Ya tendremos tiempo para nuevas historias cándidas, sensuales y entretenidas. Pero hoy quiero detenerme en una que quiero contar, para que se despejen todas las dudas que se puedan cernir sobre mi y sobre mis gustos.
Aunque suene increíble, la historia de la clandestina comenzó en una casa de música y terminó en un departamento privado, amueblado como un burdel de mala calidad.
Pero no nos apresuremos. Hablemos del disco que me llamó la atención, de un tal Luis Eduardo Aute. Una tapa en tonos pálidos, grises. Una chica desnuda, con las manos en alto, como si estuviera atada. Pechos chicos, firmes. Sin duda, jóvenes. La mirada atenta, pero traviesa. Una sonrisa a lo Gioconda, que provoca más dudas que certezas. Y un escorpión o un bicho sobresaliendo, porque estaba pintado de azul. Quizás dispuesto a atacar a la joven, dispuesto a caerle en el vientre. El disco se llamaba “Alevosía”, y no dudé en entrar a comprarlo.
Algo me había aguijoneado en el vientre. En casa lo puse para escucharlo y confirmé que ese disco tenía mucho para contarme. Era una producción distinta, oscura. Los títulos de las canciones, eran llamativos: “Besos como balas”, “Mojándolo todo”, y la de la tapa “Alevosía”, parecían que estaban hablándome a mí, y a algo que ya rondaba en mi cabeza. Y decía cosas como
“Más que amor, lo que siento por ti.
Es el mal del animal, no la terquedad del jabalí, ni la furia del chacal…
Es el alma que se encela con instinto criminal, es amar, hasta que duela
Como un golpe de puñal
Ay, amor. Ay, dolor
Yo te quiero con alevosía…”
Bastante explícita la cuestión, pero si a alguno le quedaba alguna duda, vendría la segunda parte, más directa:
“Necesito confundir tu piel con el frío del metal
O tal vez con el destello cruel de un fragmento de cristal…”
Jugaba fuerte Luis Eduardo. Al límite. Cortando. Sangrando. Haciendo sangrar. Un mundo se estaba abriendo delante de mis ojos. Las clases habían empezado y yo, internamente, había tomado la decisión de ser la alumna más aplicada de la Universidad de la Dominación y la Sumisión.
Decidí, ir a conocer a Dómina Sandra. Quienes oyeron hablar de ella ya saben de qué estoy hablando. El que no, todavía pueden buscar sus rastros en la red.
A mí nunca me alcanzó con un hombre dentro mío. Ni con dos. Ni con una pareja. Dómina Sandra iba a enseñarme algunos de los secretos que todavía hoy conservo, y que llevo a la práctica.
Y, por qué no, también, esos juegos que a veces, me gusta recibirlos.
Muy de vez en cuando.
Aunque suene increíble, la historia de la clandestina comenzó en una casa de música y terminó en un departamento privado, amueblado como un burdel de mala calidad.
Pero no nos apresuremos. Hablemos del disco que me llamó la atención, de un tal Luis Eduardo Aute. Una tapa en tonos pálidos, grises. Una chica desnuda, con las manos en alto, como si estuviera atada. Pechos chicos, firmes. Sin duda, jóvenes. La mirada atenta, pero traviesa. Una sonrisa a lo Gioconda, que provoca más dudas que certezas. Y un escorpión o un bicho sobresaliendo, porque estaba pintado de azul. Quizás dispuesto a atacar a la joven, dispuesto a caerle en el vientre. El disco se llamaba “Alevosía”, y no dudé en entrar a comprarlo.
Algo me había aguijoneado en el vientre. En casa lo puse para escucharlo y confirmé que ese disco tenía mucho para contarme. Era una producción distinta, oscura. Los títulos de las canciones, eran llamativos: “Besos como balas”, “Mojándolo todo”, y la de la tapa “Alevosía”, parecían que estaban hablándome a mí, y a algo que ya rondaba en mi cabeza. Y decía cosas como
“Más que amor, lo que siento por ti.
Es el mal del animal, no la terquedad del jabalí, ni la furia del chacal…
Es el alma que se encela con instinto criminal, es amar, hasta que duela
Como un golpe de puñal
Ay, amor. Ay, dolor
Yo te quiero con alevosía…”
Bastante explícita la cuestión, pero si a alguno le quedaba alguna duda, vendría la segunda parte, más directa:
“Necesito confundir tu piel con el frío del metal
O tal vez con el destello cruel de un fragmento de cristal…”
Jugaba fuerte Luis Eduardo. Al límite. Cortando. Sangrando. Haciendo sangrar. Un mundo se estaba abriendo delante de mis ojos. Las clases habían empezado y yo, internamente, había tomado la decisión de ser la alumna más aplicada de la Universidad de la Dominación y la Sumisión.
Decidí, ir a conocer a Dómina Sandra. Quienes oyeron hablar de ella ya saben de qué estoy hablando. El que no, todavía pueden buscar sus rastros en la red.
A mí nunca me alcanzó con un hombre dentro mío. Ni con dos. Ni con una pareja. Dómina Sandra iba a enseñarme algunos de los secretos que todavía hoy conservo, y que llevo a la práctica.
Y, por qué no, también, esos juegos que a veces, me gusta recibirlos.
Muy de vez en cuando.
7 comentarios - Alevosia
Reivindico el espejismo
de intentar ser uno mismo,
ese viaje hacia la nada
que consiste en la certeza
de encontrar en tu mirada
la belleza…
gracias por pasar y dejar su huella!