Este pequeño relato nacio de la inspiración generada por le amig@ @5contar, a quien agradezco su insistencia y ordinariez. Espero que les guste, tanto como a mi escribirlo..
Cuarentena.
Maldita cuarentena.
Doblemente maldita para los solteros que la pasan solos. Llenos de ausencias. Presos de sus propias ansias. Esclavos de sus pasiones carnales que no encuentran fluidos que las llenen o vacien (según el caso).
"Día 27 de encierro" escríbe él en su muro de facebook.
Está fumando de más y se da cuenta. Su novia lo dejó hace tres semanas por wasap. Por otro lado recupero algo de la comunicación con su madre. Juega juegos virtuales con amigos virtuales hasta la madrugada.
No ha dejado de pajearse ni un día. Ni siquiera la liberación del contenido premium de Pornhub puede apagar el incendio que lo quema desde su entrepierna.
Ella se toma las cosas con calma. Vive esos días como una oportunidad de reencontrarse consigo misma. Volvió a la lectura y al yoga. Casi no usa medios virtuales. El porro la relaja, aunque sabe que exagera.
Redescubrio la masturbación como forma de amigarse con su cuerpo al que la sociedad insiste en llamar imperfecto y para ella es una fuente inagotable de placeres. También está exagerando con la paja.
Hace quince días que no usa corpiño y dejo de depilarse. Pasa largas horas tocándose y escuchando música en la bañera.
Viven en uno de esos barrios dónde la modernidad no llegó. Dónde todavía hay casas viejas, techos altos, zaguanes, balcones con molduras y plantas creciendo en las grietas de la mamposteria. Dónde todo es un poco ruinoso y romántico.
A tres pisos del suelo viven sus soledades solos, separados por una estrechisima calle de la ciudad muda. Y hasta esa tardecita no sabían de la existencia del otro.
Ella hacia media hora que esperaba que se hicieran las siete para prenderse uno. Estaba descalza y con una pequeña solera corta que dejaba muy sueltas sus tetas grandes que asomaban un poco a la altura de las axilas. A la hora señalada puso "Aguas de Marzo" de Jobim a buen volumen y salió al balcón. Lo prendió, fumando con los antebrazos apoyados en la baranda, mirando al asfalto vacío. La nochecita estaba plácida y algo calurosa. Se había bañado una hora. Tampoco se había puesto bombacha.
A las 18.50 él apagó la computadora. Le ardían los ojos y sentía la garganta áspera de mil cigarrillos negros fumados durante el día. Sobre el escritorio había restos de mate, café, gaseosa y paquetes de papas fritas y galletitas de chocolate vacías. Estaba en cuero y transpirado. Llevaba puestos unos jeans negros gastados. Se había olvidado de abrir la ventana y el aire estaba espeso en la habitación. Se acercó a la vieja y enorme ventana abriendo de par en par dos grandes paneles de vidrio. Aspiró el aire fresco con gratitud y los ojos cerrados. Escucho una música suave del otro lado de la calle. Cuando los abrió la vio.
Pelo ensortijado y pelirroja. Los codos apoyados en la baranda. Una solera colorida que cubría pobremente sus tetas sueltas bajo la tela. El balcón con baranda de vidrio dejaba ver su cuerpo. Vio que estaba descalza, las uñas de los pies pintadas de un verde fuerte. Le gustaron sus piernas. Un poco distraida, un poco gordita. Piel muy blanca. Fumaba.
Movía el cuerpo suavemente al compas de la música. Sintió que de alguna manera estaban solos. Le gustó ser testigo de ese momento de intimidad de su vecina.
Se le paró la verga bajo el pantalón.
A ella siempre le.gustaba escuchar la parte final de la canción cuando Jobim y Elis Regina intercambian sonidos guturales. Era divertido y le resultaba erótico. A esas alturas todo le resultaba erótico. Y lo vio.
Alto morocho, el pelo negro enmarañado y la barba un poco crecida. En cuero tenia buen lomo. Le gustaron sus hombros marcados. La miraba. No sabía por qué pero se detuvo en los pectorales, en sus pezones gruesos y renegridos. Era lampiño (o depilado pensó). Igual le gustó.
La miraba sereno, con amabilidad. Sintió una electricidad que le recorría el cuerpo y los pezones que se le ponían duros.
Terminó la canción y de fumar el porro y ya estaba caliente nuevamente. La mirada de su vecino la puso a punto y le dieron ganas de volver a tocarse. Tenía planeado hacer un poco de yoga antes de comer. Entonces tuvo una idea que la calentó al punto que sintió los flujos brotar de de su cajeta.
.Le gustó la idea de mostrarse al vecino. Calentarlo. Hacía mucho que no calentaba a nadie y sintió que podía volarle la mente al desconocido de enfrente.
El la vió terminar de fumar y quedarse unos minutos parada ahi. De a ratos le regalaba una mirada furtiva. Era evidente que lo miraba y que se quedaba sabiendo que lo hacía. Reparó en su escote. Dos grandes tetas blancas y sueltas colgaban y se movían despacio con su respiración bajo la solera. Le calentaron, siempre le gustaron las tetas grandes. Sintió calor y la verga que le estallaba dentro del pantalón. Dejó la ventana por un minuto, tenía que ir al baño. Fue por una cerveza a la heladera y de calentón se sacó los jeans quedando en boxer. Con la lata en la mano y sin los pantalones se acercó nuevamente a la ventana para ver en que estaba su vecina y no pudo creer.
Ella vió cuando su vecino dejó la ventana. Los ratones de su cabeza ya volaban muy alto y estaba en ese punto de no regreso. Entró al departamento, cambió la música a la que siempre usaba para hacer yoga, se sacó la solera hasta quedar completamente desnuda, agarró el mat y lo estiró en el balcón.
Parada de espaldas en una posición muy recta estaba ella completamente desnuda. Vio su espalda tensa, su culo grande con un poco de celulitis, sus piernas fuertes y blancas. Sus rizos rojos cayendo en sus hombros. Con la cabeza un poco gacha parecía juntar las manos en su pecho como si rezará. De repente levanto las manos sobre la cabeza y arqueo la espalda. Su culo se contrajo hacia adelante apretandose. El no podía sacar la vista de ese orto hermoso y la mano de su verga.
Estuvo así unos segundos hasta que de repente se arqueo completamente hacia adelante apoyando la frente entre las rodillas, para después apoyar las manos en el piso delante de los pies, con la cabeza levantada mirando hacia adelante y entregándole el espectáculo de su ojete y concha expuestos abiertamente a sus ojos libdinosos. Concha y culo peludos, como le gustaba a el. Nunca se llevó bien con la depilación genital ni la tira de cola. Su mano no paraba de sobar la poronga que ya dejaba escapar gotitas de guasca ansiosa, dejando la cabeza babosa y dura como una piedra.
Ella sintió un volcán emerger de su vagina al ir a "padajastana" y verlo entre sus rodillas mirarla con ojos desorbitados. Sintió sus agujeros abrirse a su vista, de alguna manera ser penetrada por esos ojos desconocidos. Los flujos le empezaban a empapar la concha. En esa posición empezó a relajar los músculos del orto, dejandolo abrirse un poquito y luego cerrándolo, sintiendo el placer en esa relajación. Como llamando a la verga deseada.
Llevo una pierna hacia atras apoyando el empeine y la rodilla en el suelo. Su concha abierta necesitaba el roce de su mano. No sé aguanto y empezó a acariciar su clítoris durísimo y empapado de flujos. Cinco o seis roces fueron lo justo para hacerla temblar de placer. La electricidad le recorría el cuerpo. Tiro la cabeza hacia adelante en medio de un gemido de genuino placer. Se tocó unos segundos más y continuó, quería darle el espectáculo completo a su nuevo amigo.
El la vio extender la pierna y empezar a pajearse en esa postura. La vio tirar la cabeza hacia adelante sintiendo un espasmo de placer y le explotó la mente. Se sacó el boxer y se sentó en el sillón a pajearse y disfrutar de su vecina. Tenía que aflojar la paja para no soltar la leche. Tenía que reprimirse para no acabar ahí mismo. Pero no pudo porque la próxima postura de la vecina fue la de juntar los pies, apoyar las manos en el piso y levantar el orto lo más alto que pudo dejándole otra vez la visión de los apetitosos agujeros. Ella movía apenas la cadera como ofreciéndoselos, diciéndoles que eran suyos. El acabo sobre su panza y mano, enchastrandose de guasca, pero sin terminar de vaciar lo completamente de la calentura del momento. Fue apenas una pequeña liberación para seguir al palo, pajeandose desesperado por aquello que le encantaba.
Y entonces venía ashtanga namaskar, y con la respiración agitada de la calentura que tenía, ella apoyó las rodillas en el suelo y de a poco fue acercando el culo a los talones, con los antebrazos y la barbilla apoyados en el piso. Enrollada de esa manera, con el culo abierto a mas no poder, exponiendo su ojete deseoso de la manera más impúdica y sucia, ella se sintió la puta mas feliz del tercer piso. Paso una mano por debajo de su vientre hasta llegar a la concha. Se empezó a tocar fuerte, muy fuerte, gozando para él, a quien imaginaba taladrándole el culo con una pija que se imaginaba enorme, firme. Se pajeaba y movía el orto en círculos. De la calentura empezó a lamer el mat, quería una poronga en la boca, mil manos que la recorrieran, diez pijas penetrándola por cien agujeros de placer.
Con los dedos llenos de sus flujos, pasó el brazo por encima de su cadera hasta llegar al orto. Se empezó a meter un dedo y después dos, abriendo el ano lentamente, sintiendo como cedían los musculos a la presión de los dedos y de su placer que quería sentirlo lleno de pija.
Pero paró, todavía no era hora de acabar. Le gustaba prolongar el placer hasta el punto de lo insoportable.
Con la verga enchastrada de leche que no se preocupó de limpiar y la mano sin poder parar de pajearse, él casi explota nuevamente ante el ojete abierto y ella metiéndose mano entre las piernas, caliente como perra en celo. Aflojó la presión cuando la vió darse vuelta, no sabía que iba a hacer. Y fue mejor.
Acostada boca abajo con la cabeza hacia la calle, apoyó las manos a la altura de los hombros y levantó el tórax, con la cabeza hacia atras ofreciéndole las tetas. Enormes, carnosas, un poco gelatinosas, con pezones pequeños y rosados. Enormes tetas bamboleantes que le invitaban a duplicar la presión sobre la verga. Ella movía la cadera, sintiendo el roce del piso en su clítoris, como cogiendoselo a la distancia, como si su verga pudiese penetrarla a través de la calle. Esa idea lo descontroló nuevamente. Además se empezó a acariciar los huevos con la otra mano. Primero los huevos y despues la zona bajo ellos hasta llegar al ojete. El gozaba de su orto y quería también mostrárselo a ella.
Despues de la cobra, ella apuró el final del saludo al sol. Estaba demasiado caliente para concentrarse, así que parada en la posición original, mirando a la ventana de su vecino, lo volvió a ver y la visión la hizo chorrear flujos a mares.
El estaba sentado en un sillón desnudo, con la verga dura y enorme pajeada descontrolada con una mano. Las piernas abiertas sobre los apoyabrazos y la otra mano metiéndose dos dedos en el ojete.
Ella se acercó a la baranda y se apoyó con unn brazo sobre el caño y con la otra se pajeó a morir viendo ese macho caliente delante suyo, gozando de su culo y de verla. Se metió tres dedos en la cajeta empapada y se dió con todo su fuerza para sacarse el orgasmo más intenso que tuvo en mucho tiempo. En realidad fueron dos, uno despues del otro. Tan fuertes que la dejaron temblando, indefensa, apenas agarrada del caño de la baranda y viendo que al mismo tiempo tres chorros de guasca enchastraban la panza, el pelo y hasta una mejilla del vecino desconocido.
El silencio ganó de nuevo la calle.
La cuarentena ya no sería tan solitaria.
Cuarentena.
Maldita cuarentena.
Doblemente maldita para los solteros que la pasan solos. Llenos de ausencias. Presos de sus propias ansias. Esclavos de sus pasiones carnales que no encuentran fluidos que las llenen o vacien (según el caso).
"Día 27 de encierro" escríbe él en su muro de facebook.
Está fumando de más y se da cuenta. Su novia lo dejó hace tres semanas por wasap. Por otro lado recupero algo de la comunicación con su madre. Juega juegos virtuales con amigos virtuales hasta la madrugada.
No ha dejado de pajearse ni un día. Ni siquiera la liberación del contenido premium de Pornhub puede apagar el incendio que lo quema desde su entrepierna.
Ella se toma las cosas con calma. Vive esos días como una oportunidad de reencontrarse consigo misma. Volvió a la lectura y al yoga. Casi no usa medios virtuales. El porro la relaja, aunque sabe que exagera.
Redescubrio la masturbación como forma de amigarse con su cuerpo al que la sociedad insiste en llamar imperfecto y para ella es una fuente inagotable de placeres. También está exagerando con la paja.
Hace quince días que no usa corpiño y dejo de depilarse. Pasa largas horas tocándose y escuchando música en la bañera.
Viven en uno de esos barrios dónde la modernidad no llegó. Dónde todavía hay casas viejas, techos altos, zaguanes, balcones con molduras y plantas creciendo en las grietas de la mamposteria. Dónde todo es un poco ruinoso y romántico.
A tres pisos del suelo viven sus soledades solos, separados por una estrechisima calle de la ciudad muda. Y hasta esa tardecita no sabían de la existencia del otro.
Ella hacia media hora que esperaba que se hicieran las siete para prenderse uno. Estaba descalza y con una pequeña solera corta que dejaba muy sueltas sus tetas grandes que asomaban un poco a la altura de las axilas. A la hora señalada puso "Aguas de Marzo" de Jobim a buen volumen y salió al balcón. Lo prendió, fumando con los antebrazos apoyados en la baranda, mirando al asfalto vacío. La nochecita estaba plácida y algo calurosa. Se había bañado una hora. Tampoco se había puesto bombacha.
A las 18.50 él apagó la computadora. Le ardían los ojos y sentía la garganta áspera de mil cigarrillos negros fumados durante el día. Sobre el escritorio había restos de mate, café, gaseosa y paquetes de papas fritas y galletitas de chocolate vacías. Estaba en cuero y transpirado. Llevaba puestos unos jeans negros gastados. Se había olvidado de abrir la ventana y el aire estaba espeso en la habitación. Se acercó a la vieja y enorme ventana abriendo de par en par dos grandes paneles de vidrio. Aspiró el aire fresco con gratitud y los ojos cerrados. Escucho una música suave del otro lado de la calle. Cuando los abrió la vio.
Pelo ensortijado y pelirroja. Los codos apoyados en la baranda. Una solera colorida que cubría pobremente sus tetas sueltas bajo la tela. El balcón con baranda de vidrio dejaba ver su cuerpo. Vio que estaba descalza, las uñas de los pies pintadas de un verde fuerte. Le gustaron sus piernas. Un poco distraida, un poco gordita. Piel muy blanca. Fumaba.
Movía el cuerpo suavemente al compas de la música. Sintió que de alguna manera estaban solos. Le gustó ser testigo de ese momento de intimidad de su vecina.
Se le paró la verga bajo el pantalón.
A ella siempre le.gustaba escuchar la parte final de la canción cuando Jobim y Elis Regina intercambian sonidos guturales. Era divertido y le resultaba erótico. A esas alturas todo le resultaba erótico. Y lo vio.
Alto morocho, el pelo negro enmarañado y la barba un poco crecida. En cuero tenia buen lomo. Le gustaron sus hombros marcados. La miraba. No sabía por qué pero se detuvo en los pectorales, en sus pezones gruesos y renegridos. Era lampiño (o depilado pensó). Igual le gustó.
La miraba sereno, con amabilidad. Sintió una electricidad que le recorría el cuerpo y los pezones que se le ponían duros.
Terminó la canción y de fumar el porro y ya estaba caliente nuevamente. La mirada de su vecino la puso a punto y le dieron ganas de volver a tocarse. Tenía planeado hacer un poco de yoga antes de comer. Entonces tuvo una idea que la calentó al punto que sintió los flujos brotar de de su cajeta.
.Le gustó la idea de mostrarse al vecino. Calentarlo. Hacía mucho que no calentaba a nadie y sintió que podía volarle la mente al desconocido de enfrente.
El la vió terminar de fumar y quedarse unos minutos parada ahi. De a ratos le regalaba una mirada furtiva. Era evidente que lo miraba y que se quedaba sabiendo que lo hacía. Reparó en su escote. Dos grandes tetas blancas y sueltas colgaban y se movían despacio con su respiración bajo la solera. Le calentaron, siempre le gustaron las tetas grandes. Sintió calor y la verga que le estallaba dentro del pantalón. Dejó la ventana por un minuto, tenía que ir al baño. Fue por una cerveza a la heladera y de calentón se sacó los jeans quedando en boxer. Con la lata en la mano y sin los pantalones se acercó nuevamente a la ventana para ver en que estaba su vecina y no pudo creer.
Ella vió cuando su vecino dejó la ventana. Los ratones de su cabeza ya volaban muy alto y estaba en ese punto de no regreso. Entró al departamento, cambió la música a la que siempre usaba para hacer yoga, se sacó la solera hasta quedar completamente desnuda, agarró el mat y lo estiró en el balcón.
Parada de espaldas en una posición muy recta estaba ella completamente desnuda. Vio su espalda tensa, su culo grande con un poco de celulitis, sus piernas fuertes y blancas. Sus rizos rojos cayendo en sus hombros. Con la cabeza un poco gacha parecía juntar las manos en su pecho como si rezará. De repente levanto las manos sobre la cabeza y arqueo la espalda. Su culo se contrajo hacia adelante apretandose. El no podía sacar la vista de ese orto hermoso y la mano de su verga.
Estuvo así unos segundos hasta que de repente se arqueo completamente hacia adelante apoyando la frente entre las rodillas, para después apoyar las manos en el piso delante de los pies, con la cabeza levantada mirando hacia adelante y entregándole el espectáculo de su ojete y concha expuestos abiertamente a sus ojos libdinosos. Concha y culo peludos, como le gustaba a el. Nunca se llevó bien con la depilación genital ni la tira de cola. Su mano no paraba de sobar la poronga que ya dejaba escapar gotitas de guasca ansiosa, dejando la cabeza babosa y dura como una piedra.
Ella sintió un volcán emerger de su vagina al ir a "padajastana" y verlo entre sus rodillas mirarla con ojos desorbitados. Sintió sus agujeros abrirse a su vista, de alguna manera ser penetrada por esos ojos desconocidos. Los flujos le empezaban a empapar la concha. En esa posición empezó a relajar los músculos del orto, dejandolo abrirse un poquito y luego cerrándolo, sintiendo el placer en esa relajación. Como llamando a la verga deseada.
Llevo una pierna hacia atras apoyando el empeine y la rodilla en el suelo. Su concha abierta necesitaba el roce de su mano. No sé aguanto y empezó a acariciar su clítoris durísimo y empapado de flujos. Cinco o seis roces fueron lo justo para hacerla temblar de placer. La electricidad le recorría el cuerpo. Tiro la cabeza hacia adelante en medio de un gemido de genuino placer. Se tocó unos segundos más y continuó, quería darle el espectáculo completo a su nuevo amigo.
El la vio extender la pierna y empezar a pajearse en esa postura. La vio tirar la cabeza hacia adelante sintiendo un espasmo de placer y le explotó la mente. Se sacó el boxer y se sentó en el sillón a pajearse y disfrutar de su vecina. Tenía que aflojar la paja para no soltar la leche. Tenía que reprimirse para no acabar ahí mismo. Pero no pudo porque la próxima postura de la vecina fue la de juntar los pies, apoyar las manos en el piso y levantar el orto lo más alto que pudo dejándole otra vez la visión de los apetitosos agujeros. Ella movía apenas la cadera como ofreciéndoselos, diciéndoles que eran suyos. El acabo sobre su panza y mano, enchastrandose de guasca, pero sin terminar de vaciar lo completamente de la calentura del momento. Fue apenas una pequeña liberación para seguir al palo, pajeandose desesperado por aquello que le encantaba.
Y entonces venía ashtanga namaskar, y con la respiración agitada de la calentura que tenía, ella apoyó las rodillas en el suelo y de a poco fue acercando el culo a los talones, con los antebrazos y la barbilla apoyados en el piso. Enrollada de esa manera, con el culo abierto a mas no poder, exponiendo su ojete deseoso de la manera más impúdica y sucia, ella se sintió la puta mas feliz del tercer piso. Paso una mano por debajo de su vientre hasta llegar a la concha. Se empezó a tocar fuerte, muy fuerte, gozando para él, a quien imaginaba taladrándole el culo con una pija que se imaginaba enorme, firme. Se pajeaba y movía el orto en círculos. De la calentura empezó a lamer el mat, quería una poronga en la boca, mil manos que la recorrieran, diez pijas penetrándola por cien agujeros de placer.
Con los dedos llenos de sus flujos, pasó el brazo por encima de su cadera hasta llegar al orto. Se empezó a meter un dedo y después dos, abriendo el ano lentamente, sintiendo como cedían los musculos a la presión de los dedos y de su placer que quería sentirlo lleno de pija.
Pero paró, todavía no era hora de acabar. Le gustaba prolongar el placer hasta el punto de lo insoportable.
Con la verga enchastrada de leche que no se preocupó de limpiar y la mano sin poder parar de pajearse, él casi explota nuevamente ante el ojete abierto y ella metiéndose mano entre las piernas, caliente como perra en celo. Aflojó la presión cuando la vió darse vuelta, no sabía que iba a hacer. Y fue mejor.
Acostada boca abajo con la cabeza hacia la calle, apoyó las manos a la altura de los hombros y levantó el tórax, con la cabeza hacia atras ofreciéndole las tetas. Enormes, carnosas, un poco gelatinosas, con pezones pequeños y rosados. Enormes tetas bamboleantes que le invitaban a duplicar la presión sobre la verga. Ella movía la cadera, sintiendo el roce del piso en su clítoris, como cogiendoselo a la distancia, como si su verga pudiese penetrarla a través de la calle. Esa idea lo descontroló nuevamente. Además se empezó a acariciar los huevos con la otra mano. Primero los huevos y despues la zona bajo ellos hasta llegar al ojete. El gozaba de su orto y quería también mostrárselo a ella.
Despues de la cobra, ella apuró el final del saludo al sol. Estaba demasiado caliente para concentrarse, así que parada en la posición original, mirando a la ventana de su vecino, lo volvió a ver y la visión la hizo chorrear flujos a mares.
El estaba sentado en un sillón desnudo, con la verga dura y enorme pajeada descontrolada con una mano. Las piernas abiertas sobre los apoyabrazos y la otra mano metiéndose dos dedos en el ojete.
Ella se acercó a la baranda y se apoyó con unn brazo sobre el caño y con la otra se pajeó a morir viendo ese macho caliente delante suyo, gozando de su culo y de verla. Se metió tres dedos en la cajeta empapada y se dió con todo su fuerza para sacarse el orgasmo más intenso que tuvo en mucho tiempo. En realidad fueron dos, uno despues del otro. Tan fuertes que la dejaron temblando, indefensa, apenas agarrada del caño de la baranda y viendo que al mismo tiempo tres chorros de guasca enchastraban la panza, el pelo y hasta una mejilla del vecino desconocido.
El silencio ganó de nuevo la calle.
La cuarentena ya no sería tan solitaria.
6 comentarios - La clase de yoga.
Válido para el balcón de la vereda de enfrente...
Me hicieron acabar con los dedos en el orto