Aunque había tenido mi encuentro tan deseado con Rubén, igual seguía yendo todos los domingos al depósito, como si fuera a misa, una misa negra, claro. O sea que, estando cursando el Quinto Bachiller me veía con dos tipos que me llevaban casi veinte años. Y cuando digo que me veía, lo que quiero decir es que me cogían.
La primera vez lo hicimos en el departamento de al lado, que estaba desocupado, pero se alquiló tan rápido que ya no nos pudimos ver una segunda vez. Entonces tuvimos que improvisar.
No podía llevarme a un albergue transitorio porque yo todavía no tenía la edad suficiente. Cumpliría los dieciocho ese año, pero aún faltaba. ¿Y hasta entonces? ¿Nos aguantábamos? ¡Ni loca!
Les juro que hasta se me ocurrió contarle lo de Juan y que los dos me cogieran en el depósito. Hubiera sido un buen relato, pero no me animé.
Una mañana nos cruzamos en el ascensor, yo iba al colegio y él al trabajo.
-Te quiero coger, pendeja- me dice cuando se cierran las puertas, metiéndome la mano por debajo del jumper.
-Ya alquilaron el departamento- le digo con carita de lamento.
-No sabés cómo me ponés, guacha, tengo los huevos llenos de leche solo por vos- se excita.
Pienso, me muerdo el labio inferior, gesto que siempre hago al darle vuelta a una idea, y entonces le digo:
-Podríamos vernos en la terraza, por la noche-
Bajamos solo tres pisos, así que llegamos enseguida. Retira la mano, me arreglo la falda y salimos del ascensor. No hay nadie en el pasillo, así que ahí mismo arreglamos todo.
-¿Podés ésta noche?- se entusiasma.
-Puedo cuándo vos puedas-
-A las nueve, ¿te parece?-
-Mejor a las diez-
-Si dale, mejor-
-¿Y Mony?- le pregunto.
-No hay problema, le digo que subo a fumar, últimamente me viene diciendo que fumando en el balcón igual entra el humo, así que no creo que sospeche nada-
-Bueno, ya me tengo que ir al colegio, no quiero llegar tarde-
Antes de cruzar la puerta, me alcanza y me pregunta:
-Vas a estar, ¿no? Mirá que no le voy a tocar ni un pelo a Mónica, guardándome para vos- se quiere asegurar.
-Voy a estar, yo también quiero coger con vos, guacho- le digo, imitando su manera de hablar.
Esa noche, a las diez en punto, ya estaba en la terraza. Mis papás no me preguntaron nada al salir, ya que cuando había una linda noche, solía subir a mirar las estrellas. Por eso mi mamá me decía que era una soñadora.
Rubén tardó un rato en subir, pero cuándo lo hizo me le eché encima y colgándome de su cuello, le comí la boca.
Mientras nos besábamos, con la lengua haciendo firuletes en la boca del otro, dejó el paquete de cigarrillos con el encendedor encima de un muro, y agarrándome fuerte de la cola, me estrujó contra su cuerpo.
Sentir de nuevo su dureza imprimiéndose contra mi vientre, me hizo delirar de placer. Ahí mismo me planté de rodillas en el suelo, le baje el short y como no tenía puesto calzoncillo, la pija apareció toda pletórica y rozagante. Tan parada que se curvaba hacía arriba.
Se la chupé con tantas ganas, con tanto entusiasmo, que no se aguantó y me acabó en la boca, como la primera vez.
-¡Ahhh... Ahhhhh... Ahhhhhh...!- estalló al eyacular, cuidándose de no gritar demasiado, para no atraer una atención indebida.
Se la seguí chupando hasta dejársela seca, haciendo luego algo que había aprendido con Juan, a ponérsela dura de nuevo. Sentir como se endurecía dentro de mi boca, bajo mi lengua, fue demostrarme a mí misma que podía hacer lo que quisiera con un hombre.
Cuando ya está otra vez en su plenitud, me levanto y voy hacia la escalerilla de metal que conduce al tanque de agua, me apoyo de espalda contra la misma, me sostengo de uno de los peldaños que está por encima de mi cabeza, y separo las piernas. Rubén viene hacía mí, duro, empinado, con una cara de calentura que parecía decidido a dejarme estampada contra esa escalera.
Me penetra, me coloca las piernas en torno a su cintura y me coge de esa forma que ya estaba extrañando.
Ya sé que es todo lo mismo, meter, sacar, acabar, pero yo sentía que Rubén me cogía diferente que Juan, ni mejor ni peor, solo distinto. Los dos me hacían gozar como una yegua, pero muy en mi interior, aparte de su pija, lo que sentía era que Rubén le imprimía a la relación otro sentimiento aparte de la lujuria. Quizás fuera idea mía, no lo sé, porque nunca me lo dijo, pero como que se estaba enamorando de mí. Dicho de otra forma, para Juan yo era una mina más que se fifaba, otro agujero dónde ponerla, para Rubén no. Para él era especial.
Mientras me ensartaba a repetición, nos besábamos con unos besos de lengua bien jugosos y profundos, con mucha saliva de por medio, mordiéndonos los labios, haciéndonos el amor también con las bocas.
Para entonces ya me había acostumbrado a su barba, me gustaba sentirla rozándome las mejillas cuando me besaba, o los muslos cuando me hacía sexo oral.
Por supuesto que tuvimos que acelerar el momento, ya que no nos podíamos quedar tanto como hubiésemos querido, para no levantar sospechas, así que luego de unas cuantas embestidas, Rubén ya me estaba acabando adentro.
Intentó salirse en el último instante, quizás porque no sabía si a mí me gustaría sentirlo de esa forma, pero apenas hizo el amague, lo retuve entre mis piernas, obligándolo a que me llenara de leche.
La cara de agradecimiento con la que me miró, me partió el corazón. Juan me había acabado adentro varias veces, pero nunca me miró de esa manera.
Mientras se vaciaba dentro de mí, volvimos a besarnos, como sino quisiéramos despegarnos jamás, pese al apuro que teníamos.
Me la saca, se retira y vuelve a ponerse el short, mientras yo me quedo ahí, suspendida de la escalera, disfrutando como su esperma se diluye en mi interior, buscando el cauce para llegar lo más adentro posible.
-Nos vemos Lali, ya me tengo que ir- me dice apurado.
A mí sí me llamaba por mi diminutivo cuándo estábamos a solas, supongo que a su mujer también.
-Eh, esperá...- le digo en un susurro -Acordate que saliste a fumar-
Se golpea la frente como si se hubiera olvidado. Recupera los cigarrillos de dónde los había dejado, enciende uno, le da un par de pitadas y lo apaga. Se está por ir, pero vuelve para besarme una vez más, dejando impregnado en mis labios el sabor del tabaco.
Me quedé un rato ahí, disfrutando el momento, sintiéndome más mujer que nunca, sin entender todavía como algunas de mi mismo género podían renegar de haber nacido con tajo.
Me solté de la escalera y avancé unos pasos hacia la baranda, sintiendo ya como el semen de Rubén comenzaba a bajarme por entre las piernas.
La terraza daba a la calle Tres Arroyos, justo enfrente estaba el depósito. Era día de semana, así que Juan no estaba, pero me parecía increíble que dos lugares que hasta hacía poco tiempo me habían resultado intrascendentes, se hubiesen convertido en Santuarios de mi propio placer.
Me puse de nuevo el camisón, bajé a mi casa, y me metí en la cama. No me bañé, ni me enjuagué en el bidet.
Ésa noche dormí impregnada con el esperma de mi vecino de arriba. Obviamente tuve los mejores sueños.
La primera vez lo hicimos en el departamento de al lado, que estaba desocupado, pero se alquiló tan rápido que ya no nos pudimos ver una segunda vez. Entonces tuvimos que improvisar.
No podía llevarme a un albergue transitorio porque yo todavía no tenía la edad suficiente. Cumpliría los dieciocho ese año, pero aún faltaba. ¿Y hasta entonces? ¿Nos aguantábamos? ¡Ni loca!
Les juro que hasta se me ocurrió contarle lo de Juan y que los dos me cogieran en el depósito. Hubiera sido un buen relato, pero no me animé.
Una mañana nos cruzamos en el ascensor, yo iba al colegio y él al trabajo.
-Te quiero coger, pendeja- me dice cuando se cierran las puertas, metiéndome la mano por debajo del jumper.
-Ya alquilaron el departamento- le digo con carita de lamento.
-No sabés cómo me ponés, guacha, tengo los huevos llenos de leche solo por vos- se excita.
Pienso, me muerdo el labio inferior, gesto que siempre hago al darle vuelta a una idea, y entonces le digo:
-Podríamos vernos en la terraza, por la noche-
Bajamos solo tres pisos, así que llegamos enseguida. Retira la mano, me arreglo la falda y salimos del ascensor. No hay nadie en el pasillo, así que ahí mismo arreglamos todo.
-¿Podés ésta noche?- se entusiasma.
-Puedo cuándo vos puedas-
-A las nueve, ¿te parece?-
-Mejor a las diez-
-Si dale, mejor-
-¿Y Mony?- le pregunto.
-No hay problema, le digo que subo a fumar, últimamente me viene diciendo que fumando en el balcón igual entra el humo, así que no creo que sospeche nada-
-Bueno, ya me tengo que ir al colegio, no quiero llegar tarde-
Antes de cruzar la puerta, me alcanza y me pregunta:
-Vas a estar, ¿no? Mirá que no le voy a tocar ni un pelo a Mónica, guardándome para vos- se quiere asegurar.
-Voy a estar, yo también quiero coger con vos, guacho- le digo, imitando su manera de hablar.
Esa noche, a las diez en punto, ya estaba en la terraza. Mis papás no me preguntaron nada al salir, ya que cuando había una linda noche, solía subir a mirar las estrellas. Por eso mi mamá me decía que era una soñadora.
Rubén tardó un rato en subir, pero cuándo lo hizo me le eché encima y colgándome de su cuello, le comí la boca.
Mientras nos besábamos, con la lengua haciendo firuletes en la boca del otro, dejó el paquete de cigarrillos con el encendedor encima de un muro, y agarrándome fuerte de la cola, me estrujó contra su cuerpo.
Sentir de nuevo su dureza imprimiéndose contra mi vientre, me hizo delirar de placer. Ahí mismo me planté de rodillas en el suelo, le baje el short y como no tenía puesto calzoncillo, la pija apareció toda pletórica y rozagante. Tan parada que se curvaba hacía arriba.
Se la chupé con tantas ganas, con tanto entusiasmo, que no se aguantó y me acabó en la boca, como la primera vez.
-¡Ahhh... Ahhhhh... Ahhhhhh...!- estalló al eyacular, cuidándose de no gritar demasiado, para no atraer una atención indebida.
Se la seguí chupando hasta dejársela seca, haciendo luego algo que había aprendido con Juan, a ponérsela dura de nuevo. Sentir como se endurecía dentro de mi boca, bajo mi lengua, fue demostrarme a mí misma que podía hacer lo que quisiera con un hombre.
Cuando ya está otra vez en su plenitud, me levanto y voy hacia la escalerilla de metal que conduce al tanque de agua, me apoyo de espalda contra la misma, me sostengo de uno de los peldaños que está por encima de mi cabeza, y separo las piernas. Rubén viene hacía mí, duro, empinado, con una cara de calentura que parecía decidido a dejarme estampada contra esa escalera.
Me penetra, me coloca las piernas en torno a su cintura y me coge de esa forma que ya estaba extrañando.
Ya sé que es todo lo mismo, meter, sacar, acabar, pero yo sentía que Rubén me cogía diferente que Juan, ni mejor ni peor, solo distinto. Los dos me hacían gozar como una yegua, pero muy en mi interior, aparte de su pija, lo que sentía era que Rubén le imprimía a la relación otro sentimiento aparte de la lujuria. Quizás fuera idea mía, no lo sé, porque nunca me lo dijo, pero como que se estaba enamorando de mí. Dicho de otra forma, para Juan yo era una mina más que se fifaba, otro agujero dónde ponerla, para Rubén no. Para él era especial.
Mientras me ensartaba a repetición, nos besábamos con unos besos de lengua bien jugosos y profundos, con mucha saliva de por medio, mordiéndonos los labios, haciéndonos el amor también con las bocas.
Para entonces ya me había acostumbrado a su barba, me gustaba sentirla rozándome las mejillas cuando me besaba, o los muslos cuando me hacía sexo oral.
Por supuesto que tuvimos que acelerar el momento, ya que no nos podíamos quedar tanto como hubiésemos querido, para no levantar sospechas, así que luego de unas cuantas embestidas, Rubén ya me estaba acabando adentro.
Intentó salirse en el último instante, quizás porque no sabía si a mí me gustaría sentirlo de esa forma, pero apenas hizo el amague, lo retuve entre mis piernas, obligándolo a que me llenara de leche.
La cara de agradecimiento con la que me miró, me partió el corazón. Juan me había acabado adentro varias veces, pero nunca me miró de esa manera.
Mientras se vaciaba dentro de mí, volvimos a besarnos, como sino quisiéramos despegarnos jamás, pese al apuro que teníamos.
Me la saca, se retira y vuelve a ponerse el short, mientras yo me quedo ahí, suspendida de la escalera, disfrutando como su esperma se diluye en mi interior, buscando el cauce para llegar lo más adentro posible.
-Nos vemos Lali, ya me tengo que ir- me dice apurado.
A mí sí me llamaba por mi diminutivo cuándo estábamos a solas, supongo que a su mujer también.
-Eh, esperá...- le digo en un susurro -Acordate que saliste a fumar-
Se golpea la frente como si se hubiera olvidado. Recupera los cigarrillos de dónde los había dejado, enciende uno, le da un par de pitadas y lo apaga. Se está por ir, pero vuelve para besarme una vez más, dejando impregnado en mis labios el sabor del tabaco.
Me quedé un rato ahí, disfrutando el momento, sintiéndome más mujer que nunca, sin entender todavía como algunas de mi mismo género podían renegar de haber nacido con tajo.
Me solté de la escalera y avancé unos pasos hacia la baranda, sintiendo ya como el semen de Rubén comenzaba a bajarme por entre las piernas.
La terraza daba a la calle Tres Arroyos, justo enfrente estaba el depósito. Era día de semana, así que Juan no estaba, pero me parecía increíble que dos lugares que hasta hacía poco tiempo me habían resultado intrascendentes, se hubiesen convertido en Santuarios de mi propio placer.
Me puse de nuevo el camisón, bajé a mi casa, y me metí en la cama. No me bañé, ni me enjuagué en el bidet.
Ésa noche dormí impregnada con el esperma de mi vecino de arriba. Obviamente tuve los mejores sueños.
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