Éste año, por motivos económicos y laborales, no nos tomamos vacaciones, aunque para celebrar el 2020 mi marido me sorprendió con una semana los dos solos en Mar del Plata.
-Puede ser otra luna de miel- se entusiasmó al anunciármelo.
Cómo toda pareja, luego de tantos años de matrimonio, empezaba a haber cierto desgaste. La rutina, la convivencia, los problemas que nunca faltan, nos estaban pasando factura. No teníamos peleas ni discusiones graves, solo las usuales en toda relación, aunque hace tiempo que la pasión y el enamoramiento se habían estancado.
Ya no hacíamos el amor tan seguido, e incluso había noches en las que nos acostábamos sin darnos un beso siquiera. Por eso a mí marido le pareció que unos días los dos solos, en la playa, disfrutando del sol y la arena durante el día y del sexo durante la noche, podría volver a avivar el fuego de aquello que alguna vez tuvimos.
Pese a mis recientes encuentros con Bruno, no me pareció mala idea, ya que yo también sentía que estábamos en un momento en el que nuestro matrimonio corría el riesgo de hacerse pedazos. Y yo no quería que pasara eso. No me veía divorciándome de mi marido.
Puedo llegar a parecer medio gata flora, pero más allá de la tentación que resulta un Bruno separado y aceptando ser el padre del Ro, compartir mi vida con él no es un objetivo que tenga en mente.
Lo quiero sí, pero también quiero a mi marido, pese a la tonelada de cuernos que pueda llegar a ponerle. Y salvar nuestra relación es la prioridad máxima que tengo en éste momento.
Así que arreglamos en cuestión de horas todo lo referente al trabajo y al Ro, y partimos hacia La Feliz.
Los primeros días transcurrieron como los de cualquier pareja de vacaciones. Mucha playa de día y mucho sexo de noche. Casino, teatros, restaurantes, hasta que el cuarto día mi marido recibe una llamada de su socio mendocino.
Un empresario vitivinícola, al cuál perseguían desde hace rato para cerrar un negocio, estaría en Luján de Cuyo por unas pocas horas, y les había concedido finalmente una reunión, por lo que tenían que estar allí los dos para la rúbrica del contrato.
Mi marido trató de decírmelo con el mayor tacto posible, pero así y todo se me pusieron los pelos de punta.
¿A quién se le ocurre hacer un viaje de negocios en plena escapada romántica?
Por más que trata de hacerme entender sus razones, me empaqué y no quise dar el brazo a torcer.
-Mi amor, si llego a cerrar éste negocio, nos aseguramos las vacaciones de los próximos diez años- me insistía -Y no en Mar del Plata, sino en Punta del Este, Brasil, o alguna playa del Caribe-
-A mí me gusta Mar del Plata- lo contradecía.
-¿Porque no te venís conmigo? Dale, tengo la reunión, paseamos un poco y para mañana a la noche estamos de vuelta- me quiso convencer.
Pero esa era mi semana de sol y playa, quería sentir la brisa del mar, no recorrer bodegas y viñedos, así que me negué rotundamente.
-Hacé una cosa- le dije finalmente -Andá a Mendoza, cerrá tu negocio, que cuándo vuelvas yo voy a estar acá esperándote...- agarré mis cosas y me fui a la playa.
Cuando volví al mediodía, ya no estaba, aunque me había dejado sobre la almohada una nota en la que me prometía que a su regreso me iba a recompensar.
Almorcé en el restaurante del hotel, a la tarde salí a recorrer la peatonal y a la noche pedí servicio a la habitación. Por videollamada me volvió a pedir perdón, y además me confirmó que al día siguiente por la mañana tenía la reunión con el escurridizo empresario, luego de la cual ya tenía confirmado su vuelo a Mardel.
Me despedí con un beso, asegurándole que estaba todo bien, y me acosté, pero no podía conciliar el sueño. Algo me inquietaba. Así que me levanté, me vestí de nuevo y bajé al bar del hotel. Tenía ganas de tomar algo fuerte.
Le pedí al barman un tequila, y como se imaginarán, una mujer sola, en la barra de un bar, casi a la medianoche, en pleno verano, no resulta extraño que se te acerque algún eventual acompañante.
-¿Puedo sentarme?- me pregunta un muchacho que no debe tener más de 25 años, lindo, bien vestido.
-Si me invitás un trago...- le respondo, mostrándole mi vaso casi vacío.
-Uno más para la señorita y una cerveza para mí- le indica al barman, a la vez que se sienta en la banqueta de al lado.
-Gracias, pero soy señora- le aclaro.
-¿Tu marido andá cerca?- pregunta mirando preocupado alrededor.
-Está en Mendoza, en viaje de negocios, así que no tenés de que preocuparte- le digo habilitándolo para el levante.
-Alejo...- se presenta.
-Mariela...- le correspondo, acercándome para darle un beso en la mejilla.
-Estaba con mi amigo y no nos decidíamos por quién de los dos debía acercarse- me cuenta.
-¿Tu amigo?- me sorprendo -¿Y dónde está tu amigo?-
Me lo señala, allá solito en una mesa. Un chico de su misma edad y tan lindo como él.
-¿Y porque no le decís que venga? Cómo lo vas a dejar ahí solo, pobrecito-
Aunque se sorprende, le hace una seña para que se sume a nosotros.
-Ciro...- se presenta el amigo también con un beso.
Seguramente desde dónde estaba vió como nos habíamos saludado.
-¿Y puedo saber cómo fue que decidieron quién tenía que acercarse?- les pregunto con obvia curiosidad.
-Con una apuesta- se sonríe misterioso Alejo.
-¿Una apuesta sobre qué?- les insisto.
Se acerca y susurrándome al oído, me dice:
-Sobre quién la tiene más larga...-
Quizás esperaba que me escandalizara, o que me avergonzara de alguna manera, pero en vez de eso lo miro a los ojos, y bebiendo un sorbo de mi segundo tequila, le digo:
-Quizás debería ser yo la que certifique eso-
Los chicos se miran y se sonríen, tratando de discernir el verdadero significado de mis palabras.
De nuevo soy yo la que interviene.
-Mi marido está de viaje, vuelve recién mañana por la tarde, así que tengo la habitación para mí sola ésta noche- me levanto, me termino el segundo tequila, y dirigiéndome a los dos, agrego: -Es la número 25, si no tienen nada que hacer los espero en media hora-
Les dedico una sonrisa, salgo del bar y subo la escalera hacia mi habitación.
Había llevado a Mardel un conjunto de ropa interior que pensaba usar el último día, como despedida, pero entre el alcohol y la excitación, decidí que ése también era un buen momento para estrenarlo.
Me lo pongo y mirándome en el espejo, siento que no me equivoqué al elegirlo, ya que el diseño ayuda a exaltar aún más mis atributos.
La tanga es un hilo dental que se pierde entre las nalgas, con un triangulito en la parte de adelante que no alcanza a cubrir los labios de mi sexo. Cómo estamos en la playa, tengo depilada toda esa zona, por lo que no hay pelitos que sobresalgan.
El corpiño consiste en unas tiras cuya única función es enmarcar mis pechos, como si fueran trofeos en exhibición.
Tengo buenas tetas, no lo niego, pero aunque sean mi principal arma de seducción, aparte de mi carisma, claro (y de mi culo, agregará alguno), no siempre me sentí cómoda con ellas.
En el secundario fue cuando más padecí el complejo de ser tetona. No sé si fue que el sexo con mi tío Carlos me disparó las hormonas, pero me desarrollé antes que cualquier otra chica de mi clase, e incluso de todo el colegio. Razón por la cuál me gané la antipatía de las que eran como tablas. "Vaca lechera", era el epíteto que más elegían para menospreciarme.
Claro que con el tiempo comprendí que lo decían de envidiosas nomás. Y que un buen par de tetas te abre muchas puertas que de otra forma permanecerian cerradas.
Igual no soy de hacer demasiada ostentación de ellas, y aunque pueda parecer que así sea, no ando por ahí pelándolas a la menor provocación.
En el día a día soy más bien recatada, no uso escotes amplios o profundos, a menos que se trate de una fiesta y en la noche. Pero en el sexo, ahí si que les saco provecho.
Tal como esperaba, los chicos del bar no se aguantaron la media hora que les pedí. Me hubieran desilusionado de haberlo hecho, pero no, a los quince minutos ya estaban llamando a mi puerta. Aunque sabía que eran ellos, igual pregunté:
-¿Quién es...?-
-Alejo... y Ciro- contestan a dúo.
Abro primero un resquicio, para asegurarme que no haya nadie cruzando el pasillo en ese momento, y recién entonces les abro del todo, para que puedan verme en plenitud. Se les cae la baba al contemplar como los estoy esperando.
Viéndolos ahí, de pie frente a mi puerta, me doy cuenta de lo jóvenes que son. Había calculado que tendrían unos 25 años, pero ahora parecen de mucho menos.
Entran y vuelven a saludarme, pero besándome en la boca ahora. Sumándole a los besos alguna que otra mano.
Alejo desliza la suya por el profundo surco que forman los cachetes de mi cola. Ciro a su vez, hunde los dedos en mi concha ya húmeda desde que bajé al bar por una copa.
Por eso no podía dormir, porque tenía ganas de cojer, y con esos dos pendejos me iba a sacar bien las ganas.
Los dos se frotan contra mi cuerpo, haciéndome sentir las férreas erecciones que abultan sus pantalones.
Sin dejar de besarnos ni acariciarnos, llegamos hasta la cama, sobre la cual nos derrumbamos en un revoltijo de brazos y piernas.
Tras un buen refriegue, ambos se levantan y se quitan la ropa, descubriendo ante mi atenta mirada unos físicos cultivados en gimnasio, pletóricos de músculos, sin un gramo de grasa. Pero lo que más me atrae son sus vergas. Robustas, enhiestas, inflamadas. Dos chiches prístinos y rosaditos a los que pienso sacarles todo el jugo posible, literalmente.
Me siento en el borde de la cama y se las agarro, una con cada mano, apretando para constatar su dureza. Parecen moldeadas en concreto. Inclino la cabeza y se las chupo sin preferencia especial por ninguna, yendo de una a otra con la misma avidez, saboreándolas a lo largo y a lo ancho.
Por un momento las mantengo fuera de mi boca y las comparo, sin soltarlas.
-No sé cuál será más larga, pero las dos están riquísimas...- les aseguro refiriéndome a la apuesta que hicieron.
Bajo hasta los huevos y se los chupo, primero a uno y luego al otro. Alejo es tirando a pelirrojo, por lo que una maraña de fuego le rodea los genitales.
Me encanta la carita de fascinación que tienen los dos, como no cayendo todavía en lo que les está pasando. No son vírgenes, pero se nota que es la primera vez que están en una situación semejante, por lo que tengo que ir guiándolos en ciertas cosas.
Me tiendo de espalda y me abro toda, entregándoles mi conchita ansiosa de ser masticada. Uno se echa entre mis piernas y me la chupa, mientras el otro me sigue dando su pija para que me empalague.
No sé quién se dedica a qué cosa, porque cierro los ojos y me dedico a disfrutar de chupar y ser chupada.
Las pijas se van alternando en mi boca, mientras las lenguas hacen lo propio en mi conchita, que para entonces ya está toda pegajosa y enrojecida.
Luego del sexo oral, se ponen rápidamente los forros que alguno sacó de uno de los pantalones, y se echan a la cama conmigo. Yo ya estoy desnuda, mi conjuntito de estreno hace rato que quedó tirado en el suelo.
Alejo es el primero en subirse encima mío y cojerme, mientras Ciro espera su turno a un costado, manteniendo su erección con una buena paja.
Son dos sementales jóvenes, con toda la testosterona a flor de piel, briosos, salvajes, apasionados, justo lo que necesito aquella noche de soledad de La Feliz.
Me aferro con brazos y piernas de Alejo, y moviéndome con él, le digo entre jadeos:
-¡Que rica pija... Sí... Metémela toda... Dale... Sí... Cojeme... Ahhhhhhh... Más... Más... Más duro... Ahhhhhhh... Que bueno... Te siento todo...!-
Al pecar de cierta inexperiencia, y debido sobre todo al intenso refriegue, el bueno de Alejo no puede contenerse mucho más y entre espasmos de una violencia inusitada, parece acabarse la vida.
Puedo sentir con absoluta nitidez la descarga a través del forro, y como pese a la emotividad de ese momento, trata de seguir moviéndose, para no dejarme a mitad de camino, pero lo abrazo más fuerte aún,by conteniéndolo, le hago saber que está todo bien.
-Acabá tranquilo, disfrutalo...-
Recién entonces se relaja y se deja ir, derrumbándose sobre mi cuerpo, entregándose por completo a tan volcánico disfrute.
Cuando sale, rodando hacía un costado, Ciro toma su lugar, en la misma posición, por entre mis piernas, iniciando un mete y saca con el que parece querer sacarle chispas a mi conchita. Quizás, debido a su limitada experiencia, creía que fuerte y rápido es mejor. Así que para que baje un poco las revoluciones, lo beso en la boca y al mejor estilo Profesex, lo instruyo al respecto:
-No te apures lindo, despacio también da gusto...-
Lo agarro fuerte de las nalgas y le indico como tiene que moverse:
-Así... Lento y profundo... Sí... Ahhhhhhh... Ese empujoncito me encanta... Sí... Sí... ¡Que rápido aprendés...!-
Le agarra la mano enseguida a como tiene que clavármela, aunque claro le voy indicando que de a poco vaya aumentando el ritmo.
De los dos es Alejo el que la tiene más larga, no en vano ganó la apuesta, aunque la de Ciro es más gorda, por lo que podía disfrutar lo mejor de ambos mundos en esos dos chicos tan fervorosos y entusiastas.
Ciro también tiene más aguante, hasta le da el cuero para ponerme en cuatro y embestirme desde atrás. Para entonces Alejo está de nuevo en carrera, duro y empinado, así que se van alternando para darme de lo lindo.
Ahí sí que no se sacan ventaja, los dos me dan para que tenga, dejándome las nalgas pidiendo clemencia.
Resulta impactante que te cojan así, a dúo, pasándose la posta el uno al otro, sin darte ningún respiro, compensando la falta de experiencia con el entusiasmo y ese ardor juvenil que a veces resulta insustituible.
Aprovechando entonces que los dos están en su máximo esplendor, me decido a enseñarles que cuando somos tres un solo agujero no basta.
Me subo encima de Ciro y ensartándome en su verga con un rugido exultante de satisfacción, lo empiezo a cabalgar con todo el ímpetu que una mujer con la líbido desatada puede expresar.
Sin dejar de moverme, me echo hacía adelante, restregándole las tetas por toda la cara, y abriéndome la cola con una mano, le enseño a Alejo mi otro acceso, el posterior, el que siempre está receptivo a que le dé un buen uso. Giro la cabeza hacia él y le digo:
-Dale, vení, los quiero a los dos adentro...-
Sin dejarse intimidar, se acerca, me agarra bien fuerte de los cachetes y empieza a pasarme la lengua por todo el borde del ojete, animándose incluso a hundirse dentro. Lo hace bien, lubricándome toda la zona con abundante saliva. Luego me confesaría que había visto hacerlo de esa manera en videos porno, ya que ni él ni su amigo tenían experiencia rompiendo culos.
Se pone entonces tras de mí, me apoya la punta en el agujero y empuja hacia delante, firme, enérgico, vigoroso. Suelto un alarido de satisfacción cuándo los tengo por fin a los dos adentro.
-Ahora quiero que los dos se muevan..., al mismo tiempo...- les pido en un susurro casi inaudible.
Para no tener experiencia en dobles penetraciones, se complementan a la perfección, entrando y saliendo cada cual por un agujero, hundiéndose tan adentro, tan profundo, que me parece sentirlos rozándose en mi interior.
¡¡¡Eso es vivir!!! Si alguien me pregunta si vale la pena ser infiel, solo tengo que acordarme de momentos como éste. Momentos que marcan la diferencia y de los que ninguna mujer debería privarse.
No es la primera vez que me cojen entre dos, tampoco la última, pero cada una de ellas es distinta, especial. Me cojieron hasta entre cinco, pero dos es lo ideal, lo perfecto, la equivalencia de lo divino.
Por supuesto que no se aguantaron mucho más, la excitación era demasiada como para resistirse, por lo que enseguida sentí por ambos lados la ebullición de sendas descargas. La primera de Ciro, la segunda de Alejo. Yo también acabé, deshaciéndome entre medio de ambos en una agonía por demás exultante y deliciosa.
Terminamos bañados en sudor, sofocados, ahogados de placer, envueltos en esa neblina de ensueño que sobreviene luego del sexo.
-Chicos, tengo que decirles que me justificaron las vacaciones...- les digo y me echo a reír al pensar que aquella tendría que haber sido otra luna de miel y sin embargo estoy ahí, en la cama con dos desconocidos.
Pedimos unos tragos al servicio de habitaciones, ponemos música y armamos nuestra propia fiesta privada. Imagínense, los tres bailando desnudos, ellos con unas erecciones que empiezan a hacerse cada vez más vibrantes y notorias, y yo con las tetas rebotando con cada salto.
Vuelvo a chupárselas, haciéndoles garganta profunda, llenándome de verga hasta la tráquea. También les hago una turca a cada una, provocando exclamaciones de júbilo en ambos.
Alejo es el que se decide a iniciar una segunda ronda de garche. Se echa de espalda sobre la cama y hace que me le suba encima. Ciro es el que viene ahora por detrás, empalmándose a los movimientos de su amigo.
Está vez no tengo que hacerles ninguna indicación, lo que hacen, lo hacen de diez, como si cojerse a una mina entre los dos fuera cosa de todos los días.
Aprendieron rápido mis chicos. Por eso les regalo un final especial, el broche de oro para un encuentro que seguramente ambos recordarán por el resto de sus vidas.
Los hago salir de adentro mío, me levanto, hago que se levanten ellos también, y de rodillas entre los dos, les saco el forro a cada uno y empiezo a pajearlos. El chaca-chaca de la fricción se intensifica a medida que voy aumentando la velocidad de mis manos.
El primero en acabar es Ciro, soltando un lechazo que me cruza la cara de lado a lado. Y obvio que no fue solo uno, ya que llegó acompañado por varios más, todos bien cargados, pegajosos, prepotentes.
Alejo me apunta a las tetas, soltando también una carga igual de abundante y pesada.
Me daban ganas de probar un poquito, pero solo me trago la leche de mis amantes, hombres en los que confío, nunca de desconocidos, así que me quedé con las ganas. Igual me dejaron toda encremadita los pendejos.
Mi cuerpo fue el lienzo, y ellos los artistas que me pintaron de leche.
Luego de que se fueran, por la mañana, me dí un buen baño y me tomé algo para la resaca. Luego salí al pasillo y le pedí a la mucama del hotel que le hiciera una limpieza total a la habitación, como si estuvieran por llegar huéspedes nuevos. Le di una buena propina y bajé a desayunar, pese a que ya era casi el mediodía.
Miren que estoy acostumbrada a tener sexo del duro, pero la vitalidad de esos dos chicos, hizo mella en mi cuerpo, por lo que cuando la habitación estuvo lista subí a dormir una siesta.
Mi esposo llegó a la tarde, casi noche, con un bolso lleno de regalos, como para compensar su ausencia, pero mi enojo se había diluido entre el semen y el sudor de Ciro y Alejo. Además, si no hubiera sido por su desplante, no habría podido disfrutar de semejante combo, así que de alguna forma le estaba agradecida.
Por último, cuando los chicos se fueron en la mañana, me animé a preguntarles la edad. Mi cálculo inicial había Sido erróneo.
19 Ciro, 20 Alejo.
Me sentí más que nunca una MILF cuando me lo dijeron, de ahí el título del relato...
-Puede ser otra luna de miel- se entusiasmó al anunciármelo.
Cómo toda pareja, luego de tantos años de matrimonio, empezaba a haber cierto desgaste. La rutina, la convivencia, los problemas que nunca faltan, nos estaban pasando factura. No teníamos peleas ni discusiones graves, solo las usuales en toda relación, aunque hace tiempo que la pasión y el enamoramiento se habían estancado.
Ya no hacíamos el amor tan seguido, e incluso había noches en las que nos acostábamos sin darnos un beso siquiera. Por eso a mí marido le pareció que unos días los dos solos, en la playa, disfrutando del sol y la arena durante el día y del sexo durante la noche, podría volver a avivar el fuego de aquello que alguna vez tuvimos.
Pese a mis recientes encuentros con Bruno, no me pareció mala idea, ya que yo también sentía que estábamos en un momento en el que nuestro matrimonio corría el riesgo de hacerse pedazos. Y yo no quería que pasara eso. No me veía divorciándome de mi marido.
Puedo llegar a parecer medio gata flora, pero más allá de la tentación que resulta un Bruno separado y aceptando ser el padre del Ro, compartir mi vida con él no es un objetivo que tenga en mente.
Lo quiero sí, pero también quiero a mi marido, pese a la tonelada de cuernos que pueda llegar a ponerle. Y salvar nuestra relación es la prioridad máxima que tengo en éste momento.
Así que arreglamos en cuestión de horas todo lo referente al trabajo y al Ro, y partimos hacia La Feliz.
Los primeros días transcurrieron como los de cualquier pareja de vacaciones. Mucha playa de día y mucho sexo de noche. Casino, teatros, restaurantes, hasta que el cuarto día mi marido recibe una llamada de su socio mendocino.
Un empresario vitivinícola, al cuál perseguían desde hace rato para cerrar un negocio, estaría en Luján de Cuyo por unas pocas horas, y les había concedido finalmente una reunión, por lo que tenían que estar allí los dos para la rúbrica del contrato.
Mi marido trató de decírmelo con el mayor tacto posible, pero así y todo se me pusieron los pelos de punta.
¿A quién se le ocurre hacer un viaje de negocios en plena escapada romántica?
Por más que trata de hacerme entender sus razones, me empaqué y no quise dar el brazo a torcer.
-Mi amor, si llego a cerrar éste negocio, nos aseguramos las vacaciones de los próximos diez años- me insistía -Y no en Mar del Plata, sino en Punta del Este, Brasil, o alguna playa del Caribe-
-A mí me gusta Mar del Plata- lo contradecía.
-¿Porque no te venís conmigo? Dale, tengo la reunión, paseamos un poco y para mañana a la noche estamos de vuelta- me quiso convencer.
Pero esa era mi semana de sol y playa, quería sentir la brisa del mar, no recorrer bodegas y viñedos, así que me negué rotundamente.
-Hacé una cosa- le dije finalmente -Andá a Mendoza, cerrá tu negocio, que cuándo vuelvas yo voy a estar acá esperándote...- agarré mis cosas y me fui a la playa.
Cuando volví al mediodía, ya no estaba, aunque me había dejado sobre la almohada una nota en la que me prometía que a su regreso me iba a recompensar.
Almorcé en el restaurante del hotel, a la tarde salí a recorrer la peatonal y a la noche pedí servicio a la habitación. Por videollamada me volvió a pedir perdón, y además me confirmó que al día siguiente por la mañana tenía la reunión con el escurridizo empresario, luego de la cual ya tenía confirmado su vuelo a Mardel.
Me despedí con un beso, asegurándole que estaba todo bien, y me acosté, pero no podía conciliar el sueño. Algo me inquietaba. Así que me levanté, me vestí de nuevo y bajé al bar del hotel. Tenía ganas de tomar algo fuerte.
Le pedí al barman un tequila, y como se imaginarán, una mujer sola, en la barra de un bar, casi a la medianoche, en pleno verano, no resulta extraño que se te acerque algún eventual acompañante.
-¿Puedo sentarme?- me pregunta un muchacho que no debe tener más de 25 años, lindo, bien vestido.
-Si me invitás un trago...- le respondo, mostrándole mi vaso casi vacío.
-Uno más para la señorita y una cerveza para mí- le indica al barman, a la vez que se sienta en la banqueta de al lado.
-Gracias, pero soy señora- le aclaro.
-¿Tu marido andá cerca?- pregunta mirando preocupado alrededor.
-Está en Mendoza, en viaje de negocios, así que no tenés de que preocuparte- le digo habilitándolo para el levante.
-Alejo...- se presenta.
-Mariela...- le correspondo, acercándome para darle un beso en la mejilla.
-Estaba con mi amigo y no nos decidíamos por quién de los dos debía acercarse- me cuenta.
-¿Tu amigo?- me sorprendo -¿Y dónde está tu amigo?-
Me lo señala, allá solito en una mesa. Un chico de su misma edad y tan lindo como él.
-¿Y porque no le decís que venga? Cómo lo vas a dejar ahí solo, pobrecito-
Aunque se sorprende, le hace una seña para que se sume a nosotros.
-Ciro...- se presenta el amigo también con un beso.
Seguramente desde dónde estaba vió como nos habíamos saludado.
-¿Y puedo saber cómo fue que decidieron quién tenía que acercarse?- les pregunto con obvia curiosidad.
-Con una apuesta- se sonríe misterioso Alejo.
-¿Una apuesta sobre qué?- les insisto.
Se acerca y susurrándome al oído, me dice:
-Sobre quién la tiene más larga...-
Quizás esperaba que me escandalizara, o que me avergonzara de alguna manera, pero en vez de eso lo miro a los ojos, y bebiendo un sorbo de mi segundo tequila, le digo:
-Quizás debería ser yo la que certifique eso-
Los chicos se miran y se sonríen, tratando de discernir el verdadero significado de mis palabras.
De nuevo soy yo la que interviene.
-Mi marido está de viaje, vuelve recién mañana por la tarde, así que tengo la habitación para mí sola ésta noche- me levanto, me termino el segundo tequila, y dirigiéndome a los dos, agrego: -Es la número 25, si no tienen nada que hacer los espero en media hora-
Les dedico una sonrisa, salgo del bar y subo la escalera hacia mi habitación.
Había llevado a Mardel un conjunto de ropa interior que pensaba usar el último día, como despedida, pero entre el alcohol y la excitación, decidí que ése también era un buen momento para estrenarlo.
Me lo pongo y mirándome en el espejo, siento que no me equivoqué al elegirlo, ya que el diseño ayuda a exaltar aún más mis atributos.
La tanga es un hilo dental que se pierde entre las nalgas, con un triangulito en la parte de adelante que no alcanza a cubrir los labios de mi sexo. Cómo estamos en la playa, tengo depilada toda esa zona, por lo que no hay pelitos que sobresalgan.
El corpiño consiste en unas tiras cuya única función es enmarcar mis pechos, como si fueran trofeos en exhibición.
Tengo buenas tetas, no lo niego, pero aunque sean mi principal arma de seducción, aparte de mi carisma, claro (y de mi culo, agregará alguno), no siempre me sentí cómoda con ellas.
En el secundario fue cuando más padecí el complejo de ser tetona. No sé si fue que el sexo con mi tío Carlos me disparó las hormonas, pero me desarrollé antes que cualquier otra chica de mi clase, e incluso de todo el colegio. Razón por la cuál me gané la antipatía de las que eran como tablas. "Vaca lechera", era el epíteto que más elegían para menospreciarme.
Claro que con el tiempo comprendí que lo decían de envidiosas nomás. Y que un buen par de tetas te abre muchas puertas que de otra forma permanecerian cerradas.
Igual no soy de hacer demasiada ostentación de ellas, y aunque pueda parecer que así sea, no ando por ahí pelándolas a la menor provocación.
En el día a día soy más bien recatada, no uso escotes amplios o profundos, a menos que se trate de una fiesta y en la noche. Pero en el sexo, ahí si que les saco provecho.
Tal como esperaba, los chicos del bar no se aguantaron la media hora que les pedí. Me hubieran desilusionado de haberlo hecho, pero no, a los quince minutos ya estaban llamando a mi puerta. Aunque sabía que eran ellos, igual pregunté:
-¿Quién es...?-
-Alejo... y Ciro- contestan a dúo.
Abro primero un resquicio, para asegurarme que no haya nadie cruzando el pasillo en ese momento, y recién entonces les abro del todo, para que puedan verme en plenitud. Se les cae la baba al contemplar como los estoy esperando.
Viéndolos ahí, de pie frente a mi puerta, me doy cuenta de lo jóvenes que son. Había calculado que tendrían unos 25 años, pero ahora parecen de mucho menos.
Entran y vuelven a saludarme, pero besándome en la boca ahora. Sumándole a los besos alguna que otra mano.
Alejo desliza la suya por el profundo surco que forman los cachetes de mi cola. Ciro a su vez, hunde los dedos en mi concha ya húmeda desde que bajé al bar por una copa.
Por eso no podía dormir, porque tenía ganas de cojer, y con esos dos pendejos me iba a sacar bien las ganas.
Los dos se frotan contra mi cuerpo, haciéndome sentir las férreas erecciones que abultan sus pantalones.
Sin dejar de besarnos ni acariciarnos, llegamos hasta la cama, sobre la cual nos derrumbamos en un revoltijo de brazos y piernas.
Tras un buen refriegue, ambos se levantan y se quitan la ropa, descubriendo ante mi atenta mirada unos físicos cultivados en gimnasio, pletóricos de músculos, sin un gramo de grasa. Pero lo que más me atrae son sus vergas. Robustas, enhiestas, inflamadas. Dos chiches prístinos y rosaditos a los que pienso sacarles todo el jugo posible, literalmente.
Me siento en el borde de la cama y se las agarro, una con cada mano, apretando para constatar su dureza. Parecen moldeadas en concreto. Inclino la cabeza y se las chupo sin preferencia especial por ninguna, yendo de una a otra con la misma avidez, saboreándolas a lo largo y a lo ancho.
Por un momento las mantengo fuera de mi boca y las comparo, sin soltarlas.
-No sé cuál será más larga, pero las dos están riquísimas...- les aseguro refiriéndome a la apuesta que hicieron.
Bajo hasta los huevos y se los chupo, primero a uno y luego al otro. Alejo es tirando a pelirrojo, por lo que una maraña de fuego le rodea los genitales.
Me encanta la carita de fascinación que tienen los dos, como no cayendo todavía en lo que les está pasando. No son vírgenes, pero se nota que es la primera vez que están en una situación semejante, por lo que tengo que ir guiándolos en ciertas cosas.
Me tiendo de espalda y me abro toda, entregándoles mi conchita ansiosa de ser masticada. Uno se echa entre mis piernas y me la chupa, mientras el otro me sigue dando su pija para que me empalague.
No sé quién se dedica a qué cosa, porque cierro los ojos y me dedico a disfrutar de chupar y ser chupada.
Las pijas se van alternando en mi boca, mientras las lenguas hacen lo propio en mi conchita, que para entonces ya está toda pegajosa y enrojecida.
Luego del sexo oral, se ponen rápidamente los forros que alguno sacó de uno de los pantalones, y se echan a la cama conmigo. Yo ya estoy desnuda, mi conjuntito de estreno hace rato que quedó tirado en el suelo.
Alejo es el primero en subirse encima mío y cojerme, mientras Ciro espera su turno a un costado, manteniendo su erección con una buena paja.
Son dos sementales jóvenes, con toda la testosterona a flor de piel, briosos, salvajes, apasionados, justo lo que necesito aquella noche de soledad de La Feliz.
Me aferro con brazos y piernas de Alejo, y moviéndome con él, le digo entre jadeos:
-¡Que rica pija... Sí... Metémela toda... Dale... Sí... Cojeme... Ahhhhhhh... Más... Más... Más duro... Ahhhhhhh... Que bueno... Te siento todo...!-
Al pecar de cierta inexperiencia, y debido sobre todo al intenso refriegue, el bueno de Alejo no puede contenerse mucho más y entre espasmos de una violencia inusitada, parece acabarse la vida.
Puedo sentir con absoluta nitidez la descarga a través del forro, y como pese a la emotividad de ese momento, trata de seguir moviéndose, para no dejarme a mitad de camino, pero lo abrazo más fuerte aún,by conteniéndolo, le hago saber que está todo bien.
-Acabá tranquilo, disfrutalo...-
Recién entonces se relaja y se deja ir, derrumbándose sobre mi cuerpo, entregándose por completo a tan volcánico disfrute.
Cuando sale, rodando hacía un costado, Ciro toma su lugar, en la misma posición, por entre mis piernas, iniciando un mete y saca con el que parece querer sacarle chispas a mi conchita. Quizás, debido a su limitada experiencia, creía que fuerte y rápido es mejor. Así que para que baje un poco las revoluciones, lo beso en la boca y al mejor estilo Profesex, lo instruyo al respecto:
-No te apures lindo, despacio también da gusto...-
Lo agarro fuerte de las nalgas y le indico como tiene que moverse:
-Así... Lento y profundo... Sí... Ahhhhhhh... Ese empujoncito me encanta... Sí... Sí... ¡Que rápido aprendés...!-
Le agarra la mano enseguida a como tiene que clavármela, aunque claro le voy indicando que de a poco vaya aumentando el ritmo.
De los dos es Alejo el que la tiene más larga, no en vano ganó la apuesta, aunque la de Ciro es más gorda, por lo que podía disfrutar lo mejor de ambos mundos en esos dos chicos tan fervorosos y entusiastas.
Ciro también tiene más aguante, hasta le da el cuero para ponerme en cuatro y embestirme desde atrás. Para entonces Alejo está de nuevo en carrera, duro y empinado, así que se van alternando para darme de lo lindo.
Ahí sí que no se sacan ventaja, los dos me dan para que tenga, dejándome las nalgas pidiendo clemencia.
Resulta impactante que te cojan así, a dúo, pasándose la posta el uno al otro, sin darte ningún respiro, compensando la falta de experiencia con el entusiasmo y ese ardor juvenil que a veces resulta insustituible.
Aprovechando entonces que los dos están en su máximo esplendor, me decido a enseñarles que cuando somos tres un solo agujero no basta.
Me subo encima de Ciro y ensartándome en su verga con un rugido exultante de satisfacción, lo empiezo a cabalgar con todo el ímpetu que una mujer con la líbido desatada puede expresar.
Sin dejar de moverme, me echo hacía adelante, restregándole las tetas por toda la cara, y abriéndome la cola con una mano, le enseño a Alejo mi otro acceso, el posterior, el que siempre está receptivo a que le dé un buen uso. Giro la cabeza hacia él y le digo:
-Dale, vení, los quiero a los dos adentro...-
Sin dejarse intimidar, se acerca, me agarra bien fuerte de los cachetes y empieza a pasarme la lengua por todo el borde del ojete, animándose incluso a hundirse dentro. Lo hace bien, lubricándome toda la zona con abundante saliva. Luego me confesaría que había visto hacerlo de esa manera en videos porno, ya que ni él ni su amigo tenían experiencia rompiendo culos.
Se pone entonces tras de mí, me apoya la punta en el agujero y empuja hacia delante, firme, enérgico, vigoroso. Suelto un alarido de satisfacción cuándo los tengo por fin a los dos adentro.
-Ahora quiero que los dos se muevan..., al mismo tiempo...- les pido en un susurro casi inaudible.
Para no tener experiencia en dobles penetraciones, se complementan a la perfección, entrando y saliendo cada cual por un agujero, hundiéndose tan adentro, tan profundo, que me parece sentirlos rozándose en mi interior.
¡¡¡Eso es vivir!!! Si alguien me pregunta si vale la pena ser infiel, solo tengo que acordarme de momentos como éste. Momentos que marcan la diferencia y de los que ninguna mujer debería privarse.
No es la primera vez que me cojen entre dos, tampoco la última, pero cada una de ellas es distinta, especial. Me cojieron hasta entre cinco, pero dos es lo ideal, lo perfecto, la equivalencia de lo divino.
Por supuesto que no se aguantaron mucho más, la excitación era demasiada como para resistirse, por lo que enseguida sentí por ambos lados la ebullición de sendas descargas. La primera de Ciro, la segunda de Alejo. Yo también acabé, deshaciéndome entre medio de ambos en una agonía por demás exultante y deliciosa.
Terminamos bañados en sudor, sofocados, ahogados de placer, envueltos en esa neblina de ensueño que sobreviene luego del sexo.
-Chicos, tengo que decirles que me justificaron las vacaciones...- les digo y me echo a reír al pensar que aquella tendría que haber sido otra luna de miel y sin embargo estoy ahí, en la cama con dos desconocidos.
Pedimos unos tragos al servicio de habitaciones, ponemos música y armamos nuestra propia fiesta privada. Imagínense, los tres bailando desnudos, ellos con unas erecciones que empiezan a hacerse cada vez más vibrantes y notorias, y yo con las tetas rebotando con cada salto.
Vuelvo a chupárselas, haciéndoles garganta profunda, llenándome de verga hasta la tráquea. También les hago una turca a cada una, provocando exclamaciones de júbilo en ambos.
Alejo es el que se decide a iniciar una segunda ronda de garche. Se echa de espalda sobre la cama y hace que me le suba encima. Ciro es el que viene ahora por detrás, empalmándose a los movimientos de su amigo.
Está vez no tengo que hacerles ninguna indicación, lo que hacen, lo hacen de diez, como si cojerse a una mina entre los dos fuera cosa de todos los días.
Aprendieron rápido mis chicos. Por eso les regalo un final especial, el broche de oro para un encuentro que seguramente ambos recordarán por el resto de sus vidas.
Los hago salir de adentro mío, me levanto, hago que se levanten ellos también, y de rodillas entre los dos, les saco el forro a cada uno y empiezo a pajearlos. El chaca-chaca de la fricción se intensifica a medida que voy aumentando la velocidad de mis manos.
El primero en acabar es Ciro, soltando un lechazo que me cruza la cara de lado a lado. Y obvio que no fue solo uno, ya que llegó acompañado por varios más, todos bien cargados, pegajosos, prepotentes.
Alejo me apunta a las tetas, soltando también una carga igual de abundante y pesada.
Me daban ganas de probar un poquito, pero solo me trago la leche de mis amantes, hombres en los que confío, nunca de desconocidos, así que me quedé con las ganas. Igual me dejaron toda encremadita los pendejos.
Mi cuerpo fue el lienzo, y ellos los artistas que me pintaron de leche.
Luego de que se fueran, por la mañana, me dí un buen baño y me tomé algo para la resaca. Luego salí al pasillo y le pedí a la mucama del hotel que le hiciera una limpieza total a la habitación, como si estuvieran por llegar huéspedes nuevos. Le di una buena propina y bajé a desayunar, pese a que ya era casi el mediodía.
Miren que estoy acostumbrada a tener sexo del duro, pero la vitalidad de esos dos chicos, hizo mella en mi cuerpo, por lo que cuando la habitación estuvo lista subí a dormir una siesta.
Mi esposo llegó a la tarde, casi noche, con un bolso lleno de regalos, como para compensar su ausencia, pero mi enojo se había diluido entre el semen y el sudor de Ciro y Alejo. Además, si no hubiera sido por su desplante, no habría podido disfrutar de semejante combo, así que de alguna forma le estaba agradecida.
Por último, cuando los chicos se fueron en la mañana, me animé a preguntarles la edad. Mi cálculo inicial había Sido erróneo.
19 Ciro, 20 Alejo.
Me sentí más que nunca una MILF cuando me lo dijeron, de ahí el título del relato...
29 comentarios - Milf...