Este relato es un fanfic sobre Rick y Morty. Estamos ante Summer recordando una bella anécdota en un día cualquiera de sus aburridas vacaciones. Espero que les guste, de ser así háganmelo saber en los comentarios. Si la respuesta es positiva, iré construyendo más fanfic de esta serie o cualquier otra que nos de buen material. Se aceptan recomendaciones.
UN HONOR, CAMARADAS.
Un día aburrido para Summer.
El abuelo estaba en sus cosas de ciencia; mi hermano Morty, ese saco de acné y hormonas; como siempre, robando la atención del abuelo. Mi madre, ¡Dios!, con una resaca tremenda, quizás un poco ebria (¿un poco? Seguro que mucho, aún) porque la encontré acostada en el sofá de la cama. Traía una minifalda, ¡mi minifalda!; y su lencería de encaje color negro se asomaba un poco por la parte trasera del muslo izquierdo. Se había dormido, chueca, ni siquiera le preocupó que nosotros la viéramos. Desde que se dejó con mi padre ha tenido algunas subidas y bajadas. Se la pasa dormida o encerrada; a veces sale con algún tipo desconocido, y no vuelve hasta muy entrada la noche o de plano vuelve al día siguiente. Una vez la sorprendí cuando hacía unos movimientos raros en el carro de uno de los maestros de Morty. Su cabello subía y bajaba en los asientos delanteros del automóvil; él: haciendo caras, torciendo los ojos y sacando la lengua. Cuando al fin mamá entró a la casa, todavía con el pelo desordenado y una teta casi afuera, se atrevió a decirme. –Al profesor de Morty le preocupa mucho su educación-. Sí, claro, después de la mamada que le acabes de hacer, ¿cómo no?, pensé en decirle, pero me lo guardé, tomé algunas fotos, de igual manera. Ya habrá oportunidad de chantajearla.
Me perdí un poco con el asunto de las chupaditas clandestinas que mi mamá le daba a esos señores, ¿en qué estaba?, ¡Ah, sí, la historia! Yo estaba aburrida, como siempre, eran las vacaciones y no había nada divertido que hacer. Mis abuelo Rick y Morty siempre juntos a todos lados, sin prestar mucha atención a mí. Salía en ocasiones con un chico llamado Bradley, un idiota del equipo de Baloncesto. Moreno, alto, atlético y si, debo admitirlo, era muy agradable conmigo.
Lo conocí de una manera muy peculiar. Habíamos coincidido en una fiesta una vez, yo me puse tan borracha que en el calor de las copas, sin saber realmente de qué manera, acabé chupándole la verga (me da un poco de risa la palabra “verga”, aunque también me pone algo mojadita) en el patio trasero de la casa en donde estábamos, atrás de una barda que separaba el patio de una especie de huerto improvisado, seguro de los papás de mi amiga Bárbara, que era la que nos había invitado.
Él se sentó sobre unos costales de tierra y yo me hinqué entre sus piernas; sin importarme si me ensuciaba las rodillas. Estaba bastante borracha, por lo que torpemente intenté ser algo cachonda y comencé a olerle, besarle y lamerle por encima del pantalón. No sé si eso no le habrá gustado, si estuviera también demasiado borracho para pensar con claridad; o quizás sólo estaba muy caliente y no aguantaba más la espera. Me agarró el pelo y me peinó una trenza, todo con una sola mano (el tipo sabía lo que hacía, se notaba). Se bajó el cierre y sacó su vergota negra y odorosa justo en mi cara. No se resistió y me pegó unas cachetadas con su pene. Para mí todo eso era muy raro, porque estaba bastante tomada; pero no pude evitar excitarme mucho. Quisiera decir que tomó entonces esa verga con la mano que tenía libre, que la metió en mi boca y el mismo movió mi cabeza con la otra mano, la que había hecho la trenza; quisiera decir que me cogió por la boca, que me dio rico hasta el fondo de la garganta y que me decía cosas como “¿te encanta la verga, verdad?”,”¿te gusta cómo te cojo por la boquita, muñeca?”, habría respondido que sí, que sí, que ¡SÍ!; habría querido que me la metiera tan al fondo que no pudiera ni respirar. Cómo me habría encantado que me llenara toda la boca de su lechita, pidiéndome que la bebiera, hasta la última gota. Pero no pasó eso, no al menos de la manera en que lo narré, la verdad, la honesta verdad, es que en cuanto vi ese pene increíble supe lo que tenía que hacer; lo que me moría por hacer. Abrí la boca de par en par y me dispuse a comérsela toda. La cara de Bradley se puso muy pálida y la echó para atrás. Se la estaba mamando tan rico que en un momento dejó de sujetarme el pelo. Yo jugaba con mi lengua, recorriendo las suculentas venitas del pene de Bradley, uff, ¡su aroma, su sabor!, no sé si era porque tenía tiempo sin hacerlo, pero ese pene parduzco, con una cabecita que parecía mantecada y con unas bolas peludas y bien redondas; era un juguete fantástico. Lamí de arriba abajo. Hice movimientos circulares en su puntita con mi lengua, dándole unas ricas chupadas, succionando su cabecita. Bradley no podía ni articular palabra, emitía sólo ruidos guturales, gemidos y gruñidos de placer. Me subí el vestido que traía hasta la cintura, lo hice con una mano mientras con la otra se la jalaba a Bradley en mi boca. No fue para que él me tocara, era sólo que me excitaba mucho tener el culito al aire. Tría una tanga color rojo, formado por tres lazos alrededor de mis caderas, levantados a diferentes alturas. Era un efecto espectacular. Me hubiera encantado que alguien me estuviera espiando desde atrás, viéndome; masturbándose con la imagen voluptuosa de mi culo entangado. Quizás Bradley se dio cuenta, supongo que si, porque en ese momento dejo la pasividad que había demostrado y tomando mi cabeza con ambas manos, movió fuertemente sus caderas hacia arriba, arremetiendo contra mi boca. Por un momento sentí que no lo resistiría, pero incluso el no poder respirar me ponía muy, pero muy caliente. Creí que me acabaría en la boca para darme su lechita, pero extrañamente la sacó antes de venirse. –Cierra los ojos y saca la lengua –me dijo-. Obedecí, aunque dejé la mirada entre abierta para ver con sumo cuidado el prodigioso momento del chorro caliente y espeso. Así fue, casi al momento de sacar la lengua sentí como me bañaba la cara con su semen, pegajoso y cálido. Me cayó casi todo en la boca, pero podía percibir como me escurría por las mejillas, la nariz y los pómulos. El muy cabrón no me dejó mi disfrutarlo, al instante volvió a meter su verga en mi boca y me dio otra cogidita como de 30 segundos. Esa vuelta impetuosa de su pene provocó que me pasara el semen que tenía todavía en la boca. Y mi culo: aún al aire; y mi puchita: como río escurriendo. El resto es historia, sólo regresamos a la fiesta y más tarde el abuelo Rick me envío un portal para regresar a casa a escondidas, un portal directo a mi cuarto. Qué raro, no recordaba haber dejado el cajón de mi ropa interior abierto. Seguro lo dejé así por las prisas. No importa.
Dije que el chico no me importaba porque, pues era cierto. Para mí solo fue un acostón, y más o menos, porque sólo fueron unas chupaditas tiernas, nada grave (jaja, claro, “tiernas”). Bradley terminó invitándome a salir en repetidas ocasiones, aunque extrañamente sin volver a intentar nada conmigo. Creo que sólo está tratando de ganarse mi confianza; pero francamente ya estoy algo cansada de él y sus salidas al café. Quizás pronto pruebe de nuevo mi caramelo negro, y así rejuvenezcan mis ganas de estar con él. Quién sabe, quizás ahora si me diga algunas cosas sucias. Ya tengo la mente volando, y recordando de nuevo ese día. Suerte que guardé el recuerdo con la máquina del abuelo, así puedo probar ese semen tibio y escurridizo cuantas veces se me antoje.
UN HONOR, CAMARADAS.
Un día aburrido para Summer.
El abuelo estaba en sus cosas de ciencia; mi hermano Morty, ese saco de acné y hormonas; como siempre, robando la atención del abuelo. Mi madre, ¡Dios!, con una resaca tremenda, quizás un poco ebria (¿un poco? Seguro que mucho, aún) porque la encontré acostada en el sofá de la cama. Traía una minifalda, ¡mi minifalda!; y su lencería de encaje color negro se asomaba un poco por la parte trasera del muslo izquierdo. Se había dormido, chueca, ni siquiera le preocupó que nosotros la viéramos. Desde que se dejó con mi padre ha tenido algunas subidas y bajadas. Se la pasa dormida o encerrada; a veces sale con algún tipo desconocido, y no vuelve hasta muy entrada la noche o de plano vuelve al día siguiente. Una vez la sorprendí cuando hacía unos movimientos raros en el carro de uno de los maestros de Morty. Su cabello subía y bajaba en los asientos delanteros del automóvil; él: haciendo caras, torciendo los ojos y sacando la lengua. Cuando al fin mamá entró a la casa, todavía con el pelo desordenado y una teta casi afuera, se atrevió a decirme. –Al profesor de Morty le preocupa mucho su educación-. Sí, claro, después de la mamada que le acabes de hacer, ¿cómo no?, pensé en decirle, pero me lo guardé, tomé algunas fotos, de igual manera. Ya habrá oportunidad de chantajearla.
Me perdí un poco con el asunto de las chupaditas clandestinas que mi mamá le daba a esos señores, ¿en qué estaba?, ¡Ah, sí, la historia! Yo estaba aburrida, como siempre, eran las vacaciones y no había nada divertido que hacer. Mis abuelo Rick y Morty siempre juntos a todos lados, sin prestar mucha atención a mí. Salía en ocasiones con un chico llamado Bradley, un idiota del equipo de Baloncesto. Moreno, alto, atlético y si, debo admitirlo, era muy agradable conmigo.
Lo conocí de una manera muy peculiar. Habíamos coincidido en una fiesta una vez, yo me puse tan borracha que en el calor de las copas, sin saber realmente de qué manera, acabé chupándole la verga (me da un poco de risa la palabra “verga”, aunque también me pone algo mojadita) en el patio trasero de la casa en donde estábamos, atrás de una barda que separaba el patio de una especie de huerto improvisado, seguro de los papás de mi amiga Bárbara, que era la que nos había invitado.
Él se sentó sobre unos costales de tierra y yo me hinqué entre sus piernas; sin importarme si me ensuciaba las rodillas. Estaba bastante borracha, por lo que torpemente intenté ser algo cachonda y comencé a olerle, besarle y lamerle por encima del pantalón. No sé si eso no le habrá gustado, si estuviera también demasiado borracho para pensar con claridad; o quizás sólo estaba muy caliente y no aguantaba más la espera. Me agarró el pelo y me peinó una trenza, todo con una sola mano (el tipo sabía lo que hacía, se notaba). Se bajó el cierre y sacó su vergota negra y odorosa justo en mi cara. No se resistió y me pegó unas cachetadas con su pene. Para mí todo eso era muy raro, porque estaba bastante tomada; pero no pude evitar excitarme mucho. Quisiera decir que tomó entonces esa verga con la mano que tenía libre, que la metió en mi boca y el mismo movió mi cabeza con la otra mano, la que había hecho la trenza; quisiera decir que me cogió por la boca, que me dio rico hasta el fondo de la garganta y que me decía cosas como “¿te encanta la verga, verdad?”,”¿te gusta cómo te cojo por la boquita, muñeca?”, habría respondido que sí, que sí, que ¡SÍ!; habría querido que me la metiera tan al fondo que no pudiera ni respirar. Cómo me habría encantado que me llenara toda la boca de su lechita, pidiéndome que la bebiera, hasta la última gota. Pero no pasó eso, no al menos de la manera en que lo narré, la verdad, la honesta verdad, es que en cuanto vi ese pene increíble supe lo que tenía que hacer; lo que me moría por hacer. Abrí la boca de par en par y me dispuse a comérsela toda. La cara de Bradley se puso muy pálida y la echó para atrás. Se la estaba mamando tan rico que en un momento dejó de sujetarme el pelo. Yo jugaba con mi lengua, recorriendo las suculentas venitas del pene de Bradley, uff, ¡su aroma, su sabor!, no sé si era porque tenía tiempo sin hacerlo, pero ese pene parduzco, con una cabecita que parecía mantecada y con unas bolas peludas y bien redondas; era un juguete fantástico. Lamí de arriba abajo. Hice movimientos circulares en su puntita con mi lengua, dándole unas ricas chupadas, succionando su cabecita. Bradley no podía ni articular palabra, emitía sólo ruidos guturales, gemidos y gruñidos de placer. Me subí el vestido que traía hasta la cintura, lo hice con una mano mientras con la otra se la jalaba a Bradley en mi boca. No fue para que él me tocara, era sólo que me excitaba mucho tener el culito al aire. Tría una tanga color rojo, formado por tres lazos alrededor de mis caderas, levantados a diferentes alturas. Era un efecto espectacular. Me hubiera encantado que alguien me estuviera espiando desde atrás, viéndome; masturbándose con la imagen voluptuosa de mi culo entangado. Quizás Bradley se dio cuenta, supongo que si, porque en ese momento dejo la pasividad que había demostrado y tomando mi cabeza con ambas manos, movió fuertemente sus caderas hacia arriba, arremetiendo contra mi boca. Por un momento sentí que no lo resistiría, pero incluso el no poder respirar me ponía muy, pero muy caliente. Creí que me acabaría en la boca para darme su lechita, pero extrañamente la sacó antes de venirse. –Cierra los ojos y saca la lengua –me dijo-. Obedecí, aunque dejé la mirada entre abierta para ver con sumo cuidado el prodigioso momento del chorro caliente y espeso. Así fue, casi al momento de sacar la lengua sentí como me bañaba la cara con su semen, pegajoso y cálido. Me cayó casi todo en la boca, pero podía percibir como me escurría por las mejillas, la nariz y los pómulos. El muy cabrón no me dejó mi disfrutarlo, al instante volvió a meter su verga en mi boca y me dio otra cogidita como de 30 segundos. Esa vuelta impetuosa de su pene provocó que me pasara el semen que tenía todavía en la boca. Y mi culo: aún al aire; y mi puchita: como río escurriendo. El resto es historia, sólo regresamos a la fiesta y más tarde el abuelo Rick me envío un portal para regresar a casa a escondidas, un portal directo a mi cuarto. Qué raro, no recordaba haber dejado el cajón de mi ropa interior abierto. Seguro lo dejé así por las prisas. No importa.
Dije que el chico no me importaba porque, pues era cierto. Para mí solo fue un acostón, y más o menos, porque sólo fueron unas chupaditas tiernas, nada grave (jaja, claro, “tiernas”). Bradley terminó invitándome a salir en repetidas ocasiones, aunque extrañamente sin volver a intentar nada conmigo. Creo que sólo está tratando de ganarse mi confianza; pero francamente ya estoy algo cansada de él y sus salidas al café. Quizás pronto pruebe de nuevo mi caramelo negro, y así rejuvenezcan mis ganas de estar con él. Quién sabe, quizás ahora si me diga algunas cosas sucias. Ya tengo la mente volando, y recordando de nuevo ese día. Suerte que guardé el recuerdo con la máquina del abuelo, así puedo probar ese semen tibio y escurridizo cuantas veces se me antoje.
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