Me desperté pronto, no podía esperar más para ir a casa de María. Lo primero que hice fue buscar las braguitas que me había regalado la noche anterior. Las saqué un momento de la bolsita donde las había guardado; aún estaban húmedas. Las olí; respirando profundamente me impregné de los potentes aromas emanados del sexo de mi amiga. Eso, conjuntado con mi erección matutina, me puso ya en un estado de excitación increíble. Luego me duché con agua fría y me vestí rápidamente. Desayuné algo y me despedí de mi madre, informándole de que salía a pasar el día con unos amigos y que no sabía cuando volvería.
María la verdad casi nunca me invitaba a ir a su casa. Normalmente preferíamos pasar el rato en su rellano. Su familia siempre me había ignorado por completo, especialmente su hermano, que era un capullo de campeonato. La verdad que me daba igual, incluso me alegraba.
No sabía qué esperar de la jornada. En los días anteriores María me había tratado como su novio porque necesitaba salir de algún apuro, o aparentar. Pero ésta vez me había simplemente invitado a su casa para pasar el rato. No existía ninguna excusa, no había necesidad de pretender nada.
Quizá realmente no quisiera nada más que mirar una peli, o escuchar música; matar un poco de tiempo para no aburrirse sola en su casa, tal como dijo. Puede que con la misma naturalidad que había empezado todo, pasando de ser sólo amigos a actuar como amantes en cuestión de segundos, de tal manera podíamos volver a ser simplemente amigos otra vez, como si no tuviera la más mínima importancia. No sería de extrañar que todo lo ocurrido entre nosotros fuera nada más que algo circunstancial. María siempre había sido igual de impulsiva y descarada, no me sorprendería tanto.
¿Pero y si había algo más? ¿Y si cabía la esperanza de que María se liase conmigo y rompiera con Ramón? Total, no parecía sentirse para nada culpable de sus actos, al contrario, lo estaba disfrutando. Y ese cornudo no había dudado ni un instante en dejar a su novia abandonada todo el verano, razón suficiente para cortar. Pensándolo bien, era todo su culpa, por pardillo. Incluso puede que a él le diera igual; quizá él mismo se estuviera liando con alguna prima lejana suya en su pueblo, quién sabe.
Con ese debate en mi sesera pronto llegué a su bloque. Tardó un par de minutos en abrirme y cuando llegué a su puerta me recibió todavía en camisón de dormir.
—¡Hola! Perdona, he dormido más de la cuenta. Pasa, pasa… —dijo adormilada—. ¿Quieres desayunar algo?
—Bueno… la verdad que ya he desayunado, gracias. Me he levantado pronto, me he duchado y todo… —respondí—. Pero oye, tú no te preocupes que no hay prisa.
—¡Vaya! ¡Que madrugón! Con lo tarde que se nos hizo ayer… —me dijo mientras la acompañaba por el recibidor hasta el salón.
Al llegar ahí, siendo una pieza mucho más luminosa, pude apreciar mejor su vestimenta. El camisón que llevaba era más bien una camiseta que le iba grande, y que era suficientemente larga para cubrir medio muslo.
—Pues si no te importa voy a desayunar, que tengo hambre —me dijo.
Pronto volvió de la cocina con unas tostadas con mantequilla y un par de vasos de zumo, de los cuales me ofreció uno. Nos sentamos juntos a la mesa y charlamos mientras comía.
—Estuvo bien ayer —comentó con la boca llena—. Gracias otra vez, creo que hicimos un buen papel delante de mis amigas; no sospecharon en ningún momento que no fuéramos novios.
—Ya… sí. Fue bastante convincente creo… —comenté algo sonrojado recordando los hechos.
—Les caíste bien a mis amigas, especialmente a Tania; no paraba de preguntarme sobre tí —dijo sonriente.
La observaba mientras devoraba sus tostadas. Estaba sentada justo al frente, y me iba deleitando con sus gráciles movimientos al comer. Me hablaba otra vez como mi amiga de toda la vida, haciéndome pensar que efectivamente lo pasado no significaba nada especial para ella.
—Éste trato nuestro está resultando ser muy gratificante —continuó entonces—. Oye, no hay nada de malo en aprovecharse un poco de la situación y disfrutarlo al mismo tiempo ¿no te parece? —concluyó sonriente con la boca medio llena.
—No, supongo que no… es verdad —asentí sin demasiado convencimiento.
—Me alegro de que lo disfrutes también. Ya te lo dije, aprovéchate tanto como te apetezca, que para eso somos amigos —me dijo con toda la naturalidad del mundo.
—Bueno… pero… ¿no crees que Ramón se va a molestar si se entera? —me atreví a preguntar.
—¡Ese imbécil perdió el derecho a estar celoso cuando se largó de vacaciones y me dejó aquí tirada! —contestó notablemente molesta—. ¡Yo tengo mis necesidades, y él no tiene ningún derecho a privarme de ellas! —dijo casi gritando.
Me sorprendió esa reacción tan fuerte, pero a cierto nivel me alegró, alimentando mi teoría de que iban a cortar pronto. Pero enseguida me sentí algo culpable por ello. Después de una pequeña pausa y algo más calmada, María se levantó y se acercó hacia mí.
—Dame tu mano —dijo, tomándola al mismo tiempo.
Empezó a doblar mis dedos uno a uno, dejando solamente el dedo corazón erguido. Entonces apoyó mi mano sobre mi rodilla derecha con el dedo apuntando hacia arriba. Se acercó más a mí, dirigiendo su pubis hacia la pierna donde ella seguía sujetando el dedo bien erguido. Fue bajando sobre mí y sentí como se fue introduciendo en su interior.
Así descubrí que no llevaba absolutamente nada debajo de esa camiseta. María quedó completamente sentada en mi rodilla, pero sobre mi mano, y con mi dedo medio enteramente dentro de su húmedo sexo. Pude sentir su abultada vulva sobre la palma de mi mano, mojada y viscosa. Mi amiga me miró fijamente, luego cerró los ojos y empezó a subir y bajar sobre mí.
No podía ver lo que pasaba, esa dichosa camiseta me tapaba la vista, pero podía sentirlo. Era sumamente excitante. Me limité a observar cómo ella sola se masturbaba conmigo, y me concentré disfrutando del tacto de su sexo, sintiendo cada textura, cada rasgo en el interior de su vagina.
Poco a poco ella fue acelerando el ritmo, y fue alternando entre movimientos verticales y en círculo, maximizando así el contacto de mi dedo corazón con sus paredes vaginales. Estaba empapada, entraba y salía con facilidad, e iba impregnando con su flujo la palma de mi mano, donde su peludito pubis impactaba acompasadamente.
Cabalgando sobre mi dedo, de vez en cuando apretaba con fuerza contra mí, frotando su clítoris contra mi mano. Fue aumentando el ritmo hasta que por fín acabó corriéndose, depositando un poco de cálido flujo en mi mano. Sentí su sexo contraerse y ella, siempre con sus ojos cerrados, tensó su espalda hacia atrás y dejó ir un gemido intenso. Después se relajó y se apoyó a mí sin sacar mi dedo de su coño, pasando sus brazos alrededor de mis hombros.
—¿Lo ves? Esto es exactamente lo que te decía —dijo con cierta dificultad mientras recuperaba su aliento—. Ramón quiso privarme de éste placer al dejarme aquí tirada. Es muy egoísta por su parte. Pero no voy a dejar que se salga con la suya.
Entonces se levantó y empezó a recoger los restos del desayuno como si nada. Yo me quedé sentado en silencio un momento, reflexionando sobre lo que me acababa de decir e intentando reponerme un poco. Mi erección era monumental, casi dolorosa. Acerqué a mi nariz el dedo que había estado dentro de mi amiga, el dedo que le había dado placer. Reconocí ese potente olor, que empezaba a ser un perfume muy familiar.
—Ven, acompáñame —dijo cuando terminó en la cocina—, me voy a dar una ducha.
Me levanté como un resorte y la seguí por el pasillo, admirando su culito menearse bajo esa vieja camiseta. Llegamos a su habitación y con cierta prudencia aguardé en la puerta sin atreverme a entrar. Ella, completamente a lo suyo, desapareció detrás de su armario. Buscaba, imaginé, la ropa que iba a usar después de la ducha. Vi su camiseta volar por los aires y aterrizar sobre la cama y acto seguido reapareció ante mí completamente desnuda. Sujetaba en la mano una camiseta de tirantes a juego con unos pequeños shorts.
—¿Qué haces ahí parado? Ven hombre que no muerdo… de momento —dijo riendo al mismo tiempo.
Entré lentamente en la pieza y me senté al borde de su cama, que, aunque no estaba hecha, era el único sitio que estaba suficientemente despejado. La verdad que su habitación era un desastre, con ropa tirada por todas partes, y con libros, carpetas y papeles esparcidos por el suelo.
—Bien, espérame aquí —dijo dejando las prendas que había escogido sobre la cama.
Su habitación tenía su propio baño, que aún y siendo muy pequeño, me pareció un lujo considerando el tamaño de su piso. Desde donde yo estaba, veía un pequeño lavabo y una bandeja de ducha, en la que María se dispuso a lavarse. Entró sin cerrar la puerta del baño, pero si cerró la mampara de la ducha. La pude observar mientras se lavaba hasta que el vaho se fue acumulando en el cristal y solo se apreciaba vagamente su silueta.
Continué observando desde mi posición, aunque no me hizo esperar mucho. Pronto salió y se envolvió rápidamente en su toalla, secándose con ella. Verla así me hizo recordar la escena en los vestuarios de la piscina el día anterior, y sentí mi pene palpitar bajo mis shorts. Me acordé de cómo me masturbó y cómo mi semen se derramó sobre su piel. María seguía secándose con la toalla y yo la observaba con la mirada perdida, reviviendo en mi cabeza esos maravillosos momentos.
Su voz me hizo recobrar conciencia:
—¡Eh! Estás embobado, ¿en qué estabas pensando?
Ella estaba frente a mí, completamente desnuda, con la toalla a sus pies. Su pelo aún mojado dejaba caer gotas desde sus largos mechones hacia el suelo, dejando un rastro húmedo sobre su piel en el trayecto.
—¿Qué pasa? ¿Estás empalmado? —preguntó mi amiga, fiel a ella misma —¿Ya estás cachondo? Apenas me has visto en pelotas un par de minutos…
Me observó un instante. Entonces se acercó un poco más a mí, y poniendo las manos en sus caderas, empezó un baile sensual. Quería provocarme aún más.
—¿Te gusta lo que ves? ¿Te la pongo dura? ¿Te pongo cachondo? —decía mientras se mostraba a mí con descaro.
La tenía tan cerca que podía oler el frescor de su piel recién lavada. Llevando sus manos sobre su vulva se abrió los labios mayores, mostrándome el interior de su sexo que se veía húmedo e hinchado.
—Mira mi coñito… ¿te gusta? ¿Te gusta mi vulvita? —continuó—. ¿Te gustaría meter tu polla en mi coñito?
Me estaba poniendo a mil, y yo no era capaz de articular palabra. El sudor se escurría por mi frente y el corazón parecía que iba a salirse de mi pecho.
—Mmm… ¿Quizás te gustaría más meterla en mi culito? —dijo.
Entonces se giró de espaldas a mí, inclinándose hacia delante y separando sus nalgas. Pude ver expuesto su ano, que lucía como la joya de una corona sobre su sexo bien abierto
—Venga, no seas tímido; ¡Sácatela y hazte una paja! —continuó— Y tócame el culito, anda, mira qué blandito es —siguió María, dándose una palmada en una nalga.
Volteó su cabeza para ver lo que hacía. Al verme ahí sentado sin reaccionar, se irguió de nuevo y me dijo en un tono mucho más normal:
—Lo digo en serio, hazte una paja. ¡No querrás quedarte así empalmado todo el día!
Entendí entonces que sí, iba en serio. Era la oportunidad que mi amiga me brindaba para descargar la tensión acumulada. Siguiendo su consejo me quité todo de cintura para abajo y posé una mano sobre mi polla y la otra sobre su culo. María sonrió complacida y continuó con su show.
—Mira que culito más estrechito… —decía pícaramente—. ¿Piensas que tu polla me entraría en el anito? Mira, a ver qué te parece…
Empezó a frotarse el esfínter con un par de dedos; primero los mojaba en su lubricada vulva y luego los dirigía hacia su ano. Poco a poco éste cedió dejando entrar la punta de sus dos dedos a la vez. Yo me animé e imité sus movimientos, yendo desde su vulva hasta su ano, y facilmente conseguí insertar en su recto medio dedo índice.
Continué tocando, alternando entre su coño y su ano. Mi polla estaba a punto de estallar, y tuve que decelerar la paja que me estaba haciendo para no terminar. Entonces María cambió de posición, volviéndose a poner de cara a mí y continuando con su bailecito sexy. Lo hacía de una manera que sus caderas apuntaban hacia mí, haciendo resaltar su coño para que dejarme apreciarlo bien. Mientrastanto, mi amiga se acariciaba los senos.
—¿Te gustan mis tetas? Tócalas, tócalas bien —ordenó, y yo acaté—. ¿Quieres correrte en mis tetas? ¿Si? ¡Ven, acércate! ¡Córrete en mis tetas! —gritó.
Se puso de rodillas justo delante mío. Yo seguía sentado en el borde de su cama, pero me acerqué a ella tanto como pude. María apretaba sus pechos alrededor de mi pene, que se posaba ahora justo en su canalillo. El contacto de mi glande con su piel fue todo lo que me hizo falta para descargar sobre ella.
Fue colosal. Mi semen cubrió su busto, que ella no apartó en ningún momento. Al contrario, parecía que lo quería atrapar todo, y ayudándome sacudió mi polla hasta sacarme la última gota y rozando sus pezones con mi glande. Cuando terminé, ví el viscoso y blanquecino líquido escurriéndose por su piel rápidamente, de tetas para abajo.
—¡Joder! ¡Me has duchado otra vez! —dijo a carcajadas—. Eso sí, ¡ésto es mejor que el jabón! —y seguía riendo.
Se levantó del suelo y, tomando la misma camiseta que usaba de pijama, la usó para limpiarse un poco. Sin llegar a quitar todo el semen de sus tetas, volvió a tirar la prenda sobre la cama. Era muy probable que volviera a usarla esa misma noche.
Después se puso el short y la camiseta que había escogido antes de ducharse, vistiéndose lentamente ante mi vista. No se puso ni sujetador ni braguitas.
—Bueno, espabílate —dijo—, ¿listo para ver una peli?
Me repuse los calzoncillos y los shorts y seguí a María hacia el salón. Por mi cabeza pasaban todo tipo de pensamientos; por una parte seguía esa maldita culpa y remordimiento, sabía que estaba colaborando a ponerle los cuernos a Ramón; pero por otra también cada vez estaba más hambriento por mi amiga.
Esa mezcla explosiva de sentimientos se intensificaba mientras contemplaba a María caminando delante mío. Sus glúteos rebotaban como gelatina al trotar por el pasillo, y asomaban tímidamente bajo sus pequeñísimos shorts de algodón. Al llegar cerca del televisor, María se inclinó hacia delante abriendo un cajón lleno de DVDs. Pude ver como un labio de su vulva se escapaba por un lado de la tela, abultadito y peludito.
En esa posición mi amiga giró su cabeza y preguntó:
—¿Que te apetece ver?
Sí, definitivamente; iba a enviar a la mierda la culpa y los remordimientos. Quería disfrutar de María lo máximo posible, y saber cuan lejos podría llegar.
CONTINUARÁ...
María la verdad casi nunca me invitaba a ir a su casa. Normalmente preferíamos pasar el rato en su rellano. Su familia siempre me había ignorado por completo, especialmente su hermano, que era un capullo de campeonato. La verdad que me daba igual, incluso me alegraba.
No sabía qué esperar de la jornada. En los días anteriores María me había tratado como su novio porque necesitaba salir de algún apuro, o aparentar. Pero ésta vez me había simplemente invitado a su casa para pasar el rato. No existía ninguna excusa, no había necesidad de pretender nada.
Quizá realmente no quisiera nada más que mirar una peli, o escuchar música; matar un poco de tiempo para no aburrirse sola en su casa, tal como dijo. Puede que con la misma naturalidad que había empezado todo, pasando de ser sólo amigos a actuar como amantes en cuestión de segundos, de tal manera podíamos volver a ser simplemente amigos otra vez, como si no tuviera la más mínima importancia. No sería de extrañar que todo lo ocurrido entre nosotros fuera nada más que algo circunstancial. María siempre había sido igual de impulsiva y descarada, no me sorprendería tanto.
¿Pero y si había algo más? ¿Y si cabía la esperanza de que María se liase conmigo y rompiera con Ramón? Total, no parecía sentirse para nada culpable de sus actos, al contrario, lo estaba disfrutando. Y ese cornudo no había dudado ni un instante en dejar a su novia abandonada todo el verano, razón suficiente para cortar. Pensándolo bien, era todo su culpa, por pardillo. Incluso puede que a él le diera igual; quizá él mismo se estuviera liando con alguna prima lejana suya en su pueblo, quién sabe.
Con ese debate en mi sesera pronto llegué a su bloque. Tardó un par de minutos en abrirme y cuando llegué a su puerta me recibió todavía en camisón de dormir.
—¡Hola! Perdona, he dormido más de la cuenta. Pasa, pasa… —dijo adormilada—. ¿Quieres desayunar algo?
—Bueno… la verdad que ya he desayunado, gracias. Me he levantado pronto, me he duchado y todo… —respondí—. Pero oye, tú no te preocupes que no hay prisa.
—¡Vaya! ¡Que madrugón! Con lo tarde que se nos hizo ayer… —me dijo mientras la acompañaba por el recibidor hasta el salón.
Al llegar ahí, siendo una pieza mucho más luminosa, pude apreciar mejor su vestimenta. El camisón que llevaba era más bien una camiseta que le iba grande, y que era suficientemente larga para cubrir medio muslo.
—Pues si no te importa voy a desayunar, que tengo hambre —me dijo.
Pronto volvió de la cocina con unas tostadas con mantequilla y un par de vasos de zumo, de los cuales me ofreció uno. Nos sentamos juntos a la mesa y charlamos mientras comía.
—Estuvo bien ayer —comentó con la boca llena—. Gracias otra vez, creo que hicimos un buen papel delante de mis amigas; no sospecharon en ningún momento que no fuéramos novios.
—Ya… sí. Fue bastante convincente creo… —comenté algo sonrojado recordando los hechos.
—Les caíste bien a mis amigas, especialmente a Tania; no paraba de preguntarme sobre tí —dijo sonriente.
La observaba mientras devoraba sus tostadas. Estaba sentada justo al frente, y me iba deleitando con sus gráciles movimientos al comer. Me hablaba otra vez como mi amiga de toda la vida, haciéndome pensar que efectivamente lo pasado no significaba nada especial para ella.
—Éste trato nuestro está resultando ser muy gratificante —continuó entonces—. Oye, no hay nada de malo en aprovecharse un poco de la situación y disfrutarlo al mismo tiempo ¿no te parece? —concluyó sonriente con la boca medio llena.
—No, supongo que no… es verdad —asentí sin demasiado convencimiento.
—Me alegro de que lo disfrutes también. Ya te lo dije, aprovéchate tanto como te apetezca, que para eso somos amigos —me dijo con toda la naturalidad del mundo.
—Bueno… pero… ¿no crees que Ramón se va a molestar si se entera? —me atreví a preguntar.
—¡Ese imbécil perdió el derecho a estar celoso cuando se largó de vacaciones y me dejó aquí tirada! —contestó notablemente molesta—. ¡Yo tengo mis necesidades, y él no tiene ningún derecho a privarme de ellas! —dijo casi gritando.
Me sorprendió esa reacción tan fuerte, pero a cierto nivel me alegró, alimentando mi teoría de que iban a cortar pronto. Pero enseguida me sentí algo culpable por ello. Después de una pequeña pausa y algo más calmada, María se levantó y se acercó hacia mí.
—Dame tu mano —dijo, tomándola al mismo tiempo.
Empezó a doblar mis dedos uno a uno, dejando solamente el dedo corazón erguido. Entonces apoyó mi mano sobre mi rodilla derecha con el dedo apuntando hacia arriba. Se acercó más a mí, dirigiendo su pubis hacia la pierna donde ella seguía sujetando el dedo bien erguido. Fue bajando sobre mí y sentí como se fue introduciendo en su interior.
Así descubrí que no llevaba absolutamente nada debajo de esa camiseta. María quedó completamente sentada en mi rodilla, pero sobre mi mano, y con mi dedo medio enteramente dentro de su húmedo sexo. Pude sentir su abultada vulva sobre la palma de mi mano, mojada y viscosa. Mi amiga me miró fijamente, luego cerró los ojos y empezó a subir y bajar sobre mí.
No podía ver lo que pasaba, esa dichosa camiseta me tapaba la vista, pero podía sentirlo. Era sumamente excitante. Me limité a observar cómo ella sola se masturbaba conmigo, y me concentré disfrutando del tacto de su sexo, sintiendo cada textura, cada rasgo en el interior de su vagina.
Poco a poco ella fue acelerando el ritmo, y fue alternando entre movimientos verticales y en círculo, maximizando así el contacto de mi dedo corazón con sus paredes vaginales. Estaba empapada, entraba y salía con facilidad, e iba impregnando con su flujo la palma de mi mano, donde su peludito pubis impactaba acompasadamente.
Cabalgando sobre mi dedo, de vez en cuando apretaba con fuerza contra mí, frotando su clítoris contra mi mano. Fue aumentando el ritmo hasta que por fín acabó corriéndose, depositando un poco de cálido flujo en mi mano. Sentí su sexo contraerse y ella, siempre con sus ojos cerrados, tensó su espalda hacia atrás y dejó ir un gemido intenso. Después se relajó y se apoyó a mí sin sacar mi dedo de su coño, pasando sus brazos alrededor de mis hombros.
—¿Lo ves? Esto es exactamente lo que te decía —dijo con cierta dificultad mientras recuperaba su aliento—. Ramón quiso privarme de éste placer al dejarme aquí tirada. Es muy egoísta por su parte. Pero no voy a dejar que se salga con la suya.
Entonces se levantó y empezó a recoger los restos del desayuno como si nada. Yo me quedé sentado en silencio un momento, reflexionando sobre lo que me acababa de decir e intentando reponerme un poco. Mi erección era monumental, casi dolorosa. Acerqué a mi nariz el dedo que había estado dentro de mi amiga, el dedo que le había dado placer. Reconocí ese potente olor, que empezaba a ser un perfume muy familiar.
—Ven, acompáñame —dijo cuando terminó en la cocina—, me voy a dar una ducha.
Me levanté como un resorte y la seguí por el pasillo, admirando su culito menearse bajo esa vieja camiseta. Llegamos a su habitación y con cierta prudencia aguardé en la puerta sin atreverme a entrar. Ella, completamente a lo suyo, desapareció detrás de su armario. Buscaba, imaginé, la ropa que iba a usar después de la ducha. Vi su camiseta volar por los aires y aterrizar sobre la cama y acto seguido reapareció ante mí completamente desnuda. Sujetaba en la mano una camiseta de tirantes a juego con unos pequeños shorts.
—¿Qué haces ahí parado? Ven hombre que no muerdo… de momento —dijo riendo al mismo tiempo.
Entré lentamente en la pieza y me senté al borde de su cama, que, aunque no estaba hecha, era el único sitio que estaba suficientemente despejado. La verdad que su habitación era un desastre, con ropa tirada por todas partes, y con libros, carpetas y papeles esparcidos por el suelo.
—Bien, espérame aquí —dijo dejando las prendas que había escogido sobre la cama.
Su habitación tenía su propio baño, que aún y siendo muy pequeño, me pareció un lujo considerando el tamaño de su piso. Desde donde yo estaba, veía un pequeño lavabo y una bandeja de ducha, en la que María se dispuso a lavarse. Entró sin cerrar la puerta del baño, pero si cerró la mampara de la ducha. La pude observar mientras se lavaba hasta que el vaho se fue acumulando en el cristal y solo se apreciaba vagamente su silueta.
Continué observando desde mi posición, aunque no me hizo esperar mucho. Pronto salió y se envolvió rápidamente en su toalla, secándose con ella. Verla así me hizo recordar la escena en los vestuarios de la piscina el día anterior, y sentí mi pene palpitar bajo mis shorts. Me acordé de cómo me masturbó y cómo mi semen se derramó sobre su piel. María seguía secándose con la toalla y yo la observaba con la mirada perdida, reviviendo en mi cabeza esos maravillosos momentos.
Su voz me hizo recobrar conciencia:
—¡Eh! Estás embobado, ¿en qué estabas pensando?
Ella estaba frente a mí, completamente desnuda, con la toalla a sus pies. Su pelo aún mojado dejaba caer gotas desde sus largos mechones hacia el suelo, dejando un rastro húmedo sobre su piel en el trayecto.
—¿Qué pasa? ¿Estás empalmado? —preguntó mi amiga, fiel a ella misma —¿Ya estás cachondo? Apenas me has visto en pelotas un par de minutos…
Me observó un instante. Entonces se acercó un poco más a mí, y poniendo las manos en sus caderas, empezó un baile sensual. Quería provocarme aún más.
—¿Te gusta lo que ves? ¿Te la pongo dura? ¿Te pongo cachondo? —decía mientras se mostraba a mí con descaro.
La tenía tan cerca que podía oler el frescor de su piel recién lavada. Llevando sus manos sobre su vulva se abrió los labios mayores, mostrándome el interior de su sexo que se veía húmedo e hinchado.
—Mira mi coñito… ¿te gusta? ¿Te gusta mi vulvita? —continuó—. ¿Te gustaría meter tu polla en mi coñito?
Me estaba poniendo a mil, y yo no era capaz de articular palabra. El sudor se escurría por mi frente y el corazón parecía que iba a salirse de mi pecho.
—Mmm… ¿Quizás te gustaría más meterla en mi culito? —dijo.
Entonces se giró de espaldas a mí, inclinándose hacia delante y separando sus nalgas. Pude ver expuesto su ano, que lucía como la joya de una corona sobre su sexo bien abierto
—Venga, no seas tímido; ¡Sácatela y hazte una paja! —continuó— Y tócame el culito, anda, mira qué blandito es —siguió María, dándose una palmada en una nalga.
Volteó su cabeza para ver lo que hacía. Al verme ahí sentado sin reaccionar, se irguió de nuevo y me dijo en un tono mucho más normal:
—Lo digo en serio, hazte una paja. ¡No querrás quedarte así empalmado todo el día!
Entendí entonces que sí, iba en serio. Era la oportunidad que mi amiga me brindaba para descargar la tensión acumulada. Siguiendo su consejo me quité todo de cintura para abajo y posé una mano sobre mi polla y la otra sobre su culo. María sonrió complacida y continuó con su show.
—Mira que culito más estrechito… —decía pícaramente—. ¿Piensas que tu polla me entraría en el anito? Mira, a ver qué te parece…
Empezó a frotarse el esfínter con un par de dedos; primero los mojaba en su lubricada vulva y luego los dirigía hacia su ano. Poco a poco éste cedió dejando entrar la punta de sus dos dedos a la vez. Yo me animé e imité sus movimientos, yendo desde su vulva hasta su ano, y facilmente conseguí insertar en su recto medio dedo índice.
Continué tocando, alternando entre su coño y su ano. Mi polla estaba a punto de estallar, y tuve que decelerar la paja que me estaba haciendo para no terminar. Entonces María cambió de posición, volviéndose a poner de cara a mí y continuando con su bailecito sexy. Lo hacía de una manera que sus caderas apuntaban hacia mí, haciendo resaltar su coño para que dejarme apreciarlo bien. Mientrastanto, mi amiga se acariciaba los senos.
—¿Te gustan mis tetas? Tócalas, tócalas bien —ordenó, y yo acaté—. ¿Quieres correrte en mis tetas? ¿Si? ¡Ven, acércate! ¡Córrete en mis tetas! —gritó.
Se puso de rodillas justo delante mío. Yo seguía sentado en el borde de su cama, pero me acerqué a ella tanto como pude. María apretaba sus pechos alrededor de mi pene, que se posaba ahora justo en su canalillo. El contacto de mi glande con su piel fue todo lo que me hizo falta para descargar sobre ella.
Fue colosal. Mi semen cubrió su busto, que ella no apartó en ningún momento. Al contrario, parecía que lo quería atrapar todo, y ayudándome sacudió mi polla hasta sacarme la última gota y rozando sus pezones con mi glande. Cuando terminé, ví el viscoso y blanquecino líquido escurriéndose por su piel rápidamente, de tetas para abajo.
—¡Joder! ¡Me has duchado otra vez! —dijo a carcajadas—. Eso sí, ¡ésto es mejor que el jabón! —y seguía riendo.
Se levantó del suelo y, tomando la misma camiseta que usaba de pijama, la usó para limpiarse un poco. Sin llegar a quitar todo el semen de sus tetas, volvió a tirar la prenda sobre la cama. Era muy probable que volviera a usarla esa misma noche.
Después se puso el short y la camiseta que había escogido antes de ducharse, vistiéndose lentamente ante mi vista. No se puso ni sujetador ni braguitas.
—Bueno, espabílate —dijo—, ¿listo para ver una peli?
Me repuse los calzoncillos y los shorts y seguí a María hacia el salón. Por mi cabeza pasaban todo tipo de pensamientos; por una parte seguía esa maldita culpa y remordimiento, sabía que estaba colaborando a ponerle los cuernos a Ramón; pero por otra también cada vez estaba más hambriento por mi amiga.
Esa mezcla explosiva de sentimientos se intensificaba mientras contemplaba a María caminando delante mío. Sus glúteos rebotaban como gelatina al trotar por el pasillo, y asomaban tímidamente bajo sus pequeñísimos shorts de algodón. Al llegar cerca del televisor, María se inclinó hacia delante abriendo un cajón lleno de DVDs. Pude ver como un labio de su vulva se escapaba por un lado de la tela, abultadito y peludito.
En esa posición mi amiga giró su cabeza y preguntó:
—¿Que te apetece ver?
Sí, definitivamente; iba a enviar a la mierda la culpa y los remordimientos. Quería disfrutar de María lo máximo posible, y saber cuan lejos podría llegar.
CONTINUARÁ...
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