Otro relato de algun lado
Todo discurría por cauces normales desde la separación y posterior divorcio de mis padres.Los dos habían quedado un tanto mal en tanto que no se podían ni ver, y yo me fui a vivir con mi madre, que era la que siempre me había dado más cariño y me habían consentido más.
Mi madre era una mujer muy especial, y no hubiera cambiado mi vida con ella por nada.Me llevaba con ella excepcionalmente bien, tal vez mejor de lo que se suele considerar normal, ya que hacíamos cosas que quizás se salían un poco de lo "correcto", por llamarlo de alguna forma.
Ella tenía entonces 38 años.Era una mujer atractiva de cara, pero algo rellena de cuerpo, cosa nada anormal en una mujer de se edad.Medía un metro sesenta y tres y pesaba sesenta kilos, tenía el pelo castaño oscuro y la piel bastante blanca y con pequeños lunares aquí y allá.Sus pechos eran grandes y bastante firmes (aunque no tanto como los de una veinteañera), su culo muy amplio y sus piernas no muy largas y rellenas, aunque sin flaccidez.Sus medidas eran 98-73-104.
Yo no me había fijado nunca en ella como mujer, pero cuando llegué a la adolescencia mis hormonas me obligaron a hacerlo y lo que vi me gustó.Al principio me avergonzaba de ello, pero luego casi no prestaba atención a lo que me decía mi moral y simplemente trataba de disimular de la mejor forma posible mis persistentes erecciones.
Mi madre no hacía mucho por ayudarme, ya que andaba por casa con un camisón tras el cual se adivinaban perfectamente sus curvas de vértigo.A veces, cuando se agachaba, podía ver sus tetas cubiertas por el sujetador y mi erección llegaba a límites extremos, casi insoportables.No sé si ella lo notaba, pero me habría extrañado que no fuera así.
Una tarde lluviosa de otoño, mi madre y yo estábamos en el salón viendo la televisión y ella me dijo que quería que le pintara las uñas de los pies, de sus pequeños y eróticos pies.A mí no me sonó a raro, ya que otras veces lo había hecho, así que fui a su dormitorio, cogí la pintura de uñas y volví.Ella ya estaba sin zapatos y con los pies sobre el filo del sofá.
Sin inmutarme, al menos exteriormente, me acerqué a ella y me coloqué de rodillas al lado de sus pies.Abrí el bote de la pintura y comencé a pintar las uñas de sus sexis pies.Mientras lo hacía miraba furtiva y casi involuntariamente entre sus piernas.No vi mucho, pero la posibilidad de ver algo era alta, porque su camisón le llegaba por la mitad de los muslos y, aunque ahora estaba cubriendo la zona entre ellos muy bien, podía fallar y dejarme ver algo.
Pero la sorpresa estaba por llegar.No sé si voluntariamente o no, mi madre, cuando acabé con su primer pie, separó las rodillas (que hasta entonces habían permanecido juntas) y la parte de la tela de su camisón que había estado cubriendo la zona entre sus muslos se tensó entre ellos y me dejó ver sus bragas celestes, tras las cuales se veía más o menos bien su vello púbico.
Como es lógico, mi pene reaccionó violentamente y mi madre estaba vez no hizo la vista gorda; lo que dijo no tenía precedentes:
-¿Se te ha puesto dura al verme las bragas?
Yo me quedé paralizado, pero sorprendentemente respondí con sinceridad.
-Sí.
-¿Te gusta vérmelas? -me preguntó.
-Sí.
-¿Y si me las quitara y te dejara que me vieras el coño, te gustaría?
-Mucho.
-Pues venga, pero te tienes que quitar tú lo tuyo.
-Vale.
Mi madre se quitó las bragas metiendo sus manos por debajo del camisón y las tiró al suelo.Su coño cubierto de pelo negro y la húmeda raja que vi tras él acabaron por excitarme y, casi sin darme cuenta, me bajé el pantalón de pijama y los calzoncillos y mi pene de 22 cm de largo y 5 de diámetro quedó a la vista, dejando boquiabierta a mi madre, que no daba crédito a lo que tenía ante sus ojos.
Sin que ninguno de los dos dijera palabra, mi madre se levantó el camisón dejándolo sobre su abdomen y mostrando su poblado coño.Luego separó sus piernas bien y yo acerqué mi largo rabo duro como el hierro y coloqué mi glande en la entrada de su agujero.Después empujé y me deslicé dentro del agujero de placer de mi madre, sintiendo su humedad, estrechez y calor.
No era fácil meter mi enorme miembro en su estrecho agujero, pero, después de meterlo a la fuerza varias veces, fue ensanchándose mientras mi madre jadeaba.Ella puso sus piernas alrededor de mi cintura y me apretó hacia sí.Yo no daba crédito a lo que estaba haciendo, pero era evidente que la carne no entendía de parentescos y que nos había forzado a copular como dos animales enfurecidos y hambrientos de sexo.
Mi pene, o mejor dicho tres cuartas partes de éste, entraba y salía de la vagina de mi madre.Los dos jadeábamos suavemente mientras sentíamos nuestros cuerpos unidos en aquel coito incestuoso.Los jugos del coño de mi madre acariciaban mi polla cada vez que la hundía en su más placentero lugar.El saber que era mi madre la persona con la que estaba uniéndome me excitaba aún más.Era como si estuviera permitiéndome uno de los muchos caprichos que las madres permiten a sus hijos, dejar que metiera mi duro miembro en su maternal orificio de placer.
Yo tardaba mucho en llegar al clímax y mi madre llegó antes, retorciéndose sobre el sofá mientras tocaba su clítoris y yo seguía penetrándola.Su vagina apretó con mayor fuerza mi miembro y lo succionó hacia dentro haciendo que mi orgasmo apareciera repentinamente.Un fuerte chorro de esperma salió disparado de mi pene y comenzó a llenar el interior de mi fértil madre.Espasmo tras espasmo, mi líquido generador se estrelló contra su cérvix.Yo no pensaba en ese momento en lo que estaba haciendo y si lo hubiera pensado no me habría valido de nada, ya que ella me sujetaba con fuerza con sus piernas, cruzadas en mi culo.
Cuando la última gota de esperma salió de mi verga incestuosa, mi madre relajó la presión que sus piernas hacían y las dejó caer al suelo suspirando después del esfuerzo.Yo permanecía con mi miembro en su cálida vagina, sintiendo cómo nuestros fluidos se mezclaban y luego lo fui sacando hasta quedar fuera de ella.
Todo discurría por cauces normales desde la separación y posterior divorcio de mis padres.Los dos habían quedado un tanto mal en tanto que no se podían ni ver, y yo me fui a vivir con mi madre, que era la que siempre me había dado más cariño y me habían consentido más.
Mi madre era una mujer muy especial, y no hubiera cambiado mi vida con ella por nada.Me llevaba con ella excepcionalmente bien, tal vez mejor de lo que se suele considerar normal, ya que hacíamos cosas que quizás se salían un poco de lo "correcto", por llamarlo de alguna forma.
Ella tenía entonces 38 años.Era una mujer atractiva de cara, pero algo rellena de cuerpo, cosa nada anormal en una mujer de se edad.Medía un metro sesenta y tres y pesaba sesenta kilos, tenía el pelo castaño oscuro y la piel bastante blanca y con pequeños lunares aquí y allá.Sus pechos eran grandes y bastante firmes (aunque no tanto como los de una veinteañera), su culo muy amplio y sus piernas no muy largas y rellenas, aunque sin flaccidez.Sus medidas eran 98-73-104.
Yo no me había fijado nunca en ella como mujer, pero cuando llegué a la adolescencia mis hormonas me obligaron a hacerlo y lo que vi me gustó.Al principio me avergonzaba de ello, pero luego casi no prestaba atención a lo que me decía mi moral y simplemente trataba de disimular de la mejor forma posible mis persistentes erecciones.
Mi madre no hacía mucho por ayudarme, ya que andaba por casa con un camisón tras el cual se adivinaban perfectamente sus curvas de vértigo.A veces, cuando se agachaba, podía ver sus tetas cubiertas por el sujetador y mi erección llegaba a límites extremos, casi insoportables.No sé si ella lo notaba, pero me habría extrañado que no fuera así.
Una tarde lluviosa de otoño, mi madre y yo estábamos en el salón viendo la televisión y ella me dijo que quería que le pintara las uñas de los pies, de sus pequeños y eróticos pies.A mí no me sonó a raro, ya que otras veces lo había hecho, así que fui a su dormitorio, cogí la pintura de uñas y volví.Ella ya estaba sin zapatos y con los pies sobre el filo del sofá.
Sin inmutarme, al menos exteriormente, me acerqué a ella y me coloqué de rodillas al lado de sus pies.Abrí el bote de la pintura y comencé a pintar las uñas de sus sexis pies.Mientras lo hacía miraba furtiva y casi involuntariamente entre sus piernas.No vi mucho, pero la posibilidad de ver algo era alta, porque su camisón le llegaba por la mitad de los muslos y, aunque ahora estaba cubriendo la zona entre ellos muy bien, podía fallar y dejarme ver algo.
Pero la sorpresa estaba por llegar.No sé si voluntariamente o no, mi madre, cuando acabé con su primer pie, separó las rodillas (que hasta entonces habían permanecido juntas) y la parte de la tela de su camisón que había estado cubriendo la zona entre sus muslos se tensó entre ellos y me dejó ver sus bragas celestes, tras las cuales se veía más o menos bien su vello púbico.
Como es lógico, mi pene reaccionó violentamente y mi madre estaba vez no hizo la vista gorda; lo que dijo no tenía precedentes:
-¿Se te ha puesto dura al verme las bragas?
Yo me quedé paralizado, pero sorprendentemente respondí con sinceridad.
-Sí.
-¿Te gusta vérmelas? -me preguntó.
-Sí.
-¿Y si me las quitara y te dejara que me vieras el coño, te gustaría?
-Mucho.
-Pues venga, pero te tienes que quitar tú lo tuyo.
-Vale.
Mi madre se quitó las bragas metiendo sus manos por debajo del camisón y las tiró al suelo.Su coño cubierto de pelo negro y la húmeda raja que vi tras él acabaron por excitarme y, casi sin darme cuenta, me bajé el pantalón de pijama y los calzoncillos y mi pene de 22 cm de largo y 5 de diámetro quedó a la vista, dejando boquiabierta a mi madre, que no daba crédito a lo que tenía ante sus ojos.
Sin que ninguno de los dos dijera palabra, mi madre se levantó el camisón dejándolo sobre su abdomen y mostrando su poblado coño.Luego separó sus piernas bien y yo acerqué mi largo rabo duro como el hierro y coloqué mi glande en la entrada de su agujero.Después empujé y me deslicé dentro del agujero de placer de mi madre, sintiendo su humedad, estrechez y calor.
No era fácil meter mi enorme miembro en su estrecho agujero, pero, después de meterlo a la fuerza varias veces, fue ensanchándose mientras mi madre jadeaba.Ella puso sus piernas alrededor de mi cintura y me apretó hacia sí.Yo no daba crédito a lo que estaba haciendo, pero era evidente que la carne no entendía de parentescos y que nos había forzado a copular como dos animales enfurecidos y hambrientos de sexo.
Mi pene, o mejor dicho tres cuartas partes de éste, entraba y salía de la vagina de mi madre.Los dos jadeábamos suavemente mientras sentíamos nuestros cuerpos unidos en aquel coito incestuoso.Los jugos del coño de mi madre acariciaban mi polla cada vez que la hundía en su más placentero lugar.El saber que era mi madre la persona con la que estaba uniéndome me excitaba aún más.Era como si estuviera permitiéndome uno de los muchos caprichos que las madres permiten a sus hijos, dejar que metiera mi duro miembro en su maternal orificio de placer.
Yo tardaba mucho en llegar al clímax y mi madre llegó antes, retorciéndose sobre el sofá mientras tocaba su clítoris y yo seguía penetrándola.Su vagina apretó con mayor fuerza mi miembro y lo succionó hacia dentro haciendo que mi orgasmo apareciera repentinamente.Un fuerte chorro de esperma salió disparado de mi pene y comenzó a llenar el interior de mi fértil madre.Espasmo tras espasmo, mi líquido generador se estrelló contra su cérvix.Yo no pensaba en ese momento en lo que estaba haciendo y si lo hubiera pensado no me habría valido de nada, ya que ella me sujetaba con fuerza con sus piernas, cruzadas en mi culo.
Cuando la última gota de esperma salió de mi verga incestuosa, mi madre relajó la presión que sus piernas hacían y las dejó caer al suelo suspirando después del esfuerzo.Yo permanecía con mi miembro en su cálida vagina, sintiendo cómo nuestros fluidos se mezclaban y luego lo fui sacando hasta quedar fuera de ella.
1 comentarios - Una madre divorciada