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El Negro Miguel

Voy a hacer un breve paréntesis en el relato de mi historia para contarles algo más actual. Ayer mismo, estando en plena cuarentena, recibí unos mensajes por demás picantes de un admirador secreto. No mentira, jajaja, no es tan secreto, ya que se trata de el Negro. Su verdadero nombre es Miguel, pero desde que lo conocí, en el ámbito laboral, dejó en claro como quería que lo llamaran.
-Adelante Sr. Miguel...- me acuerdo haberle dicho ese primer día que lo atendí en la oficina.
-Negro, a mí díganme Negro, así me conoce todo el mundo- nos aclaró a mí y a las demás chicas que estábamos en atención al público.
Desde el primer momento se destapó como un enamorador serial. De esos que pueden llegar a ser hasta confianzudos si les das la mínima confianza. En la oficina éramos todas mujeres, así que imagínense. Cuando venía no había una que se salvara de sus piropos, los cuáles solían ser de los más zarpados.
Pero aunque las otras chicas eran más jóvenes, lindas y tenían mejor cuerpo, por alguna razón sus dardos seductores siempre iban dirigidos a mí. ¿Habrá detectado algún signo de putez?
Lo cierto es que nunca fuí lo que se dice una mujer fiel. Siempre les puse los cuernos a todas mis parejas, fuesen novios, maridos o amantes. Pero en mi último compromiso eso cambió. 
Ya tenía 44 años cuando con mi pareja actual decidimos vivir juntos. El no tenía hijos, así que, de mutuo acuerdo, decidimos tener uno. Por suerte el tratamiento de fertilización dió resultado rápido, y así nació nuestro primer hijo, el cuarto mío.
Durante bastante tiempo me porté como una Carmelita descalza, de casa al trabajo, del trabajo a casa, alguna reunión con amigos, los tiempos de descontrol parecían haber quedado en el pasado.
Ya estoy vieja para estos trotes, solía pensar cuando aparecía algún posible desliz. Hasta que apareció el Negro, claro.
Lo nuestro fue medio raro porque al principio me cayó mal, pésimo, no me gustaba para nada su actitud de "me garcho a todas de parado". Y menos aún que todos los lances se los tirara conmigo.
Cuándo llegaba a la oficina trataba de evitarlo, pero irremediablemente siempre me terminaba buscando. Mis compañeras ya me cargaban con el tipo, viendo lo pesado que me caía.
No sé cuándo ni qué fue lo que cambió, pero un día decidí pararle el carro.
Vino como siempre, con sus chistes procaces, se sienta en mi escritorio y me manda una de sus típicas guasadas.
Esto se termina acá, me dije.
.Me levanté, lo miré seria y le digo que quiero hablar con él afuera de la oficina, que si por favor me acompaña. Las demás chicas dejan lo que están haciendo y se me quedan mirando.
Voy hacia la puerta, la abro y cuando él se acerca, salimos y la cierro de un golpe, como traduciendo el enojo que siento.
El Negro se me queda mirando desconcertado, sin imaginarse siquiera lo que pretendo decirle.
-Mirá Negro, todo muy bien con tus bromas, tus... intentos seductores, pero soy una mujer casada, tengo una hijita de cuatro años, y no me gusta que mis compañeras, que son mucho más chicas que yo, me carguen cada vez que venís como si tuviéramos algo, porque no te fijás en alguna de ellas que son más jodonas que yo- le digo de corrido, sin respirar y gesticulando.
-Es que me gustás vos- me responde franco, sincero, dejando por un momento el personaje del tipo que se las sabe todas.
Ahí me desbarató, me borró de un plumazo lo que pensaba decirle a continuación. Verlo tal cuál era, tan sensible, auténtico, me hizo cambiar en un segundo de estrategia.
-Y si te gusto porqué no me invitás a tomar un café, entonces- 
Me dí cuenta de lo que le dije cuando pronuncié la última palabra.
-¿Ésta tarde?- me pregunta.
Disculpame, me equivoqué, no quise decir eso, pensaba retractarme, pero de mi boca salieron otras palabras:
-Salgo a las seis, si me esperás en... (una esquina que está a un par de cuadras de la oficina)... en quince minutos estoy ahí-
Era como si ya lo tuviera planificado, como si cada vez que el Negro se aparecía por la oficina, hubiese estado esperando ese momento, esa oportunidad. Sería mi inconsciente, porque la verdad es que no tenía ningún deseo de garchármelo. Pero ahora, de buenas a primeras, estaba caliente con él. Caliente de ganas de coger.
Ya tenía 48 años, próxima a cumplir los 49, y ahí estaba, planeando una infidelidad.
Durante el resto de la tarde me relajé pensando en que, después de todo, solo se trataba de un café. En realidad no le había dado ninguna idea de nada. Podía aprovechar para decirle cómo me incomodaba que siempre me estuviera tirando los galgos a mí, que lo hiciera tan evidente. 
A las seis en punto, me levanté y me despedí de mis compañeras. Ni me cambié, me fui con el uniforme puesto decidida a subsanar ese error de una buena vez. Tampoco podía dejarlo pagando al pobre, por lo menos se merecía una explicación, siendo un cliente al que veía con asiduidad.
Al llegar a la esquina lo veo en su coche, fumando, mientras revisa el celular. Me acerco sabiendo ya lo que voy a decirle, las disculpas por haberlo citado, la aclaración respecto al motivo y el deseo de que nuestros lazos comerciales continúen como hasta entonces. Cuando me ve arroja el cigarrillo y destraba la puerta. Cómo guiada por algún ente maligno, la abro y subo a su coche. Me siento a su lado, me acomodo, y al momento de saludarnos, nos besamos en la boca.
¿Acaso podía decirle que era todo un malentendido?
En medio de ese beso intenso, voraz, intenta tocarme una teta, pero lo evito ya que estamos en una esquina concurrida, dónde cualquiera que pasa puede vernos.
-Ya no tengo ganas de café- le digo.
-¿Ah sí? ¿Y de qué tenés ganas?- me pregunta pícaro, pillo.
Le muerdo el lóbulo de la oreja y susurrándole, casi soplándole el oído, le digo:
-De chuparte bien la pija-
A guaso, guasa y media, jajaja.
Fuimos a un telo que está cerca y que el Negro ya conocía. Ni bien entramos a la habitación nos volvimos a trenzar en un beso que parecíamos querer succionarnos el alma a través de nuestras bocas. La lengua de uno exploraba la boca del otro, lamiéndonos, mezclando nuestras salivas.
Ahora sí dejo que me toque las tetas a través de la ropa, que me las estruje, mientras yo le estrujo el paquete a él, constatando que lo que decía no era puro bla bla, que tenía con qué respaldar la actitud de "me cojo a todas" que siempre mostraba.
Se la saco y lo pajeo, sin dejar de besarlo, despojándome en apenas un instante de todos esos años de fidelidad que había tenido.
Me pongo de rodillas, sumisa, y de un tirón le bajo el pantalón y el slip hasta un poco más abajo de las rodillas. Tiene una buena pija el Negro, grande, robusta, bien formada, pero tiene además lo que más me gusta en un hombre. Un matorral oscuro y frondoso. 
Hay tipos que se recortan, otros que se afeitan todo con la equívoca creencia de que así se les ve más grande. Yo prefiero que haya pelo ahí, mucho pelo, una buena pelambre y si es oscura mejor.
Me gusta comérmela toda, enterrar la nariz en esa aromática selva y aspirar, ahogarme en el denso perfume de la virilidad. Y el Negro huele a pura hombría.
Cómo a todos mis amantes, también a él le dedico una buena chupada de bolas, para luego tenderme desnuda en la cama, abrirme de piernas y entregarme a su voracidad.
Me chupa, me muerde, me saborea toda, extendiendo su saliva por cada rincón de mi concha. Me chupetea también los pendejos que forman un sedoso mechoncito alrededor del tajo que lengüetea con tantas ganas.
Lo agarro de los brazos y lo traigo hacía mí, para besarlo y sentir su cuerpo, con algunos kilos de más aunque fibroso, sobre el mío.
-¿Así me querías tener?- le susurro, mordiéndole la oreja, besándole el cuello, sintiendo como la fiebre entre mis muslos va en aumento.
-¡Cogeme... sacate las ganas!- le digo rodeándole la cintura con las piernas y empujando mi cuerpo contra el suyo.
El Negro se agarra la pija con la mano, la acomoda entre los labios y me penetra, me la hunde hasta casi la mitad. Para meter el resto tiene que empujar, ya que en los últimos años, ante la falta de mayores estímulos, mi sexo había adoptado un tamaño cuasi virginal. 
Me había convertido, casi sin darme cuenta, en una monja. Luego de la pasión de los dos primeros años, con mi marido habíamos caído en una rutina sexual de una vez por semana, aunque a veces llegábamos a pasar hasta quince días sin hacer el amor.
Si al uso poco frecuente de esa parte de mi cuerpo le sumamos la moderada dotación de mi compañero de lecho, se entendía la razón de mi estrechez.
No es que mi marido la tenga chica, no digo eso, pero decididamente no la tiene como el Negro.
Igual el tamaño para mí es lo de menos, a lo que me refiero es a que al contar desde hace años solo con el molde de la pija de mi marido, ahora sí notaba la diferencia. Mi concha se había acostumbrado a un solo tamaño, por lo que al verse invadida por uno mucho mayor, acusaba el impacto.
Me aferré con brazos y piernas a su cuerpo y me moví con él, fluyendo ambos en un deleite casi absoluto. Hacia tanto que no experimentaba esas sensaciones, que empecé a mojarme sin control, teniendo una cadena de orgasmos que me dejaron toda despatarrada y en estado de éxtasis. El Negro me siguió cogiendo hasta que llegó a su propio clímax.
En el momento previo a la penetración, él había agarrado un preservativo.
-¿En serio necesitás eso?- alcancé a preguntarle antes de que se lo pusiera.
Me sonrió, lo volvió a poner con los demás y entonces me la mandó a guardar así, en carne viva.
-¡Dame la lechita!- le susurré cuando sentí que se hinchaba de esa forma que solo podía predecir una descarga.
Me la dejó clavada y se vino. Recién me di cuenta de lo abundante de su acabada cuando se volteó a un lado y al meterme los dedos el semen empezó a brotar como si se hubiera roto una compuerta.
-Me llenaste de leche, Negro- le digo mirándolo y sonriéndole -Y pensar que hasta hace poco solo quería cantarte las cuarenta-
Pese al orgasmo seguía con la pija empinada, como si tras haber conseguido lo que tanto deseaba, se resistiera a ceder terreno.
Se la agarro y se la acaricio mientras le pregunto porque entre todas las mujeres de la oficina, algunas mucho más jóvenes y lindas, vino a fijarse justo en mí.
-No te das cuenta pero sos la que mejor está de entre todas...- hace una pausa y agrega -Además se nota que tenés experiencia-
Experiencia tengo de sobra, solo que en el último tiempo estuve medio retirada. Aunque creo que de puta una nunca se retira.
Le vuelvo a chupar la pija, los huevos, todo el combo y me pongo de cuclillas encima suyo. Se la agarro con una mano y me la refriego así de dura y pesada por toda la concha, me aplasto la cabeza contra el clítoris, para ponerla entonces entre los labios y deslizarme a lo largo de su cada vez más dura extensión.
Un gemido se me queda atorado en la garganta cuando lo siento penetrándome por segunda vez. Es como si se ensanchara adentro mío, expandiendo su volumen para llenar todo mi interior.
Me quedo ahí, con todo adentro, y lo miro extasiada. Si alguien me hubiera dicho esa misma mañana que terminaría el día cogiendo con el Negro lo hubiera tildado de loco. No había nada más lejano en mi horizonte que esa situación. Pero allí estaba, montándolo, disfrutando cada momento, sintiendo que volvía a renacer en mí aquella Lali que ya tenía olvidada.
Me empiezo a mover arriba y abajo, mientras él me acaricia los pechos, entregándose al deleite que mi sexo ávido y desaforado le proporciona.
Conocí a mi marido actual cuando cumplí los 41, una amiga en común nos presentó en mi fiesta de cumpleaños. Desde entonces solo estuve con él, siendo primero una novia y luego una esposa fiel. 
Cuándo me acosté con el Negro ya tenía 48, y pese a la abstinencia de esos años, mi cuerpo no había olvidado. El tacto, las sensaciones, las emociones, todo volvía a mí. 
Me sentía de nuevo como esa pendeja, de vuelta en el depósito de la calle Tres Arroyos, ansiosa por salir al mundo. Ávida de nuevas experiencias.
No entendía como había soportado tantos años de fidelidad, cuándo ahí, en la variedad del placer, está la verdadera emoción de la vida.
Apoyo las piernas en la cama y sentándome sobre él, dejo que me coja a su propio ritmo. Me agarra de la cola, y se mueve con una maestría que evidencia sus horas de cama.
El Negro no solo tiene pinta de buen cogedor, es un cogedor fuera de serie, de esos que a la experiencia le suman pasión y altruismo, ya que no piensan solo en su propio placer, sino también en el de quién está con ellos.
No solo me satisfacía con la pija, sino también con las manos, con la boca, con la lengua, con el roce de su cuerpo.
Me sentía henchida de gozo, y aunque se trataba de la primera vez que le ponía los cuernos a mi marido, el sentimiento de culpa, el arrepentimiento, la negación eran inexistentes.
Soy una mujer pasional, devota del sexo, no puedo negarme a mí misma. La infidelidad, la trampa, es solo el vehículo para saciar mis instintos básicos, mis insatisfacciones.
Si no me tenés bien cogida, no creas que no voy a meterme en otra cama, le hubiera dicho a mi marido en ese momento. Y esa cama que compartía con el Negro, quemaba.
Cuando me tuvo en cuatro, lo sorprendí guiándole la poronga hacía el otro agujero. Complacido, me besó la espalda y me penetró, desvirgándome otra vez el culo, que mi marido apenas había llegado a explorar en estos años.
Cuándo llegó a metérmela toda, tras no pocos intentos, me metió también los dedos en la concha, y empezó con una culeada divina, gloriosa, impactante.
Hace años que no me rompían el culo de esa manera, con tanta habilidad que se deslizaba por los dos orificios con la misma fluidez.
Con la pija por detrás, con los dedos por delante, dándome el mayor gusto que tenía en años.
Con mi marido el sexo es rutinario, estructurado, casi aburrido, ni en sueños me hubiese culeado así, con ese desenfreno, con esas ganas de desfondarme y hacer de mis cavidades una sola.
Esta vez me acabó sin que tuviera que pedirle la lechita. Me la dejó clavada en el culo y se descargó con todo, incluso más fuerte y abundante que la primera vez, mientras que con los dedos me sacudía el clítoris como si estuviera haciendo sonar una campana.
Terminamos derrumbados, él sobre mí, jadeando extasiados, sintiendo que nuestros cuerpos eran el complemento ideal el uno del otro.
Cuándo estás de trampa, acabás y te vas, no te interesa el después sino el durante, pero con el Negro nos quedamos charlando durante casi una hora sabiendo que ya no lo volveríamos a hacer, por lo menos durante esa tarde.
-¿Nos duchamos antes?- propusó cuándo le dije que, muy lamentablemente, ya era hora de irme.
-Dale- acepté.
Nos levantamos y entramos al baño casi abrazados, tocándonos, no pudiendo estar lejos del otro por mucho tiempo.
Nos metimos a la ducha, abrimos el agua y nos enjabonamos mutuamente. Aún en su estado de letargo, la poronga de el Negro tenía un buen tamaño, por lo que me entretuve lavándosela con esmero y dedicación.
La levantaba y la soltaba, para que cayera pesadamente entre sus piernas.
-Si me hacés acabar una vez más, ya no te voy a dejar escapar- me dice en tono amenazante.
Le sonrío y poniéndome de cuclillas en el fondo de la bañadera, se la empiezo a chupar. Por supuesto que enseguida se le pone dura, por lo que redoblo la intensidad de la mamada. No pasa mucho para que vuelva a acabarme, ésta vez en la boca, ya no con tanta fluidez como las anteriores, pero sí lo suficiente como para poder disfrutar del sabor de su esencia.
Después de eso el Negro cumplió con su amenaza, ya no me dejó ir. Claro que yo tampoco lo dejé ir a él. Se me dió por contarlo por los mensajes que me mandó durante la cuarentena, con fotos en las que se pajeaba pensando en mí.
Ya hace hace seis meses de aquel encuentro. Desde entonces somos amantes.

























8 comentarios - El Negro Miguel

mdzterracota
Muy bueno Lali, me gusta cómo lo relatas
Sincodigo1
Mmm Lali que lindo alguna foto
hijodelnegro
Muy bueno!! Te resucitó lo que llevas adentro, una perra en celo
omar698
Muy buen relato Laly
Marianitog75
Excelente como todos tus relatos....👏👏👏👏👏
veteranodel60
Muy bueno, sos una genia, te dejo mis 10 puntos porque no puedo poner más ,te mereces todos los puntos del mes , gracias por compartir
chelocabito
Muy buen relato!!!+10me encantan tus relatos y el Negro sabe reconocer la belleza y donde hay experiencia,uno con los años se da cuenta de eso