Mi primita Luna (Incesto)
Mis tíos Zulma y Cacho me recibían todos los veranos en su inmensa casa de campo, y yo no podía negarme. Desde los 5 años que voy, y siempre quedo maravillado con los caballos del tío, la tremenda piscina ubicada cerca de una arboleda preciosa, las comidas exquisitas de la tía, y con todo ese olor a tierra mojada, a flores atardeciendo y a la miel de las colmenas que daban fin a un patio interminable. Me fascinaba el silencio solo interrumpido por los grillos, las aves, el silbo del viento en las copas de los árboles frondosos, las copiosas lluvias, o por el arrollo que colinda con la casa.
Yo no estaba solo. Mis tíos tenían una hija llamada Luna. Me llevaba dos años, y casualmente nació un 22 de diciembre, al igual que yo. Era muy inquieta y siempre insistía con los cuentos de terror del tío por las noches, aunque después no se pudiera dormir.
Jugábamos hasta que el cuerpo no nos servía ni para descansar. Atesoraba una sonrisa que embellecía aún más su rostro de niña pícara. Le encantaban los alfajores tanto como ensuciarse, y no le gustaba la sopa. Casi siempre andábamos descalzos, ella en shortcito o bombachita, y yo en calzoncillo o maya. Nada debía privarnos del sol, del aire fresco y de la pureza de la libertad en la piel.
Recuerdo que la tía a veces retaba a Luna porque, en el afán de no parar de jugar, por ahí se hacía pis encima. Luna odiaba mi carcajada burlesca, y en ocasiones me corría para pegarme o hacerme caer en el barro. No lo hacía de malo. Es que me encantaba el enrojecer de sus cachetes cuando se enojaba. Si la tía no notaba que mi prima se había hecho pis, seguíamos jugando como si nada, y eso parecía enfurecer aún más a mi primita.
Cuando ella cumplió 10 y yo 8, empezamos sin querer a jugar a cosas un tanto peligrosas para ser niños. Pero las cosquillitas que nos invadía el cuerpo cuando nos dábamos besos en la boca nos inyectaba un placer desconocido. Siempre nos escondíamos en la arboleda por si los tíos nos pescaban.
Nada nos entusiasmaba tanto como corretearnos por el campo, entre pastizales y alambradas hasta caernos bajo un sauce magnífico en el que nos besábamos como sin poder despegarnos, y ella me decía que me amaba. Ella me explicaba que a eso juegan los tíos a la noche, o por la siesta. yo, naturalmente le hacía caso en todo, por ser la mayor.
Ese fue el último verano que compartimos siendo niños. Aquel año el tío Cacho decidió que Luna debía ir al mismo colegio para señoritas, al que asistieron todas las mujeres de la familia. Para eso Luna tuvo que irse a vivir a lo de mis abuelos, en la ciudad. Mis tíos iban a verla una vez por mes, pero a mí se me hacía difícil. Mis padres estaban peleados a muerte con ellos, y con un juicio mediante por asuntos de negocios, los cuales no tenía la capacidad de entenderlos por mi corta edad. En los veranos Luna y sus amigas nuevas iban al club, a la pile de alguna de ellas o a la heladería. Yo seguía feliz en lo de mis tíos, andando a caballo, ansioso por las empanadas o los guisos de la tía, y con todo el tiempo del mundo. Pero una angustia en el pecho a veces no me dejaba respirar. Especialmente por las noches. Luna no estaba, y enero no resplandecía igual para mí. Llegué a pensar que me había enamorado de ella por como la añoraba. Pero me sentía un idiota novelero por sentir eso. ¿Menos mal que nadie podía ahondar en mis pensamientos, porque hubiese quedado como un bobo con el tío!
A los 13 empecé a dormir en su pieza, para estar más cerca del baño. me acuerdo que una noche, buscando un libro de leyendas universales, abrí un cajón lleno de ropa interior de Luna, y entonces examiné cada una de sus bombachas, corpiños y medias. Me fui a la cama con un corpiñito rojo y una bombachita usada. Tenía el dibujo de una gatita en la parte de la cola, y adelante el resabio de su olorcito a pipí que nunca olvidé. Creo que me hice como 7 pajas con su nombre en los labios, su ropita contra mi verga y su imagen en la foto de un ancho cuadro que parecía pedirme que no pare. Eran mis primeras pajas, mis primeros derrames seminales, y los sofocones más cortos de mi vida. Había aprendido a tocarme la verga sin haber visto realmente cómo se hacía, pero de igual forma lo disfrutaba.
La tía una noche me descubrió, y en vez de regañarme me dijo con aire amistoso: ¡Yo también extraño a Lunita… ¡Pero no sé si a vos te hace bien dormir rodeado de sus cosas!
Esa noche me fijé por primera vez en las tetas de la tía, que solo tenía un pantalón corto, y en cuanto cerró la puerta le dediqué una paja mortal. Sabía que no era correcto, pero ella nunca se iba a enterar. Soñaba con Luna y amanecía con un palo terrible, o todo acabado. No tenía razón de ser, porque no sabía nada de ella. Solo lo que los tíos me contaban de sus cartas.
A mis 14 la tía me pescó pajeándome con una bombacha de Luna puesta, y creo que no pensó en lo que hizo.
¡Perdón hijo… es que… sólo venía a cerrarte la ventana por la tormenta… pero… al parecer ni escuchaste los ruidos! ¿Vos, qué hacés así, tan calentito nene?, balbuceó, y me tocó la pija. Luego subió y bajó envolviendo mi tronco con su mano, apretando y deteniéndose un poco en mi glande para jugar con su pulgar, mientras decía: ¡Largala toda, ensuciale la bombachita a Luna con tu leche nenito, ¡qué caliente estás, dale, acabate todo!
La tía se mordía los labios y hacía grandes esfuerzos por no tocarse la tuna por debajo de su pantalón gastado habitual. Tenía los pezones hinchados, desnudos y tan mamables que, no quería dejar de mirárselos.
Cuando acabé me sacó la bombacha, la olió con sutileza y se la llevó diciendo que mañana hablaríamos en privado. Pero eso jamás pasó.
La tía me pajeó un par de veces más, siempre entrando al cuarto con alguna excusa. Cuando cumplí los 15, tuve el mejor regalo de navidad de mi vida. El tío Cacho leyó en voz alta una carta de Luna en la que nos contaba que, por su indisciplina, su desinterés por la religión y por algunos sucesos inmorales, el colegio no la contaría entre sus alumnas el año siguiente. Cacho y Zulma no estaban tan de acuerdo con esa enseñanza, por lo que entonces Luna volvió al campo. A ellos parecía no incomodarles los pormenores de la carta, ni las malas notas de Luna, ni las firmas en el acta de disciplina que parecía coleccionar. Más bien se mostraban orgullosos, o tal vez, felices de que al fin Luna volvía a casa.
Recién nos encontramos el 2 de enero. Cuando la vi me emocioné al punto de no poder hablarle. Estaba radiante, morocha con el pelo suelto, con una remera escotada colorinche que mostraba el desarrollo de sus tetas, un jean ajustado con tachas en la cintura, con sus ojos negros húmedos de alegría, con un aroma distinto y ensordecedor, y con una caja de alfajores en la mano. Su voz hizo que se me pare y se me moje la punta del pito de inmediato, apenas me abrazó y pronunció en mi oído: ¡¿Cómo está mi primito favorito? ¿Me extrañaste mucho pendejito hermoso?!
Me besó el cuello, y hasta me manoteó el paquete con asombroso disimulo. Creo que los tíos se dieron cuenta porque, ambos se rieron y nos dejaron solos. Me pidió que la ayude a llevar su equipaje a su pieza, y acepté al borde de acabarme todo por el contacto de su piel. Cuando entramos ella trabó la puerta con uno de los bolsos y dijo ¡Esperame que me cambio y vamos a comer! ¿Sí?
Sin otra alternativa que esa, me senté en la cama mientras ella se quitaba los zapatos, el pantalón, la remera y el corpiño, a la vez que decía: ¡Che nene, estás re grande vos eh, pegaste un lindo estirón me parece… deben estar contentas tus compañeritas en la escuela… espero que no te dé vergüenza verme en bombacha!
Me reí, y le hablé de uno de los caballos que estaba medio enfermo. Ella pareció no escucharme.
¡Nunca me mandaste ni una carta Guille! ¡Pensé que te habías olvidado de mí! ¡Bueno, por ahí tiene alguna novia pensé, y a lo mejor es tan celosa que… che, ya no sos virgen me imagino! ¿No?!
Cuando terminó de ponerse un shortcito y una remera con la espalda al descubierto, yo salí embalado de la cama y la arrinconé contra la puerta para comerle la boca, sin experiencia, pero con toda la calentura dispuesta a saciarse con ella.
¡No tengo novia pibita… y te extrañé mucho… y sigo siendo virgen! ¿Sabés?, le dije mientras me refregaba contra sus piernas y le amasaba ese culito parado, besándola como solo podía hacerlo en mis sueños hasta entonces.
¡Eeeeepaaaa, mi primito tiene ganitas con su priimiii! ¡Qué rico! ¿Estás caliente mi amor? ¡Mirá como está tu pito… me encanta… te la chuparía toda bebito, te gustan mis gomas eh!, decía ella mientras me tocaba, me frotaba las uñas en la espalda y pegaba sus pezones a mi pecho con su remera en el cuello. ¡Yo me acabé encima como un gil, justo cuando el tío golpeaba la puerta para recordarnos que se enfriaban los canelones, ¡y casi la abre y nos ve!
El almuerzo fue genial, como todos los que la tía preparaba. Luego llegó un budín de frutas, más tarde un truco en familia con un cafecito, y todo repleto de las anécdotas de Luna en el convento. A la noche comimos un cordero que el tío nos asó con una felicidad que parecía durarle toda la vida. Al día siguiente Luna y yo salimos al campo. Hablamos de muchas cosas. Nos mojamos en el arrollo, trepamos al viejo sauce y anduvimos a caballo. También peloteamos un poco atrás de la ventana que da a la cocina donde la tía horneaba una pastafrola, solo para que nos rete y nosotros echar a reír descostillados por sus ocurrencias. Le dimos de comer a las gallinas, jugamos un poco con los perros y luego nos pusimos a corretearnos, tan libres como antes.
Era único ver el bamboleo de sus gomas y su pelo al viento. Oírla reír y respirar de la estela de su aroma cuando casi la alcanzaba era más excitante que la bombachita rosa que se le veía por lo descosido de su short. Mi pene tenía tanta presión que llegaba a dolerme, y más cuando dijo: ¡Guille, si me alcanzás me podés sacar el short! ¿Querés?
Corrí en el nombre de mis huevos y mi honor, hasta que la atrapé junto al bebedero de los perros y le saqué el pantalón sin su resistencia. Enseguida salió corriendo, y yo iba detrás. Fueron como 30 minutos de carrera sostenida.
Pronto se detuvo en un alambrado, y dijo casi sin aliento: ¡Espero que mami ya no me rete por haberme hecho pis! ¿Vos qué pensás?!
Pero enseguida nos vimos sorprendidos por un cielo negro, encapotado y con pesadas nubes, acompañadas por un viento cada vez más furioso y unos truenos que hacían temblar todo. Entramos presurosos a la casa, y la tía Zulma le sacó en persona la bombachita meada a Luna diciéndole que es una grandulona para comportarse así, y ambos reíamos. No quise mirar su desnudez, y Luna me trató de tonto por taparme los ojos.
Me bañé, ordené mi cuarto y dejé velas, linternas y fuentones a mano, porque había unas goteras en el baño y en la pieza de los tíos. Afuera los rayos ya gobernaban tiranos y cegadores, y adentro los tíos dormían cuando se cortó la luz, y Luna se quejó porque no podía seguir leyendo. Eso fue lo último que escuché antes de quedarme dormido en mi pieza.
Pero en breve, un rayo sonó como un parlante tronador, y al despertarme descubrí que a mi lado estaba Luna, acariciando mis piernas desnudas como casi toda ella, de no ser por una bombacha violeta.
¿No tenés ganas de contarme un cuentito de terror? ¡La tía duerme, y el tío… no sé! ¡Pero dale, chupame las tetas tontito!, dijo poniéndolas en mi cara, y comencé a mamar de esos pezones dulces, erectos y calientes mientras ella metía su mano por adentro de mi bóxer para tocarme la pija. Supongo que para no haber estado aún con una mujer, se los chupé con cierta decencia.
¡Dale, acabame en la mano chanchito, y después haceme el amor! ¿Qué pensás que hacen los tíos ahora? ¡Deben estar cogiendo como locos en una noche como esta! ¡Tocame toda, acabá que después te la chupo y me cogés, y dejás de ser un virgo nenito!, decía colmando mi piel de besos ruidosos, fregando sus tetas hasta por mis piernas y masajeando mi pene que no pudo contenerse mucho tiempo. Sacó su mano enchastrada de mi pubis, la lamió, se puso como perrita sobre mis piernas, me corrió el bóxer y me olió la pija. No podía verla, pero por el tono de su voz le gustó pasarle la lengua y sentir que empezaba a crecerme con prisa. Se la metió en la boca, y tuve la sensación de querer clavársela en la garganta, que me la muerda, la mastique y que la saboree toda. Pero entre los truenos resonó la voz grave y asmática del tío.
¡Lunaaaa, ¿Dónde estás hijaaa? ¿Estás bien?!
Ella salió de inmediato de mi pieza y le dijo que yo le había pedido una vela. Entonces tuvo que acompañarlo a ver qué pasaba con la tía que se sentía mal y no salía del baño. la pobre había visto una víbora en el pasillo, y presa del pánico se encerró allí. Por suerte no fue grave. Pero Luna esa noche no volvió a mi cuarto. Me dejó re loquito con su perfume y su olor a sexo en la sábana, y no paré de pajearme hasta el amanecer.
Al otro día estuvo nublado, espeso y eclipsado por el canto de las ranas clamando por más agua. Luna y yo no podíamos evitar mirarnos con deseo. La luz regresó al mediodía, justo cuando la tía servía un pastel de papas. La siesta se consumió entre películas y mates con pan casero. ¡El dulce de frutillas de la tía es pura divinidad de los dioses!
A la noche hubo sopa para nosotros, y salchichas para Luna, y afuera la tormenta desplegaba su repertorio nuevamente. Esa noche cayó piedra, y la temperatura bajó demasiado. Menos para mí después de ver incrédulo tamaño cuadro en la sala. Ya era de madrugada cuando me levanté a buscar un alfajor y agua. No hice ruido, por lo que no se alarmaron. Mi tía estaba de cuclillas sobre la alfombra, desnuda de la cintura para arriba y con una banana en la mano. Vi como le puso un preservativo con los labios, y luego cómo le abría las piernas a Luna que permanecía sentada en un sillón de mimbre, con unas medias blancas y una bombacha negra. Luna lamió la banana, la tía se la fregó entre las tetas, las que luego se encargó de chupar mientras gemía bajito, y le desplazaba la lengua desde el cuello al ombligo.
¡No podés estar así de calentita mi vida! ¡Tenés que coger vos, y cuanto antes! ¡Tenés que entregarte, gozar y aprender mucho de los hombres! ¡No seas como yo, aburrida y estructurada!, le decía la tía a la vez que la hacía gemir con el roce de las yemas de sus dedos sobre su bombacha.
¡Pero, yo, yo cogí muchas veces ma, en el cole… por eso me echaron! ¡Una vez la preceptora me encontró peteando en el baño de mujeres a dos pibes!, dijo Luna, justo cuando Zulma empezaba a empujar la banana en la entrada de su vagina. Yo ni lo pensé, y pelé el pito para masturbarme. Pero la tía me vio, y sin saber qué decir optó por invitarme.
Cuando estuve al frente de Luna no lo podía creer. Temí por la salud de mis huevos afiebrados, y por mi ritmo cardíaco. Zulma se quedó en calzones, alzó en brazos a Luna y dijo con toda la naturalidad del mundo: ¡Vamos a tu pieza, que si el tío se entera nos mata!, y caminamos hacia allá, mientras Luna sollozaba de calentura.
Cuando tranqué la puerta con un ladrillo la tía me sacó el calzoncillo y me hizo parar junto a mi cama, donde Luna me esperaba arrodillada.
¡Quiero ver cómo se la chupás Lunita, dale chiquita, hacelo!, dijo Zulma con una voz muy sensual, y mi prima tras lamer mis huevos y pajearme un poquito se la mandó a la boca. No duré mucho. Luna succionó unas 8 veces entre mordiditas y lametones para quedarse con un chorro de semen que me mareó al salir como una flecha, toda adentro de su boca.
¡Sacale la bombacha Guille, y olele la concha!, dijo la tía ahora parada contra el armario con la banana entre sus lolas. Cuando acerqué mi nariz a su sexo sentí ganas de morderla, chuparla y de inundarme los pulmones con esa fragancia femenina. Le pasé la lengua desde el inicio de su vagina hasta el culo, y parte a parte era más deliciosa cada vez. Estaba mojada, pero ahora con sus jugos de hembra en celo, y yo los saboreaba como ella lo hacía con la leche que me había extraído con tanto deseo acumulado.
¿Viste? ¡Ahora no tengo olor a pichí como cuando te reías de mí primito! ¡Aparte, ¿Cómo fue eso que mi mamá te hizo la paja, y vos tenías mi bombacha puesta?!, dijo Luna cuando yo ya estaba metiendo mi lengua en lo más hondo que me fuera posible de su conchita presumida, depilada y sensible.
¡No sabés cómo me mojé cuando la tía me lo contó en una carta!, prosiguió Luna oliendo mi calzoncillo.
¡Dale nenito, subite encima y cogetelá!, dijo Zulma ya con la banana pugnando por entrar en su argolla por el costado de su bombacha. La tía la tenía peluda y gordita. Pero no tenía demasiado tiempo para observarla como hubiese querido. Luna no me dejó hacer nada. Me maniató para tumbarme en la cama y se me subió como una leona desbocada. Mi poronga tiesa entró en el hueco de su flor y ella controló cada movimiento, con sus manos en mi pecho, boquiabierta y con las tetas danzando para mí. Gemía pidiendo más, y la tía la alentaba a que no pare, lamiendo la bombacha de Luna y enterrándose sin más la banana en la almeja. Sentir el calor de mi primita hermosa en toda mi pija, tenerla movediza, jadeante y gobernando con seriedad cada entrechoque de nuestros pubis y saber que nada deseábamos tanto como acabarnos hasta derretirnos en nuestros propios fluidos corporales, era para mí la eterna sensación de querer explotar adentro suyo. Tenía escalofríos hasta en el culo. Ella me pedía que la sujete de las nalgas y le pegue, que le diga putita, que cruce las piernas y que le avise cuando estuviera cerca de darle la leche. Se lo advertí, justo cuando la tía se le acercó para manosearle las lolas, ya sin bombacha y frotándose el clítoris con un dedo. Luna parecía intentar comerse toda mi verga con su vagina que, enseguida empezaba a contraerse, a presionármela y a liberar una ola de jugos que empaparon la sábana. Cuando se despegó de mí me comió la boca, mientras una mezcla de semen y flujos caía al suelo, y su manito acariciaba mi pene como agradeciendo una buena acción.
¡Ya te desvirgué primito! ¡Ahora tenés que aprender a chupar mejor la concha, y a coger de verdad… pero yo siempre voy a estar con vos, y con esa pija de pendejito alzado!, dijo Luna mientras se acostaba a mi lado, sin ducharse, totalmente desnuda y con la ausencia de tía Zulma. No sé en qué momento desapareció del cuarto. Tenía muchas preguntas para hacerle.
Esa noche volvimos a coger, pero solos y con menos carga emotiva, aunque con mayores sutilezas, besos tiernos, lamidas y abrazos dulces, palabritas chanchas y, esta vez yo estuve penetrando su panal de mieles prohibidas encima de ella.
Hoy tengo 30 años, soy odontólogo y vivo en lo de mis tíos. Tengo novia hace 2 años, y recién ahora piensa en venirse a vivir conmigo. Luna está casada hace 6 años, y su flamante esposo vive con ella y nosotros. Todos en la misma gran casa que el tío Cacho y sus hermanos construyeron hace tiempo. Naturalmente, Luna y yo seguimos cogiéndonos a escondidas de todos, menos de la tía. Hoy mi primita está obsesionada con quedar embarazada. ¡Espero que su maridito haga bien los trámites! ¡Yo no tendría inconvenientes en darle una manito si lo necesitara! Fin
Mis tíos Zulma y Cacho me recibían todos los veranos en su inmensa casa de campo, y yo no podía negarme. Desde los 5 años que voy, y siempre quedo maravillado con los caballos del tío, la tremenda piscina ubicada cerca de una arboleda preciosa, las comidas exquisitas de la tía, y con todo ese olor a tierra mojada, a flores atardeciendo y a la miel de las colmenas que daban fin a un patio interminable. Me fascinaba el silencio solo interrumpido por los grillos, las aves, el silbo del viento en las copas de los árboles frondosos, las copiosas lluvias, o por el arrollo que colinda con la casa.
Yo no estaba solo. Mis tíos tenían una hija llamada Luna. Me llevaba dos años, y casualmente nació un 22 de diciembre, al igual que yo. Era muy inquieta y siempre insistía con los cuentos de terror del tío por las noches, aunque después no se pudiera dormir.
Jugábamos hasta que el cuerpo no nos servía ni para descansar. Atesoraba una sonrisa que embellecía aún más su rostro de niña pícara. Le encantaban los alfajores tanto como ensuciarse, y no le gustaba la sopa. Casi siempre andábamos descalzos, ella en shortcito o bombachita, y yo en calzoncillo o maya. Nada debía privarnos del sol, del aire fresco y de la pureza de la libertad en la piel.
Recuerdo que la tía a veces retaba a Luna porque, en el afán de no parar de jugar, por ahí se hacía pis encima. Luna odiaba mi carcajada burlesca, y en ocasiones me corría para pegarme o hacerme caer en el barro. No lo hacía de malo. Es que me encantaba el enrojecer de sus cachetes cuando se enojaba. Si la tía no notaba que mi prima se había hecho pis, seguíamos jugando como si nada, y eso parecía enfurecer aún más a mi primita.
Cuando ella cumplió 10 y yo 8, empezamos sin querer a jugar a cosas un tanto peligrosas para ser niños. Pero las cosquillitas que nos invadía el cuerpo cuando nos dábamos besos en la boca nos inyectaba un placer desconocido. Siempre nos escondíamos en la arboleda por si los tíos nos pescaban.
Nada nos entusiasmaba tanto como corretearnos por el campo, entre pastizales y alambradas hasta caernos bajo un sauce magnífico en el que nos besábamos como sin poder despegarnos, y ella me decía que me amaba. Ella me explicaba que a eso juegan los tíos a la noche, o por la siesta. yo, naturalmente le hacía caso en todo, por ser la mayor.
Ese fue el último verano que compartimos siendo niños. Aquel año el tío Cacho decidió que Luna debía ir al mismo colegio para señoritas, al que asistieron todas las mujeres de la familia. Para eso Luna tuvo que irse a vivir a lo de mis abuelos, en la ciudad. Mis tíos iban a verla una vez por mes, pero a mí se me hacía difícil. Mis padres estaban peleados a muerte con ellos, y con un juicio mediante por asuntos de negocios, los cuales no tenía la capacidad de entenderlos por mi corta edad. En los veranos Luna y sus amigas nuevas iban al club, a la pile de alguna de ellas o a la heladería. Yo seguía feliz en lo de mis tíos, andando a caballo, ansioso por las empanadas o los guisos de la tía, y con todo el tiempo del mundo. Pero una angustia en el pecho a veces no me dejaba respirar. Especialmente por las noches. Luna no estaba, y enero no resplandecía igual para mí. Llegué a pensar que me había enamorado de ella por como la añoraba. Pero me sentía un idiota novelero por sentir eso. ¿Menos mal que nadie podía ahondar en mis pensamientos, porque hubiese quedado como un bobo con el tío!
A los 13 empecé a dormir en su pieza, para estar más cerca del baño. me acuerdo que una noche, buscando un libro de leyendas universales, abrí un cajón lleno de ropa interior de Luna, y entonces examiné cada una de sus bombachas, corpiños y medias. Me fui a la cama con un corpiñito rojo y una bombachita usada. Tenía el dibujo de una gatita en la parte de la cola, y adelante el resabio de su olorcito a pipí que nunca olvidé. Creo que me hice como 7 pajas con su nombre en los labios, su ropita contra mi verga y su imagen en la foto de un ancho cuadro que parecía pedirme que no pare. Eran mis primeras pajas, mis primeros derrames seminales, y los sofocones más cortos de mi vida. Había aprendido a tocarme la verga sin haber visto realmente cómo se hacía, pero de igual forma lo disfrutaba.
La tía una noche me descubrió, y en vez de regañarme me dijo con aire amistoso: ¡Yo también extraño a Lunita… ¡Pero no sé si a vos te hace bien dormir rodeado de sus cosas!
Esa noche me fijé por primera vez en las tetas de la tía, que solo tenía un pantalón corto, y en cuanto cerró la puerta le dediqué una paja mortal. Sabía que no era correcto, pero ella nunca se iba a enterar. Soñaba con Luna y amanecía con un palo terrible, o todo acabado. No tenía razón de ser, porque no sabía nada de ella. Solo lo que los tíos me contaban de sus cartas.
A mis 14 la tía me pescó pajeándome con una bombacha de Luna puesta, y creo que no pensó en lo que hizo.
¡Perdón hijo… es que… sólo venía a cerrarte la ventana por la tormenta… pero… al parecer ni escuchaste los ruidos! ¿Vos, qué hacés así, tan calentito nene?, balbuceó, y me tocó la pija. Luego subió y bajó envolviendo mi tronco con su mano, apretando y deteniéndose un poco en mi glande para jugar con su pulgar, mientras decía: ¡Largala toda, ensuciale la bombachita a Luna con tu leche nenito, ¡qué caliente estás, dale, acabate todo!
La tía se mordía los labios y hacía grandes esfuerzos por no tocarse la tuna por debajo de su pantalón gastado habitual. Tenía los pezones hinchados, desnudos y tan mamables que, no quería dejar de mirárselos.
Cuando acabé me sacó la bombacha, la olió con sutileza y se la llevó diciendo que mañana hablaríamos en privado. Pero eso jamás pasó.
La tía me pajeó un par de veces más, siempre entrando al cuarto con alguna excusa. Cuando cumplí los 15, tuve el mejor regalo de navidad de mi vida. El tío Cacho leyó en voz alta una carta de Luna en la que nos contaba que, por su indisciplina, su desinterés por la religión y por algunos sucesos inmorales, el colegio no la contaría entre sus alumnas el año siguiente. Cacho y Zulma no estaban tan de acuerdo con esa enseñanza, por lo que entonces Luna volvió al campo. A ellos parecía no incomodarles los pormenores de la carta, ni las malas notas de Luna, ni las firmas en el acta de disciplina que parecía coleccionar. Más bien se mostraban orgullosos, o tal vez, felices de que al fin Luna volvía a casa.
Recién nos encontramos el 2 de enero. Cuando la vi me emocioné al punto de no poder hablarle. Estaba radiante, morocha con el pelo suelto, con una remera escotada colorinche que mostraba el desarrollo de sus tetas, un jean ajustado con tachas en la cintura, con sus ojos negros húmedos de alegría, con un aroma distinto y ensordecedor, y con una caja de alfajores en la mano. Su voz hizo que se me pare y se me moje la punta del pito de inmediato, apenas me abrazó y pronunció en mi oído: ¡¿Cómo está mi primito favorito? ¿Me extrañaste mucho pendejito hermoso?!
Me besó el cuello, y hasta me manoteó el paquete con asombroso disimulo. Creo que los tíos se dieron cuenta porque, ambos se rieron y nos dejaron solos. Me pidió que la ayude a llevar su equipaje a su pieza, y acepté al borde de acabarme todo por el contacto de su piel. Cuando entramos ella trabó la puerta con uno de los bolsos y dijo ¡Esperame que me cambio y vamos a comer! ¿Sí?
Sin otra alternativa que esa, me senté en la cama mientras ella se quitaba los zapatos, el pantalón, la remera y el corpiño, a la vez que decía: ¡Che nene, estás re grande vos eh, pegaste un lindo estirón me parece… deben estar contentas tus compañeritas en la escuela… espero que no te dé vergüenza verme en bombacha!
Me reí, y le hablé de uno de los caballos que estaba medio enfermo. Ella pareció no escucharme.
¡Nunca me mandaste ni una carta Guille! ¡Pensé que te habías olvidado de mí! ¡Bueno, por ahí tiene alguna novia pensé, y a lo mejor es tan celosa que… che, ya no sos virgen me imagino! ¿No?!
Cuando terminó de ponerse un shortcito y una remera con la espalda al descubierto, yo salí embalado de la cama y la arrinconé contra la puerta para comerle la boca, sin experiencia, pero con toda la calentura dispuesta a saciarse con ella.
¡No tengo novia pibita… y te extrañé mucho… y sigo siendo virgen! ¿Sabés?, le dije mientras me refregaba contra sus piernas y le amasaba ese culito parado, besándola como solo podía hacerlo en mis sueños hasta entonces.
¡Eeeeepaaaa, mi primito tiene ganitas con su priimiii! ¡Qué rico! ¿Estás caliente mi amor? ¡Mirá como está tu pito… me encanta… te la chuparía toda bebito, te gustan mis gomas eh!, decía ella mientras me tocaba, me frotaba las uñas en la espalda y pegaba sus pezones a mi pecho con su remera en el cuello. ¡Yo me acabé encima como un gil, justo cuando el tío golpeaba la puerta para recordarnos que se enfriaban los canelones, ¡y casi la abre y nos ve!
El almuerzo fue genial, como todos los que la tía preparaba. Luego llegó un budín de frutas, más tarde un truco en familia con un cafecito, y todo repleto de las anécdotas de Luna en el convento. A la noche comimos un cordero que el tío nos asó con una felicidad que parecía durarle toda la vida. Al día siguiente Luna y yo salimos al campo. Hablamos de muchas cosas. Nos mojamos en el arrollo, trepamos al viejo sauce y anduvimos a caballo. También peloteamos un poco atrás de la ventana que da a la cocina donde la tía horneaba una pastafrola, solo para que nos rete y nosotros echar a reír descostillados por sus ocurrencias. Le dimos de comer a las gallinas, jugamos un poco con los perros y luego nos pusimos a corretearnos, tan libres como antes.
Era único ver el bamboleo de sus gomas y su pelo al viento. Oírla reír y respirar de la estela de su aroma cuando casi la alcanzaba era más excitante que la bombachita rosa que se le veía por lo descosido de su short. Mi pene tenía tanta presión que llegaba a dolerme, y más cuando dijo: ¡Guille, si me alcanzás me podés sacar el short! ¿Querés?
Corrí en el nombre de mis huevos y mi honor, hasta que la atrapé junto al bebedero de los perros y le saqué el pantalón sin su resistencia. Enseguida salió corriendo, y yo iba detrás. Fueron como 30 minutos de carrera sostenida.
Pronto se detuvo en un alambrado, y dijo casi sin aliento: ¡Espero que mami ya no me rete por haberme hecho pis! ¿Vos qué pensás?!
Pero enseguida nos vimos sorprendidos por un cielo negro, encapotado y con pesadas nubes, acompañadas por un viento cada vez más furioso y unos truenos que hacían temblar todo. Entramos presurosos a la casa, y la tía Zulma le sacó en persona la bombachita meada a Luna diciéndole que es una grandulona para comportarse así, y ambos reíamos. No quise mirar su desnudez, y Luna me trató de tonto por taparme los ojos.
Me bañé, ordené mi cuarto y dejé velas, linternas y fuentones a mano, porque había unas goteras en el baño y en la pieza de los tíos. Afuera los rayos ya gobernaban tiranos y cegadores, y adentro los tíos dormían cuando se cortó la luz, y Luna se quejó porque no podía seguir leyendo. Eso fue lo último que escuché antes de quedarme dormido en mi pieza.
Pero en breve, un rayo sonó como un parlante tronador, y al despertarme descubrí que a mi lado estaba Luna, acariciando mis piernas desnudas como casi toda ella, de no ser por una bombacha violeta.
¿No tenés ganas de contarme un cuentito de terror? ¡La tía duerme, y el tío… no sé! ¡Pero dale, chupame las tetas tontito!, dijo poniéndolas en mi cara, y comencé a mamar de esos pezones dulces, erectos y calientes mientras ella metía su mano por adentro de mi bóxer para tocarme la pija. Supongo que para no haber estado aún con una mujer, se los chupé con cierta decencia.
¡Dale, acabame en la mano chanchito, y después haceme el amor! ¿Qué pensás que hacen los tíos ahora? ¡Deben estar cogiendo como locos en una noche como esta! ¡Tocame toda, acabá que después te la chupo y me cogés, y dejás de ser un virgo nenito!, decía colmando mi piel de besos ruidosos, fregando sus tetas hasta por mis piernas y masajeando mi pene que no pudo contenerse mucho tiempo. Sacó su mano enchastrada de mi pubis, la lamió, se puso como perrita sobre mis piernas, me corrió el bóxer y me olió la pija. No podía verla, pero por el tono de su voz le gustó pasarle la lengua y sentir que empezaba a crecerme con prisa. Se la metió en la boca, y tuve la sensación de querer clavársela en la garganta, que me la muerda, la mastique y que la saboree toda. Pero entre los truenos resonó la voz grave y asmática del tío.
¡Lunaaaa, ¿Dónde estás hijaaa? ¿Estás bien?!
Ella salió de inmediato de mi pieza y le dijo que yo le había pedido una vela. Entonces tuvo que acompañarlo a ver qué pasaba con la tía que se sentía mal y no salía del baño. la pobre había visto una víbora en el pasillo, y presa del pánico se encerró allí. Por suerte no fue grave. Pero Luna esa noche no volvió a mi cuarto. Me dejó re loquito con su perfume y su olor a sexo en la sábana, y no paré de pajearme hasta el amanecer.
Al otro día estuvo nublado, espeso y eclipsado por el canto de las ranas clamando por más agua. Luna y yo no podíamos evitar mirarnos con deseo. La luz regresó al mediodía, justo cuando la tía servía un pastel de papas. La siesta se consumió entre películas y mates con pan casero. ¡El dulce de frutillas de la tía es pura divinidad de los dioses!
A la noche hubo sopa para nosotros, y salchichas para Luna, y afuera la tormenta desplegaba su repertorio nuevamente. Esa noche cayó piedra, y la temperatura bajó demasiado. Menos para mí después de ver incrédulo tamaño cuadro en la sala. Ya era de madrugada cuando me levanté a buscar un alfajor y agua. No hice ruido, por lo que no se alarmaron. Mi tía estaba de cuclillas sobre la alfombra, desnuda de la cintura para arriba y con una banana en la mano. Vi como le puso un preservativo con los labios, y luego cómo le abría las piernas a Luna que permanecía sentada en un sillón de mimbre, con unas medias blancas y una bombacha negra. Luna lamió la banana, la tía se la fregó entre las tetas, las que luego se encargó de chupar mientras gemía bajito, y le desplazaba la lengua desde el cuello al ombligo.
¡No podés estar así de calentita mi vida! ¡Tenés que coger vos, y cuanto antes! ¡Tenés que entregarte, gozar y aprender mucho de los hombres! ¡No seas como yo, aburrida y estructurada!, le decía la tía a la vez que la hacía gemir con el roce de las yemas de sus dedos sobre su bombacha.
¡Pero, yo, yo cogí muchas veces ma, en el cole… por eso me echaron! ¡Una vez la preceptora me encontró peteando en el baño de mujeres a dos pibes!, dijo Luna, justo cuando Zulma empezaba a empujar la banana en la entrada de su vagina. Yo ni lo pensé, y pelé el pito para masturbarme. Pero la tía me vio, y sin saber qué decir optó por invitarme.
Cuando estuve al frente de Luna no lo podía creer. Temí por la salud de mis huevos afiebrados, y por mi ritmo cardíaco. Zulma se quedó en calzones, alzó en brazos a Luna y dijo con toda la naturalidad del mundo: ¡Vamos a tu pieza, que si el tío se entera nos mata!, y caminamos hacia allá, mientras Luna sollozaba de calentura.
Cuando tranqué la puerta con un ladrillo la tía me sacó el calzoncillo y me hizo parar junto a mi cama, donde Luna me esperaba arrodillada.
¡Quiero ver cómo se la chupás Lunita, dale chiquita, hacelo!, dijo Zulma con una voz muy sensual, y mi prima tras lamer mis huevos y pajearme un poquito se la mandó a la boca. No duré mucho. Luna succionó unas 8 veces entre mordiditas y lametones para quedarse con un chorro de semen que me mareó al salir como una flecha, toda adentro de su boca.
¡Sacale la bombacha Guille, y olele la concha!, dijo la tía ahora parada contra el armario con la banana entre sus lolas. Cuando acerqué mi nariz a su sexo sentí ganas de morderla, chuparla y de inundarme los pulmones con esa fragancia femenina. Le pasé la lengua desde el inicio de su vagina hasta el culo, y parte a parte era más deliciosa cada vez. Estaba mojada, pero ahora con sus jugos de hembra en celo, y yo los saboreaba como ella lo hacía con la leche que me había extraído con tanto deseo acumulado.
¿Viste? ¡Ahora no tengo olor a pichí como cuando te reías de mí primito! ¡Aparte, ¿Cómo fue eso que mi mamá te hizo la paja, y vos tenías mi bombacha puesta?!, dijo Luna cuando yo ya estaba metiendo mi lengua en lo más hondo que me fuera posible de su conchita presumida, depilada y sensible.
¡No sabés cómo me mojé cuando la tía me lo contó en una carta!, prosiguió Luna oliendo mi calzoncillo.
¡Dale nenito, subite encima y cogetelá!, dijo Zulma ya con la banana pugnando por entrar en su argolla por el costado de su bombacha. La tía la tenía peluda y gordita. Pero no tenía demasiado tiempo para observarla como hubiese querido. Luna no me dejó hacer nada. Me maniató para tumbarme en la cama y se me subió como una leona desbocada. Mi poronga tiesa entró en el hueco de su flor y ella controló cada movimiento, con sus manos en mi pecho, boquiabierta y con las tetas danzando para mí. Gemía pidiendo más, y la tía la alentaba a que no pare, lamiendo la bombacha de Luna y enterrándose sin más la banana en la almeja. Sentir el calor de mi primita hermosa en toda mi pija, tenerla movediza, jadeante y gobernando con seriedad cada entrechoque de nuestros pubis y saber que nada deseábamos tanto como acabarnos hasta derretirnos en nuestros propios fluidos corporales, era para mí la eterna sensación de querer explotar adentro suyo. Tenía escalofríos hasta en el culo. Ella me pedía que la sujete de las nalgas y le pegue, que le diga putita, que cruce las piernas y que le avise cuando estuviera cerca de darle la leche. Se lo advertí, justo cuando la tía se le acercó para manosearle las lolas, ya sin bombacha y frotándose el clítoris con un dedo. Luna parecía intentar comerse toda mi verga con su vagina que, enseguida empezaba a contraerse, a presionármela y a liberar una ola de jugos que empaparon la sábana. Cuando se despegó de mí me comió la boca, mientras una mezcla de semen y flujos caía al suelo, y su manito acariciaba mi pene como agradeciendo una buena acción.
¡Ya te desvirgué primito! ¡Ahora tenés que aprender a chupar mejor la concha, y a coger de verdad… pero yo siempre voy a estar con vos, y con esa pija de pendejito alzado!, dijo Luna mientras se acostaba a mi lado, sin ducharse, totalmente desnuda y con la ausencia de tía Zulma. No sé en qué momento desapareció del cuarto. Tenía muchas preguntas para hacerle.
Esa noche volvimos a coger, pero solos y con menos carga emotiva, aunque con mayores sutilezas, besos tiernos, lamidas y abrazos dulces, palabritas chanchas y, esta vez yo estuve penetrando su panal de mieles prohibidas encima de ella.
Hoy tengo 30 años, soy odontólogo y vivo en lo de mis tíos. Tengo novia hace 2 años, y recién ahora piensa en venirse a vivir conmigo. Luna está casada hace 6 años, y su flamante esposo vive con ella y nosotros. Todos en la misma gran casa que el tío Cacho y sus hermanos construyeron hace tiempo. Naturalmente, Luna y yo seguimos cogiéndonos a escondidas de todos, menos de la tía. Hoy mi primita está obsesionada con quedar embarazada. ¡Espero que su maridito haga bien los trámites! ¡Yo no tendría inconvenientes en darle una manito si lo necesitara! Fin
4 comentarios - Mi primita Luna