Ya les conté de Juan, el sereno del depósito que estaba frente a casa, de cómo me hizo mujer y de todas las veces que me cogió en ese nidito de amor que armamos y al cual llegaba tan solo cruzando la calle.
También les conté de Graciela, una de las tantas amantes de Juan, y de cómo, después de hacerme participar en mi primer trío, me enseñó a cuidarme, lo cuál fue para mí una liberación, el descubrimiento de que, más allá de Juan, había mucho más sexo esperándome.
Y de eso trata el presente relato. De mi primera infidelidad, de la primera vez que le puse los cuernos a Juan.
En realidad no le fui infiel porque no éramos novios ni pareja ni nada, solo cogíamos, pero fue la primera vez que entendí que lo que sentía con él, lo podía sentir también con alguien más.
Vivía con mis padres en el 3ro. B de aquel edificio de cuatro pisos que, por suerte, estaba justo frente al depósito. En el piso de arriba, en el 4to. B, vivían Mony y Rubén, una pareja que recién se había juntado luego de que él dejara a su esposa por ella, que hasta entonces había sido su amante.
Desde el mismo día que se mudaron, mi mamá y Mony se hicieron grandes amigas. Tanto que durante el verano subían a la terraza a tomar sol sin corpiño, práctica a la cual yo demoré un tiempo en sumarme.
Cruzaba la calle todos los domingos para que un tipo me coja y culee en el depósito de enfrente, pero me daba vergüenza broncearme en tetas con mi mamá y la vecina.
-¿Y si alguien nos mira?- replicaba yo, refiriéndome a los edificios lindantes, cuando me insistían.
-¿Y que problema hay? Lucílas mientras puedas, nena, que después se te caen- expresaba Mony, que no tenía ningún pudor en mostrarle sus tetas a quién quisiera verlas.
Decidí sumarme cuando mi mamá comentó al pasar la vergüenza que le dió cuando Rubén, el esposo de Mony, subió a la terraza para preguntarle por sus botines de fútbol, y la vio con las lomas al aire. El hecho en sí resulta intrascendente, pero me puso en alerta. ¿La razón? Porque me gustaba Rubén.
Así que empecé a subir para que Rubén me viera en tetas a mí también, pero eso nunca pasó. Sin embargo, la oportunidad no tardó en presentarse y de la forma más inesperada.
Hacía poco tiempo se había desocupado un departamento, el 3ro. C, justo al lado nuestro, por lo que la dueña nos dejó una copia de la llave por cualquier situación de emergencia.
Estoy una tarde, sola en casa, leyendo "El pájaro canta hasta morir", cuando tocan el timbre. Me pone de mal humor que me interrumpan en plena sesión de lectura, pero al abrir la puerta toda esa irritación desaparece de un plumazo. Era Rubén.
Para que se hagan una idea, Rubén se parecía físicamente a Joaquín Galán, de Pimpinela. El pelo así de largo y una barba tupida, como se usaba en aquellos años. Incluso me acuerdo que una vez se apareció con una permanente, el gaste de Mony duró varios días.
La razón de su presencia en mi casa, era que había hablado con la propietaria del departamento de al lado y ésta le había dicho que nosotros teníamos la llave, que nos la pidiera.
-Estamos teniendo problemas con las cañerías, así que quiero tener una alternativa por si no sé soluciona- me explica mientras yo agarro la llave y corro a mostrarle el departamento.
Estar aunque solo fuera un momento con él, ya era un sueño. Sentir aún más de cerca ese magnetismo que irradiaba en mí desde la primera vez que lo ví, oler su perfume, su esencia, digan que yo ya tenía mi experiencia por haber estado con Juan, que sino me hubiera derretido ahí mismo.
Abro la puerta, entramos, y aunque la regla no escrita dice que al estar sola con un hombre debo dejar abierto, volví a cerrar. Sin percatarse de ello, Rubén comenzó a recorrer los ambientes, fijándose hasta en el último detalle, anotando mentalmente las mejoras que había que hacerle.
Estaba de traje, ya que iba de camino a la oficina, y no sé si era porque lo tenía tan cerca, pero me parecía más churro que nunca.
Levanta las cortinas para que entre la luz, mientras yo permanezco detrás suyo, expectante, juntando fuerzas para mandarme como lo había hecho con Juan.
-Bueno, listo, ya ví lo que tenía que ver- dice volviendo a bajar las cortinas.
-¿En serio no querés ver nada más?- le pregunto con el tono ya no de Adrianita, la vecinita del tercero, sino de Lali Hot.
-¿Algo cómo qué?- me pregunta, mirándome con una sonrisa que advierte cierta sospecha respecto a lo que quiero mostrarle.
-No sé... ¿Algo como esto, quizás?- le replico, sacándome la remera y desabrochándome el corpiño para mostrarle las tetas.
-¿Sabés hace cuánto quiero que me las veas? Subo a la terraza a tomar sol en topless esperando que subas en algún momento y me veas- le confieso.
-¿Y... solo querés que te las mire o te gustaría algo más?- pregunta, acercándose precavido, sigiloso.
-Quiero todo, que me las toques, que me las chupes, en realidad quiero que me hagas todo eso a mí, no solo a mis tetas- le confirmo, y sin poder aguantarme más, me arrojo a sus brazos.
En apenas un abrir y cerrar de ojos, ya nos estábamos besando, un beso que era muy diferente a los que solía darme con Juan, ya que Rubén tenía barba, y aunque no me desagradaba, la sensación era extraña.
Con suma destreza sus manos me agarran de la cola, presionando mi cuerpo contra el suyo, haciéndome sentir, a la altura de la ingle, una dureza que, debido a la contención del pantalón, se combaba cada vez más.
De mis labios baja a mis pechos para chuparlos y morderlos, dejando las marcas de sus dientes impresas en torno a mis pezones.
-¿Querés que me la saqué?- me pregunta cuando le acaricio el bulto que le infla la bragueta.
-Te la quiero sacar yo, ¿puedo?- le digo, sintiéndome cada vez más excitada.
Por supuesto que me deja, así que le desabrocho el pantalón, meto la mano y se la saco, dura y mojada, enardecida de venas.
La tenía de un tamaño similar a la de Juan, la única que conocía hasta entonces, aunque la cabeza, el glande, sobresalía mucho más, y era de un rojo subido, casi púrpura.
Me gustaba tenerla en la mano, sentirla, tocarle los huevos, deslizar mis dedos en la espesura de su matorral, mucho más frondoso que el del sereno.
No tuvo que decirme nada, ni una mínima insinuación, yo solita me puse de rodillas en el suelo y empecé a besársela, arriba, abajo, por los lados, en la punta, y abriendo la boca, me la mandé a guardar hasta lo más profundo de mi garganta.
La exclamación que pegó Rubén al sentirse devorado, me permitió saber que lo estaba haciendo bien. Había tenido un buen entrenamiento con Juan, por lo que no podía fallar.
Se la seguí chupando durante un buen rato, hasta que él mismo me hizo parar. Me levanto y volvemos a besarnos. Me saco la pollera, la bombacha y le agarro la mano para que me meta los dedos. Me explora en profundidad mientras me arrincona contra la pared más próxima.
Me sale mielcita de la concha de tan caliente que estoy.
Se saca entonces los zapatos, el pantalón, se baja el calzoncillo, y cuándo está a punto de metérmela, se frena en seco.
-¡No tengo forros!- exclama todo apesadumbrado.
-No importa, me estoy cuidando- le digo.
-¿En serio?- me mira inquisitivo.
-Sí, en serio, me cuido- le repito.
-O sea que ya cogiste... antes- deduce.
-Sí, ya me cogieron, varias veces- le enfatizo, como para que no haya lugar a dudas.
Se sonríe y me dice:
-Me calienta más que me digas eso que si hubieras sido virgen-
-Pues no lo soy, mirá como la tengo de tanto coger- le digo mostrándy mi concha dilatada para contrarrestar de alguna forma la imagen de niña-adolescente que tenía de mí
¡Era una mujer y quería que lo supiera!
-¡Criaturita de Dios, sos un infierno!- exclama a la vez que enfila la poronga y me penetra.
Ahora soy yo la que suelta una exclamación de júbilo y placer.
¿Quién me hubiera dicho al levantarme ésa mañana que antes de terminar el día iba a estar cogiendo con Rubén? Ni en mis sueños más húmedos lo hubiera fantaseado.
Hasta ese momento solo habíamos intercambiado unos pocos saludos, al cruzarnos en el ascensor o en el lobby, y ahí estaba, llenándome con su carne.
Me sujeta de los muslos y me levanta, enlazando mis piernas en torno a su cintura.
Nos besamos una vez más, me sonríe, y como si me planteará un desafío, me dice:
-Así que estás bien cogida...-
Y entonces me entra a dar con todo, como si su único objetivo fuera dejar constancia de que podía cogerme mejor que cualquiera que me hubiese cogido antes que él.
Amurada como estoy contra la pared, sé que voy a terminar con toda la espalda llena de moretones, sobre todo los omóplatos, que rebotan una y otra vez a causa de las penetraciones.
Cuando parece haber llegado al límite de sus energías, me suelta, dejándome caer al suelo, y se corre un par de pasos para atrás. Verlo ahí, frente a mí, desnudo, con la pija oscilando, cubierta de flujo, después de haber estado en mi interior, es una imagen que me acompaño durante muchas noches posteriores.
-Chupámela un poquito, dale- me pide.
Me echo a sus pies y se la vuelvo a comer, reconociendo su sabor y el mío impregnados en la textura de su piel.
De nuevo me levanta, pero ésta vez me pone de cara contra la pared, me avanza desde atrás, y me coge de parada, sin dejar de besarme ni por un momento.
Me acuerdo que al domingo siguiente, al ir al depósito, Juan se dió cuenta de los chupones que tenía por todo el cuello, jajaja.
Pero en ese momento ni me importaba, ni pensaba en Juan, lo único que quería era disfrutar y que él disfrute también, porque sabía que así volvería a buscarme.
Sabía también que para atraparlo, para volverlo rehén de mi sexualidad, debía aprovechar todos los recursos a mi alcance. Tenía que impactarlo, volarle la cabeza. Así que en una de esas tantas arremetidas, cuando, debido a la fricción, se le sale la pija, se la agarro y me la vuelvo a acomodar yo solita, pero no en la concha, sino en el culo.
-No dejás de sorprenderme, bebé- me dice mientras me la manda a guardar toda con un par de empujones.
Después de dejarme bien culeadita, me la saca y se tiende de espalda en el suelo.
-Vení- me dice -Tengo un polvo para vos que te va a salir leche hasta por las orejas-
Se la chupo otra vez, constatando una dureza que hasta me hacía doler los labios. Me le subo encima y antes de que pueda hacer nada, me la ensarta, me agarra de la cola y me liquida a bombazos. Me anticipo a su orgasmo, acabando como si la vida se me escurriera por entre las piernas.
Se detiene para que pueda disfrutar de esa emotividad, del polvo que me acabo de echar con él.
-¡Cómo acabás pendeja, me estás ahogando la poronga!- exclama.
Reanuda las penetraciones con más fiereza que antes, golpeando su cuerpo contra el mío con tal intensidad que el estrépito resuena en todos los ambientes.
Por mi experiencia con Juan, ya sabía cuándo un hombre estaba a punto de acabar, había aprendido a leer las señales. La sudoración, la respiración que se agita al máximo, el cuerpo que se tensa, la verga que se hincha. Cuándo sentí que se venía, me salgo de un salto y me la meto en la boca, haciendo que toda su leche se derrame por mi garganta.
Me la tragué toda, reteniéndolo entre mis labios hasta que soltara todo, apretándole los huevos para que me diera, incluso, hasta la última gotita.
Me enorgullece decir que lo dejé fuera de combate.
-¡Por Dios, nena! ¿De dónde saliste?- exclama divertido -La verdad te digo que Mónica (a la mujer la llamaba por su nombre, no le decía Mony) se deja hacer la cola, pero hasta ahora nunca transó en tragarse la leche, dice que le da asco-
-A mí me gusta...- le digo mientras le paso la lengua arriba y abajo, lamiendo los últimos restos -Me gusta tu leche-
Luego del sexo nos quedamos tendidos en el suelo, yo acurrucada contra su cuerpo, la cabeza apoyada sobre su hombro, hablando de él, de mí, de nosotros. Me contó que había conocido a Mony durante una entrevista de trabajo, él era jefe de Recursos Humanos en una empresa, en ese momento me dijo el nombre pero no me acuerdo. Bueno, la cuestión es que pegaron onda de entrada, quedaron en verse y lo que pareció que iba a ser un polvo casual, terminó convirtiéndose en una relación de casi dos años como amantes. Y digo amantes, porque él estaba casado y ella en pareja. Un día todo se descubrió, se armó flor de quilombo en la casa de cada uno y no les quedó otra que blanquear e irse a vivir juntos. Al 4to. B de Tres Arroyos y Nazca, justo arriba de dónde yo vivía.
-¿Sabés porque me enganché con Mónica?- me pregunta ni bien termina de contarme su historia.
Le digo que no con la cabeza, no lo sabía.
-Porque fue la mejor mujer que tuve en la cama, cogía, coge como una actriz porno, hacíamos posiciones que yo jamás había practicado, cómo te dije se dejaba romper el culo...- me mira, me da un beso en los labios y agrega -Pero vos la superás en todo-
Me pregunta mi edad y cuándo se la digo, se agarra la cabeza.
-Sí alguien se entera de ésto termino preso-
-No tiene porqué enterarse nadie- le digo.
Por mi parte no le conté de Juan, ni del depósito, ni de qué todo lo que sabía sobre el sexo lo había aprendido tan solo cruzando la calle. Me inventé un novio, un par de años más grande, a quién le atribuía el mérito de haberme hecho mujer.
Nos dimos otro beso, nos levantamos y comenzamos a vestirnos. Esa es otra imagen que retuve durante mucho tiempo, verlo vestirse después de haber tenido sexo conmigo.
-¿Y cómo sigue esto? ¿Vamos a volver a...?- me pregunta, aunque sin formularla por completo.
-...a coger?- la completo por él.
Asiente con un gesto mientras se anuda la corbata.
-A mí me gustaría- le digo.
Así empezó mi historia con Rubén, que se prolongó en el tiempo aunque de forma interrumpida. Obvio que Mony nunca se enteró, ni ella ni mi mamá que me creyó virgen hasta que quedé embarazada de mi primer hijo a los veinte.
La próxima les sigo contando.
También les conté de Graciela, una de las tantas amantes de Juan, y de cómo, después de hacerme participar en mi primer trío, me enseñó a cuidarme, lo cuál fue para mí una liberación, el descubrimiento de que, más allá de Juan, había mucho más sexo esperándome.
Y de eso trata el presente relato. De mi primera infidelidad, de la primera vez que le puse los cuernos a Juan.
En realidad no le fui infiel porque no éramos novios ni pareja ni nada, solo cogíamos, pero fue la primera vez que entendí que lo que sentía con él, lo podía sentir también con alguien más.
Vivía con mis padres en el 3ro. B de aquel edificio de cuatro pisos que, por suerte, estaba justo frente al depósito. En el piso de arriba, en el 4to. B, vivían Mony y Rubén, una pareja que recién se había juntado luego de que él dejara a su esposa por ella, que hasta entonces había sido su amante.
Desde el mismo día que se mudaron, mi mamá y Mony se hicieron grandes amigas. Tanto que durante el verano subían a la terraza a tomar sol sin corpiño, práctica a la cual yo demoré un tiempo en sumarme.
Cruzaba la calle todos los domingos para que un tipo me coja y culee en el depósito de enfrente, pero me daba vergüenza broncearme en tetas con mi mamá y la vecina.
-¿Y si alguien nos mira?- replicaba yo, refiriéndome a los edificios lindantes, cuando me insistían.
-¿Y que problema hay? Lucílas mientras puedas, nena, que después se te caen- expresaba Mony, que no tenía ningún pudor en mostrarle sus tetas a quién quisiera verlas.
Decidí sumarme cuando mi mamá comentó al pasar la vergüenza que le dió cuando Rubén, el esposo de Mony, subió a la terraza para preguntarle por sus botines de fútbol, y la vio con las lomas al aire. El hecho en sí resulta intrascendente, pero me puso en alerta. ¿La razón? Porque me gustaba Rubén.
Así que empecé a subir para que Rubén me viera en tetas a mí también, pero eso nunca pasó. Sin embargo, la oportunidad no tardó en presentarse y de la forma más inesperada.
Hacía poco tiempo se había desocupado un departamento, el 3ro. C, justo al lado nuestro, por lo que la dueña nos dejó una copia de la llave por cualquier situación de emergencia.
Estoy una tarde, sola en casa, leyendo "El pájaro canta hasta morir", cuando tocan el timbre. Me pone de mal humor que me interrumpan en plena sesión de lectura, pero al abrir la puerta toda esa irritación desaparece de un plumazo. Era Rubén.
Para que se hagan una idea, Rubén se parecía físicamente a Joaquín Galán, de Pimpinela. El pelo así de largo y una barba tupida, como se usaba en aquellos años. Incluso me acuerdo que una vez se apareció con una permanente, el gaste de Mony duró varios días.
La razón de su presencia en mi casa, era que había hablado con la propietaria del departamento de al lado y ésta le había dicho que nosotros teníamos la llave, que nos la pidiera.
-Estamos teniendo problemas con las cañerías, así que quiero tener una alternativa por si no sé soluciona- me explica mientras yo agarro la llave y corro a mostrarle el departamento.
Estar aunque solo fuera un momento con él, ya era un sueño. Sentir aún más de cerca ese magnetismo que irradiaba en mí desde la primera vez que lo ví, oler su perfume, su esencia, digan que yo ya tenía mi experiencia por haber estado con Juan, que sino me hubiera derretido ahí mismo.
Abro la puerta, entramos, y aunque la regla no escrita dice que al estar sola con un hombre debo dejar abierto, volví a cerrar. Sin percatarse de ello, Rubén comenzó a recorrer los ambientes, fijándose hasta en el último detalle, anotando mentalmente las mejoras que había que hacerle.
Estaba de traje, ya que iba de camino a la oficina, y no sé si era porque lo tenía tan cerca, pero me parecía más churro que nunca.
Levanta las cortinas para que entre la luz, mientras yo permanezco detrás suyo, expectante, juntando fuerzas para mandarme como lo había hecho con Juan.
-Bueno, listo, ya ví lo que tenía que ver- dice volviendo a bajar las cortinas.
-¿En serio no querés ver nada más?- le pregunto con el tono ya no de Adrianita, la vecinita del tercero, sino de Lali Hot.
-¿Algo cómo qué?- me pregunta, mirándome con una sonrisa que advierte cierta sospecha respecto a lo que quiero mostrarle.
-No sé... ¿Algo como esto, quizás?- le replico, sacándome la remera y desabrochándome el corpiño para mostrarle las tetas.
-¿Sabés hace cuánto quiero que me las veas? Subo a la terraza a tomar sol en topless esperando que subas en algún momento y me veas- le confieso.
-¿Y... solo querés que te las mire o te gustaría algo más?- pregunta, acercándose precavido, sigiloso.
-Quiero todo, que me las toques, que me las chupes, en realidad quiero que me hagas todo eso a mí, no solo a mis tetas- le confirmo, y sin poder aguantarme más, me arrojo a sus brazos.
En apenas un abrir y cerrar de ojos, ya nos estábamos besando, un beso que era muy diferente a los que solía darme con Juan, ya que Rubén tenía barba, y aunque no me desagradaba, la sensación era extraña.
Con suma destreza sus manos me agarran de la cola, presionando mi cuerpo contra el suyo, haciéndome sentir, a la altura de la ingle, una dureza que, debido a la contención del pantalón, se combaba cada vez más.
De mis labios baja a mis pechos para chuparlos y morderlos, dejando las marcas de sus dientes impresas en torno a mis pezones.
-¿Querés que me la saqué?- me pregunta cuando le acaricio el bulto que le infla la bragueta.
-Te la quiero sacar yo, ¿puedo?- le digo, sintiéndome cada vez más excitada.
Por supuesto que me deja, así que le desabrocho el pantalón, meto la mano y se la saco, dura y mojada, enardecida de venas.
La tenía de un tamaño similar a la de Juan, la única que conocía hasta entonces, aunque la cabeza, el glande, sobresalía mucho más, y era de un rojo subido, casi púrpura.
Me gustaba tenerla en la mano, sentirla, tocarle los huevos, deslizar mis dedos en la espesura de su matorral, mucho más frondoso que el del sereno.
No tuvo que decirme nada, ni una mínima insinuación, yo solita me puse de rodillas en el suelo y empecé a besársela, arriba, abajo, por los lados, en la punta, y abriendo la boca, me la mandé a guardar hasta lo más profundo de mi garganta.
La exclamación que pegó Rubén al sentirse devorado, me permitió saber que lo estaba haciendo bien. Había tenido un buen entrenamiento con Juan, por lo que no podía fallar.
Se la seguí chupando durante un buen rato, hasta que él mismo me hizo parar. Me levanto y volvemos a besarnos. Me saco la pollera, la bombacha y le agarro la mano para que me meta los dedos. Me explora en profundidad mientras me arrincona contra la pared más próxima.
Me sale mielcita de la concha de tan caliente que estoy.
Se saca entonces los zapatos, el pantalón, se baja el calzoncillo, y cuándo está a punto de metérmela, se frena en seco.
-¡No tengo forros!- exclama todo apesadumbrado.
-No importa, me estoy cuidando- le digo.
-¿En serio?- me mira inquisitivo.
-Sí, en serio, me cuido- le repito.
-O sea que ya cogiste... antes- deduce.
-Sí, ya me cogieron, varias veces- le enfatizo, como para que no haya lugar a dudas.
Se sonríe y me dice:
-Me calienta más que me digas eso que si hubieras sido virgen-
-Pues no lo soy, mirá como la tengo de tanto coger- le digo mostrándy mi concha dilatada para contrarrestar de alguna forma la imagen de niña-adolescente que tenía de mí
¡Era una mujer y quería que lo supiera!
-¡Criaturita de Dios, sos un infierno!- exclama a la vez que enfila la poronga y me penetra.
Ahora soy yo la que suelta una exclamación de júbilo y placer.
¿Quién me hubiera dicho al levantarme ésa mañana que antes de terminar el día iba a estar cogiendo con Rubén? Ni en mis sueños más húmedos lo hubiera fantaseado.
Hasta ese momento solo habíamos intercambiado unos pocos saludos, al cruzarnos en el ascensor o en el lobby, y ahí estaba, llenándome con su carne.
Me sujeta de los muslos y me levanta, enlazando mis piernas en torno a su cintura.
Nos besamos una vez más, me sonríe, y como si me planteará un desafío, me dice:
-Así que estás bien cogida...-
Y entonces me entra a dar con todo, como si su único objetivo fuera dejar constancia de que podía cogerme mejor que cualquiera que me hubiese cogido antes que él.
Amurada como estoy contra la pared, sé que voy a terminar con toda la espalda llena de moretones, sobre todo los omóplatos, que rebotan una y otra vez a causa de las penetraciones.
Cuando parece haber llegado al límite de sus energías, me suelta, dejándome caer al suelo, y se corre un par de pasos para atrás. Verlo ahí, frente a mí, desnudo, con la pija oscilando, cubierta de flujo, después de haber estado en mi interior, es una imagen que me acompaño durante muchas noches posteriores.
-Chupámela un poquito, dale- me pide.
Me echo a sus pies y se la vuelvo a comer, reconociendo su sabor y el mío impregnados en la textura de su piel.
De nuevo me levanta, pero ésta vez me pone de cara contra la pared, me avanza desde atrás, y me coge de parada, sin dejar de besarme ni por un momento.
Me acuerdo que al domingo siguiente, al ir al depósito, Juan se dió cuenta de los chupones que tenía por todo el cuello, jajaja.
Pero en ese momento ni me importaba, ni pensaba en Juan, lo único que quería era disfrutar y que él disfrute también, porque sabía que así volvería a buscarme.
Sabía también que para atraparlo, para volverlo rehén de mi sexualidad, debía aprovechar todos los recursos a mi alcance. Tenía que impactarlo, volarle la cabeza. Así que en una de esas tantas arremetidas, cuando, debido a la fricción, se le sale la pija, se la agarro y me la vuelvo a acomodar yo solita, pero no en la concha, sino en el culo.
-No dejás de sorprenderme, bebé- me dice mientras me la manda a guardar toda con un par de empujones.
Después de dejarme bien culeadita, me la saca y se tiende de espalda en el suelo.
-Vení- me dice -Tengo un polvo para vos que te va a salir leche hasta por las orejas-
Se la chupo otra vez, constatando una dureza que hasta me hacía doler los labios. Me le subo encima y antes de que pueda hacer nada, me la ensarta, me agarra de la cola y me liquida a bombazos. Me anticipo a su orgasmo, acabando como si la vida se me escurriera por entre las piernas.
Se detiene para que pueda disfrutar de esa emotividad, del polvo que me acabo de echar con él.
-¡Cómo acabás pendeja, me estás ahogando la poronga!- exclama.
Reanuda las penetraciones con más fiereza que antes, golpeando su cuerpo contra el mío con tal intensidad que el estrépito resuena en todos los ambientes.
Por mi experiencia con Juan, ya sabía cuándo un hombre estaba a punto de acabar, había aprendido a leer las señales. La sudoración, la respiración que se agita al máximo, el cuerpo que se tensa, la verga que se hincha. Cuándo sentí que se venía, me salgo de un salto y me la meto en la boca, haciendo que toda su leche se derrame por mi garganta.
Me la tragué toda, reteniéndolo entre mis labios hasta que soltara todo, apretándole los huevos para que me diera, incluso, hasta la última gotita.
Me enorgullece decir que lo dejé fuera de combate.
-¡Por Dios, nena! ¿De dónde saliste?- exclama divertido -La verdad te digo que Mónica (a la mujer la llamaba por su nombre, no le decía Mony) se deja hacer la cola, pero hasta ahora nunca transó en tragarse la leche, dice que le da asco-
-A mí me gusta...- le digo mientras le paso la lengua arriba y abajo, lamiendo los últimos restos -Me gusta tu leche-
Luego del sexo nos quedamos tendidos en el suelo, yo acurrucada contra su cuerpo, la cabeza apoyada sobre su hombro, hablando de él, de mí, de nosotros. Me contó que había conocido a Mony durante una entrevista de trabajo, él era jefe de Recursos Humanos en una empresa, en ese momento me dijo el nombre pero no me acuerdo. Bueno, la cuestión es que pegaron onda de entrada, quedaron en verse y lo que pareció que iba a ser un polvo casual, terminó convirtiéndose en una relación de casi dos años como amantes. Y digo amantes, porque él estaba casado y ella en pareja. Un día todo se descubrió, se armó flor de quilombo en la casa de cada uno y no les quedó otra que blanquear e irse a vivir juntos. Al 4to. B de Tres Arroyos y Nazca, justo arriba de dónde yo vivía.
-¿Sabés porque me enganché con Mónica?- me pregunta ni bien termina de contarme su historia.
Le digo que no con la cabeza, no lo sabía.
-Porque fue la mejor mujer que tuve en la cama, cogía, coge como una actriz porno, hacíamos posiciones que yo jamás había practicado, cómo te dije se dejaba romper el culo...- me mira, me da un beso en los labios y agrega -Pero vos la superás en todo-
Me pregunta mi edad y cuándo se la digo, se agarra la cabeza.
-Sí alguien se entera de ésto termino preso-
-No tiene porqué enterarse nadie- le digo.
Por mi parte no le conté de Juan, ni del depósito, ni de qué todo lo que sabía sobre el sexo lo había aprendido tan solo cruzando la calle. Me inventé un novio, un par de años más grande, a quién le atribuía el mérito de haberme hecho mujer.
Nos dimos otro beso, nos levantamos y comenzamos a vestirnos. Esa es otra imagen que retuve durante mucho tiempo, verlo vestirse después de haber tenido sexo conmigo.
-¿Y cómo sigue esto? ¿Vamos a volver a...?- me pregunta, aunque sin formularla por completo.
-...a coger?- la completo por él.
Asiente con un gesto mientras se anuda la corbata.
-A mí me gustaría- le digo.
Así empezó mi historia con Rubén, que se prolongó en el tiempo aunque de forma interrumpida. Obvio que Mony nunca se enteró, ni ella ni mi mamá que me creyó virgen hasta que quedé embarazada de mi primer hijo a los veinte.
La próxima les sigo contando.
15 comentarios - El marido de Mony
Excelente relato