Vacaciones de Infidelidad y Pasión cuando llegué con mis hijos a la hermosa playa de Mataró.
Una vez que nos bajamos del tren, mis hijos y yo, continuamos nuestra aventura, caminando por una calle hermosamente animada, hasta que encontramos un taxi, que nos llevó por unos cuantos Euros a la casita de Don José, la cual, resultó ser un acogedor chalet a la orilla del mar.
—Qué hermoso lugar... ¿les gusta niños? —busqué la aprobación de los chicos.
—Si mami, yo quiero jugar a los castillos —señaló Sebastián
—No, yo quiero jugar con la pelota —respondió Enriquito.
—Vamos, vamos, jugarán a todo, pero conste que yo me tumbaré en la arena a tomar el sol y a leer —les dije anticipándome a sus demandas.
—Si mamita, nosotros jugaremos... vente Sebastián, no te portes mal que ya tienes cuatro años.
Sonreí con orgullo maternal, con la actitud madura de Enriquito a sus escasos seis años.
La playa era muy bella y en esa parte, había muy poca gente. Noté qué más adelante estaba instalada una tienda de campaña en donde unos jóvenes iban y venían del mar a la playa. Seguramente, estaban acampando por vacaciones...
—Bueno chicos, prepárense porque nos vamos a instalar en aquel lugarcito de la playa —dije, invitándoles a ponerse sus bañadores y tomar las toallas.
Preparé todo y procedí a ponerme el bikini. Como había muy poca gente, elegí el pequeño, el micro, según palabras de Enrique.
De verdad me quedó sensacional. El top apenas alcanzaba a cubrir la mayor parte de mis pechos y no podía evitar que se notaran los pezones que aumentaban su tamaño con la brisa del mar. Sentí muy rico cuando la tela de la parte inferior del bikini tocó el área de mi sexo, sin una sola huella de vello púbico. Al verme en el espejo, noté que se notaba el surco de mi sexo por entre la delicada tela. De cualquier manera me queda muy bien —pensé—.
Me puse una toalla alrededor de la cintura y, toda la familia, salimos del chalet, dispuestos a disfrutar de algunas horas de sol y playa, hasta el momento en que llegara Enrique por nosotros.
Caminamos y dejé que los niños corrieran alegremente hasta donde llegaban las tranquilas olas del Mediterráneo. Yo me quedé un poco más alejada y, ante la atenta mirada de los chicos de la "tienda de campaña", me quité la toalla, la extendí en la arena y me dispuse a untarme las respectivas cremas y un poco de aceite.
Los jóvenes se habían quedado con la boca abierta y, ahora, hacían comentarios sobre mi presencia. Yo decidí, no hacerles caso y seguí con la tarea, sin prisas... disfrutando la sensación de la brisa del mar en mi cara. Despreocupadamente, abrí mi libro, "La Ruta de la Seda" de Colin Falconer, y me concentré en su lectura.
Después de aproximadamente una hora, decidí dar una vuelta hacia donde jugaban los pequeños. Dejé mis cosas al lado y me levanté arreglándome el top que estaba a punto de dejar escapar uno de mis pezones.
Caminando hacia los niños, no dejé de notar las miradas insistentes y los comentarios de los jóvenes campistas.
—Hola chicos, ¿qué hacen?
—Hola mamita, mira mi castillo! ¿Te gusta? —expresó Sebastián.
—Dile a mamá que yo te ayudé a hacerlo, no seas presumido —comentó Enriquito.
—Qué hermoso! Es un castillo precioso y me encanta que lo hayan hecho entre los dos, les voy a dar un beso grande como premio —les dije, atrayéndolos hacia mi y abrazándolos con ternura—, los quiero mucho queridos hijos, son el mejor regalo que me ha dado la vida.
—Nosotros también te queremos mucho mamita —dijo Enriquito.
—Bueno queridos, voy al mar, sigan jugando —les comenté mientras me disponía a caminar hacia las aguas del hermoso mar Mediterráneo.
Sentí la frescura del agua, cuando me introduje hasta los hombros. No quise evitar la sensación de erotismo que recorrió, como electricidad, cada parte de mi cuerpo, cuando percibí la sensación de humedad en mi sexo. En forma natural, hice la tanga a un lado, me llevé mi mano al surco de mis genitales y me acaricié por entre los pliegues internos. —mmmmmmm, ricoooooo.... —expresé con sensualidad, mientras mi dedo medio estimulaba de arriba abajo mi clítoris, que rápidamente se puso más grande y turgente.
Disfruté de las delicias de masturbarme dentro del agua. Me sentía ardiendo... temblaba de excitación. Estaba disfrutando la sensación entrecerrando mis ojos, cuando me percaté que uno de los jóvenes, de la tienda de campismo, se había metido en el agua y ya estaba muy cerca de mi...
Dejé de autoestimularme y regresé la tanga a su lugar... Pacientemente esperé que fuera breve la desagradable interrupción.
—Hola, me llamo Ricardo ... La vi con sus hermanitos en la playa, ¿de dónde sois? —me dijo despreocupadamente.
—No son mis hermanitos, son mis hijos y evidentemente no somos de aquí—respondí un tanto fría y molesta por la interrupción, que esperaba fuese breve.
—¿Son sus hijos? Vaya que es extraño —dijo
—¿Por qué?
—Pues, porque usted es una belleza de mujer y, la verdad, no pensé siquiera que pudiese estar casada —expresó acercándose cada vez más a mi.
—Pues si, son mis hijos y también estoy casada, ¿tengo que ser gorda y fea para que me creas? —respondí, mientras me alejaba hacia la playa.
—Oiga, oiga, perdóneme si la he molestado, ¿me puede decir su nombre? —escuché la pregunta cuando estaba a punto de salir del agua.
—Aria —respondí con desinterés y sin voltear la cara.
—¿Cómo?, ¿cómo dijo? Me gritó desde lo lejos.
—ARIAAAA!!! —levanté la voz.
—Me encanta el timbre de su voz Aria, además tiene un nombre hermoso como usted!!! —escuché su grito que se desvaneció con el viento.
La verdad, no se por qué, todos me dicen que les gusta el timbre de mi voz, a mi me parece bastante común. En fin, llegué al lugar donde estaba tendida mi toalla y me propuse olvidar: el incidente, mi frustrada masturbación y mi reprimida excitación. Así que me recosté boca abajo a seguir con Falconi. Sin embargo, no pasó mucho tiempo cuando, a mis espaldas, escuché la voz del insistente campista.
—Hola otra vez, Doña Aria —expresó el cabezota del tal Ricardo.
Moví mi cabeza hacia él y aprovechando que no veía mis ojos, los cuales se ocultaban por mis lentes obscuros, dediqué un momento a observar su silueta. No era tan jovencito, calculé que era un poco menor que yo. Además, no puedo negar, que experimenté una sensación en mi clítoris que recorrió mi cuerpo, cuando vi que a través de la tela de su tanga se proyectaba una polla enorme. "Madre mía!!! Sabes lo que portas querido", pensé. Así, dadas las circunstancias, me pareció divertido seguir con el juego.
—Hola... si, soy Aria, soy una mujer casada y los pequeños de allá son mis hijos, ¿algo más? —expresé con ese desdén que a veces me sale tan natural.
—Oiga señora bonita, lo único que quiero es intentar ser su amigo. Si no lo desea, solo dígamelo y de inmediato regreso por donde vine —me dijo con honestidad y firmeza... Me gustó esa actitud.
—Ahora la que se disculpa soy yo, no creas que soy una maleducada... Mucho gusto Ricardo —dije, adelantando mi mano, la cual lucía un bello anillo de compromiso y sortija de matrimonio, que uso en la mano derecha, al contrario de lo habitual—. Como te dije, soy Aria y toda mi familia estamos de vacaciones, un poco más tarde llegará mi esposo... Ah!, por favor, no soy tan vieja para que me trates de "Usted"... —le comenté coqueteando abiertamente.
—Vaya que no eres vieja ni mucho menos, honestamente, estás muy hermosa, permíteme expresarlo —dijo.
El tal Ricardo de verdad me gustaba y lo menos que quería era que se fuera. Ahora me estaba divirtiendo y pensaba disfrutarlo.
—Sabes Aria, tu espalda, además de bella, no tiene ni una gota de crema, ¿me permites que te ayude con eso? Con todo respeto, claro —comentó.
Pensé que este Ricardo caminaba rápido, así que no puse objeción en seguirle el paso.
—Claro, ahí en la bolsa está la crema protectora, la de número 30, espero que tus manos sean suaves —dije coqueta, mientras me recostaba boca abajo sobre la toalla.
—Te prometo que se lo que hago, preciosa —comentó. Y vaya que si sabía.
Abrió el frasco y se untó un poco en sus manos. Luego, en mi espalda roció un poco y empezó a distribuirla poco a poco. Levantándome el cabello, se detuvo en mi cuello. Sentí riquísimo cuando su mano recorrió delicadamente la parte media de mi espalda. Apreté los labios para resistir una expresión de placer...
—mm... —seguí haciendo esfuerzos para no expresar las deliciosas sensaciones que provocaban sus manos en mi espalda.
—¿Te gusta?
—Te recuerdo que se trata de untarme la crema, no más, ¿vale? —le dije sin mucha convicción.
—Perdón, perdón, no pensé que fueses tan delicada, por cierto, tienes una espalda bellísima, señora Aria.
—Gracias, y no me digas señora, sólo Aria.
Volvió a poner crema en su manos y continuó con mi cintura. Cada vez sentía más intensamente mi necesidad de sexo, que por las semanas de abstinencia potenciaba mis sensaciones de placer al contacto de sus manos.
—¿Puedo? —dijo al momento de desabrochar los lazos de mi top en mi espalda. Más que solicitud fue un aviso y aunque me sorprendió, dejé que lo hiciera sin protestar.
Me esforzaba para no emitir expresiones que delataran mi excitación. Era algo tan difícil ya que mi agitación iba en aumento. Cerraba mis ojos sin poder evitar los estremecimientos de placer cuando sentía sus manos recorriendo mi espalda. Percibí sus manos que subían por la curva de mi cintura y sorpresivamente, las colocó en la parte lateral de mis pechos que ahora, con los lazos del top sueltos, se mostraban desnudos aplastados ligeramente por mi posición, boca abajo.
—Oye!, ten cuidado en dónde pones las manos! —increpé con una debilísima convicción.
—Disculpa otra vez, pero te advierto que las quemaduras en esa parte son peligrosas y además, muy dolorosas, ¿confías en la verdad de lo que te digo? —comentó de manera directa.
—Bueno si, en eso tienes razón —dije, volviendo a concentrarme en mis sensaciones.
Sus manos regresaron a esa parte de mi anatomía y, ya sin encontrar resistencias por mi parte, empezó a acariciar los laterales de mis tetas de forma lenta y sin recato, como adivinando mis esfuerzos por parecer controlada.
Pienso que la naturaleza nos ha permitido a las mujeres gozar más que los hombres. Bueno, no quiero tu acuerdo, solo es un comentario al aire. Las mujeres nos excitamos con la estimulación de todo nuestro cuerpo, por ejemplo, a mi me excitan los besos los lóbulos de las orejas, atrás de las orejas, la nuca, el cuello —mmmmmm—, los hombros, la parte interior de mis brazos, la parte lateral justo debajo de las axilas, las tetas, el abdomen, el ombligo —mmmmmm— el vientre, las rodillas —mmmmmmm—, la parte interna de los muslos, las nalgas, el monte de venus, el surco de mi sexo, el clítoris, la vagina, el ano, la espalda, las pantorrillas, los pies —mmmmm—, mis labios, mis oídos, los dedos, mi antebrazo, etcétera, etecétera... Imagínate! Tal es nuestra naturaleza... por eso, ese día gozando con la follada de dos apuestos jóvenes, me sentía deliciosamente excitada. Pero volvamos al momento...
Continuó acariciandome los pechos por los lados hasta que no pude evitar una expresión de profundo placer:
—hummmmmmmmmmmmm —no pude resistirme más, para mostrar mi tremenda excitación al sentir sus manos recorriendo parte de mis tetas...
—¿te gusta? —me repitió la pregunta.
—Siiiiiiii —mis defensas estaban desechas.
Siguió masajeándome las tetas. Y en momentos, metía sus manos por debajo buscando mis pezones. Me sobresalté cuando escuché la dulce vocecita de mi hijo:
—Mamita, ¿qué te está haciendo ese señor? —expresó cándidamente mi hijo mayor.
—Nnnnnnadaaa mi rey, me está ayudando a ponerme la crema bloqueadora para que no me queme con el sol.
—¿Así como te pone papá?
—Si querido, más o menos así —respondí con trémula voz.
—Oye mamita, ¿no te has dado cuenta que se te calló el bañador? —dijo esto, al notar que tenía desabrochados los lazos del top mientras veía con seriedad a Ricardo.
—No amor, no lo he perdido... no te preocupes mi rey, Ricardo es una amigo y después de ayudarme me voy a sentir bien y no se me perderá nada, ¿está bien querido? Ve a jugar con tu hermano, y en un momento los veré allá —le dije esperando que me obedeciera.
—Bueno mamita, ya me voy pero no te estés mucho con ese señor —comentó antes de correr hacia donde estaba su hermano.
—Si mi amor no te preocupes, dame un beso —lo esperé sin respuesta.
Una vez que Enriquito regresó con su hermanito, Ricardo continuó con su trabajo en mi espalda. Bajó hasta mi cintura y siguió más abajo. Me frotó con erotismo mis nalgas. Siguió el hilo de la tanga recorriendo el surco de mis nalgas, ahí se detuvo deliciosamente, acariciándome con su dedo los pliegues de mi culo.
—mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm, —expresé sin pudor.
Las sensaciones de excitación se habían apoderado de todo mi ser, por lo que decidí cambiar de posición para mostrarle de frente mis pechos anhelantes. Me di vuelta y por segundos, dejé que observara boquiabierto mi desnudez. Noté que sus ojos brillaban de deseo. El también estaba excitado, lo noté, además, en su pene erecto que con dificultad permanecía cubierto por su tanga.
—Vamos al mar, querido —dije. Y poniéndome de pié, le tomé su mano y así, topless, le atraje con mi mano hacia el agua.
—Adonde????? —dijo nervioso.
—¿Tan pronto perdiste tu seguridad? —le dije acariciándole levemente su mejilla—Vamos a meternos al mar.
—¿Al mar? —comentó de manera por demás infantil.
—Si al mar, ¿por qué repites todo lo que digo?... Aquí solo son caricias y quiero más... —le dije con una expresión llena de promesas y, por supuesto, dejándole sin habla.
En el trayecto nos encontramos a mis hijos jugando en la arena con su pelota.
—Mamita, ¿te vas a meter al mar? —dijo Sebastián.
—Si mi cielo
—¿Con ese señor?
—Si mi amor, voy a estar un ratito en el agua, quédense ustedes aquí —les dije, sin dejar de caminar.
—Oye mami —gritó Enriquito— Se te calló una parte de tu bañador!
—Si mi rey, en un momento lo busco, no te preocupes —el niño se quedó muy serio viendo a su madre con las tetas al aire y acompañada de "un señor".
Nos metimos hasta la cintura en el agua y me puse frente a Ricardo. Le acaricié su pelo y sin pudor, le tomé su cabeza y acerqué su cara a mis pechos que le ofrecía para que los mamara. En ese momento, no pensé que mis hijos pudiesen estar viendo la escena. Estaba ardiendo y empezaba a sentir que mis jugos vaginales humedecían los pliegues internos de mi sexo.
Levanté mis brazos y le ofrecí mis labios anhelantes. Acercó sus labios y nuestras lenguas se buscaron mutuamente, explorándose con excitación. Mientras me besaba, yo le acariciaba su pelo, sus hombros y su espalda. Me fascinaron sus músculos que denotaban un hombre joven y deportista. El, poseído por una tremenda pasión, empezó a masajearme mis pechos, deteniéndose en mi areola, la cual, se notaba de un rozado más intenso. Luego me chupó y mordió delicadamente los pezones.
Con mi mano izquierda dentro del agua, le abrí su bañador y, con la derecha, le saqué su polla. La tomé con mi mano y apretándosela, empecé a masturbarlo con movimientos de arriba hacia abajo. En un momento, abrí mi mano y, pegando mi mano a lo largo de su pene, le acaricié el frenillo y el anillo del glande con mi sortija de compromiso y mi argolla de matrimonio, tal y como le gustaba a Enrique —fue un impulso, a mi esposo le gusta sentir en su pene los símbolos de nuestro matrimonio, como una muestra de que soy su esposa y que le pertenezco solo a él... ahora estaba ofreciéndole esa caricia tan íntima a un hombre que acababa de conocer—. Seguí masturbándolo y ya sin pudor, me propuse gozar al máximo de esa experiencia de trasgresión a mis deberes como esposa y como madre y no me importó estar entregándome como una vulgar prostituta, casi delante de mis hijos.
Seguí gozando las caricias y para intensificar la estimulación, doblé hacia abajo mi dedo medio, rodee con mi dedo índice y pulgar su pene y seguí estimulándolo de arriba abajo, dejando en cada movimiento la cabeza de su verga libre de su cubierta de piel. Primero suavemente, después con rapidez.
—hummmmmm, que rico, hermosa —susurró, besándome deliciosamente el lóbulo de mis orejas.
Con la mitad de nuestro cuerpo dentro del agua, me hice a un lado el bañador y expuesto mi sexo, acerqué su pene a mi clítoris y, con él, me empecé a estimular. Desesperadamente recorría el surco de mi sexo con su polla parada, abriendo mis piernas para dejar al descubierto mi feminidad y permitir que llegara hasta mi vagina.
—ahhh, ahhhh, ahhhh, mmmmmmm, que ricooooooo, amor —expresé ya sin pudor.
Ricardo, me tomó por la curva de mi cintura y me atrajo hacia él. Puso sus manos sobre mis nalgas y, después, poco a poco empezó a buscar mi sexo para penetrarme.
—Mi amor, estás depilada! —Dijo mientras su pene estaba a punto de entrar en mi vagina. Yo, agarrando su erecta verga, me estimulé con ella mi clítoris y, finalmente, yo misma la coloqué a la entra de mi vagina y me la introduje poco a poco en mi vagina. Grité de placer, Si, así!... no podía dejar de gemir y gemir, mientras su polla entraba y salía de mi lubricada vagina. No tardé mucho en percibir la llegada de un exquisito orgasmo.
—ahhh, ahhh, ahhh, mi cielo, que ricoooooooo, me voy a venirrrrrrrrrrrrr, mmmmmmmm —gemí con erotismo.
Sentí que todo mi cuerpo temblaba cuando sentí llegar el primer orgasmo en muchos días, lo abracé con todas mis fuerzas y levanté mis piernas rodeándole su cuerpo, mi espalda se arqueaba y disfruté de la deliciosa sensación. En ese momento sentí que Ricardo explotaba dentro de mi. Placenteramente sentí que su pene me llenaba completamente mi vagina y me llenaba de su leche caliente. En ese momento solo era la hembra poseída por un macho poderoso que con energía la transporta a regiones de infinito placer.
—papacito, qué ricura —expresé mientras disfrutaba de la culminación de su corrida dentro de mi. Me apreté hacia él para evitar que se saliera su pene y por minutos esperé a que todo volviera a la calma.
—No me la saques —le pedí con suavidad.
El siguió dentro de mí acariciándome. Me sorprendí cuando me di cuenta de que la flacidez que percibí poco después de su corrida, dio paso a una nueva erección... Madre mía!!! Estaba de nuevo excitado y dispuesto a seguirme follando!.
—¿Te puedo pedir algo mi cielo? —le dije al oído
—Si señora bonita, lo que quieras, ahhhhhhhh, siiii —me respondió.
—Vamos a tu tienda de campaña a terminar con esto ¿quieres?
—Lo siento Aria, allá está mi amigo Manolo y pues... tu sabes... no creo —dijo vacilante.
—Querido... puede participar, si te apetece —expresé con indecente atrevimiento y moviendo mis caderas para intensificar la sensación de su pene dentro de mi vagina.
—¿Participar?... Cla... claro, por supuesto —siguió perplejo, pero metiendo y sacando la verga dentro de mi.
—Bueno mi amor, ya sácamela y caminemos al chalet —dije, aprovechando los ultimos movimientos que hacía para introducirme más y más su verga en mi apretada y chorreante vagina—. Y por favor, deja de repetir todo lo que digo —comenté, mientras trataba de cubrir con la minúscula tanga mis genitales que aún escurrían de semen.
Al salir del agua, le tomé de la mano y juntos empezamos a caminar hacia su tienda de excusión. No pudimos evitar dar el espectáculo a los mirones de alrededor.
Llegamos a la entrada de la tienda y sin sorprendernos encontramos a Manolo dentro, con su pene en la mano. Él, sin decir nada, se quedó como hipnotizado viendo que entrábamos al pequeño espacio.
—Hola, soy Aria, ¿te pillamos? —le dije sentándome a su lado.
—S, s, si, claro, es que entráis así tan de pronto, que...
—Tenemos la visita de esta señora bonita, Manolo, nos la mandó el cielo ¿qué te parece? —dijo, observándome con lujuria.
—¿Visita?
—¿Por qué siempre repiten todo? —comenté— Ven acá querido —Me acerqué y le di un beso, pasando mi lengua por sus labios y buscando penetrar en su boca en busca de la suya.
Mientras tanto, Ricardo se acercó y me empezó a besar las nalgas y el culo, jalando los lazos de mi tanga. Yo sentía delicioso, había tenido un orgasmo en el agua, pero necesitaba más, mucho más.
Intempestivamente, Ricardo me agarró de las caderas y me puso en la posición de "perrito". Mientras me quitaba la tanga, yo cogí la verga de Manolo y se la empecé a mamar. Estaba poseída por la excitación, le pasé lentamente mi lengua por el glande, seguí por los lados, por el tronco... lentamente. Posteriormente, se la empecé a chupar, metiéndomela en la boca lo más que podía, hasta que la sentí en mi garganta... la saqué de mi boca un segundo para lubricarla con mi lengua y de nuevo, me la metí en la boca tratando de abarcarla hasta los testículos.
—schluppppp, sgluppppppp...
Manolo, me metía sus dedos entre mis cabellos, temblando por la excitación, al sentir su polla en mi gasrganta. Mientras, que Ricardo, me lamía el culo y pasaba su lengua por mi vagina, húmeda, anhelante... Yo estaba en el paraíso, sentía tan delicioso que me olvidé de mis hijos y de que estaba en medio de una playa pública.
Seguí chupándosela a Manolo con deleite. Sentía las venas de su polla y saboree los fluidos densos que anteceden al orgasmo. Mientras tanto, Ricardo se irguió y me penetró por la vagina húmeda y deseosa de placer.
—Si mi amor, penétrame más... méteme la verga... hazme rico... fóllame —me sentía super caliente.
Con cada embestida, yo sentía que su pene llegaba hasta el cuello de mi útero y por supuesto, me apliqué para apretar con mi vagina cada milímetro de su riquísima verga, que toda mojada con mis fluidos vaginales entraba y salía. Por supuesto, no olvidaba que también Manolo gozaba de la tremenda mamada que le regalaba. Y así, en esa pequeña tienda, los dos chicos me follaban con desesperación.
Seguimos follando en esa posición, hasta que sentí la llegada del orgasmo de Manolo, por lo que sugerí que todos nos viniéramos juntos. La verga de Manolo se hinchó y empezó a llenarme de semen mi boca, me la sacó y continuó vaciándose sobre mi cara y mi pelo. Gotas densas recorrieron mi mejilla, mis labios y mis tetas... tremendamente rico. Por su parte, Ricardo se corrió, inundándome la vagina y mezclando sus fluidos con los míos dentro de mis entrañas. Mientras explotaban dentro de mi, desde mi vagina y clítoris, surgió una ola de placer que irradió todo mi cuerpo, haciéndome temblar y gritar como poseída.
—Qué ricoooooooo, ahhhhhh!!!!!!!!!!!!, ahhhhhhhhhh!!!!!!, máaasssssssssss!!!!, ssiiiiiiiiiiiiiii!!!!!!!!!, mmmmmmmmmmmmmmgggggggggggggggnnnnnnnfffffffffff!!!!!,
No podía controlar el temblor de todo mi cuerpo, mi espalda se arqueba y no podía evitar las convulsiones de mis manos y piernas con ese inmenso orgasmo. En medio de la más deliciosa sensación de sexo, percibí que Manolo y Ricardo se fundían en mi, abrazándome y besándome con pasión. Los amé con exaltación en ese momento...
Pensé que todo terminaría ahí. Sin embargo, después de un momento, me di cuenta que los chicos querían más y aún chorreando mi vagina con los fluidos mutuos, Ricardo me besaba la parte interna de mis muslos y las tetas.
—¿Queréis seguirme follando? —pregunté ingenuamente.
—Aria, ahora tu eres la que pregunta... hace tiempo que el cielo no nos manda a una diosa como tú y queremos aprovechar este maravilloso regalo —dijo el chaval, utilizando una jerga pagana.
—La verdad yo también deseo más, queridos —respondí
Me recosté y abriendo mis piernas le mostré a Ricardo mi vagina abierta y, un poco más abajo, el orificio de mi culo anhelante.
—Métemela por el ano papito, no te detengas.
—Hueles delicioso Aria, te voy a romper el culo, mamacita —Ricardo estaba fascinado con lo que le ofrecía con mis piernas abiertas y, como siempre, el aroma que enloquece a los hombres que me han poseído.
Con mis piernas sobre sus hombros, sentí como su polla erecta me rasgaba mis tejidos anales. Pensé detenerlo, sin embargo, pronto empecé a sentir las delicias de la penetración anal que tanto me gusta. Así, disfrutando la follada por el culo, sentí que Manolo se estaba masturbando y pensaba correrse sobre mis tetas.
—Espera un poco amor, no te precipites —le pedí.
—Ricardo, ¿porqué no le compartes mi trasero a tu amigo?
—Claro!!! ¿Quisieras correrte en el culo de Aria, Manolo? Yo ya disfruté de su deliciosa vagina y un momento con mi polla dentro de su ano—expresó Ricardo
—Claro me fascinaría llenarle el culo con mi leche —dijo Manolo quine solo se había corrido una vez dentro de mi boca.
Se intercambiaron de posición, abrí de nuevo mis piernas, las levanté y las coloqué sobre los hombres de Manolo para que me penetrara por el ano. Luego, le pedí a Ricardo que de pié y a mis espaldas acercara su polla a mi boca para mamársela. Disfruté minutos de esos dos placeres, por la boca y el ano, hasta que sentí que Manolo iba a explotar dentro de mis entrañas.
—Corrámonos otra vez juntos por favor —les pedí excitada.
Seguí mamándo y sentí la llegada de su orgasmo, mientras movía mis caderas de arriba abajo y en círculos, para apurar la corrida de Ricardo y la mía propia. En un momento los tres explotamos en maravillosos orgasmos. El semen de Ricardo me llenó la boca y mi cara, mientras que Manolo me inundó el culo con su leche. Yo sentí que explotaban dentro de mi decenas de globos de placer.
—ahyyyyyyyyyyyyyy!!!!!!!!!! Ricooooooooooooooo...!!!Mmmmmmmmmmmm, ssiiiiiiiiiiiiiiiiiii, ahugmmmmmm, mmmmmmmmmm, ahhh, ahhhhh, siii, siiiii, siiiii, maaaaaaaaassssssssssssssssss —no podía contenerme de gritar, estaba explotando en un tremendo orgasmo y el placer me inundaba por completo......
—Hugmmmmmmm, aughmmmmmmmmmm, —escuché el gemido gutural de mis dos chicos. Eso me acompañó por los largos momentos en que sentía el placer más enorme que no recordaba haber sentido antes.
Durante momentos que me parecieron eternos disfruté ese orgasmo. Fue realmente increíble, pensé que nunca iba a dejar de sentir las explosiones de placer dentro de mi. Hasta que extenuados, los tres nos recostamos en las bolsas de dormir, desnudos. Uno a cada lado, me abrazaba con ternura. Seguían acariciándome, uno mis muslos, vientre y ombligo, el otro, mis tetas... los dos, delicadamente y con infinita ternura, recorrían mi cuerpo con sus manos pegando su cuerpo al mío. Sus penes, completamente mojados, descansaban ya de su trabajo. Noté que tenían restos de semen mezclados con mis fluidos vaginales. Eso, me impulsó a darles las gracias por la hermosísima experiencia... así, besé de nuevo a cada uno en sus labios con ternura.
—Estás muy hermosa Aria, tienes una piernas divinas y un culo riquísimo —comentó Ricardo mientras me acariciaba.
—Estoy de acuerdo con Ricardo, que regalote nos has dado preciosa —dijo el otro, dándome un beso en la mejilla.
—Creo que todos gozamos... son ustedes un encanto de hombres —al decir esto les di otro delicado beso en sus labios, primero uno, luego al otro.
Nos invadió poco a poco un estado de satisfactoria relajación. Cerré mis ojos y percibí el aroma de nuestros cuerpos y el sonido de nuestra acompasada respiración. Me sentía muy rico, desnuda y cariñosamente abrazada por mis dos amantes. Hasta que, al cabo de media hora, llegó el momento de regresar.
—Me tengo que ir amores —dije, mientras me sentaba para recoger la tanga. Con ella en mis manos, limpié los líquidos que corrían por la parte interna de mis muslos.
—no te vayas Aria, por favor —dijo Ricardo.
—Estoy muy a gusto con ustedes, pero por desgracia no puedo quedarme más, mis hijos están cerca y mi esposo está por llegar —comenté y mientras me colocaba la tanga les mostré mi mano con la sortija y la argolla matrimonial diciéndoles —recuerden que soy una señora casada y tengo que atender a mi familia.
—Aria... ¿me regalas tu tanga? —solicitó Ricardo.
Por un momento, dudé en dejársela, pero de inmediato tomé la decisión. Levanté mis piernas, me quité la tanga y se la di.
—Claro, cielo, guárdala como recuerdo —dejando que la tomara con sus manos.
—Gracias, preciosa, será un divino recuerdo de ti —expresó, llevándosela a la nariz, percibiendo su aroma con un mohín de satisfacción.
Salí de la tienda totalmente desnuda y me dirigí al mar. Ahí, disfruté por un momento sus aguas antes de salir corriendo a buscar mi toalla para cubrir mi desnudez. Noté que había más personas que, turbadas, no se perdieron la escena cuando corrí por la arena desnuda. Tampoco faltaron los comentarios en corrillos.
Llegué a mi pequeño campamento y rápidamente, me cubrí con la toalla, sequé la humedad de mi cuerpo y tranquilamente me puse el bikini extra que tenía en la bolsa. Demoré la urgencia de ponerme crema en mi vagina y en mi ano, a pesar de que sentía mucho ardor por las fuertes penetraciones. Por eso, decidí tolerar la sensación y me encaminé a encontrarme con mis hijos que sin preocupación jugaban con la arena de la playa.
—Mami, mira, Enrique se peleó con aquellos niños porque le dijeron que su castillo es feo.
—No es cierto, solo les dije que los de ellos son más feos. —respondió Enriquito.
—Bueno, chicos, no discutan y sigan jugando —dije sonriéndoles —voy a estar allá para esperar a su padre que no ha de tardar mucho en llegar.
—Si mami... oye mamita te ves muy bonita con ese bikini también —comentó Enriquito. Le guiñé un ojo como respuesta a su piropo. Además, me percaté que notó mi cambio de bañador.
Estaba con mi lectura de Falconi, cuando escuché a mis espaldas la voz de Enrique.
—Ya estoy aquí querida, ¿tuviste alguna dificultad? —preguntó Enrique.
—Ah, hola... no querido, aquí se está muy bien, es una playa maravillosa y a ti ¿cómo te fue?
—Bien, por fin terminamos el trabajo. Estoy libre para disfrutar de mi familia por dos semanas —comentó con satisfacción. —¿nos vamos a comer, estoy hambriento?
—Y que lo digas, yo también —respondí mientras me ponía de pié para recoger las cosas y colcarlas en la maleta de playa.
—Te ves preciosa con ese bikini, Aria. Me complace que hayas decidido ponerte ese y no el otro, con el que, además, te hubieses arriesgado a que te faltaran al respeto.
Sin decir nada, sonreí al comentario.
Los niños corrieron a encontrar a su padre y lo abrazaron con cariño. Comentándole atropelladamente lo que habían hecho en la playa. En eso Enriquito, observó que Ricardo y Manolo, desde su tienda, se despedían...
—Mira mami, son tus amigos —comentó Enriquito.
—¿Tus amigos, Aria? —repitió Enrique, con expresión de interrogación.
—Ah si, querido, esos chicos se acercaron para ofrecernos su ayuda por si fuera necesario y se quedaron un momento a platicar —le dije con seguridad.
—Vaya, estos españoles si que son "amables" —observó Enrique con un dejo de ironía.
—Si papi y le ayudaron a mamá para que no se quemara la espalda —informó Sebastián.
—¿Para que no se quemara? ¿a qué se refiere el niño, Aria? —preguntó Enrique.
—Ya ves como son los niños, los chicos me ofrecieron ponernos una sombrilla y regalarnos aceite bronceador, pero, rehusé y punto.
—Pues insisto que estos españoles son demasiado... serviciales.
—Pues si, no puedes dejar de reconocer que los españoles son los europeos más cálidos, guapos e inteligentes— defendí con firmeza mi convicción.
—Bueno, bueno, no sigamos con eso, Qué... ¿acaso no tiene hambre? —dijo Enrique.
—Si!, si! Yo quiero comer!... —y juntos en familia caminamos hacia la animada calle...
Antes de salir de la playa, busqué con la mirada a Ricardo y Manolo. Los vi desde lo lejos de pié, frente a su tienda. Alcé mi mano para despedirme, besando mi dedo índice y dirigiendo hacia ellos el simbólico beso... con cautela. Ricardo levantó mi tanga y se la llevó al corazón, Manolo cruzó sus brazos dirigiéndome un último adiós...
No los volví a ver... pero tengo la esperanza de que lleguen a leer este relato y recuerden, como yo, esta maravillosa experiencia.
Una vez que nos bajamos del tren, mis hijos y yo, continuamos nuestra aventura, caminando por una calle hermosamente animada, hasta que encontramos un taxi, que nos llevó por unos cuantos Euros a la casita de Don José, la cual, resultó ser un acogedor chalet a la orilla del mar.
—Qué hermoso lugar... ¿les gusta niños? —busqué la aprobación de los chicos.
—Si mami, yo quiero jugar a los castillos —señaló Sebastián
—No, yo quiero jugar con la pelota —respondió Enriquito.
—Vamos, vamos, jugarán a todo, pero conste que yo me tumbaré en la arena a tomar el sol y a leer —les dije anticipándome a sus demandas.
—Si mamita, nosotros jugaremos... vente Sebastián, no te portes mal que ya tienes cuatro años.
Sonreí con orgullo maternal, con la actitud madura de Enriquito a sus escasos seis años.
La playa era muy bella y en esa parte, había muy poca gente. Noté qué más adelante estaba instalada una tienda de campaña en donde unos jóvenes iban y venían del mar a la playa. Seguramente, estaban acampando por vacaciones...
—Bueno chicos, prepárense porque nos vamos a instalar en aquel lugarcito de la playa —dije, invitándoles a ponerse sus bañadores y tomar las toallas.
Preparé todo y procedí a ponerme el bikini. Como había muy poca gente, elegí el pequeño, el micro, según palabras de Enrique.
De verdad me quedó sensacional. El top apenas alcanzaba a cubrir la mayor parte de mis pechos y no podía evitar que se notaran los pezones que aumentaban su tamaño con la brisa del mar. Sentí muy rico cuando la tela de la parte inferior del bikini tocó el área de mi sexo, sin una sola huella de vello púbico. Al verme en el espejo, noté que se notaba el surco de mi sexo por entre la delicada tela. De cualquier manera me queda muy bien —pensé—.
Me puse una toalla alrededor de la cintura y, toda la familia, salimos del chalet, dispuestos a disfrutar de algunas horas de sol y playa, hasta el momento en que llegara Enrique por nosotros.
Caminamos y dejé que los niños corrieran alegremente hasta donde llegaban las tranquilas olas del Mediterráneo. Yo me quedé un poco más alejada y, ante la atenta mirada de los chicos de la "tienda de campaña", me quité la toalla, la extendí en la arena y me dispuse a untarme las respectivas cremas y un poco de aceite.
Los jóvenes se habían quedado con la boca abierta y, ahora, hacían comentarios sobre mi presencia. Yo decidí, no hacerles caso y seguí con la tarea, sin prisas... disfrutando la sensación de la brisa del mar en mi cara. Despreocupadamente, abrí mi libro, "La Ruta de la Seda" de Colin Falconer, y me concentré en su lectura.
Después de aproximadamente una hora, decidí dar una vuelta hacia donde jugaban los pequeños. Dejé mis cosas al lado y me levanté arreglándome el top que estaba a punto de dejar escapar uno de mis pezones.
Caminando hacia los niños, no dejé de notar las miradas insistentes y los comentarios de los jóvenes campistas.
—Hola chicos, ¿qué hacen?
—Hola mamita, mira mi castillo! ¿Te gusta? —expresó Sebastián.
—Dile a mamá que yo te ayudé a hacerlo, no seas presumido —comentó Enriquito.
—Qué hermoso! Es un castillo precioso y me encanta que lo hayan hecho entre los dos, les voy a dar un beso grande como premio —les dije, atrayéndolos hacia mi y abrazándolos con ternura—, los quiero mucho queridos hijos, son el mejor regalo que me ha dado la vida.
—Nosotros también te queremos mucho mamita —dijo Enriquito.
—Bueno queridos, voy al mar, sigan jugando —les comenté mientras me disponía a caminar hacia las aguas del hermoso mar Mediterráneo.
Sentí la frescura del agua, cuando me introduje hasta los hombros. No quise evitar la sensación de erotismo que recorrió, como electricidad, cada parte de mi cuerpo, cuando percibí la sensación de humedad en mi sexo. En forma natural, hice la tanga a un lado, me llevé mi mano al surco de mis genitales y me acaricié por entre los pliegues internos. —mmmmmmm, ricoooooo.... —expresé con sensualidad, mientras mi dedo medio estimulaba de arriba abajo mi clítoris, que rápidamente se puso más grande y turgente.
Disfruté de las delicias de masturbarme dentro del agua. Me sentía ardiendo... temblaba de excitación. Estaba disfrutando la sensación entrecerrando mis ojos, cuando me percaté que uno de los jóvenes, de la tienda de campismo, se había metido en el agua y ya estaba muy cerca de mi...
Dejé de autoestimularme y regresé la tanga a su lugar... Pacientemente esperé que fuera breve la desagradable interrupción.
—Hola, me llamo Ricardo ... La vi con sus hermanitos en la playa, ¿de dónde sois? —me dijo despreocupadamente.
—No son mis hermanitos, son mis hijos y evidentemente no somos de aquí—respondí un tanto fría y molesta por la interrupción, que esperaba fuese breve.
—¿Son sus hijos? Vaya que es extraño —dijo
—¿Por qué?
—Pues, porque usted es una belleza de mujer y, la verdad, no pensé siquiera que pudiese estar casada —expresó acercándose cada vez más a mi.
—Pues si, son mis hijos y también estoy casada, ¿tengo que ser gorda y fea para que me creas? —respondí, mientras me alejaba hacia la playa.
—Oiga, oiga, perdóneme si la he molestado, ¿me puede decir su nombre? —escuché la pregunta cuando estaba a punto de salir del agua.
—Aria —respondí con desinterés y sin voltear la cara.
—¿Cómo?, ¿cómo dijo? Me gritó desde lo lejos.
—ARIAAAA!!! —levanté la voz.
—Me encanta el timbre de su voz Aria, además tiene un nombre hermoso como usted!!! —escuché su grito que se desvaneció con el viento.
La verdad, no se por qué, todos me dicen que les gusta el timbre de mi voz, a mi me parece bastante común. En fin, llegué al lugar donde estaba tendida mi toalla y me propuse olvidar: el incidente, mi frustrada masturbación y mi reprimida excitación. Así que me recosté boca abajo a seguir con Falconi. Sin embargo, no pasó mucho tiempo cuando, a mis espaldas, escuché la voz del insistente campista.
—Hola otra vez, Doña Aria —expresó el cabezota del tal Ricardo.
Moví mi cabeza hacia él y aprovechando que no veía mis ojos, los cuales se ocultaban por mis lentes obscuros, dediqué un momento a observar su silueta. No era tan jovencito, calculé que era un poco menor que yo. Además, no puedo negar, que experimenté una sensación en mi clítoris que recorrió mi cuerpo, cuando vi que a través de la tela de su tanga se proyectaba una polla enorme. "Madre mía!!! Sabes lo que portas querido", pensé. Así, dadas las circunstancias, me pareció divertido seguir con el juego.
—Hola... si, soy Aria, soy una mujer casada y los pequeños de allá son mis hijos, ¿algo más? —expresé con ese desdén que a veces me sale tan natural.
—Oiga señora bonita, lo único que quiero es intentar ser su amigo. Si no lo desea, solo dígamelo y de inmediato regreso por donde vine —me dijo con honestidad y firmeza... Me gustó esa actitud.
—Ahora la que se disculpa soy yo, no creas que soy una maleducada... Mucho gusto Ricardo —dije, adelantando mi mano, la cual lucía un bello anillo de compromiso y sortija de matrimonio, que uso en la mano derecha, al contrario de lo habitual—. Como te dije, soy Aria y toda mi familia estamos de vacaciones, un poco más tarde llegará mi esposo... Ah!, por favor, no soy tan vieja para que me trates de "Usted"... —le comenté coqueteando abiertamente.
—Vaya que no eres vieja ni mucho menos, honestamente, estás muy hermosa, permíteme expresarlo —dijo.
El tal Ricardo de verdad me gustaba y lo menos que quería era que se fuera. Ahora me estaba divirtiendo y pensaba disfrutarlo.
—Sabes Aria, tu espalda, además de bella, no tiene ni una gota de crema, ¿me permites que te ayude con eso? Con todo respeto, claro —comentó.
Pensé que este Ricardo caminaba rápido, así que no puse objeción en seguirle el paso.
—Claro, ahí en la bolsa está la crema protectora, la de número 30, espero que tus manos sean suaves —dije coqueta, mientras me recostaba boca abajo sobre la toalla.
—Te prometo que se lo que hago, preciosa —comentó. Y vaya que si sabía.
Abrió el frasco y se untó un poco en sus manos. Luego, en mi espalda roció un poco y empezó a distribuirla poco a poco. Levantándome el cabello, se detuvo en mi cuello. Sentí riquísimo cuando su mano recorrió delicadamente la parte media de mi espalda. Apreté los labios para resistir una expresión de placer...
—mm... —seguí haciendo esfuerzos para no expresar las deliciosas sensaciones que provocaban sus manos en mi espalda.
—¿Te gusta?
—Te recuerdo que se trata de untarme la crema, no más, ¿vale? —le dije sin mucha convicción.
—Perdón, perdón, no pensé que fueses tan delicada, por cierto, tienes una espalda bellísima, señora Aria.
—Gracias, y no me digas señora, sólo Aria.
Volvió a poner crema en su manos y continuó con mi cintura. Cada vez sentía más intensamente mi necesidad de sexo, que por las semanas de abstinencia potenciaba mis sensaciones de placer al contacto de sus manos.
—¿Puedo? —dijo al momento de desabrochar los lazos de mi top en mi espalda. Más que solicitud fue un aviso y aunque me sorprendió, dejé que lo hiciera sin protestar.
Me esforzaba para no emitir expresiones que delataran mi excitación. Era algo tan difícil ya que mi agitación iba en aumento. Cerraba mis ojos sin poder evitar los estremecimientos de placer cuando sentía sus manos recorriendo mi espalda. Percibí sus manos que subían por la curva de mi cintura y sorpresivamente, las colocó en la parte lateral de mis pechos que ahora, con los lazos del top sueltos, se mostraban desnudos aplastados ligeramente por mi posición, boca abajo.
—Oye!, ten cuidado en dónde pones las manos! —increpé con una debilísima convicción.
—Disculpa otra vez, pero te advierto que las quemaduras en esa parte son peligrosas y además, muy dolorosas, ¿confías en la verdad de lo que te digo? —comentó de manera directa.
—Bueno si, en eso tienes razón —dije, volviendo a concentrarme en mis sensaciones.
Sus manos regresaron a esa parte de mi anatomía y, ya sin encontrar resistencias por mi parte, empezó a acariciar los laterales de mis tetas de forma lenta y sin recato, como adivinando mis esfuerzos por parecer controlada.
Pienso que la naturaleza nos ha permitido a las mujeres gozar más que los hombres. Bueno, no quiero tu acuerdo, solo es un comentario al aire. Las mujeres nos excitamos con la estimulación de todo nuestro cuerpo, por ejemplo, a mi me excitan los besos los lóbulos de las orejas, atrás de las orejas, la nuca, el cuello —mmmmmm—, los hombros, la parte interior de mis brazos, la parte lateral justo debajo de las axilas, las tetas, el abdomen, el ombligo —mmmmmm— el vientre, las rodillas —mmmmmmm—, la parte interna de los muslos, las nalgas, el monte de venus, el surco de mi sexo, el clítoris, la vagina, el ano, la espalda, las pantorrillas, los pies —mmmmm—, mis labios, mis oídos, los dedos, mi antebrazo, etcétera, etecétera... Imagínate! Tal es nuestra naturaleza... por eso, ese día gozando con la follada de dos apuestos jóvenes, me sentía deliciosamente excitada. Pero volvamos al momento...
Continuó acariciandome los pechos por los lados hasta que no pude evitar una expresión de profundo placer:
—hummmmmmmmmmmmm —no pude resistirme más, para mostrar mi tremenda excitación al sentir sus manos recorriendo parte de mis tetas...
—¿te gusta? —me repitió la pregunta.
—Siiiiiiii —mis defensas estaban desechas.
Siguió masajeándome las tetas. Y en momentos, metía sus manos por debajo buscando mis pezones. Me sobresalté cuando escuché la dulce vocecita de mi hijo:
—Mamita, ¿qué te está haciendo ese señor? —expresó cándidamente mi hijo mayor.
—Nnnnnnadaaa mi rey, me está ayudando a ponerme la crema bloqueadora para que no me queme con el sol.
—¿Así como te pone papá?
—Si querido, más o menos así —respondí con trémula voz.
—Oye mamita, ¿no te has dado cuenta que se te calló el bañador? —dijo esto, al notar que tenía desabrochados los lazos del top mientras veía con seriedad a Ricardo.
—No amor, no lo he perdido... no te preocupes mi rey, Ricardo es una amigo y después de ayudarme me voy a sentir bien y no se me perderá nada, ¿está bien querido? Ve a jugar con tu hermano, y en un momento los veré allá —le dije esperando que me obedeciera.
—Bueno mamita, ya me voy pero no te estés mucho con ese señor —comentó antes de correr hacia donde estaba su hermano.
—Si mi amor no te preocupes, dame un beso —lo esperé sin respuesta.
Una vez que Enriquito regresó con su hermanito, Ricardo continuó con su trabajo en mi espalda. Bajó hasta mi cintura y siguió más abajo. Me frotó con erotismo mis nalgas. Siguió el hilo de la tanga recorriendo el surco de mis nalgas, ahí se detuvo deliciosamente, acariciándome con su dedo los pliegues de mi culo.
—mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm, —expresé sin pudor.
Las sensaciones de excitación se habían apoderado de todo mi ser, por lo que decidí cambiar de posición para mostrarle de frente mis pechos anhelantes. Me di vuelta y por segundos, dejé que observara boquiabierto mi desnudez. Noté que sus ojos brillaban de deseo. El también estaba excitado, lo noté, además, en su pene erecto que con dificultad permanecía cubierto por su tanga.
—Vamos al mar, querido —dije. Y poniéndome de pié, le tomé su mano y así, topless, le atraje con mi mano hacia el agua.
—Adonde????? —dijo nervioso.
—¿Tan pronto perdiste tu seguridad? —le dije acariciándole levemente su mejilla—Vamos a meternos al mar.
—¿Al mar? —comentó de manera por demás infantil.
—Si al mar, ¿por qué repites todo lo que digo?... Aquí solo son caricias y quiero más... —le dije con una expresión llena de promesas y, por supuesto, dejándole sin habla.
En el trayecto nos encontramos a mis hijos jugando en la arena con su pelota.
—Mamita, ¿te vas a meter al mar? —dijo Sebastián.
—Si mi cielo
—¿Con ese señor?
—Si mi amor, voy a estar un ratito en el agua, quédense ustedes aquí —les dije, sin dejar de caminar.
—Oye mami —gritó Enriquito— Se te calló una parte de tu bañador!
—Si mi rey, en un momento lo busco, no te preocupes —el niño se quedó muy serio viendo a su madre con las tetas al aire y acompañada de "un señor".
Nos metimos hasta la cintura en el agua y me puse frente a Ricardo. Le acaricié su pelo y sin pudor, le tomé su cabeza y acerqué su cara a mis pechos que le ofrecía para que los mamara. En ese momento, no pensé que mis hijos pudiesen estar viendo la escena. Estaba ardiendo y empezaba a sentir que mis jugos vaginales humedecían los pliegues internos de mi sexo.
Levanté mis brazos y le ofrecí mis labios anhelantes. Acercó sus labios y nuestras lenguas se buscaron mutuamente, explorándose con excitación. Mientras me besaba, yo le acariciaba su pelo, sus hombros y su espalda. Me fascinaron sus músculos que denotaban un hombre joven y deportista. El, poseído por una tremenda pasión, empezó a masajearme mis pechos, deteniéndose en mi areola, la cual, se notaba de un rozado más intenso. Luego me chupó y mordió delicadamente los pezones.
Con mi mano izquierda dentro del agua, le abrí su bañador y, con la derecha, le saqué su polla. La tomé con mi mano y apretándosela, empecé a masturbarlo con movimientos de arriba hacia abajo. En un momento, abrí mi mano y, pegando mi mano a lo largo de su pene, le acaricié el frenillo y el anillo del glande con mi sortija de compromiso y mi argolla de matrimonio, tal y como le gustaba a Enrique —fue un impulso, a mi esposo le gusta sentir en su pene los símbolos de nuestro matrimonio, como una muestra de que soy su esposa y que le pertenezco solo a él... ahora estaba ofreciéndole esa caricia tan íntima a un hombre que acababa de conocer—. Seguí masturbándolo y ya sin pudor, me propuse gozar al máximo de esa experiencia de trasgresión a mis deberes como esposa y como madre y no me importó estar entregándome como una vulgar prostituta, casi delante de mis hijos.
Seguí gozando las caricias y para intensificar la estimulación, doblé hacia abajo mi dedo medio, rodee con mi dedo índice y pulgar su pene y seguí estimulándolo de arriba abajo, dejando en cada movimiento la cabeza de su verga libre de su cubierta de piel. Primero suavemente, después con rapidez.
—hummmmmm, que rico, hermosa —susurró, besándome deliciosamente el lóbulo de mis orejas.
Con la mitad de nuestro cuerpo dentro del agua, me hice a un lado el bañador y expuesto mi sexo, acerqué su pene a mi clítoris y, con él, me empecé a estimular. Desesperadamente recorría el surco de mi sexo con su polla parada, abriendo mis piernas para dejar al descubierto mi feminidad y permitir que llegara hasta mi vagina.
—ahhh, ahhhh, ahhhh, mmmmmmm, que ricooooooo, amor —expresé ya sin pudor.
Ricardo, me tomó por la curva de mi cintura y me atrajo hacia él. Puso sus manos sobre mis nalgas y, después, poco a poco empezó a buscar mi sexo para penetrarme.
—Mi amor, estás depilada! —Dijo mientras su pene estaba a punto de entrar en mi vagina. Yo, agarrando su erecta verga, me estimulé con ella mi clítoris y, finalmente, yo misma la coloqué a la entra de mi vagina y me la introduje poco a poco en mi vagina. Grité de placer, Si, así!... no podía dejar de gemir y gemir, mientras su polla entraba y salía de mi lubricada vagina. No tardé mucho en percibir la llegada de un exquisito orgasmo.
—ahhh, ahhh, ahhh, mi cielo, que ricoooooooo, me voy a venirrrrrrrrrrrrr, mmmmmmmm —gemí con erotismo.
Sentí que todo mi cuerpo temblaba cuando sentí llegar el primer orgasmo en muchos días, lo abracé con todas mis fuerzas y levanté mis piernas rodeándole su cuerpo, mi espalda se arqueaba y disfruté de la deliciosa sensación. En ese momento sentí que Ricardo explotaba dentro de mi. Placenteramente sentí que su pene me llenaba completamente mi vagina y me llenaba de su leche caliente. En ese momento solo era la hembra poseída por un macho poderoso que con energía la transporta a regiones de infinito placer.
—papacito, qué ricura —expresé mientras disfrutaba de la culminación de su corrida dentro de mi. Me apreté hacia él para evitar que se saliera su pene y por minutos esperé a que todo volviera a la calma.
—No me la saques —le pedí con suavidad.
El siguió dentro de mí acariciándome. Me sorprendí cuando me di cuenta de que la flacidez que percibí poco después de su corrida, dio paso a una nueva erección... Madre mía!!! Estaba de nuevo excitado y dispuesto a seguirme follando!.
—¿Te puedo pedir algo mi cielo? —le dije al oído
—Si señora bonita, lo que quieras, ahhhhhhhh, siiii —me respondió.
—Vamos a tu tienda de campaña a terminar con esto ¿quieres?
—Lo siento Aria, allá está mi amigo Manolo y pues... tu sabes... no creo —dijo vacilante.
—Querido... puede participar, si te apetece —expresé con indecente atrevimiento y moviendo mis caderas para intensificar la sensación de su pene dentro de mi vagina.
—¿Participar?... Cla... claro, por supuesto —siguió perplejo, pero metiendo y sacando la verga dentro de mi.
—Bueno mi amor, ya sácamela y caminemos al chalet —dije, aprovechando los ultimos movimientos que hacía para introducirme más y más su verga en mi apretada y chorreante vagina—. Y por favor, deja de repetir todo lo que digo —comenté, mientras trataba de cubrir con la minúscula tanga mis genitales que aún escurrían de semen.
Al salir del agua, le tomé de la mano y juntos empezamos a caminar hacia su tienda de excusión. No pudimos evitar dar el espectáculo a los mirones de alrededor.
Llegamos a la entrada de la tienda y sin sorprendernos encontramos a Manolo dentro, con su pene en la mano. Él, sin decir nada, se quedó como hipnotizado viendo que entrábamos al pequeño espacio.
—Hola, soy Aria, ¿te pillamos? —le dije sentándome a su lado.
—S, s, si, claro, es que entráis así tan de pronto, que...
—Tenemos la visita de esta señora bonita, Manolo, nos la mandó el cielo ¿qué te parece? —dijo, observándome con lujuria.
—¿Visita?
—¿Por qué siempre repiten todo? —comenté— Ven acá querido —Me acerqué y le di un beso, pasando mi lengua por sus labios y buscando penetrar en su boca en busca de la suya.
Mientras tanto, Ricardo se acercó y me empezó a besar las nalgas y el culo, jalando los lazos de mi tanga. Yo sentía delicioso, había tenido un orgasmo en el agua, pero necesitaba más, mucho más.
Intempestivamente, Ricardo me agarró de las caderas y me puso en la posición de "perrito". Mientras me quitaba la tanga, yo cogí la verga de Manolo y se la empecé a mamar. Estaba poseída por la excitación, le pasé lentamente mi lengua por el glande, seguí por los lados, por el tronco... lentamente. Posteriormente, se la empecé a chupar, metiéndomela en la boca lo más que podía, hasta que la sentí en mi garganta... la saqué de mi boca un segundo para lubricarla con mi lengua y de nuevo, me la metí en la boca tratando de abarcarla hasta los testículos.
—schluppppp, sgluppppppp...
Manolo, me metía sus dedos entre mis cabellos, temblando por la excitación, al sentir su polla en mi gasrganta. Mientras, que Ricardo, me lamía el culo y pasaba su lengua por mi vagina, húmeda, anhelante... Yo estaba en el paraíso, sentía tan delicioso que me olvidé de mis hijos y de que estaba en medio de una playa pública.
Seguí chupándosela a Manolo con deleite. Sentía las venas de su polla y saboree los fluidos densos que anteceden al orgasmo. Mientras tanto, Ricardo se irguió y me penetró por la vagina húmeda y deseosa de placer.
—Si mi amor, penétrame más... méteme la verga... hazme rico... fóllame —me sentía super caliente.
Con cada embestida, yo sentía que su pene llegaba hasta el cuello de mi útero y por supuesto, me apliqué para apretar con mi vagina cada milímetro de su riquísima verga, que toda mojada con mis fluidos vaginales entraba y salía. Por supuesto, no olvidaba que también Manolo gozaba de la tremenda mamada que le regalaba. Y así, en esa pequeña tienda, los dos chicos me follaban con desesperación.
Seguimos follando en esa posición, hasta que sentí la llegada del orgasmo de Manolo, por lo que sugerí que todos nos viniéramos juntos. La verga de Manolo se hinchó y empezó a llenarme de semen mi boca, me la sacó y continuó vaciándose sobre mi cara y mi pelo. Gotas densas recorrieron mi mejilla, mis labios y mis tetas... tremendamente rico. Por su parte, Ricardo se corrió, inundándome la vagina y mezclando sus fluidos con los míos dentro de mis entrañas. Mientras explotaban dentro de mi, desde mi vagina y clítoris, surgió una ola de placer que irradió todo mi cuerpo, haciéndome temblar y gritar como poseída.
—Qué ricoooooooo, ahhhhhh!!!!!!!!!!!!, ahhhhhhhhhh!!!!!!, máaasssssssssss!!!!, ssiiiiiiiiiiiiiii!!!!!!!!!, mmmmmmmmmmmmmmgggggggggggggggnnnnnnnfffffffffff!!!!!,
No podía controlar el temblor de todo mi cuerpo, mi espalda se arqueba y no podía evitar las convulsiones de mis manos y piernas con ese inmenso orgasmo. En medio de la más deliciosa sensación de sexo, percibí que Manolo y Ricardo se fundían en mi, abrazándome y besándome con pasión. Los amé con exaltación en ese momento...
Pensé que todo terminaría ahí. Sin embargo, después de un momento, me di cuenta que los chicos querían más y aún chorreando mi vagina con los fluidos mutuos, Ricardo me besaba la parte interna de mis muslos y las tetas.
—¿Queréis seguirme follando? —pregunté ingenuamente.
—Aria, ahora tu eres la que pregunta... hace tiempo que el cielo no nos manda a una diosa como tú y queremos aprovechar este maravilloso regalo —dijo el chaval, utilizando una jerga pagana.
—La verdad yo también deseo más, queridos —respondí
Me recosté y abriendo mis piernas le mostré a Ricardo mi vagina abierta y, un poco más abajo, el orificio de mi culo anhelante.
—Métemela por el ano papito, no te detengas.
—Hueles delicioso Aria, te voy a romper el culo, mamacita —Ricardo estaba fascinado con lo que le ofrecía con mis piernas abiertas y, como siempre, el aroma que enloquece a los hombres que me han poseído.
Con mis piernas sobre sus hombros, sentí como su polla erecta me rasgaba mis tejidos anales. Pensé detenerlo, sin embargo, pronto empecé a sentir las delicias de la penetración anal que tanto me gusta. Así, disfrutando la follada por el culo, sentí que Manolo se estaba masturbando y pensaba correrse sobre mis tetas.
—Espera un poco amor, no te precipites —le pedí.
—Ricardo, ¿porqué no le compartes mi trasero a tu amigo?
—Claro!!! ¿Quisieras correrte en el culo de Aria, Manolo? Yo ya disfruté de su deliciosa vagina y un momento con mi polla dentro de su ano—expresó Ricardo
—Claro me fascinaría llenarle el culo con mi leche —dijo Manolo quine solo se había corrido una vez dentro de mi boca.
Se intercambiaron de posición, abrí de nuevo mis piernas, las levanté y las coloqué sobre los hombres de Manolo para que me penetrara por el ano. Luego, le pedí a Ricardo que de pié y a mis espaldas acercara su polla a mi boca para mamársela. Disfruté minutos de esos dos placeres, por la boca y el ano, hasta que sentí que Manolo iba a explotar dentro de mis entrañas.
—Corrámonos otra vez juntos por favor —les pedí excitada.
Seguí mamándo y sentí la llegada de su orgasmo, mientras movía mis caderas de arriba abajo y en círculos, para apurar la corrida de Ricardo y la mía propia. En un momento los tres explotamos en maravillosos orgasmos. El semen de Ricardo me llenó la boca y mi cara, mientras que Manolo me inundó el culo con su leche. Yo sentí que explotaban dentro de mi decenas de globos de placer.
—ahyyyyyyyyyyyyyy!!!!!!!!!! Ricooooooooooooooo...!!!Mmmmmmmmmmmm, ssiiiiiiiiiiiiiiiiiii, ahugmmmmmm, mmmmmmmmmm, ahhh, ahhhhh, siii, siiiii, siiiii, maaaaaaaaassssssssssssssssss —no podía contenerme de gritar, estaba explotando en un tremendo orgasmo y el placer me inundaba por completo......
—Hugmmmmmmm, aughmmmmmmmmmm, —escuché el gemido gutural de mis dos chicos. Eso me acompañó por los largos momentos en que sentía el placer más enorme que no recordaba haber sentido antes.
Durante momentos que me parecieron eternos disfruté ese orgasmo. Fue realmente increíble, pensé que nunca iba a dejar de sentir las explosiones de placer dentro de mi. Hasta que extenuados, los tres nos recostamos en las bolsas de dormir, desnudos. Uno a cada lado, me abrazaba con ternura. Seguían acariciándome, uno mis muslos, vientre y ombligo, el otro, mis tetas... los dos, delicadamente y con infinita ternura, recorrían mi cuerpo con sus manos pegando su cuerpo al mío. Sus penes, completamente mojados, descansaban ya de su trabajo. Noté que tenían restos de semen mezclados con mis fluidos vaginales. Eso, me impulsó a darles las gracias por la hermosísima experiencia... así, besé de nuevo a cada uno en sus labios con ternura.
—Estás muy hermosa Aria, tienes una piernas divinas y un culo riquísimo —comentó Ricardo mientras me acariciaba.
—Estoy de acuerdo con Ricardo, que regalote nos has dado preciosa —dijo el otro, dándome un beso en la mejilla.
—Creo que todos gozamos... son ustedes un encanto de hombres —al decir esto les di otro delicado beso en sus labios, primero uno, luego al otro.
Nos invadió poco a poco un estado de satisfactoria relajación. Cerré mis ojos y percibí el aroma de nuestros cuerpos y el sonido de nuestra acompasada respiración. Me sentía muy rico, desnuda y cariñosamente abrazada por mis dos amantes. Hasta que, al cabo de media hora, llegó el momento de regresar.
—Me tengo que ir amores —dije, mientras me sentaba para recoger la tanga. Con ella en mis manos, limpié los líquidos que corrían por la parte interna de mis muslos.
—no te vayas Aria, por favor —dijo Ricardo.
—Estoy muy a gusto con ustedes, pero por desgracia no puedo quedarme más, mis hijos están cerca y mi esposo está por llegar —comenté y mientras me colocaba la tanga les mostré mi mano con la sortija y la argolla matrimonial diciéndoles —recuerden que soy una señora casada y tengo que atender a mi familia.
—Aria... ¿me regalas tu tanga? —solicitó Ricardo.
Por un momento, dudé en dejársela, pero de inmediato tomé la decisión. Levanté mis piernas, me quité la tanga y se la di.
—Claro, cielo, guárdala como recuerdo —dejando que la tomara con sus manos.
—Gracias, preciosa, será un divino recuerdo de ti —expresó, llevándosela a la nariz, percibiendo su aroma con un mohín de satisfacción.
Salí de la tienda totalmente desnuda y me dirigí al mar. Ahí, disfruté por un momento sus aguas antes de salir corriendo a buscar mi toalla para cubrir mi desnudez. Noté que había más personas que, turbadas, no se perdieron la escena cuando corrí por la arena desnuda. Tampoco faltaron los comentarios en corrillos.
Llegué a mi pequeño campamento y rápidamente, me cubrí con la toalla, sequé la humedad de mi cuerpo y tranquilamente me puse el bikini extra que tenía en la bolsa. Demoré la urgencia de ponerme crema en mi vagina y en mi ano, a pesar de que sentía mucho ardor por las fuertes penetraciones. Por eso, decidí tolerar la sensación y me encaminé a encontrarme con mis hijos que sin preocupación jugaban con la arena de la playa.
—Mami, mira, Enrique se peleó con aquellos niños porque le dijeron que su castillo es feo.
—No es cierto, solo les dije que los de ellos son más feos. —respondió Enriquito.
—Bueno, chicos, no discutan y sigan jugando —dije sonriéndoles —voy a estar allá para esperar a su padre que no ha de tardar mucho en llegar.
—Si mami... oye mamita te ves muy bonita con ese bikini también —comentó Enriquito. Le guiñé un ojo como respuesta a su piropo. Además, me percaté que notó mi cambio de bañador.
Estaba con mi lectura de Falconi, cuando escuché a mis espaldas la voz de Enrique.
—Ya estoy aquí querida, ¿tuviste alguna dificultad? —preguntó Enrique.
—Ah, hola... no querido, aquí se está muy bien, es una playa maravillosa y a ti ¿cómo te fue?
—Bien, por fin terminamos el trabajo. Estoy libre para disfrutar de mi familia por dos semanas —comentó con satisfacción. —¿nos vamos a comer, estoy hambriento?
—Y que lo digas, yo también —respondí mientras me ponía de pié para recoger las cosas y colcarlas en la maleta de playa.
—Te ves preciosa con ese bikini, Aria. Me complace que hayas decidido ponerte ese y no el otro, con el que, además, te hubieses arriesgado a que te faltaran al respeto.
Sin decir nada, sonreí al comentario.
Los niños corrieron a encontrar a su padre y lo abrazaron con cariño. Comentándole atropelladamente lo que habían hecho en la playa. En eso Enriquito, observó que Ricardo y Manolo, desde su tienda, se despedían...
—Mira mami, son tus amigos —comentó Enriquito.
—¿Tus amigos, Aria? —repitió Enrique, con expresión de interrogación.
—Ah si, querido, esos chicos se acercaron para ofrecernos su ayuda por si fuera necesario y se quedaron un momento a platicar —le dije con seguridad.
—Vaya, estos españoles si que son "amables" —observó Enrique con un dejo de ironía.
—Si papi y le ayudaron a mamá para que no se quemara la espalda —informó Sebastián.
—¿Para que no se quemara? ¿a qué se refiere el niño, Aria? —preguntó Enrique.
—Ya ves como son los niños, los chicos me ofrecieron ponernos una sombrilla y regalarnos aceite bronceador, pero, rehusé y punto.
—Pues insisto que estos españoles son demasiado... serviciales.
—Pues si, no puedes dejar de reconocer que los españoles son los europeos más cálidos, guapos e inteligentes— defendí con firmeza mi convicción.
—Bueno, bueno, no sigamos con eso, Qué... ¿acaso no tiene hambre? —dijo Enrique.
—Si!, si! Yo quiero comer!... —y juntos en familia caminamos hacia la animada calle...
Antes de salir de la playa, busqué con la mirada a Ricardo y Manolo. Los vi desde lo lejos de pié, frente a su tienda. Alcé mi mano para despedirme, besando mi dedo índice y dirigiendo hacia ellos el simbólico beso... con cautela. Ricardo levantó mi tanga y se la llevó al corazón, Manolo cruzó sus brazos dirigiéndome un último adiós...
No los volví a ver... pero tengo la esperanza de que lleguen a leer este relato y recuerden, como yo, esta maravillosa experiencia.
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