Érase que era… escrito por @Penelope2020
Confieso: Lo había pensado más de una vez.
Había pensado muchas veces en llamarlo y proponerle un encuentro casual, fugaz, sin compromisos. Especialmente durante las noches de los sábados en las que, como siempre, volvía de trabajar a las 21:00, y me quedaba toda la noche por delante, noche que comúnmente la gente utiliza para divertirse, tener sexo o mirar películas. Bueno, yo la usaba para masturbarme.
¿Cómo podría pensarlo, siquiera? ¿Qué le diría?
-“Hola, soy yo. ¿Me coges?. Gracias.” ¡Qué patética!
Y es que mi exnovio tenía esa mala costumbre de cogerme de manera salvaje, impía, casi peligrosa. Tener sexo, los dos, era la combinación perfecta entre placer y dolor; y para mí, eso es adictivo.
Había estado soñándolo con mayor frecuencia ese último mes,no sé por qué. Soñaba que lo buscaba desesperadamente y que era él quien me encontraba a mí. Al hacerlo, me pegaba a su cuerpo, abruptamente. Y yo sentía, en mi abdomen bajo y en el empeine, la dureza de esa verga clavándose en mí - aún vestida - , a pesar del grosor de su pantalón de jean.
Quienes tengan dudas de que los sueños se hacen realidad, continúen leyendo.
Me encargaré de demostrar ahora que, incluso a veces, la realidad los supera con creces.
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Estaba en la oficina. La secretaria revisaba un trabajo queme había encargado la semana anterior y sonreía satisfecha. “Hiciste un buen trabajo”.
En ese momento, tras una fuerte presión en la zona del pecho,pegué un salto en el lugar y hasta me tapé el rostro con los ojos llenos de lágrimas sin dejar de sonreír.
-¿Es para tanto? ¿Te había costado mucho? –Preguntó la secretaria sorprendida por mi reacción.
-No, Marcela. Perdone, fue un impulso. Enseguida vuelvo,tengo que ir al baño – Me incorporé.
Y es que lo que había ocurrido era realmente inédito: ¡Mi ex me había enviado un mensaje! ¡No podía creerlo! Después de dos años y medio, ¡tenía un mensaje suyo en mi bandeja de entrada!
Adivinará el lector, cuál era la finalidad de ese encuentro.
Ya podía sentir en mi boca, el sabor de su saliva espesa y caliente.
Podía sentir sus afiladas manos manosearme los pechos duros a la espera del roce de su lengua humedecida con mis jugos.
Empezaba a latirme el corazón, empezaban a abrirse mis piernas, pero yo seguía sola en mi cuarto, mirando una y otra vez las fotos queme había enviado, para corroborar que no estaba soñando.
Miraba las fotos y “Ahí vamos, de nuevo”-pensaba.
Nunca, pero nunca antes, había necesitado tanto que me penetraran.
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Llegando al hotel, todavía no me daba cuenta de lo que estaba pasando. Creo que por esa razón avancé tan decidida. Dicha seguridad se esfumó de repente cuando me sorprendió apareciendo a mis espaldas.
No recuerdo si nos saludamos. No me importa recordarlo tampoco.
Lo que sí no podré olvidar, es que después de darse un baño, salió hacia la habitación principal envuelto de la cintura para abajo, con un toallon. Toallon que se quitó mirándome fijo a los ojos, ya con esa alertade peligro tan característica, grabada en sus pupilas.
Se la quitó en un solo movimiento.
Debajo - y como si hubiera estado gritando para hacerse ver - su tremenda verga peluda bien parada, bien tiesa, todavía en ese movimien toleve de vaivén que generó la velocidad al sacarse de encima esa toalla.
A diferencia de mis sueños, en los que desesperada me agachaba y se la comenzaba a succionar ferozmente, me quedé inmóvil. La estupidez femenina de sentir que no estaba lista para eso me indujo a querer salir corriendo. Y sí, sabía que me iba a pegar una cogida importante. El miedo era natural.
Me sacó la ropa a lo bestia. Le confesé que sentía vergüenza de que me viera desnuda de nuevo, después de tanto tiempo. Violentamente me respondió: “Vos no te vas a ningún lado, dos años esperépara tenerte así, para verte así, quédate quieta”
Ya estaba. Era su presa, no había escapatoria. Entonces todo comenzó, o mejor dicho… todo continuó.
No sabía cómo, pero ahí estaba mi pasado mirándome fijo a los ojos, derramando una mezcla de odio, lujuria y amor muerto sobre mis pupilas. Dicen que cuando estás sintiendo un momento en el alma, los ojos se cierran al besar.
Son mentiras.
Por primera vez en mucho tiempo no quería cerrar los ojos porque lo que había estado imaginando cada noche estaba justo en frente de mí. Ninguno cerró los ojos. No queríamos perdernos el espectáculo que la vida nos había regalado, una vez más.
Comencé a besarlo suave pero muy profundamente. Apoyé mi mano derecha en su corazón y noté que estaba a punto de reventarle el pecho.
Le metí toda milengua en su boca. Que boca tan caliente, qué rico aliento natural, es tal comolo recordaba. Aumentaba la frecuencia de su respiración. Mordí sus labios decidida a lastimarlo, a sacarle un pedazo de carne. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para aminorar la intensidad porque de lo contrario, iba a comérmelo.
Bajó su cabeza y comenzó a devorarme las tetas. Podía sentir como mis grandes pezones rosados tenían pequeñas contracciones. Las chupó con ganas, se ve que tenía hambre.
Al intentar sacar mis zapatos, tuve que agacharme estando sentada en la cama. De frente a mí, esa verga caliente apuntándome a la cara. Tuve que chuparla un poco. Él se sorprendió por eso, y me dijo “Ah, dale…Ya que estás, te queda cómoda ahí”.
Qué rica verga, por favor. La chupeteé de la mitad del tronco hasta a la cabeza, con admirable presión. En la boca sentía la mitad de esa jeringa tibia y jugosa cargada de leche caliente. Se preparaba para más. Su cadera estaba extenuada, la tenía en primer plano. Solo quería que los huesos de su empeine chocaran contra mi nariz hasta recibir en el fondo de la garganta ese jarabe viscoso que de seguro me obligaría a tragar.
Aumentábamos el ritmo. Cada vez iba comiendo más, más, un poco más adentro, y ¡listo! Lo habíamos hecho de nuevo: a lo largo y a lo ancho, esa tremenda pija bien firme, estaba en su totalidad adentro de mi boca. Entonces es que lo escuché gemir. Me estaba fabricando la leche, pero yo ya estaba chupando la mamadera.
La primera arcada llegó cuando le entró el gusto por pegarlea mi campanilla a buen ritmo, con la punta de la verga. Y ahí, intenté escapar.
Me empujó hasta tenderme en la cama, me abrió las piernas de un zarpazo. No dejaba de mirarme a los ojos, hasta que me recorrió el cuerpo con las pupilas prendidas fuego. Me calentaba como me miraba, sabía que metenía abierta para él, con la conchita mojada.
Bajó y me beso la cara interna de las piernas con fuerza. Me abrió los labios con los dedos, descubriendo mi clítoris que entonces estaba tenso. Los lengüetazos que me pegaba eran similares a los de un perro callejero con sed. Estaba toda depilada, pero alrededor del clítoris tenía una capa muy leve de bello que enseguida se puso pegajosa con la densidad de su saliva.
No me permitió acabar. El hijo de puta quería hacerme venir con su pija en el fondo de mi concha.
Me puse en cuatro, y me quede esperando la embestida. Cruzó la cama solo para sorprenderme aún más: me tomó de las tetas colgando, y comenzó a simular los movimientos del ordeñe. Me las amasaba, les daba golpecitos y luego volvía a ordeñarme.
Le agarré la verga y empecé a hacerle una buena paja. Me escupí la mano para lubricársela bien. Hacia arriba y hacia abajo con movimientos envolventes, no me daba el tamaño de la mano para contener su calentura. -“Uhhh, sí, eso, así” me pidió. Y lo que el pide, se lo doy. Porque esa poronga es la que me abre sin permiso.
Me arrodillé para mamársela de nuevo, me lo permitió un poquito y después me arrastró hasta un pequeño sillón en donde apoyó una de sus piernas dándome la espalda y dejó los huevos colgando del lado contrario a micara, bien a mano para manoseárselos un poco con la mano ensalivada.
Le abrí la cola y comencé a pasarle la lengua. Hundí mi carita de princesa en sus nalgas, y busqué desesperada el agujero de su orto para puertearlo y chuparlo todo. Simultáneamente, acariciaba esos huevos pesados y los fregaba mientras seguía de largo para pajearlo por detrás.
Se dio vuelta derepente y mis piernas resbalaban en el suelo por la transpiración de la adrenalina y el esfuerzo por ganarme el semen.
Sentóse y antes de comérmela de nuevo me empecé a tocar las tetas. Las sacudía bien cerca de su pija, me las amasaba y las frotaba una con otra. Me las escupió y tras el intento suicida de hacer una turca me llevó gateando a los pies de la cama. Intentó hacerme parar, pero no aguantaba más: Deseaba que me vacune, que me clave hasta el fondo esa manguera de semen y me haga rebalsar la concha con su jugo de leche para luego pasarme los dedos y metérmelos en la boca para que nada se desperdiciara.
Entonces le agarré la mano y lo llevé al suelo en donde estaba. Se acostó encima de mí, y los segundos que siguieron, son imposibles de relatar. Sin embargo, me daré a la tarea de describirlos.
Tenía la pija tan dura, y yo la conchita tan mojada, que no perdió tiempo en intentar colocármela. Estos cuerpos estaban diseñados estratégicamente para fundirse entre ellos, no había margen de error, no había sensación más placentera que esa. Se produjo lo divino. Arrasó con la débil frontera de mis labios vaginales y empujó despacio.
“Estoy adentro tuyo” me dijo con dificultad entre gemidos y suspiros fuertes, como de alivio. Ni él lo podía creer.
El mundo afuera, era de hielo, y nosotros estábamos en llamas.
Los ojos fijos en los míos, se mezclaban los vapores.
“Ese calorcito de tu concha…” – Me dijo. –“Cómo lo extrañaba”
Yo no podía responder nada. Me estaba cogiendo fuerte pero parecía en cámara lenta. Ajustaba la puntería y ¡zas! Me entraba de nuevo. Cada golpe parecía la embestida de un toro contra mi cadera abierta.
No tengo idea de cómo llegamos a la cama en la misma posición. Parecía adormecida por una dosis infernal de morfina orgásmica. Pero me acuerdo que empezó a cogerme másfuerte, más fuerte y más fuerte hasta que lo sujete de las ancas manipulándole el ritmo. Movimientos parejos y consecutivos, no había tiempo entre uno y otro pero sí el suficiente para que la piel de su verga se deslizara consiguiendo una pelada de pija única. Todo bien adentro de mi concha.
Me retiró después de unos minutos, cabalgué arriba de su cintura previo hacerlo cerrar los ojos. Fruncía su rostro, cada vez que le hundía la poronga en mi carne blanca. Me tocaba las piernas, lo tomé de la mano y tuve que bajarme del potro cuando noté que una pequeña cantidad de mi jugo se deslizaba por su abdomen: si seguía iba a acabar y no quería hacerlo antes que él. Quería seguir.
Me arrodillé, volví a mamársela despacio.
“Nadie te coge como yo” –me dijo.
“Y… no” –pensé. A vostampoco.
Lo siguiente que pasó fue otra cogida formidable hasta que la sacó.
¡Ay, hijo de puta! Dejamela adentro, lléname la concha de leche, mándame el jugo de tu calentura,aplícame la inyección, déjame el olor de tu acabada en todo el cuerpo, quiero destilar tu olor a semen, que sepan que soy tuya, que te pertenezco entera, marcame, pillame, mordeme, pegame, rómpeme, castígame, hundimela con fuerza y cuando estés bienen el fondo, cuando los límites de mi cadera y tu pelvis impidan que estés más adentro, ahí recién largame esos litros de leche que tenés reservados para mí hace tanto tiempo. Quería sentirme sucia. Repleta de su leche.
Me acabó el empeine de la concha y el piercing del ombligo.
Qué cantidad de lechita. Bien blanca, bien espesa. Lanzó un gemido tan intenso… Qué noche, por Dios. Parecía que habían pasado horas. Cuánta intensidad, cuánta piel.
- Y, sí –Pensé. Es lógico. Es él.
Confieso: Lo había pensado más de una vez.
Había pensado muchas veces en llamarlo y proponerle un encuentro casual, fugaz, sin compromisos. Especialmente durante las noches de los sábados en las que, como siempre, volvía de trabajar a las 21:00, y me quedaba toda la noche por delante, noche que comúnmente la gente utiliza para divertirse, tener sexo o mirar películas. Bueno, yo la usaba para masturbarme.
¿Cómo podría pensarlo, siquiera? ¿Qué le diría?
-“Hola, soy yo. ¿Me coges?. Gracias.” ¡Qué patética!
Y es que mi exnovio tenía esa mala costumbre de cogerme de manera salvaje, impía, casi peligrosa. Tener sexo, los dos, era la combinación perfecta entre placer y dolor; y para mí, eso es adictivo.
Había estado soñándolo con mayor frecuencia ese último mes,no sé por qué. Soñaba que lo buscaba desesperadamente y que era él quien me encontraba a mí. Al hacerlo, me pegaba a su cuerpo, abruptamente. Y yo sentía, en mi abdomen bajo y en el empeine, la dureza de esa verga clavándose en mí - aún vestida - , a pesar del grosor de su pantalón de jean.
Quienes tengan dudas de que los sueños se hacen realidad, continúen leyendo.
Me encargaré de demostrar ahora que, incluso a veces, la realidad los supera con creces.
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Estaba en la oficina. La secretaria revisaba un trabajo queme había encargado la semana anterior y sonreía satisfecha. “Hiciste un buen trabajo”.
En ese momento, tras una fuerte presión en la zona del pecho,pegué un salto en el lugar y hasta me tapé el rostro con los ojos llenos de lágrimas sin dejar de sonreír.
-¿Es para tanto? ¿Te había costado mucho? –Preguntó la secretaria sorprendida por mi reacción.
-No, Marcela. Perdone, fue un impulso. Enseguida vuelvo,tengo que ir al baño – Me incorporé.
Y es que lo que había ocurrido era realmente inédito: ¡Mi ex me había enviado un mensaje! ¡No podía creerlo! Después de dos años y medio, ¡tenía un mensaje suyo en mi bandeja de entrada!
Quedamos en encontrarnos al día siguiente
.
Adivinará el lector, cuál era la finalidad de ese encuentro.
Ya podía sentir en mi boca, el sabor de su saliva espesa y caliente.
Podía sentir sus afiladas manos manosearme los pechos duros a la espera del roce de su lengua humedecida con mis jugos.
Empezaba a latirme el corazón, empezaban a abrirse mis piernas, pero yo seguía sola en mi cuarto, mirando una y otra vez las fotos queme había enviado, para corroborar que no estaba soñando.
Miraba las fotos y “Ahí vamos, de nuevo”-pensaba.
Nunca, pero nunca antes, había necesitado tanto que me penetraran.
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Llegando al hotel, todavía no me daba cuenta de lo que estaba pasando. Creo que por esa razón avancé tan decidida. Dicha seguridad se esfumó de repente cuando me sorprendió apareciendo a mis espaldas.
No recuerdo si nos saludamos. No me importa recordarlo tampoco.
Lo que sí no podré olvidar, es que después de darse un baño, salió hacia la habitación principal envuelto de la cintura para abajo, con un toallon. Toallon que se quitó mirándome fijo a los ojos, ya con esa alertade peligro tan característica, grabada en sus pupilas.
Se la quitó en un solo movimiento.
Debajo - y como si hubiera estado gritando para hacerse ver - su tremenda verga peluda bien parada, bien tiesa, todavía en ese movimien toleve de vaivén que generó la velocidad al sacarse de encima esa toalla.
A diferencia de mis sueños, en los que desesperada me agachaba y se la comenzaba a succionar ferozmente, me quedé inmóvil. La estupidez femenina de sentir que no estaba lista para eso me indujo a querer salir corriendo. Y sí, sabía que me iba a pegar una cogida importante. El miedo era natural.
Me sacó la ropa a lo bestia. Le confesé que sentía vergüenza de que me viera desnuda de nuevo, después de tanto tiempo. Violentamente me respondió: “Vos no te vas a ningún lado, dos años esperépara tenerte así, para verte así, quédate quieta”
Ya estaba. Era su presa, no había escapatoria. Entonces todo comenzó, o mejor dicho… todo continuó.
No sabía cómo, pero ahí estaba mi pasado mirándome fijo a los ojos, derramando una mezcla de odio, lujuria y amor muerto sobre mis pupilas. Dicen que cuando estás sintiendo un momento en el alma, los ojos se cierran al besar.
Son mentiras.
Por primera vez en mucho tiempo no quería cerrar los ojos porque lo que había estado imaginando cada noche estaba justo en frente de mí. Ninguno cerró los ojos. No queríamos perdernos el espectáculo que la vida nos había regalado, una vez más.
Comencé a besarlo suave pero muy profundamente. Apoyé mi mano derecha en su corazón y noté que estaba a punto de reventarle el pecho.
Le metí toda milengua en su boca. Que boca tan caliente, qué rico aliento natural, es tal comolo recordaba. Aumentaba la frecuencia de su respiración. Mordí sus labios decidida a lastimarlo, a sacarle un pedazo de carne. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para aminorar la intensidad porque de lo contrario, iba a comérmelo.
Bajó su cabeza y comenzó a devorarme las tetas. Podía sentir como mis grandes pezones rosados tenían pequeñas contracciones. Las chupó con ganas, se ve que tenía hambre.
Al intentar sacar mis zapatos, tuve que agacharme estando sentada en la cama. De frente a mí, esa verga caliente apuntándome a la cara. Tuve que chuparla un poco. Él se sorprendió por eso, y me dijo “Ah, dale…Ya que estás, te queda cómoda ahí”.
Qué rica verga, por favor. La chupeteé de la mitad del tronco hasta a la cabeza, con admirable presión. En la boca sentía la mitad de esa jeringa tibia y jugosa cargada de leche caliente. Se preparaba para más. Su cadera estaba extenuada, la tenía en primer plano. Solo quería que los huesos de su empeine chocaran contra mi nariz hasta recibir en el fondo de la garganta ese jarabe viscoso que de seguro me obligaría a tragar.
Aumentábamos el ritmo. Cada vez iba comiendo más, más, un poco más adentro, y ¡listo! Lo habíamos hecho de nuevo: a lo largo y a lo ancho, esa tremenda pija bien firme, estaba en su totalidad adentro de mi boca. Entonces es que lo escuché gemir. Me estaba fabricando la leche, pero yo ya estaba chupando la mamadera.
La primera arcada llegó cuando le entró el gusto por pegarlea mi campanilla a buen ritmo, con la punta de la verga. Y ahí, intenté escapar.
Me empujó hasta tenderme en la cama, me abrió las piernas de un zarpazo. No dejaba de mirarme a los ojos, hasta que me recorrió el cuerpo con las pupilas prendidas fuego. Me calentaba como me miraba, sabía que metenía abierta para él, con la conchita mojada.
Bajó y me beso la cara interna de las piernas con fuerza. Me abrió los labios con los dedos, descubriendo mi clítoris que entonces estaba tenso. Los lengüetazos que me pegaba eran similares a los de un perro callejero con sed. Estaba toda depilada, pero alrededor del clítoris tenía una capa muy leve de bello que enseguida se puso pegajosa con la densidad de su saliva.
No me permitió acabar. El hijo de puta quería hacerme venir con su pija en el fondo de mi concha.
Me puse en cuatro, y me quede esperando la embestida. Cruzó la cama solo para sorprenderme aún más: me tomó de las tetas colgando, y comenzó a simular los movimientos del ordeñe. Me las amasaba, les daba golpecitos y luego volvía a ordeñarme.
Le agarré la verga y empecé a hacerle una buena paja. Me escupí la mano para lubricársela bien. Hacia arriba y hacia abajo con movimientos envolventes, no me daba el tamaño de la mano para contener su calentura. -“Uhhh, sí, eso, así” me pidió. Y lo que el pide, se lo doy. Porque esa poronga es la que me abre sin permiso.
Me arrodillé para mamársela de nuevo, me lo permitió un poquito y después me arrastró hasta un pequeño sillón en donde apoyó una de sus piernas dándome la espalda y dejó los huevos colgando del lado contrario a micara, bien a mano para manoseárselos un poco con la mano ensalivada.
Le abrí la cola y comencé a pasarle la lengua. Hundí mi carita de princesa en sus nalgas, y busqué desesperada el agujero de su orto para puertearlo y chuparlo todo. Simultáneamente, acariciaba esos huevos pesados y los fregaba mientras seguía de largo para pajearlo por detrás.
Se dio vuelta derepente y mis piernas resbalaban en el suelo por la transpiración de la adrenalina y el esfuerzo por ganarme el semen.
Sentóse y antes de comérmela de nuevo me empecé a tocar las tetas. Las sacudía bien cerca de su pija, me las amasaba y las frotaba una con otra. Me las escupió y tras el intento suicida de hacer una turca me llevó gateando a los pies de la cama. Intentó hacerme parar, pero no aguantaba más: Deseaba que me vacune, que me clave hasta el fondo esa manguera de semen y me haga rebalsar la concha con su jugo de leche para luego pasarme los dedos y metérmelos en la boca para que nada se desperdiciara.
Entonces le agarré la mano y lo llevé al suelo en donde estaba. Se acostó encima de mí, y los segundos que siguieron, son imposibles de relatar. Sin embargo, me daré a la tarea de describirlos.
Tenía la pija tan dura, y yo la conchita tan mojada, que no perdió tiempo en intentar colocármela. Estos cuerpos estaban diseñados estratégicamente para fundirse entre ellos, no había margen de error, no había sensación más placentera que esa. Se produjo lo divino. Arrasó con la débil frontera de mis labios vaginales y empujó despacio.
“Estoy adentro tuyo” me dijo con dificultad entre gemidos y suspiros fuertes, como de alivio. Ni él lo podía creer.
El mundo afuera, era de hielo, y nosotros estábamos en llamas.
Los ojos fijos en los míos, se mezclaban los vapores.
“Ese calorcito de tu concha…” – Me dijo. –“Cómo lo extrañaba”
Yo no podía responder nada. Me estaba cogiendo fuerte pero parecía en cámara lenta. Ajustaba la puntería y ¡zas! Me entraba de nuevo. Cada golpe parecía la embestida de un toro contra mi cadera abierta.
No tengo idea de cómo llegamos a la cama en la misma posición. Parecía adormecida por una dosis infernal de morfina orgásmica. Pero me acuerdo que empezó a cogerme másfuerte, más fuerte y más fuerte hasta que lo sujete de las ancas manipulándole el ritmo. Movimientos parejos y consecutivos, no había tiempo entre uno y otro pero sí el suficiente para que la piel de su verga se deslizara consiguiendo una pelada de pija única. Todo bien adentro de mi concha.
Me retiró después de unos minutos, cabalgué arriba de su cintura previo hacerlo cerrar los ojos. Fruncía su rostro, cada vez que le hundía la poronga en mi carne blanca. Me tocaba las piernas, lo tomé de la mano y tuve que bajarme del potro cuando noté que una pequeña cantidad de mi jugo se deslizaba por su abdomen: si seguía iba a acabar y no quería hacerlo antes que él. Quería seguir.
Me arrodillé, volví a mamársela despacio.
“Nadie te coge como yo” –me dijo.
“Y… no” –pensé. A vostampoco.
Lo siguiente que pasó fue otra cogida formidable hasta que la sacó.
¡Ay, hijo de puta! Dejamela adentro, lléname la concha de leche, mándame el jugo de tu calentura,aplícame la inyección, déjame el olor de tu acabada en todo el cuerpo, quiero destilar tu olor a semen, que sepan que soy tuya, que te pertenezco entera, marcame, pillame, mordeme, pegame, rómpeme, castígame, hundimela con fuerza y cuando estés bienen el fondo, cuando los límites de mi cadera y tu pelvis impidan que estés más adentro, ahí recién largame esos litros de leche que tenés reservados para mí hace tanto tiempo. Quería sentirme sucia. Repleta de su leche.
Me acabó el empeine de la concha y el piercing del ombligo.
Qué cantidad de lechita. Bien blanca, bien espesa. Lanzó un gemido tan intenso… Qué noche, por Dios. Parecía que habían pasado horas. Cuánta intensidad, cuánta piel.
- Y, sí –Pensé. Es lógico. Es él.
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