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Cree a su madre y nuera en....

La relación entre un suegro y su nuera no siempre es idílica. Muchas veces con el paso de los años, el continuo roce hace que se vaya convirtiendo en auténtico odio. Ese fue mi caso. Cuando mi hijo Manuel me presentó a su novia en un principio me pareció una rubita graciosa y bonita incapaz de romper un plato y por eso incluso alenté su noviazgo. Ahora tras diez años de aquello, me arrepiento porque esa cría demostró ser una zorra egoísta e insaciable que solo pensaba en el dinero que algún día heredaría. Si eso era de por sí motivo suficiente para detestarla, que tuviera por madre a un zorrón desorejado que exigía a su yerno cada vez más para mantener su alto nivel de vida, era algo que me sacaba de las casillas.
Cuando me di cuenta de que esa niña era un jodido parásito ya era tarde, porque Manuel ya se había casado con ella. Aun, así como padre me vi obligado a hablar con mi hijo y de hombre a hombre, explicarle la pésima opinión que tenía de su esposa y sobre todo de su puñetera familia.  Desgraciadamente, Manuel se puso de parte de ella de forma que nuestra relación se fue enfriando hasta el extremo que ni siquiera me invitó al bautizo de su hijo.
Os juro que, aunque esa descortesía me dolió, más lo fue el motivo que adujo mi chaval cuando le eché en cara no hacerlo:
―Sonia no tiene por qué aguantarte y quiero que ese día sea perfecto.
Ni siquiera me digné a contestarle lo que opinaba de esa arpía y desde entonces solo había hablado en contadas ocasiones con él.  Gracias a la esmerada educación que le había dado, mi hijo era autosuficiente. Con un buen trabajo y un mejor sueldo, no necesitaba de mi ayuda. Sé que hoy me arrepiento de no haber intentado otro acercamiento, pero el propio ritmo de vida en el que estaba inmerso evitó que lo hiciera pensando que tendría tiempo para ello en el futuro.
Para que os hagáis una idea más exacta de lo hijo de puta que resultó esa monada, un dato: Habiéndome separado de mi mujer hacía más de diez años, Sonia consiguió que mi ex y yo nos pusiéramos de acuerdo en algo:
¡Nuestra nuera era un mal bicho!
Conmigo ya lejos de Manuel, se concentró en su madre y cuando mi nieto tenía escasos tres meses de vida, un día la echó de su casa. Todavía recuerdo ese día, fuera de sí, Aurora me llamó para contarme lo sucedido. Por lo visto, había discutido con Teresa, la madre de Sonia y al enterarse su hija, a base de empujones la había puesto de patitas en la calle sin que Manuel hiciera algo por evitarlo.
―Esa mujer está loca y tiene a nuestro hijo embobado― me soltó casi llorando
No pude estar más de acuerdo y dándole la razón, le pedí que, ya que Manuel había roto cualquier puente conmigo, ella al menos intentara seguir en contacto con él. Pero tal y como me temía, mi ex también se vio apartada de su lado y por eso durante dos años, apenas supimos nada de su vida.
Si obviamos mi fracaso con mi chaval, en ese tiempo, la vida no pudo más que sonreírme y aunque el resto del país estaba en crisis, mi empresa fue como un tiro y conseguí convertirla en una perita en dulce por la que diversos inversores empezaron a interesarse. Cansado del día a día y tras varios meses de negociaciones, conseguí venderla a un precio tan elevado que con cincuenta y cinco años recién cumplidos me jubilé.
Con muchos ceros en mi cuenta corriente, creí que había llegado el momento de cumplir esos sueños que el trabajo me había impedido hacer. Desgraciadamente, los hechos se ocuparon de hacerlo inviable.
Estaba celebrando la venta y mi nueva vida con un amigo cuando recibí la llamada de mi nuera. Supe antes de contestar que algo grave pasaba para que esa egoísta se olvidara del odio que sentía por mí y me llamara.  Mis negros augurios se cumplieron al escuchar que, desde el otro lado del teléfono, Sonia me informaba de que su padre y mi hijo habían sufrido un accidente. Con su voz encogida por el dolor, mi nuera me contó que su viejo había muerto y que Manuel estaba ingresado en la unidad de cuidados intensivos.
Confieso que no supe que contestar y con el alma destrozada, solo pude preguntar por el hospital donde le estaban tratando. Al colgar, como un huracán, la angustia por haber fallado como padre me golpeó en la cara y sin ánimo de ni siquiera conducir, le pedí a mi amigo que me llevara hasta allá. Al llegar al Gregorio Marañón, la primera persona con la que me topé fue mi consuegra que ni siquiera me saludó. Pero lo más increíble fue que cuando sabiendo que había perdido a su esposo, me acerqué a darle el pésame, esa perra hija de siete padres tuvo los santos huevos de echar la culpa de su fallecimiento a mi hijo.
Con inaudita paciencia, la escuché achacar a Manuel ese accidente tras lo cual, le solté:
― ¡Qué te den por culo! ― y sintiéndome liberado, fui a ver a mi hijo.
Al llegar a su planta, pregunté si alguien podía informarme y tras varias gestiones conseguí que saliera un médico. El internista me explicó que el traumatismo craneal de mi chaval era tan importante que era difícil que sobreviviera y que de hacerlo le quedarían graves.  Mi vida se desmoronó en un instante al saber que lo perdía. Todavía estaba intentando asimilar la noticia cuando llegó Sonia hecha una energúmena y con muy malos modos, me echó de allí y prohibió a los médicos que me permitieran pasar a despedirme de Manuel.
Ese enésimo enfrentamiento fue la gota que colmó el vaso y os tengo que reconocer que, a partir de ese momento, mi rencor se transformó en autentico animadversión y solo podía pensar en cómo joder la existencia a esas dos putas.
Lo primero que hice fue llamar a mi abogado para intentar que un juez me permitiera acceder a donde estaba mi hijo, pasando por alto la orden de esa maldita. El letrado una vez había terminado de exponerle el asunto, me dio su opinión:
―Manolo, ¡no tienes nada que hacer! Con tu hijo incapacitado, la opinión de tu nuera es la que prevalece.
Cómo comprenderéis, eso no me contuvo y ordenándole que de todas formas lo intentara, comprendí que, si quería estar con mi retoño en sus últimos momentos, debía utilizar otros caminos.  Sin salir del hospital, me fui directamente a ver al director. El tipo resultó ser un ser humano excepcional y tras escuchar mi situación, se puso en mi lugar y me dijo:
―Cómo la orden de su nuera es tajante, legalmente no puedo hacer nada― ya creía que me iba a ir de su despacho con las manos vacías cuando le escuche decir: ―Pero como padre lo comprendo y por eso le propongo que vea a su hijo cuando tengamos la certeza de que su mujer no va a estar en el hospital.
Esperanzado pregunté:
― ¿A qué hora sugiere?
El director me contestó:
―De dos a tres de la madrugada.
Ese fue el motivo por el cual durante los treinta y tres días en que mi hijo tardó en morir, tanto Aurora, su madre, como yo fuimos una presencia nocturna constante en esos pasillos. Aleccionada por su jefe, la enfermera de la noche nos dejaba pasar y sentarnos durante una hora a ver como nuestro Manuel le costaba aspirar del oxígeno al que estaba conectado. Cada uno de esos minutos, no redujo sino acrecentó el odio que sentía por esas dos arpías hasta hacerlo mi razón de vivir.
Por eso, os tengo que confesar que antes de que tuviera que enterrar a mi hijo, ya tenía planeada mi venganza. Lo más gracioso fue que las armas con la que les iba a hacer pagar a esas zorras todas sus afrentas me las dieron ellas mismas. Acostumbradas a vivir al día sin pensar en el futuro, no habían ahorrado. Con sus hipotecas al límite y sin más fuente de ingreso que la pensión de viudedad, esas dos mujeres la iban a pasar mal. Averiguando a través de un detective, descubrí varios malos manejos de mi difunto consuegro y a través de una denuncia anónima, informé de ellos a la agencia tributaria. Sé que hice mal, pero falsifiqué un par de papeles para que pareciera que mi hijo había sido su cómplice de forma que Hacienda les instruyó un expediente y embargó incluso esa pensión.
Con la paciencia que da el resentimiento, esperé que fallaran en las cuotas de sus hipotecas y me acerqué a su banco. Tras una brevísima negociación, compré las deudas a través de una de mis compañías y a los tres meses del entierro de mi chaval, les metí una demanda de desahucio.
― ¡Qué se jodan las muy putas! ― pensé nada más firmarla.
Una vez con todo en marcha, me relajé y me puse a buscar una finca donde vivir. Por una vez, la suerte me sonrió y conseguí comprar un cortijo a cincuenta kilómetros de Sevilla, donde no solo iba a vivir con mi nieto, sino que era el sitio donde iba a tener lugar mi venganza. Los jueces, como no podía ser de otra forma, me dieron la razón y las echaron de sus casas.
«Sus penurias solo han empezado», me dije el día que conocí la sentencia y llamando a mi abogado, le di vía libre para que ejecutara mi siguiente paso.
Con otra vuelta de tuerca y basándome en la cuasi indigencia en la que había quedado mi nuera, reclamé la patria potestad de mi nieto. Sabía que esa reclamación teniendo en contra a un buen abogado no tendría éxito, pero como esa indeseable no podría pagarlo, me froté las manos por anticipado.
Tal y como había previsto, Sonia en cuanto se enteró de mi demanda me telefoneó hecha una furia y llamándome de todo menos bonito, me juró que no pararía hasta hacerme la vida imposible.
―Mira zorrita― la repliqué cuando dejó de soltar improperios por su boca: ― Soy mucho más rico e inteligente que tú y encima te llevo ventaja; he tenido tiempo para preparar mi venganza. ¡Llámame cuando quieras negociar! ― tras lo cual colgué.
Los acontecimientos a posteriori me dieron la razón y sin dinero con el que pagar a un defensor de prestigio, se tuvo que conformar con acudir a uno de oficio y como dice el viejo dicho: “Al que obra mal, se le pudre el culo”, mi pobre e hija de perra nuera tuvo la mala fortuna de caer en manos de un corrupto. El cual al enterarse de quien era su contrincante, prefirió pasarse por mis oficinas y sacar un buen redito de ese asunto en vez de pelearlo.
Cómo os imaginareis, se vendió traicionándola. El juicio, como no podía ser de otra forma, resultó ser un desastre para sus intereses y justo el día en que mi hijo hacía seis meses muerto, el juez me otorgó la patria potestad y la custodia de mi nieto. Cuando acompañado de un oficial de policía acudí a la pensión donde malvivían esas dos putas a recoger a Manolito, Sonia quiso darme pena y llorando a moco tendido, se arrodilló a mis pies pidiendo que no le quitara a su hijo.
Pateándola a un lado, me deshice de ella y cogiendo a mi nieto en mis brazos, descubrí que para el niño era un desconocido y que no quería venir conmigo. Curiosamente sus lloros y los berridos de la zorra de su madre me sonaron a música de Beethoven y mirando a esa rubia a la cara, le dije:
―Despídete de Manolito, dudo que lo vuelvas a ver. Ahora mismo nos vamos a vivir a Sevilla.
El dolor de esa madre fue inmenso, pero no mayor al que sentí cuando esa puta me apartó de mi hijo y por eso en vez de compadecerme de ella cuando desesperada me amenazó con suicidarse, le solté:
―Si quieres matarte, ¡hazlo! Pero si quieres otra salida, te espero con tu madre esta tarde en mi casa― y dejándola tirada en el suelo, me fui con su hijo en mis brazos.
2
Nada más salir de esa mierda de pensión y ante mi manifiesta incapacidad de acallar los llantos de mi nieto, decidí optar por la solución más fácil y llevé al crío a casa de su otra abuela. Aurora, con la que gracias a mi nuera me había reconciliado, se quedó muda al verme entrar con Manolito y cogiéndolo de mis brazos, lo empezó a besar como desesperada.
Mirando la escena, sonreí al darme cuenta de que, aunque seguíamos sin ser pareja, al menos nos hablábamos.
― ¿Cómo has conseguido que esa guarra te lo deje? ― me preguntó una vez había calmado su necesidad de cariño.
Muerto de risa le expliqué que desde que nuestro hijo había muerto, me había abocado a hacer que la existencia de esas dos fuera la peor posible y que por fin me habían dado la patria potestad del crío:
― ¡Qué se jodan! ― exclamó al escucharme y tras unos instantes comprendió que, si yo era el tutor del chaval, iba a tener la oportunidad de verlo cuando quisiera, directamente me lo preguntó.
― ¡Por supuesto! ¡Eres su abuela! ― le respondí y acercándome a ella, aproveché que tenía las manos ocupadas con su nieto para acariciarle el culo, mientras le decía al oído: ―Si quieres cuando vengas, puedes dormir en mi cama.
Aurora, al sentir mis caricias, suspiró como una gata en celo y retirando mi mano de sus nalgas me dijo:
― ¡No sigas que llevo muchos años a dieta!
Su confesión me extrañó de sobre manera porque mi ex era una cincuentona de muy buen ver y no tenía duda alguna de que debía de haber recibido más de una propuesta al respecto. El morbo de descubrir que llevaba tiempo sin sexo me hizo buscar el provocarla para ver como reaccionaba y pegándome mi pene contra su culo, la abracé y besándola en el cuello, le solté:
―Eso podemos arreglarlo ahora mismo.
Contra toda lógica, no solo no separó, sino que, forzando el contacto, restregó sus nalgas contra mi entrepierna mientras me pedía que me quedara quieto. Mientras con su voz me pedía paz, el resto de su cuerpo ya había iniciado la guerra, por lo que declaré abiertas las hostilidades cogiendo uno de sus pechos en mi mano.
Reconozco que se me puso dura nada más oír el gemido que salió de su garganta y ya consumido por la pasión, le subí la falda y con mis manos acaricié uno de sus cachetes.
― ¡Para o no respondo! ― gritó descompuesta.
Incrementando su calentura metí mi mano por su escote y sacando un pecho de su encierro, pellizqué suavemente su pezón.
― ¡Tú lo has querido! ― chilló mientras salía corriendo de la habitación.
Tras dejar en manos de la muchacha de servicio al crio. y antes de darme cuenta, mi ex se había arrodillado a mis pies y me había bajado la bragueta:
 ― ¡Ya no me acordaba de ella! ― dijo con una sonrisa al sacar mi polla de su encierro.
Descojonado, le respondí:
― ¡Pues yo todavía echo de menos tus mamadas!
Su cara se iluminó al escuchar mis palabras y con un empujón me tumbó en la cama:
―Quítate la camisa, ¡cabrón! ― me dijo con voz suave pero dotada de una autoridad que no me pasó desapercibida.
Ni que decir tiene que obedecí y yendo por delante de sus deseos, me desnudé por entero. Mi ex al verme en pelotas se mordió los labios y subiéndose sobre mí, empezó a besar mi pecho mientras una de sus manos jugueteaba con mis testículos.
― ¡Estoy brutísima! ― confesó mordisqueando uno de mis pezones.
Sin darme otra oportunidad, su lengua fue dejando un húmedo rastro en dirección a mi sexo. Éste esperaba erguido su llegada. Usando su larga melena a modo de escoba, fue barriendo mis dudas y antiguos recelos, de modo que, cuando sus labios entraron en contacto con mi glande, ya no recordaba la razón por la que me había separado de ella.
Aurora, ajena a mis reparos, estaba con su particular lucha e introduciendo a su adversario hasta el fondo de su garganta, no le dio tregua. Queriendo vencer sin dejar prisioneros, aceleró sus movimientos hasta que, desarmado, me derramé en su interior. 
Mi ex no permitió que ni una sola gota se desperdiciara, como si mi semen fuese un manjar de los dioses y ella una muerta de hambre, recibió mi semen con alborozo y una vez hubo ordeñado mi miembro hizo desaparecer cualquier rastro de nuestra pasión.
Sus labores de limpieza provocaron que me volviera a excitar. Aurora, admirando mi sexo nuevamente erguido, se pasó la lengua por los labios y sentándose a horcajadas sobre él, se fue empalando lentamente sin separar sus ojos de los míos.
― ¡Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez! ― gritó.
Al oír que los gemidos de la que había sido mi compañera, recordé que le gustaban los pellizcos y cogiendo un pecho con cada mano, pellizqué sus pezones. Paulatinamente, su paso tranquilo fue convirtiéndose en trote y su trote en galope. Con un ritmo desenfrenado y cabalgando sobre mi cuerpo, sintió que el placer le dominaba y acercando su boca a la mía mientras me besaba, se corrió sonoramente sin dejar de moverse. Su clímax llamó al mío y forzando mi penetración atrayéndola con mis manos, eyaculé bañando su vagina.
Abrazados, descansamos unos minutos. Pasado el tiempo, Aurora levantó su cara y mirándome a los ojos, me preguntó si mi oferta seguía en pie. Sabiendo que se refería a compartir mi cama, preferí serle sincero y sin importarme que descubriera el resentido en que me había convertido, le conté los planes que tenía para nuestra nuera y la zorra de su madre.
Si en un principio, se sintió escandalizada con lo que les tenía preparado, recordó que ese par de putas la habían separado de su único hijo y soltando una carcajada, me dijo:
― ¡Cuenta conmigo!

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