Como todas las mañanas, salí de casa para ir al trabajo. Apenas cierro la puerta del edificio, en la obra en construcción que tenemos al lado se hizo un silencio incómodo. Tal vez fueron ideas mías, pero sentí que todos los obreros me miraban, al mismo tiempo que evitaban mirarne. Gente rara, pensé. Y me fui a trabajar. Lo mismo pasó dos o tres veces esa misma semana.
Pero un día, todo fue más extraño aún. Salgo del edificio y en la puerta veo reunidos a cinco obreros, con sus ropas de trabajo y hasta sus cascos puestos. Uno de ellos estaba cerca del portero eléctrico esperando que alguien lo atienda. Justo cuando estoy por cerrar la puerta, desde el intercomunicador se escucha una voz de mujer que dice "¿Hola?". El obrero responde "Nos abren" mientras sostiene la puerta para que no se cierre. "Genial, pasen", dice la voz, y los cinco obreros se meten en el edificio. Los dejo pasar, y al cerrar la puerta escucho que uno de ellos me dice "Gracias, Juancito" y suben al ascensor.
Yo no entendía nada, algo raro estaba pasando. ¿Cómo era posible que ese obrero conociera mi nombre? ¿La voz del portero eléctrico era la de mi esposa Mariana? No podía ser. ¿O sí?
Llegué a la oficina, mañana normal de laburo, hasta que me llega un Whatsapp de mi esposa: "Preparate para una videollamada". El corazón se me estaba por salir del pecho. No sabía qué hacer. Me levanté como un resorte, agarré el celular y me metí en el baño del trabajo. Me encerré en cubículo, me senté en el inodoro y me dispuse a esperar y a disfrutar.
Treinta segundos después casi me da un infarto cuando veo la videollamada entrante. Me temblaban tanto las manos que no podía atender. Con un máximo esfuerzo lo logré.
La imagen se movía mucho, me dio la sensación de que alguien tenía el celular de mi esposa en la mano e intentaba mostrar algo. Todo ese movimiento también generaba mucho ruido. Por suerte, quien tenía el celular en la mano logró apoyarlo en algún lado y dejarlo que funcionara como cámara fija, apuntando directo a nuestra cama. También se aclaró el sonido. Ya podía ver y escuchar con total precisión.
Y ahí estaba Mariana. En cuatro en nuestra cama y detrás de ella un obrero negro como la noche, panzón, algo calvo, aferrado a las caderas de mi esposa y concentrado en un mete y saca con movimientos en los que usaba sus piernas, su pelvis, su espalda. Los gemidos de ella eran tales que deberían estar escuchándose en varios pisos del edificio. Ya mi pija estaba por explotar.
Alrededor de la cama eataban parados los otros cuatro obreros. Todos desnudos. Todos con las pijas al palo. Los tamaños eran espectaculares. Una colección de grandes vergas. Mi mente no había llegado a la conclusión de que a lo largo de la videollamada, cada una de esas vergas iba a cogerse a mi esposa.
Ella gemía sin parar. Tampoco paraba el negro. Con un poco de esfuerzo, entre gemidos, ella dijo "Saluden", y todos los obreros empezaron a decir "Hola, Juan", "Hola, vecino" y esas cosas.
Justo en ese momento, el negro se estremeció e inclinó todo su cuerpo para atrás, menos su pelvis que empujó hacia adelante y con un gran rugido le dejó toda la leche adentro a Mariana. Ella, temblando y gritando, acabó junto con él.
El negro se levantó y salió y ahí entraron en acción los otros cuatro.
Uno se acostó boca arriba. Ella se subió arriba y con un ágil movimiento, le agarró la pija y la acomodó en su conchita recién cogida y acabada. Otro se acomodó atrás de Mariana y con gran experiencia acomodó su pija en el culo de mi esposa. Comenzaron a moverse.
Los gemidos y gruñidos de los tres eran un coro de ángeles para mi pija a punto de estallar. Pero pronto ella fue silenciada por las grandes vergas de los otros dos, que se acomodaron a diestra y a siniestra para que ella pudiera chuparle la pija a uno mientras pajeaba al otro, y viceversa.
Los cuatro obreros y mi esposa formaban un grupo hermoso y perfectamente soncronizado. Claramente no era la primera vez que lo hacían.
Así estuvieron, danzando y gimiendo un buen rato. Los gemidos y gritos de ella aumentaban cada vez más, hasta que llegó el momento de la rotación. Con gran ensayo cambiaron posiciones. Los que la penetraban de pie. Los que disfritaban con su boca y sus manos, disfrutarían ahora con su concha empapada y su culito bien dilatado. Y así se reanudó la danza.
El negro panzón que se la había cogido primero, volvió a escena con su pija algo flacida a la que empezó a estimular con rápidos movimientos de su mano derecha.
Ella gritaba. Gritaba y se sacudía y temblaba y los insultaba y les pedía más. Sus gritos aumentaban.
El negro fue hacia el celular y empezó a hacer primeros planos de cómo sus compañeros estaban rellenando a mi esposa con sus pijas. Justo en el momento en que ella chupaba sin parar langran verga de uno, este acabó y Mariana mostró a cámara su boca llena de leche antes de tragársela. Dos segundos después hizo lo mismo con eo que estaba pajeando. Toda la leche en su boca, saboreando y tragando. El celular se agitó y fue a enfocar bien cerca a la pija que aparecía y desaparecía del culo de mi esposa. Hasta que la pija se alejó y dejó ver cómo un espeso chorro de leche se escurría del culo abierto de ella.
Un nuevo movimiento de cámara me llevó a la conchita echa agua de Mariana, que seguía cabalgando y gritando sin parar. Hasta que se levantó y su vagina chorreó toda la leche sobre la pija que hacía un instante se la había echado adentro. Ella no dudó: se avalanzó sobre su macho y con esa boca que amo lo dejó limpito en un segundo.
Finalmente, el negro que tenía el celular, se acercó pija en mano, pajeando sin parar, Mariana se agachó, abrió grande la boca y esperó ansiosa. Chorros de leche cayeron en su boca, nariz, ojos, frente, pelo, mientras ella sonreía de placer.
De golpe, se cortó la videollamada. Recién ahí me di cuenta del problema que tenía, porque mi pija había explotado sobre mi pantalón y lo camisa. ¿Cómo iba a hacer para volver a mi escritorio?
Pero duró poco la preocupación, porque enseguida me llegó una por Whatsapp. Era Mariana sonriendo, rodeada de las cinco pijas que hacía al menos dos semanas, la hacían gozar todos los días. En el pie de la foto ella escribió: "¿Te gustó?"
"Tanto como a vos", le escribí.
"Te amo", puso ella.
"Te amo", puse yo.
Pero un día, todo fue más extraño aún. Salgo del edificio y en la puerta veo reunidos a cinco obreros, con sus ropas de trabajo y hasta sus cascos puestos. Uno de ellos estaba cerca del portero eléctrico esperando que alguien lo atienda. Justo cuando estoy por cerrar la puerta, desde el intercomunicador se escucha una voz de mujer que dice "¿Hola?". El obrero responde "Nos abren" mientras sostiene la puerta para que no se cierre. "Genial, pasen", dice la voz, y los cinco obreros se meten en el edificio. Los dejo pasar, y al cerrar la puerta escucho que uno de ellos me dice "Gracias, Juancito" y suben al ascensor.
Yo no entendía nada, algo raro estaba pasando. ¿Cómo era posible que ese obrero conociera mi nombre? ¿La voz del portero eléctrico era la de mi esposa Mariana? No podía ser. ¿O sí?
Llegué a la oficina, mañana normal de laburo, hasta que me llega un Whatsapp de mi esposa: "Preparate para una videollamada". El corazón se me estaba por salir del pecho. No sabía qué hacer. Me levanté como un resorte, agarré el celular y me metí en el baño del trabajo. Me encerré en cubículo, me senté en el inodoro y me dispuse a esperar y a disfrutar.
Treinta segundos después casi me da un infarto cuando veo la videollamada entrante. Me temblaban tanto las manos que no podía atender. Con un máximo esfuerzo lo logré.
La imagen se movía mucho, me dio la sensación de que alguien tenía el celular de mi esposa en la mano e intentaba mostrar algo. Todo ese movimiento también generaba mucho ruido. Por suerte, quien tenía el celular en la mano logró apoyarlo en algún lado y dejarlo que funcionara como cámara fija, apuntando directo a nuestra cama. También se aclaró el sonido. Ya podía ver y escuchar con total precisión.
Y ahí estaba Mariana. En cuatro en nuestra cama y detrás de ella un obrero negro como la noche, panzón, algo calvo, aferrado a las caderas de mi esposa y concentrado en un mete y saca con movimientos en los que usaba sus piernas, su pelvis, su espalda. Los gemidos de ella eran tales que deberían estar escuchándose en varios pisos del edificio. Ya mi pija estaba por explotar.
Alrededor de la cama eataban parados los otros cuatro obreros. Todos desnudos. Todos con las pijas al palo. Los tamaños eran espectaculares. Una colección de grandes vergas. Mi mente no había llegado a la conclusión de que a lo largo de la videollamada, cada una de esas vergas iba a cogerse a mi esposa.
Ella gemía sin parar. Tampoco paraba el negro. Con un poco de esfuerzo, entre gemidos, ella dijo "Saluden", y todos los obreros empezaron a decir "Hola, Juan", "Hola, vecino" y esas cosas.
Justo en ese momento, el negro se estremeció e inclinó todo su cuerpo para atrás, menos su pelvis que empujó hacia adelante y con un gran rugido le dejó toda la leche adentro a Mariana. Ella, temblando y gritando, acabó junto con él.
El negro se levantó y salió y ahí entraron en acción los otros cuatro.
Uno se acostó boca arriba. Ella se subió arriba y con un ágil movimiento, le agarró la pija y la acomodó en su conchita recién cogida y acabada. Otro se acomodó atrás de Mariana y con gran experiencia acomodó su pija en el culo de mi esposa. Comenzaron a moverse.
Los gemidos y gruñidos de los tres eran un coro de ángeles para mi pija a punto de estallar. Pero pronto ella fue silenciada por las grandes vergas de los otros dos, que se acomodaron a diestra y a siniestra para que ella pudiera chuparle la pija a uno mientras pajeaba al otro, y viceversa.
Los cuatro obreros y mi esposa formaban un grupo hermoso y perfectamente soncronizado. Claramente no era la primera vez que lo hacían.
Así estuvieron, danzando y gimiendo un buen rato. Los gemidos y gritos de ella aumentaban cada vez más, hasta que llegó el momento de la rotación. Con gran ensayo cambiaron posiciones. Los que la penetraban de pie. Los que disfritaban con su boca y sus manos, disfrutarían ahora con su concha empapada y su culito bien dilatado. Y así se reanudó la danza.
El negro panzón que se la había cogido primero, volvió a escena con su pija algo flacida a la que empezó a estimular con rápidos movimientos de su mano derecha.
Ella gritaba. Gritaba y se sacudía y temblaba y los insultaba y les pedía más. Sus gritos aumentaban.
El negro fue hacia el celular y empezó a hacer primeros planos de cómo sus compañeros estaban rellenando a mi esposa con sus pijas. Justo en el momento en que ella chupaba sin parar langran verga de uno, este acabó y Mariana mostró a cámara su boca llena de leche antes de tragársela. Dos segundos después hizo lo mismo con eo que estaba pajeando. Toda la leche en su boca, saboreando y tragando. El celular se agitó y fue a enfocar bien cerca a la pija que aparecía y desaparecía del culo de mi esposa. Hasta que la pija se alejó y dejó ver cómo un espeso chorro de leche se escurría del culo abierto de ella.
Un nuevo movimiento de cámara me llevó a la conchita echa agua de Mariana, que seguía cabalgando y gritando sin parar. Hasta que se levantó y su vagina chorreó toda la leche sobre la pija que hacía un instante se la había echado adentro. Ella no dudó: se avalanzó sobre su macho y con esa boca que amo lo dejó limpito en un segundo.
Finalmente, el negro que tenía el celular, se acercó pija en mano, pajeando sin parar, Mariana se agachó, abrió grande la boca y esperó ansiosa. Chorros de leche cayeron en su boca, nariz, ojos, frente, pelo, mientras ella sonreía de placer.
De golpe, se cortó la videollamada. Recién ahí me di cuenta del problema que tenía, porque mi pija había explotado sobre mi pantalón y lo camisa. ¿Cómo iba a hacer para volver a mi escritorio?
Pero duró poco la preocupación, porque enseguida me llegó una por Whatsapp. Era Mariana sonriendo, rodeada de las cinco pijas que hacía al menos dos semanas, la hacían gozar todos los días. En el pie de la foto ella escribió: "¿Te gustó?"
"Tanto como a vos", le escribí.
"Te amo", puso ella.
"Te amo", puse yo.
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