Mi marido, Carlos, tuvo que someterse a una cirugía, urgido por su médico, y por cólicos reiterados, provocados por cálculos en la vesícula biliar.
Durante su internación y el tiempo de recuperación, tanto en la clínica y como en casa, quedé, como cuando él está de viaje, sin la dosis, lícita, de verga diaria o casi.
Pero, curiosamente, en la misma clínica fui a dar con el paliativo para mitigar, mi deseo/necesidad sexual: una dosis, ilícita, de verga
Durante la cirugía y el tiempo del posoperatorio, de mi esposo, en la sala de espera, se sentó a mi lado una pareja, ambos muy lindos, del tipo escandinavo: altos, rubios de ojos celestes. Ella, (Inge) una hermosa valquiria de unos 35 años, él, (Witta) de, apróx, 40 años de edad, fachero, robusto, de barba rubia inculta.
Nos saludamos y, al rato, comenzamos a conversar. Ellos, del sur de Argentina, Zapala, descendientes de dinamarqueses, marido y mujer. Estaban ahí por una cirugía, compleja, a la que fue sometida la madre de él.
Me invitaron a almorzar con ellos, se mostraron interesados sobre mí, intercambiamos confidencias. Inge, regresaba, el día siguiente al sur, por compromisos profesionales. Witta, mirándome y sonriendo maliciosamente, dijo:
-Si, me va a dejar solo y sin amparo ¿Vamos a seguir haciéndonos compañía, Inés?-
Los tres reímos, de lo que yo creí era nada más que una ocurrencia.
Era el embrión de la “suelta de perros” por venir.
Al otro día, Inge ya había tomado el avión de regreso a casa, durante el almuerzo compartido, Witta, sin mucho disimulo, me dio a entender su deseo de tener una cita conmigo. No aflojé, en esa ocasión, pero no sólo no le “corté el rostro” sino que le di mi número de celular y él me dio el del suyo.
Me “traté” la calentura, en el baño, a la noche.
Almorzamos por tercera vez, el día siguiente. A la tarde le iban a dar de alta a Carlos, mi marido. Al despedirnos, puso en mi mano una bolsa de papel, con el logo de una tienda conocida. Me dio un beso en la mejilla y se fue, diciendo:
-Tengo que volver a la habitación, con mi madre. Nos hablamos. ¿Si?-
*Dentro la bolsa encontré: un perfume caro, un conjuntito – bombacha y corpiño – y una tarjetita con escrito: “Ojala, pronto, pueda apreciar, como te queda. Antes, ponete, una gotita de perfume en 6 de …. tus 7 orificios. Beso”.
*Dentro de mi bombacha, al tocarme por acto reflejo, en uno de los sugeridos 6 orificios, había humedad.
Bastaron un día y unos pocos mensajes intercambiados para “armar” una cita.
Yo conseguí quien me reemplace, por unas horas, en el cuidado de mi marido y los nenes.
Él, no sé cómo, ídem para acompañar a su madre, aún internada.
Me preparé con esmero: cabello recogido en cola de caballo, depilado completo, entrepierna incluida, la lencería regalada, tacos, pollera arriba de las rodillas, escote generoso y abundancia de perfume.
Llegué, aproximadamente a las 13:30 hs, al local convenido. Me estaba esperando, vestido con chomba amarilla, jean y zapatillas.
Sabíamos a qué habíamos ido. Tomamos una gaseosa y fuimos al grano sin muchas vueltas. Antes de la 14:00 estábamos cogiendo, en un hotel transitorio.
Apenas nos sentamos, lado a lado, al borde de la cama, me estremeció con sus labios en los míos, su lengua enroscada a la mía, sus fuertes caricias en mis tetas, piernas, nalgas y concha, calzón de por medio. De ahí a poco, se paró, me invitó a hacer lo mismo, la emprendió con mi blusa y pollera. Me dejó el corpiño y la bombacha:
-¡Uhauuu! Te queda mejor de lo que imaginé! Sos única- murmuró.
Instantes después, quedé desnuda, sentada otra vez en la cama, me quitó zapatos y medias y, parado frente a mí, se aflojó el cinto del jean y comenzó a bajarlo.
Me tentó de risa.
Dejó a la vista su slip, amarillo, como su cabello, barba y chomba.
En lugar que danés se me ocurrió que era originario de las islas Canarias.
Pero, ni bien se bajó el slip, dejé de reír. Tuve frente a mis ojos, el “pajarraco” del “canario danés”, no me pareció portentoso, pero si importante en el largo y diámetro.
Aún conservo en la nariz y ojos, el olor y la visión de esa carne de varón, dura, firme y rígida.
En la lengua y paladar, su gusto, en la piel, el tacto.
En la concha y culo, toda la gama de placeres sensuales.
Se terminó de desnudar, me acostó, abrió mis piernas, sentí su piel caliente apoyada en la mía, su torso aplastando mis pezones, sus labios en mis labios, mi concha hurgada por su glande, lo acomodé con una mano y él presionó suavemente para penetrarme, flexioné las rodillas, entró hasta que percibí sus testículos chocar con mis nalgas y un placer imposible de describir mientras me llenaba. Unos pocos entra/ sale y grité, exploté, en un intenso primer orgasmo. Él siguió con el entra y sale, provocándome un par de nuevos y deliciosos orgasmos, hasta que los gritos fueron suyos, y percibí que lanzaba con fuerza, el contenido de los testículos adentro de mí.
Tras una breve, dulce y apacible pausa, se subió a horcajadas sobre mí y puso, el miembro otra vez recio, entre las tetas, plegadas hacia el medio por sus manos y comenzó a mover atrás y adelante la parte inferior del tronco. Es decir, a cogerme las tetas. Cuando empujaba, el glande llegaba a la altura de mi mentón. Plegando la cabeza, lograba lamérselo y, hasta chupetearlo.
Era mi primera vez con “La Turca” y, era un escandinavo el que me la hacía, no un otomano.
No acabó en mi pecho, jugó un rato con él, luego me penetró y cogió, como natura manda, por segunda vez en esa tarde.
En el tiempo restante del turno del hotel, me dio para que tenga y guarde: sexo oral – en eso yo le devolví la atención mamándole la verga -, dos nuevas cogidas, una de ella culminando en mi culo, orgasmos múltiples. Cuatro, fantásticos, revolcones en una tarde, ni los había imaginado, al ir a la cita.
Alrededor de las 17:00 hs, llegué de regreso a casa, con concha y culo resentidos, en el tronco, euforia en la cabeza por el festival de los sentidos que había gozado.
¡Si los antiguos vikingos cogían como Witta, que envidia las mujeres escandinavas!
Durante su internación y el tiempo de recuperación, tanto en la clínica y como en casa, quedé, como cuando él está de viaje, sin la dosis, lícita, de verga diaria o casi.
Pero, curiosamente, en la misma clínica fui a dar con el paliativo para mitigar, mi deseo/necesidad sexual: una dosis, ilícita, de verga
Durante la cirugía y el tiempo del posoperatorio, de mi esposo, en la sala de espera, se sentó a mi lado una pareja, ambos muy lindos, del tipo escandinavo: altos, rubios de ojos celestes. Ella, (Inge) una hermosa valquiria de unos 35 años, él, (Witta) de, apróx, 40 años de edad, fachero, robusto, de barba rubia inculta.
Nos saludamos y, al rato, comenzamos a conversar. Ellos, del sur de Argentina, Zapala, descendientes de dinamarqueses, marido y mujer. Estaban ahí por una cirugía, compleja, a la que fue sometida la madre de él.
Me invitaron a almorzar con ellos, se mostraron interesados sobre mí, intercambiamos confidencias. Inge, regresaba, el día siguiente al sur, por compromisos profesionales. Witta, mirándome y sonriendo maliciosamente, dijo:
-Si, me va a dejar solo y sin amparo ¿Vamos a seguir haciéndonos compañía, Inés?-
Los tres reímos, de lo que yo creí era nada más que una ocurrencia.
Era el embrión de la “suelta de perros” por venir.
Al otro día, Inge ya había tomado el avión de regreso a casa, durante el almuerzo compartido, Witta, sin mucho disimulo, me dio a entender su deseo de tener una cita conmigo. No aflojé, en esa ocasión, pero no sólo no le “corté el rostro” sino que le di mi número de celular y él me dio el del suyo.
Me “traté” la calentura, en el baño, a la noche.
Almorzamos por tercera vez, el día siguiente. A la tarde le iban a dar de alta a Carlos, mi marido. Al despedirnos, puso en mi mano una bolsa de papel, con el logo de una tienda conocida. Me dio un beso en la mejilla y se fue, diciendo:
-Tengo que volver a la habitación, con mi madre. Nos hablamos. ¿Si?-
*Dentro la bolsa encontré: un perfume caro, un conjuntito – bombacha y corpiño – y una tarjetita con escrito: “Ojala, pronto, pueda apreciar, como te queda. Antes, ponete, una gotita de perfume en 6 de …. tus 7 orificios. Beso”.
*Dentro de mi bombacha, al tocarme por acto reflejo, en uno de los sugeridos 6 orificios, había humedad.
Bastaron un día y unos pocos mensajes intercambiados para “armar” una cita.
Yo conseguí quien me reemplace, por unas horas, en el cuidado de mi marido y los nenes.
Él, no sé cómo, ídem para acompañar a su madre, aún internada.
Me preparé con esmero: cabello recogido en cola de caballo, depilado completo, entrepierna incluida, la lencería regalada, tacos, pollera arriba de las rodillas, escote generoso y abundancia de perfume.
Llegué, aproximadamente a las 13:30 hs, al local convenido. Me estaba esperando, vestido con chomba amarilla, jean y zapatillas.
Sabíamos a qué habíamos ido. Tomamos una gaseosa y fuimos al grano sin muchas vueltas. Antes de la 14:00 estábamos cogiendo, en un hotel transitorio.
Apenas nos sentamos, lado a lado, al borde de la cama, me estremeció con sus labios en los míos, su lengua enroscada a la mía, sus fuertes caricias en mis tetas, piernas, nalgas y concha, calzón de por medio. De ahí a poco, se paró, me invitó a hacer lo mismo, la emprendió con mi blusa y pollera. Me dejó el corpiño y la bombacha:
-¡Uhauuu! Te queda mejor de lo que imaginé! Sos única- murmuró.
Instantes después, quedé desnuda, sentada otra vez en la cama, me quitó zapatos y medias y, parado frente a mí, se aflojó el cinto del jean y comenzó a bajarlo.
Me tentó de risa.
Dejó a la vista su slip, amarillo, como su cabello, barba y chomba.
En lugar que danés se me ocurrió que era originario de las islas Canarias.
Pero, ni bien se bajó el slip, dejé de reír. Tuve frente a mis ojos, el “pajarraco” del “canario danés”, no me pareció portentoso, pero si importante en el largo y diámetro.
Aún conservo en la nariz y ojos, el olor y la visión de esa carne de varón, dura, firme y rígida.
En la lengua y paladar, su gusto, en la piel, el tacto.
En la concha y culo, toda la gama de placeres sensuales.
Se terminó de desnudar, me acostó, abrió mis piernas, sentí su piel caliente apoyada en la mía, su torso aplastando mis pezones, sus labios en mis labios, mi concha hurgada por su glande, lo acomodé con una mano y él presionó suavemente para penetrarme, flexioné las rodillas, entró hasta que percibí sus testículos chocar con mis nalgas y un placer imposible de describir mientras me llenaba. Unos pocos entra/ sale y grité, exploté, en un intenso primer orgasmo. Él siguió con el entra y sale, provocándome un par de nuevos y deliciosos orgasmos, hasta que los gritos fueron suyos, y percibí que lanzaba con fuerza, el contenido de los testículos adentro de mí.
Tras una breve, dulce y apacible pausa, se subió a horcajadas sobre mí y puso, el miembro otra vez recio, entre las tetas, plegadas hacia el medio por sus manos y comenzó a mover atrás y adelante la parte inferior del tronco. Es decir, a cogerme las tetas. Cuando empujaba, el glande llegaba a la altura de mi mentón. Plegando la cabeza, lograba lamérselo y, hasta chupetearlo.
Era mi primera vez con “La Turca” y, era un escandinavo el que me la hacía, no un otomano.
No acabó en mi pecho, jugó un rato con él, luego me penetró y cogió, como natura manda, por segunda vez en esa tarde.
En el tiempo restante del turno del hotel, me dio para que tenga y guarde: sexo oral – en eso yo le devolví la atención mamándole la verga -, dos nuevas cogidas, una de ella culminando en mi culo, orgasmos múltiples. Cuatro, fantásticos, revolcones en una tarde, ni los había imaginado, al ir a la cita.
Alrededor de las 17:00 hs, llegué de regreso a casa, con concha y culo resentidos, en el tronco, euforia en la cabeza por el festival de los sentidos que había gozado.
¡Si los antiguos vikingos cogían como Witta, que envidia las mujeres escandinavas!
7 comentarios - Rubio platino con miembro divino.