El lugar está mimetizado entre casas de familia.
De todos los sitios de prostitución que existen, hay uno que llama la atención, por su mimética fachada y por la forma como sus ‘chicas’ ofrecen sus servicios.
Cuando se le organiza la despedida de soltero a un amigo, un primo, un hermano o a cualquier hombre, se puede decir que se vale lo que sea porque es la última noche de soltería, la última noche en la que puede perderse con sus amigos en medio de una buena farra o disfrutar de un buen striptease y hasta de un último polvito con alguien que no sea su prometida —eso para los más osados—. Yo pensaba que ese “se vale lo que sea” tenía un límite, pero no, siempre habrá algo más para conocer y hasta disfrutar.
Hace poco, un amigo le estaba organizando la despedida de soltero a un primo; me llamó emocionado. Me contó que quería llevarse a su primo “de putas” y que mientras buscaba sitios para celebrar encontró uno en Teusaquillo que ofrecía los mismos servicios que los prostíbulos tradicionales del centro, solo que no eran mujeres, eran transexuales: “unas aguantan, otras sí son muy brusquitas”, dijo. Algo me picó por dentro, no sé si la curiosidad como hombre o mi curiosidad periodística.
Me tomó unas tres horas decidirme, pero finalmente marqué. El teléfono repicó unas tres veces y me contestó un hombre (o eso creo, tenía la voz algo gruesa). El misterioso personaje dijo que ellos trabajaban con transexuales, que la media hora valía 120.000 pesos y la hora completa 170.000; sus paquetes incluían masaje y el servicio sexual con la mujer que uno escogiera, y que si por algún motivo no deseaba tomar ningún servicio, debía pagar 30.000 pesos solo por el hecho de haber entrado y haber visto la carta de chicas —esa palabra suena horrible, pero es la que más cuadra con la situación—. Luego de la llamada pensé en aquel adagio popular: “untado el dedo, untada toda la mano”.
Fui una tarde de martes. Mientras caminaba pensaba en cómo sería, si sería limpio o no; lo que más me preocupaba era que alguna de esas “chicas” me fuera a gustar, porque sería algo extraño. Al llegar, me di cuenta que muchísimas veces había pasado por ese sitio, pero jamás pensé que fuera un prostíbulo. La fachada de la casa es normal, como cualquier casa de Teusaquillo, de esas antiguas, con el techo en punta y tejas naranjas.
Afuera había un carro negro, imagino que el del dueño o dueña del sitio. Si en esos momentos hubiera pasado algún policía, me hubiera pedido una requisa o algo por el estilo. Mi actitud era sospechosa. Miraba para todo lado, me aterraba la posibilidad de que algún conocido me reconociera entrando al lugar.
Me temblaban las piernas, las manos se me pusieron heladas, pero ya estaba ahí y no me iba a echar para atrás. Timbré, un hombre de unos 40 años me abrió de inmediato, saludó y me preguntó si venía por el servicio, dije que sí y me hizo seguir. Adentro la casa cambia totalmente. Está aromatizada con canela, hay varios maniquíes de mujeres vestidas y en las paredes se ven fotos de la dueña, quien también es transexual y atiende allí. La única diferencia es que cobra alrededor de doscientos mil pesos.
Me hicieron seguir a una sala como cualquiera, con alfombra, muebles, cuadros y porcelanas, lo que la hacía distinta era que tenía una bola y luces de discoteca. Me senté y me dijeron que esperara que ya las chicas salían a desfilar. Según me dijo el hombre, hay otras tres salas y la operación es la misma: ellas se exhiben, uno escoge a la chica, suben juntos al cuarto y es con ella con quien se habla del servicio.
No pasaron cinco minutos y entró la primera, una morena de unos 20 años, delgada y bajita, con un baby doll rojo y unas tangas del mismo color, sin mucho busto ni cola. Se acercó a mí, me saludó y empezó a ofrecerme sus servicios, dentro de los que estaban sexo oral, besos, caricias y hasta un masaje.
Mientras me hacía el ofrecimiento poco a poco fue sacando la anatomía que mi Dios le había dado para ser hombre. Cuando pasó eso, los nervios se volvieron a disparar y fue bastante incómodo; yo no había visto otro pipí en mi vida y menos en “una mujer”. Luego de ella empezaron a desfilar una tras otra. Dentro de ese grupo apareció una venezolana.
Se veía más alta que yo, era delgada pero tenía unas piernas lindas, senos y cola grande y me hizo el mismo ofrecimiento. Algunas sonreían, otras tenían lujuria y picardía en su rostro, como el caso de ‘Escarcha’ y ‘Alejandra’.
‘Escarcha’ fue la quinta en salir a desfilar. A decir verdad, es bonita, no parece un transexual, se ve como una mujer. Cuando estuvo frente a mí me dio la mano para saludarme y no me soltó mientras me ofrecía todos sus servicios, dio una vuelta cual reina de belleza, dijo “llámame”, sonrió y se fue.
La última fue Alejandra, ella sí me atacó con todo su arsenal. Llevaba unos tacones blancos altos, unas tangas y una malla blanca, se acercó, me dijo su nombre y su mano la puso derechito en mi entrepierna, acercó su cara a la mía y empezó a hablarme. Mientras eso pasaba mi adrenalina estuvo en su punto máximo, olvidé que era un transexual y pensaba únicamente que era una mujer de verdad, tenía mi mente en otra parte pero le mantenía la mirada clavada en los ojos. Cuando terminó de hacerme su ofrecimiento, pasó lo que no pensé: me dio un beso.
Así como lo leen y se lo imaginan, ella, muy directa, acercó sus labios y me robó un beso. Quedé muy sorprendido porque no esperaba que eso pasara. Después del beso dejó su aroma en mi camisa y la verdad olía muy rico.
‘Alejandra’ se fue con una sonrisa pícara y luego entró el hombre que me atendió toda la tarde a preguntarme con quién iba a estar, le dije que esta vez no, que solo había ido a averiguar porque tenía una despedida de soltero el viernes siguiente. No sé si algún día vuelva, creo que estas son de esas cosas que no todo el mundo hace, son de esas vivencias que quedan solo para uno y que más adelante podré recordar con algo de humor. Si vuelvo a ir, les contaré la historia.
by https://transbellaz.blogspot.com/
De todos los sitios de prostitución que existen, hay uno que llama la atención, por su mimética fachada y por la forma como sus ‘chicas’ ofrecen sus servicios.
Cuando se le organiza la despedida de soltero a un amigo, un primo, un hermano o a cualquier hombre, se puede decir que se vale lo que sea porque es la última noche de soltería, la última noche en la que puede perderse con sus amigos en medio de una buena farra o disfrutar de un buen striptease y hasta de un último polvito con alguien que no sea su prometida —eso para los más osados—. Yo pensaba que ese “se vale lo que sea” tenía un límite, pero no, siempre habrá algo más para conocer y hasta disfrutar.
Hace poco, un amigo le estaba organizando la despedida de soltero a un primo; me llamó emocionado. Me contó que quería llevarse a su primo “de putas” y que mientras buscaba sitios para celebrar encontró uno en Teusaquillo que ofrecía los mismos servicios que los prostíbulos tradicionales del centro, solo que no eran mujeres, eran transexuales: “unas aguantan, otras sí son muy brusquitas”, dijo. Algo me picó por dentro, no sé si la curiosidad como hombre o mi curiosidad periodística.
Me tomó unas tres horas decidirme, pero finalmente marqué. El teléfono repicó unas tres veces y me contestó un hombre (o eso creo, tenía la voz algo gruesa). El misterioso personaje dijo que ellos trabajaban con transexuales, que la media hora valía 120.000 pesos y la hora completa 170.000; sus paquetes incluían masaje y el servicio sexual con la mujer que uno escogiera, y que si por algún motivo no deseaba tomar ningún servicio, debía pagar 30.000 pesos solo por el hecho de haber entrado y haber visto la carta de chicas —esa palabra suena horrible, pero es la que más cuadra con la situación—. Luego de la llamada pensé en aquel adagio popular: “untado el dedo, untada toda la mano”.
Fui una tarde de martes. Mientras caminaba pensaba en cómo sería, si sería limpio o no; lo que más me preocupaba era que alguna de esas “chicas” me fuera a gustar, porque sería algo extraño. Al llegar, me di cuenta que muchísimas veces había pasado por ese sitio, pero jamás pensé que fuera un prostíbulo. La fachada de la casa es normal, como cualquier casa de Teusaquillo, de esas antiguas, con el techo en punta y tejas naranjas.
Afuera había un carro negro, imagino que el del dueño o dueña del sitio. Si en esos momentos hubiera pasado algún policía, me hubiera pedido una requisa o algo por el estilo. Mi actitud era sospechosa. Miraba para todo lado, me aterraba la posibilidad de que algún conocido me reconociera entrando al lugar.
Me temblaban las piernas, las manos se me pusieron heladas, pero ya estaba ahí y no me iba a echar para atrás. Timbré, un hombre de unos 40 años me abrió de inmediato, saludó y me preguntó si venía por el servicio, dije que sí y me hizo seguir. Adentro la casa cambia totalmente. Está aromatizada con canela, hay varios maniquíes de mujeres vestidas y en las paredes se ven fotos de la dueña, quien también es transexual y atiende allí. La única diferencia es que cobra alrededor de doscientos mil pesos.
Me hicieron seguir a una sala como cualquiera, con alfombra, muebles, cuadros y porcelanas, lo que la hacía distinta era que tenía una bola y luces de discoteca. Me senté y me dijeron que esperara que ya las chicas salían a desfilar. Según me dijo el hombre, hay otras tres salas y la operación es la misma: ellas se exhiben, uno escoge a la chica, suben juntos al cuarto y es con ella con quien se habla del servicio.
No pasaron cinco minutos y entró la primera, una morena de unos 20 años, delgada y bajita, con un baby doll rojo y unas tangas del mismo color, sin mucho busto ni cola. Se acercó a mí, me saludó y empezó a ofrecerme sus servicios, dentro de los que estaban sexo oral, besos, caricias y hasta un masaje.
Mientras me hacía el ofrecimiento poco a poco fue sacando la anatomía que mi Dios le había dado para ser hombre. Cuando pasó eso, los nervios se volvieron a disparar y fue bastante incómodo; yo no había visto otro pipí en mi vida y menos en “una mujer”. Luego de ella empezaron a desfilar una tras otra. Dentro de ese grupo apareció una venezolana.
Se veía más alta que yo, era delgada pero tenía unas piernas lindas, senos y cola grande y me hizo el mismo ofrecimiento. Algunas sonreían, otras tenían lujuria y picardía en su rostro, como el caso de ‘Escarcha’ y ‘Alejandra’.
‘Escarcha’ fue la quinta en salir a desfilar. A decir verdad, es bonita, no parece un transexual, se ve como una mujer. Cuando estuvo frente a mí me dio la mano para saludarme y no me soltó mientras me ofrecía todos sus servicios, dio una vuelta cual reina de belleza, dijo “llámame”, sonrió y se fue.
La última fue Alejandra, ella sí me atacó con todo su arsenal. Llevaba unos tacones blancos altos, unas tangas y una malla blanca, se acercó, me dijo su nombre y su mano la puso derechito en mi entrepierna, acercó su cara a la mía y empezó a hablarme. Mientras eso pasaba mi adrenalina estuvo en su punto máximo, olvidé que era un transexual y pensaba únicamente que era una mujer de verdad, tenía mi mente en otra parte pero le mantenía la mirada clavada en los ojos. Cuando terminó de hacerme su ofrecimiento, pasó lo que no pensé: me dio un beso.
Así como lo leen y se lo imaginan, ella, muy directa, acercó sus labios y me robó un beso. Quedé muy sorprendido porque no esperaba que eso pasara. Después del beso dejó su aroma en mi camisa y la verdad olía muy rico.
‘Alejandra’ se fue con una sonrisa pícara y luego entró el hombre que me atendió toda la tarde a preguntarme con quién iba a estar, le dije que esta vez no, que solo había ido a averiguar porque tenía una despedida de soltero el viernes siguiente. No sé si algún día vuelva, creo que estas son de esas cosas que no todo el mundo hace, son de esas vivencias que quedan solo para uno y que más adelante podré recordar con algo de humor. Si vuelvo a ir, les contaré la historia.
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5 comentarios - Mi primera vez en un prostíbulo transexual de Bogotá