Hola a todos. Aquí la tercera parte de este relato. Que lo disfruten...
La brisa soplaba leve, acariciaba las hojas de los árboles verdosos del campo. Las nubes se dispersaban al son del viento, lo que presagiaba un día caluroso y soleado. La hacienda estaba a unos pocos metros de mí. Yo solo entraría por la maleta y saldría corriendo sin mirar a nadie. No me importaría recorrer a pie semejante distancia hasta el pueblo, con tal de huir y dejar todo atrás, “valdrá la pena”, pensé.
Todo por el caprichoso destino, que le gusta jugar con la vida de las personas a su antojo. Yo habría jurado ante un estrado del cosmos que esto nunca jamás pasaría, pero heme aquí, delante de Lucas, asombrado, sin una palabra que decir. El mismo Lucas que dejé atrás, un recuerdo que no podía sacármelo de la cabeza, estaba frente a mí; el mismo Lucas que devoré en dos noches pasionalmente sobre la cama de un hotel; el mismo Lucas quien años atrás me hizo la vida imposible junto a su hermano; el mismísimo Lucas quien resultó ser mi primo Manuel, hermano de Axel.
Resulta que el negocio de mi tío, del que me habló Don Obando, era ni nada más ni nada menos que el hotel en Pasto donde me hospedé. Años sin vernos nos había convertido en dos extraños. Nuestros caminos se cruzaron de una forma cruel, pues no dejaba de preguntarme cómo es que dos seres que se odiaron en la niñez se amaron en la adultez… Si tan solo hubiera visto a mi tío, él me habría reconocido por mi gran parecido a mi padre y nada de esto estaría pasando.
Me dispuse a retirarme presuroso, no obstante, mi comportamiento sería mal visto por todos los presentes. Así que me tranquilicé, tomé aire y exhalé despacio.
- El destino nos vuelve a reunir ¿No lo crees? – deduje.- ¿Usted es Gabriel, hijo de mi tío Vicente? – preguntó asombrado Manuel.
- Correcto. Somos primos y no lo sabíamos hasta hace unos segundos – respondí decaído.
- Yo… Mi señor… La verdad no sé qué decir al respecto – suspiró Manuel.
Lucas o Manuel, Manuel o Lucas; yo todavía le daba vueltas en mi cabeza. Su primer nombre es Manuel, con el que toda la familia lo conocíamos y su segundo nombre es Lucas, el mismo que yo no conocía. Lucas era aquel chico hermoso que me dio calor y ternura por dos noches durante mi estancia en la ciudad de Pasto; él era aquel chico tierno que me cantó (dedicó) una hermosa canción en el bar, donde todos aplaudieron; aquel joven que se enamoró de mí y de quien yo me enamoré igualmente, aunque yo no lo quería admitir. Pero también él era Manuel, mi primo indeseable, incluso mucho peor que Axel. El pequeño bastardo me hizo la vida imposible en aquellas épocas de niñez, por lo menos el tiempo en el que vivimos en esa hacienda, antes de mudarnos para Bogotá.
Esos recuerdos revividos azotaban mi mente como martillos llameantes. Deseaba con todo mi corazón partirle la cara por todo lo que estaba pasando, ni siquiera con Axel sentí tal desprecio y es que la frustración y los sentimientos encontrados me devoraban el alma, lo amaba inconscientemente y lo odiaba de forma consiente. Sin embargo, más pesaba lo que aconteció recién que lo que pasó hace años. El hecho de que Manuel era Lucas, me trastornaba la mente. Manuel por su parte, no memiraba a la cara, quizá porque se percató del odio que mis ojos inspiraban, o a lo mejor le daba vergüenza.
Nuestros rostros se transformaron para el contexto. El disimulo era forzoso, pero necesario, ya que mi tía se nos acercó para decirle a Manuel que entre a la casa para desayunar. Es así que la multitud ingresó al lugar. Esperé a que Manuel se sentara en la mesa del comedor para llamar prudentemente a Axel.
- ¿Manuel sabe algo sobre tus preferencias sexuales? – pregunté a Axel.
- No, nadie lo sabe – respondió seguro. Yo quería saber algo más importante todavía y era el hecho de que si Axel sabía algo sobre los gustos sexuales de su hermano Manuel. Traté de ser lo más cauteloso posible.
- ¿Y Manuel ya tiene novia o prometida? – interrogué.
- Creo que tuvo una hace unos meses, pero ¿Por qué me preguntas eso? – dijo inquieto Axel. Eso solo significaba una cosa, que ninguno de ellos dos sospechaba siquiera que algo había pasado entre nosotros.
- Por nada, es solo que se me hizo raro que él no viniera con su pareja.
- Él es un poco reservado y callado, muy diferente a como era de niño. Y ya que tocamos el tema ¿Le perdonaste?
- No hemos hablado de eso todavía. Si se presenta la oportunidad, lo veremos.
- ¿Cómo que lo veremos? Si tú ya nos perdonaste lo que te hicimos de niños.
- Te equivocas, Axel, yo solo acepté tus disculpas, el perdón es algo que se gana con el tiempo – ese“tus” que le dije a Axel fue muy imperativo, como para darle a entender que solo a él había disculpado.
Axel miró al piso e hizo un “no” con la cabeza. Se retiró al comedor un poco decepcionado, yo por mi parte me quedé en la sala de la casa. Mientras miraba por los alrededores, en aquella sala decorada con muebles, cuadros y estanterías para licores, había una mesa de centro que tenía debajo un espacio para poner revistas, periódicos o, en este caso, álbumes de fotos. Tomé toda la pila de recuerdos y me dispuse a revisar. Había fotos de mi abuelo, de mi abuela, mi tía, mi papá incluso había fotos donde yo aparecía; otras fotos en las que yo estaba junto a Axel y Manuel. En fin, recuerdos que, a pesar de estar documentados en una imagen, yo los conservaba en mi memoria como una película de vívidos colores. Me perdí en esa dimensión por un momento en el tiempo. En eso, sentí una mano sobre mi hombro. Era Manuel que enseguida se me acercó con esa característica mirada tierna para decirme que salgamos al patio. Yo acepté.
- Mi señor, yo… - dijo Manuel, pero lo detuve en seco.
- Te ruego no me vuelvas a decir “mi señor” – pedí disgustado. Manuel agachó la mirada y se llevó la mano derecha hasta su frente.
- Tienes razón, no lo volveré a decir ¿Pero sabes? Yo estoy tan o más sorprendido que tú por lo que está sucediendo. De hecho, no sé cómo debería reaccionar, después de todo… - en ese instante lo volví a interrumpir exaltado.
- ¿Después de todo qué? ¿Me odias? ¿Me desprecias? ¿Sigo siendo tu peor enemigo? – pregunté violento.
- Después de todo eres mi primo, a quien hice mucho daño en el pasado y a quien odié por muchas cosas que pasaron. Pero ya no te odio, no puedo odiarte a pesar de un pasado incierto. He madurado y me he dado cuenta de las falsedades que hicieron nuestra convivencia todo un infierno. Fuimos manipulados por las riñas de los adultos, donde al menos mi mamá y mi papá trataron sin éxito ser la voz de la razón, pero por desgracia los demás no veían con buenos ojos a tu padre, por ese motivo te hicimos sufrir, para que te cansaras de la situación y fueras tú quien les presiones a tus padres para alejarse de la hacienda, muy, muy lejos. Yo sé y yo entiendo que nada de lo que pasó puede deshacerse ya – hizo una pausa y siguió – siento mucha vergüenza, porque después de todo, aún te amo. Todo lo que te dije en esa canción, la que te dediqué, es verdad y lo sigue siendo. No he podido sacarte de mí cabeza y doy gracias al destino por darme la oportunidadde estar frente tuyo otra vez. Por eso te pido perdón, te pido de corazón me permitas entrar en tu vida y compensarte todo lo malo que te hice, estoy muy arrepentido – terminó diciendo con lágrimas en los ojos.
Su actitud me conmovió, ya que al fin y al cabo él fue mi escape a una de las pasiones más espectaculares de mi vida. Él fue especial, lo suficiente como para enamorarme, pero igual de intenso que mis sentimientos por su hermano, quien me flechó con solo una mirada. Yo sabía que cualquier decisión que tomara con respecto al amor sería apresurada.
- Como le dije a tu hermano, acepto tus disculpas, pero para perdonar se necesita tiempo y esfuerzo por remediar lo sucedido – sentencié riguroso.
- Por mí está bien. Mientras me permitas permanecer a tu lado para demostrarte lo que siento por ti, me basta y me sobra – dijo Manuel seguro y preguntó – una cosa más ¿Por qué Axel lleva puesta una muda de ropa igual a la tuya? – me puse nervioso por semejante pregunta, Manuel se percató. Olvidé por completo que le presté mi ropa a Axel.
- Ah, sí… Es que fuimos a ver una vaca enferma y nos tocó quedamos en el establo que cuida Don René, porque nos alcanzó la noche, llovía y yo tuve un accidente. Como Axel se manchó de lodo por rescatarme y no había llevado ropa, le presté la mía – confesé. Manuel demostraba un poco de incredulidad.
- ¿Conoces sobre vacas? – preguntó.
- Sí, yo conozco sobre vacas y cualquier otro animal. Soy veterinario – contesté.
- ¡Guao! Eso no lo sabía. Estás lleno de sorpresas, Gabriel – dijo mientras sonreía divinamente.
La conversación se tornó pacífica y le empecé a contar sobre el accidente que tuve la noche anterior. Todos los detalles que no tuvieran que ver con el haber hecho el amor con su hermano.
Axel se nos acercó para decirnos que ya era hora de prepararnos. Todos saldrían a la capilla en media hora. Manuel se dirigió a su dormitorio y Axel, presuroso, me llevó a su dormitorio sin que nadie se dé cuenta, en donde se encontraban mi maleta y mi mochila. Cerró la puerta y sin pérdida de tiempo me abrazó con mucha fuerza. Me empezó a besar el rostro y a decirme varias veces y de muchas formas que me amaba.Yo estaba conmocionado, me estaba perdiendo en mis pesnamientos, estaba ido de la cabeza; estaba confundido, porque al ver de nuevo a Manuel, mis sentimientos se tornaron inestables. Quería contarle la verdad a Axel, decirle que su hermano fue mío hace unos días, decirle que mi corazón estaba perdido en un laberinto resquebrajado. Lamentablemente no pude, me ganaron la cobardía y el miedo. No quería hacerle daño a ninguno de los dos.
- ¿Te pasa algo, Gabriel?– preguntó Axel.
- Tranquilo, no me pasanada – indiqué.
- Hay una cosa que no entiendo. Es la forma en que reaccionaste al ver a mi hermano, porque convengamos en que saludaste por error al hijo de Don René, a quién incluso abrazaste. Pero tu reacción con Manuel fue otra ¿Por qué? – preguntó Axel atento a mi respuesta.
- Me avergoncé por el ridículo que hice, por eso mi actitud. Pero no te preocupes, ya hablamos con él sobre nuestros problemas y le dije que intentaremos llevarnos bien – respondí.
Axel me besó ofuscado en la boca después de darle mi respuesta y, sin decir nada más, me demostró el amor no verbal. Sus manos inquietas comenzaron a perpetrar un acto maravilloso de pasión y deseo, del que yo me resistía por temor a ser descubiertos y por el hecho de que yo estaba en un mal estado emocional. Finalmente, la carne ganó a la razón. Yo no podía resistirme a semejantes manjares corpóreos. Axel fue nuevamente mío. Se me entregó por completo. Justo al terminar, justo en el instante en que me vine dentro de él, comencé a llorar en silencio. Exploté por el simple hecho de que no podría estar con ninguno de los dos. Entendí que para amar a alguien es necesario hacerlo sin enredos, sin nada que ocultar y sin malas intenciones. Axel se preocupó, pero por suerte, no hubo tiempo siquiera de explicar la razón de mi estado. Don Obando llamó a la puerta para decir que todos estaban esperando fuera de la casa. Rápidamente nos arreglamos. Axel se asomó por la ventana para decirles que me estaba esperando, por petición mía, claro, para evitarnos sospechas. Al mismo tiempo él no perdía la oportunidad de besarme y abrazarme a cada momento.
Nos acomodamos en tres distintos carros. Axel me llevó en su carro a mí y a mi tía Adelaida. Tardamos una media hora en llegar a la Iglesia San Francisco, Putumayo, donde se dio inicio a la ceremonia fúnebre de mi abuelo. Preferí sentarme apartado de todos. Axel se negó y prácticamente me obligó a sentarme junto a él y a Manuel. Los tres éramos los únicos nietos presentes.
En medio del evento, me sentí indispuesto por todas las cosas que se me cruzaban por la cabeza y tuve que desplazarme hasta el baño para mojarme el rostro. Manuel me había seguido. Cerró la puerta y me abrazó. Me desaté en llanto sobre su hombro, porque en ese preciso momento entendí que mi presencia en ese sitio era una bomba de tiempo. Me encontraba entre dos amores imposibles. Si yo elegía a Manuel, heriría a Axel y viceversa.Yo estaba destrozado por todo, aun así, respondí al abrazo. Fui incluso más lejos. Lo besé, le di la vuelta, le bajé los pantalones y la ropa interior. Tomé en cuenta el poco tiempo que teníamos y lo penetré. Llegué veloz a la cúspide del placer por esa pisca de emoción y temor al ser descubiertos, Manuel se volteó y me abrazó de nuevo.
- ¿Qué pasa, Gabriel? ¿Es sobre nosotros dos? – preguntó inquieto.
- Es por algo más que me está destrozando el corazón. Pero no te preocupes, ya se me pasará. Hoy en la noche celebraremos los tres, tú, Axel y yo – dije esperanzador. Cualquier cosa, menos hacerles daño. Ni como vganza, ni como desquite. Yo soy así, pensé.
- No sabes las ganas que tengo de decirle a todo el mundo de una vez por todas lo mucho que te amo. Eres todo para mí, eres mi mundo, mi vida entera. No me importa el qué dirán, tampoco si mi familia me llega a odiar por esto ¿Y sabes qué? No me importa si te molestas conmigo, pero tú eres mi señor y así serás para siempre – dicho eso, lo llevé hasta mi pecho, lo cubrí con mis brazos y mis lágrimas.
No podíamos permanecer por más tiempo separados del grupo, así que le pedí que regrese primero, yo iría después. Él obedeció sin antes darle un fuerte beso de despedida, cosa que él no sabía.
La ceremonia no estaría ni por la mitad. Yo sin dudar de lo que tenía planeado hacer, regresé sigiloso. Como me di cuenta en un principio, Don Obando se encontraba a la entrada del templo, de ese modo, pude llamarlo sin que nadie se dé cuenta. Le rogué discreto que me lleve urgentemente de regreso a la casa, que me había olvidado algo muy importante para la ceremonia. Don Obando dudó, pero accedió a mi petición.
En el camino le dije una que otra mentira, sin embargo, eso cambiaría cuando él me vea salir de la casa con mis maletas. Tomé mis pertenencias y puse la ropa que le presté a Axel dentro de la mochila.
- Joven Gabriel, lo que usted me pide es muy serio. Donde su familia se entere de que yo lo ayudé a irse, se molestarán conmigo – decía temeroso Don Obando.
- Por favor se lo ruego, usted es la única persona que me puede llevar de regreso al pueblo. Le prometo que nada malo le va a pasar – insistí.
- Pero joven, la lectura del testamento ya mismo se hará, usted debe estar presente – prosiguió Don Obando en su lucha por convencerme.
- Como ya se lo había dicho, eso no me interesa, solo quiero irme, desaparecerme de este sitio sin que nadie trate de detenerme. Por favor, por lo que más quiera – pedí de rodillas con lágrimas en los ojos.
Don Obando comprendió mi dolor y mi desesperación, así que me llevó de nuevo hasta San Francisco.
Como cosa del destino, un bus que se dirigía a Pasto pasaba por ahí en ese preciso instante en el que llegábamos al pueblo. Agradecí sincero a Don Obando por su complicidad y me subí presuroso a la unidad de transporte. Ya sentado, me desaté otra vez en llanto. Lloré tan fuerte, que la señora que estaba sentada a mi lado se preocupó y me empezó a consolar como a un niño chiquito. Así pasé hasta que llegamos a la ciudad de Pasto. La señora se bajó conmigo.
- No sé por qué es su dolor, ni deseo saberlo en contra de su voluntad, pero lo que sí sé es que pasará. No ahora, ni mañana, pasará cuando usted esté listo de continuar viviendo. Cuídese mucho, joven. Hasta pronto – me dijo aquella dulce señora antes de abrazarme, darme un beso en la frente e irse por su camino.
Sus palabras me llegaron y me tranquilizaron un poco. Ya con cabeza fría, me fui directo a comprar un pasaje para Bogotá, el más próximo en salir. Como ya eran pasadas las tres de la tarde, el pasaje más próximo era uno que salía a las cuatro. El tiempo de espera lo aprovecharía para salir a comer en un restaurante. No tenía hambre, pero el viaje iba a ser muy largo y necesitaba alimentarme. Tenía poco tiempo para hacerlo, así que me apresuré.
Salí del terminal de buses, crucé una estación de gasolina con dirección a un redondel que hay por ahí cerca y luego giré a la izquierda. Entré a un restaurante pequeño, donde una señora amable tomó mi orden. Aquella señora notó mis lágrimas, me preguntó si me pasaba algo, le dije que no se preocupara. Lo menos que yo quería en ese momento era causar lástima, pero al mismo tiempo quería y necesitaba llorar sobre el hombro de alguien. Comí la comida que se me sirvió. Comí presuroso y regresé al terminal terrestre.
Devastado, desconsolado, me senté sobre un banquito, abrí la mochila y saqué la camiseta que usó Axel. Su perfume impregnado sobre mi prenda de vestir, había contaminado toda mi mochila con una fragancia que me volvía loco. Me llevé la camiseta hasta mi rostro y lloré sin control. En ese momento no me importaban ni las miradas ni los comentarios, es decir, no me importaba pasar vergüenza. Yo solo deseaba que nada de lo que sucedía fuera real, que se tratara de un mal sueño y ya.
A esas alturas trataba de comprender mi estado. Amaba de la misma forma a mis dos primos. De ese modo caí en cuenta que los rencores que le tenía a Manuel desaparecieron cuando entendí que él era Lucas, el mismo muchacho risueño que me trató dulcemente durante un día y dos noches. Axel en cambio me cautivó con su belleza campirana, me demostró en tres ocasiones lo mucho que quería estar a mí lado.
Mi cabeza daba vueltas y vueltas. Lo mejor que pude haber hecho era huir. Preferiblemente salir en silencio, sin dañar a nadie y sin que nadie se entere. El bus que me trasladaría hasta mi tierra había llegado. Una joven revisó mi mochila y me dejó seguir cuando verificó que no contenía nada ilegal. Subí despacio, como si mis piernas pesaran toneladas. Me senté y empecé a mirar por la ventana.
Pasaron como cuarenta minutos de viaje. Como me senté del lado izquierdo, yo iba apreciando el paisaje. La vegetación entre verde y café, adornaba el camino rural hacia mi destino. Vi a lo lejos haciendas, ranchos, sembríos y ganados. Eso lejos de ayudarme, causaba un efecto contrario en mí, mejor dicho, me deprimía cada vez más.
Llegamos a un pueblo llamado Chachagüí. El bus se estacionó frente al Centro de Salud del lugar. Pensé que sería alguna especie de requisa, como las que suelen hacer los militares a los pasajeros en mitad del camino. Saqué mi billetera para tener listos mis documentos de identificación, cuando de pronto, el ayudante de chofer preguntó si a bordo se encontraba un tal Gabriel Valencia. Levanté dudoso la mano y me pidió amablemente que me baje. Al poner un pie fuera del bus, gritaron al unísono ¡Gabriel!
Para más contenido, revisen por favor mis otros aportes. Ahí van a encontrar las anteriores entregas de este mismo relato y otros relatos más.
http://www.poringa.net/posts/relatos/3071572/Richard-el-profesor-de-Literatura.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/3072141/El-bar-de-la-estrella.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/3075232/La-laguna-escondida.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/3076095/Tiene-pinta-de-machote.html
1 comentarios - Mi primo labriego (parte 3)