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Cree a su madre y nuera en....2

Junto con nuestro nieto, Aurora y yo nos fuimos a mi casa a esperar a mi nuera y a la hija de perra de su madre. Aunque había convencido a mi ex de que iban a aceptar nuestras condiciones, tengo que reconocer que albergaba muchas dudas. Por lo que sabía, su situación económica era desesperada y si no aceptaban mi ayuda condicionada iban abocadas a la indigencia. Sin oficio ni beneficio, la viuda de mi hijo y su progenitora no podrían subsistir en una sociedad tan exigente como la nuestra. Pero, aun así, temía que el carácter altivo y orgulloso que compartían ambas dificultara nuestros planes y les hiciera preferir el harakiri a cumplir con mis exigencias.
Cinco minutos antes de la hora acordada, llegaron madre e hija a la cita. Y ya dentro de mi casa, descubrieron horrorizadas que Aurora estaba de pie junto a mí cuando las recibí sentado en un sillón.
La primera en reaccionar fue Sonia que, sacando fuerzas de la desesperación, me preguntó de qué quería hablarles. Antes de explicarles mi plan, me tomé mi tiempo para recordar a esas dos guarras, las afrentas y los desplantes a los que nos habían sometido tanto a Aurora como a mí, tras lo cual les hice saber que conocía a la perfección sus penurias económicas porque en gran parte yo las había propiciado.
Os juro que disfruté y mucho al ver la cara de esas putas cuando escucharon de mi boca que no solo yo había sido quien las había denunciado ante Hacienda, sino que era el propietario de la compañía que las había echado de sus casas. Eso en sí ya era un gran premio, pero, como quería su absoluta humillación, al terminar de exponer su negro futuro y dirigiéndome ya solo a mi nuera, le dije que tal y como le había anticipado, era yo quien había vencido.
La mirada de odio con la que me respondió lejos de enfadarme, solo me alegró al saber que estaba indignada y profundizando en esa herida, le dije:
―Si quieres que te ayude y que te permita vivir en la misma casa que tu hijo, tu madre y tú tendréis que comprometeros a una serie de condiciones.
La muchacha se quedó helada al ver que Aurora apoyaba una de sus manos en mi hombro, dando muestra clara que fueran lo que fuesen, nuestras exigencias eran consensuadas. Temiendo la contestación, me preguntó en que consistían:
―Básicamente― le contesté con voz pausada pero firme: ― En que os comportéis tal y como sois, es decir, ¡cómo una putas!
Cabreada hasta el extremo, la rubia quiso irse, pero Teresa, su madre, la detuvo y sin mostrar el desprecio que le corroía sus entrañas, me pidió que aclarara mi oferta.
Soltando una carcajada porque supe que había claudicado, respondí:
―Os ofrezco casa, comida y un sueldo de mil euros a cada una, pero en compensación tendréis que satisfacer todos nuestros caprichos…
Mi consuegra captó a la primera que clase de caprichos hablaba y creyendo que mi ex se iba a compadecer de su destino al ser mujer, le dijo:
―Aurora, ¡no me puedo creer que estés de acuerdo!
Os juro que, si alguna vez me había arrepentido de divorciarme de mi esposa, fue ese día porque con un tono meloso y colocándose a mi espalda, le respondió:
― ¿Por qué no voy a estarlo? Tú y la zorra que tienes por hija nos habéis jodido la vida.
―Mamá, ¿por qué discutes? ¡Es un trabajo! ― intentó mediar mi nuera totalmente en la inopia.
― ¿Un trabajo? ― hecha una furia, le contestó: ― ¡Quieren que seamos sus esclavas sexuales!
Sonia, sin llegárselo a creer, me miró buscando que rectificara a su madre. Pero no encontró lo que esperaba ya que, con una sonrisa de oreja a oreja, le respondí:
―Si quieres sobrevivir, tendrás que vender tu cuerpo. Solo tienes que decidir si prefieres a un desconocido en un bar de carretera o a nosotros.
Durante unos instantes vaciló, pero al escuchar la risa de mi nieto en la otra habitación, respondió casi llorando:
―A vosotros.
Desabrochándome la bragueta, saqué mi miembro y poniéndolo a su disposición, le dije:
―Tienes trabajo.
Sorprendida por lo rápido en que quería cerrar nuestro acuerdo, se quedó paralizada por que lo último que podía pensar al llegar a mi casa, era en que iba a hacerme una felación. En ese momento Aurora, yendo hasta su lado, la obligó a arrodillarse ante mí:
― ¡Hazle una buena mamada! ― ordenó tirando de ella y acercando su cara a mi entrepierna.
Reconozco que me encantó verla coger mi pene entre sus labios y más aún cuando esa boca acostumbrada a maltratar a la gente se tuvo que rebajar y abrirse para recibir en el interior el pene erecto de su suegro.
―Así me gusta, ¡perra! ¡Cómetela!
Tremendamente humillada y con su piel erizada cual gallina, la zorra de mi nuera se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta mientras su madre y la de su marido miraban la escena. Sin quejarse empezó a meter y sacar mi extensión mientras gruesos lagrimones recorrían sus mejillas. Tratando de reforzar mi dominio, pero sobre todo su humillación, le ordené que me enseñara sus pechos.
La rubia miró a la que había sido su suegra antes de empezar a desabrocharse la blusa y al no conseguir el apoyo que buscaba, bajó su mirada y llevando su mano libre a los botones, se fue quitando uno a uno. Confieso sin vergüenza alguna que ver a esa puta obedeciendo mis órdenes sin rechistar, me puso bruto. Mi ex, aunque resulte raro, se había contagiado de mi ánimo de venganza y acuciando el ritmo de la muchacha, le exigió que se diera más prisa tirándole del pelo. La mirada que Sonia le dirigió fue una mezcla de odio y de miedo, pero sobre todo de bochorno por lo que estaba siendo obligada a hacer.
Desde mi privilegiado lugar, me encantó disfrutar de como centímetro a centímetro esa maldita iba dándome a conocer esa parte de su anatomía que solo unos pocos habían visto en la vida y que, según mi hijo, solo él había saboreado.  Con la camisa completamente abierta, dejó momentáneamente de mamarme el miembro para quitarse el sujetador. No me cupo duda alguna que lo estaba pasando mal al hacerlo y para mortificarla aún más, le dije:
―Vamos putita, ¡ sé que lo estás deseando!
Cuando por fin tuve una visión completa de sus pechos, no pude sino maravillarme de la hermosura de ese par de tetas y saboreando de antemano el placer que iban a darme, la obligué a continuar con la felación.
La ausencia de excitación que advertí en los rosados pezones que decoraban esos montes me volvió a confirmar que la viuda de mi hijo no estaba disfrutando sino sufriendo y como comprenderéis, eso me alegró. La que si estaba cachonda fue Aurora que sin que se lo tuviera que decir presionó nuevamente la cabeza de la que había sido su nuera sobre mi pene.
― ¡Quiero que te la tragues toda! ― le gritó mientras lo hacía.
La indefensa muchacha vio forzada su garganta al límite, pero, aunque sufrió arcadas no hizo ningún intento por retirarse. La que si actuó fue Teresa que intentando que cesara el castigo de su hija, se arrodilló ante Aurora y le pidió clemencia. Mi ex al verla postrada, decidió darle una cruel lección y sentándose a mi lado, se levantó la falda y le exigió que le comiera el coño. La expresión de asco de nuestra consuegra no le sirvió de nada y tras unos segundos de indecisión sumergió su cara entre las piernas de la mujer.
Fue entonces cuando la que había sido mi compañera tantos años sonriendo me soltó:
― ¡No ibas a ser tu solo quien disfrutara!
Muerto de risa, la besé y mientras mi nuera y su madre se comían nuestros respectivos sexos, Aurora y yo disfrutamos de nuestro recién estrenado poder. No sé si fue que al ver que su progenitora sufría su mismo castigo, le sirvió para relajarse o que se estaba empezando a acostumbrar a su destino, pero lo cierto es que, a partir de ese momento, Sonia incrementó el ritmo y la profundidad de su mamada. Usando su boca como si fuera su sexo, metió y sacó mi pene a un ritmo desenfrenado mientras con las manos me acariciaba los huevos, a su lado, su madre lamía el clítoris de mi ex con una pericia que me dejó claro que no era la primera ocasión en que se lo hacía con una mujer.
― ¡Qué bien me lo come la zorra! ― gimió la madre de mi hijo al sentir que su cuerpo reaccionaba y tratando de maximizar su gozo, se pellizcó los pechos como si estuviera en celo.
Sus palabras, la escena lésbica y ante todo el cumulo de sensaciones que se habían ido acumulando en mi entrepierna hicieron que, sin poder retenerme más, derramara mi semen en el interior de la boca de mi nuera. Avisada por mi ex de que debía tragarlo todo, sufriendo lo indecible, no solo lo consiguió, sino que con la lengua retiró cualquier rastro dejando mi pene impoluto.
― ¡Ves cómo te ha gustado! ― dije con sorna.
La cría no pudo ni mirarme y al retirar su cara, vio que su madre seguía inmersa en su propia agonía y quizás por vez primera, se rompió la armonía que unía a esas dos putas porque creí vislumbrar un inicio de sonrisa en su rostro.
«Por algún motivo, le gusta que su madre sufra», pensé al tratar de dar un significado a ese involuntario gesto.
Los gemidos de placer de Aurora me volvieron a la realidad, la cual se estaba retorciendo sobre el sofá mientras su consuegra le daba largas lametadas a su clítoris.
― ¡Dios! ¡Cómo voy a disfrutar de esta zorra! ―  aulló a voz en grito mientras se corría.
La zorra que estaba entre sus piernas prolongó sus caricias hasta que ya satisfecha, Aurora me preguntó:
―Cariño, ¿A qué hora vamos a conducir a su nuevo hogar a este ganado?
Descojonado, contesté:
―Sobre las dos. Antes tengo un par de asuntos que resolver.
Mi antigua esposa, dirigiéndose a las arrodilladas, les dijo:
―Os quiero aquí a la una y media para que ayudéis a vuestro amo a hacer el equipaje.
Ya se iban por la puerta con la cabeza gacha al comprender el siniestro futuro que les esperaba cuando oyeron que Aurora les gritaba:
―No traigáis mucha ropa. Andaréis la mayor parte del día, ¡desnudas!
4
Tal y como había previsto mi nuera y su madre aceptaron ser mis putas. Si en vida de mi hijo esas dos habían conseguido separarme de Manuel, ahora que estaba muerto había llegado la hora de mi venganza. Las malnacidas que me habían enemistado con mi retoño habían hecho lo mismo con mi ex y por eso, aunque lleváramos diez años separados, me pusieron en bandeja que Aurora se convirtiera en mi cómplice. Con el mismo rencor corroyéndola sus entrañas, vio en mis planes una forma de devolverles las afrentas sufridas y por eso, no tuvo inconveniente en unirse a mí en mi represalia.
Hundidas económicamente, cómo querían salir de la indigencia y ver a mi nieto, tuvieron que pasar por el aro. Decidieron a regañadientes aceptar ser nuestras esclavas sexuales y cerrando ese acuerdo ilícito e inmoral, Sonia, la viuda de mi chaval tuvo que hacerme una felación mientras la zorra que la engendró hacía lo propio con el coño de mi ex.
Esa tarde la utilicé para agenciarme todo lo necesario para hacerles la existencia imposible. Al despedirme de mi antigua compañera, fui a un sex-shop a comprar los artilugios que me faltaban, porque dentro de mi siniestro plan, tenía previsto someterlas a las más diversas torturas.
Jamás había entrado a un lugar semejante y por eso quedé entusiasmado al observar hasta donde podía llegar la imaginación perversa de los distintos fabricantes. Pasando por alto que había instrumentos cuya finalidad no entendía, me divirtió comprobar el tamaño de muchos de ellos. Os juro que, aunque había visto imágenes de consoladores desmesurados, nunca creí que fuera posible encontrarme con uno de casi medio metro de largo cuya circunferencia era de al menos diez centímetros de ancho.
«¡Que burrada!», pensé mientras lo metía en la cesta y muerto de risa, seguí buscando otros instrumentos de tortura.
Reconozco que pasé un buen rato disfrutando de antemano de las penurias que iban a sufrir esas dos guarras. Olvidándome de los precios, cuando fui a pagar había seleccionado una buena cantidad de sádicos artilugios y por eso no me importó el palo que di a mi tarjeta de crédito. Nada era demasiado para devolverle el sufrimiento que tanto Sonia como Teresa me habían hecho pasar. Al llegar a casa cargado de bolsas, me encontré con que Aurora me estaba esperando en la puerta.
Como habíamos quedado mi ex me iba a acompañar al cortijo para ayudarme en el castigo de esas dos. Venía vestida como al mediodía, pero al ver el tamaño de su maleta, comprendí que su estancia iba a ser larga porque traía ropa suficiente para al menos un mes. Mientras me echaba una mano al desenvolver las compras, descubrí con alborozo que por el brillo de sus ojos esa morena se había excitado al ir abriendo los paquetes, pero ya no me cupo ninguna duda cuando cogiendo un par grilletes, me preguntó:
― ¿Te importaría que los estrenáramos esta noche?
Ni que decir tiene que eso no fue lo único que dimos uso durante las siguientes horas hasta que agotados nos quedamos dormidos abrazados sobre las sábanas.
 
Al despertarnos, empezamos con los preparativos de nuestra marcha y fue entonces al escuchar las risas de nuestro nieto cuando comprendí que, aunque el niño solo tenía tres años, ya era lo suficientemente mayor para que no pudiéramos abiertamente abusar de su madre y de su abuela.
―No te preocupes― contestó mi ex al expresarle mis dudas – en su presencia serán nuestras criadas y mantendremos las apariencias. Solo cuando él no esté, las obligaremos a ser nuestros juguetes.
Comprendiendo que tenía razón, accedí a disimular, aunque eso significara suavizar su castigo.
―Te equivocas― me contestó meneando su melena:― ¡No tendrán tanta suerte!
Sus palabras me hicieron saber que se le había ocurrido una solución y dejándolo en sus manos, preferí que me sorprendiera. Por su sonrisa, lo que se les tenía preparado iba a ser el menos malévolo. Como sabía que no tardaría en saberlo, me dediqué a acomodar los distintos enseres dentro del coche y por eso no fui testigo del momento en que mi nuera y su madre llegaron a la casa.
Cuando retorné, me encontré a esas dos cerdas vestidas de sirvientas.
«¡Qué poco ha tardado Aurora en ponerlas su uniforme!», pensé mientras las echaba un vistazo.
El atuendo las sentaba muy bien, aunque tuve que reconocer que curiosamente a la que le quedaba mejor era a Teresa, la madre. Con unos kilos de más para la talla de su vestido, se la veía atractiva al quedar realzadas sus formas bajo la tela.
«Coño, ¡va a resultar que está buena!», murmuré gratamente sorprendido por ese hecho e interesado en comprobarlo, pasé mi mano por su trasero.
Mi consuegra soportó mi manoseo sin quejarse, lo que me dio la oportunidad de valorar que esa puta tenía un culo estupendo. Las nalgas de esa cincuentona habían perdido un poco la firmeza de la juventud, pero se mantenían lo suficientemente duras para que resultaran apetecibles.
Ya lanzado cogí sus pechos y ejerciendo presión con mis dedos, observé con disgusto que los tenía blandos y caídos, pero eso no fue óbice para que aprovechara para dar un duro pellizco a sus pezones mientras miraba a su hija en busca de alguna reacción.
― ¡Me duele! ― se quejó al sentir el maltrato.
Os reconozco que no sé todavía que fue lo que más me gustó, si escuchar su queja o descubrir que como el día anterior Sonia no había podido reprimir un gesto de satisfacción al ver a su madre humillada.
Como sabía que tendría tiempo de sobra para averiguar el motivo por el que mi nuera disfrutaba con ello, decidí concentrarme en ella. Aunque Sonia era una monada de veintiocho años, al mirarla no pude dejar de valorar que estaba hecha una pena. Las profundas ojeras que circundaban sus ojos me revelaron que esa guarrilla no había podido dormir la noche anterior. Despeinada y triste, parecía horrorizada por su futuro. Su genuina desesperación influía incluso en el modo que estar de pie. Con los pies juntos y sus manos abiertas hacia atrás, esa muchacha expelía miedo y desasosiego por todos sus poros.
―Se te ve contenta― dije con sorna mientras la obligaba a modelarme su uniforme.
Mi nuera, bajando su mirada, me contestó:
―Lo estoy, Javier.
Fue entonces cuando Aurora interviniendo le soltó una bofetada mientras le decía:
―Zorra, a partir de hoy, cuando esté tu hijo presente te dirigirás a tu dueño como “señor†y cuando no lo esté, como “amoâ€. ¿Lo has entendido?
Viendo que había captado el mensaje, le obligó a repetir su respuesta. Con lágrimas en los ojos, me miró diciendo:
―Lo estoy, ¡Amo!
Aunque me gustaba escuchar que se refería a mi con ese apelativo, supe que iba a disfrutar mucho mas si cuando estuviera abusando de ella me llamara suegro. Al hacérselo saber, sollozando, contestó:
-Así lo haré, suegro.
La sumisión de esa rubia me satisfizo y urgido por comprobar sus límites, las informé de nuestra marcha.
Mientras Aurora llevaba en brazos a su nieto, mi nuera y su madre se ocuparon de acarrear con el equipaje de forma que, en pocos minutos, estábamos los cinco cómodamente sentados en el coche. Con mi ex como copiloto y ese par de putas con el niño en los asientos traseros, salimos rumbo a mi cortijo. Aprovechando un semáforo en rojo, mi cómplice me pasó un mando a distancia y me dijo:
― ¡Haz tú los honores!
En cuanto lo activé y escuché los gemidos de sorpresa que surgieron de las gargantas de esas dos putas, comprendí que Aurora les había insertado en sus coños dos consoladores inalámbricos. Mirando a través del espejo retrovisor, me dediqué a subir y a bajar la intensidad de ambos mecanismos mientras nuestras víctimas intentaban que mi nieto no notara nada.
Os juro que disfruté viendo los intentos de esas dos en evitar que la excitación que sentían no se exteriorizara. En el caso de mi nuera, intentó controlarla cerrando sus piernas, pero al hacerlo la presión se vio incrementada y por eso fue la primera en correrse. En cambio, Teresa al no combatir lo inevitable tardó en hacerlo, pero cuando lo hizo con una serie de suspiros nos informó de que el placer estaba asolando su sexo.
Satisfecho, apagué los aparatos y dándole el mando a mi antigua mujer, le dije:
―Antes de que lleguemos a Sevilla, quiero que esas zorras estén agotadas.
Soltando una carcajada, me respondió:
―Te juro que será así.
Muerto de risa, le acaricié un pecho. Aurora sin cortarse, separó sus rodillas y subiéndose la falda, me preguntó:
―Amo, ¿puedo masturbarme?
Extrañado de que me pidiera permiso y de que se refiriera a mí de esa forma, antes de concedérselo, le pedí que me aclarara el porqué. Entornando sus ojos, me miró diciendo:
―Esas dos deben aprender que hay jerarquías. A partir de hoy, te obedeceré para que ellas sepan quién es su dueño.
Cómo os imaginareis no estaba preparado para oír de su boca que la que había sido mi esposa durante tantos años se me ofrecía como sumisa y viendo que tenía gato encerrado, le pregunté la razón por la que lo hacía:
―Ayer me di cuenta de que me excitaba ver cómo te comportabas como dominante y, además, siendo yo tu favorita podré tener más libertad para adiestrar a esas dos.
Mas excitado de lo habitual, le di permiso para masturbarse en mi presencia y por eso mientras cogía la autopista de Andalucía, fui testigo de cómo esa mujer metía su mano dentro de sus bragas y poniendo cara de fulana, daba rienda suelta a su lujuria.
Sin prisa, pero sin pausa, recorrió los pliegues de su sexo para concentrar toda la calentura que la dominaba en su entrepierna. Atónito presté atención a cómo con furia empezó a torturar su clítoris. Era alucinante verla restregándose sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. Los gemidos de mi ex no tardaron en acallar la canción de la radio y liberando su placer, se corrió sobre la tapicería. 
Al terminar, me dio un beso mientras decía:
―Gracias, lo necesitaba.
Asumiendo que me iba gustar esa faceta recién descubierta, le dije:
―No sabía que eras tan puta.
Entornando sus ojos, me respondió:
―Yo tampoco.

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