Este relato es de mi propia redacción, y es real (sólo los nombres fueron cambiados, para preservar la privacidad). Mi nombre es Jordan y tengo 26 años, mi pareja se llama Luciana y tiene 24 años. Es la historia de una noche que va quedar para el recuerdo de mi pareja, y mío. Sin más espero que lo disfruten! Luego de un tiempo, escribiré la segunda parte.
Todo comenzó la noche en la que con mi pareja habíamos preparado una cena especial. El objetivo era hacer un encuentro casual, y un tanto inusual. Ella iba a salir de compras durante la tarde, se iba a bañar y perfumar en lo de su amiga, con el objetivo de tener una cita conmigo, en su propia casa. Mi objetivo, como su pareja que soy, era hacerle una cena y esperarla con mi fantasía hecha realidad: tener una cita como nunca antes. Somos una pareja que lleva apenas seis meses conociéndose, poco tiempo en el que se han explorando por parte de ambos, varios territorios desconocidos e inesperados. Él siempre tuvo esa fantasía: cocinarle a su pareja y recibirla en su propia casa como si se trata de una desconocida, como si se volvieran a conocer de 0, con el simple detalle de que ya tenían varias revolcadas juntos.
Él la esperaba con un vino abierto en la mesa, dos copas aún sin servir, un pollo con salteado de verduras en el horno, y un mil hojas para acompañar. Era morocho, 1,80, no era muy musculoso, pero tenía buen físico. Camisa estilo leñador abierta, y remera negra debajo, un pantalón beige ajustado al cuerpo, no había mayor placer que sentir su bulto bien marcado haciendo fricción la pija en cada vaivén en la cocina.
Ella llegó antes de lo esperado, caderona, muy buenas piernas y unos pechos no muy grandes, pero con la medida perfecta ¡Para mejor! pensó él. Antes de las 21hs llega un Whatsapp que decía "Afuera". Simple y directa, no hacía falta más. Al bajar el ascensor y abrir la puerta de entrada, el aroma de su perfume inundó la entrada del edificio. Perfume sabor fresa, fuerte, no chillón, parecía alguno de Natura, muy sabroso para la imaginación. Para nada insinuante, portaba un pantalón cuadrillé mitad marrón claro con trazos negros, una musculosa negra, que luego sería un body fantástico, y apenas un pequeño tapado que le cubría los hombros en color crema.
Estaba prendida fuego, con una simple sonrisa lanzó un “Hola” y juntos, entraron al ascensor. Para lo trillado o algunos fanáticos de lo sexual, puede que sea torpe o terca la historia, e inclusive fantaseaban con la idea de que ella llegue con un vestido corto en color rojo seductor, desafiante y con un escote que invite a aprovechar las delicias que Dios le entregó como pechos. Pero ésta mujer es distinta. Y tanto ella, como él, no sólo veían sino sentían los juegos de seducción de una manera distinta. Tenían sus métodos y sus gustos particulares.
Subieron con normalidad los ocho pisos del ascensor, ella vivía en el 8vo “D”. Cada piso que avanzaban suspiraba el silencio y el drama del suspenso, sólo se miraban sin pronunciar una palabra. Una de las tantas reglas del juego de esta cita consistía en que el primero en perderse ante los deseos de la tentación iba a ser el sumiso de la noche.
Él de verla con esa ropa ocultando casi el total de su piel, con el perfume rodeándolo por el ambiente, tuvo su primera erección y hasta trastabilló para contenerse y frenar su primer impulso sexual y no perder la prenda. ¡Primer prueba del ascensor superada! Hoy va obedecer todas mis perversidades, dijo para sus adentros.
Ella no omitió respuesta al verlo, ni física, ni mentalmente. Había llegado como extranjera a su propio departamento, pero con sus fauces expectantes de practicar la dominación al máximo de los límites conocidos, los propios y los de su pareja. Y aunque no quiso reconocerlo ni para sus adentros, ver el bulto de su compañero incrementando en tamaño piso tras piso, generó un pequeño escalofrío de la noche que se aproximaba, pero ella, más prudente quizá, aún no había despertado su instinto salvaje cerca de su sexo, sino sólo en todos los pasillos que su mente persigue rumbo a la lascivia (y de hecho cree, más fructíferos que los sexuales).
Al ingresar al departamento todo cambió, literal. Ella perpleja del asombro, no entendía lo que había ante sus ojos. El sillón que solía dar a la ventana, ahora estaba cerca de la biblioteca, la barra que solía portar copas y botellas estaba vacía, la mesa se encontraba de frente a la ventana que daba al paisaje de toda la ciudad. Había en el ambiente una especie de aroma de palo santo, pero no era eso. No se trataba de un incienso de la paz y el amor, justamente tenía un condimento fuerte, inusual, cálido. No sabía si era eso, o la conmoción de encontrar el departamento distinto lo que cambió el control de sus emociones. Por momentos lo vio de espaldas preparando la cena, justo detrás de la barra en la mesada de la cocina, con luces tenues que apenas decoraban el ambiente, con un pantalón ajustado que marcaban sus piernas. Sin querer avanzar, no podía dar por perdido el juego tan pronto, percibió muy lentamente como se mordía el labio, y a su vez miraba enceguecida ese paisaje idílico. Sin darse cuenta, tenía la bombacha mojada. Una tanga en color negro, que bifurcaban en su parte anterior con tres tiritas de cada lado, era una tanga hilo, finita y que ya explotaba de su humedad, producto de sus propios jugos. De fondo se escuchaba una tenue música de Jazz y Lounge, a la que se entregó junto a su imaginación, con sus ojos y el tacto que levemente acariciaba su entrepierna.
Él le hablaba pero ella estaba en trance, bastó tomar los platos y dirigirse a la mesa para verla en su propio juego sexual, para sentir que iba ganando paso firme en el terreno, con sonrisa le dijo ¿Qué me estás insinuando? Guarda eso para después, cuando tengas que obedecer, ahora vení a cenar conmigo, vamos a conocernos un poco antes de jugar con nuestros cuerpos. Ella no estaba arrepentida pero había perdido la primer pulseada, no se encontraba en el total de sus cabales. Estaba prendida fuego por dentro, su sistema circulatorio había acelerado las vías energéticas que conducían desde su cerebro a su sexo, sólo sentía deseo. No había razón, juego, cena ni vino. Sólo estaba su deseo de cumplir esa condena sexual a la que tanto se entregaba.
Él estaba excitado también, sólo que por arte sexual de la vida, aún podía manejar un poco sus instintos. Cenaron mientras jugaban a conocerse, preguntas que ya sabían las respuestas, miradas pausadas y de hecho, preguntas incómodas que no se hacen en una primera cita. Pero así llevaban una hora de cena cuando acabaron la botella de vino, muchas miradas pausadas, suspiros y respuestas conteniendo lo poco de cordura que tenían con tal de no entregar el control al otro. Ambos querían ser partícipes de ese encuentro sexual siendo los dueños del poder con el que manejarían al otro, pero el duelo no le daba respiro a ninguno. Cuando ella tomó el último vino, dejó caer un poco del vino de su boca por sus labios, que mancharon poco a poco toda su cara hasta derramar esas gotas de vino celestial por el hombro, hasta llegar a su escote. Él casi se le abalanza encima, excitado y con su miembro a punto de explotar, respiró fuerte hasta inclusive para no acabar del placer. Ya en ese entonces no necesitaba ni tocarse, era tanta la excitación que le generaba ese juego perverso que podría haber acabado litros de leche sin restricción alguna. Se habían hecho las doce de la noche cuando él abrió la segunda botella de vino, dándole la espalda a su pareja contemplando el paisaje de la ciudad y haciendo alarde, de todas las fantasías que habían cumplido juntos. Estaba buscando jugar su partido y hacerle perder el foco, para que tome la iniciativa y pierda en el juego de sumisión.
¿Recordas el sexo desenfrenado del ascensor? En el que nos vestimos antes de llegar al 5to piso, justo segundos antes de que nos descubran. O la noche que te embriagaste en el bar y te saqué caminando abrazada, para que me agarres antes de subir al auto y empieces a chuparme la pija ¿Eso lo recordás? O cuando en la fiesta que compartimos en la quinta con amigos, entre pileta y campari te llevé al fondo donde había un bosque, y cogimos de frente a la fiesta, para observar si nos veían. ¿O tal vez cuando te probaste esos vestidos para un casamiento inexistente y en el probador bajé a practicarte el sexo oral de tus vidas? Él estaba de espaldas, sirviendo el vino mientras hablaba, sin percibir que era el dominador de la noche, al darse vuelta con las dos copas de vino; pudo observar uno de los mejores paisajes que la noche le prometía: ella estaba arrodilla, estimulando su clítoris por arriba del pantalón con los ojos entrecerrados, y atinando con el brazo que tenía libre a desprenderle el cinturón para chuparle su sexo. Fue entonces cuando el juego tenía un vencedor y un vencido, un dominador y un sumiso. Él un poco perdido por la adrenalina, dejó las copas y se dejó llevar por la imagen que tenía frente a sus ojos: ella le practicaba un sexo oral desenfrenado, besaba con delicadeza la punta de la cabeza, tomaba aire y sin parar de besarla, chupaba el miembro varonil casi hasta llegar al fondo, sólo le faltaban dos dedos. Hoy lo vas a lograr, con esa locura por besarme y esa pasión que le pones, hoy vas a tenerla toda adentro, como sé que tanto te gusta. Mientras pensaba su interminable fantasía ya casi lista de cumplir, la levantaba con vehemencia y le dice al oído: Perdiste y te di el chupetín sólo para que pruebes el sabor de la sumisión, no la chupaste porque vos quisiste, sino porque yo mismo te insinué el camino hacia mi victoria. Dame un beso y anda para la cama. Superó el living y al abrir la puerta del pasillo que la dirigía a la habitación, escuchó que la llamaba. Él seguía con su sexo al aire libre, le dijo te olvidas de llevar las dos copas, tomalas y no mires mi sexo.
Ella había enloquecido. No con esta última orden, ni con la prohibición de apreciar el sexo de su pareja, estaba enloquecida desde el momento en el que vió crecer esa pija que tanto deseaba en el ascensor. Enloqueció mientras él le daba la espalda y entró en trance por la música, enloqueció cada segundo final en el que el repetía las infinitas historias que habían compartido estos últimos meses. Enloqueció mientras se estimulaba, como a él le gustaba, arrodillada y esperando ansiosa por tener dentro de la boca el sexo de su pareja. Era suyo, y había aguantado lo suficiente, se rendía. No podía más, prefería perder pero al menos cumplir un poco la adrenalina que su cerebro le exigía. Había cenado prendida fuego, con su tanga mojada, con los calores brotándole todo su cuerpo. Ya era tarde, elegía perderse en su lascivia, perder el mando, el poder, el control de la noche. Perderse entre la luna y el pecaminoso camino de sus sueños más perversos, y entregarse así, a la sumisión que la condena a cumplir todos los caprichos que puedan surgir esa noche.
Mientras el respiraba el humo de su último cigarrillo, justo antes de ir hacia la habitación, ella por torpeza e inocencia de su excitación, quiso hacerle un presente. Al atravesar el pasillo y abrir la puerta de la habitación que estaba iluminada con leves luces rojas, estilo navideñas pero que dejaban en el ambiente una iluminación rojiza, ideal para el deleite visual, pudo ver tentación y error a la vez. Ella se encontraba acostada boca abajo sin nada arriba, ni siquiera corpiño, tenía la espalda desnuda, y debajo ya se había quitado ese pantalón ajustado que le daba un toque de secretaria sexy. En esa posición se tocaba por encima de su bombacha, empapada ya en sus jugos y disfrutando de ese instante de soledad en el que esperaba el momento de acariciar la eternidad junto a su chico. Él ingreso, y con tono e ímpetu violento le dijo:
-Esto supera las reglas del juego, sólo podías hacer lo que yo te pida. Vestite rápido, pero antes cambiate la tanga y dejá de mojarte. Todavía falta mucho para eso.- y de un portazo cerró la puerta para esperar del lado de afuera mientras la mujer se vestía apresurada con un toque de temor y excitación por lo que se venía. Su ropa interior de repuesto estaba en su cartera, así que tuvo que salir de la habitación, al abrir la puerta, él la miró serio, y le indicó que se apure, al pasar por donde estaba, le dio dos cachetadas en su cola, que la hizo dar saltitos y apurar la marcha. Fue y vino por el pasillo de la vergüenza desnuda, apurada sin medir los deseos más satíricos que se estaban encendiendo.
Todo comenzó la noche en la que con mi pareja habíamos preparado una cena especial. El objetivo era hacer un encuentro casual, y un tanto inusual. Ella iba a salir de compras durante la tarde, se iba a bañar y perfumar en lo de su amiga, con el objetivo de tener una cita conmigo, en su propia casa. Mi objetivo, como su pareja que soy, era hacerle una cena y esperarla con mi fantasía hecha realidad: tener una cita como nunca antes. Somos una pareja que lleva apenas seis meses conociéndose, poco tiempo en el que se han explorando por parte de ambos, varios territorios desconocidos e inesperados. Él siempre tuvo esa fantasía: cocinarle a su pareja y recibirla en su propia casa como si se trata de una desconocida, como si se volvieran a conocer de 0, con el simple detalle de que ya tenían varias revolcadas juntos.
Él la esperaba con un vino abierto en la mesa, dos copas aún sin servir, un pollo con salteado de verduras en el horno, y un mil hojas para acompañar. Era morocho, 1,80, no era muy musculoso, pero tenía buen físico. Camisa estilo leñador abierta, y remera negra debajo, un pantalón beige ajustado al cuerpo, no había mayor placer que sentir su bulto bien marcado haciendo fricción la pija en cada vaivén en la cocina.
Ella llegó antes de lo esperado, caderona, muy buenas piernas y unos pechos no muy grandes, pero con la medida perfecta ¡Para mejor! pensó él. Antes de las 21hs llega un Whatsapp que decía "Afuera". Simple y directa, no hacía falta más. Al bajar el ascensor y abrir la puerta de entrada, el aroma de su perfume inundó la entrada del edificio. Perfume sabor fresa, fuerte, no chillón, parecía alguno de Natura, muy sabroso para la imaginación. Para nada insinuante, portaba un pantalón cuadrillé mitad marrón claro con trazos negros, una musculosa negra, que luego sería un body fantástico, y apenas un pequeño tapado que le cubría los hombros en color crema.
Estaba prendida fuego, con una simple sonrisa lanzó un “Hola” y juntos, entraron al ascensor. Para lo trillado o algunos fanáticos de lo sexual, puede que sea torpe o terca la historia, e inclusive fantaseaban con la idea de que ella llegue con un vestido corto en color rojo seductor, desafiante y con un escote que invite a aprovechar las delicias que Dios le entregó como pechos. Pero ésta mujer es distinta. Y tanto ella, como él, no sólo veían sino sentían los juegos de seducción de una manera distinta. Tenían sus métodos y sus gustos particulares.
Subieron con normalidad los ocho pisos del ascensor, ella vivía en el 8vo “D”. Cada piso que avanzaban suspiraba el silencio y el drama del suspenso, sólo se miraban sin pronunciar una palabra. Una de las tantas reglas del juego de esta cita consistía en que el primero en perderse ante los deseos de la tentación iba a ser el sumiso de la noche.
Él de verla con esa ropa ocultando casi el total de su piel, con el perfume rodeándolo por el ambiente, tuvo su primera erección y hasta trastabilló para contenerse y frenar su primer impulso sexual y no perder la prenda. ¡Primer prueba del ascensor superada! Hoy va obedecer todas mis perversidades, dijo para sus adentros.
Ella no omitió respuesta al verlo, ni física, ni mentalmente. Había llegado como extranjera a su propio departamento, pero con sus fauces expectantes de practicar la dominación al máximo de los límites conocidos, los propios y los de su pareja. Y aunque no quiso reconocerlo ni para sus adentros, ver el bulto de su compañero incrementando en tamaño piso tras piso, generó un pequeño escalofrío de la noche que se aproximaba, pero ella, más prudente quizá, aún no había despertado su instinto salvaje cerca de su sexo, sino sólo en todos los pasillos que su mente persigue rumbo a la lascivia (y de hecho cree, más fructíferos que los sexuales).
Al ingresar al departamento todo cambió, literal. Ella perpleja del asombro, no entendía lo que había ante sus ojos. El sillón que solía dar a la ventana, ahora estaba cerca de la biblioteca, la barra que solía portar copas y botellas estaba vacía, la mesa se encontraba de frente a la ventana que daba al paisaje de toda la ciudad. Había en el ambiente una especie de aroma de palo santo, pero no era eso. No se trataba de un incienso de la paz y el amor, justamente tenía un condimento fuerte, inusual, cálido. No sabía si era eso, o la conmoción de encontrar el departamento distinto lo que cambió el control de sus emociones. Por momentos lo vio de espaldas preparando la cena, justo detrás de la barra en la mesada de la cocina, con luces tenues que apenas decoraban el ambiente, con un pantalón ajustado que marcaban sus piernas. Sin querer avanzar, no podía dar por perdido el juego tan pronto, percibió muy lentamente como se mordía el labio, y a su vez miraba enceguecida ese paisaje idílico. Sin darse cuenta, tenía la bombacha mojada. Una tanga en color negro, que bifurcaban en su parte anterior con tres tiritas de cada lado, era una tanga hilo, finita y que ya explotaba de su humedad, producto de sus propios jugos. De fondo se escuchaba una tenue música de Jazz y Lounge, a la que se entregó junto a su imaginación, con sus ojos y el tacto que levemente acariciaba su entrepierna.
Él le hablaba pero ella estaba en trance, bastó tomar los platos y dirigirse a la mesa para verla en su propio juego sexual, para sentir que iba ganando paso firme en el terreno, con sonrisa le dijo ¿Qué me estás insinuando? Guarda eso para después, cuando tengas que obedecer, ahora vení a cenar conmigo, vamos a conocernos un poco antes de jugar con nuestros cuerpos. Ella no estaba arrepentida pero había perdido la primer pulseada, no se encontraba en el total de sus cabales. Estaba prendida fuego por dentro, su sistema circulatorio había acelerado las vías energéticas que conducían desde su cerebro a su sexo, sólo sentía deseo. No había razón, juego, cena ni vino. Sólo estaba su deseo de cumplir esa condena sexual a la que tanto se entregaba.
Él estaba excitado también, sólo que por arte sexual de la vida, aún podía manejar un poco sus instintos. Cenaron mientras jugaban a conocerse, preguntas que ya sabían las respuestas, miradas pausadas y de hecho, preguntas incómodas que no se hacen en una primera cita. Pero así llevaban una hora de cena cuando acabaron la botella de vino, muchas miradas pausadas, suspiros y respuestas conteniendo lo poco de cordura que tenían con tal de no entregar el control al otro. Ambos querían ser partícipes de ese encuentro sexual siendo los dueños del poder con el que manejarían al otro, pero el duelo no le daba respiro a ninguno. Cuando ella tomó el último vino, dejó caer un poco del vino de su boca por sus labios, que mancharon poco a poco toda su cara hasta derramar esas gotas de vino celestial por el hombro, hasta llegar a su escote. Él casi se le abalanza encima, excitado y con su miembro a punto de explotar, respiró fuerte hasta inclusive para no acabar del placer. Ya en ese entonces no necesitaba ni tocarse, era tanta la excitación que le generaba ese juego perverso que podría haber acabado litros de leche sin restricción alguna. Se habían hecho las doce de la noche cuando él abrió la segunda botella de vino, dándole la espalda a su pareja contemplando el paisaje de la ciudad y haciendo alarde, de todas las fantasías que habían cumplido juntos. Estaba buscando jugar su partido y hacerle perder el foco, para que tome la iniciativa y pierda en el juego de sumisión.
¿Recordas el sexo desenfrenado del ascensor? En el que nos vestimos antes de llegar al 5to piso, justo segundos antes de que nos descubran. O la noche que te embriagaste en el bar y te saqué caminando abrazada, para que me agarres antes de subir al auto y empieces a chuparme la pija ¿Eso lo recordás? O cuando en la fiesta que compartimos en la quinta con amigos, entre pileta y campari te llevé al fondo donde había un bosque, y cogimos de frente a la fiesta, para observar si nos veían. ¿O tal vez cuando te probaste esos vestidos para un casamiento inexistente y en el probador bajé a practicarte el sexo oral de tus vidas? Él estaba de espaldas, sirviendo el vino mientras hablaba, sin percibir que era el dominador de la noche, al darse vuelta con las dos copas de vino; pudo observar uno de los mejores paisajes que la noche le prometía: ella estaba arrodilla, estimulando su clítoris por arriba del pantalón con los ojos entrecerrados, y atinando con el brazo que tenía libre a desprenderle el cinturón para chuparle su sexo. Fue entonces cuando el juego tenía un vencedor y un vencido, un dominador y un sumiso. Él un poco perdido por la adrenalina, dejó las copas y se dejó llevar por la imagen que tenía frente a sus ojos: ella le practicaba un sexo oral desenfrenado, besaba con delicadeza la punta de la cabeza, tomaba aire y sin parar de besarla, chupaba el miembro varonil casi hasta llegar al fondo, sólo le faltaban dos dedos. Hoy lo vas a lograr, con esa locura por besarme y esa pasión que le pones, hoy vas a tenerla toda adentro, como sé que tanto te gusta. Mientras pensaba su interminable fantasía ya casi lista de cumplir, la levantaba con vehemencia y le dice al oído: Perdiste y te di el chupetín sólo para que pruebes el sabor de la sumisión, no la chupaste porque vos quisiste, sino porque yo mismo te insinué el camino hacia mi victoria. Dame un beso y anda para la cama. Superó el living y al abrir la puerta del pasillo que la dirigía a la habitación, escuchó que la llamaba. Él seguía con su sexo al aire libre, le dijo te olvidas de llevar las dos copas, tomalas y no mires mi sexo.
Ella había enloquecido. No con esta última orden, ni con la prohibición de apreciar el sexo de su pareja, estaba enloquecida desde el momento en el que vió crecer esa pija que tanto deseaba en el ascensor. Enloqueció mientras él le daba la espalda y entró en trance por la música, enloqueció cada segundo final en el que el repetía las infinitas historias que habían compartido estos últimos meses. Enloqueció mientras se estimulaba, como a él le gustaba, arrodillada y esperando ansiosa por tener dentro de la boca el sexo de su pareja. Era suyo, y había aguantado lo suficiente, se rendía. No podía más, prefería perder pero al menos cumplir un poco la adrenalina que su cerebro le exigía. Había cenado prendida fuego, con su tanga mojada, con los calores brotándole todo su cuerpo. Ya era tarde, elegía perderse en su lascivia, perder el mando, el poder, el control de la noche. Perderse entre la luna y el pecaminoso camino de sus sueños más perversos, y entregarse así, a la sumisión que la condena a cumplir todos los caprichos que puedan surgir esa noche.
Mientras el respiraba el humo de su último cigarrillo, justo antes de ir hacia la habitación, ella por torpeza e inocencia de su excitación, quiso hacerle un presente. Al atravesar el pasillo y abrir la puerta de la habitación que estaba iluminada con leves luces rojas, estilo navideñas pero que dejaban en el ambiente una iluminación rojiza, ideal para el deleite visual, pudo ver tentación y error a la vez. Ella se encontraba acostada boca abajo sin nada arriba, ni siquiera corpiño, tenía la espalda desnuda, y debajo ya se había quitado ese pantalón ajustado que le daba un toque de secretaria sexy. En esa posición se tocaba por encima de su bombacha, empapada ya en sus jugos y disfrutando de ese instante de soledad en el que esperaba el momento de acariciar la eternidad junto a su chico. Él ingreso, y con tono e ímpetu violento le dijo:
-Esto supera las reglas del juego, sólo podías hacer lo que yo te pida. Vestite rápido, pero antes cambiate la tanga y dejá de mojarte. Todavía falta mucho para eso.- y de un portazo cerró la puerta para esperar del lado de afuera mientras la mujer se vestía apresurada con un toque de temor y excitación por lo que se venía. Su ropa interior de repuesto estaba en su cartera, así que tuvo que salir de la habitación, al abrir la puerta, él la miró serio, y le indicó que se apure, al pasar por donde estaba, le dio dos cachetadas en su cola, que la hizo dar saltitos y apurar la marcha. Fue y vino por el pasillo de la vergüenza desnuda, apurada sin medir los deseos más satíricos que se estaban encendiendo.
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