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Rojo y negro I: Los traidores (parte 2)

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LOS TRAIDORES (PARTE II)
Cuando Fernanda quedó embarazada, ninguno imaginaría que Nicolás (el primogénito) nacería un 1° de mayo. El fruto de nuestro amor llegaba a este mundo exactamente 2 años después de que conocí a Natalia. ¿Quién lo creería? Supongo que ella jamás lo consideró una traición: fue apenas una extraña casualidad. Este muchachito creció muy apegado a nosotros y aún le costaba obtener su independencia. Ahora, con 19 años y después de años académicamente satisfactorios en la escuela, la carrera de ingeniería no era un reto imposible. Lo que sí fue imposible de digerir es que él, mi sangre, fuera también un traidor sin tener conciencia de ello, porque nunca supe de su lado explorador. Comprendo que es joven y quiere comerse el mundo a su manera, ¡pero no que se enamore de ella, que podría ser como su segunda madre!
Todo comenzó hace unos meses, luego de que Nico sufriera una prolongada depresión en las vacaciones de verano. No quería salir a la calle y vivía acostado, cabizbajo y en silencio, casi sin emitir palabras. Lo enviamos a terapia y logró recuperarse pronto. La terapeuta sugirió que realice actividades para interactuar con desconocidos y vencer su fobia a la gente. Fernanda, sin comentarme, lo inscribió a las clases de tango que dicta Natalia, que es su madrina. ¡En mi mente quería matarla! Apostaba todos los ahorros familiares a que no se iba a animar, pero no sé cómo lo convenció.
Siempre que veo a Nico me recuerda a mí cuando tenía su edad. Es un calco mío en todo, no solo en apariencia, sino también en personalidad. Conociendo las pocas veces que ha hablado sobre amor o sexo, sabía que no se sentiría cómodo estando cerca de una mujer. Nunca manifestó su atracción por nadie, y con Fernanda lo gastábamos a escondidas diciendo que moriría virgen. ¡Somos malos padres! Tan hipócrita soy que a veces olvido que mi vieja solía comentarme lo mismo, y tras ello, reventaba en cólera.
Transcurrido un mes de ir a las clases de tango, lo noté sonriente y distraído, tarareando música y dando pasos de baile: milagrosamente había dejado atrás ese pozo horrible en el que cayó. Creí que tenía que ver con los antidepresivos que le recetaron, pero, revisando su diario íntimo, sus conversaciones de Whatsapp y hasta lo que miraba en Internet, la vida me pegó una tremenda patada en las posaderas y en el corazón. La palabra que más se repetía era “amor”, junto con descripciones explícitas de los atributos físicos de Natalia que lo atrajeron como a un imán, de la misma manera que aconteció conmigo en el ’98. Alababa su sonrisa, sus ojos, su disposición, su pelo, labios, piernas, la voz (y qué voz… ¡que me ha hecho mojar tantas veces!) Necesitaba rogarle al nene que no siga más con esas loas que producían tanto orgullo e incomodidad. ¿Sería capaz de disputar a una mujer, aunque el enemigo fuera mi sangre? Todavía no hay veredicto firme…
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Preferí no entrometerme más en su intimidad: era hora de que vuele alto y libre. Tan libre siguió volando este pichón, que resultó ser más rapidito para los deberes carnales que lo que creía. Lo descubrí en la fiesta de 15 de mi sobrina Luz, la hija de Pilar, hermana de Fernanda, a la cual estuvimos los 4 invitados. No pude evitar observar a la sensual Natalia, sentada a escasos metros de nuestra mesa, que llevaba un vestido negro, brilloso, con zapatos de taco que le quedaban bárbaro. Rogué que Fernanda no lo notase, pero la intriga de comprobar si mi hijo se acostaba con ella pulverizaba las pocas neuronas que me quedaban sanas. No quería que la deje embarazada para evitar peleas en la familia y conflictos con la gente que nos conoce. Nico, sigiloso, se levanta de la silla y avisa para ir al baño, preguntando a Pilar dónde quedaba. Controlo la hora en el teléfono: las 4:10. Hace 15 minutos que no retornó más. Comió poco para su edad y las sospechas se incrementan como latidos. No aguanto y le digo a Fernanda que voy para el baño a ver si se siente mal. Me apresuro a salir del salón y subo las escaleras hacia el piso de arriba donde había una pequeña terraza, cuya puerta estaba cerrada.
Detrás se oían gemidos y personas respirando fuerte. Se me vinieron a la mente los orgasmos de Natalia: solía coger con desconocidos en fiestas que luego no volvía a ver nunca (¡lo he oído de su propia boca!) Espío por la cerradura y distingo un pantalón de vestir con el cierre abierto del cual salía una protuberancia hinchada y gruesa, que se insertaba y se salía con vigor de la vagina de una mujer que tenía levantada la cola de su vestido. La chica gritaba “pegame” y él la nalgueaba fuerte en cuanto la agarraba de la cintura. “Te amo”, esbozó él, falto de aire, deteniéndose para besarla en el cuello. “Yo también te amo, Nico”, concluyó ella, exhausta, sacándose el pito de adentro para morderle los labios. Ese chico promiscuo, libidinoso y viril ERA MI HIJO, Y SE ESTABA CULIANDO ¡A SU MADRINA!
Observo hacia la izquierda y veo su rostro colorado. Me agarré de la cabeza planeando tirar la puerta abajo para putearlos a ambos, pero nuevamente contuve mi ira desmedida respirando con suavidad.
“¿Dónde la querés?”, le decía a Natalia, desafiante, mientras ella se arrodillaba para admirar lo que le cuelga.
“En la boca”, responde ella, con su hermosa voz cargada de hormonas, que sus 40 y largos no lograban representar. Presencié allí una nueva muerte de inocencia de las tantas que pasé en 39 años. No caía y aún todavía, en el hecho de ver a tu propio hijo llenándole la lengua de esperma a una mujer que lo conoce desde que nació. Ella sonreía y cómicamente se limpiaba los labios, poniéndose de pie, tal como en los pocos encuentros que alguna vez tuve con ella. Veía a Nico como otro machista, de esos que no quería que fuera cuando Dios me dio el don de educarlo junto a Fernanda. Me dolía mucho la situación. Sin querer, con alguna lágrima en los ojos, le di una ligera patadita a la puerta y corrí al baño a lavarme la cara. Fernanda no debía notar la desazón que me aquejaba.
Cuando salí del baño, Natalia y Nico salían apurados, mirando para todos lados pensando que fueron espiados. Efectivamente fue así, pero la incógnita quedó en el aire. Retorné a la mesa y noté que Nico estaba mandando mensajes, pero no divisé a quién. No le pregunté por su obvia discreción, pero intuí que Natalia era la principal destinataria. Ese pendejo ordinario que he de llamar hijo ahora estaba creído y la quería calentar con frasecitas vulgares. Después del baile y con los ojos rojos, ya eran las 7 y era momento de ir a casa. En el trayecto hablé poco y nada: Fernanda cebaba unos mates a Carla para mantenerla despierta y Nico sonreía con sus ojos cerrados tras disfrutar de una noche de ensueño candente. No lo observé mucho para no perder la concentración al volante. Ese ángel que engendré se transformó en una bestia con genitales grandes ocultos en pantalones holgados: para la visión del mundo, seguiría siendo un santo, pero no para papá.

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