Les agradezco a todos los que me tuvieron paciencia… casi se quedan sin clandestina! Pero ya lo ha dicho el dicho: yerba mala…
Bromas y exageraciones aparte, hoy quería compartirles una historia del día en que empezaron a formarme, a calmar mis ímpetus. A aprender a esperar mi turno. Voy a dejar por un tiempo las historias de Sandra Dómina, porque parece que no interesan, o no gustan, a juzgar por los poquitos puntos que le regalaron. Sin embargo, sepan que Sandra volverá, porque es parte de mi historia, y porque además, ella -esté donde esté- se lo merece.
Pero hoy es la historia de Fabián, y muchas de las cosas que pasaron con Fabián tienen que ver también con lo que soy hoy. Sandra y Fabián son los que me enseñaron todo.
Después de una temporada en que nos matábamos en la cama, usando el término “cama” como metafórico, porque en realidad cogíamos en ciento treinta y cinco mil lugares diferentes, menos en la cama, Fabián estimó necesario calmar mi rebeldía.
-Hoy te vas a sentar en ese sillón y no te vas a mover. Si desobedecés te juro que la vas a pasar muy mal.
Su tono y su mirada, no dejaron lugar a dudas. Había que hacer caso y me dispuse a hacerlo.
El sillón estaba en el rincón sur del living y estaba iluminado. Todo el resto del ambiente en penumbras. Yo me acomodé allí y esperé. Sentí voces, la de Fabián sin dudas, y la de una chica, que venía riendo, como estúpida.
Y no era para menos. Fabián, mi hombre, le decía pavadas, mientras le metía una mano dentro del short, y una debajo de la remera.
Cuando ella me vio, se hizo la sorprendida. Fue evidente que sabía que estaba haciendo ahí, porque no se cortó ni un poquito. Al contrario, después de simular sorpresa, apoyó su culo redondo en la mesa y con sus piernas se enroscó en la cintura de Fabián que estaba muy entretenido mordiéndole las tetas.
La ropa iba cayendo al piso…la muy perra no traía demasiada, así que quedó en pelotas muy rápidamente, desparramando su físico increíble en la mesa de mi living.
Cuando él apoyó la punta de su miembro entre los labios vaginales de ella -Mónica se llamaba la perra- clavaron su mirada en mi, para ver qué hacía yo.
Yo tenía solo dos o tres opciones: podía levantarme e irme, podía dejarme ganar por los celos y largarme a llorar, o podía hacer lo que tenía que hacer. Y que fue, precisamente, lo que hice.
Me dejé llevar por el juego. Me quedé sentada en el sillón, pero abrí bien las piernas apoyándolas en los antebrazos, y empecé a tocarme, como incitándolos a seguir el juego.
Ahi me di cuenta del poder que yo tenia.
Era la sumisa, la que estaba siendo provocada por el hombre que me tenía encendida hacia semanas, que se estaba cogiendo a una hermosa mujer ahí, adelante mio.
Y sin embargo, por mi actitud, ahora apenas se habían convertido en dos juguetes mios, que estaban cogiendo para mí, que me estaban estimulando, que me estaban regalando imágenes para que mi paja fuera más rica.
Empecé a tocarme por debajo del vestido rojo, y a gemir falsamente. Y ellos empezaron a cogerse realmente, y a gemir en serio. Me mordí los labios y me clavé dos dedos. Y me di cuenta de que ella estaba acabando. Solté un gemido de verdad porque sentí una conexión entre el placer que ella estaba experimentando y el que yo mismo me prodigaba. Y eso provocó que Fabián la tomara de la cintura y embistiera contra ella de un modo que, yo sabía, lo llevaría al orgasmo muy rapidamente.
Entonces decidí hacerlos acabar a los dos con una sola maniobra. Abrí el vestido dejando mis pechos a la vista. Mientras me apretaba un pezón, me puse casi en cuclillas, y empecé a darme dedos muy fuerte. Solté un gemido. Y eso fue suficiente.
Fabián salió del interior de Mónica, y le soltó la leche en el vientre, en los pechos. Dos, tres, cuatro chorros de semen caliente, en la piel de la hija de puta que estaba cogiéndose a mi amante.
Yo seguí con mi paja. Pero ahora me empecé a tocar despacio. Rozándome el clitoris, dejándome llevar por las sensaciones.
Cerré los ojos. En la yema de mi dedo estaban todas las imágenes de Fabian adentro de Mónica, o adentro mío, y los dos, en mi imaginación tocándome.
Las imágenes y las caricias desataron la sensación más agradable que recorre el cuerpo. Un orgasmo estaba atravesándolo, en el momento mismo en que me imaginé a Mónica lamiéndome y a Fabián besándome la boca, casi exactamente igual como ocurriría apenas unos minutos después.
Bromas y exageraciones aparte, hoy quería compartirles una historia del día en que empezaron a formarme, a calmar mis ímpetus. A aprender a esperar mi turno. Voy a dejar por un tiempo las historias de Sandra Dómina, porque parece que no interesan, o no gustan, a juzgar por los poquitos puntos que le regalaron. Sin embargo, sepan que Sandra volverá, porque es parte de mi historia, y porque además, ella -esté donde esté- se lo merece.
Pero hoy es la historia de Fabián, y muchas de las cosas que pasaron con Fabián tienen que ver también con lo que soy hoy. Sandra y Fabián son los que me enseñaron todo.
Después de una temporada en que nos matábamos en la cama, usando el término “cama” como metafórico, porque en realidad cogíamos en ciento treinta y cinco mil lugares diferentes, menos en la cama, Fabián estimó necesario calmar mi rebeldía.
-Hoy te vas a sentar en ese sillón y no te vas a mover. Si desobedecés te juro que la vas a pasar muy mal.
Su tono y su mirada, no dejaron lugar a dudas. Había que hacer caso y me dispuse a hacerlo.
El sillón estaba en el rincón sur del living y estaba iluminado. Todo el resto del ambiente en penumbras. Yo me acomodé allí y esperé. Sentí voces, la de Fabián sin dudas, y la de una chica, que venía riendo, como estúpida.
Y no era para menos. Fabián, mi hombre, le decía pavadas, mientras le metía una mano dentro del short, y una debajo de la remera.
Cuando ella me vio, se hizo la sorprendida. Fue evidente que sabía que estaba haciendo ahí, porque no se cortó ni un poquito. Al contrario, después de simular sorpresa, apoyó su culo redondo en la mesa y con sus piernas se enroscó en la cintura de Fabián que estaba muy entretenido mordiéndole las tetas.
La ropa iba cayendo al piso…la muy perra no traía demasiada, así que quedó en pelotas muy rápidamente, desparramando su físico increíble en la mesa de mi living.
Cuando él apoyó la punta de su miembro entre los labios vaginales de ella -Mónica se llamaba la perra- clavaron su mirada en mi, para ver qué hacía yo.
Yo tenía solo dos o tres opciones: podía levantarme e irme, podía dejarme ganar por los celos y largarme a llorar, o podía hacer lo que tenía que hacer. Y que fue, precisamente, lo que hice.
Me dejé llevar por el juego. Me quedé sentada en el sillón, pero abrí bien las piernas apoyándolas en los antebrazos, y empecé a tocarme, como incitándolos a seguir el juego.
Ahi me di cuenta del poder que yo tenia.
Era la sumisa, la que estaba siendo provocada por el hombre que me tenía encendida hacia semanas, que se estaba cogiendo a una hermosa mujer ahí, adelante mio.
Y sin embargo, por mi actitud, ahora apenas se habían convertido en dos juguetes mios, que estaban cogiendo para mí, que me estaban estimulando, que me estaban regalando imágenes para que mi paja fuera más rica.
Empecé a tocarme por debajo del vestido rojo, y a gemir falsamente. Y ellos empezaron a cogerse realmente, y a gemir en serio. Me mordí los labios y me clavé dos dedos. Y me di cuenta de que ella estaba acabando. Solté un gemido de verdad porque sentí una conexión entre el placer que ella estaba experimentando y el que yo mismo me prodigaba. Y eso provocó que Fabián la tomara de la cintura y embistiera contra ella de un modo que, yo sabía, lo llevaría al orgasmo muy rapidamente.
Entonces decidí hacerlos acabar a los dos con una sola maniobra. Abrí el vestido dejando mis pechos a la vista. Mientras me apretaba un pezón, me puse casi en cuclillas, y empecé a darme dedos muy fuerte. Solté un gemido. Y eso fue suficiente.
Fabián salió del interior de Mónica, y le soltó la leche en el vientre, en los pechos. Dos, tres, cuatro chorros de semen caliente, en la piel de la hija de puta que estaba cogiéndose a mi amante.
Yo seguí con mi paja. Pero ahora me empecé a tocar despacio. Rozándome el clitoris, dejándome llevar por las sensaciones.
Cerré los ojos. En la yema de mi dedo estaban todas las imágenes de Fabian adentro de Mónica, o adentro mío, y los dos, en mi imaginación tocándome.
Las imágenes y las caricias desataron la sensación más agradable que recorre el cuerpo. Un orgasmo estaba atravesándolo, en el momento mismo en que me imaginé a Mónica lamiéndome y a Fabián besándome la boca, casi exactamente igual como ocurriría apenas unos minutos después.
10 comentarios - De sumisa a dominante
Que bueno estar espiando desde la puerta viendo esa imagen...