El reencuentro con Bruno se dió de manera fortuita.
Fue justo antes de Navidad. Mi marido es un fervoroso amante de los libros, por lo que tenía pensado regalarle alguno nuevo que haya salido. Fue ahí que me lo encontré.
Estaba en el Ateneo, hojeando la última novela de Isabel Allende, cuándo siento que alguien se me acerca y me susurra por detrás:
-¿Me creerías si te digo que anoche soñé con vos?-
Me doy vuelta y ahí está, Bruno, a quién no veo desde la fiesta de Halloween del año pasado..
Resultan sorprendentes las emociones, ya que aunque siempre tendrá un lugar especial en mi corazón, tenerlo enfrente activó en mí una serie de sensaciones que ya creía superadas.
Después de todo, y aunque él no estuviera enterado, somos padres, tenemos un hijo en común, por lo que nuestros caminos siempre van a terminar cruzándose.
-¿Me soñaste de gatita?- le pregunto en alusión al disfraz que tenía puesto en aquella ocasión.
-De leona más bien- se sonríe.
Cierro el libro, lo dejo en su estante y comenzamos a recorrer juntos los pasillos de el Ateneo.
-Me enteré por lo que estás pasando, debe ser jodido-
Por conocidos en común me había enterado que se estaba divorciando de su esposa de una forma no muy amistosa, hasta con denuncias de violencia de género de por medio. Lo último que sabía es que le habían impuesto una perimetral.
-Es complicado, sobre todo para los chicos, pero bueno, verte me alivia la tensión-
Lo miro y anticipándome a cualquier intención de su parte, le advierto:
-Mirá que no vamos a cojer, eh-
-Que feo concepto tenés de mí- se ríe -¿Te parece que puedo estar de ánimo como para echar un polvo? Vos lo dijiste, estoy en un momento jodido-
-Te conozco Bruno- hubiera agregado "soy la madre de tu hijo", pero creía que ése no era el momento ni el lugar.
Seguimos recorriendo los diferentes pisos y galerías, mirando los libros que nos interesan, y aunque yo había dicho que no pasaría y él que no estaba de ánimo, luego de realizar nuestras respectivas compras, salimos de la librería y vamos a un telo.
Ya dije que encontrarme con el padre de mi hijo, reavivó ciertas sensaciones que no pude reprimir. Aunque mi aceptación a acompañarlo a un albergue transitorio, tuvo que ver más con mi necesidad de contarle de una vez por todas la verdad, que con las ganas de volver a cojérmelo. Aunque lo cierto es que un poco de ganas tenía, jajaja...
De un tiempo a ésta parte, me empecé a dar cuenta del evidente parecido del Ro con él. Lo noté sobre todo aquella noche de Halloween. Esa fue una de las razones por las que le había insistido tanto a mi marido para que dejara la empresa en la que trabajaban juntos y se independizara, no está bueno que tú hijo se parezca más a tu compañero de trabajo que a vos, que supuestamente sos el padre.
Ése había sido uno de mis mayores miedos desde que supe que estaba embarazada de Bruno. Y se hizo realidad. El Ro es el vivo retrato de su papá, de su verdadero papá. Fue entonces que me di cuenta de que debía decírselo. Se merecía saber que tenía un hijo, otro aparte de los que ya tiene con su esposa.
Mientras nos besábamos en la habitación del telo, sintiendo como sus manos buscaban los puntos más vulnerables de mi anatomía, me debatía entre la confesión y el secretismo. Trataba de evaluar los pro y los contra de decírselo o seguir ocultándoselo. Finalmente, mientras le chupaba la pija, me detengo y mirándolo sin soltársela, le digo:
-Tengo que decirte algo...-
-¿No puede esperar?- me pregunta con la excitación marcando cada una de sus palabras.
-Es que..., es algo que debí decirte hace tiempo, y..., ya no puedo guardármelo más...-
-¿Que es? Dale, decímelo y me la seguís chupando- me apura.
Me muerdo la lengua, el labio inferior, lucho contra mis inseguridades, hasta que decido jugármela y se lo digo así, directo, sin filtro. Sin anestesia.
-Rodrigo es hijo tuyo...-
¿Cómo puede llegar a reaccionar un hombre que se entera de su paternidad de esa manera? Me sorprende que la primera reacción que tiene sea que se le ponga más dura la pija. Hasta ese momento la tenía todavía medio morcillona, pero al enterarse que me había embarazado, como que se le subió toda la sangre de repente.
Aún así, creí que ahí se terminaba el garche, que ahora empezarían las preguntas.
¿Que porque había esperado tanto tiempo? ¿Que porque se lo decía justo ahora? ¿Que si estaba segura que era de él? Hasta me imaginé que me reclamaría un test de paternidad.
Estaba preparada para responderle todo, incluso hasta para rechazar cualquier acusación que pudiera hacerme. Pero no pasó nada de eso. No me preguntó ni me acusó de nada.
Mirándome con un fulgor renovado, me agarra de los brazos, me arrastra encima suyo y metiéndome la pija, entra a cogerme como si la noticia de que me había llenado el bombo, fuera lo que necesitaba para revitalizar su alicaída líbido en estos días de divorcio.
Me agarra clavándome bien los dedos en las nalgas y me bombea con un entusiasmo y fervor que ni me imaginaba un rato antes, cuándo le estaba confesando que en uno de esos apasionados encuentros de amantes que tuvimos hace ya varios años, me hizo un hijo.
Nos besamos, nos chupeteamos, sin dejar de movernos, él hacía arriba, yo hacía abajo, chocando, golpeándonos con fuerza, con estrépito, buscando amalgamar nuestros cuerpos en la forma más íntima posible.
Me busca las tetas y me las chupa, me las muerde, esas mismas tetas con las que amamanté al hijo que recién se está enterando que tiene. Se acurruca ahí en mi seno, en la profunda hondonada que forman mis pechos, y aspira profundamente, embriagándose con la fragancia de mi piel. Y ahí, en ese preciso instante, sintiéndolo más cerca que nunca, llenándome de él, acabo. Me echo un polvo que me hace comprender, una vez más, porque tengo un hijo suyo.
Me desvanezco entre sus brazos, sintiendo como todo mi cuerpo se diluye en un torrente vivo y tumultuoso, como si todos los polvos de nuestras cojidas anteriores, fuesen apenas el esbozo de lo que estamos sintiendo en ese momento.
Él también acaba, me llena de leche con una fuerza y caudal tales que delatan lo ocupado que lo tiene el tema del divorcio. Se nota que no la pone desde hace varios días. Y justo vino a encontrarse conmigo.
-Quizás le hayamos hecho un hermanito al Ro...- le digo tras un largo y apasionado beso, sintiendo todavía dentro mío la efervescencia de su acabada.
Bruno me mira y se sonríe nervioso.
-Es un chiste- le aclaro rápidamente, devolviéndole el alma al cuerpo -Ahora me estoy cuidando-
Esa vez con mi marido estábamos buscando tener un hijo, había dejado de tomar anticonceptivos, por lo que mi fertilidad estaba en su momento más álgido. Fue ahí que estuve con Bruno. Y así, el que me terminó embarazando no fue mi marido, sino su compañero de trabajo.
-No puedo creer que Rodrigo sea hijo mío- repone luego, con esa calma que solo te puede proporcionar un buen polvo.
-No pienses que voy a hacerte algún reclamo, no es por eso que te lo dije- me defiendo ante cualquier posible arrebato de su parte.
-No, ya sé que no, pero igual contá conmigo para lo que sea- se ofrece, paternal, solidario.
Me había alejado de Bruno cuándo quedé embarazada, ya que desde el primer momento supe que ése hijo era suyo. Las mujeres sabemos esas cosas. Por eso no quería confundir mi estado, la ebullición hormonal de ese momento, con algo de lo que podría arrepentirme más adelante.
Amo a mi marido, no me imagino lejos de él, pero tener un hijo con otro hombre hace que se te mueva hasta el cimiento más firme.
Tirados en la cama, de espalda, nos miramos a través del espejo del techo, sin decirnos nada. Recuperamos fuerzas mientras asimilamos ese nuevo estado que asume nuestra relación. Ya no somos simplemente amantes.
-Lo mejor en éste momento, para vos, para mí y sobre todo para Rodri, es que ésto no salga de nosotros- rompe el silencio Bruno, conciliador.
-Yo pienso lo mismo- coincido -El papá del Ro es M...(por mi marido), pero me siento mucho mejor ahora que te lo dije, como si me hubiera sacado un gran peso de encima-
-Debió ser complicado para vos estar guardando el secreto tanto tiempo, ¿cuánto tiene Rodrigo ya, seis, siete?-
-Cumple ocho en marzo-
-¡La pucha, como pasa el tiempo!- exclama.
Se gira hacia mí y me besa. Un beso largo y profundo, cálido, jugoso. Siento sus dedos deslizándose por entre mis piernas y hundirse en mi interior, provocando que mi cuerpo vuelva a encenderse. Se echa entonces adelante y me clava también la lengua, poniéndome la concha en un estado desesperante.
Por suerte no le dedica a la chupada más tiempo del necesario, porque tengo ganas de pija. Me urge tenerlo adentro de nuevo, así que me abro de piernas, invitándolo a que vuelva a metérmela.
Se me sube encima y me da lo que quiero, lo que tanto necesito, lo que más anhelo. Volvemos a cojernos con furia, con ahínco, con frenesí, deslizándonos el uno dentro del otro, fluyendo hasta dónde ya no puede metérmela más.
Me gustan esos empujones bien profundos, insistentes, rompedores, que parecen querer demolerme la matriz.
Me entrego por completo, ofrendándole mi humedad y mis suspiros, mezclando mi sudor con el suyo, dando y recibiendo, calientes, impetuosos, infatigables.
Una clavada más, fuerte, profunda y estallo en un orgasmo que me hace vibrar hasta la última vértebra del cuerpo. Al sentir mi placer, Bruno se hunde dentro mío un poco más, como queriendo llenarme hasta el último rincón posible.
Me quedo un momento como ida, disfrutando tremendo polvo, lapso que aprovecha para salirse y duro como está todavía, me pone de costado y me la clava por atrás.
Mi culito no se resiste, se abre cómplice y permisivo, albergando en su interior todo ese tubazo rebosante de vigor y testosterona.
Bruno se pega a mi espalda, se adhiere a mi piel y me machaca con todo, me surte de lo lindo, destapando a combazo limpio ese conducto que ya tenía un poco relegado.
Siempre resulta necesaria una buena culeada, sobre todo con una verga de esas proporciones, que te abre al límite de la fisura, rompiéndote de una forma dolorosa y exquisita a la vez.
Acabamos juntos. Yo desde mi centro neurálgico de placer, él adentro de mi culo, volviéndome a llenar de leche, como si el haberse enterado que soy la madre de su hijo lo habilitara para hacer de mis agujeros los cálices de su simiente.
Por un momento creí que tal novedad impactaría de un modo negativo en nuestra relación, pero ahí estábamos, echándonos otro polvo. Y por lo que llegaba a sentir, mucho más abundante que el anterior.
Ya con la pasión más amainada, hablamos un largo rato, llegando a la conclusión de que lo mejor es que tal información quedé solo entre nosotros dos. Somos sus padres y sabemos que en algún momento tendrá que saber la verdad.
Eso sí, me hizo prometerle que para su fiesta de ocho, debían estar sus hijos. Algo de lo que ya me ocuparé en su momento.
Supongo que de alguna forma el Ro va a tener que empezar a relacionarse con ellos, primero como amiguitos, más adelante ya como hermanos.
Sé que se trata de una situación delicada, una bomba de tiempo que va a detonar en su momento y que puede llegar a hacer trizas mi matrimonio, pero no busqué quedarme embarazada de otro hombre, esa es la verdad, fue algo que se dió, y de lo que, viendo al Ro cada día, no me arrepiento...
Fue justo antes de Navidad. Mi marido es un fervoroso amante de los libros, por lo que tenía pensado regalarle alguno nuevo que haya salido. Fue ahí que me lo encontré.
Estaba en el Ateneo, hojeando la última novela de Isabel Allende, cuándo siento que alguien se me acerca y me susurra por detrás:
-¿Me creerías si te digo que anoche soñé con vos?-
Me doy vuelta y ahí está, Bruno, a quién no veo desde la fiesta de Halloween del año pasado..
Resultan sorprendentes las emociones, ya que aunque siempre tendrá un lugar especial en mi corazón, tenerlo enfrente activó en mí una serie de sensaciones que ya creía superadas.
Después de todo, y aunque él no estuviera enterado, somos padres, tenemos un hijo en común, por lo que nuestros caminos siempre van a terminar cruzándose.
-¿Me soñaste de gatita?- le pregunto en alusión al disfraz que tenía puesto en aquella ocasión.
-De leona más bien- se sonríe.
Cierro el libro, lo dejo en su estante y comenzamos a recorrer juntos los pasillos de el Ateneo.
-Me enteré por lo que estás pasando, debe ser jodido-
Por conocidos en común me había enterado que se estaba divorciando de su esposa de una forma no muy amistosa, hasta con denuncias de violencia de género de por medio. Lo último que sabía es que le habían impuesto una perimetral.
-Es complicado, sobre todo para los chicos, pero bueno, verte me alivia la tensión-
Lo miro y anticipándome a cualquier intención de su parte, le advierto:
-Mirá que no vamos a cojer, eh-
-Que feo concepto tenés de mí- se ríe -¿Te parece que puedo estar de ánimo como para echar un polvo? Vos lo dijiste, estoy en un momento jodido-
-Te conozco Bruno- hubiera agregado "soy la madre de tu hijo", pero creía que ése no era el momento ni el lugar.
Seguimos recorriendo los diferentes pisos y galerías, mirando los libros que nos interesan, y aunque yo había dicho que no pasaría y él que no estaba de ánimo, luego de realizar nuestras respectivas compras, salimos de la librería y vamos a un telo.
Ya dije que encontrarme con el padre de mi hijo, reavivó ciertas sensaciones que no pude reprimir. Aunque mi aceptación a acompañarlo a un albergue transitorio, tuvo que ver más con mi necesidad de contarle de una vez por todas la verdad, que con las ganas de volver a cojérmelo. Aunque lo cierto es que un poco de ganas tenía, jajaja...
De un tiempo a ésta parte, me empecé a dar cuenta del evidente parecido del Ro con él. Lo noté sobre todo aquella noche de Halloween. Esa fue una de las razones por las que le había insistido tanto a mi marido para que dejara la empresa en la que trabajaban juntos y se independizara, no está bueno que tú hijo se parezca más a tu compañero de trabajo que a vos, que supuestamente sos el padre.
Ése había sido uno de mis mayores miedos desde que supe que estaba embarazada de Bruno. Y se hizo realidad. El Ro es el vivo retrato de su papá, de su verdadero papá. Fue entonces que me di cuenta de que debía decírselo. Se merecía saber que tenía un hijo, otro aparte de los que ya tiene con su esposa.
Mientras nos besábamos en la habitación del telo, sintiendo como sus manos buscaban los puntos más vulnerables de mi anatomía, me debatía entre la confesión y el secretismo. Trataba de evaluar los pro y los contra de decírselo o seguir ocultándoselo. Finalmente, mientras le chupaba la pija, me detengo y mirándolo sin soltársela, le digo:
-Tengo que decirte algo...-
-¿No puede esperar?- me pregunta con la excitación marcando cada una de sus palabras.
-Es que..., es algo que debí decirte hace tiempo, y..., ya no puedo guardármelo más...-
-¿Que es? Dale, decímelo y me la seguís chupando- me apura.
Me muerdo la lengua, el labio inferior, lucho contra mis inseguridades, hasta que decido jugármela y se lo digo así, directo, sin filtro. Sin anestesia.
-Rodrigo es hijo tuyo...-
¿Cómo puede llegar a reaccionar un hombre que se entera de su paternidad de esa manera? Me sorprende que la primera reacción que tiene sea que se le ponga más dura la pija. Hasta ese momento la tenía todavía medio morcillona, pero al enterarse que me había embarazado, como que se le subió toda la sangre de repente.
Aún así, creí que ahí se terminaba el garche, que ahora empezarían las preguntas.
¿Que porque había esperado tanto tiempo? ¿Que porque se lo decía justo ahora? ¿Que si estaba segura que era de él? Hasta me imaginé que me reclamaría un test de paternidad.
Estaba preparada para responderle todo, incluso hasta para rechazar cualquier acusación que pudiera hacerme. Pero no pasó nada de eso. No me preguntó ni me acusó de nada.
Mirándome con un fulgor renovado, me agarra de los brazos, me arrastra encima suyo y metiéndome la pija, entra a cogerme como si la noticia de que me había llenado el bombo, fuera lo que necesitaba para revitalizar su alicaída líbido en estos días de divorcio.
Me agarra clavándome bien los dedos en las nalgas y me bombea con un entusiasmo y fervor que ni me imaginaba un rato antes, cuándo le estaba confesando que en uno de esos apasionados encuentros de amantes que tuvimos hace ya varios años, me hizo un hijo.
Nos besamos, nos chupeteamos, sin dejar de movernos, él hacía arriba, yo hacía abajo, chocando, golpeándonos con fuerza, con estrépito, buscando amalgamar nuestros cuerpos en la forma más íntima posible.
Me busca las tetas y me las chupa, me las muerde, esas mismas tetas con las que amamanté al hijo que recién se está enterando que tiene. Se acurruca ahí en mi seno, en la profunda hondonada que forman mis pechos, y aspira profundamente, embriagándose con la fragancia de mi piel. Y ahí, en ese preciso instante, sintiéndolo más cerca que nunca, llenándome de él, acabo. Me echo un polvo que me hace comprender, una vez más, porque tengo un hijo suyo.
Me desvanezco entre sus brazos, sintiendo como todo mi cuerpo se diluye en un torrente vivo y tumultuoso, como si todos los polvos de nuestras cojidas anteriores, fuesen apenas el esbozo de lo que estamos sintiendo en ese momento.
Él también acaba, me llena de leche con una fuerza y caudal tales que delatan lo ocupado que lo tiene el tema del divorcio. Se nota que no la pone desde hace varios días. Y justo vino a encontrarse conmigo.
-Quizás le hayamos hecho un hermanito al Ro...- le digo tras un largo y apasionado beso, sintiendo todavía dentro mío la efervescencia de su acabada.
Bruno me mira y se sonríe nervioso.
-Es un chiste- le aclaro rápidamente, devolviéndole el alma al cuerpo -Ahora me estoy cuidando-
Esa vez con mi marido estábamos buscando tener un hijo, había dejado de tomar anticonceptivos, por lo que mi fertilidad estaba en su momento más álgido. Fue ahí que estuve con Bruno. Y así, el que me terminó embarazando no fue mi marido, sino su compañero de trabajo.
-No puedo creer que Rodrigo sea hijo mío- repone luego, con esa calma que solo te puede proporcionar un buen polvo.
-No pienses que voy a hacerte algún reclamo, no es por eso que te lo dije- me defiendo ante cualquier posible arrebato de su parte.
-No, ya sé que no, pero igual contá conmigo para lo que sea- se ofrece, paternal, solidario.
Me había alejado de Bruno cuándo quedé embarazada, ya que desde el primer momento supe que ése hijo era suyo. Las mujeres sabemos esas cosas. Por eso no quería confundir mi estado, la ebullición hormonal de ese momento, con algo de lo que podría arrepentirme más adelante.
Amo a mi marido, no me imagino lejos de él, pero tener un hijo con otro hombre hace que se te mueva hasta el cimiento más firme.
Tirados en la cama, de espalda, nos miramos a través del espejo del techo, sin decirnos nada. Recuperamos fuerzas mientras asimilamos ese nuevo estado que asume nuestra relación. Ya no somos simplemente amantes.
-Lo mejor en éste momento, para vos, para mí y sobre todo para Rodri, es que ésto no salga de nosotros- rompe el silencio Bruno, conciliador.
-Yo pienso lo mismo- coincido -El papá del Ro es M...(por mi marido), pero me siento mucho mejor ahora que te lo dije, como si me hubiera sacado un gran peso de encima-
-Debió ser complicado para vos estar guardando el secreto tanto tiempo, ¿cuánto tiene Rodrigo ya, seis, siete?-
-Cumple ocho en marzo-
-¡La pucha, como pasa el tiempo!- exclama.
Se gira hacia mí y me besa. Un beso largo y profundo, cálido, jugoso. Siento sus dedos deslizándose por entre mis piernas y hundirse en mi interior, provocando que mi cuerpo vuelva a encenderse. Se echa entonces adelante y me clava también la lengua, poniéndome la concha en un estado desesperante.
Por suerte no le dedica a la chupada más tiempo del necesario, porque tengo ganas de pija. Me urge tenerlo adentro de nuevo, así que me abro de piernas, invitándolo a que vuelva a metérmela.
Se me sube encima y me da lo que quiero, lo que tanto necesito, lo que más anhelo. Volvemos a cojernos con furia, con ahínco, con frenesí, deslizándonos el uno dentro del otro, fluyendo hasta dónde ya no puede metérmela más.
Me gustan esos empujones bien profundos, insistentes, rompedores, que parecen querer demolerme la matriz.
Me entrego por completo, ofrendándole mi humedad y mis suspiros, mezclando mi sudor con el suyo, dando y recibiendo, calientes, impetuosos, infatigables.
Una clavada más, fuerte, profunda y estallo en un orgasmo que me hace vibrar hasta la última vértebra del cuerpo. Al sentir mi placer, Bruno se hunde dentro mío un poco más, como queriendo llenarme hasta el último rincón posible.
Me quedo un momento como ida, disfrutando tremendo polvo, lapso que aprovecha para salirse y duro como está todavía, me pone de costado y me la clava por atrás.
Mi culito no se resiste, se abre cómplice y permisivo, albergando en su interior todo ese tubazo rebosante de vigor y testosterona.
Bruno se pega a mi espalda, se adhiere a mi piel y me machaca con todo, me surte de lo lindo, destapando a combazo limpio ese conducto que ya tenía un poco relegado.
Siempre resulta necesaria una buena culeada, sobre todo con una verga de esas proporciones, que te abre al límite de la fisura, rompiéndote de una forma dolorosa y exquisita a la vez.
Acabamos juntos. Yo desde mi centro neurálgico de placer, él adentro de mi culo, volviéndome a llenar de leche, como si el haberse enterado que soy la madre de su hijo lo habilitara para hacer de mis agujeros los cálices de su simiente.
Por un momento creí que tal novedad impactaría de un modo negativo en nuestra relación, pero ahí estábamos, echándonos otro polvo. Y por lo que llegaba a sentir, mucho más abundante que el anterior.
Ya con la pasión más amainada, hablamos un largo rato, llegando a la conclusión de que lo mejor es que tal información quedé solo entre nosotros dos. Somos sus padres y sabemos que en algún momento tendrá que saber la verdad.
Eso sí, me hizo prometerle que para su fiesta de ocho, debían estar sus hijos. Algo de lo que ya me ocuparé en su momento.
Supongo que de alguna forma el Ro va a tener que empezar a relacionarse con ellos, primero como amiguitos, más adelante ya como hermanos.
Sé que se trata de una situación delicada, una bomba de tiempo que va a detonar en su momento y que puede llegar a hacer trizas mi matrimonio, pero no busqué quedarme embarazada de otro hombre, esa es la verdad, fue algo que se dió, y de lo que, viendo al Ro cada día, no me arrepiento...
19 comentarios - En el nombre del padre...
El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Y quizá veamos, como a muchos, se le caen las piedras de las manos.