Está conmigo María, con quien compartimos todos los secretos, en una reunión familiar en casa ajena de otra ciudad y otro país. Recordamos con la dueña de casa paseos juveniles, impetuosas excursiones a lugares tan paradisíacos entonces como ahora, aun con los cambios inexorables de los tiempos. Surgen fotos que presentan testimonio de esos años que atesoro en evocaciones vívidas de alegría.
La calidad es borrosa, no tanto por la erosión del papel sino por la calidad del equipo que nos permitían nuestros recursos hace más de tres décadas. Aun así, uno de esos cuadrados brillosos me sacude hasta el eje mismo de mí ser: allí posa Fernanda, nuestra anfitriona, frecuente presencia en mis anteriores relatos, indeclinable amiga, ardiente amante,compañía a la distancia de mi viaje vital.
Veo en los diluidos detalles su sonrisa insinuante, su fogoso cuerpo veinteañero recostado a la roca de una playa, expuesta en atrevida actitud su piel de mora mal cubierta por escasa tela… Fue como un mareo que me despertó el ansia de entregarme a sus deliciosos besos, a recorrerla con manos osadas, a susurrarle al oído los dichos más profanos que se le ocurren a mi imaginación frondosa y salaz.
Torrencial fue el flujo de recuerdos, como su respuesta a la primera vez que la invité,después de haber ido a bailar, a ceder a los goces de la lujuria: “tengo un espíritu muy puto”. O como poco después golpeaba su puerta del placer con mi pija, baqueta del tambor del deseo invocando a las deidades del vicio.
O la ducha de otra tarde cuando ella se aferraba al aplique para la toalla y yo empujaba mi carne en la suya. O sus exquisitas mamadas que yo acompañaba con mis propias lamidas de sus sabores íntimos y dedos invasores de agujeros golosos. O sus gritos repetidos ante mis embates desde atrás en su sensual idioma: “Que tesão, que tesão, que tesão!!!”. O el sexo grupal, multiplicador de delicias.
Me detuve en regodeo en la memoria de una vez que ya casi habíamos decidido dormir y solo dormir en su baja cama y ella dejó caer su mano (en un descuido, por supuesto…) sobre mi erección todavía guardada en una prenda íntima que no demoró en desaparecer del medio. ¡Ah, esa larga noche de sudorosa vigilia!
No dejé de repasar manoseos y duelo de lenguas en los semáforos de un camino que se hizo más interrumpido de lo que se debía. Apelé a la selección de las imágenes que se me venían y no dejé de darle rienda suelta a los anaqueles de mi mente que preservaban el recorrido de sus gloriosas tetas por toda mi cara, sus caricias en mis huevos, su aroma inconfundible que aún me embriaga…
No sé qué rumbos tomarán nuestros intrincados caminos pero en esa eternidad que no pasó de un soplo para los demás, reviví todo eso y más, mucho más. Recuperándome a la realidad, volví a mirar esa foto conla fantasía vigente de compartir de nuevo con ella nuevas calientes vivencias,otras complicidades pícaras, los desenfrenos por venir llenos de renovados e implacables orgasmos.
La calidad es borrosa, no tanto por la erosión del papel sino por la calidad del equipo que nos permitían nuestros recursos hace más de tres décadas. Aun así, uno de esos cuadrados brillosos me sacude hasta el eje mismo de mí ser: allí posa Fernanda, nuestra anfitriona, frecuente presencia en mis anteriores relatos, indeclinable amiga, ardiente amante,compañía a la distancia de mi viaje vital.
Veo en los diluidos detalles su sonrisa insinuante, su fogoso cuerpo veinteañero recostado a la roca de una playa, expuesta en atrevida actitud su piel de mora mal cubierta por escasa tela… Fue como un mareo que me despertó el ansia de entregarme a sus deliciosos besos, a recorrerla con manos osadas, a susurrarle al oído los dichos más profanos que se le ocurren a mi imaginación frondosa y salaz.
Torrencial fue el flujo de recuerdos, como su respuesta a la primera vez que la invité,después de haber ido a bailar, a ceder a los goces de la lujuria: “tengo un espíritu muy puto”. O como poco después golpeaba su puerta del placer con mi pija, baqueta del tambor del deseo invocando a las deidades del vicio.
O la ducha de otra tarde cuando ella se aferraba al aplique para la toalla y yo empujaba mi carne en la suya. O sus exquisitas mamadas que yo acompañaba con mis propias lamidas de sus sabores íntimos y dedos invasores de agujeros golosos. O sus gritos repetidos ante mis embates desde atrás en su sensual idioma: “Que tesão, que tesão, que tesão!!!”. O el sexo grupal, multiplicador de delicias.
Me detuve en regodeo en la memoria de una vez que ya casi habíamos decidido dormir y solo dormir en su baja cama y ella dejó caer su mano (en un descuido, por supuesto…) sobre mi erección todavía guardada en una prenda íntima que no demoró en desaparecer del medio. ¡Ah, esa larga noche de sudorosa vigilia!
No dejé de repasar manoseos y duelo de lenguas en los semáforos de un camino que se hizo más interrumpido de lo que se debía. Apelé a la selección de las imágenes que se me venían y no dejé de darle rienda suelta a los anaqueles de mi mente que preservaban el recorrido de sus gloriosas tetas por toda mi cara, sus caricias en mis huevos, su aroma inconfundible que aún me embriaga…
No sé qué rumbos tomarán nuestros intrincados caminos pero en esa eternidad que no pasó de un soplo para los demás, reviví todo eso y más, mucho más. Recuperándome a la realidad, volví a mirar esa foto conla fantasía vigente de compartir de nuevo con ella nuevas calientes vivencias,otras complicidades pícaras, los desenfrenos por venir llenos de renovados e implacables orgasmos.
9 comentarios - Una foto, una simple foto
" en esa eternidad que no pasó de un soplo para los demás, reviví todo eso y más, mucho más. "