Llevaba un tiempo visitando esas paginas webs, viendo durante horas esos cuerpos contorsionarse como serpientes convulsionando. No era lo mismo que ver porno, el porno me aburre rápidamente, lo que me entusiasma es la idea de ver porno, pero una vez ahí, vuelvo a confirmar la vulgaridad de ese placer falso, hollywodense. No hay nada ahí parecido a la verdad, la piel de esos actores brilla como el plástico. Pero las camgirls eran distintas, al principio eran solo cuerpos, pero luego eran una voz, una sonrisa espontanea, y el placer innegable en esos ojos perdidos en la nada. El cuerpo era tan sólo la carnada, pero era una carnada deliciosa. A veces ni siquiera me masturbaba, sólo me entrega a la hipnosis del placer ajeno.
Llevaba un tiempo visitando esas paginas webs, y apenas entraba revisaba las cámaras más populares, o las cámaras nuevas, en la búsqueda de un paraíso aún por descubrir, y lo descubrí. Ella no mostraba la cara, solo el cuerpo, su piel blanca me hacía pensar en la inocencia, pero sus dedos largos sumergidos en el fruto prohibido, en su vagina humeda, me recordaban que ella también estaba perdida en el placer. Sus gemidos eran honestos como el llanto, un llanto alegre y lleno de violencia. Podía ver su cuerpo entero, sus pechos pequeños, sus pechos timidos, pero sus pezones no eran timidos, siempre erectos, quizá hacia frio en esa habitación, no lo se, no sabía nada de esa habitación. Siempre se sentaba en una esquina apoyada en una toalla azul que cubría toda el área, era prudente, no quería revelar ninguna huella. Se mordía la mano para no gemir, pero no era suficiente, sus dientes se marcaban en su piel, y sus gemidos ahogados se clavaban en mi cuerpo. Cuando la escuchaba me recorría un relámpago, y mi pene saltaba hambriento. Eso era ella para mí, un plato de hambre que despertaba al animal que duerme en todos nosotros. No hablaba nunca, a menos que los gemidos fueran una forma de hablar.
Con el tiempo deje de ver a las demás. Ella había monopolizado mi deseo. Pero ya no estaba satisfecho, quería ir más allá, quería escuchar su voz, quería ver su rostro, quería dejar de imaginar esas facciones en un intento infructuoso de completar el cuadro, por que después del orgasmo su rostro volvía a ser lo que era, un signo de interrogación
Paulatinamente ella comenzó a hablar en el chat, no sólo compartía el preció que costaba que se sacara la polera, que tocara con sus dedos sus pezones brillantes de saliva, que se pusiera en cuatro y nos mirara a los ojos con vagina húmeda, mientras repasaba su clitorís con movimientos circulares, mientras hundía su dedo anular en su ano, de a poco, con suavidad, lubricando con saliva y con tiempo, a veces en sus gemidos se adivinaban gotas de dolor, pero era un dolor que le gustaba, un dolor que subrayaba su goce. No solo compartía el precio que costaba encender su vibrador y verla perder el control, ver su vientre tiritar como de frio, ver el rubor en su rostro, la señal inequívoca del orgasmo, y a veces el squirt, la guinda de la torta, una cascada apeteciblo. Paulatinamente ella comenzó a hablar en el chat, nos preguntaba si queríamos escuchar una canción, yo sugería algunas y ella se alegraba por que también le gustaba, por que también quería escucharlas. Nos preguntaba si queríamos que se disfrazara de algo, o nos pedía que escribiéramos mensajes calientes, porque a ella le calentaban los mensajes calientes, y yo le decía que mi lengua recorría su cuerpo, que mordía suavemente su cuello, que bajaba por su vientre reptando, que acariciaba con sus mejillas sus muslos, que ejercitaba mi lengua en su vagina, que la penetraba como quien clava un cuchillo en una herida que ya existe, en una herida sedienta de cuchillos, y que ella gemía y cerraba los ojos, hasta que su gemido era su mundo, y lo demás no existía, porque el placer era un vendaval que se lo llevaba todo.
A. veces desaparecía para hacer shows privados. Habían tipos que pagaban para estar personalmente con ella, pero me consolaba pensar que no estaban con ella, que estaban con su cuerpo, que eran hombres vulgares, un pene y su apéndice, pero quizás no era así, o quizás yo también era un pene del que colgaba un cuerpo, todos somos eso a veces. No tengo tarjeta de crédito, no podía convertir mi dinero en esa divisa virtual que sus devotos seguidores invertían para desencadenar sus orgasmos, para aumentar la intensidad de su vibrador, para obligarla gemir, a morderse la mano, a retorcerse en un placer incontrolable. No puedo dejar de agradecer a esos héroes anónimos.
Un día me envío un mensaje privado, me decía que le gustaba como escribía que leer mis mensajes la empujaban al orgasmo, que mis palabras también vibraban. Ella no lo escribió así, pero eso fue lo que yo leí. Me decía que llevaba tiempo esperando que yo solicitara un show privado, que no entendía porque no lo hacía, si llenaba el chat con mi entusiasmo caliente. Ella no lo escribió así, pero eso fue lo que yo leí. Adjunto su cuenta de Skype, y me dijo que me conectara ese día a las 1 de la mañana, que me estaría esperando, que quería escuchar mi voz escribiendo esos mensajes.
Ese día me conecte a las 1 de la mañana. Yo tenía la cámara desactivada, ella no. Yo guardaba silencio, ella me dijo “Hola”. Todo mi mundo se tambaleo, mi corazón se acelero como un tren acercándose, un sudor frio despertó en mi piel, respiraba agitado. Ella me dijo “Hola” y yo supe que era mi hermana, cerré mi laptop con una fuerza peligrosa y me quedé 10 minutos mirando la pared.
Mi mente se anudo en un conflicto irresoluble. Convivían en mi el deseo y la culpa, las ganas de morder el cuesco de la fruta prohibida. El día siguiente en la mañana le escribí un mensaje relativamente extenso, improvise una historia que explicara mi huida, le dije que era excesivamente tímido, que me acomplejaba mi cuerpo, que temía que no le gustara mi voz, que no quería arruinar este milagro. No se porque escribí eso, en un principio decidí abandonar todo, aceptar la condena y renunciar. Pero siempre me sorprendía pensando en ella, pensando en su cuerpo. Siempre me sorprendía una erección culposa que no podía negar. Porque la semilla del deseo se había plantado hace tiempo, y este reciente brote de culpa se marchitaba en la sombra de ese árbol sediento de clavar su copa en las nubes. Por eso le mandé ese mensaje, por que quería atragantarme con su fruta prohibida, por que todos mis cuestionamientos se disolvían cuando veía su cuerpo, cuando oía sus gemidos, cuando mis ojos se sumergían y se ahogaban en sus pezones húmedos, cuando sus pezones me apuntaban y me decían “tu eres culpable, tu deseo esta más allá del bien y del mal”.
Terminamos acordando que nuestras sesiones por Skype sí se llevarían a cabo, que yo. Escribiría mensajes como lo hacía en el chat, pero sin las interrupciones de los otros usuarios. Ella acepto resignada, pero acepto. Yo pensé en el poder de las palabras. Fue así como los fines de semana se transformaron en mi razón de existir, como me pasaba cinco días pensando en la medianoche del viernes, imaginando lo que iría a escribir, porque debía ser creativo, no podía repetir la misma cantinela, no podía arriesgar aburrirla, tenía que compensar mi voz y mi cuerpo con palabras, y la única forma de lograrlo era recurrir a la poesía, la única forma de lograrlo era escribir:
Pensé que sabía nadar
Pero era mentira
Me quedo quieto en tu humedad
Y me hundo como una piedra
Eso es lo que soy
Una piedra acercándose al fondo
Pero lo cierto es que no soy una piedra
Las metáforas se quedan cortas
Las metáforas, a veces
Son complicadas simplificaciones
Lo cierto es que soy un pedazo de deseo
Y tu eres una estatua cascada
Tu cuerpo hecho de palabras
Esta hecho de carne
Por eso la impotencia del lenguaje
No cabe tu cuerpo en un poema
Solo queda pensar
En lo mismo de de siempre.
En tus pechos que caben en mi mano
En tus pezones valientes
En tu piel pálida como la muerte
¿Y hay acaso algo mas seductor que la muerte?
Pero estas tan viva sin embargo
No se si tu vagina me sonríe
O me muestra los dientes
Como queriendo morderme
Como se imaginarán mi hermana no vive en la misma ciudad, es mayor y ya asiste a la universidad. Y si bien yo recién cumplí 19 años, aún sigo en la casa de mis padres, preparándome para ingresar a la universidad. Sentía que era tiempo de mover las piezas de este tablero de ajedrez, de atreverme a dar un paso adelante. Se me ocurrió un plan, se me ocurrió una mentira. Le dije a mis padres que quería ir a un concierto a la ciudad donde vivía mi hermana, que me dieran dinero para comprar el ticket, que me quedaría en su apartamento y volvería el día siguiente, que había hablado con mi hermana para quedarme en su apartamento.
El viernes a medianoche ocurrió lo que siempre ocurría los viernes a la media noche. Esperé a que me llamara, siempre era ella la que llamaba. Esta vez ella guardo silencio, y yo dije “Hola”. Esta vez ella se fue de la llamada. Y quizás cerró su laptop con una fuerza peligrosa y se quedo 10 minutos mirando la pared.
El día siguiente tome un bus y me fui a la ciudad. Cuando ella me abrió la puerta hicimos lo único que podíamos hacer, hablar lo menos posible y hacer como si nada hubiera pasado, mirar el suelo como buscando algo en que distraernos, algo que nos obligara a pensar en otra cosa. Pero el suelo estaba limpio y despejado, el suelo era un baldosa reluciente, y si mirábamos bien veíamos una mancha parecida a nuestro reflejo. Ella se fue a mi habitación y yo me fui a mi habitación. La llamé por Skype.
Activo la cámara y el micrófono, me incomoda ver mi torso desnudo y mi pene en la pantalla, mi pene es un signo de exclamación y su vagina es un signo de interrogación, entre esos dos estados habita el deseo, un grito inquisitivo, una pregunta entusiasma. Comienzo a hablar: “Tocate, sí, tocate. Acaricía tu vagina sin piedad. ¿Sientes la humedad? Yo la imagino tanto que la siento. Ponte en cuatro, mueve tu culo para que se mueva el mundo. Sigue tocando tu vagina. Gime mas fuerte. Gime hasta que te escuche desde aca. Hasta que tus gemidos lleguen a tu habitación, mírame a los ojos y olvida quien soy. De eso se trata el placer ¿No es cierto? De olvidar por un momento quienes somos. De eso se trata el placer ¿No es cierto? De desaparecer. Desaparece ¿Hacia donde apuntan tus pupilas? Sigue tocándote. Quizás tu muñeca se canso. La mía no se cansa, por que tiene los ojos clavados en la meta, tu eres la meta. Activa el vibrador, más fuerte, más fuerte, súbele el volumen a esa cosa. No sabes donde poner las manos. Eres una serpiente encantada, y yo soy el flautista. No puedes cerrar la boca. El placer no te cabe adentro, tienes que abrirla para que salga. Como el vapor de una olla a presión. Ya puedo oír tus gemidos, o tus gritos. Quiero más dientes para morder tus senos, quiero más lenguas para recorrer tu vagina, esa herida que se resiste a cicatrizar, ya no se que decir, yo también desaparezco, yo también me quedo sin palabras”.
Sin ni siquiera pensarlo, me pongo de pie y me dirijo a su cuarto. Me siento al frente de ella y sigo haciendo lo que estaba haciendo a través de la cámara. Ella también. Nos acercamos de a poco, hasta que nuestros cuerpos se tocan sin tocarse, hasta que compartimos el mismo calor. Me abalanzó sobre ella. Se abalanza sobre mí, y las palabras que llevaba tanto tiempo dedicándole se hacen carne. Es increíble tocarla, apretarla entre mis brazos, y ahora sí, morder su cuello suavemente, besarla con violencia. Respirar agitados. Ahora son mis dedos los que dibujan círculos en su clitorís, su vagina casi esta chorreando, así se siente el placer, pegajoso, húmedo, verdadero. No me gusta la palabra lamer, pero eso es lo que hago, lamo su vagina hasta saciarme. Y ella grita y gime y me toma por el pelo. Luego se pone en posición y la penetro, suavemente, con un ritmo sigiloso, como caminando en puntillas, como arrepentido. Luego más fuerte, como poseído por un animal. Eso somos, dos animales sin moral. Luego más fuerte. Desde atrás tomo sus pechos y apretó un poco sus pezones. Escucho unas gotas de dolor en sus gemidos, pero es un dolor que se disfruta, un dolor que subraya el placer. Arrodillada ante mí, no se si me sonríe o me muestra los dientes. Me mira como si fuera su presa. La miró como si fuera su presa. Tiene sed. Yo acelero mi muñeca y todo acabó. Una lluvia de semen adorna su rostro. Se traga todo lo que puede. Y después de mira. Sin decir nada entendemos que todo cambio para siempre, pero no nos preocupa, el deseo es un árbol gigantesco que opaca con su sombra todo lo demás.
La próxima vez que que se conecta al sitio de camgirls alguien la este penetrando.
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Llevaba un tiempo visitando esas paginas webs, y apenas entraba revisaba las cámaras más populares, o las cámaras nuevas, en la búsqueda de un paraíso aún por descubrir, y lo descubrí. Ella no mostraba la cara, solo el cuerpo, su piel blanca me hacía pensar en la inocencia, pero sus dedos largos sumergidos en el fruto prohibido, en su vagina humeda, me recordaban que ella también estaba perdida en el placer. Sus gemidos eran honestos como el llanto, un llanto alegre y lleno de violencia. Podía ver su cuerpo entero, sus pechos pequeños, sus pechos timidos, pero sus pezones no eran timidos, siempre erectos, quizá hacia frio en esa habitación, no lo se, no sabía nada de esa habitación. Siempre se sentaba en una esquina apoyada en una toalla azul que cubría toda el área, era prudente, no quería revelar ninguna huella. Se mordía la mano para no gemir, pero no era suficiente, sus dientes se marcaban en su piel, y sus gemidos ahogados se clavaban en mi cuerpo. Cuando la escuchaba me recorría un relámpago, y mi pene saltaba hambriento. Eso era ella para mí, un plato de hambre que despertaba al animal que duerme en todos nosotros. No hablaba nunca, a menos que los gemidos fueran una forma de hablar.
Con el tiempo deje de ver a las demás. Ella había monopolizado mi deseo. Pero ya no estaba satisfecho, quería ir más allá, quería escuchar su voz, quería ver su rostro, quería dejar de imaginar esas facciones en un intento infructuoso de completar el cuadro, por que después del orgasmo su rostro volvía a ser lo que era, un signo de interrogación
Paulatinamente ella comenzó a hablar en el chat, no sólo compartía el preció que costaba que se sacara la polera, que tocara con sus dedos sus pezones brillantes de saliva, que se pusiera en cuatro y nos mirara a los ojos con vagina húmeda, mientras repasaba su clitorís con movimientos circulares, mientras hundía su dedo anular en su ano, de a poco, con suavidad, lubricando con saliva y con tiempo, a veces en sus gemidos se adivinaban gotas de dolor, pero era un dolor que le gustaba, un dolor que subrayaba su goce. No solo compartía el precio que costaba encender su vibrador y verla perder el control, ver su vientre tiritar como de frio, ver el rubor en su rostro, la señal inequívoca del orgasmo, y a veces el squirt, la guinda de la torta, una cascada apeteciblo. Paulatinamente ella comenzó a hablar en el chat, nos preguntaba si queríamos escuchar una canción, yo sugería algunas y ella se alegraba por que también le gustaba, por que también quería escucharlas. Nos preguntaba si queríamos que se disfrazara de algo, o nos pedía que escribiéramos mensajes calientes, porque a ella le calentaban los mensajes calientes, y yo le decía que mi lengua recorría su cuerpo, que mordía suavemente su cuello, que bajaba por su vientre reptando, que acariciaba con sus mejillas sus muslos, que ejercitaba mi lengua en su vagina, que la penetraba como quien clava un cuchillo en una herida que ya existe, en una herida sedienta de cuchillos, y que ella gemía y cerraba los ojos, hasta que su gemido era su mundo, y lo demás no existía, porque el placer era un vendaval que se lo llevaba todo.
A. veces desaparecía para hacer shows privados. Habían tipos que pagaban para estar personalmente con ella, pero me consolaba pensar que no estaban con ella, que estaban con su cuerpo, que eran hombres vulgares, un pene y su apéndice, pero quizás no era así, o quizás yo también era un pene del que colgaba un cuerpo, todos somos eso a veces. No tengo tarjeta de crédito, no podía convertir mi dinero en esa divisa virtual que sus devotos seguidores invertían para desencadenar sus orgasmos, para aumentar la intensidad de su vibrador, para obligarla gemir, a morderse la mano, a retorcerse en un placer incontrolable. No puedo dejar de agradecer a esos héroes anónimos.
Un día me envío un mensaje privado, me decía que le gustaba como escribía que leer mis mensajes la empujaban al orgasmo, que mis palabras también vibraban. Ella no lo escribió así, pero eso fue lo que yo leí. Me decía que llevaba tiempo esperando que yo solicitara un show privado, que no entendía porque no lo hacía, si llenaba el chat con mi entusiasmo caliente. Ella no lo escribió así, pero eso fue lo que yo leí. Adjunto su cuenta de Skype, y me dijo que me conectara ese día a las 1 de la mañana, que me estaría esperando, que quería escuchar mi voz escribiendo esos mensajes.
Ese día me conecte a las 1 de la mañana. Yo tenía la cámara desactivada, ella no. Yo guardaba silencio, ella me dijo “Hola”. Todo mi mundo se tambaleo, mi corazón se acelero como un tren acercándose, un sudor frio despertó en mi piel, respiraba agitado. Ella me dijo “Hola” y yo supe que era mi hermana, cerré mi laptop con una fuerza peligrosa y me quedé 10 minutos mirando la pared.
Mi mente se anudo en un conflicto irresoluble. Convivían en mi el deseo y la culpa, las ganas de morder el cuesco de la fruta prohibida. El día siguiente en la mañana le escribí un mensaje relativamente extenso, improvise una historia que explicara mi huida, le dije que era excesivamente tímido, que me acomplejaba mi cuerpo, que temía que no le gustara mi voz, que no quería arruinar este milagro. No se porque escribí eso, en un principio decidí abandonar todo, aceptar la condena y renunciar. Pero siempre me sorprendía pensando en ella, pensando en su cuerpo. Siempre me sorprendía una erección culposa que no podía negar. Porque la semilla del deseo se había plantado hace tiempo, y este reciente brote de culpa se marchitaba en la sombra de ese árbol sediento de clavar su copa en las nubes. Por eso le mandé ese mensaje, por que quería atragantarme con su fruta prohibida, por que todos mis cuestionamientos se disolvían cuando veía su cuerpo, cuando oía sus gemidos, cuando mis ojos se sumergían y se ahogaban en sus pezones húmedos, cuando sus pezones me apuntaban y me decían “tu eres culpable, tu deseo esta más allá del bien y del mal”.
Terminamos acordando que nuestras sesiones por Skype sí se llevarían a cabo, que yo. Escribiría mensajes como lo hacía en el chat, pero sin las interrupciones de los otros usuarios. Ella acepto resignada, pero acepto. Yo pensé en el poder de las palabras. Fue así como los fines de semana se transformaron en mi razón de existir, como me pasaba cinco días pensando en la medianoche del viernes, imaginando lo que iría a escribir, porque debía ser creativo, no podía repetir la misma cantinela, no podía arriesgar aburrirla, tenía que compensar mi voz y mi cuerpo con palabras, y la única forma de lograrlo era recurrir a la poesía, la única forma de lograrlo era escribir:
Pensé que sabía nadar
Pero era mentira
Me quedo quieto en tu humedad
Y me hundo como una piedra
Eso es lo que soy
Una piedra acercándose al fondo
Pero lo cierto es que no soy una piedra
Las metáforas se quedan cortas
Las metáforas, a veces
Son complicadas simplificaciones
Lo cierto es que soy un pedazo de deseo
Y tu eres una estatua cascada
Tu cuerpo hecho de palabras
Esta hecho de carne
Por eso la impotencia del lenguaje
No cabe tu cuerpo en un poema
Solo queda pensar
En lo mismo de de siempre.
En tus pechos que caben en mi mano
En tus pezones valientes
En tu piel pálida como la muerte
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Pero estas tan viva sin embargo
No se si tu vagina me sonríe
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Como queriendo morderme
Como se imaginarán mi hermana no vive en la misma ciudad, es mayor y ya asiste a la universidad. Y si bien yo recién cumplí 19 años, aún sigo en la casa de mis padres, preparándome para ingresar a la universidad. Sentía que era tiempo de mover las piezas de este tablero de ajedrez, de atreverme a dar un paso adelante. Se me ocurrió un plan, se me ocurrió una mentira. Le dije a mis padres que quería ir a un concierto a la ciudad donde vivía mi hermana, que me dieran dinero para comprar el ticket, que me quedaría en su apartamento y volvería el día siguiente, que había hablado con mi hermana para quedarme en su apartamento.
El viernes a medianoche ocurrió lo que siempre ocurría los viernes a la media noche. Esperé a que me llamara, siempre era ella la que llamaba. Esta vez ella guardo silencio, y yo dije “Hola”. Esta vez ella se fue de la llamada. Y quizás cerró su laptop con una fuerza peligrosa y se quedo 10 minutos mirando la pared.
El día siguiente tome un bus y me fui a la ciudad. Cuando ella me abrió la puerta hicimos lo único que podíamos hacer, hablar lo menos posible y hacer como si nada hubiera pasado, mirar el suelo como buscando algo en que distraernos, algo que nos obligara a pensar en otra cosa. Pero el suelo estaba limpio y despejado, el suelo era un baldosa reluciente, y si mirábamos bien veíamos una mancha parecida a nuestro reflejo. Ella se fue a mi habitación y yo me fui a mi habitación. La llamé por Skype.
Activo la cámara y el micrófono, me incomoda ver mi torso desnudo y mi pene en la pantalla, mi pene es un signo de exclamación y su vagina es un signo de interrogación, entre esos dos estados habita el deseo, un grito inquisitivo, una pregunta entusiasma. Comienzo a hablar: “Tocate, sí, tocate. Acaricía tu vagina sin piedad. ¿Sientes la humedad? Yo la imagino tanto que la siento. Ponte en cuatro, mueve tu culo para que se mueva el mundo. Sigue tocando tu vagina. Gime mas fuerte. Gime hasta que te escuche desde aca. Hasta que tus gemidos lleguen a tu habitación, mírame a los ojos y olvida quien soy. De eso se trata el placer ¿No es cierto? De olvidar por un momento quienes somos. De eso se trata el placer ¿No es cierto? De desaparecer. Desaparece ¿Hacia donde apuntan tus pupilas? Sigue tocándote. Quizás tu muñeca se canso. La mía no se cansa, por que tiene los ojos clavados en la meta, tu eres la meta. Activa el vibrador, más fuerte, más fuerte, súbele el volumen a esa cosa. No sabes donde poner las manos. Eres una serpiente encantada, y yo soy el flautista. No puedes cerrar la boca. El placer no te cabe adentro, tienes que abrirla para que salga. Como el vapor de una olla a presión. Ya puedo oír tus gemidos, o tus gritos. Quiero más dientes para morder tus senos, quiero más lenguas para recorrer tu vagina, esa herida que se resiste a cicatrizar, ya no se que decir, yo también desaparezco, yo también me quedo sin palabras”.
Sin ni siquiera pensarlo, me pongo de pie y me dirijo a su cuarto. Me siento al frente de ella y sigo haciendo lo que estaba haciendo a través de la cámara. Ella también. Nos acercamos de a poco, hasta que nuestros cuerpos se tocan sin tocarse, hasta que compartimos el mismo calor. Me abalanzó sobre ella. Se abalanza sobre mí, y las palabras que llevaba tanto tiempo dedicándole se hacen carne. Es increíble tocarla, apretarla entre mis brazos, y ahora sí, morder su cuello suavemente, besarla con violencia. Respirar agitados. Ahora son mis dedos los que dibujan círculos en su clitorís, su vagina casi esta chorreando, así se siente el placer, pegajoso, húmedo, verdadero. No me gusta la palabra lamer, pero eso es lo que hago, lamo su vagina hasta saciarme. Y ella grita y gime y me toma por el pelo. Luego se pone en posición y la penetro, suavemente, con un ritmo sigiloso, como caminando en puntillas, como arrepentido. Luego más fuerte, como poseído por un animal. Eso somos, dos animales sin moral. Luego más fuerte. Desde atrás tomo sus pechos y apretó un poco sus pezones. Escucho unas gotas de dolor en sus gemidos, pero es un dolor que se disfruta, un dolor que subraya el placer. Arrodillada ante mí, no se si me sonríe o me muestra los dientes. Me mira como si fuera su presa. La miró como si fuera su presa. Tiene sed. Yo acelero mi muñeca y todo acabó. Una lluvia de semen adorna su rostro. Se traga todo lo que puede. Y después de mira. Sin decir nada entendemos que todo cambio para siempre, pero no nos preocupa, el deseo es un árbol gigantesco que opaca con su sombra todo lo demás.
La próxima vez que que se conecta al sitio de camgirls alguien la este penetrando.
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1 comentarios - Mi hermana, la camgirl