreja.
Cerró los ojos, tratando de imaginarse que el duro tubo que la penetraba era en realidad de carne endurecida por acción de la sangre bombeada. Poco a poco, percibí que sus movimientos al principio circulares se iban convirtiendo a ritmo de su excitación en lineales, de adelante hacia atrás y como sus caderas sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo, terminaron presionando sobre mi mano para que profundizara su empalamiento.
«La muy puta, ha conseguido ponerme bruto», tuve que reconocer cuando visualicé que la calentura había empapado su sexo y que le estaba sobreviniendo un orgasmo brutal.
Como preví sus muslos vibraron al recibir las descargas de su clímax y berreando como una cerda, la antes altiva se corrió sobre la alfombra.
Sacando el arma de su interior, le agarré del pelo y llevándola donde su hermana, le obligué a arrodillarse. Echando a Natalia de la cama, me senté a su lado.
―Ya sabéis que hacer― dije quitándome los pantalones.
Mi extensión estaba en todo su esplendor. Las muchachas a mi lado esperando que les obligara a apoderarse de ella. Silencio en el cuarto. Todo era tensión. Un brillo en sus ojos me hizo pensar que quizás creían que podían jugármela por eso apuntando a la más joven en la sien, las informé:
―Sin tonterías, no quiero decorar tu cara con un agujero.
Mensaje recibido.
―No quiero que se desperdicie ni una gota.
El paraíso.
Dos bocas y dos lenguas afanándose en ser la mejor. Eva, reclamando su primogenitura, fue la encargada de jugar con mi glande mientras su hermana se dedicaba a masajear con su boca mis testículos. No hubo pliegue ni milímetro de todo mi pene que no fuera humedecido por ellas.
Me resultó curioso, la manera tan exquisita y dulce que lo hicieron. Temiendo mi reacción se esforzaban en hacerlo bien y de esa forma, consiguieron que en breves minutos empezara a sentir los primeros síntomas de mi propio orgasmo. Las mujeres al notarlo se entregaron sin pausa a su tarea, incrementando el ritmo y la profundidad de sus caricias hasta que las primeras gotas de líquido pre seminal aparecieron en mi glande.
Eso desató su locura, cada una de ellas quería congraciarse conmigo debido al terror que las atenazaba y por eso pugnaban por ser ellas quien recibiera en su boca mi semilla. Cuando exploté lo hice repartiendo mi semen entre las dos. Ambas tuvieron su parte y se lo tragaron golosas mientras sus manos terminaban de ordeñar mi miembro.
Fue brutal, ¡la mejor mamada de mi vida!
Tal era su pavor que se mantuvieron chupando y succionado mis partes bastante tiempo después de haberme dejado seco.
Lo que aproveché para reponerme.
―Natalia, abre ese armario y saca dos esposas.
La joven se levantó de la alfombra y abrió las puertas del mueble. Alucinada descubrió una faceta desconocida de su progenitor al ver que estaba lleno de aparatos de sado. Sin hacer ningún comentario, buscó y recogió lo que le había pedido.
―Ahora, ataos zorras mías a las columnas de la cama.
Con lágrimas en los ojos, puso uno de los extremos de una esposa en la muñeca de Eva y el otro a uno de los soportes del pie de la cama. Cuando iba a hacer lo propio con su muñeca, me oyó decir:
―No perrita, tu átate aquí arriba. No vaya a ser que esta noche me apetezca usarte.
Esa noche, dormí acompañado por dos mujeres humilladas, dolidas y usadas. En mi fuero interno sabía que no era suficiente, debía de someterlas, dominarlas y adiestrarlas para que pasados los seis meses y su padre volviera, ya estuvieran condicionadas y fueran mis esclavas por voluntad propia.
Pensando en ello, me acosté al lado de la cachorrita de pelo negro que muerta de miedo me esperaba en el colchón desnuda,pero sobre todo dispuesta…
CONTINUARÁ
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«La venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno», murmuré para mí recordando sus gritos mientras recitaba la frase de Walter Scott.
Eva era diferente, sus curvas menos perfectas, pero másatractivas me subían la libido solo con pensar en cómo me apoderaría de ellas. Pechos grandes, duros. Caderas poderosasdonde agarrarse. Y una mala leche que tenía que domesticar.
Pobre destino el de las dos hermanas, su padre me habíaconfiado una misión, educarlas y por dios que iba a conseguir que esas dos pijas bebieran de mis zapatos antes que terminara la semana.
¡Nada ni nadie me lo impediría!
La habitación del viejo donde estaba durmiendo era enorme. Su cama de dos por dos era del tipo oriental con un dosel de madera, sustentado por cuatro columnas y del que cuelga una especie de mosquitero que supe al verlo que me podría servir en el futuro.
Tras dejar tirada a Natalia, me entretuve en revisar el cuarto que iba a ser mío al menos seis meses. El armario constaba de tres cuerpos, el principal estaba repleto de ropa de Don Julián, sus trajes perfectamente planchados, sus corbatas de Armani y sus zapatos de Gucci lo llenaban por completo. La criada había acomodado mi ropa en el que estaba a la izquierda, pero mi sorpresa fue, al abrir el de la derecha, descubrir un enorme surtido de instrumentos de sado. Puto anciano, me había conseguido engañar durante tres años. Nunca hubiese supuesto que entre sus gustos estuviera el sexo duro, pero sonreí al pensar el uso que le iba a dar yo a ese arsenal.
«Eso será a partir de mañana», sentencié mientras me iba a la cama.
El colchón era excesivamente duro, de esos que recomiendan los médicos, pero en lo que resulta imposible dormir hasta que te acostumbras. Gracias a lo cual, dos horas después seguía dando vueltas en la cama sin poder dormir.
Y digo gracias porque me permitió oír como las hermanas salían del cuarto y tomaban el pasillo en dirección al de su padre.Sabiendo que eran unas arpías y que la visita que tenían planeada a donde supuestamente yo estaba descansando, no era de cortesía, sino que sus intenciones no podían ser otras que castigarme y humillarme, me levanté en silencio a esperarlas.
Pero antes de esconderme en el baño, coloqué las almohadas de forma que parecía que seguía frito bajo las sabanas y aguardé.No tuve que permanecer mucho tiempo refugiado tras la puerta. Apenas había pasado un minuto cuando escuché que entraban a la habitación.
A través del resquicio, oí como entraban de puntillas y poniéndose enfrente de la cama, susurraban entre ellas cuando de repente sonó un tiro. No me podía creer lo sucedido. Eva sostenía una pistola humeante, con la que había disparado al bulto que ellas pensaban que era yo.
«Han intentado matarme», todavía impactado razoné mientras Natalia gritaba asustada, diciéndole que, si estaba loca, que eso no era lo planeado.
Su hermana soltando el arma se encaró a ella, contestándo:
―Te acababa de violar y yo al escuchar tus gritos llegué a defenderte. ¡Fue en defensa propia!
«Será zorra», pensé desde mi escondite.
Aunque había supuesto que no iba a aceptar mi autoridad a la primera, su violenta reacción desbordó todas mis previsiones. Todavía en el baño, vi como después de discutir unos momentos las dos hermanas se dirigían a comprobar el resultado.
Si esperaban encontrar mis sesos desparramados, se llevaron una desilusión, al descubrir que le habían atinado a la almohada y que en vez de sangre lo que estaba esparcido por el colchón no era sangre sino plumas.
― ¡No es él! ― dijo Natalia al recobrarse de su estupor.
Una cruel carcajada resonó entre las cuatro paredes, momento que aproveché para salir y apoderarme del arma que Eva había dejado sobre la cama. Las dos hermanas al oírla, se dieron la vuelta para descubrir que en medio de la habitación y con ese pedazo de metal en la mano el pedazo de metal lasapuntaba.
La más pequeña se arrodilló en el suelo diciendo que no había sido idea suya, que su hermana le había obligado. En cambio, Eva se mantenía erguida demostrándome su valor.
―Creo que voy a llamar a la policía… veamos quince años por intento de asesinato, más otros cinco por nocturnidad, alevosía y ventaja… en total veinte.
Sus rostros empalidecieron con la perspectiva, incluso la más altiva de las dos se desmoronó llorando, pidiéndome perdón. Cuanto más lloraban, más estaba disfrutando la situación. Y recreándome en su desgracia las expliqué:
―Fijaros, vuestro padre en un viaje de seis meses no podrá hacer nada por vosotras y para cuando se entere y os pueda buscar un abogado ya habréis sido sentenciadas y seréis las cachorritas de alguna celadora o de alguna presa en la cárcel. Os prometo iros a visitar para oír de vuestros labios a través de un enorme cristal como os tocan y violan noche tras noche.
Su orgullo había desaparecido. Las dos niñas bien que no habían tenido reparos en reírse del segundón de su padre, hincadas sobre la alfombra, me imploraban, me prometían que no volvería a suceder y que, si las perdonaba, me obedecerían y harían todo lo que yo quisiera.
― ¡Con eso no basta! ― grité.
A Eva que era la inteligente de la pareja, se le iluminó su cara al oírme, "está negociando" debió de pensar y por eso levantándose del suelo, me preguntó:
― ¿Qué quieres?
―Vuestra completa sumisión, durante los seis próximos meses seréis mis esclavas.
Ni siquiera preguntó en qué consistía, ni tampoco discutió ningún término del acuerdo, ayudando a su hermana pequeña a incorporarse, contestó:
―Hecho, durante seis meses seremos tus esclavas.
―Zorrita, ¡para ti!, ¡soy amo!
Se le saltaron dos lágrimas cuando rectificando dijo:
―Hecho, durante seis meses seremos tus esclavas, Amo.
Con otra carcajada, cerré el pacto antes de decirlas:
―Desnudaros, quiero revisar la mercancía.
Después de unos instantes de perplejidad, sus dos camisones cayeron al suelo dejándome disfrutar de sus cuerpos. Dos preciosas mujeres me mostraban tímidamente sus encantos. Acercándome a ellas, sin soltar en arma, retiré los brazos de Natalia que me impedían contemplar con libertad sus pechos y obligando a Eva a abrir las piernas, introduje el cañón entre sus muslos.
Ambas mujeres se mantuvieron en silencio todo el tiempo que duró mi exploración, ni siquiera se quejaron cuando les abrí las nalgas para contemplar sus ojetes. Esas dos sabían lo que se jugaban, pero no hasta donde podía llegar mi perversión.
―Tumbaos en la cama― les ordené.
Mientras lo hacían acerqué una silla desde donde tener una perfecta visión de los que les iba a obligar a hacer. Sentándome en ella, me acomodé antes de darles otra orden. Cuatro ojos me contemplaban asustados sin saber a ciencia cierta que les iba a pedir, pero conscientes que no le iba a gustar.
― ¿Os queréis? ― mi pregunta absurda, les destanteó: ―Quiero verlo.
― ¡Somos hermanas! ― intentó protestar Natalia al coger al vuelo de inmediato el verdadero significado de mis palabras.
― ¡No somos lesbianas! ― secundó la otra.
Cabreado, me levanté dándole un tortazo a la que tenía máscerca.
―Mejor el chocho de una persona amada que el de una carcelera.
Me entendieron a la primera, era eso o pasarse los próximos veinte años entre rejas. Eva, la mayor, fue la primera en rehacersey tratando de tranquilizar a su hermana, le susurró al oído algo que no pude oír, pero si contemplar el resultado.
La muchacha se tumbó en la cama, con las piernas abiertas, dejando que la tocase. Venciendo la reluctancia que le provocaba el incesto, posó suavemente sus labios en los de Natalia antes seguir bajando por su cuello. La lengua de Eva recorrió lentamente la piel que separaba el hombro de los pechos, lo que provocó que se le erizara la piel y en consecuencia el negro pezón se endureciera. No era por deseo, tampoco por asco, quizás lo que le ocurría es que era una novedad.
―Juega con él― ordené.
Supo al instante a que me refería. Y dejando un húmedo rastro, fue acariciando las rugosidades de la areola antes de que,abriendo la boca, succionara su pecho en su interior.
Natalia no pudo reprimir que un primer gemido surgiera de su garganta al sentir la lengua de su hermana jugando con su botón.
―Muérdelo― dije desde mi sillón.
Los dientes de Eva se cerraron sobre el seno de su hermana mientras que su mano recorría su estómago acariciándola. No dije nada, pero me encantó ver como su sexo empezaba a brillar por la excitación. Había dicho que no era lesbiana pero esa forma tan experta de mamar un pecho, la delataba.
―Cómete su coño.
Dirigiéndome una mirada asesina, nuevamente su lengua reinició su camino y centímetro a centímetro se fue acercando a su destino, el depilado sexo que le esperaba. Con una tranquilidad pasmosa, fue separando los labios con la punta antes de que su aliento ni siquiera lo tocara. La reacción de la niña fue la que me esperaba, los dedos de sus pies de tensaron al notar su cercanía,pero no hizo ningún intento de cerrar la piernas.
Viendo su tranquilidad, Eva se apoderó de su clítoris recorriendo todos sus pliegues mientras lo humedecía con su saliva. Esta vez el gemido fue más profundo, surgiendo desde su interior salió despedido como un ciclón de su garganta. Con su cueva inundada y mordiéndose el labio, dejó que su hermana continuara.
Eva, envalentonada, mordisqueó la pepita de placer con sus dientes para sorprendida recibir en su boca la primera oleada de flujo. Solo viendo como disfrutaba bebiendo el elixir que manaba de la almeja, se acabaron mis dudas: ¡esa mujer era al menos era bisexual!
―Usa tus dedos.
La larga cabellera rubia se incorporó para rogarme. Pero no obteniendo clemencia, se volvió a agachar entre las piernas de su querida hermanita. Con el dedo índice en el interior y como si de un pene se tratara fue introduciéndolo y sacándolo al compás de los chillidos de su víctima.
―He dicho ¡dedos!
El segundo se incrustó al escucharme. Y tras acomodarse en su interior, recorrió su vagina acariciándola. La excitación de Natalia ya era palpable. Con los brazos extendidos sobre las sábanas, sus manos se cerraban y abrían de placer al sentir como el tercer dedo se introducía dolorosamente en el interior de su vaina. Esta vez, ya con la vagina llena se retorcía con cada envite de su hermana, gimiendo lloraba la degradación que sentía al derramarse hirviendo en su interior, producto de tan fraternal atención.
― ¡Más! ― grité a Eva.
La cara de sorpresa de ambas muchachas se transformó en indignación al escucharme decir:
― ¡Toda la mano!
El placer se convirtió en tortura cuando intentó delicadamente introducir otro. El estrecho coño de Natalia no admitía nada más. Por mucho que intentó dilatarlo con caricias había llegado a su máximo. Su lengua, su saliva fracasaron en el intento. Gruesas lágrimas, recorrían las mejillas de ambas mujeres. Pero sobre todo las de Eva. En la suerte le había tocado el papel de verdugo y al igual que su víctima sufría con sus maniobras.
― ¿Quieres que lo haga yo? ― comenté riéndome en su cara.
La mueca de espanto que vi en su rostro fue suficiente respuesta.
―Lo siento― escuché que le decía a Natalia y cerrando los ojos, forzó su vulva con sus cinco dedos.
Los gritos estallaron en la habitación. Chillidos de dolor sufrido y de espanto provocado por la culpa de suministrarlo. Aria majestuosa a mis oídos, música alegre que me hablaba de mi venganza.
Incapaz de soportar el castigo, la morenita trataba de zafarse reptando por el colchón. Pero la rubia sabedora de que, si lo conseguía, un correctivo aún más cruel y brutal recaería sobre las dos, se lo impidió. Olor a sumisión y a sexo. Paulatinamente, los gritos se fueron transformando en sollozos. Gemidos ahogados que dejaron de resultarme divertidos.
―Ven aquí― dije suavemente a la rubia, pero en cuanto vi que se levantaba, la grité: ―A cuatro patas.
No tardó nada en llegar a mi lado, gateando sobre la alfombra. Con el rímel corrido, dejando tras de sí oscuros riachuelos que bajando desde sus ojos recorrían su cara, se puso a mi vera.
―Bien hecho, zorrita― susurré acariciándole la melena: ―Has sido una buena esclava y te mereces una recompensa.
Poniéndome de pie, le acaricié el lomo y recorriendo sus caderas llegué a sus poderosas nalgas, a las cuales regalé un doloroso azote. No escuché ningún quejido. Separándole las nalgas, verifiqué el estado de su oscuro agujero, llevándome el presente de descubrir que al igual que el de su hermana era virgen.
Introduciéndole un dedo, le cuchicheé que me gustaba pero que lo iba a reservar para más tarde. Tenía un objetivo claro y un instrumento que usar. Dándole otro cachete en su trasero, la exigí que se abriera más y que levantara el culo.
Vi como esa mujer, antes altiva y orgullosa, sumisamente se ponía en posición de castigo.
«Me está gustando esta nueva zorrita», pensé mientras le recorría con el frío cañón su piel.
Eva al darse cuenta cual era el instrumento que la tocaba, empezó a temblar de miedo.
―Tranquila, a priori mi intención no es disparar― dije mientras separa los labios inferiores y de un solo golpe le introducía hasta el mango el arma.
Gritó de dolor, pero no hubo ni un pestañeo por su parte. Dejé que se fuera relajando antes de cómo si fuera un mortífero consolador empezar a sacar y a meter la pistola.
―Tengo miedo― me rogó.
No me digné a contestarla, la muchacha no sabía que la había descargado para evitar accidentes. La tenía donde quería. A mis pies, llorando por su vida. Otro azote tuve que darle para que se moviera.
―Piensa que es mi pene― susurré en su oído, mordiéndole una oreja.
Cerró los ojos, tratando de imaginarse que el duro tubo que la penetraba era en realidad de carne endurecida por acción de la sangre bombeada. Poco a poco, percibí que sus movimientos al principio circulares se iban convirtiendo a ritmo de su excitación en lineales, de adelante hacia atrás y como sus caderas sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo, terminaron presionando sobre mi mano para que profundizara su empalamiento.
«La muy puta, ha conseguido ponerme bruto», tuve que reconocer cuando visualicé que la calentura había empapado su sexo y que le estaba sobreviniendo un orgasmo brutal.
Como preví sus muslos vibraron al recibir las descargas de su clímax y berreando como una cerda, la antes altiva se corrió sobre la alfombra.
Sacando el arma de su interior, le agarré del pelo y llevándola donde su hermana, le obligué a arrodillarse. Echando a Natalia de la cama, me senté a su lado.
―Ya sabéis que hacer― dije quitándome los pantalones.
Mi extensión estaba en todo su esplendor. Las muchachas a mi lado esperando que les obligara a apoderarse de ella. Silencio en el cuarto. Todo era tensión. Un brillo en sus ojos me hizo pensar que quizás creían que podían jugármela por eso apuntando a la más joven en la sien, las informé:
―Sin tonterías, no quiero decorar tu cara con un agujero.
Mensaje recibido.
―No quiero que se desperdicie ni una gota.
El paraíso.
Dos bocas y dos lenguas afanándose en ser la mejor. Eva, reclamando su primogenitura, fue la encargada de jugar con mi glande mientras su hermana se dedicaba a masajear con su boca mis testículos. No hubo pliegue ni milímetro de todo mi pene que no fuera humedecido por ellas.
Me resultó curioso, la manera tan exquisita y dulce que lo hicieron. Temiendo mi reacción se esforzaban en hacerlo bien y de esa forma, consiguieron que en breves minutos empezara a sentir los primeros síntomas de mi propio orgasmo. Las mujeres al notarlo se entregaron sin pausa a su tarea, incrementando el ritmo y la profundidad de sus caricias hasta que las primeras gotas de líquido pre seminal aparecieron en mi glande.
Eso desató su locura, cada una de ellas quería congraciarse conmigo debido al terror que las atenazaba y por eso pugnaban por ser ellas quien recibiera en su boca mi semilla. Cuando exploté lo hice repartiendo mi semen entre las dos. Ambas tuvieron su parte y se lo tragaron golosas mientras sus manos terminaban de ordeñar mi miembro.
Fue brutal, ¡la mejor mamada de mi vida!
Tal era su pavor que se mantuvieron chupando y succionado mis partes bastante tiempo después de haberme dejado seco.
Lo que aproveché para reponerme.
―Natalia, abre ese armario y saca dos esposas.
La joven se levantó de la alfombra y abrió las puertas del mueble. Alucinada descubrió una faceta desconocida de su progenitor al ver que estaba lleno de aparatos de sado. Sin hacer ningún comentario, buscó y recogió lo que le había pedido.
―Ahora, ataos zorras mías a las columnas de la cama.
Con lágrimas en los ojos, puso uno de los extremos de una esposa en la muñeca de Eva y el otro a uno de los soportes del pie de la cama. Cuando iba a hacer lo propio con su muñeca, me oyó decir:
―No perrita, tu átate aquí arriba. No vaya a ser que esta noche me apetezca usarte.
Esa noche, dormí acompañado por dos mujeres humilladas, dolidas y usadas. En mi fuero interno sabía que no era suficiente, debía de someterlas, dominarlas y adiestrarlas para que pasados los seis meses y su padre volviera, ya estuvieran condicionadas y fueran mis esclavas por voluntad propia.
Pensando en ello, me acosté al lado de la cachorrita de pelo negro que muerta de miedo me esperaba en el colchón desnuda,pero sobre todo dispuesta…
CONTINUARÁ
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