No soy quién para persuadir a alguien ni predicar acerca de algo, pero si me preguntan qué es lo que más disfruto a la hora de coger no puedo no sentirme fehaciente evangelizadora de las prácticas anales.
Pocas veces encuentro mayor placer que cuando recibo algún tipo de estimulación en la zona, sea ésta de una lengua juguetona, o un dedo atrevido. Puede ser también algún juguete sexual, como previa al sexo o simplemente como masturbación. Ni hablar de tener un miembro masculino penetrándome por la retaguardia, o incluso cuando no lo hace. Cuando sólo me apoya con su viril pedazo en mi goloso agujero, presionando para introducirlo habiendo sido apenas lubricado con algo de saliva. Pocas veces -por no decir nunca- uso lubricantes, pierde la gracia, dejo de sentir todo.
¿Qué es lo que siento? Difícil describir el placer que me asalta al sentir mi orificio invadido, tocando todas las terminales nerviosas que se encuentran ahí. Un cosquilleo recorriendo mi espina dorsal, hasta la región cervical. Un doloroso placer, un placentero dolor. Aumentado casi siempre por alguna palmada -más intensa, más suave- en las nalgas, o dependiendo de la posición una cachetada en la cara.
Es que sí, me gusta el sexo salvaje, duro. Aquel que deja huellas, que deja un cuerpo adolorido por al menos un par de días. Pero si de anales se trata me vuelvo loca, completamente fuera de mis cabales.
Me convierto en la puta más puta de todas. En una especie de adicta a la pija, que tras meses de abstinencia al fin obtiene un poco de lo que tanto desea. Así haya pasado poco tiempo desde la última vez que profanaron mi ano, mi cuerpo se desespera por tenerlo todo adentro. Y cuando así lo tiene no duda en moverse para meterlo y sacarlo, para sentir toda su extensión dentro suyo.
Y acá podemos confirmar la veracidad de la frase que dice que “más no siempre es mejor”. Y es que las consideradas como pijas chicas son las mejores para este trabajo. No seré desagradecida: mi orto se ha comido de todos los tamaños, y con todos ha gozado. Pero nada como una no muy grande para brindar el más inmediato placer.
En fin, para ir terminando con esta predicación pecaminosa, que no tiene otra intensión más que provocar en el aquel que aún no ha probado una duda, una curiosidad, quiero reiterar que soy indiscutible amante de los anales.. que me lo hagan y hacerlo.
Pocas veces encuentro mayor placer que cuando recibo algún tipo de estimulación en la zona, sea ésta de una lengua juguetona, o un dedo atrevido. Puede ser también algún juguete sexual, como previa al sexo o simplemente como masturbación. Ni hablar de tener un miembro masculino penetrándome por la retaguardia, o incluso cuando no lo hace. Cuando sólo me apoya con su viril pedazo en mi goloso agujero, presionando para introducirlo habiendo sido apenas lubricado con algo de saliva. Pocas veces -por no decir nunca- uso lubricantes, pierde la gracia, dejo de sentir todo.
¿Qué es lo que siento? Difícil describir el placer que me asalta al sentir mi orificio invadido, tocando todas las terminales nerviosas que se encuentran ahí. Un cosquilleo recorriendo mi espina dorsal, hasta la región cervical. Un doloroso placer, un placentero dolor. Aumentado casi siempre por alguna palmada -más intensa, más suave- en las nalgas, o dependiendo de la posición una cachetada en la cara.
Es que sí, me gusta el sexo salvaje, duro. Aquel que deja huellas, que deja un cuerpo adolorido por al menos un par de días. Pero si de anales se trata me vuelvo loca, completamente fuera de mis cabales.
Me convierto en la puta más puta de todas. En una especie de adicta a la pija, que tras meses de abstinencia al fin obtiene un poco de lo que tanto desea. Así haya pasado poco tiempo desde la última vez que profanaron mi ano, mi cuerpo se desespera por tenerlo todo adentro. Y cuando así lo tiene no duda en moverse para meterlo y sacarlo, para sentir toda su extensión dentro suyo.
Y acá podemos confirmar la veracidad de la frase que dice que “más no siempre es mejor”. Y es que las consideradas como pijas chicas son las mejores para este trabajo. No seré desagradecida: mi orto se ha comido de todos los tamaños, y con todos ha gozado. Pero nada como una no muy grande para brindar el más inmediato placer.
En fin, para ir terminando con esta predicación pecaminosa, que no tiene otra intensión más que provocar en el aquel que aún no ha probado una duda, una curiosidad, quiero reiterar que soy indiscutible amante de los anales.. que me lo hagan y hacerlo.
13 comentarios - Evangelizadora
Seguro valdrá la pena la espera 😉
Besos lindos 😘😘
Es un placer leerte.
Como te mereces +10
Gracias por el comentar 😉
Veneración a ese espasmo que nos hace retorcer de placer y de dolor al unísono.